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El análisis institucional en la modernidad tardía

-La relación social como intervención institucional-

Cristián Varela

Comunicación al 1er Congreso Nacional de Psicosociología Institucional


Universidad Nacional de San Luís, agosto 14, 15, 16, 2008

El análisis institucional en la modernidad tardía

-La relación social como intervención institucional-

Cristián Varela

1.

La cuestión de la vigencia actual del Análisis Institucional es un tema que se plantea ya


desde hace unos años en el ambiente de quienes lo tienen como marco de referencia para
actividades de intervención, investigación y formación. Este breve texto trata sobre eso. Al
respecto hay de mi parte una toma de posición, a la cual intenta referir el subtítulo. Ella
consiste en relacionar las bruscas modificaciones de la modernidad tardía, por un lado, y los
efectos que se esperan de una intervención programada, por el otro1. La hipótesis que aquí
se intenta desarrollar es que las transformaciones actuales que se vienen operando en las
relaciones sociales, impacta en las instituciones de una forma tal que pone en cuestión los
efectos que se esperarían de una intervención. Pues ellas son intervenidas por la situación
social de un modo tal que compite con las intervenciones de los analistas. Si aquello que
produce efecto en una intervención es el modo de relación que instalan los analistas, eso se
ve superado por el efecto que las relaciones sociales tardomodernas producen en las
relaciones institucionales. Esta situación se explica mejor considerando, aunque sea de
manera sumaria, el devenir de las instituciones sociales durante el último medio siglo. Hay
en este sentido un proceso que cobra forma durante la inmediata posguerra, el cual, en
términos generales, supone una puesta en tela de juicio de la forma típica en que habían
cristalizado las instituciones sociales de la modernidad. Ese proceso, que en sus inicios

1
El término modernidad tardía me parece para el caso más apropiado que el de post modernidad, porque
como lo expresan algunos autores, Garland (2002: 140) entre otros, está todavía por verse si se trata de la
superación de un momento histórico, o de una crisis en él. Pero más que por eso, la elección del término
resulta aquí más apropiada por cuanto este trabajo trata sobre las instituciones de la Modernidad, que siguen
siendo modernas.

2
alcanza de manera más clara al hospicio y a la escuela, visto en una perspectiva más amplia
toca también al conjunto institucional del estado de bienestar, así como a instituciones de
distinta naturaleza: religiosas, productivas, de conocimiento, etc. Deleuze (1990) sitúa por
la misma época al momento en que se precipita el pasaje de una sociedad estructurada en
espacios cerrados –familia, escuela, fábrica, hospital, prisión- a otra “al aire libre”. En su
perspectiva, este pasaje no implica necesariamente un tránsito hacia una vida con mayor
libertad2. Sin embargo, aquello que por la época comienza a ocurrir supone una apertura
institucional en la que se vieron acortadas las distancias entre la institución y su contexto,
así como entre sus estamentos internos. Al iniciarse la segunda mitad del siglo se observa
una tendencia hacia la flexibilización de las jerarquías institucionales, así como una mayor
interacción entre las instituciones entre sí y con el medio social. Un sector donde esto se
verifica de manera clara es en el de la salud mental, con procesos distintos en los casos, por
ejemplo, de Gran Bretaña y Francia, pero orientados ambos en el mismo sentido recién
aludido.

2.
El modelo típico de institución que se había consolidado durante los dos siglos previos
comienza entonces a declinar. Foucault dedicó parte de su obra a la genealogía de los
dispositivos institucionales que se conformaron durante ese largo período. En ella hemos
aprendido a distinguir dos polos del proceso. Uno es el del gran encierro, signado por la
conformación de los hospitales, asilos y hospicios donde eran alojados los sujetos que hacia
fines de la Edad Media carecían de arraigo cierto y de capacidades específicas. El otro polo
es el panoptismo, momento en que las fuerzas que habían operado el encierro se
perfeccionan hasta sublimarse, pasando así a desaparecer como formas de coacción directa.
En su planteo, estas fuerzas al retirase de la escena devienen en otra cosa, pasan a
conformarse como variables de una estrategia de ver y hacer, destinada a la producción de
una determinada subjetividad. Las fuerzas de acción directa se transforman en muros,
aventanamientos y corredores de un espacio institucional calculado en función de las

2
Salvattore Palidda (2008) sugiere “trabajar las buenas intuiciones de Deleuze” a propósito del referido
pasaje de una sociedad disciplinaria a otra más abierta pero de igual o mayor control. Pues en su opinión se
trata de algo más complejo que del tránsito de una sociedad panóptica a otra aparentemente más libre pero
más controlada aún, según el modelo “gran hermano”.

3
conductas humanas. Lo que antes era amenaza e intimidación, ahora pasa a residir en la
solidez, pero también en la sutileza, de una arquitectura destinada a la producción de
subjetividad. La distribución del espacio, de la luz, de la circulación, responden a un
programa –que Deleuze denomina “analógico”- que es consistente con la reglamentación
escrita que regula la vida institucional. A su vez, ambos aspectos –discursivos y no
discursivos- integran un programa más amplio que es de naturaleza moral.

Entre los dos polos mencionados –encierro por un lado, panoptismo por el otro‒ se
sitúa un proceso de discriminación y especificación de las poblaciones asiladas, que dará
lugar a la forma acabada de las instituciones que integran el paisaje de la sociedad
moderna: el hospital general, la fábrica, la cárcel, el hospicio. Paisaje al que debe agregarse
la escuela pública obligatoria y el servicio militar de igual carácter. A grandes rasgos puede
decirse que más allá de sus funciones específicas, de lo que se trata al interior de esos
espacios es de la producción del sujeto de la modernidad. Como lo expresa Bauman, esto se
realiza en una operación basada en dos movimientos; uno, consistente en el diseño del
ambiente que favorecería el surgimiento de una nueva razón; el otro, iluminando en la
gente su potencial moral oculto. El supuesto de esta operación era que el sujeto social era
razonable, pero no racional. Era capaz de razón pero sin saberlo, pues su razón estaba
alienada en el dogma divino, en la superstición, u oculta en la ignorancia. Con lo cual, la
“elite auto civilizadora” de la Ilustración, que había encontrado por si misma el camino de
las luces, debía ayudar al pueblo a encontrar esa razón que desconocía y lo haría libre.
“Había que decirle a la gente cuáles eran sus verdaderos intereses, y si no escuchaba o
fingía estar sorda, debía obligársela a comportarse como exigían sus verdaderos intereses,
incluso contra su voluntad, si así fuese necesario” (Bauman 1993: 35).

3.
El juego de coacciones indirectas que ejercen las instituciones de la modernidad tiene
entonces como propósito un doble mecanismo de interiorización. Por un lado, la
internación de ese afuera que constituía el pueblo bajo que no había ingresado al mundo
moderno. Sea porque permanecía en la oscuridad medioeval, sea porque habiéndose
desarraigado del sistema de fidelidades feudales orbitaba sin rumbo cierto en torno de las

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ciudades, o integraba al interior de éstas la corte de los milagros que asediaba a la
tranquilidad y el buen gusto burgués, ese sujeto colectivo debía ser integrado al programa
moderno. Por otro lado, el encierro institucional tiene por cometido la internalización en el
interior de los individuos, de las luces que alumbrarían la razón ahí latente, pero por ellos
desconocida. Internación de la gente para la internalización de una razón, tal sería la
fórmula genérica de varias de las instituciones modernas, más allá del mayor o menor grado
de restricción a la libertad de movimiento que cada una implicase.

El modelo del encierro como técnica para la producción de una subjetividad


determinada no es sin embargo un invento moderno. En todo caso, lo que la Modernidad
hace es perfeccionar mediante un cálculo más preciso algo que toma del Medioevo. Pues su
origen se remonta a las primeras etapas de la Edad Media, en vinculación con aquello que
Foucault denomina “la ‘tecnología pastoral’ en la gestión de los hombres [que] transformó
profundamente las estructuras de la sociedad antigua” (1981: 104). Hay un momento en ese
poder pastoral ‒en el cuál él no se detiene, pero que resulta aquí de particular interés‒ en
que se produce el pasaje de la vida ermitaña de los pastores a una vida en común. “El
eremitismo desemboca ya en la vida comunitaria y en la misión, (...) hacia el año 1100 es
cuando nacen las órdenes monásticas que conferirán al renacimiento espiritual y religioso
del siglo XII sus rasgos más notables” (Le Goff, 1965: 140). Este momento histórico
interesa aquí porque da lugar al uso del término institución en su acepción hoy más
difundida. Hasta el momento, y desde la época del Imperio Romano, el vocablo designaba a
las normas y procedimientos que debían seguirse en distintos órdenes de la vida. De ahí su
aproximación, y a veces confusión, con el término instrucción, en tanto enseñanza de cómo
debe hacerse aquello que debe hacerse; pero éste último vocablo pertenece a otra raíz
etimológica. De allí también la asimilación del término institución al de ley o
procedimiento normado. Tales acepciones declinan, dando lugar a la de institución como
designación de un espacio edilicio, cuando se conforman esas comunidades cerradas que
son los monasterios, donde se sigue en común una vida estrictamente reglada.

Este sucinto recorrido histórico tiene por objeto hacer presente el sustrato pre-
moderno de las instituciones de la Modernidad. Sin poner en tela de juicio el tipo y grado
de ruptura con el mundo antiguo que ella significó, se trata aquí de hacer visible el hecho

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que las instituciones sociales que cobran forma en el período en cuestión, antes que
instituciones de la modernidad, son instituciones para la modernidad. Forman parte de un
proyecto destinado a profundizar y expandir, hasta universalizar, los principios de la razón
moderna. La misma propuesta que se observa de manera bastante clara, por lo acotado, en
el proyecto de la generación del ‘80 en la Argentina, es la que subyace en el proyecto de la
Ilustración europea. Este aspecto le otorga a las instituciones modernas un factor
diferencial. Si en términos generales puede decirse que las instituciones son lugares de
conservación y reproducción de la sociedad, en este caso se agrega una dimensión de
carácter proyectivo, consistente en la creación de una realidad aun en ciernes. En este
sentido, las instituciones sociales de la modernidad son dispositivos de producción de
modernidad, más que de conservación de una cultura ya dada.

4.

En los últimos textos de Foucault hay una indagación sobre la conformación de los estados
modernos a partir de tecnologías de poder surgidas en la antigüedad. Plantea ahí que los
actuales estados suponen una conjugación entre “dos juegos –el de la ciudad y el
ciudadano, y el del pastor y el rebaño” (1981: 116). La vida política de las sociedades
modernas no estaría pues signada sólo por las nociones de ley positiva, ciudadanía, libertad,
etc., tal como estamos acostumbrados a oír y decir, sino también por una particular
preocupación por la vida, por una bío-política orientada a promoverla y cuidarla. Foucault
ve en el carácter benefactor del estado-providencia al componente pastoral de aquella
conjugación. Este componente, orientado a cuidar la vida, representaría entonces un aspecto
de conservación en las instituciones de la Modernidad. El otro componente, el ciudadano,
vendría a representar la dimensión instituyente, en tanto supone la expansión de un
proyecto nuevo, transformador, pero aún en ciernes.

De modo que aquello que comienza a ocurrir partir de la segunda mitad del siglo
XX puede leerse como el despegue del componente ciudadano que cobra mayor fuerza y
autonomía. Pareciera que en ese momento el “juego de la ciudad” supera al “del rebaño” y
ese desequilibrio impacta en el interior de las instituciones, comenzando precisamente por
aquellas más ligadas a la función providencial. En La cultura del control, Garland analiza

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el comportamiento de las instituciones del welfarismo penal en el Reino Unido y los
EEUU.3 En su análisis muestra cómo por la época, al influjo de las administraciones
demócratas y laboristas, se produce un incremento en la demanda de mayor reconocimiento
de derechos a los usuarios del sistema. En el aumento de esa demanda, impulsada también
por la expansión de los derechos ciudadanos -sobre todo de las minorías- juegan un rol
activo los propios técnicos del sistema. En determinado momento –que Garland sitúa en la
década de los ‘70- el incremento de eso que hemos caracterizado como componente
ciudadano comienza a minar al componente providencial. Pues ¿qué tipo de relación se
tiende entre el individuo tutelado por una agencia de bienestar y el agente que lo tutela?
¿De pastor a oveja o de ciudadano a ciudadano? Garland señala el hecho paradojal de que
ese movimiento constituye uno de los factores que van restado sustentabilidad a las
instituciones del estado benefactor, hasta el punto en que comienzan a perder eficacia.
Mayores derechos atentan contra mayor protección.

Por lo que aquí interesa señalar, el ejemplo que él expone es útil porque muestra una
suerte de colisión entre el diseño pre-moderno de las instituciones de la modernidad y el
producto que ellas estaban llamadas a efectuar. Dicho brevemente, la segunda mitad del
siglo veinte significa una crisis para estas instituciones en la medida en que ellas mismas
han sido alcanzadas por su producto ¿Qué sucede cuando al interior de una institución los
sujetos reclaman los derechos que poseen al exterior, en tanto ciudadanos? Si hay un
momento post-moderno en lo que a instituciones se refiere, es éste, el de la colisión entre
derechos y libertades ciudadanas –que si no alcanzan a todos, son cada vez más por todos
reclamados- y unos diseños institucionales que, en el cerco que las separa de la sociedad y
en su división social interna, muestran huellas pre-modernas. Para que este momento se
conjugue hace falta un tercer factor que Garland no deja de señalar, el económico, que en
un principio jugará bajo la forma de una bonanza que permitirá sustentar mayores reclamos.

5.

3
El término refiere a lo que define con mayor precisión como penal-welfare complex. “Llamaré ‘welfarismo
penal’ [a] los dispositivos institucionales que caracterizaron crecientemente el campo desde la década de 1890
hasta la de 1970 y que moldearon el sentido común de generaciones de autoridades políticas, académicos y
operadores”.

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Los ejemplos de la community therapy británica y la psiquiatría de sector francesa
muestran el desarrollo de un proceso en el campo de la salud mental que comienza en la
posguerra mundial con un mejor reconocimiento del status del enfermo y termina por diluir
los muros del hospicio. En los inicios se observa una apertura de la institución hacia el
medio social –sobre todo en el caso británico- y una puesta en cuestión de la división social
en su interior, que concierne ante todo al estatuto del paciente. Aquí también, al igual que
en el campo del welfarismo penal, la reivindicación de los derechos de los usuarios del
sistema corre por cuenta del sector técnico- profesional. Son los médicos y psiquiatras
quienes impulsan desde dentro un movimiento que finalizará en la desaparición del
hospicio. En el caso francés, este proceso da a luz en los años ’50 a la corriente de la
Psicoterapia Institucional, la cual constituye una de las vertientes que darán origen en los
años ’60 al Análisis Institucional.

Esto que ocurre en el campo de la salud mental a ambos lados del Canal de la
Mancha supone una suerte de intervención de la sociedad en las instituciones del sector.
Puede ser entendido como la forma eficaz en que aspectos de la vida social –posiciones
políticas, desarrollos teóricos, sentimientos colectivos de posguerra- inciden al interior de
las instituciones psiquiátricas, interviniendo en las relaciones ahí instituidas. Se trata del
mismo tipo de efecto que buscan producir los dispositivos de intervención que se
implementan en las distintas corrientes del Análisis Institucional –y no sólo ellas-; lo cual
resulta lógico pues estas corrientes se inspiran en esas experiencias (Lourau, 1970, 1996,
1997). En rigor, un dispositivo de intervención consiste en llevar al interior de las
instituciones, a modo de ensayo, formas de relación y comunicación que son propias del
contexto exterior. La intervención institucional supone así una intervención de la sociedad
en la institución, en cuyo transcurso los parámetros que regulan la vida interna son
temporalmente sustituidos o subsumidos por otros, de procedencia externa. Las pautas de
relación y comunicación normales al interior de la institución resultan analizadas cuando
son intercedidas por otras que son propuestas por los intervinientes. Éstas últimas se toman
en préstamo -con mayor o menor conciencia y reconocimiento de deuda- de otras
instituciones.4 Si las innovaciones terapéuticas que a partir de la posguerra analizan de
4
El efecto de cambio que producen muchas intervenciones realizadas por personas que carecen de un marco
teórico sobre instituciones, se debe a que su sola presencia, más los dispositivos más o menos banales que

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hecho al Hospital Neuropsiquiátrico son tomadas del teatro (psicodrama), la fábrica
(laborterapia) y la política (asamblea de pacientes), etc., las técnicas de intervención
institucional fueron en general tomadas del psicoanálisis, la dinámica de grupo y también la
práctica política. Pero no se trata sólo de una alquimia institucional donde elementos de
unas se implantan en otras, produciendo así efectos de cambio. Se trata de eso, pero en el
marco de un programa político en juego, que si no es siempre sencillo de elucidar en la
inmediatez de las prácticas, visto en la perspectiva de los tres cuartos de siglo transcurridos,
se inscribe de manera bastante clara en la contradicción entre ciudadanía y pastorado. Es
posible ver ahí una lucha entre una línea que reclama derechos e igualdades y otra que
reclama asimetrías, no porque la anime un goce de sometimiento, sino como modo de
cuidar la vida, tomándola a su cargo. El movimiento que tomó como objeto a las
instituciones para plantear la necesidad de transformarlas -cuando no en algunos casos
destituirlas- se inscribe dentro de esa contradicción. Aunque, es preciso decirlo, no pocas
veces el cambio está referido más a la forma institucional que a su contenido. Lo cual no
significa un error en la focalización del objetivo, pues esas formas no son ingenuas ni son
cuestión de mera forma. Cabe tener presente que la organización de los estados modernos
fue encargada por las monarquías a la clase noble, habida cuenta el éxito que habían
manifestado en la organización de los ejércitos fijos. Hay entonces un pasaje de forma que
va de los estamentos de la nobleza a los del ejército, y de éste a la burocracia del estado
moderno y a la organización de sus instituciones providenciales. No es pues de extrañar el
isomorfismo que se encuentra entre el hospital, el ejército y la administración pública
(Morales Moya, 1988; Varela, 2008)

6.

A esta altura de la historia aquel enfrentamiento entre ciudadanía y pastorado


pareciera tener un saldo. No tanto porque una de las líneas haya triunfado, sino por que
otra, la pastoral, pareciera haber sido derrotada. No resulta demasiado difícil hoy dar
muestra de vidas que, lejos de una protección providencial, se exponen como la “vida
desnuda” que denunciara Benjamin (1921). Poco importa para el caso si el desamparo que

implementan, implican de hecho una intersección de las relaciones instituidas, que bien puede derivar en una
situación analítica.

9
hoy se observa es un dato objetivo emergente, o por el contrario surge por comparación con
los avances y expectativas que el mundo moderno ha logrado. Pues la historia es siempre en
relación consigo misma, y aquello que hoy parece evidenciarse es un creciente desinterés
por el destino de vidas carentes de abrigo, no sólo en latitudes donde puede argumentarse
que la Modernidad aún no llegó, sino también en el centro de su misma ciudad.

De ser cierto lo expuesto, es posible argumentar que sin embargo, a la par del descuido por
la vida, los tiempos postmodernos parecieran mostrar un igual desinterés por la ciudadanía,
lo cual desmentiría una contradicción entre ambos. Esto sería indicio de que lo que emerge
como triunfante es un tercer componente de la Modernidad, de naturaleza económica.
Tanto la expansión de los beneficios del estado providencial, como el incremento de las
demandas de mayores derechos e igualdades, se dieron ambos al influjo de un crecimiento
económico que se inicia también en la posguerra y llega hasta principios de los ’70. Esos
años, que los franceses denominan los gloriosos treinta, y que como indica Jean-François
Marchat (2008) constituyeron el contexto de surgimiento del Análisis Institucional, toca a
su fin con la crisis del petróleo.

“En una década reapareció el desempleo masivo, se colapsó la producción


industrial, decayó masivamente la afiliación a los sindicatos y el mercado
laboral se reestructuró de una forma que tendrá una significación social
dramática en los años siguientes” (Garland, 2001: 146).

La salida de esa crisis tuvo sus altibajos en lo que refiere a su “significación social”, pero
en los momentos actuales son indudables sus efectos negativos en lo que hace a la
provisión de beneficios por parte del estado, así como a la promoción de las igualdades y
derechos ciudadanos. De manera que si el Análisis Institucional se inscribe en aquel
programa genérico destinado a hacer de las instituciones para la modernidad, instituciones
más modernas y menos pastorales, su propuesta pareciera resultar hoy excéntrica o en
retraso respecto de lo que resulta urgente. Pues la urgencia ahora parecería consistir en ver
cómo garantizar instituciones que cubran esa vida que se desnuda.

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Bibliografía
Agamben, G., Homo Sacer. Pre-textos: Valencia, 1998.
Bauman, Z. (1993) Ética posmoderna. Buenos Aires: Siglo XXI, 2004.
Benjamin, W.(1921) Iluminaciones IV.- Para una crítica de la violencia y otros ensayos,
Madrid, Taurus, 1998.
Deleuze G., (1990) “Posdata sobre las sociedades de control”, en Christian Ferrer (Comp.)
El lenguaje libertario, Tº 2, Ed. Nordan, Montevideo, 1991.
Foucault, M. (1981) “Omnes et singulatum: hacia una crítica de la ‘razón política’”, en
Tecnologías del yo. Buenos Aires: Paidós, 1991.
Garland, D. (2001) La cultura del control, Barcelona: Gedisa, 2005.
Le Goff, J. (1965) La baja edad media. Buenos Aires: SXXI, 2004.
Lourau, R. (1970) El análisis institucional. Buenos Aires: Amorrortu, 1975.
Lourau, R., Interventions socianalytiques, Les analyseurs de l’église. Paris : Anthropos,
1996.
Lourau, R. (1997) Libertad de movimientos. Una introducción al análisis institucional.
Buenos Aires: Eudeba, 2000.

Marchat, J.-F. « Autogestion, éternelle utopie ou concept toujours opératoire ? ».


Comunicación al 1er Congreso Nacional de Psicosociología Institucional,
Universidad Nacional de San Luis, agosto 14, 15, 16, 2008, mimeo.
Morales Moya, A., 1988, Milicia y nobleza en el siglo XVIII. Cuadernos de Historia
Moderna, Nro 9. Madrid: Ed. Univ. Complutense. Disponible desde
http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=123047
Palidda, S., « Repenser la police et les contrôles par rapport à Foucault ». Comunicación al
coloquio Le Carcéral, Sécurité, and Beyond: Rethinking Michel Foucault’s 1978-1979
Collège de France Lectures, Centre de Paris de l’Université de Chicago, 6 juin 2008.
Mimeo.
Varela, C., “Para una crítica de la instrucción policial”. En: Cuadernos de Seguridad. nº 5
(12/2007). p. 89-100.

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