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Educación y Humanidades en perspectiva filosófica

Dra. Luz García Alonso

Responder con precisión a la pregunta ¿qué son las humanidades?, es


una tarea difícil. El término humanidades –y los sustantivos conexos como
humanismo y humanista- son utilizados como sobre entendidos, como
fenómenos históricos, o bien como conjuntos heterogéneos convencionalmente
amalgamados.

El humanismo, como expresión pre-renacentista, cultivado por Petrarca,


Boccaccio, Tomás Moro y Erasmo, entre otros, no responde a lo que hoy se
expresa al referirse a las humanidades, las cuales no se constriñen a un
momento histórico. Tampoco coinciden las humanidades con el cultivo de las
letras clásicas, ni siquiera con el cultivo de las letras en general, su contenido
rebasa considerablemente a la lingüística.

Suponer que el humanismo como intento deificador de la humanidad,


manifieste el significado de las humanidades, es aún menos cierto. Las
humanidades se han tipificado, por una parte, como las disciplinas opuestas a
las ciencias; y por otra, como los saberes antagónicos a la técnica. Pero, si
algunos saberes discurren en función de causas necesarias por antonomasia,
estas son las ciencias filosóficas, las cuales se catalogan, sin embargo, entre
las humanidades, con lo cual, la supuesta polarización entre ciencias y
humanidades no resulta justa.

¿Será más apropiado situar en las antípodas a las humanidades y las


técnicas? Es oportuno recordar que arte y técnica son sinónimos, y que las
bellas artes, la calopoesía, son una especie del género techné. No se vacila en
incluir a la lingüística entre las humanidades, pero en la lingüística cabe un alto
componente técnico, la gramática es un arte, ¿y qué decir de las bellas artes?
Existe un amplio ámbito consensual que enumera a las bellas artes entre las
humanidades. Por eso, tampoco es apropiado afirmar que lo diametralmente
opuesto a las humanidades se la técnica.
Enseguida habrá que ocuparse de la clasificación convencional, de la
acción que por decreto destierra a la psicología del campo humanista para
enviarla a los parajes de las ciencias de la salud; y, también por decreto,
hermana a las ciencias sociales y jurídicas, más con la contaduría que con la
antropología filosófica o con la historia.

Des de la lingüística hasta la metafísica, pasando por las ciencias


filosóficas restantes, las bellas artes, las ciencias jurídicas y sociales, la
historia, las antropologías y la psicología; las humanidades pertenecen al
género remoto del conocimiento. El conocimiento es, en efecto, un primer
común denominador que puede estrecharse, aproximarse más a ellas al
determinarse para precisar que las humanidades, todas, son saberes, y que
este es su género próximo. Las humanidades son un conjunto heterogéneo de
saberes.

Puesto que cabe considerar otros saberes ajenos a las humanidades,


estableciendo las diferencias correspondientes, se encontrará la diferencia
específica y con ella, su naturaleza. Resulta indispensable, por lo tanto,
incursionar en el terreno de la gnoseología y pedir el auxilio de la
epistemología.

Siguiendo a Aristóteles se catalogan los saberes en vulgares, empíricos,


técnicos o artísticos, prudenciales, científicos y sapienciales. Los primeros
tienen menor categoría que los últimos. Ninguna de las humanidades podría
catalogarse como saber vulgar ni tampoco como saber empírico. En cambio,
muchas de ellas –de las humanidades- son saberes artísticos o técnicos,
prudenciales y las filosóficas alcanzan la categoría de ciencias sapienciales.

La diferencia de dignidad entre lo estrictamente científico y lo técnico,


consiste en que, siendo ambos saberes causales, la técnica se orienta hacia la
causalidad contingente ( o la de aquello que puede ser de un modo u otro),
mientras que la ciencia se orienta hacia la causalidad necesaria (o la de aquello
que no puede ser de otra manera). Por ser lo contingente un modo de no ser
necesario, se manifiesta la prioridad de lo científico sobre lo técnico, de lo
especulativo sobre lo práctico. Entre los saberes científicos, destacan, en el
universo de las ciencias particulares, dos grandes grupos: el de las ciencias
matemáticas (aritmética y geometría) y el de las ciencias físicas (física,
química, biología). Las primeras consideran a los seres extensos –son su
objeto material- en cuanto cuantitativos –la cantidad es su objeto formal y
especificador. Las segundas, las físicas, consideran a los seres corpóreos –son
su objeto material genérico- en cuanto cambiantes –la movilidad restringida es
su objeto formal y especificador. Todos estos saberes científicos son
particulares porque no abrigan en su objeto más que a una parcela de la
realidad. La biología, por ejemplo, no considera más que a los cuerpos
animados, la geometría se limita a los cuerpos con extensión continua. Por el
contrario, ciertos saberes científicos sapienciales –como la metafísica- son
capaces de abarcar, en su objeto, a todo el universo.

En el ámbito de los saberes técnicos, caben los calopoéticos o bellas


artes, lo mismo que las artes menores, las artesanías, los oficios y la
tecnología. Esta última supone un conocimiento científico –aunque sea
formalizado- aplicado a la acción práctica; así, verbigracia, se catalogan las
distintas ingenierías –que aplican conocimientos físicos- la medicina, que aplica
conocimientos biológicos, la actuaría o la contaduría que aplican conocimientos
matemáticos.

El saber prudencial es el conocimiento práctico del orden moral.


También en el orden de las humanidades, que es el que aquí interesa
primordialmente, han de distinguirse los objetos materiales y los objetos
formales.

A lo largo de este discurso, se ofrecerán tres criterios posibles para


caracterizar a las humanidades, los cuales no pretenden ser exclusivos sino
modestamente ejemplificativos.

Cabe un primer acercamiento a la diferencia específica de este género


de “humanidades” constituido como un conjunto heterogéneo de saberes,
consiste en determinar que lo común en este conjunto es que versa sobre lo
humano, a título de objeto material, no sólo sobre el hombre, estáticamente
considerado, sino sobre todo lo humano, incluyendo en ello también sus
acciones y los resultados –previstos y queridos- de tales acciones. Este primer
criterio sería el del objeto material de los saberes. A esta determinante –en
función del objeto material- corresponden bondades e inconvenientes. La
ventaja capital consiste en que tal determinante resulta tan vaga como el
término y por ello no excluye a ninguno de los saberes significados, señalando,
al mismo tiempo, el carácter de homogeneidad más sobresaliente. También se
manifiesta como positivo su rasgo analógico, que es, al mismo tiempo, un
principio de graduación y –si fuera oportuno- también de jerarquización.

Las consideraciones anteriores ponen de relieve, que el de


“humanidades”, no es un término unívoco, sino equívoco, cuya dimensión
analógica se trata de rescatar aquí. Un término que no se aplica uniformemente
a los significados, a los distintos saberes humanísticos, sino de un modo en
parte y en parte distinto, lo cual admite que en unos saberes se realice mejor
que en otros la razón análoga, la categoría de “humanísticos”. Así, se llamará
saber humanístico ante todo a aquel que verse sobre el hombre, y también –
aunque secundariamente- se llamará saber humanístico a aquel que manifieste
de algún modo el ser del hombre, en lo que tiene de específicamente humano.

El principal inconveniente de establecer la diferencia de los saberes


humanísticos en función de su objeto material: lo humano, es que manifiesta
que entre los saberes humanísticos y no-humanísticos, no existe propiamente
una diferencia específica, cabe, eso sí, una diferencia de grado. No sería
deseable que, ante tal consideración, “cundiera el pánico”. Ya se había hecho
la observación de que no es fácil responder qué son las humanidades, cuál es
la naturaleza de este conjunto de saberes.

¿Qué clase de “espécimen” sería éste, tal que no pudiera aspirar más
que a una diferencia de grado, respecto al resto de los saberes superiores?
Parece conveniente analizar el estatuto humanístico de los individuos que
constituyen este conjunto.

¿Cuáles son los saberes que consideran al ser humano como su objeto
material? La antropología empírica y la antropología filosófica tratan del hombre
como individuo, como persona, como substancia. El asunto de la sociología es
la realidad social y el comportamiento del hombre dentro de esta realidad
accidental, ya que la sociedad es la relación que se da entre las substancias
individuales humanas. La historia se ocupa también de los hombres, aunque
sólo de algunos, de los que desempeñan un papel destacado en la trama del
tiempo, o, si se quiere, se ocupa del comportamiento relevante de los hombres.
La moral y la ética versan sobre el deber ser, sobre los principios que, por
naturaleza, rigen el comportamiento en vistas a la realización absoluta del
hombre. El derecho considera el deber ser, las normas que rigen la convivencia
en prosecución del bien común. Temporal.

Con estos últimos saberes que no apuntan directamente hacia el ser


sino hacia el deber ser o al comportamiento relevante del hombre, se dibuja
una frontera entre dos grupos de saberes humanísticos: los que miran
directamente al hombre, y los que miran a su conducta o a sus manifestaciones
más características.

La lingüística teniendo al lenguaje por materia, se enfoca hacia el signo


convencional del pensamiento. También las bellas artes son manifestaciones
del hombre y muy preciadas por cierto. La metafísica sitúa al hombre en el
lugar que le corresponde dentro de la totalidad del ser, y expresa la capacidad
del intelecto humano para elevarse hasta la cima del saber natural. Los otros
saberes filosóficos que estudian a los seres cambiantes por causas últimas –
sin referirse al hombre en lo que tiene de particular, sino en lo que lo alcanza
en común con otros- estos manifiestan también el cultivo, el desarrollo por
excelencia del espíritu humano. La teología, considera al hombre como criatura
divina –y sobrepasa la capacidad natural de la razón-. La economía considera
la interacción mercantil y productiva entre los hombres, bajo el aspecto de un
valor cuantificable y útil.

En este momento la reflexión tropieza con el obstáculo que obliga a


recordar que entre el grupo de los saberes humanísticos y el de los otros
saberes –al menos en lo que se refiere al objeto material- la diferencia no es
específica sino de grado. Y es que las ciencias matemáticas, las ciencias
físicas, las tecnologías médicas y las distintas ingenierías, también son
expresión del hombre en cuanto tal. Si bien los saberes no humanísticos
consideran al hombre en lo que comparte con el resto del cosmos, estos
mismos saberes no humanísticos, en cuanto saberes, manifiestan al hombre
diferenciado de lo infrahumano, lo manifiestan en cuanto pensante.
En síntesis, los saberes humanísticos son los que se refieren al hombre
considerándolo como su objeto material, y también los que se refieren a la
conducta del hombre o a una manifestación propiamente suya. Los saberes no
humanísticos son los que siendo ellos mismos manifestación del espíritu
humano, no tienen por objeto tratar de esta manifestación y, si tratan del
hombre, no lo consideran en lo que tiene de “peculiar” sino en lo que comparte
con otras especies.

Podría considerarse un segundo criterio como elemento de cohesión o


como diferencia específica de los saberes humanísticos, este sería el criterio
de su grado de liberalidad. Los saberes liberales guardan, en sí mismos su
razón de ser. Son valiosos por sí, no por otros. Se orientan a la contemplación,
la cual es la meta de la acción. El que se mueve exhibe su imperfección, la
razón de la moción es la carencia de alguna perfección. El movimiento
constitutivo de la acción externa es una tensión de perfeccionamiento, para
descansar, para aquietarse en lo perfecto. La valoración de los saberes
liberales no implica el desprecio por los trabajos serviles o manuales,
únicamente implica que la actividad externa hace patente su condición
menesterosa.

Los saberes tecnológicos o los técnicos serviles –que se han descrito


como los saberes más opuestos a los humanísticos se caracterizan por su
sentido utilitario. Las ciencias matemáticas y las físicas son menos
contemplativas que las filosóficas. Las técnicas, todas (incluidas las
tecnologías, la calopoesía y los oficios) son menos contemplativas que las
ciencias, porque mientras que lo necesario se conoce para ser contemplado, lo
contingente se conoce para ser modificado. Este segundo criterio para definir a
las humanidades, constata que se trata de un grupo de saberes a los cuales el
carácter humanístico –en este caso por la nota de liberalidad- no les conviene a
todos de modo unívoco sino análogo. En este caso, el saber humanístico
eminentemente liberal, es la metafísica o filosofía primera, de la que escribió
Aristóteles que “no se busca por ninguna utilidad, sino que, así como se llama
libre al que es para sí mismo y no para otro, así se considera ésta como la
única ciencia libre, pues ésta sola es para sí misma”.1
1
Aristóteles. Metafísica. A-2.
Aún cabe un tercer criterio para caracterizar lo común entre los saberes
humanísticos: el de su función plenificadora en el hombre: El hombre no es un
ser substancialmente perfectible, todo vástago humano, aún el nonato, es
racional, no deviene humano, es humano desde que es. En cambio, el hombre
es capaz de perfección accidental. Aunque en el orden del ser, lo substancial
tiene prioridad sobre lo accidental, en el orden del bien sucede lo contrario. La
substancia o perfección primera, es bien en sentido relativo. La perfección
segunda, accidental, es bien en sentido absoluto.

La plenificación del hombre tiene lugar en el orden de los accidentes. Ya


resulta clásico afirmar que la educación es el perfeccionamiento de las
potencialidades humanas. Esas potencialidades son los principios por los
cuales opera, es decir, sus facultades. Como las facultades se perfeccionan por
medio de los hábitos virtuosos, el hombre se perfecciona, se “educa”,
adquiriendo, asumiendo, recibiendo y aumentando sus virtudes.

He aquí el punto de encuentro crucial entre las humanidades y la


educación. La educación en cuanto acción perfeccionante del hombre, se
constituye en uno de los criterios diferenciadores entre los saberes
humanísticos y los no-humanísticos. Los saberes humanísticos, por su parte,
se caracterizan por ser los que de un modo más radical transforman al hombre
en un hombre mejor. El hombre adquiere su perfección segunda solo si
actualiza sus potencialidades en un sentido integral y jerarquizado, es decir, de
un modo racional. Por algo el género próximo de toda virtud es la “rectitud de la
razón”.

Según este tercer criterio, los saberes humanísticos prototipos serán la


ética, la moral, la prudencia, ya que con su auxilio el hombre alcanza su
perfección segunda absolutamente última y trascendente. A estos le siguen los
saberes más perfeccionantes en algún ámbito determinado, y entre ellos se
jerarquizan en función de que su objeto sea más sapiencial, más necesario, y
también más adecuado para el desempeño laboral y social de cada uno. Sin
embargo, aquí hay que reconocer que los saberes no humanísticos también
son perfectivos de la persona y que entre los saberes humanísticos y no-
humanísticos, no cabe más que una distinción de grado.
Por este derrotero, se ha llegado a establecer que en función de los
distintos criterios para especificar los saberes humanísticos, el primer
analogado sería la antropología filosófica –si se juzga en función del criterio
material o del sujeto del que se trata- o bien la metafísica –si se atiende al
grado de liberalidad- o, por último, la ética si se considera su aptitud para
perfeccionar al hombre.

Por cortesía, en una elucubración sobre las humanidades debiera


incluirse alguna frase en latín, así habrá que traer a colación la máxima que
recuerda: corruptio optimi, pesima est; la peor de las corrupciones es la de
las cosas mejores. Por eso, al ser los humaníticos los más humanos, los más
liberales y los más perfectivos de los saberes, si el error los corrompe, resultan
los más deshumanizados, los más esclavizantes y destructores. A partir de las
reflexiones precedentes se podrían obtener algunas conclusiones.

El modo de agrupar saberes, que se designan con el término


“humanidades” es equívoco. Por ello resulta natural el discutir si un saber
pertenece o no al grupo humanístico y es epistemológicamente lícito el
sostener opiniones opuestas sobre el particular.

Por su carácter equívoco y confuso el término “humanidades” propicia


los malos entendidos y el error; a menos que se parta de un consenso acerca
de los individuos que lo constituyen y de las razones que lo aglutinan, de un
modo semejante a los que aquí se han ejemplificado. El carácter equívoco de
las humanidades, en cuanto grupo gnoseológico, puede superarse
relativamente mediante acuerdos convencionales, según se ha visto,
introduciendo así para ellas, un cierto carácter análogo.

No es adecuada la consabida división entre ciencias y humanidades,


también falta a las reglas de la división bien hecha, la oposición entre
humanidades y técnicas.

Sería correcta la oposición entre saberes humanísticos y no


humanísticos, aunque habría que considerar que entre los no-humanísticos se
enumerarían los saberes religiosos. Estos saberes sapienciales no
humanísticos son, que duda cabe, mucho más perfectivos del hombre que los
humanísticos, aunque su objeto material no es específicamente el hombre,
arrojan sobre su ser luces más potentes que las de los saberes humanísticos y,
son más liberales que cualquier otro saber.

Todas estas conclusiones especulativas, invitan, a una recomendación


práctica. Esta consiste en utilizar el término humanidades con especial
moderación, en manejarlo con todas las salvedades y distinciones
aconsejables, partir de convencionalismos bien determinados y evitar
oposiciones diametrales y bipolares respecto a otros saberes.

Es necesario precisar que el hecho de agrupar convencionalmente a una


colección heterogénea de saberes bajo un rubro, como es el caso de las
humanidades, no involucra ningún carácter peyorativo, aunque exige no perder
de vista que tal es su tipología grupal.

Por lo anterior, puesto que no se trata de un universal distributivo, lo que


se dice del todo no se dice de cada una de las partes y lo que se predica de
una de las partes no se predica del todo ni de las otras partes.

No todos los saberes humanísticos tienen la nobleza reflexiva que


consiste en que el hombre se contemple a sí mismo en el espejo intelectual. Ni
todos los saberes humanísticos son fines en sí mismos gracias a su condición
liberal. Tampoco todos los saberes humanísticos son perfectivos del hombre en
el mismo grado.

Hechas estas precisiones, hay que volver la cara hacia el problema de


carácter práctico coyuntural que enfrentan las humanidades. El contexto
cultural mexicano en el umbral del tercer milenio presenta una problemática
discriminatoria del papel de las humanidades en la planeación educativa. Tanto
en el diseño curricular de los planes de estudio –si se trata de la educación
escolarizada- cuanto en la distribución de los recursos como el tiempo, el
esfuerzo, y el gasto -si se trata de la educación informal- prevalece la
mentalidad pragmatista y la visión a corto plazo.

Es la consideración utilitarista del hombre, la enemiga fundamental de


las humanidades. Educar es procurar al hombre su perfección última y por ello
su perfección integral y personalizada, su plenitud no puede conseguirse
cabalmente si falta la actitud reflexiva de la persona sobre lo humano, sobre su
ser, sobre su fin, sobre sus capacidades, sobre sus conquistas seculares. Y
para ello resultan indispensables los saberes que –a título de objeto material-
inciden sobre lo humano.

Tal plenitud, de lo humano que es sobre abundancia, que es excelencia,


que es lo opuesto a la mezquindad, al objetivo de lo estrictamente
indispensable, no se consigue sin el cultivo de los saberes liberales por
excelencia, que son, como ya quedó justificado, los saberes humanísticos.

Tal plenitud, de lo humano, se consigue antes y mejor por los medios –


agentes educativos curriculares- más plenificantes, que son, como ya quedó
también sentado, los saberes humanísticos.

La crisis de finales de milenio que aqueja a la humanidad, es una crisis


de educación, que duda cabe, pero más específicamente, es una crisis de
educación humanística, una crisis causada tanto por la falta de valores
humanistas como por el fermento de antivalores también, desafortunadamente
de signo humanista, porque le pragmatismo, el utilitarismo, el materialismo, la
fobia metafísica, el relativismo moral –y tantas otras corrientes de signo
negativo- no son sino elementos destructores del auténtico humanismo.

La respuesta para esta crisis, la esperanza para el surgimiento, el aliento


para alcanzar la plenitud, la perfección del hombre, se encuentra, en gran
medida, en los valores que señalan y que procuran los saberes humanistas.

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