Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
1. Introducción
293
comparece como materia sobre la cual se hace difícil establecer los
límites, puesto que no existe un punto y final, al mismo tiempo que
aprehenderla con nuestras herramientas tradicionales no deja de ser,
en muchas ocasiones, una experiencia cuanto menos enrevesada. De
un modo u otro, se convierte en algo mágico, no por ello menos real,
como lo era el universo de Macondo cuando el autor colombiano,
Gabriel García Márquez, lo hizo aparecer de la nada en su novela.
Pero para estandarizar esta literatura y consolidarla el enfoque de la
crítica debería ofrecer una mirada en perspectiva, amplia, desde el
lugar de los conceptos comunes canonizados por la tradición, pero
dispuestos siempre al cambio, a la hibridación, a la rápida y vertigi-
nosa evolución de un medio que no debe ser entendido como el fin.
Al mismo tiempo, se debe tener presente que ahora, en la literatura
digital, el lector es, a veces, quien también señala con el dedo para dar
nombre a las cosas de un mundo flamante. Los papeles de creador y
lector son, en determinadas textualidades electrónicas, simultáneos;
en otras, intercambiables; y en algunas, como en los casos en los que
el autor deposita la generación del texto en la máquina, cuestionados.
En muchas ocasiones, no obstante, el lector se siente parte activa
del texto. “Sin duda, toda lectura contribuye a crear el texto y cada
lector es, a su manera, co-autor de la obra que su lectura pone en
movimiento”2, también en la literatura tradicional.
294
interpretar y analizar de manera exhaustiva para alcanzar unos niveles
de profundización en un primer momento insospechables.
Si hay una figura importante en el proceso de lectura es la del
lector, quien tiene que asumir la responsabilidad de transitar por un
auténtico camino hermenéutico. Sin embargo, debemos tener presente
que el lector en papel, a pesar de que debe escudriñar el texto, tiene
ante él un texto cuyo orden ya ha sido establecido previamente por
el autor. Podrá en este caso exprimir el texto en la media en que sea
capaz de hacerlo, pero deberá realizarlo en la dirección que ya le viene
marcada. Tal situación cambia si hablamos de un lector de literatura
digital puesto que, tal y como señala Laura Borràs:
295
Narrativa Digital “Ciutat de Vinaròs”. El punto de partida para crear
esta obra es un informe que emite el gobierno norteamericano en el
que alertaba del riesgo de la lectura y de una supuesta crisis lectora.
Moulthroup recalca que su obra surge de la relación “entre una máqui-
na de lectura y un simulador de buceo, de inmersión libre”. El lector
se encuentra ante una especie de juego en el que deberá desarrollar
toda una serie de habilidades para poder llevar a cabo una buena
lectura. Pero, como en cualquier inmersión, se hace necesario respirar
correctamente para poder seguir con la lectura. De este modo, el autor
nos demuestra que leer conlleva un riesgo, sin embargo, a través de
la repetición, del error y el volver a empezar, el lector desarrolla toda
una serie de estrategias lectoras para que su inmersión sea cada vez
más fructífera a la par que arriesgada.
Ante tal coyuntura, no debe resultar extraño que muchas de las
obras digitales vayan acompañadas por su “manual de instrucciones”.
Sin duda, el autor es consciente de que la obra puede apreciarse
como un entramado complejo, de difícil acceso, sobre todo entre los
inmigrantes digitales en los que el peso de la tradición literaria es
decisivo en sus experiencias lectoras. Aunque este asuma con gran
entusiasmo su papel activo en el proceso lector, no se puede olvidar
que debe llevar a cabo un aprendizaje. Dichas instrucciones quizá
sean útiles pero no imprescindibles para la navegación.
296
reabierto el debate sobre qué entendemos por arte y por literatura,
por consiguiente, se ha sembrado la duda sobre la validez de estas
obras digitales como obras literarias. ¿Acaso no fue cuestionado el
urinario de Duchamp cuando, en 1917, lo presentó en galería Gran
Central de Nueva York? ¿No causó revuelo la obra de Piero Manzoni,
Merda d’artista, en 1961? ¿No levantó expectación el artista brasileño
Eduardo Kac, padre del Bioarte, cuando apareció con su coneja Alba?
¿No se ha cuestionado que las obras de Eugenio Merino que presentó
en el pasado ARCO 2010 no podían ser obras de arte porque incluían
elementos ofensivos para la comunidad judía e israelita? Sea como
fuere, quizá ya el continuo debate quedaría si no zanjado al menos
resto en importancia si se tuviera presente a Paul Valéry cuando,
avanzado a su tiempo, en 1960 escribía en su Pièces sur l’art:
En todas las artes hay una parte física que no puede ser tratada
como antaño, que no puede sustraerse a la acometividad del co-
nocimiento y la fuerza modernos. Ni la materia, ni el espacio, ni
el tiempo son, desde hace veinte años, lo que han venido siendo
desde siempre. Es preciso contar con que novedades tan grandes
transformen toda la técnica de las artes y operen por tanto sobre la
inventiva, llegando quizás hasta a modificar de una manera mara-
villosa la noción misma del arte6.
297
En muchas ocasiones, sobre todo desde los posicionamientos más
críticos, se ha relacionado la literatura que se desarrolla en el entorno
digital con la artificiosidad, entendida como un “artefacto hecho para
el engaño”, algo aparente pero vacío. La poca familiaridad con el me-
dio es, sin duda, un impedimento a la hora de acercarnos desnudos de
prejuicios a estas obras. Sin embargo, esta disposición es la única con
la que podemos traspasar la apariencia de las obras digitales, a priori
“poco naturales” para profundizar en las características literarias de
estos textos, pues esta aparente artificiosidad no es otra cosa que la
complejidad en la expresión que este medio posibilita. El “artefacto”
literario es, ahora, palabra leída, dicha y “vista”, una característica
peculiar de la creación literaria en el medio digital.
La complejidad en la expresión de la que antes hablábamos, es
decir, la transmisión de los significados del texto por diversas y dife-
rentes vías a la vez es un comportamiento análogo al de la disposición
del texto literario en multitud de caminos de lectura. No obstante, y
aunque la multilinealidad, sobre todo en los hipertextos, parece ser
una de las etiquetas que estos textos admiten de manera general, más
que la posibilidad de recorrer varios caminos lo que esta literatura
nos permite o, mejor dicho, prácticamente a lo que nos obliga, es a
transitarlos constantemente en una repetida relectura. Empezamos
con unos pequeños sorbos para, entre el ir y el venir, bebernos todo
el texto. Y es posible que acabemos en un brindis con quién creó la
obra, como partícipes de la creación de significados globales que nos
permite, como lectores, esta otra manera de contar.
En esta apasionante travesía que es la lectura de la literatura digi-
tal, en la cual se abren rutas llenas de peligrosos arrecifes y otras en
las que tranquilas corrientes tropicales nos llevan a toda velocidad,
de pronto nos encontramos dudando de si nos hallamos en el lugar
que habíamos previsto. Nos palpamos en busca de una brújula pero
el impaciente deseo, la lectura, nos empuja a navegar y seguimos.
Y, solamente después de arriesgarnos, comprenderemos que hasta la
duda y el miedo forman parte de esa ficción que el autor ha creado
para nosotros. Es, sin duda, la parte lúdica de la lectura la que el medio
digital nos permite experimentar con más fuerza. Y como parte del
juego estético y metadiscursivo el lector es consciente que no está
298
solo ante el acto de contar, sino también ante un perfecto acto de
mostrar. El cambio es decisivo y sustancial: el lector pasa a formar
parte del espectáculo y, aunque en la mayoría de las obras digitales ha
de decidir, tocar, cambiar, escuchar, leer… esta participación ficticia
no es más que una treta literaria, eso sí, distintiva y fundamental de
la literatura digital.
299
americanos: la eterna promesa para el pueblo y la única posibilidad
de entrar en la modernidad. No es de extrañar que su desaparición
cause un gran revuelo entre sus habitantes, que habían depositado
todas sus esperanzas de progreso en él.
Ton Ferret presenta su obra, además, usando como soporte para el
texto una multitud de formatos con los que consigue, ya de entrada,
dotarla de originalidad y frescura. Los textos se nos ofrecen a través
de mensajes de móvil, mapas, páginas web, presentaciones de dia-
positivas, un informe médico, blogs, chats, caligramas… Es decir, a
través de todos los medios que hoy día posibilitan sobremanera las
relaciones, cosa que manifiesta que, en el fondo, somos personas que
deseamos, sobre todo, comunicarnos, relacionarnos y vivir en comu-
nidad. Podemos, tal vez, escondernos tras la cortina del progreso, de
los teléfonos móviles y de las pantallas, pero no por ello dejaremos
de tener la necesidad de sentirnos reconocidos, amados, importantes
para las personas que nos son más cercanas. De ahí que las relaciones
interpersonales jueguen un papel importante en esta obra; el prota-
gonista, Maks, por ejemplo, acaba expresando sus sentimientos más
íntimos hacia su prima en un determinado momento, en el cual el
formato ocupa claramente un segundo lugar.
Así pues, el uso de este amplio abanico de formatos, no deja
de ser un mecanismo crucial mediante el cual el autor construye la
verosimilitud de la obra y la sitúa, irónicamente, en el centro del
nuevo panorama digital. Retorn a la Comallega enfatiza el formato y
convierte al lector en un agente proactivo en la obra, aunque lo haga
con una falsa interactividad. El resultado es, además, una especie de
parodia de la lectura en la Red: la tecnología no es nada sin nosotros.
Ton Ferret critica, con gran ingenio y cargado de ironía, los medios
de comunicación en sí mismos porque, en definitiva, lo que importa
son las relaciones, la red de los afectos. La aparente artificiosidad
del medio digital no muestra otra cosa que la complejidad en la ex-
presión: la imagen de la complejidad de la esencia del ser humano,
con máquinas o sin ellas.
300
3.2. La lectura fragmentada: Isopoema de Lluís Calvo
301
también asignarles un significado. No está ante un único poema, sino
ante múltiples poemas con diversos significados que, además, com-
ponen a manera de metáfora la descripción del proceso de la escritura
poética: una escritura hecha de fragmentos, difíciles de ubicar, que
conforman el texto solamente tras un arduo trabajo. La complejidad
en la expresión poética viene, también, acompañada por una compleja
tarea de interpretación: la lectura del poema, un proceso que es lo
opuesto del juego que nos proponen. Isopoema pone de manifiesto,
por tanto, que la complejidad del género poético, tanto en su lectura
como en su escritura, no se desvanece bajo el formato digital, sino
que es una cualidad intrínseca a la poesía y va más allá de las formas
que ésta adapte. Lluís Calvo y Pedro Valdeolmillos ya advierten que
“algunos versos ofrecen una resistencia especial a encontrar su lugar
final, pero al fin y al cabo, si los versos fueran tan fáciles todo el
mundo leería poesía a todas horas10 (la traducción es nuestra).
302
lineal, en la que el lector solo deberá clicar la flecha para pasar a la
siguiente pantalla; o el aleatorio, con el que el lector saltará de una
pantalla a otra rompiendo con la supuesta linealidad del texto.
Amor de Clarice se nos presenta como una obra innovadora y
experimental ya desde su propia esencia. El cambio de género de un
cuento a un poema se lleva a cabo con total naturalidad, al mismo
tiempo que cuestiona la vulnerabilidad de las fronteras entre los
distintos géneros literarios. Rui Torres consigue magistralmente esta
metamorfosis explotando toda una serie de recursos que le ofrece
en este caso el soporte digital y la estructura del hipertexto. En
primer lugar, cabría destacar la fragmentación y brevedad textual,
pero también visual. Desde un punto de vista visual el lector capta
rápidamente tal ruptura; incluso el hecho de que deba esperar a que
se cargue la pantalla siguiente podría ser visto como un elemento
más con el que crear esa sensación de fragmentación. Pero a esta
ruptura visual se le suma la textual: el autor ha fragmentado el texto
acorde a la enajenación que sufre la protagonista, hasta convertirlo en
versos que se van amontonando en la pantalla. Su experimentación
va más allá de la fragmentación en sí del verso, afectando también
de manera decisiva en la distribución de cada uno de los versos, que
en ningún caso adoptan la forma convencional. Pero no hay duda
que nos encontramos ante un poema. Tal sensación viene también
reforzada por la recitación. Mientras los versos van apareciendo entre
un sonido o música electrónica que también acrecienta el carácter
fragmentario de la obra en totalidad, una voz robotizada recita los
versos que superponen.
El proceso de relectura que se lleva a cabo va acompañado por
un sugestivo proceso de reescritura, lo que permite la construcción
de significados globales tan importantes en la literatura digital. Para
ello, Rui Torres elige frases, expresiones… del cuento original. En
algunas ocasiones aparecen de manera literal, mientras que en otras
se declina por la variación y, así interpreta, cambia, altera el orden,
suprime o destaca palabras que adquieren una gran relevancia.
Además, el lector puede modificar el orden espacial arrastrando los
versos de un lugar a otro. Del mismo modo, tiene la opción también
de tocar sobre cualquier palabra o verso para que este se reproduzca
303
verbalmente. El texto es cambiante y está en continua construcción.
La obra se reescribe con cada lector y a cada lectura.
4. A modo de conclusión
304
detrás de mecanismos numéricos y de randomización y deja que el
lector libremente manipule el texto. Sin embargo, frente a las dudas
sobre el papel que juega el autor en esta literatura, cabe decir que
quizá ahora el autor ha revivido; tiene la posibilidad de controlar
el texto de manera férrea o de situarse en un lugar más discreto y
menos vistoso.
En la ficción hipertextual, tal y como hemos podido ver a través
de la obras analizadas, cada lector vive un proceso lector distinto en
el momento en que se sumerge en el texto, porque en cada momento
se deja llevar con su bagaje literario y cultural, como en los textos tra-
dicionales y, además, con sus habilidades de comprensión del medio
y de los referentes. Esto también ocurre en la literatura “tradicional”,
porque “el aspecto interpretable del texto es lo que lo hace diferente;
dicho sin rodeos, es aquello que lo hace digno de ser leído”12, pero
quizá, en la literatura digital esta sensación se enfatiza: la conscien-
cia de la pérdida en la obra digital puede que sea, por ejemplo, más
acusada. Además, como lectores de literatura digital debemos atender
al texto sensorialmente: leemos con el intelecto y con el cuerpo a la
vez, lo que, sin duda, provoca una mayor conciencia de que se está
llevando a cabo un descubrimiento: ahora, el lector se implica en todos
los sentidos, puesto que las obras no solo se leen, sino que también se
ven, se escuchan y, en cierto modo, hasta se tocan. Esto las convierte
en obras más completas en sí mismas, bajo una imagen sumamente
atractiva, donde el componente estético juega un papel decisivo y
eficaz a la hora de despertar en el lector unas ganas insaciables de
recibir sin prejuicios ni barreras todo aquello que está por venir.
Se insiste constantemente en lo novedoso que llevan consigo
las textualidades electrónicas, sin embargo, a menudo, se comete el
error de obviar su vinculación con la tradición. Las obras digitales,
tal y como hemos podido ver a través del análisis de las obras aquí
presentadas, de un modo u otro, proponen una sugestiva reescritura
de los topos literarios en la sociedad actual. La modernidad no ha
roto el cordón umbilical que une la creación literaria actual con la
12. Espen J. Aarseth, “No linealidad y teoría literaria”, en Teoría del hipertexto,
Barcelona, Paidós, 1997, pág. 74.
305
tradición, con los clásicos. No es nada nuevo, pero resulta cuanto
menos interesante observar cómo un fenómeno al que parte de la
crítica acusa de acabar con determinada manera de crear, no solo no
la anule, sino que la rescate, la reelabore, la continúe…
A nuestro juicio, y respondiendo a la pregunta que nos servía de
punto de partida, somos lectores atentos, que leen, miran y escuchan,
que navegan en nuevas naves, sin olvidar los referentes, la tradición.
Pero al mismo tiempo, somos también, porque así lo queremos,
unos náufragos que valoran más el camino que la isla a la que han
arribado.
306