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del corazón
Don Luigi Giussani, El Sentido Religioso, Capítulo XI
En este sentido, cuanto más seriamente detalla el hombre la composición de las cosas, más
se exacerba su pregunta por el significado que tienen. Así, pues, la exigencia de la verdad implica
siempre la identificación de la verdad última, porque no se puede definir verdaderamente una verdad
parcial sino en relación con lo último. No se puede conocer nada fuera de la relación que tiene,
aunque sea veloz, todo lo implícita que se quiera, entre ella y la totalidad. Sin entrever al menos su
perspectiva última, las cosas se vuelven monstruosas.
La exigencia de la verdad implica, sostiene y traspasa también la curiosidad constante con la
que el hombre desciende cada día con más detalle a conocer la estructura de la realidad. Nada le
aquieta, nada. «¿Quid enim fortius desiderat anima quam veritatem?», decía san Agustín. «¿Qué
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desea el hombre más ardientemente que la verdad?» . La verdad, el significado real de cada cosa,
radica en el nexo que percibimos que tiene con la totalidad, con el fondo, con lo último. Este es el
momento álgido de ese nivel de la naturaleza en el que ésta llega a convertirse en «yo». Una vez,
Sócrates, que estaba enseñando en el Ágora de Atenas, en el momento culminante de su dialéctica,
cuando todos los rostros de sus discípulos estaban dramáticamente pendientes de él, paró de golpe
su razonamiento, suspendió su discurso y dijo: «Amigos, ¿no es verdad que cuando hablamos de la
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verdad nos olvidamos hasta de las mujeres?» .
1
San Agustín, Comentario al evangelio de san Juan 26, 5.
2
Cf. Platón, El banquete, XXIX, 211b-212a.
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La humanidad de una sociedad, su grado de civilización, se define por el apoyo que su
educación concede a mantener abierta de par en par esta apertura insaciable, a pesar de todas las
conveniencias e intereses que la quieren cerrar prematuramente.
¿Podemos imaginar que alguna vez el hombre, dentro de cien años, de mil, de mil millones
de siglos, llegue a decir «Lo sabemos todo»? Estaría acabado, no le quedaría más que suicidarse.
Habría terminado como hombre; es imposible hasta concebirlo. Porque el hombre, cuanto más se
introduce en lo real —el impacto con lo cual le ha solicitado y provocado irremediablemente—, más
cae en la cuenta de que todo aquello cuyo conocimiento va alcanzando, tal como citábamos antes de
Francesco Severi, está «en función de un absoluto que se opone como una barrera elástica a verse
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superado con los medios cognoscitivos» .
3
F. Severi, Dalia sctenza alla fede, op. cit., p. 103.
4
Cf. A. Gemelli, Il Francescanesimo, Edizioni O.R., Milán 1932, cap. XIII.
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aún que la hermosísima» . La atracción que ejerce cualquier belleza sigue una trayectoria paradójica:
cuanto más bella es, más remite a otra cosa distinta. El arte (¡pensemos en la música!), cuanto más
grande es, más nos abre. No ocluye, sino que abre de par en par el deseo: es signo de algo distinto.
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«Ama quien le dice al otro: tú no puedes morir» : también la intuición amorosa de Gabriel Marcel
remite a otra cosa diferente.
El carácter de exigencia que tiene la existencia humana apunta hacia algo que está más allá
de sí misma como sentido suyo, como su finalidad. Las exigencias humanas constituyen una
referencia, una afirmación implícita de la realidad de una respuesta última que está más allá de las
modalidades existenciales que se pueden experimentar. Si se elimina la hipótesis de un «más allá»,
esas exigencias se ven sofocadas de forma antinatural.
5
Cf. W. Shakespeare, Romeo y Julieta, acto I, escena I.
6
Cf. G. Marcel. «La mort de demain», en Trois pièces, Plon, París 1931, p. 161.