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LA ENEIDA

Libro I.

Después de la caída de Troya, Eneas, atravesando mil peligros, se dirige a cumplir su


destino: fundar una ciudad en el Lacio. Pero las deidades que intervinieron en el conflicto
entre griegos y troyanos siguen haciendo blanco de su rencor y su cólera a los escapados
del desastre. Frente a Italia, en las costas africanas, ha surgido una ciudad: Cartago. Juno
que la protege, quisiera hacerla centro del orbe. Y he aquí que esta diosa, enemiga de los
troyanos, divisa en el mar unas naves que abandonan Sicilia. Es la flota de Eneas que en
torno suyo ha reunido los últimos restos del imperio de Troya, y cuyo destino es fundar en
Italia una ciudad que destruya con el tiempo a Cartago. Pero Juno se promete acabar con
esos adversarios últimos, y se dirige a Eolo, dios que manda en las tempestades, logrando
que las desencadene sobre el mar. Pronto se ven los infelices navegantes a merced de las
olas embravecidas, y se oye lamentarse a Eneas de por qué no encontró la muerte en los
muros de Troya. Los navíos son dispersados y el piélago devora a alguno de ellos. Sobre
las aguas flotan los tesoros y las armas de Ilión. Más por fortuna, en las aguas manda
Neptuno, que no aviniéndose a que sin orden suya solivianten su reino, hace que los vientos
vuelvan a lo profundo de las cavernas. Cesa el temporal y asoma el sol. Los troyanos
encuentran en las costas desconocidas de Libia.
Entretanto Júpiter, imparcial y escrupuloso observador del destino, dirige la mirada
al lugar de la tierra en el que toman aliento unos náufragos. Venus, junto a él mostrando los
ojos llenos de lágrimas, le hace ver el mal acaecido, pues el nuevo golpe asestado a su hijo
Eneas, que le aleja de Italia, hace dudar a la diosa de que se cumpla el provenir prometido a
los suyos. Pero Júpiter serena el cielo con una sonrisa, y descubre a Venus que aquellos
hombres intrépidos batidos por las olas serán fundadores de Roma y ascendientes de
Augusto, el señor del orbe. Así es como en las alturas olímpicas se asegura el destino de
Eneas, mientras éste trata en vano de conciliar el sueño.
Cuando asoma el día, acompañado de Acates, se pone a explorar el país. Una
hermosa doncella se les aparece, explicándoles que se hallan cerca de una ciudad recién
fundada, en la que manda la fenicia Dido. El hermano de ésta, Pigmalión, rey de Tiro, había
asesinado a Siqueo, su esposo y la infeliz viuda tuvo también que huir de su patria, para
sustraerse a los furores del tirano. Así es como llegó a las tierras de Libia, en donde se le
permitió levantar una ciudad. Esto referido, la doncella, que muestra arreos de cazadora, da
unos consejos a Eneas y desaparece. El héroe comprende entonces que se trataba de su
madre, Venus.
Entran Acates y él en Cartago, envueltos en una densa nube, que les permite
mezclarse entre la multitud y admirar la fiebre de trabajo que a todos domina. Y se quedan
embebidos ante unas pinturas murales que reproducen los principales sucesos de la historia
de Troya. Entonces aparece la reina Dido, que se dirige al templo, resplandeciente de
belleza. Ven llegar de pronto, hasta el trono, a los compañeros que la tormenta dispersó.
Uno de ellos, Ilioneo, se queja a la reina de la inhóspita acogida que se les hace, y, luego de
exponer la larga lista de infortunios y el temor de haber perdido a su rey, Eneas, consigue
que la reina les prometa su apoyo. El héroe rasga entonces la nube, y rinde su gratitud a la
soberana, ofreciéndole los más ricos presentes que posee. Y encarga a su propio hijo
Ascanio que se los traiga de las naves. Pero Venus desconfía de la promesa de Dido, por
estar la cuidad consagrada a Juno, y hace que tome la forma y rostro de Ascanio el dios

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Cupido, emponzoñado de amor a la reina. Así se lleva a cabo durante un festín, y Dido pide
a Eneas que le refiera desde su origen las desgracias de Troya y sus propias desgracias.

Libro II

Comienza Eneas a referir la tragedia de Troya, desde el día en que los griegos,
fingiendo abandonar el sitio y retirarse, dejaron ante los muros de la ciudad, completamente
solo, un gigantesco caballo de madera. ¿Era ese caballo ofrenda a algún dios, o simple
engaño de los sitiadores? Vacilan los troyanos en llevarlo al interior de la ciudad, para lo
que tendrían que derruir un trozo de muralla, y Laocoonte, sacerdote de Neptuno, se opone
a ello. Pero unos pastores llevan a presencia del rey Príamo a cierto prisionero llamado
Sinón, y éste explica cómo el caballo es una ofrenda hecha por los griegos a la diosa
Minerva, para que proteja su retirada y vuelva a otorgarles su favor. Lo hicieron, además de
tan desmedido tamaño para que los troyanos no lo metiesen en el recinto de sus muros,
consiguiendo así la protección de la diosa, y pudiendo entonces llevar la guerra hasta el
corazón mismo de la patria de Héctor.
Conmueve Sinón, con sus lágrimas y juramentos, a las gentes de Príamo, que en él
no ven al más infame y abyecto de los traidores. Pero hay algo más terrible aún y es que los
dioses se ponen de su parte. Cuando están indecisos todavía los troyanos en seguir o no el
consejo de Laocoonte, contrario a que penetre el caballo en la ciudad, he aquí que surgen
dos serpientes monstruosas del mar que se lanzan sobre los hijos de Laocoonte y Laocoonte
mismo. Esto se toma como presagio de que los dioses dan la razón al griego, y de que
Minerva se ofendería si se dejara allí el caballo, y el enorme artefacto de madera es entrado
en la plaza, con su vientre cargado de enemigos, entre cantos y aclamaciones de guerreros y
doncellas.
En cuanto cae la noche, la flota griega, que se hallaba escondida en la isla de
Tenedos, vuelve a la costa troyana. Al mismo tiempo se abre, por mano de Sinón el vientre
del caballo gigante, que vomita enemigos, y unos y otros caen sobre la ciudad, abiertas las
puertas, y sobre sus habitantes, dormidos profundamente tras una jornada de libaciones y
alborozo. Eneas duerme también y se le aparece en sueños Héctor, que le anuncia la
inmediata destrucción de Troya y le ordena huir con los objetos consagrados al culto y los
Penates. Le despierta luego el triste clamoreo de la ciudad, y el héroe explica todas las
escenas de horror que se desencadenaron sobre ella en su última noche: cómo entraron los
invasores en el palacio real, lleno de riquezas, el palacio de las galerías de oro y las
cincuenta cámaras nupciales; cómo Pirro mató a un hijo del rey en presencia del padre y
luego al padre mismo; cómo descubrió a Helena, la mujer fatal para el pueblo troyano,
oculta en un rincón del templo de Vesta, y cómo hubiese vengado en ella todas las
desdichas de no aparecerse a Eneas su madre, Venus, que le contuvo el brazo, diciendo que
nada se hace contra la voluntad de los dioses y ordenándole reunirse con los suyos. Mas al
querer huir con su padre, siguiendo los consejos de Venus y de Héctor, el padre se niega a
abandonar la casa y la ciudad. En vano le suplican su hijo y su nuera, Creúsa. El anciano no
cede hasta ver una llama divina sobre la cabeza de su nieto Ascanio, que se considera como
un presagio de los cielos. Parte, pues, Eneas con su padre a la espalda, llevando de la mano
al pequeño Iulo y seguido a distancia por su esposa, dirigiéndose todos a un lugar
determinado, fuera de la ciudad. Pero Creúsa se pierde y cuando el esposo desesperado,
corre en su busca, solo encuentra un fantasma, que le aconseja no llorarla más, porque ella
se queda allí, por voluntad de Cibeles, y él llegará a un lejano país, bañado por manso río,

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donde tras mil desventuras, le están reservados un trono y una esposa real. Eneas reúne por
fin a los suyos, y se dirige hacia las montañas, camino del desierto, inquietante y glorioso.

Libro III

Ya en las montañas con los suyos, el divino Eneas, fugitivo de Troya, construye
unas naves con las que se hace a la mar, para cumplir su destino, rumbo a Hesperia y al
Tiber, que supone en las costas de Tracia. Y llegado a este país, echa prestamente los
cimientos de una ciudad; pero al arrancar unas ramas de arbusto para cubrir con ellas los
altares, ve que destilan sangre sus raíces. Le explica el misterio la voz de un príncipe
troyano enterrado allí por la codicia del rey, y Eneas abandona aquellas costas con sus
hombres, para seguir siempre en pos de la Hesperia soñada.
Como en Delos el oráculo de Apolo le dice que debe dirigirse a la tierra donde nació
su raza, cree recordar Anquises, padre de Eneas, que sus antepasados eran oriundos de
Creta, y a esta isla ponen proa los desdichados navegantes. En ella desembarcan y
empiezan asimismo a levantar una ciudad, a la que nombran Pérgamo. Pero hace en ellos
presa una peste que todo lo devora. Entonces los Penates revelan en sueños a Eneas, que la
cuna de su raza estuvo en Hesperia, y que es allí donde deben todos dirigirse. Abandonan,
pues, la isla de Creta, y se remontan hacia el norte, haciendo escala en las Estrófadas, donde
las Harpías, aves rapaces con rostro de mujer y vientre lleno de inmundicia, embotan en sus
plumas todos los dardos que los troyanos les tiran, y acaban por huir, luego de mancharlo
todo con sus fétidas deyecciones. Una de ellas se queda sin embargo, Celeno, la más
furiosa, que les predice cómo no cumplirán su destino de fundar una ciudad en Italia, sin
antes verse obligados por el hambre a devorar sus propias mesas. Dejan también las
Estrófadas, pasando no muy lejos de Zacinto, evitan los escollos de Ítaca, columbran los
picos nebulosos de Leúcade, y desembarcan en la costa de Accio, donde se entregan a sus
juegos, lo mismo que en la patria. Por fin costea el Epiro y llegan a Butroto. Cerca de esta
ciudad Eneas encuentra a la orilla de un arroyo, también llamado Simonis, en recuerdo de
Simonis de Troya, a la princesa Andrómaca, que ofrece libaciones a los manes de Héctor, el
esposo desaparecido, ante una tumba vacía. La pobre mujer así que descubre en Eneas las
armas de sus compañeros, se desvanece. Esta ahora casado con Heleno, hijo el rey Príamo
que ha venido en posesión del gobierno de las ciudades griegas, después de que Orestes
asesinara a Pirro, que hizo esclava a Andrómaca.
Heleno acoge a sus compatriotas con lágrimas de alegría, y, como rey adivino que
es, e inspirado por Apolo, hace a Eneas diversas predicciones y le da atinados consejos,
prometiéndole que vencerá el mal presagio de la Harpía Celeno. Después con grandes
regalos de Andrómaca a Ascanio, hijo de Eneas, se hacen a la mar de nuevo los
desterrados, siguiendo el rumbo que Heleno acababa de trazarles. Así es como cruzan el
brazo de mar que separa al Epiro de Italia, se alejan de las costas habitadas por los griegos
y doblan el golfo de Tarento. Una vez en Sicilia, cerca del Etna, suben a bordo a cierto
desventurado compañero de Ulises, a quien sus compatriotas griegos dejaron abandonado
en la región de los cíclopes. Ven al monstruo Polifemo y huyen de aquellas costas,
rebasando Camarina y Gela, Aoragos y Celino la de los palmares, y llegando al puerto de
Drépano, donde muere Anquises, padre de Eneas, horrenda desgracia que nadie le predijo.
El héroe troyano acaba aquí su narración a la reina Dido, porque desde ese puerto, azar y
tempestades los llevaron a él y a sus hombres a Cartago.

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Libro IV

Las bellas narraciones de Eneas y la triste exposición de sus desventuras conmueven


vivamente a Dido, reina de Cartago, que no puede menos que confesar a su hermana Ana el
extraordinario interés que la inspira su huésped. Por su parte Ana anima esta pasión, y
entrambas mujeres se dan a recorrer los templos, deseando leer el presagio que anhelan en
las abiertas entrañas de las víctimas. Juno que a toda costa quiere impedir el
establecimiento de los troyanos en Italia, propone a Venus casar a su hijo Eneas con Dido,
y Venus acepta sonriente. Se celebra una gran cacería en honor a Eneas, por deseo expreso
de Dido, y durante ella una horrorosa tempestad ahuyenta y dispersa a los cazadores, yendo
a refugiarse la reina y el héroe troyano en una misma gruta, que acaban convirtiendo en
cámara nupcial. Pronto la noticia de este amor se propaga por toda Libia, causando gran
disgusto entre los Tirios, y excitando sobremanera al rey númida Yarbas, que había
pretendido a la reina en varias ocasiones, siendo siempre rechazado por ella. Tanto se
indigna este príncipe, que acude a Júpiter en demanda de que castigue el insulto infringido
a su dignidad por la ingrata extranjera. Júpiter, padre de los dioses, envía un mensaje a
Eneas por mediación de Mercurio, que se encuentra presidiendo el embellecimiento de la
ciudad, vestido ya de tirio y adornado con todos los presentes que le ha hecho la reina. El
dios le acusa de su permanencia en Cartago, olvidado de cumplir su destino de fundar un
reino en Italia para sí y para sus descendientes. Eneas sale de su encantamiento y obedece
al dios, ordenando en seguida a sus hombres que preparen las naves. Triste y agobiada la
reina rodeada por todas partes de funestos presagios, oye la voz de Siqueo, el esposo
muerto que la llama, y decide morir. Trata para ello de engañar a su hermana, y finge que
una hechicera le prometió la curación de todos sus males, si disponía una hoguera en el
patio central del palacio y en ella quemaba cuanto dejó el héroe troyano, poniendo encima
el lecho que la había perdido. Y cuando, a la luz incierta del alba, ve alejarse para siempre
la flota de Eneas, enloquecida, desesperada, pálida ya de muerte y con los ojos rameados de
sangre, sube a la pira y se atraviesa el pecho con la propia espada del amante. Pero antes de
morir lanza contra el que llama su verdugo, imprecaciones proféticas, de una gran
resonancia a lo largo de la historia, ya que en ellas se encierra toda la lucha posterior entre
Roma y Cartago. En la lenta agonía, la desventurada reina, Proserpina no quiere hacerse
cargo de ella porque adelantó voluntariamente su última hora, pero Juno se compadece de
ella, y envía a Iris a cortar de su cabeza los cabellos que debe entregar al dios de las
mansiones infernales.

Libro V

Cuando huyen mar adentro los troyanos, alejándose de las costas libias, una gran
hoguera en la tierra que abandonan reclama su atención, y el pecho se les llena de
presentimientos tristes. Por otra parte ni los vientos ni el mar acceden a llevarlos a las
costas de Italia, y tienen que recalar forzosamente en las de Sicilia, donde el año anterior
dejaron al rey Acestes, de estirpe troyana, y los restos de Anquises padre de Eneas. Celebra
éste con tal motivo el aniversario de la muerte de su padre y duran nueve días los juegos
fúnebres. Empieza por las libaciones y sacrificios de costumbre, ante su mausoleo,
verificándose el prodigio de que una serpiente azul, escamada de oro, salga de la tumba
para probar las viandas ofrendadas y volverse de nuevo bajo tierra. Eneas supone que es el

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genio del lugar, o la propia guardia del muerto. Las fiestas transcurren en medio de gran
animación y alegría, constituidas por regatas entre las naves frigias, carreras a pie,
combates a cesta, concursos de tiro de flechas y evoluciones de la caballería, que manda el
joven Ascanio, y con aparato de juegos y remedo de batallas.... Pero la diosa Juno durante
ellas, al acecho siempre, logra convencer a las mujeres troyanas para que quemen las naves
en que vinieron, para evitarse todo nuevo peligro en la inmensidad de los mares. Y lo hacen
así, a pesar de las protestas de Pirgo, la mayor de ellas, tras apoderarse de los tizones que
arden en torno a la tumba del llorado Anquises. Al verlo Eneas rasga sus vestidos en señal
de duelo, juzgándolo todo perdido; y así habría sido, de no sobrevenir una lluvia torrencial
que limita la espantosa catástrofe solo a la destrucción de cuatro navíos. Pero no por eso
deja el héroe troyano de tener los más contradictorios pensamientos. Un problema de difícil
solución se presenta en su alma: no sabe si debe quedarse en tierra siciliana o de nuevo
correr a un lejano destino. Por fortuna tiene a su lado al anciano Nautés, varón de mucha
sabiduría, que le da una solución razonable: dejar en tierra siciliana a los viejos y débiles,
hombres o mujeres y a cuantos tengan en mucho los peligros del mar y en poco el afán de
la gloria. El consejo es prudente pero Eneas no se decide a llevarlo a la práctica, hasta que a
la noche siguiente le visita en sueños su padre y le dice lo mismo, advirtiéndole además
que, nada más desembarcar en Italia, una sibila le abrirá la sima del averno, para que hable
con él en las regiones de ultratumba. No duda más el héroe y, tras conseguir de Acestes que
puedan los troyanos fundar allí una ciudad, dándole su nombre, y de él mismo trazar sus
límites con el surco del arado, ordena hacerse a la mar a cuantos le siguen, dejando en
tierras de Sicilia, el lastre de sus designios. Venus pide para ellos a Neptuno una excelente
travesía, y el dios de las aguas se la concede, pero reclama una víctima, la del piloto
Palinuro, que cae al mar empujado por Morfeo, dios del sueño. Su nave, que era la
capitana, queda sin gobierno, y ya están a punto de enfrentarse con los escollos legendarios,
cuando Eneas se da cuenta de que su primer piloto ha desaparecido, y guía el mismo a su
flota a las costas de Italia.

Libro VI

Eneas llega con sus naves a la ribera de Cumas, y en su primera visita, mientras sus
compañeros disponen el campamento, sube la cumbre donde está el templo de Apolo y el
antro de la famosa sibila, que guarda las lides del averno. Por su boca espumeante le
predice el dios guerra, desposorios sangrientos, y que el primer camino de salvación partirá
de una ciudad griega. Conjura el héroe a la pitonisa a que le lleve a la mansión de los
muertos, para ver a su padre Anquises, pero antes tiene que dar sepultura a uno de sus
compañeros, a quien Tritón ha hundido en las aguas, y cuyo cadáver, en tanto no duerma
bajo tierra, manchará las naves de los frigios. Él mismo se interna en el bosque con sus
hombres en busca de leña para la pira fúnebre y sigue el vuelo de dos palomas que le llevan
a un rincón de la selva, de uno de cuyos árboles tiene que recoger cierta rama dorada, como
ofrenda a la belleza de Proserpina, si quiere descender a los infiernos, según consejo de la
Sibila. Apenas despuntó el día, pasada la noche en diversos sacrificios, Eneas y la Sibila
emprenden su viaje, llegando a Cócito, donde las sombras de los muertos, esperan la barca
de Caronte, que ha de pasarlas a la orilla opuesta. La barca empieza a llenarse de agua bajo
el peso de Eneas y la sibila que son seres vivos, pero arriban sin dilación al otro lado. Ya en
él atraviesan los viajeros regiones inmensas. Se ven allí niños muertos en su nacimiento que
lloran; inocentes que fueron condenados contra toda justicia; suicidas que suspiran aún por

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la luz. Más lejos, pasean las víctimas del amor por los bosques de mirtos del campo de los
llorosos y allí encuentra Eneas a Dido, pero la reina suicida no responde a sus lágrimas ni a
la ternura del antiguo amante más que con miradas de cólera y un pertinaz silencio.
Encuentran también a Deífobo, el tercer marido de Helena, que le entregó a los griegos la
noche del saqueo de Troya y a quien Menelao y Odiseo mutilaron horriblemente, como
muestran las heridas espantosas que ofrecerá toda la eternidad. No lejos de allí divisan la
vasta ciudad amurallada del Tártaro donde expían sus delitos los grandes criminales, en un
trágico estruendo de gemidos, de lamentos y de arrastrar de cadenas. Y llegan por fin a las
puertas donde Eneas tiene que depositar la rama de oro. No tarda en verse en el centro de
una llanura que baña purpúrea luz, y que tiene su sol y sus estrellas. Las sombras llevan en
este remedo una vida plácida y agradable: luchan, juegan, danzan y cantan; son los héroes,
los poetas, los grandes hombres, los bienhechores de la humanidad... Mientras Anquises
padre de Eneas, contempla una muchedumbre de almas que revolotean como abejas cerca
de las aguas del Leteo, esperando que pasen mil años de sufrimiento, para reincorporarse
otra vez, purificadas, a cuerpos nuevos, divisa a su hijo y le tiende las manos. Luego le
sirve de guía por los misteriosos parajes, donde le muestra su posteridad, y le va
presentando seres que han de subir aún a la vida, entre ellos Marcelo, hijo de Augusto, a
quien los dioses no dejarán crecer, por temor a que el poderío de Roma sea demasiado
grande. Por último Eneas y la Sibila abandonan los infiernos, saliendo por su puerta de
marfil. El héroe troyano a quien todo lo visto le parece un sueño, retorna a sus naves, y
ordena a los pilotos que las lleven al puerto de Cayeta, al noroeste de Nápoles.

Libro VII

Después de navegar con su flota rumbo a poniente, llega Eneas a la desembocadura


del Tiber. Allí desembarca sus hombres de armas en la llanura de Laurento, país de Lacio,
donde reina el viejo rey Latino. Este príncipe tenía una hija, llamada Lavinia, que conforme
al oráculo, y a la voluntad del dios Fauno, debía casarse con un extranjero, si bien estaba
prometida a Turno, rey de los Rútulos y sobrino de Amata, mujer de Latino. Eneas se
apresura a enviar embajadores al príncipe de los laurentinos. Este príncipe los acoge con
grandes muestras de amistad, y acepta todos sus presentes. Establecen en seguida una
alianza, y siendo Eneas extranjero, Latino ve en él al señalado por los destinos. Así pues le
ofrece en matrimonio a su única hija Lavinia. Pero entretanto Juno ve con malos ojos el
éxito de los troyanos y decide evocar a la infernal Alecto. A instancias de la diosa, esta
temible furia desliza una serpiente en el pecho de Amata, que trata inútilmente de hacer
cambiar de opinión a su esposo el rey. Y no acaba de destilar su veneno esta serpiente en su
cuerpo cuando se apodera de sus sentidos el más grande furor. Sale del palacio,
acompañada de Lavinia, y haciendo de bacante, lleva a su hija a los bosques, donde a voz
en grito dice que la consagra al dios Baco, como también ella misma. Después de esto,
provocada ya la inquietud en la morada real, pasa la furia a la corte del rey Turno, el
prometido de Lavinia, e inspira a este valeroso príncipe el loco ardor de la guerra. Es
también Juno la provocadora de esta guerra cuando lanza la jauría de perros del joven
Ascanio tras las huellas de un ciervo amaestrado, queridísimo por la hija de un notable de la
comarca. El país se levanta contra los cazadores, viendo su ciervo herido, y se libra un
primer combate entre los extranjeros y los naturales, que se ven rechazados con grandes
pérdidas. A partir de este momento, y excitada por Turno, la nación entera acude al rey
Latino en demanda de justicia y venganza. El rey, que mantiene vivo en su espíritu el

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oráculo del dios Fauno, se opone a los propósitos de su pueblo, y se niega terminantemente
a abrir las puertas del templo de Jano. Pero es la propia Juno quien las abre, por lo que se
declara la guerra sin que el rey pueda impedirlo. En seguida se congregan alrededor de
Turno, poniéndose a sus órdenes, tropas y más tropas de todas partes. Y ello da ocasión al
poeta para hablar de numerosos pueblos antiguos de Italia, para pintar sus costumbres, y
cantar a las ciudades del Lacio, muchas de las cuales subsistían aún en época de Virgilio

Libro VIII

Enarbolado el estandarte de la guerra por Turno, con levas de soldados por todas
partes, envía una embajada al célebre Diomedes, para atraerle ala liga contra los troyanos.
Entretanto Virgilio dando un nueva intervención a lo sobrenatural, hace que se aparezca en
sueños a Eneas, el dios del Tiber, que le aconseja remontar el río y presentarse él mismo en
la corte del rey Evandro, héroe que había establecido una colonia de arcades, en el mismo
lugar donde con el tiempo, sería fundada la ciudad de Roma. Embarca Eneas, sube con
entusiasmo las aguas corriente arriba, y llega a Palanteo, ciudad de Evandro. Allí es bien
recibido y se le admite al banquete sagrado que se celebraba aquel día en honor a Hércules,
en reconocimiento por haber librado al país del gran azote de Caco, odioso monstruo
infernal. Evandro refiere a Eneas el combate del dios con el monstruo, hijo de Vulcano, al
que estranguló en su propia caverna. Luego, lleva a su huésped a la ciudad, una vez
terminado el festín, y le muestra el monte Palatino. Con este motivo le refiere hechos
singulares y curiosos, explicándole numerosos monumentos de la antigüedad. Después le
entrega cuatrocientos caballos, mandados por Palante, su hijo único, y le aconseja a la vez
que se ponga a la cabeza de los tirrenos. Estos estaban en armas contra su tirano, Mecencio,
a quien expulsaron del trono; pero los oráculos dijeron que no podía mandarlos ningún
príncipe de Italia y por eso siguen inactivos, sin que pueda ponerse a su frente el hijo de
Evandro, como ellos desearían. Evandro aprovecha la feliz oportunidad al presentarse
Eneas, príncipe extranjero, y le pide que los mande. Eneas acepta y une a ellos los hombres
que le acompañaban en la expedición. A la vez recibe la visita de Venus, que encargó a su
esposo Vulcano la forja de armas de temple divino, para su hijo Eneas. Y se las entrega
amorosamente. Entre estas armas había un escudo magnífico, cincelado con supremo arte.
Vulcano ha representado en él todas las grandes acciones que harán ilustre con el tiempo, el
nombre de los romanos. Se ve allí cincelada, sobre todo la historia de Octavio, con el
triunfo final en Accio, conseguido contra Antonio y Cleopatra, y aparecen bellamente
representadas las tres victorias del feliz triunviro llamado luego Augusto.

Libro IX

Mientras Eneas está alejado de los suyos, la diosa Juno envía a Iris a Turno, para
que aproveche la ausencia del troyano y ataque su campamento. Se pone en marcha a la
cabeza de sus tropas, y empieza por recorrer los muros teucros, tratando de sacar a los de
Eneas de sus baluartes, para entablar con ellos la lucha a campo abierto. Pero los troyanos
no acuden a esta llamada, porque Eneas les ordenó que se mantuvieran entre los muros,
fortificándolos y aprestándolos a toda suerte de obras de defensa. Viendo entonces Turno
que no logra sacarlos, se dispone a quemarles las naves, ancladas en el río. Pero ocurre un
prodigio inesperado, esas naves que habían sido construidas en un monte consagrado a la
diosa Cibeles, tenían la protección de esta diosa. Júpiter le había prometido que si corrían

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peligro en aguas de Italia podían transformarse en ninfas del mar, y eso es lo que ocurre a la
vista de Turno y su gente. A Turno, sin embargo, no le sobrecoge este prodigio, sino que
piensa que si los dioses le ahorran el incendio, cierran a la vez el único camino posible de
fuga para los sitiados, por lo que se disponga a atacar a estos, colocando sus hombres ante
todas las puertas del campamento frigio. Los de Eneas, entre tanto, celebran consejo para
decidir la manera de enviar un emisario al caudillo, dándole a conocer la grave situación.
Cuando se hallan en estas deliberaciones, se presentan dos jóvenes, Niso y Euríalo, íntimos
amigos, que se ofrecen voluntariamente para tan peligrosa embajada. Ascanio, hijo de
Eneas, acepta, en nombre de todos los jefes, el ofrecimiento, y los muchachos se ponen en
camino. Todo les sale bien en un principio, a pesar de tener que atravesar el campamento
enemigo, pues el sueño y el vino han rendido a la gente de Turno, pero se deleitan en la
matanza de los centinelas, y el alba les sorprende cuando apenas acaban de salir de entre el
enemigo, cargados con sus despojos de cascos y armaduras. Los descubre un destacamento
de jinetes latinos, que al mando de Volcente, vienen a incorporarse a Turno. Los dos
troyanos buscan refugio en un bosque, pero no consiguen huir. Se defienden valerosamente.
Niso mata a dos oficiales de Volcente, y a este mismo, pero poco después los jinetes latinos
se incorporan a las tropas de Turno llevando a su frente las cabezas de los dos troyanos
clavadas en largas lanzas. La visión de estas cabezas enardece a sitiados y sitiadores y
comienza la lucha con extraordinaria violencia, con incidentes sangrientos y gloriosos.
Turno es el combatiente más temible y temido, y como dos troyanos temerarios, encargados
de la custodia de la puerta, la abren de par en par retando a los sitiadores a que entren por
ella, Turno lo hace valerosamente, quedando solo entre las murallas troyanas cuando estas
se cierran, sembrando el espanto y la desolación por todas partes. Pero la diosa Juno se
cansa por fin de sostenerle, y acosado por todos los defensores que quedaban con vida, se
desplaza hacia la parte del campamento que tiene por muralla al río y se arroja a él, cubierto
de heridas, pero logrando escapar y llegar a salvo a su campamento.

Libro X

Reúne Júpiter el consejo de los dioses, para pedirles que reine entre ellos la paz y la
concordia y que no se llene de sangre aún el suelo de Italia. Venus y Juno, son las que a
propósito de los troyanos, se quejan más vivamente y Zeus viendo que no puede
reconciliarlas, anuncia que a partir de ahora no tomará partido ni por un bando ni por otro,
abandonando la guerra a sí misma. Entre tanto en la tierra, los Rútulos se preparan a atacar
los baluartes de la nueva Troya, que los teucros defienden angustiosamente. El propio
Eneas que ha reclutado ya tropas auxiliares de Etruria, acude por mar al campo de batalla,
tras embarcar al frente de treinta navíos, las nuevas ninfas del mar (procedentes de las
naves troyanas) le avisaron del peligro. Cuando Eneas llega, los enemigos se oponen a su
desembarco, entablándose duro y cruel combate. Palante, hijo de Evandro, al que este
despidió con los más tiernos acentos de su alma, es sacrificado por Tuno, el príncipe
Rútulo. Furioso Eneas por esta pérdida lleva a cabo una verdadera matanza en el campo
adversario. A la vista del jefe, salen los troyanos de los baluartes, uniéndose a las tropas
arcades y etruscas, con lo que la batalla se encarniza más aún, al ganar en extensión y
ferocidad. Teme la diosa Juno por la suerte de Turno, que va ya a entrar en cuerpo a cuerpo
con Eneas y se vale del siguiente engaño para salvarle: forma un fantasma con todas las
apariencias de Eneas, su rostro, su aspecto, su andar, sus propias armas... Al verle Turno se
lanza a por él creyéndole ciertamente Eneas. Pero el fantasma huye y se refugia en un barco

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anclado en la orilla. Turno le sigue, y cuando salta también al navío, las amarras de éste se
rompen, y el barco, solo, se lanza a navegar mar adelante, sin más viajero que Turno, una
vez desvanecido el fantasma. Turno lo ve más como un castigo humillante, pues parece que
ha huido del campo de batalla dejando abandonados a los suyos. Así consigue Juno
devolverle sano y salvo a la capital de su reino. Entre tanto en el campo de batalla,
Mecencio, ocupa el lugar de su jefe, haciendo una carnicería en las filas teucras y aliadas.
Eneas se lanza contra el, pero se interpone Lauso, hijo de Mecencio, que muere bajo el
tremendo golpe de Eneas. Cuando sus soldados le llevan el cuerpo de su hijo muerto,
Mecencio, se sobrepone a sus heridas, monta a caballo y corre a llevarle a Eneas la muerte.
Pero tampoco le es propicia la fortuna en este segundo combate y muere degollado por
Eneas igual que antes lo hiciera su hijo, aunque rindiendo a ambos el debido homenaje a su
virtud y a su valentía.

Libro XI

Al amanecer del día siguiente a la victoria, Eneas da gracias a los dioses por ella,
consagrándoles los despojos de Mecencio, que erige en trofeos. Luego cumple con el triste
deber de devolver a Evandro el cuerpo inerme de su hijo Palante, muerto gloriosamente. Se
describe con todo detalle el cortejo fúnebre, así como el dolor inmenso de Evandro que
conjura a Eneas a vengar la muerte de su hijo. Llegan al campamento troyano emisarios del
rey Latino, con la petición de enterrar a los soldados caídos en el reciente combate. Con
este motivo se conviene un armisticio de doce días, durante los cuales los teucros queman
sus muertos. Mientras en el campamento latino, vuelve Vénulo, que fue a convencer a
Diomedes para que luchara contra los troyanos, pero Diomedes no quiere combatir con los
troyanos a los que conoce bien por haber estado luchando contra ellos durante los diez años
de la guerra de Troya. Latino entonces llama a consejo a los principales de su reino y les
dice que debe concertarse una paz con los troyanos, dándoles cuantas ventajas puedan.
Drances, jefe de la misión que fue a pedir la inhumación de los cadáveres y enemigo
personal de Turno, es de la misma opinión que el rey. Turno le contesta con arrogancia
apelando al valor de la gente latina y ofreciendo su propia vida, antes que la de ninguno,
para ir contra el enemigo. Terminada la tregua, Eneas manda a su caballería que marche
sobre la ciudad laurentina, proponiéndose tomarla por asalto. El por su parte a la cabeza de
los infantes, dará un rodeo a través de las montañas, para converger en el mismo punto.
Llanura adelante, y al encuentro de los frigios, galopa también la caballería de Turno,
mandada por Camila, reina de los volscos, princesa guerrera, como las famosas amazonas.
A sus órdenes va Mesapo, y los demás príncipes tiburtinos. Turno, en cambio, se adentra en
las selvas montañosas, con ganas de preparar una emboscada. Cuando los dos ejércitos se
encuentran en el llano, la lucha es inevitable y cruel, llena de episodios heroicos y de
hazañas aisladas. Camila tras cubrirse de gloria por su destreza y valor, cae atravesada por
el dardo mortal de Arrunte, que a su vez perece, según designio de los dioses. La muerte de
la amazona determina el desconcierto y la confusión en las filas de los latinos, que
abandonan el campo de batalla en dirección a su ciudad perseguidos por los troyanos.
Cuando llegan a las puertas se matan ante ellas los propios habitantes ante el temor de que
al abrir la puerta pasen también los troyanos y les den muerte. Cuando Turno se entera de la
derrota de su caballería, deja el escondite para ir en auxilio de la ciudad. Eneas le sigue y le
alcanza, pero la noche les impide combatir. Los dos ejércitos, bajo la noche y junto a la
ciudad acampan y se atrincheran con el ánimo inquieto deseando que llegue el nuevo día.

9
Libro XII

Viendo Turno descorazonados a los latinos por haber perdido dos batallas, se ofrece
para un combate singular con Eneas, que ya propuso anteriormente el desafío. Se dirige al
rey Latino para comunicarle que acepta el desafío, pero le pide que sea él mismo quien
haga el tratado por el que el vencedor quedará convertido en su sucesor y su yerno. El rey
le da prudentes consejos y le habla como padre y amigo. Pero Turno no atiende las razones
del rey, ni tampoco las súplicas de la reina que promete unir su suerte a la de Turno, y
perder la vida antes que consentir que el príncipe teucro se case con Lavinia. Entre tanto las
tropas de uno y otro bando se disponen en orden de batalla, como si ellas fueran realmente
a luchar. Se levantan los altares de costumbre entre los dos campos, y el rey se coloca,
según el rito, entre ambos príncipes. Todo el pueblo de Laurento se haya en lo alto de las
murallas y de las torres de la ciudad, para ser testigo del recíproco juramento que debe
preceder al combate. Eneas presta este juramento primero, fijando las condiciones de la
pelea. El rey por su parte jura que entregará su hija al vencedor. Pero alguien en el Olimpo
quiere desbaratar estos planes y romper este pacto: es Jaturna, hermana de Turno,
aconsejada por la diosa Juno. Recorre las filas latinas, bajo la figura del famoso capitán
Camertes, y les mete en la cabeza la idea de lo vergonzoso que es que el príncipe arriesgue
su vida en desigual combate para salvar la de todos. Al mismo tiempo aparece en los aires
un prodigio que acaba de levantar los espíritus. El augur Tolumnio deduce que los latinos
triunfarán contra su enemigo, y lanza la primera flecha que mata a un troyano. Pronto se
encienden el furor y la venganza. Se toman las armas, se derriban los altares y la lucha se
generaliza. En vano se adelanta Eneas para calmar los espíritus y conseguir que depongan
las armas unos y otros y una flecha de mano desconocida viene a herir al héroe. Se retira
Eneas para atender su herida, y Turno aprovecha para realizar una gran matanza entre los
troyanos. Pero Venus cura la herida de su hijo con misteriosas hierbas y Eneas vuelve al
campo de batalla retando de nuevo a su adversario Turno. Iba éste a aceptar el desafío
cuando su hermana Juturna, bajo la apariencia ahora de Metisco, auriga del príncipe,
hostiga a los caballos de su carro de guerra y se aleja cada vez más de Eneas, hasta el punto
de no poder darle alcance el valiente troyano. Al ver que no se le acepta el desafío, como
buen estratega decide asaltar la ciudad de Laurento mientras Turno huye. No tardan en
arder las primeras casas; la reina Amata horrorizada por este ataque y creyendo que turno
había sucumbido, dándolo todo por perdido se cuelga de uno de los arcos de su palacio. La
noticia de estos hechos llega a oídos del fugitivo que regresa para trabar combate con
Eneas. Mientras todo esto ocurre, Júpiter, en lo alto pesa en su balanza los destinos de
ambos príncipes, y consuela a Juno de la victoria de los troyanos, prometiéndole que los
descendientes de esa nación, formarán a lo largo de los tiempos el primer pueblo de la
Tierra. Finalmente tiene lugar el combate entre Turno y Eneas. Turno es herido y pide
gracia, que el generoso troyano se dispone a concederle, pero al ver colgando en su pecho
el amuleto de Palante, al que Turno había dado muerte y despojado, Eneas recuerda cuánto
debe al desdichado Evandro y a los manes de su hijo, y da a Turno el golpe mortal que
termina la guerra y que conforme las condiciones del tratado le hace esposo de Lavinia y
heredero del trono.

10
PRINCIPALES PERSONAJES DE LA ENEIDA

Acestes. Durante la construcción de Troya el rey Laomedonte pidió ayuda a


Poseidón y Apolo para la construcción de la muralla de la ciudad. Los dioses, al no recibir
la recompensa prometida una vez realizado el trabajo, envían un monstruo al que debían
ofrecer a Hesíone, la hija del rey. El abuelo de Acestes fue uno de los que insistió al rey
para que no se negara a sacrificar a su hija. Laomedonte para vengarse vende a unos
mercaderes a las hijas de tan mal consejero y una de ellas, Egesta, que acaba en Sicilia, es
la madre de Acestes. Allí Acestes funda la ciudad de Segesta, donde ofrecerá hospitalidad a
Eneas y sus compañeros como troyano compatriota, en el libro V.

Acates. El más fiel compañero de Eneas, troyano como él, que se encarga de dirigir
las tropas cuando falta su jefe.

Agamenón. Hijo de Atreo y de Aérope. Rey de Argos, casado con Clitemestra, es


erigido como jefe supremo de la expedición contra Troya, por ser el más poderoso de todos
los griegos, como prueba el hecho de llevar el mayor contingente de soldados. Terminada la
guerra, a Agamenón se le entrega como parte de su botín a Casandra, hija de Príamo y
dotada por los dioses del don de profecía. Cuando Agamenón vuelve a su patria,
Clitemestra, que se había convertido en la amante de Egisto, espera a Agamenón cargada de
odio por haber sacrificado a su hija, haber matado a su primer marido y sobre todo por traer
consigo una concubina. Agamenón es asesinado por Clitemestra y su amante Egisto. No
pasará mucho tiempo hasta que Orestes, Hijo de Agamenón y Clitemestra, vengue este
asesinato, matando a Egisto y a su propia madre.

Amata. Es la esposa del rey Latino y madre de Lavinia. A la hora de concertar el


matrimonio de ésta, Amata se opuso infructuosamente a que fuese entregada a Eneas por
preferir a Turno, rey de los Rútulos. Al saber Amata que Turno había perecido a manos de
Eneas, puso fin a su vida ahorcándose.

Ana. Hermana de Dido y confidente de sus amores con el troyano Eneas.

Andrómaca. Esposa de Héctor e hija del rey de Tebas. Cuando Troya fue
conquistada sufrió el horror de ver morir a su marido y a su pequeño hijo Astianacte,
también llamado Escamandrio, que fue despeñado desde lo alto de una torre. Hecho el
reparto de los cautivos de Troya, tocó Andrómaca como botín a Neoptólemo, hijo de
Aquiles, que la llevó a Grecia. Tuvo con él tres hijos. Después de la muerte de Neoptólemo,
casó Andrómaca con su cuñado Heleno, hermano de Héctor, de quien tuvo un hijo
Cestrino, y con él reinaba felizmente en el Epiro. Es considerada como prototipo del amor
conyugal y maternal.

Anquises. Afrodita se enamoró de Anquises cuando vio a éste apacentando unas


vacas en el monte Ida. Tomando la forma de una princesa frigia, se unió a él, unión de la
que nació Eneas. Pero a pesar de la recomendación de la diosa (que al final le descubrió su
identidad), de que no contase a nadie su aventura, Anquises, estando un día borracho con
unos amigos, dio a conocer quién era la madre de su hijo. Zeus indignado, le lanzó un rayo

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que le hubiera matado de no interponer Afrodita su cinturón. Sin embargo no pudo evitar
que se quedase ciego, o bien cojo como cuentan otros. Por ser descendiente de Dárdano
reinaba sobre los Dárdanos que los llevó a la defensa de Troya frente a los griegos. Al final
de la guerra de Troya fue salvado por Eneas que lo sacó a hombros de la ciudad en llamas.
Las versiones sobre el lugar de su muerte son dispares: o en el propio Ida, o en la Arcadia,
donde se consagró un templo a Venus , o en Macedonia o en el cabo Drépano, en Sicilia,
siendo esta última la versión de Virgilio.

Aquiles. Hijo de la diosa Tetis y de Peleo, rey de Ftía, en Tesalia. Tetis quería que
sus hijos fueran inmortales como ella, por lo que les aplicaba un tratamiento para eliminar
su parte mortal, ungiéndolos con ambrosía durante el día y purificándolos con fuego
durante la noche, pero todos morían. Cuando intentó hacer lo mismo con Aquiles, Peleo
logró arrancar al niño de los brazos de su madre antes de consumar el experimento. Sin
embargo el niño quedó con el hueso del pie derecho quemado. Otra leyenda tardía intentaba
explicar la invulnerabilidad del héroe contando que Tetis lo sumergió en las aguas del río
Éstige, que tenía la propiedad de conceder esta virtud a los que en él se bañaban. Tuvo sin
embargo Tetis que sujetarlo por el talón derecho, que no se mojó, por lo que Aquiles era
sólo vulnerable en esta parte del cuerpo. Cuando se organizó la guerra de Troya, Tetis,
sabiendo que su hijo iba a morir en ella, lo envió a la corte del rey Licomedes, disfrazado
de mujer y conviviendo con las hijas de Licomedes. Odiseo fue a buscarlo guiado por un
oráculo, que no ganarían la guerra sin el hijo de Tetis. Presentándose como mercader
extendió ante las hijas del rey joyas y armas y solo Aquiles se fijo en estas últimas, o bien
porque haciendo sonar la trompeta de guerra Aquiles empuñó las armas mientras las
mujeres salían corriendo. Cuando llega a Troya se enfada con Agamenón, que hacía un
reparto injusto del botín y decide no luchar, pero cuando los troyanos están a punto de
tomar el campamento griego, manda a su mejor amigo, Patroclo, al frente de sus hombres
contra los troyanos. Consiguen alejar el peligro, pero muere su compañero Patroclo, lo que
le lleva a tomar las armas para vengarle. Comienza a hacer tal estrago entre las filas
troyanas que nadie es capaz de detenerle. Mata a Polidoro, hijo del rey Príamo, lucha con
Eneas hasta que Poseidón los separa, salvando la vida a éste último. Llega hasta las
murallas de Troya donde da muerte a Héctor, el más esforzado de los troyanos. Por último,
como estaba profetizado muere en el campo de batalla en torno a Troya, siendo herido
mortalmente en el talón por un flechazo de Paris, apostado tras una columna. Eneas no
tomó parte en la guerra de Troya hasta que Aquiles, en una de sus incursiones de pillaje,
trató de llevarse los rebaños que aquel tenía a su cargo.

Ascanio. Hijo de Eneas y de Creúsa, una de las hijas de Príamo, salió de Troya con
su padre la noche de la caída de la ciudad, siendo aún muy pequeño, ayudándole después en
la lucha contra Turno. Una vez establecido Eneas en el Lacio, Ascanio le sucedió a su
muerte como rey de la ciudad de Lavinio y treinta años después fundó Alba Longa,
haciendo de ésta ciudad la capital del reino. Ascanio recibe también otros nombres, entre
los cuales el más común es el de Iulus: Virgilio nos dice que le fue dado por su padre
Eneas, pero, a juzgar por Livio, la forma primitiva del mismo era Ilus( nombre de uno de
los reyes fundadores de Troya). La transformación se debe, sin duda, al intento, por parte
de Virgilio, de presentar al hijo de Eneas y Creúsa, como antecesor de la gens iulia, a la que
pertenecía Augusto.

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Camila. Hija del rey de los volscos, Métabo. Su leyenda es una versión latina de la
Harpálice griega. Siendo Camila muy pequeña, su padre tuvo que huir de la cuidad y se la
llevó con él. Al llegar al río Amaseno, y como los soldados que le perseguían iban a darle
alcance, Métabo ató el cuerpo de la niña a su propia lanza y la arrojó de este modo a la otra
orilla, prometiendo consagrarla a Diana si sobrevivía. Padre e hija se salvaron y hubieron
de vivir en el bosque sin acercarse nunca a la ciudad. Camila se convirtió en una joven
salvaje y aguerrida que tuvo parte en la lucha contra Eneas como aliada de Turno.

Amazonas. Es un pueblo legendario de mujeres guerreras, hijas de Ares, dios de la


guerra, y muchas de ellas de la ninfa Harmonía. Su reino estaba situado en las orillas del río
Termodonte y se gobernaban sin la intervención de hombres, con una reina a su frente. Se
unían una vez al año con extranjeros para perpetuar la especie, pero solamente conservaban
los hijos de sexo femenino, dando muerte a los varones. Adoraban sobre todo a la diosa
Artemis por considerarla afín a ellas.

Caribdis. Hija de Poseidón y de Gea. Mujer voraz, robó a Heracles varios bueyes
de los rebaños de los Geríones, por lo que Zeus, con sus rayos la precipitó al mar y la
transformó en la roca que frente a Escila, bordea el estrecho de Mesina. Tres veces al día
absorbía enormes cantidades de agua, así como todos los objetos, del tamaño que fuesen
que flotasen sobre ella, vomitando todo ello poco después. Odiseo logró salvarse las dos
veces que pasó por este estrecho. Desde Horacio se convirtió en un peligro proverbial.

Cerbero. Perro monstruoso de mordedura venenosa, que guardaba las puertas del
Hades. Según Hesíodo tenía cincuenta cabezas, si bien la mayoría de las tradiciones le
atribuyen solamente tres; tenía cola de serpiente y otras muchas serpientes le nacían del
lomo. Su misión era impedir la salida a los muertos y la entrada a los vivos. Sin embargo la
Sibila de Cumas, guía de Eneas en su bajada a los infiernos, consiguió dormirlo dándole
una especie de pastel, y Orfeo lo amansó con la música de su lira. Heracles luchó con él y
lo venció llevándolo ante Euristeo como le había sido ordenado.

Ciseo. Rey Tracio, padre de Hécuba.

Creúsa. Hija de Príamo y Hécuba, que, unida a Eneas, engendró a Ascanio. Con
ocasión de la guerra de Troya por los griegos, al quedar aislada entre enemigos Afrodita se
la llevó de la tierra. Más tarde la sombra de Creúsa se apareció a Eneas para vaticinarle sus
futuras aventuras. Eneas abandona Troya sin ella. Ésta es la versión de Virgilio, en la que
no queda claro cómo perece siendo una de las pruebas más evidentes de la falta de un
retoque final por parte de su autor.

Dánae. Hija de Acrisio, rey de Argos, y Eurídice. Se contaba que había sido
seducida por Zeus, que se unió a ella en forma de lluvia de oro, porque su padre la tenía
encerrada en una torre por miedo a que tuviera un hijo, que según un oráculo, acabaría con
la vida de su padre. Dánae, pues concibe de Zeus a Perseo.

Dárdano. Hijo de Zeus y Electra, (hija de Atlante). Al parecer Atlante era oriundo
de Samotracia, pero, después del diluvio de Deucalión emigró a la Tróade, donde reinaba
por entonces Teucro. Éste le dio tierras para que se estableciera allí y lo casó con su hija.

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Más tarde, al morir Teucro, Dárdano extendió su reino a toda la Tróade y construyó la
cuidad de Troya. Los troyanos consideraban a Dárdano como su primer antepasado. Por su
parte los romanos pretendieron que el héroe había nacido en la ciudad etrusca de Crotona y
que, si Eneas se había dirigido a Italia fugitivo de Troya, había sido porque la consideraba
como su patria remota. Por eso en la Eneida se denomina a los troyanos con el nombre de
Dárdanos o Teucros.

Deífobo. Uno de los hijos de Príamo y Hécuba, compañero de Héctor y guerrero


distinguido en la guerra de Troya. Fue su figura la que adoptó Atenea para engañar a
Héctor y conseguir que abandonara el campo de batalla cuando era perseguido por Aquiles.
Tras la muerte de Paris se disputaron a Helena Deífobo y Heleno. Pese a ser éste de más
edad, Príamo apoyó a Deífobo, alegando que se había comportado más valerosamente en la
guerra. Helena casó con Deífobo a la fuerza, por lo que, durante el saqueo de Troya,
aprovechando la entrada de Odiseo y Menelao en su casa, lo mató clavándole una daga en
la espalda. Fuese ella la asesina o Menelao, Deífobo fue terriblemente mutilado después de
muerto. En recuerdo suyo Eneas erigió más tarde un monumento en el cabo Reteo.

Dido. Al morir Muto, rey de Tiro, el trono pasó a su hijo Pigmalión, hermano de
Dido, casada con Siqueo, tío suyo y sacerdote del templo de Melqart. Codicioso de los
tesoros de Siqueo, Pigmalión le dio muerte, pero Dido tuvo tiempo de reunir unos pocos
Tirios hostiles al rey y escapar con ellos, llevándose en las naves las riquezas de su esposo
Siqueo, e incluso las del propio Pigmalión. Al llegar a Chipre, los compañeros de Dido
raptaron ochenta jóvenes que atendían el templo de Afrodita y las hicieron sus esposas. En
seguida abandonaron la isla, dirigiéndose al norte de África. Allí, compraron a los
indígenas el territorio que pudiera abarcar una piel de un toro. Hecho el trato, los astutos
Tirios, cortaron la piel en tiras finísimas y las unieron entre sí delimitando con ellas una
extensión considerable, que fue el asiento de su ciudad. Fugitivo de Troya, Eneas naufraga
cerca de la costa africana y acude a la corte de la reina Dido. Esta le ofrece su hospitalidad
hasta que las naves queden reparadas pero se enamora de él y trata de retenerlo. Hermes
recuerda a Eneas la misión que debe desempeñar dándole la orden de partir. Eneas obedece
y se hace a la mar sin despedirse siquiera de su amante. Al conocer la partida de Eneas
Dido se suicida clavándose la misma espada de Eneas.

Diomedes. Hijo de Tideo, fue uno de los pretendientes de la mano de Helena, en


consecuencia, participó en la guerra de Troya, donde aparece como uno de los caudillos
más destacados, favorecido continuamente por Atenea. Siempre al lado de Odiseo, visita a
Aquiles para hacer que participe en la campaña; obliga a Agamenón a sacrificar a su hija
Ifigenía en beneficio del ejército; forma parte de la embajada que reclama la devolución de
Helena; lleva a cabo el robo del famoso Paladio; mata al héroe tracio Reso y roba a Eneas
los caballos que podían haber hecho Troya inexpugnable. Diomedes es un guerrero eficaz
cuya intervención resulta decisiva en varios momentos de la guerra, llegando a herir a Ares
y Afrodita, y siendo herido, en cambio, por Paris. Se enfrentó también al héroe Eneas y
mató a Cromio y a Equemón, dos hijos de Príamo. Además sabe respetar las leyes de la
hospitalidad, interviene en todos los consejos de los Aqueos, defendiendo con energía sus
puntos de vista. Diomedes una vez terminada la guerra tenía preparada una trampa mortal,
semejante a la de Agamenón, de la que sin embargo pudo escapar.

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Escila. Monstruo hijo de la diosa infernal Hécate. Se le describe como una mujer,
de cuyas ingles nacen seis medios perros, con una cabeza y dos patas cada uno, y que
emiten un leve gruñido como el de un cachorro. Apostada en su cueva del estrecho de
Mesina, Escila daba caza a cuantos marineros pasaban por allí y los hacía morir lentamente
royendo sus huesos. Según parece había sido una bella doncella de la que se enamoró
Glauco, despreciando a la maga Circe; en castigo la maga le habría dado aquel horrible
aspecto.

Euríalo. Uno de los compañeros de Eneas, que murió en el combate contra los
Rútulos. Era un joven muy hermoso amigo inseparable de Niso. Junto con Niso realiza una
expedición contra el campamento de los Rútulos, tan arriesgada que ambos perecen. Es una
de las historias más bonitas de la Eneida por su vitalidad, su emoción y, que duda cabe, por
lo heroico de la hazaña y la magistral mano de Virgilio al contarlo.

Evandro. Era un arcadio hijo de Hermes y de Carmenta, que tuvo que huir de su
ciudad natal, Palantio, quizá por haber dado muerte a su supuesto padre mortal Équemo. Al
frente de un contingente pelasgo arribó a Italia y fundó la ciudad de Palanteo en el mismo
lugar en que Rómulo fundaría más tarde Roma. Se le considera el introductor de la
escritura, de las artes etc... Cuando Eneas llegó a
Italia fue bien acogido por el ya viejo Evandro, quien le envió sus tropas como aliadas al
mando de su hijo Palante.

Fedra. Hija de Minos y Pasífea; hermana de Ariadna. Se casó con el héroe Teseo, a
quien dio dos hijos. Sin embargo Fedra se enamoró perdidamente de Hipólito, el hijo que
había tenido Teseo de Antíope, como castigo por el desprecio que este había hecho a la
diosa Afrodita. Fedra al ser rechazada se suicida.

Héctor. Hijo del rey de Troya, Príamo, y de Hécuba, su esposa. Al parecer Héctor
es el hijo mayor y el la Ilíada aparece como el auténtico representante de la ciudad. Está
casado con Andrómaca, hija de un rey de Misia. En las operaciones de la guerra de Troya
desempeña un papel decisivo en defensa de la cuidad y conduce las tropas hasta el
campamento griego, sin que nadie pueda aguantar la furia de su empuje, mientras Aquiles
esta retirado. Cuando llega el momento de enfrentarse con Aquiles, es abandonado por
Apolo, su dios protector, derrotado y ultrajado posteriormente su cadáver por el héroe
griego: tras despojar su cadáver, Aquiles le perfora los pies e introduce una correa entre los
tendones, atándola a la parte trasera de su carro. Una vez realizado todo esto ante los ojos
mismos de los troyanos, Aquiles se aleja triunfalmente hacia su tienda, llevándose el cuerpo
exánime, dando tres vueltas con ellos cada mañana durante doce días.

Hécuba. Es la esposa principal de Príamo, rey de Troya. Su figura, siempre


majestuosa, aparece constantemente rodeada de infortunio. Sus hijos; Antifo, Casandra,
Creúsa, Deífobo, Héctor, Heleno, Hipótoo, Laódice, Pamón, Paris, Polidoro, Polites,
Políxena, y Troilo, perecen casi todos en vida suya, y en algún caso ante sus propios ojos,
como Héctor. A la hora del reparto del botín, después del saqueo de Troya, Hécuba, es
asignada a Odiseo. A punto de partir, las olas arrojan a la playa el cadáver de su hijo
Polidoro, que había sido confiado por Príamo a Polimestor. Este llevado por la codicia lo

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asesinó. Hécuba al enterase de todo, fingiendo no conocer el crimen, atrajo a su tienda al
asesino, mata a sus hijos y a él le ciega. Tras esto los compañeros de Odiseo la lapidaron.

Helena. Hija de Zeus y Leda. El dios, tomó forma de cisne y se unió a ella, como
consecuencia Leda puso un huevo del que nacieron cuatro hijos, Pólux y Helena,
engendrados por Zeus; Cástor y Clitemestra por Tindareo, esposo de Leda. Cuando
Tindareo decidió casar a Helena, acudieron príncipes de toda Grecia, entre ellos Menelao,
Odiseo, Filoctetes, Patroclo, etc... . Tindareo, aconsejado por Odiseo, decide que la propia
Helena elija marido, pero todos los pretendientes tendrían antes que hacer un juramento de
mutua fidelidad sobre los restos de un caballo descuartizado, comprometiéndose a acudir en
ayuda del triunfador si alguien raptaba a su esposa. Finalmente es raptada por Paris,
provocando la guerra de Troya. Cuando ésta termina, Orestes, hijo de Agamenón pretende
matarla como causante de todos los desastres de su casa, pero en el último momento
aparece Apolo que la salva y se la lleva a la mansión de los dioses.

Latino. Es el héroe epónimo de los Latinos, es conocido ya desde Hesíodo que le


hace hijo de Odiseo y Circe. Los mitos del rey Latino son muy confusos, porque tan pronto
se le hace aliado de Eneas como enemigo irreconciliable. Tanto en una como en otra
versión, Eneas se casa con Lavinia, la hija de Latino con Amata. Pero, mientras en una de
ellas Latino, que en principio quiso atacar a Eneas, desistió gracias a un sueño y se alió con
él en su lucha contra Turno, hasta que en un combate perecieron ambos, pasando Eneas a
ser el rey de los Aborígenes, en la otra versión Latino combatió contra los troyanos,
aliándose precisamente con Turno. Según esta versión Eneas hizo perecer a Turno y a
Latino, apoderándose de la capital de los latinos; al final se fundieron Troyanos y
Aborígenes en un solo pueblo que se llamó Latino en recuerdo de su rey. Según la versión
de Virgilio, que mezcla ambas leyendas, Latino acogió bien a Eneas, concediéndole la
mano de Lavinia. sin embargo Ascanio, el hijo de Eneas, mató un ciervo domesticado,
hecho que provocó la indignación de los aborígenes, que se aliaron con Turno para atacar a
Eneas. Latino actuó neutralmente en esta guerra, interviniendo solo para concertar una
tregua con el fin de enterrar a los muertos.

Lauso. Hijo de Mecencio, rey de Cere y aliado de Turno, que murió a manos de
Eneas.

Lavinia. Tras la desaparición de Creúsa, su primera mujer, Eneas casó con Lavinia,
hija de Amata y del rey Latino. Pese a que al principio, Latino se la había ofrecido a Turno,
la casó con el héroe troyano por coincidir su llegada con una vieja profecía que hablaba de
un extranjero que traería gran prosperidad a la patria. Tuvo un hijo de Eneas, Silvio, que
reinó sobre la ciudad de Lavinium, fundada en honor de Lavinia.

Mecencio. Es un rey etrusco que reinaba sobre Cere. Se entremezclan distintas


leyendas sobre él. Según la más antigua, Turno, combatiendo contra Eneas y Latino, llamó
en su ayuda a Mecencio. En el combate perecieron tanto Turno como Mecencio. Cuentan
también que Turno, para convencerlo, le había ofrecido la mitad de su cosecha de vino.
Eneas por su parte había hecho lo mismo con Júpiter, siendo éste el origen de los Vinalia,
fiestas en las que anualmente se ofrecía al dios las primicias de las cosechas de vino. La
versión de Virgilio cuenta que Mecencio fue expulsado de Cere por los etruscos, cansados

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de sus crueldades. Combatió con su hijo Lauso junto a Turno, muriendo ambos a manos de
Eneas.

Miseno. Según unas fuentes es Miseno uno de los compañeros de Odiseo y


epónimo del promontorio en Campania del mismo nombre, según otras se trataría de un
compañero de Héctor que a la muerte de este, se habría unido a Eneas, acompañándolo en
sus aventuras, caracterizándose por tocar la trompeta de guerra. Para explicar el hecho de
que se diera el nombre al lugar antes citado, se aseguraba que su muerte se había producido
ante las costas de Campania y que había sido enterrado en esta región.

Niso. Hijo de Arisbe, ninfa del monte Ida y de Hértaco. Era hermano de Asio, y
aparece en la Eneida como rápido corredor y valiente guerrero compañero de Eneas.
Destaca sobre todo por su fiel amistad con Euríalo, a quien proporciona la victoria en los
juegos fúnebres de Anquises, y por quien muere en un combate en el que intentaba
vengarlo.

Palante. Héroe epónimo de la colina del Palatino. La mayoría de las veces se le


considera como hijo de Evandro y Virgilio nos lo presenta en la Eneida como aliado de
Eneas y hábil guerrero. Su muerte causada por Turno, acude a la memoria de Eneas en el
momento de perdonar la vida o matar a Turno.

Palinuro. Es el nombre del piloto de la nave de Eneas. En mitad de la travesía se


quedó dormido sobre el timón y un golpe de viento le hizo caer al agua sin que nadie se
apercibiera de ello. Más tarde cuando Eneas baja a los infiernos, se encuentra allí a su
querido compañero entre las almas que por no haber recibido sepultura, tienen vedado el
acceso a la última morada. Palinuro refiere a Eneas cómo estuvo nadando durante tres días ,
hasta llegar por fin a la costa de Lucania, donde fue asesinado por los naturales del país,
que dejaron en la playa su cuerpo insepulto. Al escuchar este relato, la Sibila vaticina al
desdichado que una serie de prodigios divinos obligarán a aquellos salvajes a enterrar su
cadáver y a tributarle las honras fúnebres debidas, y que aquel lugar recibiría el nombre de
cabo Palinuro.

Paris. Hijo de Príamo, rey de Troya, y de Hécuba. Al nacer el adivino Ésaco


vaticinó que ese niño traería la destrucción de la ciudad, por lo que Príamo decidió matarlo,
su madre en cambio consiguió que fuera abandonado en el monte Ida. Así cada año Príamo
celebraba unos juegos fúnebres en honor de su hijo que creía muerto, hasta que una vez se
presentó el propio Paris venciendo en todas las pruebas y al darse a conocer, su padre lo
volvió a recibir lleno de alegría. En las bodas de Tetis y Peleo se invitó a todos los dioses,
menos a la diosa Envidia, que enfurecida por ello, arrojó la manzana de la discordia, fruta
que tenía una inscripción "para la más bella", entre Hera, Atenea y Afrodita, provocando
una discusión a la que Zeus decide que ponga fin alguien neutral, eligiendo a Paris; cada
una de las diosas le ofrece el dominio del universo, la sabiduría y la victoria, y el amor de la
mujer más bella respectivamente. Finalmente se decanta por esto último y elige a Afrodita.
Esta diosa le ayuda a organizar la expedición acompañado de Eneas, para raptar a Helena,
la mujer más bella del mundo, que dará lugar a la alianza de los griegos contra el raptor y a
la guerra de Troya. En la guerra, Paris tiene un papel importante, es sin embargo muy poco
valeroso; mientras Héctor y el resto de sus hermanos luchan con la lanza cuerpo a cuerpo,

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Paris aparece siempre tras un parapeto lanzando flechas. Mata a Aquiles, ayudado por
Apolo con una flecha en el talón, su único punto vulnerable. Poco después las flechas de
Filoctetes acabaron con su vida.

Pirro. Durante el tiempo que Aquiles estuvo en la corte de Licomedes, obtuvo los
favores de Deidamía. De esta unión nació un niño al que aludiendo al color del pelo de su
padre, se le llamó Pirro, que significa rubio en griego. Este nombre fue sustituido
posteriormente por el de Neoptólemo (joven guerrero), que hacía referencia a la corta edad
con la partió para la guerra de Troya. Muerto Aquiles, los griegos supieron por el adivino
Heleno, que Troya no sería destruida sin la ayuda del hijo de Aquiles. Su gran valor le
impulsó siempre a estar presente en las ocasiones de mayor peligro y a conseguir grandes
victorias. A la hora del reparto del botín, se le concede como premio a la viuda de Héctor,
Andrómaca, con la que tuvo tres hijos. Fue asesinado por Orestes, hijo de Agamenón.

Príamo. Hijo del rey de Troya Laomedonte. Al parecer Príamo tuvo cincuenta hijos
y cincuenta hijas. En la Ilíada aparece como un anciano que no interviene en el combate
como tampoco reprocha a su hijo Paris lo más mínimo haber provocado la guerra. Su papel
es el de un padre complaciente. En los relatos de la destrucción de la ciudad se contaba que
obligado por su esposa Hécuba, había buscado refugio en un altar del palacio y que allí
había permanecido escondido hasta que la muerte de su hijo Polites, realizada ante sus
propios ojos por Neoptólemo, lo había impulsado a atacar al héroe griego; entonces
Neoptólemo lo agarró por los cabellos y lo arrastró hasta el altar y allí mismo lo degolló.

Tacio. Rey de los Sabinos de la ciudad de Cures. Tras el rapto de las Sabinas se
formó una confederación de este pueblo contra los romanos. Al terminar la guerra, se hizo
la paz que permitió a los Sabinos vivir en el monte Capitolino de Roma dando nombre a los
ciudadanos de la ciudad (Quirites, por su ciudad de origen Cures), mientras los romanos se
instalaban en el Palatino. Cinco años después Tacio, murió asesinado mientras realizaba un
sacrificio junto a Rómulo.

Turno. Rey de los Rútulos, pueblo que ocupaba una zona al sur del Lacio, cuya
capital era Ardea. Es hijo del rey Dauno y de la ninfa Venilia. El rey Latino, después de
haber acogido hospitalariamente a Eneas y de ofrecerle en matrimonio a su hija Lavinia,
cede ante las pretensiones de Turno, antiguo prometido de Lavinia. Tuvo lugar una primera
batalla en la murió Latino, pero Turno consiguió huir, y con la ayuda del príncipe etrusco
Mecencio, volvió a atacar a Eneas, quien termina dándole muerte.

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