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II
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Oiga la narración del cuento en: http://www.gotiasanet.blogspot.com
“Cuento de Frontera”
Iris Herrera de Milano
Santiago, 24 de Abril, 2011
En el sitio de trabajo había unas pocas casas. El propio constructor vivía en la mejor de
ellas y unos cuantos ingenieros y técnicos, en las otras.
Los días se íban rápidamente para quienes trabajaban en la obra, y a paso de tortuga para
quienes simplemente tenían que permanecer allí por fuerza mayor.
El constructor -Alejandro- era un hombre blanco, entre los 40 y 50 años, no muy alto,
algo entrado en carnes. Sus mejores tiempos eran parte de la historia. Su esposa, Bellatrix,
una mulata de rasgos gruesos, un tanto rolliza, cercana a los 40 años.
Las horas, días, se iban acumulando y lo mismo ocurría con el fastidio y las ganas de poder
volver a un trabajo menos rudo, más parecido a lo que hacía antes del terremoto.
Una tarde, Jean Claude fue enviado por el Capataz a la casa de Alejandro, para que
reparara una pared. Fue recibido por Bellatrix, quien le mostró la filtración que necesitaba
arreglo. Jean Claude estuvo trabajando hasta el anochecer y se marchó.
Bellatrix había estado vigilando al obrero mientras bregaba con la pared. Le llamó la
atención la contextura física de Jean Claude. Musculoso, fuerte, alto, de movimientos
decididos. Jean Claude regresó al día siguiente, para reanudar la labor.
Siguió con el arreglo y Bellatrix continuó observándolo. Él se dio cuenta de que la mujer se
fijaba en lo que él estaba haciendo y se sintió perturbado. Supuso que ella no estaba a
gusto con su trabajo.
Se tomó la libertad de preguntar, en su escaso Español, si estaba satisfecha con el arreglo.
Ella le dijo que sí. Que estaba muy bien. El hombre suspiró aliviado.
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“Cuentos desde Gotiasan” – Vol. II
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Había mucho calor. Ella le ofreció agua; él se la agradeció. Jean Claude se fue.
Al tercer día, él llegó a primera hora de la mañana. Quería terminar temprano e irse a
visitar a su familia en Haití. Estuvo trabajando corrido a lo largo del día, Todo el tiempo
bajo la mirada inquisidora de Bellatrix.
Cuando estaba ya a punto de irse. Bellatrix se le acercó y le preguntó si volvería la próxima
semana. Él le dijo que ya su tarea había terminado y que el resto, el acabado de la pared, lo
haría otro obrero.
--Bien, le dijo Bellatrix.
--Nos veremos la semana próxima,
Jean Claude pensó que ella no le había entendido; a lo mejor él no había usado las palabras
correctas y ella creía que él seguiría. No se detuvo a dar más explicaciones porque quería
llegar a tiempo para tomar la guagua y pasar la frontera.
Estuvo feliz ese fin de semana, con su familia. Su joven y bellísima esposa, Denise y su
pequeña hija Eloise. Pudieron comprar algunas cosas y hablar sus asuntos personales.
Al final de la tarde, Bellatrix le pidió que volviera al día siguiente porque tenía otros
trabajitos para que él hiciera. Así lo hizo Jean Claude. Al recibirlo, Bellatrix le dijo que
arreglara unos escalones de la entrada que estaban deteriorados.
Ella se sentó en una mecedora y estuvo observándolo atentamente mientras trabajaba.
El Miércoles, casi al final del día, Bellatrix le ofreció agua para que se refrescara.
Le dijo que entrara y que la siguiera hasta la cocina. Jean Claude se dio cuenta de que no
estaba la mujer de servicio que a diario se ocupaba de limpiar la casa.
Al día siguiente, Jean Claude fue enviado una vez más a la casa. Tocó a la puerta. Abrió
Bellatrix. Él entró y se dio cuenta de que la mujer de servicio tampoco estaba ese día.
Bellatrix le ofreció café y le preguntó cómo estaba su mano.
Le dio el café y buscó la crema. Le indicó con un gesto que le extendiera la mano.
Élla comenzó a regar la crema. Le dijo:
-- Tranquilízate, No te va a pasar nada
El obrero estaba estupefacto: la señora de la casa, la esposa del blanco, estaba coqueteando
con él. No quería tener problemas con nadie, menos con un blanco, y menos aún siendo
ilegal. No hallaba cómo zafarse de la situación y aclararle a la mujer que él no quería
inconvenientes en el trabajo que recién había conseguido.
Bellatrix, por su parte, imaginaba que el haitiano estaba encantando de que ella se
interesara por él y estaba lista para continuar su avance.
Quería aprovechar que la mujer de servicio estaba enferma y que Alejandro estaba de viaje
para Santo Domingo. Disfrutaría un rato de la compañía de este hombre joven y bien
plantado, que por conveniencia no se atrevería a contar nada.
Jean Claude salió calladamente y se fue hacía el sitio de la obra, con el resto de los obreros.
Estaba asustado. La mujer estaba muy molesta y podía presionar para que lo despidieran.
No comentó nada con nadie
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“Cuentos desde Gotiasan” – Vol. II
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Al terminar la jornada, se bañó y empezó a caminar por la vía sin asfalto hacia un colmado
ubicado como a un kilómetro, donde vendían pan y salami. Con eso cenaría.
Mientras caminaba oyó que se acercaba un vehículo. Se apartó a la derecha para darle paso
y en eso sintió un impacto fuerte en la pierna. Una yipeta lo había golpeado. El carro se
detuvo y él se acercó para reclamarle al conductor. Cuando estaba ante la ventanilla del
pasajero, la tocó, pero el vidrio era de esos que impiden ver hacia adentro. Le gritó algo en
creole al conductor y siguió caminando.
Cuando había recorrido unos 100 metros oyó que la yipeta se acercaba de nuevo. No tuvo
tiempo de apartarse y el vehículo lo perseguía sin darle respiro. Era evidente que el chofer
quería golpearlo nuevamente y con más fuerza. Adivinó quién conducía. Seguramente era
el esposo de la mujer. Ella no había soportado la negativa de Jean Claude y se sintió tan
ofendida que inventó algo contra él y ahora el esposo quería terminar con Jean Claude.
Total, ocurrían muchos accidentes en esas vías oscuras por donde la gente transita de
noche; y él tenía poder. El chofer aceleró el vehículo y Jean Claude, en un arranque de
supervivencia, saltó hacia la maleza para evitar que la yipeta lo aplastara. Ésta siguió de
largo por la vía.
Jean Claude se escondió detrás del monte alto y reptó alejándose de la carretera de tierra.
Oyó que el auto venía hacia donde él había saltado. Logró divisar la cara del conductor,
quien había bajado la ventana. Para su sorpresa, era la mujer. La cara, desfigurada por la
ira.
Jean Claude entendió que debía desaparecer tan pronto como pudiera. Estuvo caminando
hasta que llegó a una carretera de asfalto. Como pudo, tomó una “guagua” hasta un pueblo
cerca de la frontera. Tenía que evitar toparse con los agentes. Era un ilegal, sin visa, sin
pasaporte y sobre todo, con muy poco dinero.
Contactó a otro haitiano, quien lo orientó para llegar a pie hasta Ouanaminthe (Juana
Méndez). Caminó un par de horas hasta que divisó a un guardia y éste lo vió a él. Se le
congeló la sangre.
En eso oyó:
--Stop! Ki moun ki la a? (¡Alto! ¿quién anda ahí?)
--Pa fè tire. M '. Jean Claude Dubois (No dispare. Soy yo. Jean Claude Dubois)
El soldado le contestó:
--Byenveni (Bienvenido)
y Jean Claude se cayó en el suelo desmayado por el cansancio.