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El Cantar de los Cantares, hermosa obra poética, nos lleva a la estancia de la doncella.
Su intimidad sagrada, simbolizada por la desnudez y la limpieza de los pies, es
interrumpida por el amado que llega, es llamada y requerida de nuevo hacia lo que
ocurre afuera, detrás de la puerta. La promesa el reencuentro amoroso, insta a la
joven enamorada a ponerse en movimiento, a romper su quietud, y a transformarse en
una mujer nueva, ella se convierte en un derroche de creatividad: sus manos destilan
mirra que se derrama en la cerradura, mientras abre la puerta. Mas el encuentro no se
da, el encuentro se convierte en una eterna búsqueda, en un eterno llamado, que
mantendrá en movimiento a esta joven mujer.
Ese antiguo caminar cobró vida en los pasos de un grupo de hombres y mujeres,
artistas, teólogos y teólogas, educadores, animadores de comunidades. Gente de a pie,
negra, urbana y campesina, joven, adulta, niña, convocados por la aventura de
poetizar la vida.
Corría el mes de octubre de del año 2004 cuando un grupo de poetas se juntó en el
primer Encuentro Nacional de Teopoética, convocado por el equipo de Teología
Popular de Dimensión Educativa. La Maloka de la Fundación Semillas de Maíz, bajo el
frío mágico de la ciudad de Popayán acogió a 7 tejedores del quehacer teopoético,
provenientes de diversos lugares de la geografía colombiana: Luz Dary Espinoza
(Tumaco), María Helena Céspedes (Bogotá), Judith Bautista Fajardo (Bogotá), Jorge
Salas (Carmen de Bolívar), Warner Benítez (Medellín), Tomás Contreras (Venezuela)
Jafeth Gómez, Edgar Muñoz y Johana Martínez (Popayán). Desde la distancia vibraron
con nosotros Fernando Torres (Bogotá), Carmiña Navia (Cali), Jair Velazco (Calcará),
Angélica Bonilla (San Vicente del Caguán).
Fue un espacio sagrado porque la palabra es sagrada, porque esta tierra es sagrada,
porque nuestros cuerpos son sagrados, porque venimos de experiencias sagradas y
traemos con nosotros y nosotras experiencias cargadas de sacralidad.
Este primer encuentro marcó un derrotero que año tras año fue acunando nuevas
experiencias y caminos, nuevos colores y versos, nuevos encuentros, recitales,
conciertos, mingas, escuelas juveniles y barriales de teoartística. Aquí, pequeños
trozos, atisbos, ejercicios poéticos que dan cuenta del camino, de la madurez lograda y
de los nuevos verdores que se asoman a la cosecha.
Acercándonos a la Teopoética
Se habla muy poco y desde hace muy poco tiempo de Teopoética. Se ha utilizado el
término para referirse a una expresión teológica poética. Estamos pasando del Teó-
logos al Teo-arte. ¿Qué significa esto? Estamos pasando del discurso como única
mediación de la teología al reconocimiento de los múltiples lenguajes a través de los
cuales se puede hacer y efectivamente se ha hecho durante siglos, teología.
Así las cosas cada creyente de cualquier credo o experiencia religiosa o espiritual
estaría llamado a hacer de su vida una teología, un accionar coherente con su fe y
fundamentado con su Palabra y esa palabra en si será una palabra honda, llena de
sentido, poética.
Hacer teo-poesía tiene que ver con el uso responsable y cuidadoso del lenguaje como
herramienta de salvación u opresión, de humanización o deshumanización, de engaño
desvelamiento de verdades. Hacer Teo-poesía es hacerse cargo de la propia palabra,
del rescate de la sacralidad que habita en la Palabra como expresión y medio de
dialogo y encuentro.
Hacer teopoesía es también hacerse cargo del silencio, reivindicar el silencio como
espacio de acunamiento, abrigo y transformación, templo de la creatividad y de la
autonomía; liberarlo del secuestro de los miedos, las manipulaciones y las
complicidades que oprimen y arrebatan la fuerza creativa del silencio, donde nace la
propia palabra, única, libre y redentora.
¿Por dónde transita la Teopoética?
La teopoética atraviesa la vida de mujeres y hombres que han sido tocad@s por una
experiencia sagrada. Por eso transita por la vida de las mujeres, de los dolores de los
pueblos. Hay tierra en las uñas de quien escribe desde la realidad campesina y desde
las oscuras esquinas de las grandes urbes. Hay fuego en la pluma de quien presta su
palabra a los anhelos y las luchas de los pueblos ignorados, de los grupos exiliados y
marginados.
Al mismo tiempo desde este caminar, la teopoesía es una invitación a dialogar con la
historia, a abrir nuestras miradas a los grandes cambios de época, de paradigmas: allí
el arte se hace presente, para manifestarse y decir su palabra. El nuevo mundo exige
mantener un espacio abierto, donde las experiencias populares, la vida de mujeres, de
jóvenes, de niños y niñas del campo y la ciudad, puedan expresarse y asumir su propio
protagonismo en el devenir de los tiempos.
La Teopoética nace de motivos profundos, vitales como zarzas ardientes que acunan y
gestan el verso, la palabra poética, la profecía artística.
Algunos pudimos escuchar de la desgarrada y honda voz de Nacha Guevara “Por qué
cantamos”, poema de Mario Benedetti, musicalizado por Alberto Fevero. Es una buena
oportunidad para recordar este sentido y profundo manifiesto, nacido en el exilio de
tantas hermanas y hermanos durante las dictaduras del cono sur.
Poetizamos por los dolores y las voces de nuestros pueblos, por nuestros propios
duelos y fatigas de hombres, de mujeres, de jóvenes, de niños y niñas, de indígenas,
campesinos o negr@s. Poetizamos por indignación de esta larga noche y la esperanza
en que aún veremos otros amaneceres donde cada quien tenga su lugar y su dignidad.
Poetizamos por que el sol y la tierra, aguardan por hombres y mujeres nuevos, y
creemos en el ímpetu de la palabra poética para el crecimiento de esta nueva
humanidad, porque el arte y la poesía contienen en si la fuerza que enciende el
corazón, enlaza mundos, abre derroteros inéditos y convoca nuevos amaneceres.
Así, al echar una mirada a los elementos teológicos presentes en esta teopoesía, se
vislumbran rasgos que por supuesto tienen que ver con los contextos y con las
experiencias vitales de quienes escriben.
Una teología urbana, que se reconoce presente y viva en medio de las múltiples
realidades y retos que plantean al evangelio, las grandes urbes y las pequeñas
ciudades. Una experiencia teologal que encuentra a Dios en la calle, en el bus, en
los rostros de los trabajadores, en los sueños de una ciudad samaritana.
Una teología testimonial y martirial, que se entiende a sí misma como una postura
profética y de denuncia, por tanto, en conflicto con el antireino. Una teología que
reconoce la acción de Dios en la vida y el testimonio concreto de hombres y
mujeres, amigos y amigas, madres, esposas, hijas y hermanas.
Una teología de la minga, que reconoce el rostro de Dios en la acción colectiva de
los pueblos, en la memoria de los ancestros, en las manos que se juntan y los pies
que caminan hermanados.
Una teología utópica, como la teología del pueblo de Israel en el desierto, que cree
y le apuesta a la irrupción de lo nuevo. Una teología de la resistencia y la
esperanza, que nos permite discernir por dónde va la sabiduría y por donde la
barbarie.
Una teología política, contextual, que tiene una postura de fe comprometida, que
reconoce los conflictos y dolores del país, y asume la alternativa de lo colectivo, lo
comunitario como espacios de construcción de lo nuevo.
Una teología plural, que reconoce el rostro de Dios plural, abierto a la diferencia,
que visibiliza a las y los sujetos específicos, con sus identidades étnicas,
generacionales y de género, una teología incluyente que permite oír la voz de los
silenciados de estos tiempos, los homosexuales, las lesbianas, los enfermos de sida
y los encarcelados.
Y una teología abierta y a la escucha, que reconoce y se dispone al dialogo con las
múltiples y diferentes teologías que van asomando al amplio horizonte de la
experiencia del Dios de la Vida, en nuestro mundo.
Así han transcurrido, varios años de minga, magia y poesía. La Maloca, nuestro hogar
y nuestro templo; la Palabra nuestro Rito y nuestro Sacramento, de esa Vida Mayor
que nos acuna. Amigos y amigas, pedagogos de la Palabra, ecologistas, recolectores de
semillas, artesanos y artesanas, trabajadores de la paz y los derechos humanos, poetas
todos y todas de la vida, pudimos cada año hacer común la luna, la noche, el verso, la
canción, el vino y el abrazo.
Otras ciudades y espacios fueron abriendo sus casas para nuestro encuentro anual:
Cali, Bogotá, Armenia, Medellín, Caracas fueron testigos cada año de los espacios de
Minga y encuentro, de búsqueda y de abrazo poético que aún nos retan y nos
impulsan a continuar el camino. Las calles de Villa Javier, Santo Domingo, Britalia,
Nemocón se abrieron a las escuelas juveniles de teoartística, convocándonos a nuevas
formas de hacer escuela y nuevas formas de hacer arte.
1992: Kairós colombiano “En el camino de Emaús”. Coplas de Raúl Echeverri y diseños
de Alberto Puentes (4 tarjetas). A partir de 1993 Dimensión Educativa da inicio al
boletín “Kairós Colombia”, espacio para compartir y difundir la producción teológica
en poemas, oraciones, diseños, cantos.
1992: Colectivo “Tanta” produce el cancionero “En la mesa de la vida” con canciones
elaboradas en el encuentro de Vertiente Artística de la Teología Popular (1988) y en
los talleres de producción musical de 1991 (Bogotá y Choachí).
Frutos recientes:
Estos años de caminada ven florecer una rica expresión de producciones teopoéticas:
María Helena Céspedes Siabato publica en el año 2008 su poemario “Otras Palabras”.
Entre los años 2009 y 2011la Red de Teoartística comienza la colección “Teopoética”:
“Un pasajero sin equipaje” de Marcelo Torres Cruz, “…Y la escuela se hizo poesía”
de Jorge Salas Fuentes, “Yo Soy Pueblo” de Marina Valencia Castaño, “Oleajes de
piel y verde barcaza del tiempo” de Warner Benítez David y “Palabras para el
Encuentro”, antología en la que participan 20 poetas. 9 Mujeres, 11 hombres, de
diferentes edades y procedencias, diversas experiencias vitales y espirituales, unidos
por una experiencia común, el valor sagrado de la vida, el valor sagrado de la Palabra.