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Stefania Ricci
La oportunidad de hacerse de un nombre propio vino cuando uno de sus hermanos, que
trabajaba como utilero para la American Film Company, logró que Salvatore obtuviera su primer
contrato, consistente en un lote de botas vaqueras. A partir de entonces, su taller fue asediado
por directores y estrellas del cine mudo, como Pola Negri, Mary Pickford y su hermana Lottie,
Gloria Swanson y Mae West. Cuando la industria fílmica se mudó a Hollywood en 1923,
Ferragamo fue tras ella y abrió un nuevo taller, el Hollywood Boot Shop, en una de las calles
principales de Beverly Hills, el Hollywood Boulevard, en la esquina formada con Las Palmas.
Los directores más famosos de la época, como Cecil B. de Mille, James Cruze, David Wark
Griffith y Raoul Wash, le encargaron a Ferragamo zapatos para sus producciones épicas –por
ejemplo, Los diez mandamiento (The Ten Commandments), La caravana de Oregon (The
Covered Wagon), Flor que renace (The White Rose), El ladrón de Bagdad (The Thief of
Baghdad. Las actrices se disputaban los excéntricos modelos de Salvatore, en los que el joven
zapatero daba rienda suelta a su genio creativo y a su pasión por la experimentación con
técnicas y materiales.
Desarrollar su carrera en Estados Unidos, donde las técnicas eran ya muy avanzadas, y crear
modelos sin límites en términos de materiales, eran privilegios que pocos europeos y ningún
italiano disfrutaban en aquellos años. Su gran problema era, sin embargo, conciliar los
crecientes pedidos con la escasez de mano de obra calificada para la fabricación manual de
calzado.
En su búsqueda de artesanos diestros, Salvatore decidió regresar a Italia en 1927 y eligió como
su nueva sede a Florencia, una ciudad en la que se concentraban oficios artesanales que en
otros países se volvían cada vez más escasos y preciados, lo que atraía a muchos
compradores extranjeros, particularmente estadunidenses.
Ferragamo, con su íntimo conocimiento del mercado de Estados Unidos, sus gustos y
necesidades, halló en Florencia el escenario ideal para su espíritu inventivo. Intuyó la fuerza del
mensaje que combinaba un producto artesanal de calidad con la imagen de un lugar único,
creando en la mente de su clientela, sobre todo la extranjera, la ilusión de poseer un par de
Ferragamos como si se tratara de un pedacito de Florencia, su arte y sus tradiciones culturales.
Salvatore trajo a ese fértil terreno una bocanada de aire fresco, fruto de su experiencia
internacional. Trasladó los procesos de producción de la industria de calzado estadunidense a
la fabricación artesanal, creando así una cadena de montaje humana en la que cada fase del
trabajo era realizada por un zapatero especializado en esa parte. Introdujo el sistema
estadunidense de horma y medida, cuya numeración era más precisa, no sólo para la longitud
del pie, sino también para su ancho, y le aportó sus propias observaciones. Inventó nuevas
soluciones técnicas, como el enfranque de acero que daba soporte al arco del pie, y con los
años llegó a patentar técnicas de construcción que habrían de transformar la industria.
Ferragamo convirtió el calzado en un laboratorio para estudiar formas, materiales y colores, con
plena libertad para explorar. Le interesaba en primer término la experimentación con todo tipo
de materiales, desde el más valioso y preciado hasta el hallazgo más reciente, o incluso el más
tradicional, mismos que transformaba de modos insólitos en inesperadas combinaciones
cromáticas y decorativas.
En sintonía con su tiempo, no era ajeno a lo que sucedía en el arte, la arquitectura y el diseño
contemporáneos. Encargó al artista futurista Lucio Venna que diseñara su primera campaña de
publicidad así como el logo que iría impreso en la etiqueta de su calzado.
Las sanciones económicas decretadas contra Italia agravaron la escasez de insumos y fuentes
de energía, lo que llevó al gobierno a promover el uso de materiales locales. Esto, a su vez,
alimentó el ingenio de Ferragamo no sólo en el terreno artístico, sino también en el tecnológico.
Diseñó tacones hechos con corchos de botellas de vino cosidos entre sí y revestidos de cuero,
patentó procesos especiales para la preparación de sustitutos de piel. Inventó tacones de
baquelita transparente, suelas de madera ajustables, en galalita o en vidrio. Su propensión
natural por los materiales modestos –sustentada en su convicción de que el lujo no reside en la
opulencia de los materiales utilizados, sino en el concepto y en la calidad del trabajo artesanal–
lo llevó a principios de los años treinta a hacer amplio uso del cáñamo, la paja y los hilos de
lana. Utilizó incluso celofán obtenido de envolturas de dulces, con lo que logró superficies
diversas, lisas o plisadas; esta técnica también fue empleada por algunas de las principales
firmas de diseño italianas como Ars Luce, la cual creó una pantalla de lámpara con ese
material.
El régimen fascista hizo que sus órganos periodísticos dedicaran importantes artículos a
Ferragamo, uno de los mejores exponentes de la producción autosuficiente italiana, reconocida
incluso fuera del país.
Hombre de gran intuición empresarial, Ferragamo cultivó una imagen de sí mismo como un
artesano-artista; se hacía fotografiar en la mesa trabajo de zapatero, intentando montar sobre
la horma de madera, como si fuera un escultor, su última creación. Antes incluso de que el jet
set redescubriera Florencia en la década de 1950, Ferragamo cultivaba relaciones personales
con gente de renombre (miembros de la realeza, aristócratas, actrices). Todos ellos acudían en
tropel al Palazzo Spini Feroni, cuyos salones estaban decorados con frescos, para que sus
nobles pies fueran medidos por Salvatore y para escuchar del maestro lo último en torno al
calzado.
La década de los cincuenta también vio nacer su diseño de una suela en forma de concha,
inspirada en el opanke, el mocasín de los indios norteamericanos; la idea de la suela que se
convierte en pala sugirió a Ferragamo una forma elegante, suave y redonda. Aplicó el concepto
en diversas ocasiones, pero la patente alcanzó la fama gracias a una zapatilla plana creada
para una de las actrices más queridas del mundo, Audrey Hepburn. En 1954, tras su éxito en
Vacaciones en Roma (Roman Holiday), la actriz fue a Florencia con Anita Loos para encargar
zapatos al ilustre Ferragamo.
Algunos años más tarde, Salvatore trabajaba en la compleja construcción de una suela
metálica que ofreciera la comodidad del zapato de piel a pesar de la rigidez del metal. Esto le
permitió expresar toda su exuberancia decorativa en la superficie, utilizando métodos de
grabado y cincelado para producir un efecto casi neo barroco. La suela fue utilizada en uno de
los modelos más hermosos jamás hechos por Ferragamo: una sandalia de oro de dieciocho
kilates, encargada por una clienta australiana. Confeccionada en colaboración con orfebres del
Ponte Vecchio, esta pieza es una muestra de que el diseño italiano jamás olvida la riqueza
ornamental y el repertorio decorativo de su herencia cultural.
El Palazzo Spini Feroni, sede de la compañía desde 1938, se convirtió en un destino obligado
de las estrellas de cine y de otros famosos del jet set internacional. Florencia recibió la visita de
los duques de Windsor y de la reina de Dinamarca, para quien Ferragamo patentó un material
especial, hecho de la piel de la foca leopardo, una criatura del Mar del Norte; la princesa
Soraya eligió unos zapatos Ferragamo para su boda. Las actrices de Hollywood y Cinecittà
hacían fila para ordenar zapatos que usarían tanto dentro como fuera del set. Ferragamo creó
modelos exclusivos para todos sus clientes, pues veía el zapato como una extensión de la
personalidad. La innata sensualidad de Marilyn Monroe fue amplificada por sus célebres
zapatos de punta y tacón de aguja de once centímetros (los cuales siguieron el mismo diseño
durante más de diez años) que acentuaba el movimiento de su cadera al caminar. Ejecutó la
misma magia con la belleza austera, casi andrógina, de Greta Garbo, y el encanto eternamente
adolescente de Audrey Hepburn; dos iconos que quizá no serían lo mismo sin los zapatos de
cordones de una o las zapatillas planas de la otra.
Salvatore Ferragamo siempre analizaba atentamente la forma y la talla de los pies, que en su
opinión tenían mucho que decir acerca del personaje. En su autobiografía, escrita en 1957,
apenas tres años antes de morir, dividió a las mujeres en tres categorías: Cenicientas, Venus y
Aristócratas. Las Cenicientas, como Mary Pickford, siempre calzan una talla menor que 6. Son
seres femeninos, escribió, que siempre deben tener quién las ame para ser felices. Las
Venuses calzan talla 6, como Marilyn Monroe, y suelen ser mujeres hermosas, fascinantes y
sofisticadas. Bajo ese exterior, adoran las cosas simples de la vida y están destinadas a ser
incomprendidas. Las tallas de 7 en adelante pertenecen a aristócratas, mujeres sensibles que a
veces pueden ser caprichosas. Entre ellas están Audrey Hepburn y las dos grandes actrices
suecas Greta Garbo e Ingrid Bergman.
En la segunda mitad de los cincuenta, Ferragamo empezó a pensar en el futuro y cómo hacer
frente a la creciente competencia y a las exigencias planteadas por los mercados
internacionales. En menos de diez años la industria italiana se había desarrollado hasta niveles
sin precedentes, registrando un crecimiento superior al de otros países europeos. La
producción de calzado prácticamente se duplicó en Italia en tan sólo una década, al pasar de
35 millones a 70 millones de pares.
Salvatore murió en 1960, dejando a su esposa e hijos una compañía cuyo nombre es sinónimo
de lujo y de "hecho en Italia". A la historia legó los modelos e inventos que tanto marcaron y
determinaron la moda del siglo XX