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Materia: Teoría y Técnica de la Entrevista 2

MANEJO DE LA ENTREVISTA EN LOS PRINCIPALES SÍNDROMES


MENTALES:

1. TÉCNICAS DE LA ENTREVISTA

MENSAJES FACILITADORES
El componente básico de la relación psicólogo-paciente es el interés que el psicólogo
muestra hacia su paciente. El elemento más importante de la entrevista psicológica, es que
el psicólogo a permita al paciente relatar su historia de forma ininterrumpida. adoptando
una actitud de escucha atenta y sin formular demasiadas preguntas que puedan interrumpir
el curso de la entrevista. A lo largo de ésta el paciente experimenta resistencias a causa de
la propia realidad de la entrevista, así como por las cuestiones de transferencia.

A menudo los terapeutas en formación creen, erróneamente, que sentarse con una actitud
neutra y silenciosa emula el trato psicoanalítico y es la manera óptima de entrevistar a un
enfermo psiquiátrico. Por el contrario, lo que realmente se necesita, es aprender un
repertorio de técnicas de entrevista que facilitarán tanto como sea posible la comunicación
(tabla 6-3). A continuación se describen algunas de estas técnicas:

1. Preguntas abiertas.
Una pregunta abierta refleja un tema que el terapeuta está interesado en explorar, aunque
deja que sea el paciente quien elija las áreas consideradas relevantes e importantes. He aquí
algunos ejemplos de preguntas abiertas formuladas por el terapeuta:
Terapeuta: ¿Podría hablarme de su depresión?
Paciente: He tenido varias crisis de llanto.
Terapeuta: ¿Podría describirlas?
Paciente: Ocurren en determinados períodos del mes.
Terapeuta: ¿Puede decirme algo más?
Paciente: Me ocurren desde que era adolescente.
Terapeuta: Parecen haberle aquejado durante mucho tiempo; cuénteme algo más
sobre ellas.

El terapeuta intenta que el paciente relate con sus propias palabras, en la medida de lo
posible, los aspectos más significativos de su depresión. Más adelante puede volver a
completar detalles específicos si no lo ha hecho espontáneamente el paciente. En este
ejemplo, el psiquiatra estaría interesado en conocer más detalles sobre los síntomas del
paciente, como el momento del mes en que aparecen las crisis y qué precipitó su aparición
en la adolescencia.

2. Reflexiones.
A menudo el terapeuta quiere que el paciente se fije en los acompañantes afectivos de sus
verbalizaciones. Para ello puede parafrasear lo que ha dicho el paciente y subrayar los
sentimientos que acompañan a un acontecimiento referido. Repitiendo con otras palabras
las verbalizaciones del paciente, éste tiene la oportunidad de rectificar las cogniciones

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erróneas que pueda tener el psiquiatra sobre su estado. Esta técnica se conoce como
reflexiones. He aquí algunos ejemplos de respuestas reflectivas:
Paciente: Me preocupa mi trabajo. Antes solía ser capaz de mantenerme a la altura
de mis compañeros. Pero en los últimos tres meses, ellos parecen haberse adaptado
al nuevo ordenador y yo no.
Terapeuta: Está preocupado por estar a la altura de las nuevas exigencias y por
conservar su empleo.
Paciente: Así es. Usted sabe que a los 58 años uno no puede concentrarse en esos
nuevos manuales de la misma manera en que lo hacen los jóvenes, y durante los
últimos tres meses he notado retortijones en el estómago y sudoración en las manos.
Terapeuta: ¿Se ha sentido ansioso desde que ocurrieron estos cambios en su
trabajo?
Paciente: ¡Por supuesto! No soy el mismo. Tengo palpitaciones, me tiembla todo el
cuerpo y a veces tartamudeo.
Terapeuta: ¿Le gustaría que le ayudara a tratar su ansiedad?
Paciente: Claro que sí.

Al reflejar los acontecimientos recientes de la vida del paciente y centrar su atención en el


componente afectivo principal, la ansiedad en este caso, el psiquiatra demuestra su
capacidad para comprender lo que el paciente experimenta y es capaz de ayudarle a definir
las áreas sobre las que trabajarán conjuntamente durante el tratamiento.

3. Facilitación.
El Terapeuta emplea el lenguaje corporal e indicios verbales mínimos para fomentar y
asegurarse de que el paciente continúa una línea determinada de pensamiento, con las
mínimas interrupciones posibles en el flujo de las verbalizaciones del paciente. Entre estos
indicios se incluyen atributos frecuentemente asignados a los Terapeutas, tales como mover
la cabeza o hacer comentarios del tipo: «ya, ya».

Otros ejemplos de facilitación incluyen levantar las cejas, aguzar los oídos, inclinar la
cabeza y verbalizaciones del tipo: «ya veo», «continúe», «¿qué más?», «¿algo más?» y
«prosiga». La facilitación indica al paciente que el Terapeuta está interesado en ese tema en
particular y que está atento a lo que dice. En cambio insistir en un mismo tipo de
facilitación, convierte la actitud del terapeuta en una parodia y acaba siendo
contraproducente.

4. Refuerzo positivo.
Los temas que el terapeuta trata con el paciente suelen ser aspectos sobre los que éste no
está acostumbrado a hablar y que le resultan difíciles de explicar. Cuando el paciente ha
luchado con un tema en concreto y más tarde se ve capaz de comunicarlo claramente al
psiquiatra, éste indica su aprobación mediante el uso de refuerzos positivos.
Un ejemplo de ello sería el siguiente:
Terapeuta: ¿Cómo se siente cuando es incapaz de tener una erección?
Paciente (ruborizándose): Ya sabe, simplemente no se pone dura.
Terapeuta: ¿Siente algo más?
Paciente (larga pausa): ¿Cómo me siento?
Terapeuta: Sí.

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Paciente: ¡Oh! Me siento muy frustrado y después me enfado.


Terapeuta: Bien. Estos son el tipo de sentimientos a los que me refería. Eso me
ayuda a entender mucho mejor lo que siente.

De este modo, el terapeuta anima al paciente a describir temas y sentimientos delicados sin
degradarle por su respuesta inicial. El refuerzo positivo le anima a verbalizar los estados
emocionales a medida que él y el terapeuta tratan otras áreas de su vida.

5. Silencio.
El uso juicioso del silencio en la entrevista es un componente importante del repertorio de
técnicas de la entrevista. Los silencios permiten que el paciente se distancie de lo que ha
estado diciendo y pueden ayudarle a ordenar sus pensamientos, o permitirle entender mejor
el significado psicológico y el contexto de lo que ha sucedido en la entrevista.

Con frecuencia los terapeutas en formación se muestran ansiosos al entrevistar a un


paciente. Un modo de hacer frente a su propia ansiedad es intentar llenar los vacíos en el
flujo de la conversación haciendo preguntas o comentarios antes de que el paciente haya
tenido tiempo de digerir y procesar lo que ha dicho, así como determinar lo que ha pensado
y sentido. Niegan al paciente la oportunidad de reflexionar y llegar a comprender lo que ha
experimentado.

De modo similar, el paciente a menudo intenta agradar al terapeuta explicándose


continuamente, pues cree que éste desea que hable todo el tiempo. A menudo resulta
necesario que el terapeuta enseñe al paciente que los silencios pueden ser deseables.
También debe tener presente que los silencios pueden indicar una forma de resistencia y, en
estos casos, tiene que animar al paciente para que prosiga su discurso respondiendo a estos
silencios con un «dígame lo que está pensando».

6. Interpretación.
El terapeuta colabora con el paciente para que éste sea capaz de entender sus propias
motivaciones y el significado de sus pensamientos, sentimientos y acciones. Examina
pautas repetidas de conducta y extrae inferencias de ellas, las cuales se denominan
interpretaciones. Existen varias técnicas para ayudar al paciente. El terapeuta puede
conducirle hacia la autointerpretación tomando algunos datos que el paciente supone no
relacionados para ayudarle a identificar determinadas pautas. El paciente puede conectar
estos acontecimientos y sentimientos aparentemente no relacionados y hacer inferencias por
sí mismo. Otro modo de interpretación es si el terapeuta, al mismo tiempo, presenta las
pautas de conducta y hace inferencias para el paciente como hipótesis provisionales que
éste puede aceptar o rechazar. Algunos ejemplos de interpretaciones son los siguientes:
Paciente: Según lo que le he explicado, parece que cada vez que me enfrento a
nuevas situaciones desarrollo síntomas que reflejan mis ansiedades.
Terapeuta: Sí, eso es lo que he observado.
Terapeuta: Me acaba de contar lo mal que se siente cuando no puede complacer a
su madre. ¿Qué obtiene con eso?
Paciente: Sí, cada vez que intento hacer algo para agradar a alguien que quiero que
me trate con cariño, y esa persona no responde como me gustaría, me siento
frustrado y me enfado.

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Terapeuta: Parece que cuando no puede obtener lo que quiere con las mujeres
recurre a la seducción y se involucra en actividades que más tarde lamenta. ¿Cómo
ve esta forma de proceder?
Paciente (pausa larga): Nunca me había dado cuenta de eso, pero parece coherente.

Las interpretaciones permiten que los pacientes avancen en la comprensión de sus propias
conductas y les ayudan a ser más conscientes de sus pautas de comportamiento, de modo
que tienen la oportunidad de elegir una conducta o reaccionar de manera diferente si en el
futuro surgen situaciones similares. Los terapeutas neófitos, en su deseo de complacer a los
pacientes y demostrar que les comprenden, a menudo hacen excesivas interpretaciones de
la conducta y le infunden ánimos de una manera inadecuada e innecesaria. El momento
apropiado para el uso de la interpretación se aprende con la supervisión adecuada.

7. Lista de preguntas.
El terapeuta propone una serie de respuestas cuando el paciente es incapaz de describir o
cuantificar el grado de especificidad de aquello que el psiquiatra cree importante en
situaciones concretas, como en los ejemplos siguientes:
Paciente: Esto me hace sentir vértigo.
Terapeuta: ¿Puede explicarme lo que siente? [pregunta abierta]
Paciente: Ya sabe... No me gusta la sensación de vértigo.
Terapeuta: ¿Se siente como si estuviera mareado? ¿O como si le diera vueltas la
cabeza? ¿O le parece como si fuera la habitación la que diera vueltas?
Paciente: Es más como si estuviera mareado... como si fuera a desmayarme.
Paciente: Me produce dolor de estómago.
Terapeuta: ¿Qué es lo que parece provocarlo? [pregunta abierta]
Paciente: Simplemente aparece en cualquier momento.
Terapeuta: ¿Le duele cuando tiene el estómago vacío, después de las comidas, o
cuando se siente ansioso?
Paciente (pausa): Creo que aparece cuando me siento tenso.

El Terapeuta utiliza una serie de preguntas de comprobación cuando las preguntas abiertas
no proporcionan la información necesaria y precisa datos más específicos. Este tipo de
técnica facilitadora suele ser de mucha ayuda para dilucidar problemas médicos.

8. Redirección de la entrevista.
Cuando intuye que la entrevista no progresa porque el paciente insiste en un único tema, el
terapeuta afirma que es necesario pasar a otras áreas de exploración. El terapeuta se
muestra firme con el paciente respecto al hecho de tener suficiente información sobre aquel
tema y de entender las preocupaciones y los sentimientos del paciente acerca de esa
cuestión concreta.
Paciente (por cuarta vez): Estas voces... ¿sabe lo que me están haciendo?
Terapeuta: Sí, entiendo lo terroríficas que son, pero ahora debemos hablar de otras
cosas, ya volveremos a hablar de las voces en otro momento. ¿Qué le parece?

Al insistir en la necesidad de pasar a otro tema, el terapeuta evita que aumente su propio
resentimiento y que sus propias frustraciones recaigan sobre el paciente.

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9. Transiciones.
Una vez el terapeuta considera que tiene información suficiente sobre una parte concreta de
la historia de un paciente, le indica su satisfacción por la comprensión de esta parte de la
entrevista y le invita a pasar a otro tema. Esta técnica se conoce como transiciones. A
continuación se ofrece un ejemplo:
Terapeuta: Comprendo qué es lo que le trae aquí. Ahora me gustaría que me
hablara de usted.

Una vez el terapeuta cree conocer al paciente como persona, la siguiente transición sería:
Terapeuta: Me hago una idea de cómo es usted como persona; dígame ahora cómo
se lleva con la gente.

Posteriormente, esto podría llevar a la siguiente transición:


Terapeuta: Ahora que me ha hablado de sus amistades, cuénteme algo de su
familia.

De esta forma el terapeuta conducirá al paciente de un tema significativo a otro al mismo


tiempo que le indica las áreas que considera importantes. Es mejor que la elección del
orden de los temas venga determinada por el paciente una vez haya dado indicios de estar
preparado para tratar un aspecto concreto. Mostrándose atento a la disposición del paciente
a hablar sobre un tema, el terapeuta realizará la suave transición entre un tema y otro.

10. Autorrevelaciones.
En ocasiones el terapeuta considera que revelar ciertos pensamientos, sentimientos o
acciones de sí mismo puede ser beneficioso para el paciente. Estas revelaciones pueden
hacerse en respuesta a una pregunta del paciente, o darse en situaciones en que el terapeuta
cree que el compartir sus propias experiencias va a beneficiar al paciente:
Paciente: No estoy seguro de si sería mejor que mis problemas los tratara un
abogado o un terapeuta. ¿Qué tipo de formación tiene?
Terapeuta: Me gradué en la Northwestern Medical School, donde cumplí cuatro
años de formación como residente, psicólogo, etc; y tengo un certificado del
American Board of Psychiatry and Neurology.
O bien: Tuve problemas similares cuando me enfrenté a lo que mi médico debía
revelar sobre mi historial al agente de seguros. Esto es lo que hice...

Las peticiones de los pacientes para que el terapeuta se revele a sí mismo deben tratarse
considerando a cada paciente en concreto. En el primer ejemplo, si el paciente hubiera
mostrado resistencia al tratamiento la respuesta del terapeuta habría sido muy diferente: «se
pregunta si soy capaz de ayudarle con sus problemas». Estas resistencias a menudo las
manifiesta el paciente con preguntas como: «¿qué edad tiene?» Los terapeutas en formación
deben advertir que el metamensaje del paciente es: «¿tiene experiencia suficiente para
tratarme?». Necesitan aprender a reflejar las preocupaciones que subyacen a la pregunta de
éste; en tal caso, la confidencia de indicar que tiene 28 años no va a resultar útil, sino
contraproducente.

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MENSAJES OBSTRUCTIVOS
Los mensajes obstructivos tienden a interferir en el curso ininterrumpido de las
verbalizaciones del paciente y se interponen al establecimiento de una relación de confianza
entre el terapeuta (psiquiatra, psicólogo, etc) y el paciente (tabla 6-4). Estas
comunicaciones constituyen técnicas de entrevista que deberían evitarse. Algunas se
aprendieron en la facultad de medicina y los terapeutas en formación tienen que evitar su
uso.

Preguntas excesivamente directas. Las preguntas excesivamente directas representan la


antítesis de las preguntas abiertas. Se dan cuando el terapeuta dirige al paciente a una única
respuesta. Esta técnica no permite que el paciente escoja los aspectos que más le preocupan.
Un ejemplo de un número excesivo de preguntas directas es el siguiente:
Terapeuta: ¿Se considera una persona triste?
Paciente: Creo que sí.
Terapeuta: ¿Desde que era niño?
Paciente: Tal vez.
Terapeuta: ¿Pierde el apetito cuando está triste?
Paciente: Sí.
Terapeuta: ¿Cuánto peso pierde?
Paciente: Unos 2 kg.
Terapeuta: ¿Estar delgado le entristece?

El uso excesivo de preguntas directas hace que el paciente responda sólo a lo que enumera
el terapeuta. Presupone que éste conoce por sí solo los temas, prioridades e información
relevante. Así el paciente se convierte en un receptor pasivo de las preguntas del terapeuta y
ello no le permite llegar a una situación de igualdad como interlocutor.

Preguntas consecutivas. En lugar de permitir al paciente responder a una pregunta


concreta, el terapeuta formula varias preguntas a la vez. Es posible que el paciente no sepa
a qué pregunta responder o que intente condensar todas las preguntas en una sola y
responda con un sí o un no. Por ejemplo:
Terapeuta: Ahora que ya hemos hablado de su depresión, ¿ha sentido alguna vez lo
opuesto a una depresión? ¿Aceleración del pensamiento? ¿Los demás no podían
seguir su discurso? ¿Ha gastado usted en demasía, pagando grandes facturas con su
tarjeta de crédito? ¿Ha experimentado sensación de euforia, sintiéndose el más feliz
del mundo? ¿Ha estado 36 o más horas sin necesidad de dormir?
Paciente: No.

El terapeuta avasalla al paciente con una serie de preguntas referidas a signos y síntomas
característicos de la hipomanía sin darle la oportunidad de responder a cada una de ellas.
Este tipo de preguntas consecutivas sugieren que el terapeuta no está realmente interesado
en las respuestas a cada una de las preguntas.

Recursos tópicos anticipados. En vez de responder a los indicios que da el paciente sobre
ciertos acontecimientos importantes, el terapeuta pasa de un tema a otro y parece insensible
ante lo que es importante para el paciente, como en el ejemplo siguiente:
Paciente (tembloroso): Estoy temblando por dentro.

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Terapeuta: Dígame qué tal se lleva con su madre.


Paciente: Últimamente he tenido dificultades para confiar en ella.
Terapeuta: ¿Y con su padre?
Paciente: Apenas le veo.

En lugar de centrarse en los temblores y estudiar este aspecto en profundidad, el terapeuta


pasa a otros temas que quiere tratar y no investiga cuestiones de preocupación inmediata
para el paciente. Éste puede sentir que el terapeuta no está interesado en sus
preocupaciones. Salirse del tema prioritario puede constituir una defensa consciente o
inconsciente del terapeuta cuando se siente amenazado por el tema o no se siente a gusto
con él.

Consejo prematuro. El terapeuta afirma su autoridad diciendo al paciente lo que debe


hacer sin tener información suficiente y sin involucrar al paciente en la búsqueda de
soluciones para sus propios problemas. El siguiente diálogo
muestra un consejo prematuro:
Paciente: Últimamente tengo problemas para conciliar el sueño.
Terapeuta: Debería intentar correr unos 5 km cada tarde, beber un vaso de leche
tibia antes de irse a la cama y después, al acostarse, leer un libro que no le estimule.

En lugar de investigar la etiología del problema y obtener detalles de lo que puede estar
ocurriendo en la vida del paciente, el terapeuta avanza una serie de soluciones que pueden
ser totalmente inadecuadas. Este tipo de consejo prematuro provoca que el paciente
reaccione con resentimiento y pone en peligro su relación con el psiquiatra ó terapeuta
(Balint, 1972).

Falsas afirmaciones. Cuando el terapeuta le asegura al paciente que algo va ocurrir o no, o
bien cuando tiene insuficiente información para llegar a esa conclusión o la situación
clínica sugiere que podría ocurrir justo lo contrario, está infundiendo falsos ánimos al
paciente. Ejemplos de ello son los siguientes:
Paciente: Tengo problemas de memoria.
Terapeuta Es bastante común en personas de su edad, estoy seguro de que
mejorará.
Paciente: Me han hospitalizado cuatro veces en los últimos dos años debido a mi
esquizofrenia. ¿Va a solucionarse alguna vez?
Terapeuta: Muchas personas se recuperan de la esquizofrenia. No tiene por qué
preocuparse.

En el primer caso, el terapeuta no tiene ninguna base para saber si la memoria del paciente
va a mejorar y le contesta lo que el paciente desea oír para sentirse mejor. En el segundo
ejemplo, el terapeuta indica lo que el paciente sabe que es improbable que ocurra, y la
admonición de que no se preocupe acentúa, en lugar de aliviar, las preocupaciones del
paciente. Este tipo de respuestas sirven para minar la confianza del paciente en el terapeuta.

Actuar sin dar explicaciones. Cuando el terapeuta hace algo para un paciente sin revisar
los motivos y sin obtener su consentimiento, supone erróneamente que el paciente acepta su
autoridad sin cuestionarla y que es un receptor pasivo de sus servicios. Un ejemplo sería:

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Paciente: Entonces cree que mi problema es la depresión.


Psiquiatra: Sí, y voy a recetarle unas píldoras para que se tome dos al día durante
una semana y tres durante la segunda semana. Le diré a la secretaria que le reserve
hora para dentro de dos semanas. Llámeme si tiene algún problema.

El psiquiatra (ó terapeuta) de este ejemplo supone que el paciente confía implícitamente en


su juicio clínico sobre el diagnóstico y conoce el tratamiento preciso que le ayudará sin que
aquél cuestione su autoridad. Excepto en situaciones de urgencia que supongan una
amenaza para la vida; tanto el terapeuta, como el psiquiatra son profesionales de la salud,
quienes están obligados a describir sus planes al paciente y no sólo obtener el
consentimiento por adelantado, sino también inducir su cooperación.

Preguntas despreciativas. Aunque el terapeuta simplemente haga una pregunta, el


mensaje subyacente es de crítica, mofa o enfado con el paciente. He aquí algunos ejemplos
de preguntas despreciativas:
Paciente (va desaliñado): No hay manera de que encuentre trabajo.
Terapeuta: ¿Cómo quiere que le contraten si se viste de esta manera?
Paciente: Me olvidé de tomar las píldoras.
Terapeuta: ¿Es que no quiere mejorar?

En el primer caso, el terapeuta está manifestando su propio desagrado ante la forma de


vestir del paciente. Aunque no está nunca justificado atacar la apariencia de una persona,
manifestar su desaprobación en forma de pregunta es un modo indirecto de expresar los
sentimientos propios. En el segundo ejemplo, el terapeuta usa la pregunta como modo de
hacer frente a su propia frustración, ya que el paciente no sigue el tratamiento prescrito.
Con el mero hecho de presentarse a las citas, el terapeuta debería asumir que el paciente
quiere mejorar.

Afirmaciones del tipo «Ud. está mal». Otra forma de mofarse de un paciente es criticarle,
aun creyendo erróneamente que está haciendo una interpretación. Un ejemplo de crítica
negativa sería:
Paciente: Usted no parece saber lo que me pasa.
Terapeuta: Sigue intentando cargar el peso de sus problemas en mí; tiene una
personalidad pasivo-dependiente, y así es como se comporta en todas sus relaciones.

En este caso el terapeuta utiliza un término diagnóstico para etiquetar al paciente y éste
puede pensar que ser pasivo-dependiente es perjudicial. El terapeuta coloca al paciente en
una postura defensiva al mismo tiempo que cree erróneamente que está interpretando su
conducta. En este ejemplo el terapeuta también está fomentando que el
paciente haga «juegos de palabras» que a menudo conducen a la competición.

Atrapar al paciente con sus propias palabras. El terapeuta puede centrarse en las
contradicciones del discurso del paciente hasta el punto de hacerle caer en su propia
trampa. Un ejemplo sería el de un paciente que indica que le agrada mucho un profesor, de
quien explica que no le trata con justicia en clase. El terapeuta le hace caer en la trampa
diciendo:
Terapeuta: ¿Y cómo se siente con este profesor que le trata injustamente?

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Paciente: Estoy furioso con él.


Terapeuta: Se está contradiciendo. Antes me dijo lo bien que le caía y ahora dice
que está furioso.
Paciente: Se equivoca... Nunca he dicho eso.

Llegados a este punto, se detiene el curso de la entrevista. El paciente está enfadado y


molesto porque el terapeuta le ha atrapado en una contradicción, pues al principio negaba
sus sentimientos de enfado. Confrontar a un paciente con una contradicción de su discurso
resulta contraproducente.

Mensajes no verbales de resentimiento. El terapeuta puede estar molesto con la conducta


de un paciente o desaprobarla. En lugar de enfrentarse directamente al paciente, utiliza el
lenguaje corporal para indicar su desaprobación. Por ejemplo, un paciente entra en la
consulta del terapeuta, ignora el cartel de «No fumar» y enciende un cigarrillo. En lugar de
confrontar la conducta del paciente, el terapeuta empieza a toser con frecuencia y a fruncir
el ceño. El paciente capta los indicios no verbales de desaprobación. Cree que el terapeuta
le muestra su desaprobación como paciente. La conducta del psicoterapeuta le causa
sentimientos de baja autoestima y le hace sentirse degradado (Platt y McMath, 1979;
Strayhorn, 1977).

MANEJO DE ACTITUDES RESISTENCIALES:


TIPOS DE PACIENTEs Y SU CONTRATANFERENCIA

2. SITUACIONES ESPECÍFICAS DE LA ENTREVISTA

El terapeuta aprende a adaptar sus métodos y estilos de entrevista al tipo de paciente y de


problema emocional ó psiquiátrico que se presente.

a). Entrevista al paciente delirante


Se define como delirio una creencia fija falsa que el paciente mantiene aunque no tenga
fundamento en la realidad. Existen varios tipos de delirio, incluyendo los de persecución,
de grandeza, la erotomanía, los celotípicos, los de referencia y los somáticos. El psiquiatra
debe averiguar si el paciente ha actuado alguna vez a partir de una creencia
delirante o tiene planes de hacerlo.

La investigación de las creencias delirantes del paciente proporciona una información


importante sobre sus conflictos psicodinámicos subyacentes. También debe valorarse cómo
se defiende el paciente ante realidades dolorosas de su vida y cómo utiliza el sistema
delirante para protegerse, así como los estresores precipitantes que llevaron al paciente a la
formación de tales delirios. Lo más corriente es que una tercera persona lleve al paciente
delirante en contra de su voluntad a la consulta. Es importante que el psiquiatra ó terapeuta,
reconozca empáticamente los deseos de un paciente de no ser considerado como tal, pero
que remarque cómo puede ayudarle y le anime a comunicarse con él.

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El error más frecuente del terapeuta con poca experiencia es intentar convencer al paciente
de que sus creencias falsas no tienen sentido. Este enfoque es contraproducente. En lugar de
ello, el terapeuta debe adoptar una actitud neutra: ni estar de acuerdo con la creencia
delirante ni poner abiertamente en duda su veracidad. Sólo cuando el paciente manifieste
dudas sobre el delirio, debe el psiquiatra animarle en dicho sentido. De todas formas, el
paciente no suele considerar que sus delirios sean un problema clínico. Por ello, es
preferible que el terapeuta se centre en otros signos y síntomas para los que el paciente sí
desea ayuda. A medida que mejora su estado clínico global, el paciente suele dejar de
hablar de sus creencias delirantes. No es necesario que el terapeuta le interrogue sobre ellas,
aunque pueda sentir curiosidad sobre la firmeza con que las retiene.

b).- Entrevista al paciente deprimido potencialmente suicida


La depresión, uno de los problemas más frecuentes que debe evaluar y tratar un terapeuta,
puede ser un trastorno psiquiátrico primario o un trastorno secundario a alteraciones
médicas o psiquiátricas. Es frecuente que se realicen diagnósticos duales. Ante todo
paciente deprimido es imprescindible que tanto el terapeuta, como un psiquiatra estudien
los riesgos de suicidio.

La evaluación de la depresión empieza con la apariencia y la conducta del paciente. El


terapeuta observa que el aire y la postura generales del paciente están lentificados. Anda
despacio, cabizbajo y le falta espontaneidad. Algunos pacientes presentan una depresión
agitada o ansiosa, se retuercen las manos y deambulan constantemente. Otros manifiestan
una depresión inhibida, con lentitud de los movimientos espontáneos.

El ritmo de la propia entrevista suele ser lento, el paciente responde a las preguntas con
pausas prolongadas y respuestas breves. Muy a menudo el repertorio de expresiones
faciales está embotado y otras veces el paciente puede llorar o bien resistirse a las lágrimas.

No todos los pacientes verbalizan sus sentimientos de depresión. A menudo a través de su


discurso ofrecen indicios que indican una sensación de rendirse y no querer continuar. El
pensamiento y las verbalizaciones de un paciente deprimido están lentificados. A menudo
siguen un patrón de voz monotonal. Sus pensamientos suelen revelar una culpabilidad
excesiva, sentimientos de pérdida de autoestima y de autoconfianza y una falta generalizada
de interés sobre actividades en las que el paciente había participado anteriormente. Estos
pacientes se quejan de falta de energía y sus contactos sociales están reducidos.

Debido a que el paciente suele presentar múltiples manifestaciones físicas que forman parte
de la depresión, el terapeuta, junto con el psiquiatra deben explorar los problemas de sueño,
apetito, hábitos intestinales, funcionamiento sexual y síndromes dolorosos, entre otros,
observando la naturaleza de estas alteraciones y el modo en que interfieren en la actividad
general del paciente. El terapeuta le ayudará a comprender que tales cambios físicos forman
parte de la depresión. Dado que no suele asociar las dolencias físicas con este trastorno, al
saberlo el paciente se sentirá aliviado.

Al explorar las causas de una depresión el terapeuta pregunta sobre pérdidas y separaciones
significativas en la vida del paciente. La muerte o separación de un ser querido a menudo
lleva a la depresión. Después de una pérdida significativa la aparición del síndrome

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depresivo suele demorarse. El terapeuta también debería explorar fenómenos de


«aniversario», es decir, la depresión que sobreviene durante el aniversario de una pérdida
importante. Al entrevistar a un paciente deprimido el terapeuta adopta un papel activo. Le
anima a verbalizar lo que está experimentando, sintoniza con su dolor y su angustia mental.
Aquí no suelen resultar útiles los silencios prolongados del terapeuta y no deberían
fomentarse.

El terapeuta en formación suele ser reacio a hacer preguntas sobre el suicidio a un paciente
deprimido, por miedo a ofenderle o a imbuirle una idea que quizá no haya tenido. Por el
contrario, las preguntas acerca del suicidio constituyen un alivio para el paciente. Es
esencial que el terapeuta averigüe la clase de pensamientos que ha tenido el paciente sobre
el suicidio, si alguna vez ha actuado impulsado por tales pensamientos, qué planes alberga
actualmente y qué le ha impedido llevarlos a cabo.

La cuestión del suicidio se introduce mediante preguntas del tipo «¿le han ido alguna vez
tan mal las cosas como para pensar en poner fin a su vida?». Si el paciente responde
afirmativamente, el terapeuta continúa con «hábleme de ello». Al preguntar sobre la
conducta suicida del pasado, pregunta «¿ha hecho alguna vez algo para provocarse daño
físico?». De nuevo el terapeuta pretende obtener detalles.

Si todas las respuestas hacen referencia al pasado, el terapeuta pregunta acerca del presente:
«¿ha pensado últimamente en poner fin a su vida?». Aquí el interés no sólo se centra en los
pensamientos y acciones, sino también en la capacidad del paciente para controlar estos
impulsos. Para evaluar tal capacidad, el terapeuta pregunta «¿qué es lo que le ha impedido
llevar a cabo sus planes?». Al indagar sobre el tema del suicidio, el terapeuta llega a un
juicio clínico sobre el peligro inminente de suicidio por parte del paciente. También
aprende lo que significa el suicidio para un paciente en concreto.

c). Entrevista al paciente psicosomático


El paciente con una enfermedad psicosomática suele ser remitido por su médico de
cabecera y es poco habitual que busque ayuda psiquiátrica ó terapéutica por propia
iniciativa. Su mayor temor es que le envíen a la consulta psicológica por estar «loco» o
porque el médico no cree que tenga una razón legítima que explique sus dolencias. Un
paciente psicosomático puede interpretar la consulta psicológica como señal de que su
médico general le ha dado por inútil.

Es importante que el psicólogo clínico hable con el médico sobre lo que se le ha dicho al
paciente con respecto a la consulta y que averigüe qué cuestiones clínicas pretende que se
traten. Antes de visitar al paciente, se debe revisar su historia médica, su medicación y los
tratamientos y resultados de cualquier prueba que se le haya practicado. Después de
presentarse e identificarse como psicólogo, revisa con el paciente la problemática que le
llevo a buscar asistencia.

Posteriormente tratarán juntos las razones por las que el médico pidió una consulta
psicológica. El psicólogo deja claro su interés por las dolencias físicas del paciente, así
como por cualquier problema emocional concomitante y mantendrá el seguimiento del
paciente para clarificar cualquier malentendido sobre su papel como consultor.

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Al revisar con el paciente su historia médica, el terapeuta busca indicios sobre cualquier
estrés psicológico que pueda acompañar a los síntomas físicos. Observa los signos
vegetativos de malestar durante la entrevista y pregunta cuáles son los sentimientos del
paciente con respecto a estas cuestiones. A medida que progresa la entrevista, el terapeuta
revisa las circunstancias específicas por las que pasaba el paciente cuando aparecieron los
primeros síntomas, cualquier acontecimiento significativo anterior y el tipo de sentimientos
que el paciente albergó al iniciarse la enfermedad.

El psicólogo evalúa cómo interfieren los síntomas del paciente en su nivel de


funcionamiento, buscando los beneficios primarios y secundarios de sus síntomas; explora
lo que el paciente cree que le pasa, lo que teme que le ocurra como resultado de su
enfermedad y en qué medida los síntomas interferirán en su vida futura. Dado que las
dolencias que presenta el paciente son físicas, el psicólogo deja claro que está interesado en
ellas y no quiere minusvalorar de ningún modo su importancia.

Reconoce que las quejas subjetivas son reales y que sus preguntas sobre los concomitantes
emocionales son necesarias para entenderle mejor. Al final de la consulta el psicólogo
reserva un tiempo para responder a las preguntas específicas que pueda tener el paciente y
esclarecer cualquier malentendido. También resume sus hallazgos clínicos y comparte
cualquier recomendación específica, incluyendo nuevas visitas para explorar aspectos que
no hayan sido aclarados en la visita inicial. Suelen ser necesarias varias visitas antes de que
el paciente esté dispuesto a aceptar la importancia de las reacciones emocionales y su
influencia en las dolencias físicas.

d). Entrevista al paciente anciano


El paciente anciano suele requerir una atención especial durante la entrevista psicológica.
Con frecuencia los psicólogos deben reducir la velocidad de la entrevista, y realizar varias
entrevistas breves en lugar de una prolongada. Hay que prestar especial atención a
cualquier limitación física, sea sensorial, motora, de coordinación, extrapiramidal u otras.

Por ejemplo, es posible que un individuo con disminución auditiva necesite sentarse cerca
del terapeuta, que deberá hablar en un tono claro y alto para que el anciano pueda
entenderle. Disminuciones de la agudeza visual como las cataratas o la degeneración
macular pueden impedir que el paciente vea con claridad a quienes le están entrevistando.
A diferencia de los pacientes más jóvenes, con los cuales el único contacto físico debería
ser darse la mano, puede que los ancianos necesiten que el terapeuta les ayude a entrar y
salir de la sala y, a menudo es conveniente darles un golpecito en el hombro o tocarles la
mano para tranquilizarles.

Los ancianos que sufren limitaciones cardíacas o respiratorias requieren una atención
especial para evitar que se angustien demasiado durante la entrevista. En casos de que el
entrevistador sea psiquiatra, deberá revisar la medicación prescrita y la que el paciente toma
por su cuenta para considerar cualquier interacción farmacológica, así como ser consciente
de las influencias que ésta puede ejercer en el estado psicopatológico y la conducta del
anciano.

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e). Entrevista al paciente violento


Los pacientes que manifiestan conductas violentas suelen ser atendidos en servicios
hospitalarios de urgencias. La policía suele llevar a pacientes violentos al hospital. Una de
las primeras decisiones que debe tomar el psiquiatra es si resulta seguro retirar la
contención mecánica al paciente. Antes de que la policía le quite las esposas, el psiquiatra ó
psicólogo clínico contacta con el paciente para evaluar su capacidad de verbalización y
contacto con la realidad. Si juzga que no es capaz de comunicarse verbalmente o de
contactar con la realidad, decide que se le aloje en una habitación tranquila donde pueda
mantenérsele controlado antes de proseguir la entrevista. Las medidas de contención
pueden ser físicas o farmacológicas.

El psicólogo debe hablar primero con el paciente que es capaz de comunicarse verbalmente
sobre si conviene o no suprimir las medidas de contención. Si el paciente muestra cualquier
conducta hostil o beligerante cuando se le libera, se solicitará que permanezca atado hasta
que esté más calmado. La entrevista suele realizarse en presencia de personal de seguridad,
puesto que el uniforme suele disuadir al paciente de llevar sus impulsos a la acción. El
psicólogo, le insistirá sobre la necesidad de las medidas de contención, tanto por la propia
seguridad del paciente como para la de las personas cercanas.

El psicólogo nunca se enfrentará al paciente violento. Dejará que éste advierta que al
psicólogo le asusta su conducta y buscará ayuda para llevar al paciente potencialmente
violento a un lugar seguro. En las unidades de pacientes ingresados se utiliza
temporalmente una habitación de aislamiento para los pacientes violentos, hasta que se
considera que su conducta ya no es peligrosa para sí mismos ni para los demás.

El factor clave en el tratamiento del paciente violento es la seguridad. El psicólogo trabaja


con el personal disponible para mantener la seguridad del paciente, del personal y de los
demás pacientes. Nunca debería intentar contener a un paciente violento con heroísmos
individuales. En todos los hospitales se recomienda disponer de un plan de emergencia para
el trato de los pacientes violentos, de modo que el personal de enfermería esté así
informado sobre cómo ayudar a controlar su conducta. Este plan debería ensayarse en las
reuniones del personal cada mes, por si hay cambios u olvidos por parte de los trabajadores
(Slaby y cols., 1981).

f). Entrevista a los familiares


La importancia de obtener el consentimiento del paciente antes de entrevistar a los
familiares ya se ha tratado en este mismo capítulo. Entrevistar a la familia puede tener
varias ventajas. Las observaciones de los parientes sobre los problemas que presenta el
paciente, sus impresiones acerca de sus condiciones de vida actuales, su conocimiento de la
familia, de su pasado y de los momentos clave en su desarrollo pueden ser de ayuda a la
hora de realizar el diagnóstico y facilitar la comprensión del paciente.

Los familiares también pueden servir como aliados valiosos en el proceso de tratamiento,
como aprendiendo a reconocer los signos de descompensación y buscar ayuda para prevenir
una descompensación mayor. Pueden participar en los planes de tratamiento y ayudar en su
cumplimiento, como por ejemplo, en la toma de la medicación, y trabajar con el paciente y

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con el psiquiatra (o terapeuta) indicando los cambios significativos en el estado de aquél.


Estos cambios pueden incluir la aparición de síntomas maníacos, pensamientos o conductas
suicidas y conductas psicóticas.

El psicoterapeuta evaluará si la terapia de pareja o familiar podría beneficiar al paciente.


Cuanto más grave sea el trastorno psiquiátrico ó emocional, más se beneficiará el paciente
de la participación de los familiares en la evaluación y/o el tratamiento. La participación del
familiar debe regirse por la norma básica de que el terapeuta no dará a conocer a un
pariente la información que el paciente le revela sin su consentimiento, pero en cambio
puede hacer partícipe al paciente de cualquier información que aporte un familiar. Es de
vital importancia tomar en consideración la participación de los miembros de la familia y
de otras personas importantes en el tratamiento de la mayoría (pero no de todos) los
pacientes.

3. RELACIÓN PSIQUIATRA-PACIENTE

a).- Transferencia
La transferencia es un proceso en virtud del cual el paciente proyecta de forma inconsciente
sus emociones, pensamientos y deseos relativos a personas significativas de su vida anterior
hacia personas de su vida actual y, en el contexto de la relación terapeuta-paciente, hacia el
psicoterapeuta. El paciente reacciona ante el psicoterapeuta como si éste formara parte de
su pasado. Aunque las pautas de reacción pueden haber sido apropiadas en una situación
vital anterior, no es así cuando se aplican de forma no apropiada a figuras actuales, incluido
el médico.

Este constructo teórico proviene de la literatura psicoanalítica. Por ejemplo, un paciente de


24 años se fija en las largas trenzas y ojos azules de la psicoterapeuta. Sin ser consciente de
ello, se muestra demandante, empleando para ello un tono quejumbroso. Este
comportamiento lastimero reproduce la manera en que se comportaba de joven en presencia
de una tía importante para él, que tenía rasgos físicos parecidos a los de la psicoterapeuta,
con quien mantenía una relación muy dependiente y en cuya presencia exhibía un tono de
voz igualmente quejumbroso.

Es importante que el psicoterapeuta reconozca estas pautas y las identifique como


distorsiones. La comprensión de estas conductas inconscientes constituye uno de los
objetivos de la psicoterapia orientada a la introspección. En las primeras fases de las
prácticas el supervisor dedica un tiempo considerable a que el terapeuta y/o psiquiatra en
formación, entiendan el proceso de transferencia de modo que no interprete estas pautas de
reacción como agresiones personales.

b).- Contratransferencia
La contratransferencia es un proceso en virtud del cual el psicoterapeuta proyecta
inconscientemente las emociones, pensamientos y deseos de su pasado en la personalidad
del paciente o en las cuestiones que plantea, expresando de esta forma conflictos no
resueltos y/o satisfaciendo sus propias necesidades personales. Estas reacciones son

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inadecuadas en la relación terapeuta-paciente, ya que el paciente asume el papel de una


persona importante para el terapeuta en el pasado. Este constructo teórico también procede
de la literatura psicoanalítica.

En estos casos, el psicoterapeuta atribuye erróneamente al paciente sentimientos y


pensamientos basados en su propia experiencia vital, lo que puede interferir en su
capacidad de comprensión del paciente. Por ejemplo, un psiquiatra responde de forma
inapropiada a la consulta que le hace un internista en relación con una paciente de 76 años
de edad ingresada en el hospital en estado terminal. El psiquiatra ha estado visitando a la
paciente 2 veces al día, en visitas de 2 horas, y ha llamado frecuentemente al internista. El
psicoterapeuta pone en duda la atención médica dispensada por el internista y recomienda
medicación ansiolítica para tratar la presunta ansiedad de la paciente.

En la infancia, el psicoterapeuta había experimentado un fuerte vínculo con su abuela, que


murió en la casa donde él vivía de niño. De forma inconsciente retuvo sentimientos de
culpa por no haber hecho nada para prevenir su muerte. La forma de manejar la situación
por parte del psicoterapeuta traduce un intento de enfrentarse a su propia ansiedad y
sentimiento de culpa en relación con la muerte de su abuela, sin darse cuenta consciente-
mente de que lo hace y sin reconocer lo inapropiado de su conducta. En tales casos el
psiquiatra debería consultar con un colega, quien podría ayudarle a esclarecer sus propias
pautas de reacción y le guiaría hacia una conducta profesional más adecuada.

Uno de los valores del psicoanálisis personal, es que aumenta la capacidad del psiquiatra y
del psicoterapeuta para percibir sus conductas motivadas inconscientemente, de forma que
pueda utilizar mejor sus reacciones de contratransferencia para comprender a sus pacientes.
Durante el período de formación, tanto el residente, como el psicoterapeuta en formación,
deben recibir la ayuda de los supervisores en el examen de sus reacciones de
contratransferencia, de modo que éstas no interfieran con el tratamiento pero les ayuden a
comprender mejor a sus pacientes.

c).- Alianza terapéutica


La alianza terapéutica, un tercer constructo teórico tomado de la literatura psicoanalítica,
consiste en un proceso en el cual el Yo maduro, racional y observador del paciente se
utiliza en combinación con las habilidades analíticas del psiquiatra o psicoterapeuta, para
avanzar en la comprensión del paciente.

La base de esta alianza es la relación de confianza establecida en etapas precoces de la vida


entre el niño y su madre, así como otras relaciones de confianza significativas en el pasado
del paciente. El psicoterapeuta favorece el desarrollo de esta alianza y tanto él como el
paciente deben potenciarla al máximo, para que este último pueda beneficiarse. El
psicoterapeuta refuerza esta alianza mediante su conducta profesional y sus actitudes de
atención, interés y respeto.

Los psicoterapeuta aceptan y respetan los sistemas de valores de los pacientes y su


integridad como personas. Sin una alianza terapéutica los pacientes no pueden revelar sus
pensamientos y sentimientos más íntimos. Los psiquiatras nunca deben aprovechar la

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relación terapeuta -paciente para explotar sexualmente a los pacientes ni obtener ventajas
económicas preguntando al paciente instruido en finanzas e inversiones; tampoco deben
victimizarlos explotando su papel como curadores (American Psychiatric Association,
1995).

d).-Resistencia
La resistencia es un constructo teórico que refleja cualquier actitud o conducta que se opone
a los objetivos terapéuticos del tratamiento. Para la realización de la psicoterapia dinámica
resulta crucial comprender las resistencias. Freud describió varios tipos de resistencia,
incluyendo la consciente, la del Yo, la del Ello y la del Superyó.

La resistencia consciente del paciente, surge por varias razones, como la falta de confianza
en el psicoterapeuta, la vergüenza que le produce al revelar ciertos acontecimientos,
aspectos de sí mismo o sentimientos que experimenta, o el miedo al desagrado o al rechazo
del psiquiatra. El silencio es uno de los tipos de resistencia que utiliza el paciente, ante el
cual el psicoterapeuta debe reconocer las dificultades experimentadas por éste y animarle a
verbalizar las cuestiones difíciles de expresar. Esto debería hacerse con tacto y sensibilidad.

Una forma de resistencia del Yo es la denominada resistencia por represión, en virtud de la


cual, y en gran parte por razones inconscientes, las mismas fuerzas que causaron los
síntomas del paciente le impiden darse cuenta de los conflictos subyacentes. Un segundo
tipo de resistencia del Yo, la resistencia por transferencia, puede adoptar muchas formas.
En una de ellas el paciente proyecta sentimientos indeseables en el psicoterapeuta y le
atribuye estos sentimientos. Esto, a su vez, puede hacer que el paciente ataque al
psicoterapeuta, lo que da lugar a una transferencia negativa. Es muy importante que el
psicoterapeuta entienda los fundamentos de este tipo de transacción y, en lugar de tomar
represalias, trate las manifestaciones del paciente como una resistencia.

Un tercer tipo de resistencia del Yo, es la resistencia por beneficio secundario. Los
síntomas de un paciente generarán respuestas de atención por parte de las figuras
significativas y satisfarán sus necesidades de dependencia. Las manifestaciones de este
fenómeno son frecuentes en las salas de hospitalización. Por ejemplo, el paciente que ha
estado ingresado durante 7 días a causa de una hemorragia cerebral secundaria a un
aneurisma cerebral muestra una mejoría gradual durante su curación y se queja cada vez
menos de dolor de cabeza hasta el día 6. Sin embargo, vuelve a quejarse a la enfermera en
las 24 horas previas a su propuesta de alta hospitalaria. En este ejemplo vemos que además
de satisfacer las necesidades de dependencia, los síntomas sirven también como
instrumentos para llamar la atención. Los pacientes se resisten inconscientemente a
abandonar sus síntomas. Los cuidadores del paciente deben entender estas resistencias.

En la práctica psicoanalítica, la resistencia del Ello se da cuando el paciente mantiene


continuamente el mismo discurso ante repetidas interpretaciones de la conducta. La
resistencia del Superyó ocurre con mayor frecuencia en pacientes con obsesiones o
depresión, los cuales, en virtud de sus sentimientos de culpa y sus conductas masoquistas,
muestran una necesidad de castigo. En este sentido los pacientes siguen manifestando
síntomas que sirven como castigo y se resisten a abandonarlos (Luborsky, 1984).

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La resistencia adopta muchas formas. Entre ellas se incluyen: la censura de sus


pensamientos, la intelectualización, la generalización, la preocupación sobre una etapa
concreta de la vida, la concentración en detalles triviales mientras se evitan cuestiones
importantes, manifestaciones afectivas, las frecuentes peticiones para cambiar las horas de
visita, la utilización de síntomas físicos menores como excusa para saltarse las sesiones,
llegar tarde u olvidarse de las citas, olvidarse de pagar las facturas, las conductas
competitivas con el psiquiatra, las conductas de seducción, la demanda de favores y la
sobreactuación (MacKinnon y Michels, 1971).

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