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SIMON BOLIVAR

EL LIBERTADOR
por
GILETTE SAURAT
Traducción Edgar V.
A mis hijos.

A mis nietos, Matthieu y Manuella


EL JURAMENTO DEL SAGRADO MONTE

En Roma, al final de un atardecer, en el mes de Agosto de 1805, un joven hombre desciende a


grandes pasos por encima de la escalera de Trinita dei Monti y avanza a paso vivo en la pequeña piazza
di Spagna.

De talla mediana, esbelto, seductor, lleva, con esta soltura que da el uso del hábito del mundo y
el hábito del lujo, un traje de fino linaje gris de largos vascos. De gruesos diamantes destellando en sus
puños y sobre su corbata de linón blanco.

Hace un gesto para llamar una carreta que desboca sobre la plaza, luego se regresa, impaciente,
hacia un hombre que aparecía a su regreso debajo de la escalera. Un hombre de edad madura, masivo,
con un rostro un poco pesado y de ojos penetrantes detrás de sus lentes de montura de acero. Su porte
simple, vista un poco descuidada, contrasta con la elegancia del joven dandi.

Algunas palabras que intercambian, todo en el momento en el que se instalan lado a lado en el
auto, nos enseñan que se trata de un preceptor y de su alumno, el idioma en el cual se expresan
pareciera que ellos son españoles, pero no españoles peninsulares, como se designaba entonces esos
nacidos en Europa, pero americanos, o aun criollos. Al final de cuentas, son extranjeros.

Roma está repleta. A los vestigios de las grandezas pasadas de la ciudad eterna se adhiere el eco
todo reciente de los triunfos de un nuevo Cesar, para llamarla atención de Italia, sobre el mismo teatro
de las escandalosas victorias de Bonaparte, convertido en Napoleón, las almas sensibles y sus corazones
hambrientos de gloria. En Roma, para no citar algunos como estos, Stendhal "se pasea", Goethe medito
y Chateaubriand, encantado por el recuerdo de Pauline de Beaumont, viene a sentarse en los mercados
del Coliseo, después de haber errado con la melancolía entre "los restos de los Imperios", los juzgamos
por el nombre que viene de lanzar al cochero, "Monte Sacro”, este joven hombre debe ser, el también
un apasionado de la Historia.

Sobre el Monte Sagrado, objetivo de un visita clásica- la cuarta jornada de Stendhal, vamos a
reconocer los lugares celebres donde la plebe, en revuelta contra el Senado, se retiro, en el Vto siglo
antes de nuestra era. Entrenados por Sicinius, como también paso en la Historia, los plebeyos decidieron
de cruzarse los brazos, de paralizar peligrosamente la vida de la ciudad, por este medio (ya) de obtener
el derecho de elegir a los tribunos y a los ediles encargados de representarlos.

Al pedido del joven hombre, el cochero comenzó a viva velocidad, lleva su marcha y el auto se
enciende, siempre a gran trote, en la vida Nomentana. Una vez atravesado el puente que atraviesa el
Anio, allí al pie del Monte Sagrado.

El curso pagado, el cochero despachado, los dos visitantes emprenden, por un camino de cebra,
el ascenso de la pequeña colina. El calor es abrumador. Lejos de ser afectado, el joven hombre, siempre
impaciente, casi febril, prueba alguna dificultad para enlentecer su paso, para seguirlo detrás de él, mas
pesante, de su compañero, del cual escucha los propósitos con una atención apasionada.

Este es el episodio famoso que el maestro comenta. Pero su exegesis, por el tono y la
orientación está lejos de reflejar el puro interés del historiador ó del humanista.

De hecho se obliga, vivamente de acuerdo por su discípulo, de establecer una similitud entre
estos eventos, remontando a las fuentes de la historia de Roma y los problemas que parecen poner su
condición de americanos, sujetos del Rey de España. El Senado es asemejado a la Majestad Católica,
Charles IV, y la situación de los plebeyos de Sicinius comparado a esa de los españoles del otro Atlántico,
aparentemente impacientes de librarse de una sujeción política que ellos juzgan intolerante e
inadaptada.

El recuerdo de la derrota del senado y de la total victoria de la plebe suscitó en el interior del
joven hombre una emoción intensa, que el maestro observa furtivamente con satisfacción.

Ellos alcanzaron la cima de la colina, cubierta de altas hierbas, de donde emergen bloques de
mármol y de pórfido. A sus pies, Roma se expone en toda su majestad… Las siete colinas doradas por los
rayos del sol decaído, los termas de Diocleciano, el mausoleo de Augusto, el Obelisco de la Trinidad de
los Montes y el Tíber, circulando sus aguas descoloridas a través de otros temples, de otras iglesias, de
otros pórticos, hasta la línea clara del horizonte que deja intuir el mar hacia la Ostia.

- Allí, se decide el maestro dejándose caer, un poco jadeante, sobre el tronco destrozado de una
columna. Aquí está por lo que debemos ser tiernos, nosotros, los Americanos, debemos elegir
nuestros magistrados, hacer entender nuestra voz, tomar en mano los destinos de la patria.

Curiosamente, el agrega sobre su compañero, al inicio y silencioso, sobre el tronco, la mirada


sorprendida e impaciente del actor, el cual, habiendo terminado su discurso, espera a su compañero una
replica que no llega. El no esperara mucho tiempo. El joven hombre gira bruscamente hacia él con un
rostro transformado.

- Yo juro delante de ud., mi maestro, el exclamó con una voz vibrante, yo juro por el Dios de mis
padres, yo juro por ellos, yo juro sobre mi honor que yo no dejare ni cese a mis brazos, ni reposo
a mi alma, hasta que yo no haya destruido las cadenas que nos oprimen por la voluntad del
poder español.

Desde luego, un gran suspiro épico pasa sobre el mundo, los pueblos están en marcha, los tronos se
hunden, el ejemplo de Washington y la trayectoria de Bonaparte despiertan en los corazones ardientes
una simulación heroica. Pero, si lo pensamos, el poder del imperio español, este monolito secular, sobre
el cual se han vencido convulsiones internas y codicias extranjeras, como no verse perfilar, detrás de la
delgada silueta del dandi, esa del caballero de lo irracional, el extravagante don quijote, ¿Desafiando
desconsideradamente los molinos de viento? Como no sonreír.
Sin embargo, este joven está lejos de ser un iluminado. Es de propósito deliberado que de
acuerdo con su preceptor, que él eligió estos lugares testigos de una de las primeras victorias de la
democracia, a fin de dar a su solemne compromiso un cuadro a su medida.

De cada una de las palabras pronunciadas, del cual el no presiente la densidad dramática, el se
convierte desde ese momento prisionero, y su vida será el cumplimiento del juramento del Monte
Sagrado.

Su acción se desarrollara sobre un territorio vasto como diez veces el tamaño de Francia. A
través de los picos congelados de los Andes, las playas del Pacífico y del Atlántico y las tierras calientes
que avecinan los confines amazónicos del Brasil, el blandirá durante veinte años el estandarte de la
independencia y de la libertad. Un día el podrá decir: “El mundo de Colon cesó de ser español.” El habrá
fundado cinco estados, perdido su inmensa fortuna, sus haciendas, sus minas, y liberado a sus esclavos.
A la hora de su muerte, su entorno no dispondrá incluso de una camisa para vestirlo decentemente. Se
deberá sepultarlo con una vestimenta amarillenta, dejada allí por un cacique indio, en las circunstancias
que el gran maestro de obra que es el destino, reservado a aquellos que él ha elegido para vivir una
existencia excepcional.

Este joven hombre, que juró en Roma, en 1805, emancipar un continente, se llamaba Simón
Bolívar. El lleva en la historia el nombre de “Libertador”

La historia, Simón Bolívar- hombre de guerra, liberador, legislador y escritor profeta – figura
entre los grandes gigantes que han influido en el curso, y su vida no puede disociarse de su obra. Sin
embargo, este libro se propone sobre todo, a través de la holgura de la crisis que sacude al mundo
hispánico a comienzos del siglo XIX, en intentar hacer conocer al hombre. El hombre reivindicado de
nuestros días por toda América Latina, del cual él encarna, el, cristiano de origen, la complejidad, el
potencial, la desmesura, la atracción misteriosa de sus razas hechizadas. Bolívar, es nuestra América,
escribió un pensador contemporáneo. Pero reivindicado también por España “como la expresión
inmortal de la Hispania Máxima”, se dirá, menos de un siglo después del fin de las guerras de
independencia, la gran voz de Miguel de Unamuno que agregara: “Bolívar, sin quien la humanidad
residiría incompleta.”

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