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Me interesa caracterizar –de una manera muy sucinta y esquemática– algunos aspectos
referentes a las políticas educativas y sociales en nuestro contexto actual, con el objeto de
revisar algunos términos de uso habitual. La idea es, más bien, plantear una suerte de
panorama de cuestiones que me parecen importantes para interpelar la educación y la gestión
social, desde una perspectiva política.
En una primera aproximación a este contexto, nos encontramos con una serie de
conceptos que podríamos llamar “circulantes”: es decir, que se desplazan entre la teoría
política o la teoría educativa, y las políticas sociales o las políticas educativas “efectivas”, y
en ese movimiento se van cargando de diversos sentidos, algunas veces complementarios pero
otras también divergentes. Entre algunos de esos conceptos, que tienen un especial uso en la
actualidad, se pueden mencionar los de ciudadanía, equidad, igualdad de oportunidades,
inclusión, educación para todos, etc. Por cierto, no vamos a tener tiempo de revisarlos
puntualmente, aunque cada uno de ellos merecerían una cuidadosa genealogía filosófico
política.
Podríamos decir que, en la mayoría de los casos, lo que se observa es una especie de
actualización o reutilización de una serie de términos que fueron medulares en las teorías del
Banco Mundial, en los años noventa. Más allá de la discusión política que podría plantearse
sobre el sorprendente interés de los organismos de crédito internacionales por invertir en
educación en algunos países –digamos, del “tercer mundo”–, con el supuesto fin mitigar
problemas que, por otra pare, ellos mismos en gran medida han generado, como consecuencia
de la aplicación de sus políticas de ajuste en la región; más allá de esta discusión, entonces,
querría examinar algunas relaciones entre estos conceptos circulantes.
De manera muy simplificada, podríamos decir que la idea dominante sobre el sentido
de las políticas educativo-sociales consiste en promover la inclusión en el “sistema” de los
sectores más desfavorecidos de la sociedad. De modo que su impronta de origen no les impida
estar, para la “carrera” de la vida, en el mismo punto de partida que los “favorecidos”.
Alrededor de este lugar común de las políticas educativas y sociales, me gustaría hacer
algunos comentarios. El hilo conductor que va a sostener estas breves reflexiones es, como
anticipé, poner de manifiesto algunos desplazamientos de sentidos en torno de estos
conceptos que llamé circulantes, propios del movimiento que se da entre el ámbito de la
producción teórica y su uso efectivo en la práctica.
1
Exposición realizada en la mesa “Educación, reproducción y fractura”, en el marco del Foro “Educación y
acción política”, organizado por: MTR-La Dignidad, SIMULACRO COLECTIVO, CORREPI, Revista (Ni-Q).
Buenos Aires, 14 de noviembre 2009, I.S.P. “Joaquín V. González”.
una especie de universalismo a la fuerza. Pero en el mismo movimiento, la idea de equidad ha
ido desplazando también, en el caso de la educación, a la de gratuidad, a la que se sindica
como injusta: se argumenta, por qué el estado debería invertir dinero en algo que algunos
particulares pueden hacer por sí mismos, por ejemplo, pagar por su educación. La equidad,
como tópico, implicaría entonces promover cierta forma de igualdad, pero respetando –o
tolerando, según los casos– algunas diferencias, y realizando acciones para favorecer a los
más desfavorecidos. Como bien sabemos, esto es lo que se suele llamar, en algunos casos,
acción afirmativa o discriminación positiva, y se apoya en ciertas nociones clásicas de la
justicia distributiva.
En aquellos casos en los que se asocia equidad con igualdad se lo hace en el sentido de
“igualdad de oportunidades” (en principio, para poder estudiar y desempeñarse luego en la
vida). La “igualdad de oportunidades” supondría, para el mundo laboral y social, que cada
uno se va a diferenciar por lo que realmente “vale” y no por su destinación de origen. Y lo
que cada uno “vale” sería resultado del mérito, el talento o el esfuerzo, pero no del destino de
clase, de género, de etnia, etc. Esta diferenciación permite justificar, de manera circular, uno
de los pilares del pensamiento liberal: que los que acceden a los mejores trabajos, o a las
mejores posiciones en la sociedad, lo harían por sus exclusivos méritos o esfuerzos, y sería la
educación quien brindaría la oportunidad de trepar individualmente en la escala social a
aquellos que arrancan desde abajo. La igualdad de oportunidades pone de relieve, y a su vez,
da lugar, a las desigualdades legitimadas: las del talento, la capacidad, el esfuerzo o el mérito,
que pasan a ser las llaves del crecimiento, entendido éste, de manera primordial, como
crecimiento individual.
De lo que se trataría, más bien, sería entonces de revisar los criterios de delimitación
de adentros y afueras, y encontrar instancias en que los que piensen su situación y puedan
decidir algo sean los propios “desfavorecidos”, y no nosotros por ellos. Son esas voces las
que, creo, debemos escuchar con gran atención.
Hay, por cierto, unas cuantas cuestiones más que se desprenden de manera directa de
la caracterización inicial que realicé, pero no va a haber tiempo de desarrollarlas.
Lo que voy a hacer es simplemente mencionarlas, indicando las superposiciones o los
desplazamientos de sentidos que a mi juicio se dan y complejizan las perspectivas de análisis.
Y así podríamos seguir analizando diversas cuestiones a partir del tema que he
propuesto a la reflexión.