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Ética y Política.

La visión maquiaveliana de una compleja relación.

“[…] no alejarse del bien, si se


puede, pero saber entrar en el mal,
si es necesario.”1
Nicolás Maquiavelo

Al cuestionarse sobre la convivencia entre la política y la ética en la historia


del hombre, la respuesta debe ser a lo menos una relación complicada.
Combinarlas presenta un desafío para cada uno de los hombres que quisieran
progresar en cada una de las esferas de acción de la sociedad; ciertamente puede
realizarse, pero no sin costos. He allí donde radican problemáticas relevantes
para las ciencias del conocimiento, siendo un claro ejemplo de ello el
cuestionamiento por la compatibilidad de lo que sería éticamente correcto con la
conservación del poder y los eventuales actos corruptos. Al respecto desde los
orígenes del pensamiento político se ha tratado de llegar a conjeturas que dé
respuesta a tal relación tormentosa, siendo el caso de Nicolás Maquiavelo,
probablemente, uno de los más relevantes al momento de realizar un análisis
acabado de la misma.

Así, el presente escrito halla respuesta a la interrogante en un análisis de


los principales postulados del secretario florentino del siglo XVI. Siendo la
respuesta, estableciéndose como hipótesis, el declarar a la ética y la política como
elementos indispensables para la vida del hombre; pero que, inserto en un
paradigma realista de la historia, la una no puede, en una gran cantidad de casos,
convivir con la otra, significando, ante una eventual comunión, el fin de la
conservación del poder. Teniendo, en consecuencia, discrepancias entre lo que es
éticamente correcto y la conservación del poder.

1
MAQUIAVELO, Nicolás; “El Príncipe”; Editorial Espasa Calpe; Madrid; España; 2008. Pág. 127.
Para la comprensión y corroboración de lo planteado anteriormente, se
presentarán, en primer lugar, nociones de los dos paradigmas más importantes
que han rodeado al pensamiento político-filosófico: el realismo e idealismo.
Posteriormente, a partir de lo presentado por Maquiavelo y, en menor medida, por
Aristóteles, se realizará un análisis realista de la complicada relación entre la ética
y la política, demostrando un cierto grado de incompatibilidad en tales elementos.

II

Desde la época de Tucídides y Platón, en la antigüedad clásica, hasta la


actualidad se han enfrentado dos escuelas, dos maneras de concebir la política: la
realista y la idealista. No en vano diferentes politólogos entre los que se cuentan
Morgenthau, Herz, entre otros, sostienen que lo que brinda continuidad y vitalidad
a la trayectoria del pensamiento político occidental es la incesante pugna entre
ambas escuelas2. Ellas mutuamente se excluyen, porque tienen diferencias de
fondo respecto de la concepción de la naturaleza humana, la sociedad y,
evidentemente, la política.

Como punto de partida hay que señalar que los idealistas y realistas
responden de manera distinta a la pregunta qué es lo real. Para unos, lo real es la
idea y para los otros son los hechos concretos. En lo esencial tales desacuerdos
se explican porque razonan de manera distinta. A idealistas interesa la perfección
lógica del ideal y argumentan en abstracto en lo que se podría argumentar de
manera ‘deductiva’. Por otro lado, realistas centran su atención en la observación
de la realidad factual –veritá effetuale diría Maquiavelo-, con el propósito de
extraer de la experiencia histórica las máximas de acción, teniendo, en
consecuencia, una base argumentativa de carácter ‘inductivo’.

La escuela idealista sostiene que es factible instaurar un orden moral


eminentemente racional y un orden político justo a partir de principios abstractos
que son universalmente válidos. Ello es posible porque concibe y comprende al
hombre como un ser racional y esencialmente bueno. Ahora bien, para algunos
2
Vs. ORO, Luis; “El Poder. Adicción y dependencia”; Brickl Ediciones; Santiago; Chile; 2006. Pág.
21.
idealistas la razón por la cual el orden socio-político no llega a estar a la altura de
sus ideales de perfección se explica por la incapacidad de los hombres para
aplicar el verdadero conocimiento.

Por su parte, la escuela realista afirma que la naturaleza humana no es


plenamente racional; por consiguiente, los órdenes que ella configura, incluido el
político, tampoco lo son. He allí la razón del por qué el mundo es imperfecto. Sin
embargo, el realismo no niega la posibilidad de que el hombre y la sociedad
puedan mejorar. Pero para que tal posibilidad sea factible es indispensable
sopesar, previamente, las virtudes y flaquezas y especialmente aquellas
dimensiones del comportamiento humano en las que la racionalidad tiene un rol
menor.

Para el realismo el escenario político no se ajusta de manera cabal a las


exigencias del comportamiento de carácter racional. No solamente porque en ella
colisionan sentimientos contradictorios, motivaciones heterogéneas e intereses
antagónicos – vocabulario básico en el paradigma realista según Raymond Aron-,
sino que además porque el comportamiento humano, tanto a nivel individual como
colectivo, no es totalmente deducible y menos aún predecible a partir de premisas
abstractas de validez universal, aunque estén racionalmente sustentadas.

Para la concepción realista, el comportamiento político tiene algo de trágico


o al menos de dramático. Es trágico puesto que los resultados suelen ser
opuestos a las motivaciones originales de los actores; mientras que toma el
carácter de dramático, porque, a pesar de los esfuerzos realizados, la brecha
existente entre los magros resultados obtenidos y el ideal suele ser inmensa, lo
cual suscita frustración y desencanto.

Al respecto, en concordancia con la intención de soslayar la problemática


presentada en el inicio de este escrito, se puede observar que los ideales morales
y políticos nunca se pueden realizar cabalmente, porque la propia naturaleza
humana es un obstáculo para alcanzar niveles óptimos de perfección. “Si el
hombre no es un ser plenamente racional es imposible que pueda construir un
orden racionalmente perfecto.”3

El realismo también presenta ideales de perfección pero los elabora a partir


de la observación de la realidad concreta, del estudio de la historia, y no a partir de
principios abstractos o presunciones metafísicas como lo hace el idealismo. He allí
donde radican sus propuestas modestas para mejorar el mundo: más bien aspiran
a mantener a raya el mal antes que realizar el bien absoluto. Un pasaje de “El
Príncipe” puede ser revelador:

“[…] Pero siendo mi intención escribir una cosa útil para quien esté
en grado de entenderla, me ha parecido más conveniente perseguir
la realidad efectual antes que la imagen artificial. Muchos han
imaginado repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni
conocidos en la realidad, y es que hay tanta diferencia entre cómo
se vive y cómo habría que vivir […]”4

Así, desde este punto de vista, el contrapunto entre ambas escuelas, a muy
grandes rasgos, es el siguiente: la política para el idealismo es el arte de cristalizar
un orden socio-político racionalmente perfecto en el devenir variante de la Historia;
mientras que, por otro lado, para el realismo es el intento de evitar el desorden y el
colapso socio-político en una realidad cambiante en donde, en última instancia,
todo orden se presenta frágil e inestable.

III

Un concepto que puede resumir en gran medida lo expresado por


Maquiavelo en “El Príncipe” y en los “Discursos sobre la primera década de Tito
Livio” es el de “razón de Estado”. La politología se ha encargado de presentar
dicho concepto con la histórica afirmación –nunca escrita por el florentino- de “el
fin justifica los medios”, o nociones de mantenere lo stato, siendo, en palabras
simples, la conservación del poder y evitar, por todo medio, la caída de un Estado,
3
Ídem. Pág. 25.
4
Op. Cit. “El Príncipe”. Pág. 115.
incluso realizando actos que pudieran ser considerados corruptos o, más aún, que
vayan en contra de lo que tradicionalmente se ha creído como actitudes ético-
morales positivas, como lo es la clemencia. Maquiavelo afirma:

“Por eso es necesario que un príncipe que se quiera mantener


aprenda a no ser bueno, y a utilizar esa capacidad según la
necesidad. […] el príncipe sepa evitar con su prudencia la infamia de
aquellos vicios que le quitarían el estado, y sepa guardarse, en lo
posible, de los que no se lo quitarían; no obstante, si no es capaz,
puede dejarse llevar por ellos sin demasiado temor. Y además no
debe preocuparse de incurrir en la infamia de aquellos vicios sin los
cuales difícilmente podría salvar el estado […]”5

Para Giuliano Procacci6, en la línea del historiador Benedetto Croce7,


destaca como principal aportación de “El Príncipe” a la formación del pensamiento
político moderno consiste en la distinción entre ética y política, o mejor, en el
descubrimiento de la autonomía de segunda respecto de la primera.

Lo más próximo que hay en la historia del pensamiento político a la


separación establecida por Maquiavelo entre la conveniencia política y la ética, se
encuentra probablemente en la obra de Aristóteles, específicamente en “La
Política”, en las que se refiere a la conservación de los estados, sin consideración
de su bondad o de su maldad. Sin embargo, según Sabine, 8 no es en absoluto
seguro que Maquiavelo tomase como modelo tales presupuestos. Maquiavelo
presenta un ejemplo extremo de la doctrina de un doble patrón de moralidad; es
distinta la moral para el gobernante y para el ciudadano privado. Se juzga al
primero por el éxito conseguido en el mantenimiento y aumento de su poder: al
segundo, por el vigor que su conducta da al grupo social.
5
Ídem. Pág. 115- 116.
6
Vs. Op. Cit. Introducción de “El Príncipe”. Pág. 27.
7
CROCE, Benedetto; “Ética y política”; editorial Imán; Buenos Aires; Argentina; 1952.
8
SABINE, George; “Historia de la teoría política”; Fondo de Cultura Económica; Ciudad de México;
México; 2006.
La indiferencia de Maquiavelo por la moralidad ha sido presentada como
algo que no era imparcial; lo que ocurre es que no le interesaba sino un fin, el
poder político, y era indiferente a todos los demás. Nunca duda en pronunciar
juicios severos respecto a los estadistas que permiten que sus estados se
debiliten. Además, no puede calificársele de científico en sentido propio, aunque
su juicio se formaba empíricamente, por la observación a los gobernantes que
había conocido en su labor diplomático o por el estudio de los ejemplos históricos.

En concordancia con la interrogante de qué es lo éticamente correcto y su


relación con la conservación del poder, Maquiavelo nos muestra su análisis de la
realidad factual al declarar que el gobernante, como creador del estado, no sólo
está fuera de la ley – lo que le permite, eventualmente, realizar actos de
corrupción-, sino que si la ley impone una moral, está también fuera de la
moralidad. La franqueza con que Maquiavelo aceptó esta conclusión y la incluyó
en sus consejos a los gobernantes es el motivo principal de la mala reputación del
“Príncipe”.

Tal como se ha demostrado a partir de los postulados de Maquiavelo, lo


éticamente correcto tiene una total discrepancia con la conservación del poder y
las reglas del juego político, desde el paradigma realista que comparto con
Maquiavelo.

Es en este momento, con la realización de los capítulos XV al XXIII de “El


Príncipe”, donde pasa a realizar un análisis de las cuestiones relativas a la
persona misma del príncipe, a las ‘artes’ por las cuales debe mantenerse en el
trono y las cualidades que debe tener para la consagración del poder. Maquiavelo
habla en razón de un realismo que le permite tener conciencia de decir cosas de
las que nadie antes había osado nunca a hablar tan explícitamente: la preferencia
a ser considerado parsimonioso, ser cruel a tiempo antes que misericordioso
inútilmente, la necesidad del príncipe de saber actuar como un zorro o un león
según ameriten las condiciones, y la capacidad del príncipe de observar o no la
palabra dada.
Precisamente es esto último, el conservar o no la palabra dada, uno de los
tópicos que más refuta Maquiavelo respecto a hacer lo éticamente correcto en el
ámbito de la política, específicamente en torno a la conservación del poder.

“[…] un señor que actúe con prudencia no puede ni debe observar la


palabra dada cuando vea que va a volverse en su contra y que ya no
existen las razones que motivaron su promesa […] Pero esta
cualidad hay que saberla ocultar, y ser hábil fingiendo y simulando.”9

En este párrafo se constata como Maquiavelo resalta dos aspectos que son
propios de una política correcta y de un aspecto ético deficiente: por un lado,
nuevamente señala la importancia de proteger al estado – la conservación del
poder- por medio de actos corruptos, infringiendo, en el aspecto ético, una norma
honorable propia de toda moralidad como es el respecto de los pactos para la
concreción de una sociedad. Además, señala la práctica de la astucia para
ejecutar la acción, siendo el fingimiento y la simulación las herramientas para
lograr el fin que se ha propuesto.

El momento central en donde el escritor florentino del Renacimiento deja de


manifiesto explícito la división que realiza de la ética y la política se encuentra en
el capítulo XVIII de “El Príncipe”:

“[…] un príncipe nuevo, no puede observar todas las cualidades que


hacen que se considere bueno a un hombre, ya que, para conservar
el poder, a menudo necesita obrar contra la lealtad, contra la
caridad, contra la humanidad y contra la religión.”10

Lo éticamente correcto en la cotidianeidad de los hombres, no es aplicable


a la política en razón de la protección del poder, no se pueden observar las
virtudes que hacen grandes a los hombres buenos, sino todo lo contrario: al
momento de la conservación del poder ese mismo hombre debe actuar más como
político. Tal como dijo Max Weber siglos más tarde ‘quien entra en política, entra a
9
Op. Cit. “El Príncipe”. Pág. 126.
10
Op. Cit. “El Príncipe”. Pág. 127
pactar con el diablo’. Maquiavelo esto ya lo sabía y se lo aconsejaba a los
políticos, específicamente a Lorenzo de Médicis, del siglo XVI.

He allí donde radica la importancia de la separación de esferas que realiza


Maquiavelo. Visto de un paradigma realista es perfectamente entendible en razón
de la protección de intereses, observándose como el florentino va al extremo de
aconsejar al príncipe a cómo obrar en la política ingresando a un juego perverso,
si la protección y conservación del poder lo amerita.

“[…] y, como dije antes, no separarse del bien, si se puede, pero


saber entrar en el mal, si es necesario.”11

IV

Tal como nos hemos podido dar cuenta, el realismo representado en los
postulados de Nicolás Maquiavelo viene a demostrar la ineludible distinción que
existe entre el terreno de lo que es ser éticamente correcto y la política, entendida
como una actividad que tiene como fin, según los planteamientos realistas, el logro
y mantenimiento del poder.

Al pasar los siglos y acercándonos a la actualidad, podemos percatarnos


como siguen vigentes lógicas de separación entre la ética y la política. De hecho,
aunque puede resaltar la vaguedad del ejemplo, en la comunidad ciudadana de
Chile es posible observar la imagen negativa que se tiene de la política y de los
políticos, resultado que, sumado a un importante número de factores que no es
pertinente detallar, encuentra como uno de sus principales factores lo poco ético
que se ha desarrollado la política, incluyendo el incumplimiento de pactos o de
rompimientos de ‘palabras dadas’. Esto es posible apreciarlo en gran parte de las
discusiones del cuerpo legislativo del país, evidenciando la falta de coherencia del
accionar de los actores de la política nacional; de esta forma, continúan aplicando
las normas que el mismo Maquiavelo aconsejaba a Lorenzo hace casi quinientos
años.

11
Ídem.
En la misa lógica, es necesario destacar, grosso modo, cómo la política,
esta ciencia del poder, ha demostrado con el paso del tiempo un abandono de
ideales y de ideologías que en un momento se vieron totalmente irreconciliables
para cambiarla por los intereses propios de un realismo. Ejemplos de ellos son
variados, mas creo pertinente citar la alianza que hace un par de años se hizo
entre el Partido Comunista y la Democracia Cristiana, evento inédito para lo
política nacional e inimaginable hace unas décadas atrás.

Desde un paradigma realista, el poder y la corrupción, elementos casi


inherentes a la política actual, se han presentado como esferas de la sociedad que
presentan sus propias reglas, tal como la ética así las presenta. Saber qué es lo
éticamente correcto en la política es irreconocible e incognoscible para los
hombres, puesto que son los políticos profesionales los que solamente
comprenden ese tipo de ética y moral, si es que puede ser llamada así.

La felicidad que mencionaba Aristóteles como fin del hombre en la “Ética a


Nicómaco”, se contrapone con las lógicas que presenta el mismo autor en “La
Política”, al señalar las formas en que debe proceder un despótico para mantener
su poder, aconsejando, al igual que Maquiavelo, medios inescrupulosos con los
cuales difícilmente conservaría su estado, su poder. El hombre busca la felicidad,
es cierto, pero, al parecer, parafraseando a Aristóteles, el zoon politikón se rige
por otras reglas para lograr otro fin, el poder.

En suma, tal como se ha podido apreciar en el desarrollo del presente


escrito, efectivamente, desde una perspectiva realista, la política junto a su
principal elemento, el poder, presenta normas que discrepa en la mayoría de los
casos con la lógica de acción que tiene la ética; puesto que la primera para lograr
sus fines debe pasar a llevar, si es necesario, elementos propios de lo éticamente
correcto. Resulta extremadamente peligroso para la política, principalmente, el
hecho que se conjuguen sus ‘reglas del juego’ con las de la esfera de la moral, de
la virtud y de la ética de los hombres, puesto que si no recurriese a ciertas
infamias, la conservación del poder se vería dramáticamente desvirtuada y con
una muy probable pérdida del mismo.
Así, tal como se manifestó en la hipótesis con la cual se inició el presente
escrito, la ética y la política vienen a representar dos esferas independientes en
las sociedades de los hombres, demostrando a la política como una actividad
autónoma capaz de regirse por reglas que no están en plena concordancia con lo
impulsado por ideales y valores propios de la ética en el escenario de la Historia,
así ha sido observado desde el siglo V a.C. con la formulación de Aristóteles,
pasando por el siglo XVI d.C. con los postulados de Maquiavelo, para llegar a tal
afirmación en un análisis de la actualidad del siglo XX y XXI.

Bibliografía

* MAQUIAVELO, Nicolás; “El Príncipe”; Editorial Espasa Calpe; Madrid;


España; 2008.

* ORO, Luis; “El Poder. Adicción y dependencia”; Brickl Ediciones; Santiago;


Chile; 2006.
* CROCE, Benedetto; “Ética y política”; editorial Imán; Buenos Aires;
Argentina; 1952.

* SABINE, George; “Historia de la teoría política”; Fondo de Cultura


Económica; Ciudad de México; México; 2006.

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