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Príncipe:

Inexplicable
Título Original del Borrador: Príncipe: Un Paseo por el
Aprendizaje
Publicado por: Lulu
Estados Unidos
Todos los derechos reservados. Ninguna porción de
este libro puede ser reproducido.
© 2010, Gilberto Annesdy Rodríguez Tellado
annesdy@hotmail.com
© Fotografía: Digital Photography/Wanda Aquino
© Imágenes: Fotolia.com/ Portada: Bertold
Werkmann/Contraportada: Kudryashka/Biblioteca:
Chorazin/Calabozo: Heinz Hemken/Castillo
Analfabeta:Sharpner

ISBN:

Todos los derechos reservados. Esta publicación no


puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni
registrada en o trasmitida por un sistema de
recuperación de información, en ninguna forma ni por
ningún medio.

Sobre el Autor

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Digital Photography

Nació en Río Piedras, Puerto Rico. Gilberto Annesdy


Rodríguez Tellado se crió en el pueblo de Toa Baja.
Estudió Maestro a nivel temprano con una segunda
concentración en Tecnología Educativa, en la American
University of Puerto Rico, recinto de Bayamón.
Después de graduarse como Maestro, comenzó sus
estudios como Bibliotecario en la Universidad de
Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Actualmente
trabaja en la Escuela María J. Corredor, ocupando la
posición de maestro bibliotecario. También pertenece
a la Asociación Internacional de Poetas y Escritores
Hispanos.

A mi Dios. Tú eres mi inspiración.


A mis padres, Ixia Tellado Beauchamp y Gilberto
Rodríguez Febus, por su amor, educación y valores.
A mis abuelos, Santos Tellado Rivera y Cándida
Beauchamp Aquino, por regalarme su amor
incondicional.
A mi familia Rodríguez y Tellado, especialmente a

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Betty, Eduardo, Josué, Roger y Zahimely. Gracias por
su amistad y cariño. Por creer en mi proyecto cuando
solamente era un sueño.

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PRÍNCIPE:

INEXPLICABLE

GILBERTO ANNESDY RODRÍGUEZ TELLADO

Leyenda

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Este dibujo significa que el príncipe está durmiendo.

ÍNDICE

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Capítulo uno
El comienzo de mi cambio

Capítulo dos
Rumbo al Castillo del Aprendizaje

Capítulo tres
¿Qué está sucediendo?

Capítulo cuatro
No me doy por vencido

Capítulo cinco
El Castillo Analfabeta

Capítulo seis
La hora cero

Capítulo siete
La hora cero: Versión Amanda

7
Capítulo ocho
El nuevo rey del Castillo de la Biblioteca

La inteligencia consiste no solo en el conocimiento,


sino también en la destreza de aplicar los
conocimientos en la práctica.
ARISTÓTELES

Mi pueblo perece por falta de conocimiento.


Oseas 4:6

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En este libro no se enseña nada, excepto lo que se
aprende, y esto depende del lector.
EDWARD DE BONO

Inteligencia es lo que usas cuando no sabes qué


hacer.
JEAN PIAGET

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CAPÍTULO UNO
EL COMIENZO DE MI CAMBIO

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©Chorazin

En un silencio profundo donde se escuchaban los


pasos que bajaban las escaleras del palacio,
caminando sin mencionar una sola palabra, llegamos
hasta la última habitación. Mirando una puerta vieja,
que estaba a punto de derrumbarse, abrimos la puerta
lentamente, evitando cualquier ruido innecesario. El
lugar se encontraba oscuro, lleno de viejos libros. Su
temperatura era de veinte grados y el olor era a
humedad. Prendiendo una vieja lámpara para
alumbrar todos los escritos, no me dejaba hacer
ningún tipo de comentario. Era como si entráramos en
una especie de altar. Con admiración, mi padre
observaba todos esos viejos libros, mientras que yo le
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brindaba poca importancia.
Años atrás, existía un pueblo llamado el Castillo de la
Biblioteca, cuyo nombre daba el honor a sus
ciudadanos. En este pueblo estaban los mejores
escritores, caballeros, agricultores y maestros. Todos
los habitantes habían tenido la oportunidad de nacer y
criarse en este pueblo, menos mi abuela. Ella escapó
del Castillo Analfabeta cuando apenas mi madre tenía
meses de nacida. El Castillo de la Biblioteca les abrió
las puertas, hasta que mi madre logró casarse con mi
padre, el príncipe Fernández. Me había visto obligado
a aprender a leer, llenarme de conocimientos y ser
analítico, mas todas esas cosas me aburrían
demasiado; por tal motivo, empecé a escaparme de
las clases medievales para dedicarme a otros asuntos
que eran más importantes para mí, como divertirme.
No malinterpreten, adoraba el Castillo de la Biblioteca;
me sentía importante e inteligente.
—Lemuel —me llamó mi padre por séptima vez antes
de enseñarme su libro favorito y entregándomelo en
mis manos—, quiero que tengas esto en tu corazón
por el resto de tu vida…
—¿Qué es?
—Es un libro del que puedes aprender cómo sobrevivir
en la vida, amar a los demás, entender el dolor ajeno,

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ser un futuro rey que pueda entender a su pueblo…
Mi padre y yo nos parecíamos, excepto por el amor
tan grande que le tenía a la literatura. Era el tipo de
rey que creía que mientras existiera la lectura
existirían el conocimiento, el análisis y la libertad de
pensamiento. Un país que no es lector es un pueblo
fácil de gobernar, mas eso a mi padre no le llamaba la
atención; él quería ciudadanos pensantes, que junto a
él pudiera alcanzar a ser el castillo más próspero de
todo el mundo. Me abrazó con fuerza durante varios
minutos; luego, salió de la habitación. Subí a mi
cuarto para guardar el libro y salir del palacio;
deseaba dar una vuelta.
Estaba lloviendo cuando bajé las escaleras de mi
palacio. No consideré para nada regresar a mi
habitación tan temprano en la noche. Así que comencé
a correr como un niño pequeño; disfrutaba cada gota
que entraba en mi largo y reluciente cabello. Corriendo
sin ningún rumbo fijo, de momento mis pies
resbalaron en la carretera y caí encima de una
doncella del palacio.
—Disculpe, señor Lemuel —dijo con una sonrisa, al
mismo tiempo que me miraba fijamente.
—¿Cómo que disculpe? Yo soy el que debería pedirte
disculpas por mi torpeza —respondí, devolviendo la

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mirada fija.
—Acepto sus disculpas. Ya se puede poner de pie si
quiere.
Me puse de pie rápidamente, pero si me hubieran
dejado me habría quedado admirando sus ojos toda la
noche.
Me quedé mirando su belleza lentamente. Ella era la
doncella más hermosa que había visto en el Castillo de
la Biblioteca. Mi corazón recibió un impacto por su
rostro juvenil, su pelo castaño, su mirada que parecía
traspasar todo mi ser. Nunca la había visto, a pesar de
que mis padres siempre tenían eventos sociales con la
realeza, con los caballeros y los campesinos. Pensaba
que todo lo había visto, pero al ver a esa chica
preciosa frente a mí, me dio la impresión de que aún
me faltaba mucho por recorrer en este pueblo tan
grande.
—¿Cómo te llamas? —pregunté tímidamente.
—Me llamo Amanda —contestó con celeridad.
—Mi nombre es…
—Señor Lemuel, ¿quién no lo conoce a usted? —
interrumpió irónicamente.
—Está lloviendo demasiado. ¿Quieres tomarte algo
caliente?
—Lo siento, señor Lemuel, me tengo que ir a mi casa.

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—Amanda, me puedes decir Lemuel.
—Pues, como te iba diciendo, Lemuel, será para otra
ocasión. Me tengo que retirar. Que pases buenas
noches.
Sin decir otra palabra, dio media vuelta, corriendo
hacia su destino, hasta desaparecer por los callejones
del pueblo.
Ella tenía que ser un ángel caído del cielo, belleza que
nunca había admirado. Había tenido la oportunidad de
conocer doncellas, pero ella era la que mi corazón
había elegido. Me regresé al palacio, a buscar a mi
madre en su lugar favorito, en la cocina. Era muy
grande. Allí se realizaban los bizcochos más sabrosos y
las comidas más deliciosas. Mi madre no tenía por qué
cocinar, pero si comparaba sus comidas con las de
nuestros cocineros, prefería las de ella. Mi madre
Carlota era la mujer más humilde y amorosa de todo
el palacio.
Cuando mi abuela llegó a este castillo, se convirtió en
una de las criadas de los reyes, así fue que mis padres
se conocieron, hasta que —ya saben la historia—
crecieron y se casaron. Como mi pueblo era un país
pensante, aceptó la boda entre alguien de la realeza y
una mujer plebeya. Para mi madre eso significaba un
compromiso especial, ya que trabajaba fuertemente,

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de forma que el pueblo no tuviera un comentario
negativo de su persona. Mi madre repartía comidas a
los más necesitados, ayudaba a todos los que se
acercaban y de esta forma fue ganándose el respeto y
la admiración del pueblo.
—¿Comenzaste a leer el libro que te regaló tu padre?
—No. Es que tú sabes que no me gusta leer.
—¡Hijo!
—¡Madre! Estamos aquí comiendo tranquilos; no
comencemos con la misma cantaleta.
—Sabes que tu padre quiere lo mejor para ti —sirvió
sus dulces medievales que tanto me gustaban—. Ya
tienes diecisiete años. Necesitamos que cuando seas el
rey de este castillo seas una persona lectora,
pensante, íntegra, llena de valores, y que sepas
interpretar.
—Madre, no quiero ofenderte —me levanté de la silla
—. Para tener valores no hay que saber leer y para ser
pensante tampoco.
—Entiendo, hijo, pero mientras más te llenes de
información, más cosas vas a saber de la vida. El
conocimiento te hará libre.
—Madre, te lo agradezco de veras, pero no necesito
leer.
Despidiéndome con un beso, me retiré de la cocina,

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tomando la dirección de mi habitación para descansar,
ya que al día siguiente me esperaba un día largo.
Primero me tenía que levantar temprano para ir al
bosque y olvidarme por un momento del libro que
tenía que leer, gracias a las ocurrencias de mi padre, y
no escuchar las cantaletas de mi amada madre,
diciéndome lo que tenía que hacer. Así que, por un
momento, a dormir y a descansar en mi grande y
cómoda cama.

Nunca me había detenido a pensar qué iba a ser de mi


vida sin mis padres. Tenía la mirada puesta en los
ojos oscuros de una mujer que no era mi madre; se
observaba un aspecto de amargura y de contiendas.
Junto a ella, observé personas rindiéndose a su
mando y gobernando muchos castillos. Un dragón
parlanchín, dirigiendo cada decisión que tomaba esa
reina. Me veía en un lugar oscuro, sin poder salir,
mientras que esperaba ahí la muerte. Si esto era una
pesadilla, quería despertar; parecía eterno este
sufrimiento y este dolor que sentía. Real esto no podía
ser, y si lo era, deseaba que la muerte me arrebatase
la vida en esos momentos. ¿Podría ser un sueño o una

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premonición? Realmente, no tenía idea, pero ya quería
despertar. En esos momentos, la pantalla de mi vida
oscureció y se llenó de colores e imágenes. Me
encontraba en un castillo muy hermoso y difícil de
describir. Los caballeros estaban más fuertes,
saludables; muchas personas leyendo, educándose,
con los mejores escritores y científicos que nunca
había visto. El palacio era el doble en todo y más
lujoso. Me sentía a gusto al estar ahí; quería vivir en
ese lugar. Entré a una habitación. Era tan grande que
asumí que era el dormitorio del rey. Cuando me miré
al espejo, estaba vestido con unas túnicas especiales.
Una corona más grande que la de mi padre, el rey
Fernández. Aquí sí quería vivir; me sentía feliz, con
ganas de ayudar a las personas, pero sin idea de
cómo comenzar. De repente, el dormitorio se
oscureció. Esta vez, no quería salir de este hermoso
sueño; quería estar en ese lugar por el resto de mi
vida. Pero no fue así. Me transporté a un bosque;
parecía el que visitaba durante las mañanas para
evitar las clases, pero esta vez también tenía algo
diferente. En un momento, un tigre se acercó a mí,
mirándome fijamente a los ojos. Rápidamente, el
miedo me invadió; me quedé paralizado, en una sola
pieza, sin respiración. El tigre seguía mirándome y yo

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continuaba parado. Se paró en dos patas y abrió la
boca.
—Ni se te ocurra pensar que te voy a comer —dijo el
tigre.
—¿Puedes hablar?
—No, solo en tus sueños. No tienes nada de qué
preocuparte aquí. Soy un sabio que te hace una
advertencia. Quiero que sepas que de lo único que te
tienes que preocupar es del castillo en donde vives.
—¿Por qué lo dices? —seguía observándolo, pero con
precaución. Pensaba que en un descuido me iba a
devorar.
—En el Castillo de la Biblioteca se aproximan malos
tiempos, donde el poder estará en la lectura.
No podía creerlo, soñando con puras boberías. Estaría
loco. Tendría que eliminar esas meriendas que me
estaba comiendo antes de acostarme; me estaban
haciendo daño. La pantalla se volvió a colocar
nuevamente negra; esta vez quería despertar a la
realidad. No quería ver reinas malas ni cuartos
oscuros, ni castillos hermosos; simplemente deseaba
estar en mi hogar.

Sentí una luz molestando mis ojos; indicaba un nuevo


amanecer. Cuando me levanté, era una de las criadas,

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que había subido las cortinas por órdenes de mi madre
para que me fuera a estudiar. Bajé las escaleras
lentamente, con precaución, para evitar encontrarme
con mis padres y así escaparme al bosque. Cuando por
fin lo estaba logrando, estaba a punto de salir del
palacio, escuché unos murmullos que venían de la
habitación oscura que ellos llamaban con tanto cariño
la biblioteca. Me acerqué a la puerta sin que nadie se
diera cuenta y escuché las voces de mis padres, un
poco preocupados.
—Fernández —le dijo mi madre a mi padre con un
tono de dolor—, creo que Lemuel no está preparado
para ser rey interino.
—Carlota, ¿qué podemos hacer? Hay una convención
anual de reyes en el Castillo del Aprendizaje. Sabes
que es solo en unos días y ninguno de los dos puede
faltar.
—Entiendo, amor, pero Lemuel ni siquiera entra a las
clases. No ha leído
el libro que le regalaste que le enseña las cosas
básicas de la vida. Nuestro hijo es un muchacho
bueno, le aconsejo y le digo, pero no quiero
escuchar. Ser bueno no es suficiente para triunfar en
la vida.
Salí de la puerta. Sentía varias sensaciones. Por un

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momento, me encontraba lleno de felicidad, porque
podría hacer lo que quisiera durante su ausencia, pero
a su vez lleno de dolor por saber que mis padres no
podían confiar en mí. Estaba casi llegando a la puerta
para la salida del palacio cuando me llamó mi padre.
—Lemuel —su voz de autoridad me detuvo—, quiero
hablar contigo.
—Padre, no es lo que piensan; solo iba a salir a tomar
un poco de aire.
—Tranquilo, hijo. Es que tu madre y yo iremos a la
convención anual de reyes y nos quedaremos en el
Castillo del Aprendizaje por varios días.
—¡Qué bien! ¿Yo me voy con ustedes? —dije
disimulando, como si no supiera lo que ellos estaban
hablando secretamente—. ¿Comienzo a empacar?
—Lo siento, hijo, esta vez es solo para los reyes.
—¿Quién se va a quedar a cargo?
—Tu madre y yo estuvimos hablando. Decidimos que
vamos a pedirle a tu primo David II que se quede a
cargo del castillo en lo que nosotros regresamos.
—¿Qué? Papá, ¿mi primo? Tú sabes que es un
irresponsable, él no tiene corazón. No es justo, yo
tengo derecho a ser el rey.
—Hijo, es por el bien del castillo; además, tú sabes
que todo esto va a ser tuyo. Tu primo nunca tuvo la

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oportunidad de ser heredero, a pesar de que su padre
era mayor que yo. Él murió en un accidente cuando
apenas ustedes eran niños y entonces yo fui el que lo
sustituyó. Si mi hermano no hubiera muerto, David II
sería el sucesor.
—No tendrá reinado, pero tiene bastantes riquezas.
—Él tiene lo que le corresponde, hijo.
—Bueno, si así tú lo deseas, así será. ¿Me puedo
retirar?
—Sí, hijo, puedes retirarte.
No entendía por qué estaba tan molesto. En esos días
me podía perder por el bosque sin rendirle cuentas a
nadie y sin responsabilidades.
Algún día crecería, reinaría ese palacio. No entendía
por qué tantos celos con mi primo, si sería libre. Me fui
a caminar hasta llegar a uno de los parques del
castillo, a lo lejos, vi a Amanda, rodeada de niños.
—Hola —dijo tímidamente—. Príncipe Lemuel, ¿qué
haces a estas horas por aquí?
—Primero, no me digas príncipe; segundo, no necesito
otra madre, con la mía es suficiente.
—Disculpe, joven —bajó la cabeza, apenada—. Jamás
le llegaría a los tobillos a la reina Carlota.
—Bueno, ya, no me vas a decir que todos estos niños
son tuyos.

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—No, joven —cambiando su semblante a rosado—. Es
que antes de las clases, les leo cuentos a los niños
como un servicio para la comunidad del castillo.
—¡Qué horror! No te preocupes, Amanda, que les
pediré a mis padres que quiten ese horrible
reglamento.
—Ay, Lemuel —sonrió—. Tú tienes unas ocurrencias…
¿Sabes una cosa? Me gusta hacerlo, me hace sentir
una persona útil.
Además, cuando les leo a los niños también obtengo
algún conocimiento.
—Bueno, si tú lo dices.
Nuestras miradas se cruzaron nuevamente. De
momento, los niños nos rodearon con su ternura y
diversión. Ella tomó una pluma con una hoja y realizó
un dibujo, entregándomela en mis manos, besándome
en mi mejilla. Se alejó de mí, corriendo con los niños.
Procedí a abrir la hoja y eran corazones, con estrellas
alrededor. Eso me gustó. Sentir que la doncella más
hermosa del Castillo de la Biblioteca se había fijado en
mí.
—Vaya, Lemuel, verdaderamente la historia se repite
—se bajó David de un caballo blanco—. No puedo
creerlo, primo. Pensé que habían cambiado, pero veo
que ustedes van de mal en peor.

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—¿Qué quieres decir, David?
—Tu padre se casó con la hija de una criada y ahora tú
coqueteándole a esa. Tú no tienes dignidad.
—Cállate, David, que sea la última vez que hablas de
mis padres y de Amanda. Ella es la doncella más
hermosa que he visto.
—¿Doncella? De verdad que no sabes nada. Ella es
una de mis criadas, Lemuel. Pero no te preocupes, que
hacen bonita pareja; ambos se ven comunes.
—Para mí sigue siendo la doncella más hermosa de
todo el castillo, más
hermosa que todo el palacio. Ella es como un sello que
se está pegando lentamente en mi corazón.
—Ay, qué cursi. Bueno, te dejó, que tengo clases de
literatura, algo que creo nunca vas a entender.
David II se creía el mejor, y cuando se enterase de
que sería el rey interino, no quería imaginarme. Sería
más insoportable. Creía que era el momento de tomar
unas clases, empezar a educarme un poco, pero mi
mente seguiría igual. Mi día perfecto tomó otro rumbo.
Entré a todas las clases, tratando de aprender cosas
que no tenían que ver con mi vida.
Pasé un día muy raro, pero muy productivo para mi
cerebro. No pasé de un salón sin que los maestros me
felicitaran por entrar a tomar sus clases. Salí tan

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cansado de los cursos que llegué exhausto al palacio.
Subí las escaleras directo a mi cama. Tenía un sueño
que yo creía que de esta ni una batalla me
despertaría.

Tuve un sueño muy pesado. Comencé a ver


nuevamente la imagen del cuarto oscuro. En cuestión
de segundos, vi de nuevo el palacio más hermoso que
he visto. Pero esta vez, cuando contemplé el espejo,
no estaba con la corona ni con la túnica especial.
Estaba mi primo David II, riéndose con pura maldad.
Me fui corriendo del palacio y me tropecé con la reina
nuevamente, la que me producía miedo y gran temor.
Eso me hizo salir del castillo hasta llegar al bosque,
donde comenzó a perseguirme un dragón negro, hasta
que desapareció. Estaba solo. Tenía frío; no sabía qué
dirección tomar, pero nuevamente el tigre se apareció.
Esta vez no me quedaría congelado, de una sola
pieza. No iba a dejar que el miedo me dominase.
—¿Cómo te llamas, tigre?

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—No soy un tigre, soy un leopardo. Me llamo Josué, el
leopardo sabio del bosque.
—Quiero que me contestes, ¿el sueño de la noche
anterior es real? ¿Eso fue una premonición?
El leopardo sabio salió corriendo muy rápido y se
subió en una montaña, y de momento sacó unas alas
como de águila.
—Mientras mires de la forma en que estás mirando,
vas a ver cosas que nunca podrás entender. Pero saca
tus alas como las del águila, cambia el ángulo de las
cosas que estás viendo y tendrás las respuestas. Es el
momento para que comiences a volar; es el tiempo de
madurar, porque algo se acerca y tienes que estar
preparado.

Eso no podía estar pasando, pero qué bueno que era


un sueño, porque si eso pasaba en la vida real nadie
me creería que había un leopardo que hablaba.
Segundo, yo, el príncipe del Castillo de la Biblioteca,
en un cuarto oscuro, jamás. Además, tenerle miedo a
una supuesta reina cuando ese puesto lo ocupaba mi
madre… Creo que me estaba preocupando demasiado,
pero ¿cómo decirle a mi subconsciente que dejase de
enviarme esos sueños raros? Eran dos noches que

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soñaba lo mismo. ¿Me olvidaba? ¿Seguiría con mi vida
cotidiana o tendría que comenzar a hacer caso a lo
que Josué y las demás imágenes me estaban
mostrando?

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CAPÍTULO DOS
RUMBO AL CASTILLO DEL APRENDIZAJE

Llegó un nuevo día. Me despertaron los rayos del sol,


alumbrando mi rostro. Todavía tenía sueño, ya que no
había podido dormir bien, gracias a la pesadilla de la
noche. Pasé un día parecido al anterior. Asistí a todas
las clases; estudié en la biblioteca, hasta que el sol se
fue del cielo, dejando en su puesto a la luna. Las horas
pasaron lentamente, muy aburridas, brindando a mi
corazón la oportunidad de estar pensando en Amanda.
Creía que me estaba enamorando. Durante la tarde,
decidí ir a practicar uno de mis deportes favoritos:
arco y flecha.
—Lemuel —me llamó mi padre, mientras que
apuntaba a un conejo—. Necesito un favor.
—Dime, ¿en qué te puedo servir?
—Necesito unos documentos que tengo que llenar para
la convención. El mensajero del rey Eduardo se
enfermó y los documentos los tiene él en su castillo.
—Sí, el rey Eduardo es tu viejo amigo, el rey del
Castillo…

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