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Crítica de la razón práctica


Immanuel Kant
Edición bilingüe alemán-español
Traducción y edición crítica de Dulce María Granja
Colección Filosofía. Serie Biblioteca Immanuel Kant
504 pp.

por Martha Angélica Rodríguez Leal

Es probable que Kant empezara a escribir la Crítica de la razón práctica en la primavera de


1787 y que lo concluyera hacia septiembre de ese mismo año; pero la mayor parte de su
contenido debió haber estado claramente presente en su mente desde mucho tiempo atrás,
quizá desde 1785. El estilo de Kant en general y, señaladamente, en este libro está
fuertemente marcado por su práctica de la enseñanza. Tiene el tono magisterial y el estilo
directo y propio de quien ha pensado cuidadosamente todo lo que quiere decir antes de
poner la primera palabra en el papel. El estilo no puede ser considerado aparte del
contenido.
La segunda Crítica, “es como una flecha disparada certeramente hacia su blanco, sigue
una línea recta de argumentación, sin explorar callejones sin salida ni desviarse en
desarrollos tangenciales”.
En efecto, difícilmente se aceptaría que el conocimiento científico no es un
conocimiento genuino o bien que los juicios morales que emitimos comúnmente carecen de
sentido y que la moral es una ilusión engañosa. La segunda Crítica comienza con
definiciones y axiomas, la formulación de la ley moral y de la libertad de la voluntad se hace
deductivamente. Por otra parte, guarda una estructura muy semejante a la primera pues está
construida según el mismo modelo. Al igual que la Crítica de la razón pura, la segunda se
divide en doctrina trascendental de los elementos y doctrina trascendental del método; en la
primera división se expone la moral y en la segunda el modo de enseñarla. La doctrina de
los elementos se divide en analítica y dialéctica trascendentales; así pues, la segunda Crítica
carece de estética trascendental porque la moral, a diferencia del conocimiento teórico, no
se funda sobre la sensibilidad; más bien debe prescindir de ella.
Ahora bien, esto nos lleva directamente a la concepción que Kant tenía de la crítica.
Para él, la crítica tiene dos sentidos o vertientes, los cuales podrían designarse como sentido
negativo y sentido positivo. Considerada negativamente, se llama crítica al examen que la
razón hace de sí misma con el propósito de erradicar las ilusiones dialécticas de la vieja
metafísica; en ese sentido negativo, la crítica consiste en rechazar las pretensiones de
conocimiento suprasensible que aparecen como dogmatismo metafísico y como fanatismo
moral. Considerada positivamente, la crítica consiste en rescatar los principios que
constituyen la metafísica, como ciencia, de la ruina a la que están amenazados por el
empirismo, el cual no sólo plantea dudas sobre la posibilidad de la metafísica especulativa,
sino que también tiende a minar el conocimiento respecto de la naturaleza y la moral. Así, la
función positiva de la crítica consiste en establecer la estructura, rango, uso y validez de los
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conceptos que no pueden ser derivados de la experiencia (el concepto de causalidad en la
primera Crítica y el concepto de deber en la segunda) pero que necesitan ser objetivamente
válidos pues son esenciales para que la experiencia tenga sentido. Según Kant, sin una
crítica que tenga estas dos funciones, no es posible trazar la distinción entre metafísica
legítima e ilegítima o defender el conocimiento genuino de los ataques procedentes de una
mera ilusión dialéctica disfrazada de una sabiduría supuestamente elevada. Si la primera
Crítica estaba dedicada al estudio del sujeto cognoscente, la segunda lo estará al estudio del
sujeto moral definido por la libertad.
En esta segunda Crítica la libertad se descubrirá al instituirse la legislación moral y, así,
la libertad se presentará como la ratio essendi de la ley moral y esta última como la ratio
cognoscendi de aquella primera. En otras palabras, la línea argumentativa de Kant es la
siguiente: si no hubiera libertad no existiría ley moral en nosotros, y si conocemos la ley
moral, podemos, por lo tanto, a partir de dicha ley, saber que somos libres. Así, el concepto
de libertad es la condición a priori del hecho moral y la piedra angular de toda la
construcción del sistema de la razón pura y comprende no sólo a la razón práctica sino
también a la razón especulativa.
La razón guía la construcción del conocimiento en su aspecto sistemático al dirigir la
búsqueda de las condiciones absolutas donde descansa, en último término, el edificio entero
del conocimiento.
Por otra parte, razón práctica equivale a voluntad. Un ser humano, como ser dotado
de razón, puede gobernar su conducta de acuerdo a la concepción de esa ley; la razón es
práctica en sí misma, es capaz de proporcionar los motivos y fines para obrar. Para ello no
es necesario eliminar los elementos no racionales: éstos pueden no deber ser los que
determinen los actos.
Lo que Kant pretende mostrar es que, si la moral no es una ilusión la razón pura,
puede y debe ser práctica. Por lo tanto, esta razón práctica no sólo puede hacer legítimamente
estas presuposiciones sino que además debe hacerlas, si es que la moralidad no es una
quimera. Sin embargo, estos presupuestos no se hacen como expresiones de conocimientos
sino como asuntos de fe o, como los llama Kant, “postulados prácticos”.
La Crítica de la razón práctica muestra que la ley moral, considerada como “hecho de la
razón”, implica el concepto de libertad y, a su vez, es implicada por éste. En efecto, al
afirmar que el ser humano tiene obligaciones morales, Kant está asumiendo que la libertad
es real y que la naturaleza, incluyendo la naturaleza humana, puede ser entendida
científicamente sólo bajo el principio de la causalidad natural. Así, el ser humano como
agente moral no es una parte de la naturaleza: el mismo acto que el psicólogo considera
determinado causalmente por las leyes de la herencia y del medio ambiente es considerado
por el agente moral como elegido libremente. De este modo, el concepto kantiano de
libertad no equivale a sostener que las acciones libres carecen de causas ni tampoco a que
estén determinadas psicológicamente por los estímulos momentáneos pero, en cambio, sí
por el carácter que uno mismo se ha formado.
La razón práctica posee entonces su propia antinomia: ésta surge del concepto de bien
supremo entendido como el ideal que conjunta perfección moral y felicidad proporcional al
grado de perfección adquirido.
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En efecto, únicamente la virtud puede constituir el bien más elevado, pero ella sola
no puede constituir el bien perfecto; este último exige la unión de virtud y felicidad. Ahora
bien, la felicidad no es posible sino bajo cierto acuerdo entre la naturaleza y nosotros, pero
es claro que el orden natural no depende de nosotros. Así, la propuesta kantiana del ideal
moral y su persecución por el ser humano significa una fe profunda en el orden moral del
universo y en un ser que lo establece y realiza. Así también, las ideas de inmortalidad del
alma y otra vida son expresiones del pensamiento kantiano donde el ser humano no puede
realizar el ideal moral en este mundo.

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