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Inexplicable
Título Original del Borrador: Príncipe: Un Paseo por el
Aprendizaje
Publicado por: Lulu
Estados Unidos
Todos los derechos reservados. Ninguna porción de
este libro puede ser reproducido.
© 2010, Gilberto Annesdy Rodríguez Tellado
annesdy@hotmail.com
© Fotografía: Digital Photography/Wanda Aquino
© Imágenes: Fotolia.com/ Portada: Bertold
Werkmann/Contraportada: Kudryashka/Biblioteca:
Chorazin/Calabozo: Heinz Hemken/Castillo
Analfabeta:Sharpner
ISBN:
Sobre el Autor
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Digital Photography
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Betty, Eduardo, Josué, Roger y Zahimely. Gracias por
su amistad y cariño. Por creer en mi proyecto cuando
solamente era un sueño.
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PRÍNCIPE:
INEXPLICABLE
Leyenda
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Este dibujo significa que el príncipe está durmiendo.
ÍNDICE
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Capítulo uno
El comienzo de mi cambio
Capítulo dos
Rumbo al Castillo del Aprendizaje
Capítulo tres
¿Qué está sucediendo?
Capítulo cuatro
No me doy por vencido
Capítulo cinco
El Castillo Analfabeta
Capítulo seis
La hora cero
Capítulo siete
La hora cero: Versión Amanda
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Capítulo ocho
El nuevo rey del Castillo de la Biblioteca
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En este libro no se enseña nada, excepto lo que se
aprende, y esto depende del lector.
EDWARD DE BONO
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CAPÍTULO UNO
EL COMIENZO DE MI CAMBIO
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©Chorazin
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ser un futuro rey que pueda entender a su pueblo…
Mi padre y yo nos parecíamos, excepto por el amor
tan grande que le tenía a la literatura. Era el tipo de
rey que creía que mientras existiera la lectura
existirían el conocimiento, el análisis y la libertad de
pensamiento. Un país que no es lector es un pueblo
fácil de gobernar, mas eso a mi padre no le llamaba la
atención; él quería ciudadanos pensantes, que junto a
él pudiera alcanzar a ser el castillo más próspero de
todo el mundo. Me abrazó con fuerza durante varios
minutos; luego, salió de la habitación. Subí a mi
cuarto para guardar el libro y salir del palacio;
deseaba dar una vuelta.
Estaba lloviendo cuando bajé las escaleras de mi
palacio. No consideré para nada regresar a mi
habitación tan temprano en la noche. Así que comencé
a correr como un niño pequeño; disfrutaba cada gota
que entraba en mi largo y reluciente cabello. Corriendo
sin ningún rumbo fijo, de momento mis pies
resbalaron en la carretera y caí encima de una
doncella del palacio.
—Disculpe, señor Lemuel —dijo con una sonrisa, al
mismo tiempo que me miraba fijamente.
—¿Cómo que disculpe? Yo soy el que debería pedirte
disculpas por mi torpeza —respondí, devolviendo la
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mirada fija.
—Acepto sus disculpas. Ya se puede poner de pie si
quiere.
Me puse de pie rápidamente, pero si me hubieran
dejado me habría quedado admirando sus ojos toda la
noche.
Me quedé mirando su belleza lentamente. Ella era la
doncella más hermosa que había visto en el Castillo de
la Biblioteca. Mi corazón recibió un impacto por su
rostro juvenil, su pelo castaño, su mirada que parecía
traspasar todo mi ser. Nunca la había visto, a pesar de
que mis padres siempre tenían eventos sociales con la
realeza, con los caballeros y los campesinos. Pensaba
que todo lo había visto, pero al ver a esa chica
preciosa frente a mí, me dio la impresión de que aún
me faltaba mucho por recorrer en este pueblo tan
grande.
—¿Cómo te llamas? —pregunté tímidamente.
—Me llamo Amanda —contestó con celeridad.
—Mi nombre es…
—Señor Lemuel, ¿quién no lo conoce a usted? —
interrumpió irónicamente.
—Está lloviendo demasiado. ¿Quieres tomarte algo
caliente?
—Lo siento, señor Lemuel, me tengo que ir a mi casa.
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—Amanda, me puedes decir Lemuel.
—Pues, como te iba diciendo, Lemuel, será para otra
ocasión. Me tengo que retirar. Que pases buenas
noches.
Sin decir otra palabra, dio media vuelta, corriendo
hacia su destino, hasta desaparecer por los callejones
del pueblo.
Ella tenía que ser un ángel caído del cielo, belleza que
nunca había admirado. Había tenido la oportunidad de
conocer doncellas, pero ella era la que mi corazón
había elegido. Me regresé al palacio, a buscar a mi
madre en su lugar favorito, en la cocina. Era muy
grande. Allí se realizaban los bizcochos más sabrosos y
las comidas más deliciosas. Mi madre no tenía por qué
cocinar, pero si comparaba sus comidas con las de
nuestros cocineros, prefería las de ella. Mi madre
Carlota era la mujer más humilde y amorosa de todo
el palacio.
Cuando mi abuela llegó a este castillo, se convirtió en
una de las criadas de los reyes, así fue que mis padres
se conocieron, hasta que —ya saben la historia—
crecieron y se casaron. Como mi pueblo era un país
pensante, aceptó la boda entre alguien de la realeza y
una mujer plebeya. Para mi madre eso significaba un
compromiso especial, ya que trabajaba fuertemente,
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de forma que el pueblo no tuviera un comentario
negativo de su persona. Mi madre repartía comidas a
los más necesitados, ayudaba a todos los que se
acercaban y de esta forma fue ganándose el respeto y
la admiración del pueblo.
—¿Comenzaste a leer el libro que te regaló tu padre?
—No. Es que tú sabes que no me gusta leer.
—¡Hijo!
—¡Madre! Estamos aquí comiendo tranquilos; no
comencemos con la misma cantaleta.
—Sabes que tu padre quiere lo mejor para ti —sirvió
sus dulces medievales que tanto me gustaban—. Ya
tienes diecisiete años. Necesitamos que cuando seas el
rey de este castillo seas una persona lectora,
pensante, íntegra, llena de valores, y que sepas
interpretar.
—Madre, no quiero ofenderte —me levanté de la silla
—. Para tener valores no hay que saber leer y para ser
pensante tampoco.
—Entiendo, hijo, pero mientras más te llenes de
información, más cosas vas a saber de la vida. El
conocimiento te hará libre.
—Madre, te lo agradezco de veras, pero no necesito
leer.
Despidiéndome con un beso, me retiré de la cocina,
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tomando la dirección de mi habitación para descansar,
ya que al día siguiente me esperaba un día largo.
Primero me tenía que levantar temprano para ir al
bosque y olvidarme por un momento del libro que
tenía que leer, gracias a las ocurrencias de mi padre, y
no escuchar las cantaletas de mi amada madre,
diciéndome lo que tenía que hacer. Así que, por un
momento, a dormir y a descansar en mi grande y
cómoda cama.
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premonición? Realmente, no tenía idea, pero ya quería
despertar. En esos momentos, la pantalla de mi vida
oscureció y se llenó de colores e imágenes. Me
encontraba en un castillo muy hermoso y difícil de
describir. Los caballeros estaban más fuertes,
saludables; muchas personas leyendo, educándose,
con los mejores escritores y científicos que nunca
había visto. El palacio era el doble en todo y más
lujoso. Me sentía a gusto al estar ahí; quería vivir en
ese lugar. Entré a una habitación. Era tan grande que
asumí que era el dormitorio del rey. Cuando me miré
al espejo, estaba vestido con unas túnicas especiales.
Una corona más grande que la de mi padre, el rey
Fernández. Aquí sí quería vivir; me sentía feliz, con
ganas de ayudar a las personas, pero sin idea de
cómo comenzar. De repente, el dormitorio se
oscureció. Esta vez, no quería salir de este hermoso
sueño; quería estar en ese lugar por el resto de mi
vida. Pero no fue así. Me transporté a un bosque;
parecía el que visitaba durante las mañanas para
evitar las clases, pero esta vez también tenía algo
diferente. En un momento, un tigre se acercó a mí,
mirándome fijamente a los ojos. Rápidamente, el
miedo me invadió; me quedé paralizado, en una sola
pieza, sin respiración. El tigre seguía mirándome y yo
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continuaba parado. Se paró en dos patas y abrió la
boca.
—Ni se te ocurra pensar que te voy a comer —dijo el
tigre.
—¿Puedes hablar?
—No, solo en tus sueños. No tienes nada de qué
preocuparte aquí. Soy un sabio que te hace una
advertencia. Quiero que sepas que de lo único que te
tienes que preocupar es del castillo en donde vives.
—¿Por qué lo dices? —seguía observándolo, pero con
precaución. Pensaba que en un descuido me iba a
devorar.
—En el Castillo de la Biblioteca se aproximan malos
tiempos, donde el poder estará en la lectura.
No podía creerlo, soñando con puras boberías. Estaría
loco. Tendría que eliminar esas meriendas que me
estaba comiendo antes de acostarme; me estaban
haciendo daño. La pantalla se volvió a colocar
nuevamente negra; esta vez quería despertar a la
realidad. No quería ver reinas malas ni cuartos
oscuros, ni castillos hermosos; simplemente deseaba
estar en mi hogar.
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que había subido las cortinas por órdenes de mi madre
para que me fuera a estudiar. Bajé las escaleras
lentamente, con precaución, para evitar encontrarme
con mis padres y así escaparme al bosque. Cuando por
fin lo estaba logrando, estaba a punto de salir del
palacio, escuché unos murmullos que venían de la
habitación oscura que ellos llamaban con tanto cariño
la biblioteca. Me acerqué a la puerta sin que nadie se
diera cuenta y escuché las voces de mis padres, un
poco preocupados.
—Fernández —le dijo mi madre a mi padre con un
tono de dolor—, creo que Lemuel no está preparado
para ser rey interino.
—Carlota, ¿qué podemos hacer? Hay una convención
anual de reyes en el Castillo del Aprendizaje. Sabes
que es solo en unos días y ninguno de los dos puede
faltar.
—Entiendo, amor, pero Lemuel ni siquiera entra a las
clases. No ha leído
el libro que le regalaste que le enseña las cosas
básicas de la vida. Nuestro hijo es un muchacho
bueno, le aconsejo y le digo, pero no quiero
escuchar. Ser bueno no es suficiente para triunfar en
la vida.
Salí de la puerta. Sentía varias sensaciones. Por un
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momento, me encontraba lleno de felicidad, porque
podría hacer lo que quisiera durante su ausencia, pero
a su vez lleno de dolor por saber que mis padres no
podían confiar en mí. Estaba casi llegando a la puerta
para la salida del palacio cuando me llamó mi padre.
—Lemuel —su voz de autoridad me detuvo—, quiero
hablar contigo.
—Padre, no es lo que piensan; solo iba a salir a tomar
un poco de aire.
—Tranquilo, hijo. Es que tu madre y yo iremos a la
convención anual de reyes y nos quedaremos en el
Castillo del Aprendizaje por varios días.
—¡Qué bien! ¿Yo me voy con ustedes? —dije
disimulando, como si no supiera lo que ellos estaban
hablando secretamente—. ¿Comienzo a empacar?
—Lo siento, hijo, esta vez es solo para los reyes.
—¿Quién se va a quedar a cargo?
—Tu madre y yo estuvimos hablando. Decidimos que
vamos a pedirle a tu primo David II que se quede a
cargo del castillo en lo que nosotros regresamos.
—¿Qué? Papá, ¿mi primo? Tú sabes que es un
irresponsable, él no tiene corazón. No es justo, yo
tengo derecho a ser el rey.
—Hijo, es por el bien del castillo; además, tú sabes
que todo esto va a ser tuyo. Tu primo nunca tuvo la
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oportunidad de ser heredero, a pesar de que su padre
era mayor que yo. Él murió en un accidente cuando
apenas ustedes eran niños y entonces yo fui el que lo
sustituyó. Si mi hermano no hubiera muerto, David II
sería el sucesor.
—No tendrá reinado, pero tiene bastantes riquezas.
—Él tiene lo que le corresponde, hijo.
—Bueno, si así tú lo deseas, así será. ¿Me puedo
retirar?
—Sí, hijo, puedes retirarte.
No entendía por qué estaba tan molesto. En esos días
me podía perder por el bosque sin rendirle cuentas a
nadie y sin responsabilidades.
Algún día crecería, reinaría ese palacio. No entendía
por qué tantos celos con mi primo, si sería libre. Me fui
a caminar hasta llegar a uno de los parques del
castillo, a lo lejos, vi a Amanda, rodeada de niños.
—Hola —dijo tímidamente—. Príncipe Lemuel, ¿qué
haces a estas horas por aquí?
—Primero, no me digas príncipe; segundo, no necesito
otra madre, con la mía es suficiente.
—Disculpe, joven —bajó la cabeza, apenada—. Jamás
le llegaría a los tobillos a la reina Carlota.
—Bueno, ya, no me vas a decir que todos estos niños
son tuyos.
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—No, joven —cambiando su semblante a rosado—. Es
que antes de las clases, les leo cuentos a los niños
como un servicio para la comunidad del castillo.
—¡Qué horror! No te preocupes, Amanda, que les
pediré a mis padres que quiten ese horrible
reglamento.
—Ay, Lemuel —sonrió—. Tú tienes unas ocurrencias…
¿Sabes una cosa? Me gusta hacerlo, me hace sentir
una persona útil.
Además, cuando les leo a los niños también obtengo
algún conocimiento.
—Bueno, si tú lo dices.
Nuestras miradas se cruzaron nuevamente. De
momento, los niños nos rodearon con su ternura y
diversión. Ella tomó una pluma con una hoja y realizó
un dibujo, entregándomela en mis manos, besándome
en mi mejilla. Se alejó de mí, corriendo con los niños.
Procedí a abrir la hoja y eran corazones, con estrellas
alrededor. Eso me gustó. Sentir que la doncella más
hermosa del Castillo de la Biblioteca se había fijado en
mí.
—Vaya, Lemuel, verdaderamente la historia se repite
—se bajó David de un caballo blanco—. No puedo
creerlo, primo. Pensé que habían cambiado, pero veo
que ustedes van de mal en peor.
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—¿Qué quieres decir, David?
—Tu padre se casó con la hija de una criada y ahora tú
coqueteándole a esa. Tú no tienes dignidad.
—Cállate, David, que sea la última vez que hablas de
mis padres y de Amanda. Ella es la doncella más
hermosa que he visto.
—¿Doncella? De verdad que no sabes nada. Ella es
una de mis criadas, Lemuel. Pero no te preocupes, que
hacen bonita pareja; ambos se ven comunes.
—Para mí sigue siendo la doncella más hermosa de
todo el castillo, más
hermosa que todo el palacio. Ella es como un sello que
se está pegando lentamente en mi corazón.
—Ay, qué cursi. Bueno, te dejó, que tengo clases de
literatura, algo que creo nunca vas a entender.
David II se creía el mejor, y cuando se enterase de
que sería el rey interino, no quería imaginarme. Sería
más insoportable. Creía que era el momento de tomar
unas clases, empezar a educarme un poco, pero mi
mente seguiría igual. Mi día perfecto tomó otro rumbo.
Entré a todas las clases, tratando de aprender cosas
que no tenían que ver con mi vida.
Pasé un día muy raro, pero muy productivo para mi
cerebro. No pasé de un salón sin que los maestros me
felicitaran por entrar a tomar sus clases. Salí tan
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cansado de los cursos que llegué exhausto al palacio.
Subí las escaleras directo a mi cama. Tenía un sueño
que yo creía que de esta ni una batalla me
despertaría.
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—No soy un tigre, soy un leopardo. Me llamo Josué, el
leopardo sabio del bosque.
—Quiero que me contestes, ¿el sueño de la noche
anterior es real? ¿Eso fue una premonición?
El leopardo sabio salió corriendo muy rápido y se
subió en una montaña, y de momento sacó unas alas
como de águila.
—Mientras mires de la forma en que estás mirando,
vas a ver cosas que nunca podrás entender. Pero saca
tus alas como las del águila, cambia el ángulo de las
cosas que estás viendo y tendrás las respuestas. Es el
momento para que comiences a volar; es el tiempo de
madurar, porque algo se acerca y tienes que estar
preparado.
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soñaba lo mismo. ¿Me olvidaba? ¿Seguiría con mi vida
cotidiana o tendría que comenzar a hacer caso a lo
que Josué y las demás imágenes me estaban
mostrando?
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CAPÍTULO DOS
RUMBO AL CASTILLO DEL APRENDIZAJE
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