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Teoría y Análisis Literarios y Culturales I

Unidad 4.
Aproximaciones marxistas a la literatura
Para los teóricos que vamos a examinar en este apunte, los esfuerzos por una teoría
literaria inmanentista están condenados de antemano al fracaso, porque entie nden que tanto
los cambios que se producen a lo largo de la historia literaria como el funcionamiento mismo
de lo que llamamos literatura en general no puede explicarse sin referencia a elementos que
están fuera de la literatura. Para ellos, la literatura es siempre y primariamente, más allá de las
diversas particularidades formales de su discurso, una práctica social, y por lo tanto, no se la
puede estudiar debidamente sin tener en cuenta los factores del contexto social que inciden
sobre ella. Por ese motivo, los reunimos bajo el rótulo general de “sociologistas”.
Por cierto, esto no quiere decir que a los teóricos que hemos visto en los apuntes
anteriores se les pasara por alto que hay conexiones importantes entre la literatura y el
contexto social en que se realiza. Sin embargo, no las consideran un factor esencial para
explicar la literatura. Por ejemplo, en los últimos años de producción teórica de los
formalistas rusos como tales, uno de ellos, Iuri Tinianov, propuso un modelo según el cual los
sistemas literarios (a los que él llamó series) entraban en relación con los otros sistemas
sociales (político, religioso, etc.) sólo como una totalidad, pero que en su interior tenían una
dinámica autónoma: el cambio literario se producía, según esa perspectiva, porque
determinados procedimientos literarios se volvían ellos mismos rutinarios y familiares, y
perdían en consecuencia su capacidad de extrañamiento, de ostranenie . De esa manera,
insistía en explicar la historia literaria misma en términos exclusivamente literarios.
Cuando hablamos de una teoría literaria sociologista, no nos referimos a encontrar
intuitivamente ciertos lazos entre el contexto histórico y algunos rasgos de los textos que se
han producido en él. Este tipo de conexiones generales, en realidad, es compatible con
muchas teorías de diverso tipo e, incluso, puede hacerse, y se hace a menudo, sin referencia a
ninguna teoría en particular. Entendemos por teoría sociologista aquí un conjunto de
principios que derivan sistemáticamente ciertas propiedades de los textos de elementos
estructurales de la sociedad, y que, por lo tanto, suponen otra teoría más general: una teoría
del funcionamiento de la sociedad, una teoría sociológica.
Las teorías literarias sociologistas, o al menos las más influyentes, se declaran
influidas por la teoría de la sociedad que se conoce como “marxismo”. Sin embargo, este
aparentemente sustancial acuerdo no impide que presenten grandes diferencias entre sí, e
incluso, en muchos casos, que estén radicalmente enfrentadas en algunos aspectos
importantes. Estas diferencias surgen porque en cada caso hay diferentes modos de entender
lo que llaman “marxismo” y porque, además, en muchas de ellas el marxismo se entrecruza
con otras corrientes de pensamiento, lo cual acaba por darle a cada una un perfil particular.
Para comprender lo que tienen en común, así como lo que las diferencia, será conveniente
comenzar por resumir algunas de las ideas principales propuestas por Karl Marx, en las que
cada versión del marxismo pretende inspirarse, para luego observar cómo las distintas
interpretaciones de esas ideas y el entrecruzamiento con otras dieron lugar a las varias formas
de marxismo, y a sus correspondientes teorías literarias –y, en algunos casos, culturales en
general- sociologistas.
Marx. El materialismo.
Lo más conocido de Karl Marx (1818-1883) es su pensamiento político y sobre todo
la decisiva influencia que tuvo en la formación y proyectos de los Partidos Comunistas en
todo el mundo y que, durante el siglo XX, tuvieron un peso decisivo en la política
internacional, sobre todo desde la Revolución Rusa de 1917. Probablemente el texto más
conocido de Marx es el Manifiesto comunista , que redactó, como muchas otras obras, en
conjunto con Friedrich Engels (1820-1895), y en el que convocaban a la clase obrera a la
transformación de la sociedad, desde el capitalismo dominante al comunismo. Sin embargo, la
Teoría y Análisis Literarios y Culturales I 2 Aproximaciones marxistas

trayectoria intelectual de Marx es mucho más compleja y este programa político es sólo una
parte de su obra, que tuvo gran influencia en el pensamiento filosófico, sociológico y
económico. Si bien es cierto que esta difusión fue favorecida por el crecimiento político de los
Partidos Comunistas, la influencia intelectual de Marx se extendió mucho más allá de los
militantes de esos partidos, e incluso mucho más allá de quienes estuvieron comprometidos
con el programa político de esos partidos.
Su obra más importante es, seguramente, El capital. Crítica de la economía política,
que escribió durante los últimos años de su vida, radicado en Inglaterra. En tres volúmenes, el
primero de 1867 y los otros publicados póstumamente por Engels, Marx analizaba en
profundidad los principios de la economía capitalista. Criticaba las interpretaciones de la
misma que circulaban hasta el momento, y proponía otras perspectivas que transformaron
radicalmente la teoría económica. Incluso los teóricos del liberalismo económico
(entendiendo como tal el fundamento filosófico de los economistas que apoyaban el
capitalismo) reconocieron que esas propuestas implicaban cuestionamientos teóricos serios a
los que cualquier reflexión sobre la economía debía contestar.
Un ejemplo famoso, que además nos será útil para introducir ciertos conceptos
importantes, es la explicación que da Marx de por qué se produce lo que él llamó la plusvalía.
El empresario capitalista compra a un precio y vende a un precio superior, con lo cual obtiene
sus ganancias. Por ejemplo, compra lana y luego vende un tejido, a un precio mayor del que
pagó por la lana. Ahora bien, ¿de dónde surge esa diferencia? ¿Por qué el producto que vende
es más caro que el producto que compra? Un factor decisivo es, por supuesto, el trabajo del
tejedor, a cambio del cual el empresario le ha pagado un salario. Sin embargo, ese salario que
recibe el trabajador es menor que la ganancia que obtiene el empresario. El negocio del
empresario está en que paga por la fuerza de trabajo (el esfuerzo, el tiempo y el conocimiento
puestos en la práctica por el tejedor, en el ejemplo) menos de lo que ella vale y se queda con
esa diferencia (la plusvalía) como ganancia para sí mismo, sólo en virtud de que es el que
controla los medios de producción (las máquinas, el local donde se trabaja, etc.). Para Marx,
en consecuencia, en el sistema capitalista, el empresario se apropia del valor del trabajo que
en realidad le pertenece al trabajador. Esto es lo que llama trabajo alienado (del latin “alien”,
“ajeno”). Según su análisis, esta alienación no se percibe como tal porque en el contexto del
capitalismo se ha vuelto muy natural considerar a la fuerza de trabajo como una mercancía
más (una mercancía es un objeto con un precio): desde esa perspectiva, la fuerza de trabajo se
compra y se vende, de la misma manera que la lana y el tejido. Pero, para Marx, el trabajo no
debería ser considerado una mercancía, porque el trabajo es la acción que define al ser
humano mismo, la acción por la cual éste transforma la naturaleza para atender a sus
necesidades. A esta distorsión, Marx la llamó reificación, del latín “res”, “cosa”: el trabajo,
que es para él la dignidad misma de la condición humana, es interpretada como una cosa, un
objeto, que puede comprarse y venderse.
Los tres tomos de El capital son, en realidad, la culminación del proceso intelectual
de Marx. Rastrear las etapas anteriores de este proceso nos ayudará a comprender lo que
significan sus análisis económicos en el contexto general de su pensamiento y la incidencia
que éste tuvo sobre los estudios de la cultura y la literatura.
Alienación y reificación, en efecto, son otras tantas respuestas para un problema que
le preocupó desde sus primeros escritos, cuando todavía no estaba tan interesado en la teoría
económica sino en problemas filosóficos de índole más general: ¿por qué la historia humana
insiste en contarse como movida por factores externos a los propios seres humanos, cuando en
realidad la historia no depende sino de lo que éstos hagan o dejen de hacer? Lo que estaba
criticando en particular era toda una práctica de la filosofía de su tiempo, en la que la
influencia dominante era la de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), quien entendía la
historia como el despliegue de una entidad superior, de naturaleza metafísica, a la que llamaba
el Espíritu Absoluto. En esa línea, los sucesores de Hegel, en general, presuponían que las
ideas tenían una existencia independiente y que eran las que movilizaban la acción y la
historia humanas. En La ideología alemana (1856), escrita en conjunto con Engels, Marx se
pronunció en contra de ese “idealismo”, y a favor del “materialismo”, que sostiene que las
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ideas no tienen vida independiente, sino que surgen en estrecha relación con la experiencia
concreta humana. Así, para el materialismo, la idea de que el trabajo es una mercancía (la
reificación), en el ejemplo que vimos arriba de El capital, no surge por sí sola, emanada de
ningún espíritu ajeno a la acción de los seres humanos, sino que se corresponde
históricamente con las experiencias que los individuos reales y concretos viven en el contexto
del capitalismo. Por esta estrecha vinculación entre las ideas y el contexto histórico en el que
surgen, Marx caracterizaba su “materialismo” como “materialismo histórico”.
Para Marx, el materialismo puede superar los errores en los que cae el idealismo
porque es un modo científico de aproximarse a la realidad, a partir de la observación de la
realidad misma, y no bajo la influencia de ideas abstractas preconcebidas. El impulso hacia
una explicación materialista de la historia humana fue llevando gradualmente al filósofo Marx
a ocuparse cada vez más de la teoría económica, bajo la consideración de que ella se ocupaba
de los aspectos primarios de la vida real de los seres humanos. Su crítica a los teóricos
económicos liberales en El capital era paralela a la que había lanzado antes contra el
idealismo filosófico en La ideología alemana. En efecto, contra la perspectiva de que el
sistema económico es el resultado de la acción de fuerzas impersonales (“la mano invisible
del mercado”, en la fórmula de Adam Smith, uno de los primeros teóricos del liberalismo
económico), Marx oponía una concepción de la economía como un conjunto de relaciones
concretas entre individuos concretos.
Ya en La ideología alemana, Marx y Engels intentaron un esbozo de una historia
materialista de las sociedades humanas en la que jugaba un papel significativo el concepto de
clase social, que será central en muchas teorías marxistas posteriores. Para ellos, la clase
social es una categoría materialista, ya que generaliza sobre las relaciones concretas que los
individuos tienen con los factores de la producción económica. Así, en el feudalismo, donde
la producción giraba alrededor de la tierra, había dos clases sociales: los señores, que tenían la
propiedad de la tierra, y los siervos, que como no la tenían, debían pagarle a los señores para
poder trabajarla. En el capitalismo, como vimos someramente arriba, también hay dos clases
fundamentales: los capitalistas (o “burgueses”, porque son los sucesores de los comerciantes
reunidos en pequeñas villas llamadas “burgos” desde la última parte de la Edad Media)
propietarios de los medios de producción, y los trabajadores, que no poseen nada, sino su
familia (la prole, de donde el nombre de “proletarios”) y su fuerza de trabajo, que deben
entonces vender a los capitalistas.
Podemos ver también cómo todas estas perspectivas teóricas se vinculan con el
programa político del comunismo. Si todos los miembros de la sociedad fueran los
propietarios de los medios de producción, no habría clases diferentes y nadie se aprovecharía
de nadie. A esa sociedad sin clases, y por lo tanto sin alienación, llamaba Marx “comunismo”.
Como se pone de relieve en el antes citado Manifiesto comunista, Marx y Engels pensaban
que sólo los proletarios estarían dispuestos a producir un cambio hacia una sociedad así, ya
que no tenían privilegios que defender, como en cambio sí los tenían los capitalistas. En
algunos momentos, llegan a sugerir incluso que el hecho de que estas ideas pudieran surgir, el
hecho de que ellos mismos pudieran concebirlas, mostraba que el proceso de transformación
de la sociedad estaba madurando, porque, siempre según los principios del materialismo
histórico, las ideas surgen en correlación con la experiencia histórica de los seres humanos.
El marxismo “ortodoxo”
En un sentido amplio, “marxismo” hace referencia a cualquier línea de pensamiento
que se declara influida por el pensamiento de Marx. Sin embargo, la palabra se utiliza muy a
menudo, y es en el sentido en que usualmente se la toma si no hay mayores aclaraciones, para
referirse a una interpretación de ese pensamiento que se consolidó como la versión oficial de
los Partidos Comunistas, desde fines del siglo XIX, y que se difundió ampliamente luego de
la Revolución Rusa (1917), a través de la influencia que la Unión Soviética, que se conformó
bajo el liderazgo de Rusia luego de esa revolución, alcanzó, a través, sobre todo, de los
respectivos Partidos Comunistas en Europa y otras partes del mundo. Esta versión del
marxismo, en la que jugaron un papel importante las contribuciones de Lenin (seudónimo de
Teoría y Análisis Literarios y Culturales I 4 Aproximaciones marxistas

Vladimir Ilich Ulyanov, 1870-1923), líder de la revolución soviética, se convirtió en doctrina


oficial de los Partidos Comunistas pro-soviéticos, al punto que los distintos aportes
intelectuales que se producían en el seno de esos partidos eran sometidos al escrutinio de un
tribunal que dictaminaba sobre su fidelidad a los principios de la misma. Por supuesto, no
todos los autores que se declaran marxistas estuvieron vinculados de esta manera a los
Partidos Comunistas. Muchos incluso criticaron esa versión “oficia l” del pensamiento de
Marx y presentaron posturas que tomaban distancia de ella, sea porque la consideraban
desacertada como análisis de la realidad, sea porque consideraban que se desviaban de las
ideas originales de Marx, o sea, en fin, por distintas combinaciones de ambas motivaciones.
Sin embargo, dada su decisiva influencia, aunque a veces sólo como un punto de referencia al
cual oponerse, no podemos entender el desarrollo del marxismo en general, y de las teorías
literarias dentro de él, sin una idea de los lineamientos generales de este marxismo, al que
llamaremos aquí “ortodoxo”.
En este modelo, se distinguen dos niveles en la estructura de toda sociedad humana, a
los que usualmente se les da los nombres, en español, de base y superestructura. La base es el
nivel de la actividad económica y está constituida fundamentalmente por lo que se denominan
relaciones de producción. Según esta concepción, a cada etapa del desarrollo tecnológico
humano (que marcaría el grado de control de la naturaleza para la satisfacción de las
necesidades) correspondería un modo de producción. El feudalismo, por ejemplo, es un modo
de producción, que se corresponde a un estadio en el que la tecnología disponible sólo permite
la explotación de la agricultura y la ganadería. En ese estadio, la economía gira alrededor de
la tierra. A medida que se van produciendo los avances tecnológicos, el eje de la economía se
va trasladando desde la tierra hacia el dinero, y va consolidándose en consecuencia otro modo
de producción, el capitalista. La superestructura es, complementariamente, el nivel en el que
se dan los marcos legales y políticos, y también otras actividades que no están directamente
relacionadas con la satisfacción de las necesidades: la religión, la filosofía, las artes.1
Según este marxismo, todo lo que encontramos en la superestructura en un momento
dado está determinado por lo que ocurre en la base. El marco legal y político de los señores,
los vasallos y la servidumbre en el feudalismo se explicaría entonces como una consecuencia
del modo de producción feudal, así como la organización legal y política de los estados
liberales se derivarían de la consolidación del modo de producción capitalista. Se puede
apreciar que este modelo es una interpretación, aunque por cierto no la única, del principio de
Marx según el cual las ideas en una época se corresponden con la realidad que viven los
individuos en esa época, o, en palabras del propio Marx, “el ser social determina la
conciencia”. La determinación de la superestructura por la base es un principio básico de toda
teoría cultural y literaria dentro del marxismo ortodoxo. La literatura y la cultura, en efecto,
participan de la superestructura, y por lo tanto se han de explicar a partir de las condiciones de
las bases “materiales”, es decir el modo de producción económico.
Para entender la dinámica en que se da esta “determinación”, debemos completar el
marco sociológico del marxismo ortodoxo, señalando que los modos de producción se
caracterizan en términos de las relaciones de producción, es decir las relaciones que se
establecen entre las clases sociales que también se definen, entonces, en términos
económicos, más concretamente según su relación con los medios de producción. En el modo
de producción capitalista, los principales medios de producción son el capital (que incluye el
dinero y la tecnología, sobre todo) y el trabajo. En consecuencia, las dos clases sociales
principales son los burgueses (que poseen el capital) y los proletarios (que aportan la fuerza
de trabajo). Los intereses de las clases sociales están en contradicción mutua, lo cual suscita
un enfrentamiento entre ellas, a veces más invisible, otras veces menos, pero siempre

1
Esta interpretación del pensamiento de Marx se basa sobre todo en el “Prefacio” a la
Contribución a la crítica de la economía política, publicado por Marx en 1859. Quienes cuestionan el
marxismo ortodoxo sostienen que esta interpretación es errónea a la luz de otros textos anteriores y
posteriores de Marx.
Teoría y Análisis Literarios y Culturales I 5 Aproximaciones marxistas

presente. Para el marxismo ortodoxo, esta lucha de clases es la fuerza principal que mueve la
historia: una clase intentando consolidar sus privilegios y su poder, la otra (o las otras)
intentando transformar las condiciones para abolir las diferencias entre las clases. Esta
perspectiva de la sociedad como una contradicción en pugna por resolverse es la propiedad
que hace de éste un materialismo dialéctico. La palabra “dialéctica” tiene varios sentidos,
pero el que es pertinente aquí es el que le había otorgado el ya mencionado Hegel, aludiendo
al esquema tesis– antítesis–síntesis, que, para él, formaba parte de la dinámica permanente de
la historia. El materialismo dialéctico sitúa este proceso no en el Espíritu Absoluto del
idealista Hegel, sino en las relaciones entre las clases sociales.
Estas confrontaciones forman primariamente parte de la base, pero encuentran su
traducción –o su reflejo- en el nivel de la superestructura, donde la lucha se libra en la forma
de leyes, ideas y expresiones de distinto tipo, entre ellas las artísticas y literarias. Es
importante notar que, en esta perspectiva, no se considera que los participantes de la lucha
sean necesariamente conscientes de ella, y a lo largo de la historia rara vez lo han sido. Los
sujetos de la historia, para el marxismo ortodoxo no son los individuos, sino las clases
sociales mismas. Es en el esclarecimiento de esas fuerzas –la toma de conciencia de la lucha
por parte del proletariado- que cumple su función la ciencia, es decir el materialismo histórico
definido, por supuesto, no simplemente en los términos de Marx, sino con todos los
postulados e interpretaciones que hemos presentado en este apartado. Entre otras cosas, esta
ciencia se ocupa del análisis de los fenómenos de la superestructura (entre los cuales se
encuentra la literatura) para poner de relieve en ella los diversos modos en que se ponen de
manifiesto los intereses contrapuestos de las clases sociales.
La crítica ideológica
El concepto de ideología y la crítica ideológica, un tipo de análisis que se deriva de
ese concepto, se originaron en propuestas de Marx, aunque el desarrollo teórico tanto de uno
como de otra son posteriores a él. Con ese nombre o a veces con otros, la crítica ideológica
constituye un sello distintivo de todas las teorías literarias y culturales marxistas. Pero
además, la encontramos como práctica en otras corrientes de pensamiento, incluso algunas,
como el postestructuralismo, explícitamente confrontadas en aspectos fundamentales con el
marxismo.
La palabra “ideología” significaba originalmente “ciencia de las ideas”. Pero para la
época en que Marx y Engels escribieron La ideología alemana, había tomado un matiz
peyorativo. Por eso, ellos la usaron para referirse a las imágenes distorsionadas de la realidad
que producían los filósofos idealistas. Aunque a lo largo de la obra, Marx volvió a utilizarla
en otros sentidos, y no de una manera realmente sistemática, en la tradición marxista
posterior, “ideología” tomó el sentido de un conjunto de ideas explícitas que representaban
una perspectiva de las cosas falsa, o por lo menos infundada, y que respondía a las
perspectivas de las clases socialmente dominantes.2
Ese fue el sentido que tuvo la palabra “ideología” en las primeras décadas del
marxismo. Un aporte importante para el desarrollo posterior del sentido de esta palabra fueron
las reflexiones del italiano Antonio Gramsci (1891-1937). Gramsci fue el principal promotor
en la formación del Partido Comunista Italiano y dirigió ese partido hasta que fue
encarcelado, en 1926, por el gobierno fascista. Pasó el resto de su vida en la cárcel, donde,
para mantenerse activo, escribió una serie de artículos y apuntes, que fueron publicados
después de su muerte bajo el título de Cuadernos desde la cárcel. A pesar de su carácter
muchas veces fragmentario y desordenado, las reflexiones recogidas en esos cuadernos
tuvieron una gran influencia en el marxismo posterior, tanto en la esfera de la actividad

2
En el marxismo que hemos llamado aquí “ortodoxo”, por influencia de Lenin, dejó de
implicar la falsedad, y quedó solamente el sentido de ideas que representaban los intereses de una clase.
Así, en ese contexto, podía hablarse de “ideología revolucionaria” o “ideología del proletariado”. Sin
embargo, este sentido siguió coexistiendo con el otro, que presuponía falsedad y tendenciosidad a favor
de la clase dominante.
Teoría y Análisis Literarios y Culturales I 6 Aproximaciones marxistas

política como, sobre todo, en la de las concepciones filosóficas, por ejemplo a través de sus
observaciones sobre el lugar que le cabe al trabajo intelectual en la actividad política y en la
sociedad en general. Aunque no desarrolló una teoría literaria en sentido estricto, escribió una
gran cantidad de textos de crítica literaria, y sus múltiples apuntes sobre las relaciones entre
literatura y cultura popular incidieron decisivamente en los estudios sociologistas posteriores.
En lo que se refiere al desarrollo del concepto de ideología que estamos examinando
en este apartado, su principal aporte fue el concepto de hegemonía . Según Gramsci, hay dos
modos en que un grupo dominante puede ejercer su poder sobre el resto de la sociedad: por
dominio y por hegemonía. En el primer caso, la obediencia se obtiene por la fuerza, por la
coacción; en el segundo, por consenso: los dominados aceptan voluntariamente un orden de
cosas injusto porque, de alguna manera, son convencidos para hacerlo, por ejemplo porque no
se dan cuenta de que es injusto, o porque están convencidos de que no hay otra alternativa
posible. En consecuencia, las ideas falsas que favorecen los intereses de los sectores
dominantes no siempre están formuladas en un texto coherente, como el de los filósofos, e
incluso pueden no ser explícitas, sino que circulan como sobreentendidos en la sociedad.
En realidad, en los propios escritos de Marx hay análisis de ideas que tienen estas
características. El caso de la reificación, que hemos analizado antes, es un ejemplo entre
otros: en efecto, no se trata simplemente de que los economistas liberales interpreten, en sus
escritos, el trabajo como una mercancía, sino que los propios obreros lo hacen,
implícitamente, porque les parece natural que se les dé un salario a cambio de él. Sin
embargo, Marx no usaba la palabra “ideología” todavía en ese sentido. Fue a lo largo del siglo
XX que el sentido de “ideología” fue extendiéndose hasta cubrir también, e incluso
preferentemente, ese tipo de ideas no explícitas, e incorporadas al quehacer cotidiano. La
crítica ideológica consiste, precisamente, en desenmascarar los modos disimulados en que
esas ideas están presentes en textos y prácticas de diversa naturaleza. Las distintas teorías
literarias marxistas incluyen siempre propuestas sobre cómo funciona la ideología y, en
consecuencia, proponen modos de analizar los textos para realizar la crítica ideológica. En el
terreno de los estudios literarios, esta modalidad de análisis dotó de un nuevo sentido a la
palabra “crítica”, además de los que revisamos en el primer apunte, un sentido equivalente al
de crítica ideológica: el analista revisa el texto y su contexto social para denunciar que
algunas ideas presentes en ese texto están tendenciosamente orientadas a favor de los sectores
dominantes.
Como señalamos arriba, la crítica ideológica se ha extendido más allá de las teorías
literarias y culturales marxistas, aunque no siempre se la practique con ese mismo nombre. Un
procedimiento de crítica ideológica es, por ejemplo, el que sigue el descontruccionismo del
postestructuralista Derrida, según el cual la cultura occidental ha estado dominada desde los
filósofos griegos por lo que él llama logocentrismo, que podría caracterizarse como una
exacerbación de una razón homogeneizadora y autoritaria. La práctica desconstruccionista
que él pregona y practica, cultiva la différance3 , consiste en desmontar discursivamente las
jerarquías arbitrarias que ese logocentrismo impone. Otro ejemplo podemos encontrarlo en el
feminismo, cuando sostiene que las mujeres son educadas para aceptar el sometimiento a los
hombres y se dedica a denunciar, aunque no siempre bajo el nombre de “crítica ideológica”,
los modos en que esa aceptación se difunde de maneras no siempre directamente visibles.
Teoría literaria en el contexto del marxismo ortodoxo
En el terreno estrictamente político sobre el que los Partidos Comunistas tuvieron
influencia directa, el marxismo ortodoxo dio lugar a lo que se conoce como “realismo
socialista”, que favorecía una literatura destinada a difundir la conciencia revolucionaria y a la
que, por esa misma razón, a menudo se la ha acusado de esquemática y excesivamente
panfletaria. Sin embargo, en las universidades y en otras instituciones de discusión intelectual,
algunos estudiosos propusieron teorías que adoptaban el marco sociológico proporcionado por
esa versión del marxismo y desarrollaron instrumentos conceptuales más específicos para su

3
El concepto de différance está explicado en la Unidad 2.
Teoría y Análisis Literarios y Culturales I 7 Aproximaciones marxistas

aplicación al estudio de la literatura. En este apartado, vamos a considerar tres de esas


propuestas, cada una de ellas con un grado diferente de acatamiento a los principios generales
del marxismo ortodoxo, todas ellas de cierta influencia en la teoría y el análisis literario.
De los teóricos que consideraremos, el que estuvo más directamente vinculado a las
políticas oficiales del Partido Comunista, fue el húngaro Georg Lukács (1879-1965), quien
llegó a ser funcionario del gobierno comunista en su país, aunque alternando con destierros y
censuras, según se sucedían distintos lineamientos políticos en ese país de Europa Oriental, y
sus escritos fueron observados en dos oportunidades por los tribunales correspondientes.
Lukács tuvo una formación decididamente hegeliana y, antes de volcarse al
marxismo, había publicado una Teoría de la novela dentro de ese marco filosófico. La
impronta de la dialéctica de Hegel siguió siendo muy fuerte a lo largo de su obra. Por
ejemplo, él también piensa que la historia sigue un curso irreversible guiado por la resolución
de contradicciones, pero, a diferencia de Hegel, no sitúa esta dialéctica en un Espíritu
Absoluto abstracto, sino en la lucha de clases sociales. Los dos conceptos clave de su modelo
son los de totalidad y conciencia de clase. La ideología, según Lukács, no produce una
perspectiva falsa, sino parcial: la clase burguesa no puede verlo todo por el lugar que ocupa
en la estructura social. Este es, para él, en general, el caso de las clases dominantes. Los
grupos dominados, en cambio, por su mismo ímpetu revolucionario, avanzan hacia una
comprensión más comprehensiva, más total, de la sociedad y de la historia humana. En el
capitalismo, esa función de conciencia revolucionaria es la que cumple el materialismo
histórico para el proletariado.
En sus estudios literarios, y en coherencia con esta perspectiva sociológica, Lukács
puso un gran énfasis en el desarrollo del realismo, sobre todo en la novela. Para él, el realismo
respondía al esfuerzo de la clase burguesa por comprender la totalidad social, en la etapa en
que la burguesía era una fuerza revolucionaria, que pugnaba por transformar el orden
impuesto por la clase aristocrática. Por eso, la novela, con su vocación realista, se desarrolla
en paralelo con el crecimiento económico, social y político de la burguesía. En su libro La
novela histórica, Lukács analiza minuciosamente distintos aspectos de las novelas de Walter
Scott, Tolstoy y, sobre todo, de Balzac, para sustentar su tesis de que en ellas hay una
representación fidedigna y detallada de la estructura social y los procesos históricos. En este
sentido es que habla de tipificación: los personajes y sus relaciones entre ellos, sin ser
acartonados y esquemáticos, ponen en escena los aspectos esenciales para comprender la
realidad social y su historia. Para Lukács, el ímpetu del realismo por dar cuenta de la
totalidad, sin embargo, va declinando a medida que, al avanzar el siglo XIX, la burguesía se
va consolidando en el poder hasta convertirse en la clase dominante indiscutida. Así, Flaubert,
que desde otras perspectivas es considerado el paradigma de la novela realista, para Lukács en
realidad marca el comienzo de la declinación, con su insistencia en detalles que no son
relevantes para comprender la realidad histórica, sino sólo lo subjetivo e individual: en lugar
de la tipificación, por medio de la cual los novelistas anteriores enfocaban la estructura social
en general, Flaubert comienza a concentrarse en los individuos aislados, en consonancia con
la parcialidad de la ideología de la burguesía ya dominante. El fluir de la conciencia de Joyce
o la morosidad con que Proust detalla sus recuerdos en En busca del tiempo perdido son ya
una exacerbación de ese individualismo típicamente burgués y de ahí su crítica a la novela
“experimental” de comienzos del siglo XX.
El rumano Lucien Goldmann (1913-1970), quien trabajó en Francia desde comienzos
de los 1940, siguió en parte a Lukács en cuanto a la concepción de la sociedad y la historia,
pero orientó su teoría de la literatura (y de la filosofía) no a la valoración de las obras según
su contribución a la conciencia revolucionaria, como podríamos decir que hizo Lukács, sino
según su capacidad de expresar las perspectivas de la clase social a la que pertenecían los
autores. Una obra, para él, resulta estéticamente lograda cuando el autor es capaz de expresar
coherentemente, aunque no tenga necesariamente conciencia de ello, la visión del mundo del
grupo al que pertenece. La visión del mundo es, para él, un tipo de ideología, que tiene una
Teoría y Análisis Literarios y Culturales I 8 Aproximaciones marxistas

cierta estructura conceptual, y que llega a cristalizar en ciertos grupos sociales privilegiados. 4
En su libro El dios desnudo, Goldmann desarrolla en detalle el estudio de una visión del
mundo de ese tipo, que atribuye a la nobleza francesa despojada de poder político por Luis
XIV en la Francia del siglo XVII. Tanto en ese grupo social como en el movimiento religioso
de los jansenistas, como así también en la filosofía de Pascal y en el teatro de Racine,
Goldmann encuentra que se repite una misma estructura, que él llama la “visión trágica”: el
hombre se encuentra movido por fuerzas contradictorias que la realidad no le permite
conciliar. A esa similitud estructural que enlaza las distintas manifestaciones de una misma
visión del mundo, Goldmann llamó “homología”. Como para él la homología se origina en la
sociedad, o más precisamente, en la posición que un determinado grupo social ocupa en la
estructura social, llamó a su método de análisis “estructuralismo genético”.5
La tercera propuesta teórica que consideraremos en este apartado es la que se conoce
como “escuela de Frankfurt”, en referencia a un grupo de estudiosos reunidos en el Instituto
de Investigaciones Sociales de Frankfurt, Alemania, fundado en 1923, trasladado a Estados
Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y luego reinstalado en Frankfurt en 1950. El
Instituto no estaba articulado dentro del ámbito político donde dominaba el marxismo
ortodoxo, lo cual no quiere decir que desatendiera totalmente los postulados de esta versión
del marxismo. Entre sus miembros, alcanzaron difusión importante las ideas de Herbert
Marcuse y Max Horkheimer y, sobre todo, Walter Benjamin y Theodor W. Adorno. 6 Aunque
mantuvieron grandes diferencias entre sí, es común a todos ellos una postura crítica frente a
las expresiones de la cultura en el orden capitalista (la expresión “teoría crítica”, implicando
“crítica ideológica”, de la que hablamos arriba, se difunde a partir de la influencia de los
autores de la escuela de Frankfurt) y una valoración política del arte, y en particular del arte
de vanguardia, en lo que se oponen a Lukács quien, como vimos, por esa misma época,
cuestionaba el individualismo de esos experimentos estéticos. Este es un ejemplo de cómo,
dentro del mismo marco de marxismo, se dan perspectivas a veces diametralmente opuestas.
Adorno (1900-1969) toma como punto de partida de su argumento el análisis que
Marx había hecho del concepto de mercancía tanto entre los economistas liberales como en
los propios individuos sometidos al poder del sistema capitalista. Dado que en el capitalismo
el valor de todos los objetos debe expresarse en términos de dinero, observaba Marx, las
particularidades de los objetos (incluido, entre ellos, como vimos, el trabajo humano mismo)
se borraban para volverlos mutuamente comparables. Para Adorno, esta pérdida de
singularidad, esta equivalencia absoluta de todas las cosas (incluida la creatividad humana), es
la ideología definidora del capitalismo. La lucha contra ella debe, para él, realizarse en la
práctica, enfatizando las diferencias contra las pretensiones de homogeneidad. Llamaba a eso
“dialéctica negativa”. Las rupturas aparentemente gratuitas de los artistas de vanguardia eran
ejercicios de esa dialéctica negativa, y por lo tanto, tenían una carga política positiva, porque
contrarrestaban la poderosa acción unificadora y alienante del sistema capitalista. En contra
de Lukács, sostenía asimismo que las técnicas narrativas de Joyce y Proust, al concentrarse en
las singularidades individuales, cumplían un papel semejante. Argumentaba, también, que,
como ninguna conciencia es puramente individual, las huellas de lo social podían, de todos
modos, descubrirse en esas exploraciones que aparentemente eran en extremo subjetivas. Para
Adorno, la dialéctica negativa era también el principio que debía regir el trabajo del crítico
cultural en su análisis de las manifestaciones literarias y culturales. Su rechazo a las
categorías fijas lo acerca mucho a las posiciones que años después defenderán los

4
Aquí “ideología” no implica la idea de falsedad, sino sólo la expresión de una clase social
determinada, en el sentido en que la usaba Lenin (v. nota 2).
5
Goldmann usa los términos “estructura” y “homología” en sentidos diferentes a los que,
después de él, darán a las mismas palabras los estructuralistas franceses, de los que hablamos en el
segundo apunte.
6
Otros miembros muy famosos del Instituto, en su última etapa son los filósofos Jurgen
Habermas y Hanna Arendt, que no se dedicaron a la teoría literaria, y Peter Bürger, autor de un
importante estudio de las vanguardias literarias.
Teoría y Análisis Literarios y Culturales I 9 Aproximaciones marxistas

postestructuralistas, quienes a menudo recuperaron muchas de sus propuestas, a pesar de que


no compartieran sus presupuestos marxistas.
Walter Benjamin (1892-1940) no fue propiamente miembro del Instituto, pero estuvo
muy vinculado a éste, y se lo suele incluir dentro de la escuela de Frankfurt. Sostenía que el
valor artístico estaba siempre en detalles aparentemente marginales de las obras, y realizó
análisis minuciosos de numerosos textos para mostrar, además, que en esos detalles había una
gran fuerza política. Su texto más influyente es, quizá, un largo ensayo que publicó bajo el
título de “La obra de arte en la era de la reproducción mecánica”, en el que analiza la pérdida
del “aura” de la obra de arte en el mundo moderno.
El marxismo estructuralista
Durante los años 1960, se desarrolló en Francia una versión del marxismo que influyó
decisivamente en los estudios sociales y culturales de diversas partes del mundo, incluyendo
las universidades latinoamericanas. La principal figura fue Louis Althusser (1918-1990),
quien dirigió una extensa investigación publicada bajo el título de Leer el Capital, en la cual,
a partir del análisis del texto de Marx, dedujo lo que, para él, constituiría el método científico
para analizar la realidad, y que consiste básicamente en situar cada aspecto de la misma en un
marco general de relaciones, un marco y unas relaciones que escapan a la perspectiva
ideológica. Para él, la ideología es un mecanismo que funciona, a través de lo que llamó los
aparatos del Estado (el sistema educativo, los medios de comunicación, la familia, etc.),
imponiendo una perspectiva a todos los sujetos sobre los que domina, de tal manera que cada
uno de esos sujetos no puede imaginarse a sí mismo sino como ocupando cierta posición en la
sociedad (obrero, estudiante, patrón, etc.) y cumpliendo en consecuencia la función que le
corresponde, y que acuerda con los intereses de la clase dominante. Los sujetos individuales,
afirmaba Althusser, son, de este modo, interpelados por el gran Sujeto de la ideología. Según
esta perspectiva, el análisis científico permite esclarecer y denunciar esta situación “desde
afuera” de la ideología.
En los debates públicos, los marxistas althusserianos se enfrentaron con los
estructuralistas quienes, como vimos, desarrollaron sus propuestas por la misma época. Para
los marxistas, los sistemas de signos que, según los estructuralistas, condicionaban el habla de
los individuos eran equiparables a las categorías idealistas, porque eran abstractas y se
presentaban como independientes de la historia. Sin embargo, la particularidad del marxismo
althusseriano se comprende mejor si se tiene en cuenta esta convivencia con el
estructuralismo en una misma época y en un mismo ámbito intelectual. Según su concepto,
por ejemplo, los sujetos en la ideología se definen por la posición que ocupan en relación con
los demás, tal como las partes de una estructura. Y su concepción de la ciencia como el
establecimiento de marcos generales de relaciones también está emparentado con el método
estructuralista. Es cierto que este marxismo “estructuralista”, sin embargo, toma del marxismo
conceptos como los de clase social o ideología, así como la preocupación por el cambio
histórico, rasgos que están ausentes en el estructuralismo inmanentista.
La influencia del estructuralismo también puede encontrarse en el modo particular en
el que Althusser cuestiona el determinismo de la superestructura por la base del marxismo
“ortodoxo”. Para él, el modo de producción básico para comprender el funcionamiento social
no es el económico, sino un concepto más general, un modelo que puede aplicarse en otras
esferas de la vida: habría así un modo de producción legal, un modo de producción religioso,
un modo de producción literario, que tienen similitudes estructurales con el modo de
producción económico, pero tienen cada uno su propia particularidad y por lo tanto no están
enteramente determinados por la economía. Es por eso que, en el contexto de este marxismo,
los términos propios del análisis económico se comenzaron a aplicar metafóricamente para la
descripción de otras actividades humanas. Se comienza a hablar, en esa época, por ejemplo,
de la “producción” de textos literarios, en analogía con la “producción” agrícola o industrial,
es decir la producción económica.
Esto se ve bastante claro en la propuesta del teórico literario Pierre Macherey (nacido
en 1938), la más conocida de las teorías literarias del marxismo althusseriano, difundida en un
Teoría y Análisis Literarios y Culturales I 10 Aproximaciones marxistas

libro que se llama precisamente Para una teoría de la producción literaria. En su propuesta,
el autor es semejante a un trabajador manual, que toma cierta materia prima (los códigos, las
fórmulas retóricas, la ideología misma) y la transforma para dar lugar a un producto nuevo.
Siguiendo los preceptos del estudio científico de Althusser, el trabajo del analista consiste en
situar todos esos materiales en un contexto más amplio. En particular, aspira a encontrar en
los textos ciertas contradicciones que están implicadas en la ideología misma. En una novela
de Balzac sobre los campesinos franceses, por ejemplo, encuentra que hay una contradicción
entre el objetivo de describirlos objetivamente y el de emitir juicios de valor sobre ellos. En el
texto, los juicios de valor están confundidos en medio de las descripciones, pero a través de
ellos se revela la posición (ideológica) desde la cual Balzac los observa.
Un caso particular dentro del marxismo estructuralista es el de Pierre Bourdieu (1930-
2002). Formado originalmente como antropólogo, su trabajo reflexivo lo llevó gradualmente a
temas usualmente reservados para la sociología y realizó importantes aportes en el estudio del
sistema educativo y la teoría literaria. Aunque criticó abierta y a veces severamente a
Althusser y sus seguidores, y en algunos aspectos efectivamente hay visibles diferencias con
ellos en sus propuestas, sin embargo, al mismo tiempo, también es muy visible la huella del
marxismo estructuralista en otros aspectos. Su principal contribución a la teoría estrictamente
literaria es, seguramente, su concepto de campo literario (que a veces concibe como parte de
un campo artístico o un campo intelectual). El campo es un conjunto de posiciones sociales
relacionadas entre sí que son ocupadas por individuos. Algunas de estas posiciones se definen
por la función que cumplen: el escritor, el crítico, el editor, etc. y en parte la actividad del
campo se puede caracterizar por la interrelación entre estas funciones. Pero además dentro del
campo se define qué es lo que se considera valioso, lo que Bourdieu denomina capital
simbólico (por ejemplo, en un determinado momento, predomina la idea de que los rasgos
románticos son lo más valioso, de manera que los mejor posicionados serán aquellos que
ostenten esos rasgos, en su persona y en su escritura, en mayor cantidad y calidad). Dentro del
campo literario, hay una lucha permanente por la definición del capital simbólico: las nuevas
generaciones, por ejemplo, intentan imponer nuevos parámetros que les permitan ocupar las
mejores posiciones.
Podemos ver que el concepto de campo presenta rasgos estructuralistas muy
marcados, ya que implica posiciones que se definen mutuamente. En el concepto de capital
simbólico, por otra parte, vemos la influencia de las metáforas económicas características del
althusserianismo. Sin embargo, el análisis de Bourdieu va todavía más allá. El campo
literario, para él, no es una abstracción intemporal, sino un hecho histórico: aparece a
comienzos del siglo XIX, cuando el desarrollo de la alfabetización y de las economías
liberales en general provocan la aparición de un público lector suficientemente grande como
para que los escritores puedan vivir de lo que escriben, se vuelven profesionales y alcanzan
una relativa autonomía (lo cual se aprecia en el hecho de que pueden legislar sobre su propio
quehacer en la definición de lo que ha de contar como capital simbólico) , es decir se
convierten en un sector social diferenciable, con sus intereses específicos dentro del conjunto
de la sociedad. Para Bourdieu, son estas condiciones económicas las que explican no sólo por
qué aparece el campo, sino el concepto mismo de literatura tal como lo entendemos hoy.
Materialismo cultural y marxismo postestructuralista
En este apartado, revisaremos dos teorías literarias marxistas muy diferentes entre sí,
pero que, además, se separan, por distintos motivos, de los dos marcos generales (el marxismo
“ortodoxo” y el marxismo “estructuralista”) que hemos examinado en los apartados
anteriores. Además de que cada una de ellas ha sido muy influyente en el contexto de la teoría
literaria en general, el revisarlas nos permitirá también formarnos una idea más rica de la
variedad de posturas que se recogen bajo el rótulo general del marxismo.
El galés Raymond Williams (1921-1988) estudió, enseñó y produjo una vasta obra de
teoría y análisis literarios y culturales en Inglaterra. En su libro Marxismo y literatura (1977)
están concentradas las discusiones y fundamentaciones de sus principales conceptos teóricos,
enfrentando, por un lado, a la tradición espiritualista que, bajo la influencia de Frank
Teoría y Análisis Literarios y Culturales I 11 Aproximaciones marxistas

Raymond Leavis (1895-1978), dominaba en las academias inglesas cuando él comenzó sus
estudios; y, por otro lado, al marxismo ortodoxo, que él llama marxismo “vulgar”. De manera
menos explícita, su perspectiva cuestiona también el marxismo estructuralista, que contaba
con muchos seguidores entre sus contemporáneos británicos. Para Williams, el marxismo
ortodoxo, al postular que la superestructura está determinada por la base, y la propia
separación entre base y superestructura (entre lo material y las ideas), cae en los mismos
errores que Marx criticaba al idealismo: propone categorías abstractas que se imponen sobre
la interpretación de la realidad misma. Williams entiende que el aporte de Marx al estudio de
la sociedad y la cultura consiste precisamente en haber subrayado la unidad indisoluble que se
da entre las ideas humanas y la historia real, sin que ninguno de esos niveles pueda
considerarse ni más importante ni anterior al otro.
En consonancia con esta interpretación, se esforzó por reformular ciertas categorías y
proponer otras nuevas, que permitieran analizar los fenómenos concretos de la cultura
humana sin interpretarlos previamente, sino de manera que ayudaran a comprenderla en su
especificidad. Para él, ese es el principio fundamental del materialismo, y por eso llamó a su
marco general de trabajo materialismo cultural. Reformula, por ejemplo, el concepto de
hegemonía de Gramsci, para poner de relieve que la cultura humana es un flujo permanente
de intercambios entre individuos, entre los cuales están establecidas relaciones de poder que,
aunque otorgan mayores posibilidades de influencia a unos sobre otros, sin embargo nunca
llegan a definir el control absoluto de ninguna perspectiva en particular. Propone, en la misma
línea, el concepto de estructura de sentimiento , con el cual hace referencia al modo en que las
ideas existen realmente en el curso de las vivencias humana: no como verdades claramente
expresables (como se solía presuponer cuando se hablaba de ideología), sino como una
conjunción de pensamiento y sentimiento. Aunque las estructuras de sentimiento están
siempre relacionadas con las experiencias de la vida social, pueden llegar a percibirse como
individuales, precisamente porque no están expresadas de forma explícita en el contexto. La
literatura, para él, es un terreno en el que se ponen de manifiesto antes que en otras esferas de
la vida. Los artistas transforman las convenciones preexistentes para expresar las estructuras
de sentimiento emergentes, antes de que comiencen a generalizarse en la sociedad de forma
consciente y explícita.
El otro autor que consideraremos es el norteamericano Fredric Jameson (nacido en
1934), quien a lo largo de su obra revela la influencia de varias de las líneas que hemos visto
antes, tales como la escuela de Frankfurt y el marxismo althusseriano. Sin embargo, su texto
El inconsciente político. La narrativa como un acto socialmente simbólico (1981) constituye
una reformulación original de estas influencias que, a la vez, plantea una variedad de
marxismo capaz de incorporar algunos conceptos básicos del postestructuralismo. Para
Jameson, el marxismo supera a los otros marcos de interpretación literaria porque sitúa
históricamente los textos y sus interpretaciones, único modo de comprender el pasado y su
relación con el presente. Eso es posible porque proporciona una narrativa de la historia, un
texto que está inscripto y circula en la sociedad en lo que él llama el inconsciente político.
Todas las propuestas teóricas sobre la literatura, para él, incluyendo las del estructuralismo y
las de otros estudios sociologistas, pueden conservar su validez, siempre que se las interprete
en relación con ese relato maestro. Esta insistencia en la historia como un texto, así como
algunas herramientas tomadas del psicoanálisis de Lacan, aproximan la propuesta de Jameson
a las perspectivas postestructuralistas.

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