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Debate sobre la reforma petrolera en México

Jorge López

El 18 de marzo de 2007, en el 69 aniversario de la Expropiación Petrolera, el


Presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa declaró: que la relación de reservas
probadas con respecto a la producción de crudo nos permite tener un horizonte de
producción de sólo 9.3 años. México ha extraído durante décadas más petróleo del que se
ha descubierto y es necesario revertir esa tendencia para que el país no se convierta en
importador neto de petróleo y sus derivados.
No cabe duda que especialistas de varios sectores están de acuerdo en que las
soluciones a esta problemática se encuentran en siete puntos estratégicos: 1) exploración, 2)
tecnología, 3) finanzas, 4) eficiencia, 5) transformación (refinación y petroquímica), 6)
transparencia y 7) sustentabilidad. Sin embargo, PEMEX ha estado destinando 80% de sus
inversiones a producir sus reservas de crudo y de gas. El restante 20% ha sido muy
insuficiente para enfrentar los retos en exploración, tecnología, petroquímica, y muchas
prioridades hoy desatendidas. Ante esto, ninguno de los mexicanos, "los dueños del
petróleo nacional", sabemos de dónde saldrá el dinero para cubrir esas prioridades en el
futuro.
PEMEX no deja de generar una gigantesca renta petrolera. Sus ventas totales en
2006 ascendieron a 97, 200 millones de dólares. Los ingresos por la exploración de crudo
se ubicaron en un nivel récord de 34, 700 millones de dólares, gracias a los altos precios del
crudo. Sin embargo, se prevé que este nivel de ingresos no se podrá mantener en 2010 e irá
disminuyendo en los próximos años, junto con los niveles de producción y exportación del
mineral.
Según información publicada por Alfredo Elías Ayub (actual Director General de la
CFE) y David Shields (2007), México importó 15.4% del consumo nacional de gas natural
en 2005, pero según el pronóstico de la Secretaría de Energía, ese porcentaje llegará a 25%
en 2015. Tan sólo cabe mencionar que el principal yacimiento de producción de petróleo en
México, Cantarell (que produjo casi dos terceras partes de la producción mexicana de
petróleo a comienzos del Siglo XXI), declina rápidamente; su producción diaria de barriles
de petróleo cayó de 2.13 millones en 2004 a 1.5 millones en 2007, con una expectativa de
producir 0.6 millones de barriles en 2013. Aunado a esto, las reservas probadas de petróleo
en México se redujeron de 24.7 millones de barriles en 1999 a 12.8 millones de barriles en
2007 (una reducción del 50% en tan sólo 8 años). Con este ritmo, a partir de 2010, casi
todos los principales yacimientos de la empresa oficial estarán en fase de declinación.
Se acerca el momento en que México se convierta en un importador neto de
petróleo si no modifica la política nacional basada en la concentración de inversión sobre
todo en producción y relativamente poca en exploración y tecnología. En el tema
tecnológico debemos entender que la inversión en investigación y desarrollo, que muchas
veces se posterga por problemas presupuestales, se termina pagando de todas maneras al
adquirir el know-how y los bienes de capital en los que se incorpora el progreso técnico. Al
dejar de invertir en ciencia y tecnología generamos, un falso ahorro, con la consecuencia
adicional de que se incrementa nuestra dependencia de proveedores externos, lo cual, a su
vez, hace más complejo garantizar la seguridad energética de nuestro país.
México ha seguido aferrado al dogma de que solamente el Estado posee y debe
poseer el derecho de explorar, producir y distribuir los recursos energéticos del país. El
problema que claramente se avecina no ha logrado generar la suficiente alarma para exigir
el abandono del dogma y un cambio fundamental de su política energética. En pro del
dogma de la defensa de la soberanía, México se arriesga a debilitar su independencia real.
La historia de intervenciones y ataques a la integralidad territorial y política de
México lo han forzado a implementar una política basada en principios, más visibles en la
Política Exterior y la Económica, sin embargo, estructuralmente han presentado claras
contradicciones ante el contexto real de la actualidad mexicana que no ha permitido
enfrentar los retos de la globalización y la competitividad internacional.
Estos parámetros de referencia en la estructura del Estado no deben eliminarse, pero sí
converger con posiciones pragmáticas capaces de enfrentar más allá de las diferencias
ideológicas y políticas, los diversos retos que día a día ponen a México cerca de
problemáticas mayores a las experimentadas en su historia.
Ningún país debe condenarse a sufrir permanentemente por el dogmatismo. Es
necesario generar un cambio de criterio y de conducta para reestructurar los dogmas del
pasado frente a las nuevas realidades, presentándolos y debatiéndolos con plena
transparencia.
El dogmatismo se refiere a una idea, a un esquema mental desarrollado en algún
momento que pudo, quizás (aunque no necesariamente) resultar entonces pertinente, pero
que se desconecta de la realidad presente, impide el aprendizaje de nuevas ideas,
recopilación de nueva información y el cambio o la modificación de políticas oficiales y,
por tanto, imposibilita en última instancia enfrentar una realidad novedosa.
La ciudadanía valora la capacidad de políticos y partidos de cambiar de criterio,
siempre que esa transformación se realice. El dogmatismo es un mal superable.
Es imperante estar consientes de la realidad de nuestro planeta: la globalización del
comercio de energéticos, las vulnerabilidades de las cadenas de suministros mundiales, el
crecimiento de las economías emergentes, sobre todo China e India, y sus estrategias para
garantizar sus propias importaciones de energéticos; e incluso las amenazas del terrorismo
y los avatares de los conflictos internacionales en torno al gas y al petróleo, que hasta hace
poco representaban temas casi irrelevantes para la seguridad energética de México, son
hoy, o deberían ser, de importancia fundamental.
En el nuevo contexto mexicano, signado por una interdependencia energética
mucho mayor con el resto del mundo, debemos afrontar retos cualitativamente distintos de
los del pasado. Hasta ahora, muchos han querido ver a PEMEX como el sostén de la
política fiscal, de la política social y de la política industrial pero no puede seguir así. Su
papel en el futuro deberá de ser la de una empresa competitiva que genere utilidades, las
reinvierta en sus proyectos y su infraestructura y asegure el abasto energético del país, pero
sin las responsabilidades antes mencionadas.
Debemos aceptar que el monopolio petrolero difícilmente puede ser congruente con
las tendencias de integración, competencia y globalización en las que México se encuentra
inmerso. Ya nos estamos dando cuenta de los beneficios que nos trae la globalización,
ahora asumamos los precios de adquirirlos.
Mi propuesta no es bursatilisar PEMEX, pero tampoco es la de mantener el mismo
esquema estatista, sino permitir la inversión privada de manera regulada por normas de
transparencia, lo cual, le permitiría a la para-estatal el adquirir financiamiento que pueda
ser destinado a una necesidad urgente: el fortalecimiento, a través del desarrollo de
tecnología y exploración, de la estructura energética nacional. De esta manera, el petróleo
estaría en verdad pasando a manos de los mexicanos, los cuales, tendríamos la
responsabilidad de contribuir en mayor o menor medida en su crecimiento.
No existen una panacea en el tema de la seguridad energética en México y el
mundo, sin embargo, podemos estar seguros de la necesidad de adaptar la estructura de
nuestras políticas en la dirección que nos permita alcanzar los medios con los cuales
enfrentar los retos que nuestros hijos tendrán sin lugar a dudas próximamente.

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