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Capítulo 1: Introducción
"Todos escriben ficciones en alguna medida, pero la mayoría las escriben sin tener la
menor idea de que lo hacen." Joyce Carol Oates.
Los relatos de Carlos Castaneda fueron uno de los acontecimientos culturales más
analizados de la época contemporánea. No sólo la revista Time le dedicó una de sus
tapas, sino que Castaneda se convirtió además en el blanco en el cual pusieran su mira
los círculos intelectuales -antropólogos, críticos literarios, filósofos, psicólogos físicos y
teólogos-. Estos estudiosos se preguntaban si sus obras serían descripciones empíricas
o ficciones literarias.
En esa época me tocó dar un curso sobre Castaneda en una pequeña universidad del
Medio Oeste norteamericano. En la primera clase, presenté material que "demostraba"
la autenticidad de los trabajos antropológicos de Castaneda, y recordé a los alumnos
que, a raíz de sus investigaciones de campo, había completado la licenciatura y el
doctorado en el Departamento de antropología de la Universidad de California en Los
Ángeles. Salí al paso de todas las manifestaciones de escepticismo de mis alumnos con
"pruebas convincentes" tomadas de diversas libros que se ocuparon del fenómeno
Castaneda (de Mille, 1976, 1980; Noel, 1976). Al término de la clase, mis estudiantes
dejaron el aula perplejos inquiriendo qué consecuencias tendría avalar la prepuesta de
que existe un mundo alternativo de experiencia como ése.
Comencé la segunda clase pidiendo disculpas a los estudiantes por haberles jugado
una treta: les confesé que los libros de Castaneda eran un fraude, y que mi propósito en
la clase anterior había sido mostrarles con qué facilidad podía persuadirlos a aceptar
una argumentación irracional mediante ciertas proposiciones que gozaban de
"autoridad". Traje a colación otras pruebas que "demostraban" bien a las claras la
falsedad de las descripciones de Castaneda y sugerían que para su invención había
tomado en préstamo las visiones psilocibínicas [i] del botánico Robert Gordon Wasson.
Agregué que en numerosas oportunidades el propio Castaneda admitió que todo era un
invento suyo. La clase debatió luego cómo se la había engañado hasta hacerle creer la
autenticidad de todas esas historias.
La semana siguiente volví a disculparme. Esta vez declaré a mis alumnos que los
había embaucado exponiéndoles argumentos unilaterales contra Castaneda y su obra,
del mismo modo en que antes había defendido su autenticidad. Les expliqué que era
menester prepararlos así para llegar a un punto en que fuera posible formular
interrogantes más profundas. Ahora resultaban evidentes ciertas cuestiones
problemáticas: ¿Qué criterios se presentan en cada contexto particular para distinguir
los hechos reales de la ficción?
La propia dicotomía entre lo que es ficción y lo que no lo es, ¿no surgirá acaso de una
determinada concepción del mundo? ¿Hasta qué punto es real lo real?
Este episodio nos insinúa que no hay correspondencia directa entre un suceso que
ocurre "fuera" de nosotros y nuestra experiencia interior de él. Hasta podríamos llegar a
proponer que el mundo, tal como cada uno lo conoce, es enteramente construido por él
mismo; pero a mi juicio este "solipsismo ingenuo" es una concepción tan limitada como
aquella otra según la cual el mundo real está "allí fuera" y nuestros sentidos no hacen
más que forjar un modelo interno de él. Hay una concepción más abarcadora, que
consiste en entender cada una de estas perspectivas (la del solipsismo ingenuo y la del
realismo ingenuo) como atisbos sólo parciales de un cuadro total.
Análogamente, cada tanto se pone de moda que algún estudioso afirme haber
atrapado la verdad, y cuando el clima académico cambie, declare devotamente que no
existe nada que pueda llamarse la verdad. Sostengo que cualquier posición,
perspectiva, marco conceptual de referencia o idea es la corporización parcial de una
totalidad que jamás podemos captar por entero. La verdad puede hacemos caer en el
lazo de vez en cuando, pero nosotros jamás podemos hacer caer en el lazo a la verdad.
Por consiguiente, comenzaré este libro con una desmentida: no creo que nadie
conozca totalmente o pueda jamás conocer totalmente, los procesos que dan cuenta del
cambio personal y social dentro o fuera de la terapia. Más bien pienso que las tentativas
de la ciencia social por comprender el cambio suministran innumerables modelos
parciales del proceso terapéutico, que con suma frecuencia se desdoblan en disyuntivas
del tipo "o bien... o bien...", en las que se sostiene que sólo una de las partes de esta
dualidad es verdadera, correcta o más útil que la otra
He iniciado este libro con el ejemplo de Carlos Castaneda como oportuno recuerdo de
la facilidad con que caemos en la trampa del "o bien... o bien...''. No es menester que
nos auto limitemos preguntándonos: "¿Son reales nuestras descripciones de la
experiencia?" o bien: "¿Son invento nuestro?" Mucho más fascinante y amplia es esta
otra pregunta: "¿Cómo hacemos para que converjan diferentes perspectivas, ya se trate
de la realidad y la ficción, la comprensión formal y la acción práctica, o un problema y su
cura?"
Interesa destacar que por la misma época en que se publicaron los relatos de
Castaneda, otra figura adquiría renombre y comenzaba a ser respetada en el mundo de
la psicoterapia. Dio la coincidencia de que viviera en la misma región geográfica en que
Castaneda descubrió a su mentor -coincidencia que llevó a algunos clínicos a hacer la
broma de que, en realidad, don Juan era el nombre, ficticio de este magistral terapeuta:
me refiero a Milton H. Erickson.
Milton estaba trabajando con un alcohólico que había sido un héroe en la Primera
Guerra Mundial, y que vino con un álbum de fotografías suyas y recortes de periódicos.
Ahora era un borracho empedernido y quería curarse de eso. Le mostró el álbum a
Milton quien lo tomó y lo arrojó al canasto de los papeles, diciéndole "esto, no tiene
nada que ver con usted". Conversaron un rato, y luego Milton le preguntó cuál era su
modo habitual de iniciar las francachelas. Bueno -respondió el hombre- pido dos vasos
grandes de whisky, me bebo uno y lo acompaño con una cerveza, me bebo el otro y lo
acompaño con otra cerveza y entonces ya estoy listo". "Muy bien le contestó Milton,
cuando salga de este consultorio se irá al bar más próximo y pedirá dos vasos de
whisky; cuando se haya mandado el primero dirá: "Se lo dedico a ese bastardo de
Milton Erickson, para que se atragante con sus propias escupidas". Cuando termine el
segundo, dirá: "Se lo dedico a ese bastardo de Milton Erickson, para que se pudra en el
infierno Buenas noches". (Citado en Bateson y Brown, 1975, pág. 33).
Lo más notorio de la manera de trabajar de Milton Erickson era su misterioso modo da
ingresar en el mundo vivencial de su cliente y alterarlo en forma tal que la
sintomatología desaparecía y el sujeto podía echar mano de sus propios recursos. En el
ejemplo mencionado, Erickson coloca la borrachera del individuo dentro del marco
contextual de un "bastardo" que tomaba su querido álbum y lo arrojaba al canasto; a
partir de entonces, el hombre no bebería un solo trago sin montar en cólera contra "ese
bastardo de Milton Erickson" y esta misma cólera le daba un nuevo recurso para
ayudarlo a manejarse con su problema.
Bateson fue un hombre insólito para nuestra época. Rollo May (1976) lo describió así:
En varias ocasiones Bateson admitió que le complacía tener un "olfato notable"; con
esto quería decir que podía distinguir rápidamente lo tonto de lo brillante -habilidad muy
a menudo ausente en las ciencias humanas-. El valor del "olfato" de Bateson radicaba
en que era capaz de poner al descubierto y enlazar entre si una amplia variedad de
ideas y observaciones que pueden servir de fundamento para una ciencia humana
diversa. Stephen Toulmin (citado en Wilder-Mott y Weakland, 1981), profesor de
pensamiento social y filosofía en la Universidad de Chicago, declara que "lo que vuelve
tan significativa la obra de Gregory Bateson es que fue el profeta de una ciencia
'posmoderna'... y vio que para dar el primer paso hacia la indispensable reorientación
filosófica de las ciencias humanas se necesitaba una nueva epistemología (pág. 365).
Definida en términos muy simples, la cibernética forma parte de una ciencia general de
la pauta y la organización. Adoptar una concepción cibernética es ingresar en un mundo
de descripción radicalmente distinto de lo habitual; y para ello e1 clínico precisa un
bosquejo sistemático del pensamiento cibernético. Este libro constituye un esfuerzo
para elucidar los conceptos cibernéticos y facilitar su aplicación terapéutica. Confío en
que gracias a este manual de ideas cibernéticas útiles para los clínicos, el campo de la
terapia familiar pueda volver a conectarse con una tradición epistemológica más
esclarecedora.
Los terapeutas suelen parecerse a un cocinero más interesado en loa libros de recetas
que en las teorías científicas sobre la nutrición. Extendiendo esta analogía podemos
decir que por más que el cocinero aduzca que esas teorías nada tienen que ver con su
arte culinario lo cierto es que su elección de las recetas y sus métodos reflejarán
determinadas premisas sobre la nutrición, así como sobre las reglas que rigen en la
cocina. En ese sentido, toda acción práctica corporiza ideas formales.
Hay teorías al alcance de personas orientadas hacia la acción cuyo primer impulso
consiste en [decir]...: "Lleven la teoría a la sala del hospital y pruébenla. No malgasten
años tratando de comprenderla. Simplemente apelen a cualesquiera conjeturas que
parezcan desprenderse de ella". Es probable que esas personas se frustren y que
hagan daño a sus pacientes. La teoría no es meramente un aparato más que puede
utilizarse sin comprenderlo (pág. 237).
Lo ideal sería que los clínicos dejaran atrás la dicotomía tradicional entre teoría y
práctica clínica, y que se las vieran con ambos dominios de la terapia A fin de
desarrollar una perspectiva que abarque estos opuestos aparentes, tenemos que
prestar atención a la epistemología. Siguiendo a Bateson, utilizó el término
"epistemología" para designar las premisas básicas que subyacen en la acción y la
cognición. Este examen de nuestros supuestos epistemológicos nos permitirá
comprender más cabalmente cómo percibe, piensa y actúa el clínico en el curso de la
terapia.
Por otra parte, el cambio epistemológico es él más profundo que los seres humanos
son capaces de manifestar, va que significa transformar la propia manera de vivenciar el
mundo. Para don Juan, el maestro de Castaneda, "detener el diálogo interno" era el
requisito previo para experimentar una epistemología alternativa:
El dilema de maestro y alumno -así como el del terapeuta y su cliente- es que rara vez
estos niveles de aprendizaje o cambio se alcanzan en forma directa. Muchas escuelas
terapéuticas sostienen que la intelección consciente, la comprensión y la persuasión
lógica directa son las herramientas que se necesitan para cambiar, no obstante.
Bateson don Juan, y Erickson solían proceder de otro modo. Sus métodos para
provocar el cambio abarcan otras técnicas como las de alentar el comportamiento
problemático, amplificar las desviaciones o anomalías, sugerir una recaída, destacar los
aspectos positivos de un síntoma o provocar confusión.
Don Juan (Castaneda, 1974) señala que "los brujos están convencidos de que todos
nosotros somos una manga de necios". y que "nunca podemos renunciar
voluntariamente a nuestro trillado control, y por lo tanto necesitamos que se nos
practique algún truco" (pág. 234). Y añade que este "truco" tiene el propósito de
"distraer la atención de la persona, o atraparla, según el caso" (Ibíd.). Por ejemplo, don
Juan le enseñó a Castaneda a acercase cautelosamente a una montaña del siguiente
modo: debía curvar sus dedos, poner atención en sus brazos y luego dirigir sus ojos el
hacía horizonte, a fin de experimentar en que consiste ser un "guerrero. Pero más tarde
le dijo que todas estas instrucciones concretas carecían de importancia, y habían
servido simplemente para apartar la razón y las rutinas habituales.
Análogamente, Milton Erickson solía recomendar a sus clientes minuciosas tareas cuya
única finalidad era desorganizar su contexto sintomático.
Tanto don Juan como Erickson recurrían, a la confusión para provocar el cambio
Castaneda (1974) sostiene que para saltar de un mundo de la experiencia a otro se
requiere una gran cantidad de experiencias ilógicas generadoras de confusión -los
"trucos" de don Juan-. Erickson explica que esa confusión es una manera de distraer la
conciencia del cliente, a fin de permitir que su inconsciente encuentre la solución.
Uno de los propósitos de este libro es demostrar que la cibernética ofrece una
comprensión estética del cambio, un respeto, aprecio y admiración por los sistemas
naturales, que según Bateson suele faltar en los diversos campos de la psicoterapia: les
objetaba a los clínicos que instrumentasen nuevas técnicas y métodos sin tomar en
cuenta la estética.
Mi postura es evitar toda dicotomía del tipo "o bien... o bien..." frente a la estética y la
pragmática: prefiero considerar la estética como un marco contextual para la acción
práctica. El énfasis unilateral en la pragmática puede generar la descontextualización
ecológica de la terapia, haciendo que con harta facilidad uno piense que su bagaje de
tretas, procedimientos de curación y métodos para resolver problemas no tienen nada
que ver con las pautas estéticas más abarcadoras de la ecología. Análogamente, una
estética de la terapia que no tuviera en cuenta la técnica pragmática podría dar origen a
una asociación libre sin sentido.
En los restantes capítulos se aplican estas ideas a fin de indicar como pueden
discernirse las pautas cibernéticas en la terapia familiar. En el capítulo 4 se proporciona
un encuadre cibernético general de las principales distinciones efectuadas en el curso
de la terapia, incluidas las de sistema, patología, salud, terapeuta y ecología. Se ilustra
así cómo se construye una descripción cibernética.
El cambio, tema central de la terapia familiar, es también el del capítulo 5. Aquí se nos
revela la cibernética como una forma de conceptualizar la organización del cambio y la
estabilidad: ella nos provee de una concepción complementaria tal que es imposible
analizar uno sin analizar la otra. Gracias a este examen del cambio en ese capítulo,
podremos también desenmarañar lo que efectivamente acontece en el curso de la
terapia.
En el capítulo final, titulado "La estética como base de liar", la terapia familia "La
terapia como base de la terapia familiar", se expone un enfoque estético para
contextualizar nuestras, ideas sobre la acción terapéutica. Se esclarecen las patologías
derivadas de las finalidades y manipulaciones conscientes desprovistas de principios
estéticos, y se examina la relación entre técnica, práctica y arte.
Tal vez el lector note que cada capítulo es en verdad un modo distinto de decir lo
mismo. Todos los caminos conducen a una epistemología idónea para la estética del
cambio. Comparando los capítulos entre si e integrándolos, puede efectuarse un
reconocimiento del territorio de la epistemología cibernética.
Si en lo que sigue logramos que el lector comprenda cuál es la diferencia radical entre
la epistemología cibernética y nuestros modos habituales de conocer, es más probable
que el mundo de la terapia pueda ser transformado. Los lectores que hayan entendido
esto pueden pasar a examinar la epistemología cibernética como una manera de
redescubrir la naturaleza biológica de nosotros mismos, de nuestras relaciones
interpersonales y de nuestro planeta. Esta comprensión es absolutamente decisiva en el
momento y lugar en que vivimos: los armamentos siguen apilándose los pueblos
continúan batallando por territorios, venenos creados por el hombre ya están
incorporados a nuestra progenie y la educación suele producir un saber trivial. A
menudo, la sabiduría estética indispensable para salvarnos y salvar al planeta suele
desecharse en favor de soluciones pragmáticas que son el fruto de la codicia y de la
incomprensión biológica. Esta situación nos lleva a una sola conclusión: que gran parte
de la cultura en que vivimos es insana. Algunos incluso coincidimos con Bateson (1972)
cuando dice que "quizá tengamos una posibilidad del cincuenta por cierto de sortear los
próximos veinte años sin que se produzca una catástrofe más que la mera destrucción
de una nación o grupo de naciones, (pág. 487) [trad. cast 520] .
Pero aún quedan, esperanzas. El poeta nos recuerda que lo imperioso es comprender
nuestra propia naturaleza; la epistemología cibernética será un mundo para ello. En las
palabras de T. S. Eliot, este percatamíento requiere
[i] La "psilocibina" es una de las sustancias químicas aisladas, por los doctores Albert
Hofman Arthur Brack y Hans Kobel a partir de los hongos alucinógenos que Gordon
Wasson recogió en Méjico de manos de la curandera (o sabia) mazateca María Sabina;
véase Álvaro Estrada, Vida de María Sabina, la sabia de los hongos, Méjico, Buenos
Aires, Siglo XXI, 5ª ed. 1984. [T.]