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1. Prólogo.
2. Orfeo: la fecundidad de lo perdido.
3. El sueño, la imaginación y la utopía: saltos hacia lo ausente.
4. La nada: fuente y metáfora en Juan de la Cruz.
5. Poesía y creación: el don de lo que no está.
6. Paul Celan y su huésped que nos exilia.
a Miguel Wiñazki
PRÓLOGO.
En el principio no hay nada, después hay después, algo, una marca en el tiempo, un es.
Lo que el vacío, la nada, lo imposible o la ausencia, dispensaron, dieron al ser.
Marcaron en la página en blanco o en la intemperie: en el paisaje de la posibilidad.
En la desnudez, la espera.
Creador es quien vive de esas marcas, esas huellas, no de sus cicatrices, las certezas.
Una grieta en un muro, para un creador, no es una grieta en un muro, es un tajo que le
abre a la posibilidad de la creación, a la acogida de lo que en ese tajo se abre.
De lo que pueda susurrar.
Del destello de sentido que pueda donar.
Ser creador es saber, creer, que eso que abrió desde lo oculto está presente y oculto en
esa apertura.
Creador es quien se abre a lo que en lo abierto puede recibir, a lo que recibiendo puede
crear, lo que creando recibió.
El creador sabe que todo fue nada antes de ser lo que es, lo sabe, porque también sabe
que todo lo volverá a ser.
Porque lo sabe traza huellas, a veces sendas, pero las traza, no las aferra.
La creación es esa fe en nada, en un vacío o una ausencia, una fe que crea lo que
cree, que cree para crear, que creando se trasciende más allá de lo que cree.
Ausencia de lo que nunca fue o lo ya sido, pero no mera ausencia, presencia y
revés de esa ausencia.
El creador es un ser de la espera, espera lo que advenga, espera desnudo de sí. Espera
sin poder, sin saber.
Espera lo aún por nacer.
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Reuní aquí, en este libro, cinco textos. Ellos, todos, nacen de lo que no tienen, de los
que los hace hablar: hablan de esa alteridad intrínseca a la existencia, ese plus de sí, ese
rebasarse, que se hace nuestro, se dispensa, en el acto creador.
En su propia creatividad cuando la hacemos propia, la acogemos, le damos voz.
Cinco textos, cinco poéticas del vacío, de una ausencia que llama y una
presencia que responde, una respuesta que se vuelve presencia, que se plasma texto, en
ese responder.
La diferencia entre lo imposible que llama y lo posible que responde, entre el vacío y
sus poéticas, entre lo ya escrito aquí y lo que el decir no abarca, es el espacio que es y
abre el lector, el hospedero: el futuro creador de toda escritura.
Su apertura. Su afuera,
su travesía y su volverse a nacer.
ORFEO:
LA FECUNDIDAD DE LO AUSENTE.
"Escribir comienza con la mirada de Orfeo, y esa mirada es el movimiento del deseo
que quiebra el destino y la preocupación del canto; y en esa decisión inspirada y
despreocupada alcanza el origen, consagra el canto. Pero para descender hacia ese
instante Orfeo necesitó el poder del arte. Esto quiere decir: no se escribe si no se alcanza
ese instante hacia el cual, sin embargo, sólo se puede dirigir en el espacio abierto por el
movimiento de escribir. Para escribir ya es necesario escribir. En esta contradicción se
sitúan la esencia de la escritura, la dificultad de la experiencia y el salto de la
inspiración".
Maurice Blanchot
AL PRINCIPIO
I.
Al principio fue la ausencia,
después su reflejo: el olvido.
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En la casa de la memoria no hay ventanas,
hay espejos.
II.
Hay que desechar lo encontrado. Callar lo que tiene nombre.
O nombrar,
pero sin escucharse hablando.
Perderse en la búsqueda,
no en su eco: en lo buscado.
I.
La realidad es mítica.
El mito es la realidad misma entendida como acontecimiento de la palabra, como
evento verbal.
"Todo origen es mítico: el origen es el mito mismo", nos enseña Roland Barthes.
Mito y origen, origen y mito se confunden o, más bien, se difunden:
el mito dice al origen, al origen que se dice mito.
"Que el mito se produzca desde sí mismo siguiendo una lógica inagotable -enseña Lluís
Duch-, significa precisamente que es mítica, es infundada, sólo fundada en la narración
que lo desentraña y lo desarrolla."
El origen es verbo.
Es originando: dejando ser. Ausentándose.
Se ausenta irrumpiendo oriundez vertical: abriendo el espacio que ausentándose regala.
Libro fundamental entre los cabalistas, el Talmud comienza cada uno de los
veinte volúmenes impresos por la página dos: por mucho que se lo interprete no se
llegará al origen.
Tal lo que enseña desde el origen, desde la ausencia de la página primera, del sentido
primero.
Del número de la unidad.
Del manantial abierto de la posibilidad.
De lo abierto como posible de sí.
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El origen no es principio ni comienzo.
Es iniciático: origina. Envía.
Instante.
Presencia, más que presente.
Ahora sin horas; sin las sombras de un ayer ni el espejo de mañana. Momento propicio.
"El origen, más antiguo que los tiempos, es el momento único que no se puede tampoco
superar porque sigue siendo la salida al encuentro de lo que viene."
Agreguemos, a esta cita de Heidegger, otras palabras suyas: "al prístino brotar de
lo que en todo está presente desde entonces… al momento único llamamos origen."
Hazaña que, para no ser cenizas en el olvido, necesita de una narración -sagrada o
épica- que le preste voz, la voz con la cual seguir diciéndose, encarnándose, a través de
los tiempos:
necesita de un poeta que la cuente, la transmita.
Y necesita, por último, de un sacerdote -brujo o druida- para que en el rito su ayer
vuelva a ser un hoy.
Su pasado presente, su presente presencia.
Para ser cada vez por única vez.
Por vez eterna.
Nietzsche dejó escrito en algún lugar, que el origen de algo contiene en sí más que la
totalidad de su despliegue. Hölderlin, en uno de los poemas de su encendida locura, lo
llamó a ese origen: "fuente de la imagen originaria".
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"La poesía es el vocablo virgen de todo prejuicio; el verbo creado y creador, la palabra
recién nacida. Ella se desarrolla en el alba del mundo. Su precisión no consiste en
denominar las cosas, sino en no alejarse del alba."
Huidobro.
Aquí, intentaremos pensar sobre ese discurso de los orígenes que es la poesía. Lo
haremos ponderando su propio mito:
el mito órfico:
la fecundidad de lo ausente.
Orfeo.
II.
"La cosa del poeta no es jamás la cosa conceptual del pensamiento, sino la cosa
complejísima y real, la cosa fantasmagórica y soñada, la inventada, la que hubo y la que
no habrá jamás -enseña María Zambrano-. Quiere la realidad, pero la realidad poética
no es sólo la que hay, la que es; sino la que no es; abarca el ser y el no ser en admirable
justicia caritativa, pues todo, todo tiene derecho a ser hasta lo que no ha podido ser
jamás. El poeta saca de la humillación del no ser a lo que en él gime, saca de la nada a
la nada misma y le da nombre y rostro. El poeta no se afana para que de las cosas que
hay, unas sean, y otras no lleguen a este privilegio, sino que trabaja para que todo lo que
hay y lo que no hay, llegue a ser. El poeta no teme a la nada."
"Las antorchas de los misterios inefables las descubrió Orfeo", asegura el Pseudo
Eurípides,
lo inefable, sus destellos, lo dirá la poesía.
"Leer lo que nunca ha sido escrito. Tal es la lectura más antigua." Y agregamos
nosotros dejando crecer la cita de Walter Benjamín :
nombrar lo que nunca existió: tal la poesía más pura:
la que da existencia a lo que no fue.
Su ser.
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El otro es su hueco en mí, o el mío en él. Hueco desde el cual partir para
encontrarle.
Hasta no ser otro somos a medias, somos la mitad con la que tropezamos.
El muro desde el cual oteamos:
nos buscamos.
Búsqueda del amor como reunión: del otro que nos reencuentre con nosotros mismos.
Nos rescate del infierno de la división.
Del desgarro de la lejanía.
"De Apolo -agrega otra tradición- salió el virtuoso de la lira, el padre del canto, el
ilustre Orfeo."
Hijo de Apolo, de "aquel que cura por la luz", hijo rebelde, desciende al Hades,
"espantosa caverna escondida bajo la tierra".
Infierno, Tártaro o comarca de la muerte.
Oscuridad.
Siempre la noche. Siempre lo otro.
El amor, que es deseo de paraíso, lleva a Orfeo a descender al Hades, abismo y realidad
de la separación.
Separación de lo amado:
averno.
"El habla cuando habla fuera de todo poder de representar y de significar, es el canto de
Orfeo -dice Blanchot-, el lenguaje que no rechaza el infierno sino que penetra en él,
hablando al abismo y dándole también el habla, haciendo oír lo que no puede oírse."
Desciende -lo sabrá después- para errar y padecer: paso a paso, palabra a palabra.
Errancia de la palabra: narración.
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Padecimiento de la palabra: poesía.
"Consulta encubatoria".
Descenso y por ende, hondura. Hondura más profunda que cualquier fondo.
Abismo negro donde los límites ocultan sus bordes. Las palabras callan sus ecos.
Entrañas. Hondura y hontanar.
Sombras que encienden palabras, no palabras que iluminan sombras: poesía, no
prosa.
Descenso o ascenso allende el halo cognoscitivo, afuera y lejano, más allá o más
acá de la clausura de la comprensión.
No se trata de entender o explicar, sino de implicarse:
abismarse.
Descenso: clásico itinerario iniciático hacia el origen, hacia el arche. Pero arche, origen,
en la especificidad del rito órfico:
Orfeo desciende a rescatar a Eurídice.
No busca la filosofía, el amor del saber, busca el saber del amor: la sabiduría.
Busca a otro:
busca lo que él no es.
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No busca separar para comprender, sino unir para ser.
Saber unitivo.
Nupcias de la noche y la palabra: poesía.
"La poesía, iniciada así -concluye María Zambrano-, ha descendido una y otra vez a los
infiernos para reaparecer cargada de historia y aun de historias infernales, atreviéndose
a permanecer allí por un cierto tiempo y aun habiendo llegado a la 'decisión' de
establecer su residencia en esos ínferos inagotables del alma humana; del alma.
Mas siempre, por muy hondo que haya llegado el descenso y por muy larga que haya
sido la detención, el viaje poético era de ida y vuelta, y de él se traía la palabra."
III.
Orfeo seduce a dioses y perros nocturnos con su lira, con su canto: su arte.
Desciende y enciende las tinieblas.
No asciende de lo bello a la belleza (itinerario de la razón, eros platónico),
desciende hacia la belleza de lo bello.
De lo abstracto a la concreto, de la luz a la oscuridad.
También a la fuente:
a la promesa.
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Misterio del deber íncito en todo placer.
La ley o condición: lo otro en lo mío.
Lo otro de mí.
"Nadie puede ver a Dios y vivir", advierten los profetas bíblicos. Ni contemplar la luz
de los dioses sin arder, como supo Semele cuando cayó fulminada ante el
consentimiento de su amado Zeus de mostrarle su esplendor.
Nadie puede atravesar el infierno sin salir condenado, aprende y nos enseña Orfeo.
Orfeo, que encantó dioses, ahora es seducido él por otro dios: la objetividad,
el ídolo de lo presente.
Lo posesión.
Cicatriz, no surco.
Miedo que paraliza: sustantivación del tiempo verbal: seguridad.
Presencia agotada presente.
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se es uno mismo mientras no se es para uno mismo: don del otro a mí pero no para mí.
Don de él en él, no en mí.
Don de lo imposeíble. Gratuidad y precio: don que perdemos por haberlo poseído.
"Hay que separarse para alcanzar en su noche el origen ciego de la obra", enseña
Derrida.
Pérdida de una posesión, posesión de una pérdida. Pero también don de lo perdido.
Chispa del roce: poesía.
Y otra vez Derrida: "La escritura se desplaza a lo largo de una línea quebrada entre la
palabra perdida y la palabra prometida".
"¿Por qué poema pulverizado? Porque al final de su viaje hacia el País, tras la oscuridad
prenatal y la dureza terrestre, la finitud del poema es luz, don del ser a la vida.
El poeta no retiene lo que descubre; una vez transcrito, lo pierde enseguida. En eso
residen su novedad, su infinito y su peligro."
"La poesía es de todas las aguas la que se entretiene menos en los reflejos de sus
puentes."
Mirada que engendra la culpa kafkiana: perder lo que nunca llegamos a tener, que
poseemos mientras lo creamos sin saber:
pureza o belleza.
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Ausencia, desierto e intemperie: el infierno desnuda.
El fuego purifica.
Pero como toda desnudez también es promesa. Ausencia y, como toda ausencia,
también llamado.
Destello.
Edmond Jabés.
IV.
"El poeta no renuncia. Nadie le convencerá de que renuncie. Nadie le consolará de ver
irse el día que pasa, ni le persuadirá para que acepte la conversión en cenizas de los ojos
amados; la desaparición en la neblina del tiempo, del fantasma querido. Nadie, ni nada."
"Quien escribe -afirma Blanchot- está en el destierro de la escritura: allí está su patria
donde no es profeta:"
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Y otra vez Blanchot:
"Orfeo, el lenguaje que no rechaza el infierno, sino que penetra en él, hablando al
abismo y dándole también el habla, haciendo oír lo que no puede oírse."
El símbolo: diálogo con la mitad ausente, la que el símbolo completa sin agotarla en
presencia. "El símbolo -escribe Patxi Lanceros-, es capaz de dialogar en y con la
ausencia", y suma:
Creatura imaginada a imagen y semejanza de dios, ahora él, Orfeo, crea imaginando.
Imaginando se hace a semejanza de dios: demiurgo, creador.
"El canto es ser", afirma Rilke en sus "Sonetos a Orfeo" y Rimbaud corrobora
que "la verdadera vida está ausente": Orfeo la crea.
La canta.
"Ahora bien -sabe Rilke-, la pérdida por cruel que sea, no puede nada contra lo
poseído: lo completa, si se quiere, lo afirma: no es, en el fondo, sino una segunda
adquisición -esta vez toda interior- y mucho más intensa."
La palabra poética no sólo dice la luz, la luminosa irrupción de la verdad, sino también
su sombra.
Su memoria de raíz,
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lo velado en lo revelado: su misterio. Su ausencia: el rebasarse hacia sí de toda
presencia.
La ausencia es erótica:
genera.
Triunfo de Eros sobre Thánatos, astucia de Eros que esposa la imaginación:
creación de realidad, de vida donde el amor vive a pesar de la muerte: crear para no
morir.
Para vencer la muerte del amor, para vencer con el amor a la muerte: crear.
"Si el espíritu no se vuelve imagen, será aniquilado junto con el mundo", advierte
Simón el Mago.
"Muere siempre en Eurídice", sentencia Rilke, muere para estar vivo, muere para
crearla.
Crea para no morir o para hacer de la muerte creación:
vida.
V.
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La padece.
La expresa. Le da voz, donación.
No se trata de elegir el todo sobre la nada o el ser sobre el no ser; la muerte sobre la vida
o ésta sobre aquella.
Se trata de soportar el desgarro.
Radicalmente:
sin trocar la paradoja en disyuntiva.
Existencialmente:
sin que los bordes de la herida se junten.
El poema trágico no se escribe con las formas sino con las fisuras que recortan toda
forma.
Fisuras de la existencia que dibujan las heridas de la trascendencia.
Herida que no lo abre a la respuesta, lo abre (saqué n) a la verdad de lo abierto.
Permaneciendo, no huyendo.
El poeta no soslaya ese abismo, esa diferencia, la padece y testimonia y, en ello, en ese
pathos se da la salvación,
se dice el sentido:
"El poeta trágico -enseña Walter Muschg- se entrega al dolor más profundo, que
desvirtúa todas las explicaciones optimistas de la existencia. Pero este sufrimiento libera
las fuerzas que no se darían de otra manera, y se establece como un valor último que por
sí mismo es una respuesta. En esto consiste el secreto del arte trágico, que es la
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afirmación más profunda del mundo, pues aún encuentra una revelación en lo que
aparentemente no tiene sentido…"
"La forma en que un poeta se enfrenta al dolor revela no sólo su rango, sino también su
clase. Puede rebelarse contra el sufrimiento como si fuese una mala jugada del destino o
del Diablo, puede negarlo por considerarlo sin sentido. Puede aprehenderlo como
casualidad o necesidad, y someterse con lamentos o enfrentársele heroicamente. La
decisión depende de cada uno, y puede ser buena de cualquier manera. Pero sólo es
poética cuando plasma el dolor, cuando le da sentido y forma. La decisión tiene
consecuencias más graves mientras más grande sea el dolor que ha vencido. En todas
las artes se han dado talentos excelentes a los que sólo faltó una cosa: el sufrimiento
verdadero. La aureola más maravillosa de una obra maestra es el dolor que ya no duele.
Una obra perfecta ya no debe tener ninguna huella de sufrimiento".
"Innumerables
pájaros volaban sobre su cabeza,
y saltarines peces
surgían de las aguas azules
para escuchar su bello canto".
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VI.
"Orfeo -comenta Proclo- porque dirigía los ritos dionisíacos, se dice que sufrió
el mismo destino que el dios": haber muerto despedazado por las Bacantes, mujeres
delirantes embriagadas con hiedra y hongos consagrados a Dioniso.
Celosas, o en celo, porque el duelo por la muerte de Eurídice lo hacía insensible
hacia ellas.
Eurídice, la ausencia llama con más fuerza que la presencia, esencia del amor
romántico:
no atrae el horizonte, llama su alejarse.
Deseo de lo otro que esto.
De lo otro que todo esto opaca.
La cabeza de Orfeo rodó por tierra, pero de ella, cuenta la tradición, siguió saliendo su
canto.
Su cabeza y su lira se fueron cantando con la corriente del mar hasta Lesbos, la
patria de Safo. La lírica eólica se erigió en heredera suya y consumó lo que él había
comenzado.
Lo que continúa aún.
Lo que no tiene fin porque su ser es su originario recomenzar.
Palabra a palabra, poema a poema.
ausencia a ausencia.
Poema de todos los poetas que descienden a la oscuridad para iluminar la noche
de la vida.
Para entregar algo de esa verdad a los otros.
Para señalar.
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Orfeo y Eurídice no engarzan sus cuerpos, los penetran en el canto poético, los
fertilizan en las nupcias del deseo y la imaginación.
El deseo que se encarna en la viril facultad de la esperanza: la imaginación que
lo encarna imaginando.
La poesía que le da la carne de la palabra, la palabra que no lo agota en su
cantar,
lo dilata cantándolo.
VII.
"Hay en mi alma -confiesa Nietzsche- algo insatisfecho, algo que nunca se satisfará: y
esto es lo que canta."
Orfeo fracasa como héroe o chaman, pero héroe al fin de otra índole: instaura la
ausencia como creación.
La creación como presencia de una ausencia, testigo de lo que es pero no está. O
no es, pero llama.
Una ausencia que convoca.
Página en blanco.
Silencio.
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La ausencia es fundamento, presencia de una sustracción que nos sustrae todo
fundamento,
como cada paso,
como un constante comienzo.
Como una huella de lo que sin haber estado se va. Un canto que al cantarse pasa,
que para que no pase no dejamos de cantar. Como una pérdida retenida,
abrazada,
mecida, en el fracaso de retener.
Pérdida, trazo o huella de una ausencia. Como un abalorio que rueda, que traza su
propia pérdida…
Narra.
Ausencia anterior a todo comienzo que no sea origen. Al origen que se oculta
para originar comienzos.
Anterior al recuerdo de todo lo perdido.
Anterior a la memoria y por ello inolvidable.
"El libro -dice Maurice Blanchot parafraseando a Mallarmé- necesita del escritor, en
tanto que éste es ausencia y lugar de la ausencia."
“El ser del lenguaje no aparece por sí mismo más que en la desaparición del sujeto.”
Lo fecundo.
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VIII.
JUAN DE LA CRUZ
LA NADA: FUENTE Y METÁFORA
I.
(No se puede decir dios sin decir yo, valga esto como advertencia de estas líneas, como
confesión.
Tampoco dios puede decirse sin decirnos,
valga como gratitud.)
Dios crea de la nada y para nada: rosa sin pétalos, dios sin dios: lo humano.
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Su pender y depender:
su brotarse alma.
El hombre es un ser de lejanías, lejanías tan lejanas que se trasparentan ausencias. Que
se susurran añoranzas.
Tan lejos de sí, su lejanía lo extraña,
lo llama otros.
Sabiéndolo o no, lo más propio, lo suyo y único, lo espera. Lo anhela: es ese anhelo.
Ese deseo es su ser.
(Y ese deseo es más que su ser: desear más que lo que se desea es trascender.)
Sed y pasión de totalidad y, también y después, ser más allá de toda totalidad: ser
afuera.
Ser lo otro de sí. Lo irreductible a sí.
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celebración.
Desde otro lugar, otra mirada, pero intuyendo lo mismo, poetiza Paul Celan:
El huésped.
II.
(Dios no es lo que llamamos dios, pero eso no lo hace dejar de ser dios.
Tampoco serlo.)
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mi carne deseándose dios.
Su hueco.
(Mi forma de su nada.)
La ausencia llama, es llamado y llama. Arde, ese ardor pide agua, es sed.
Seducción.
Diálogo entre un alma y un silencio. (No hay dos silencios, hay una escucha.)
(Agua en el agua.
El agua no moja al agua, ni le agrega ni le quitan sus olas.)
El dolor es lo refractario a toda síntesis: lo que no nos dimos, lo otro que no se absorbe,
lo que nos mantiene abiertos.
El dolor abre.
Abre al amor que nos abre.
"Sufrimiento: superioridad del hombre sobre Dios. Fue necesaria la encarnación para
que esa superioridad no resultara escandalosa."
Simone Weil.
Fue necesario un dios en carne viva, para que la carne, a través del dolor, viva.
Se encarne divina.
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Entendimiento de lo que no se tiene o se tuvo y se perdió, por eso se desea. O se gime, y
es poesía.
"El mundo -supo Nietzsche- es más profundo que lo que piensa el día".
Pero hay un relámpago, hostia partida: un tajo que hiere la noche, taja y abre. "Allí me
hirió el amor, y el corazón me sacaba".
El alma se abre, "en el más profundo centro".
En el centro
no hay el centro, ni aletea el vacío.
"Hay eventualmente una región -una experiencia- donde la esencia del hombre es lo
imposible, donde, si pudiera penetrar (aunque fuese con cierta habla), descubriría que
escapa a la posibilidad y donde el habla misma se descubriría como lo que pone al
desnudo este límite del hombre que ya no es un poder, que aún no es un poder. Espacio
donde lo que llama al hombre parece haber desaparecido siempre y de antemano."
es mística,
cuando incluye su imposibilidad.
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Desasido: "se queda no sabiendo… toda ciencia trascendiendo."
Conocer es poseer, controlar: estar en lo otro (no con lo otro o para el otro).
Adecuación entre el pensamiento y lo que él piensa; adecuación que es reducción: la
alteridad, siempre, a medida de mi identidad,
en lo otro, siempre, de nuevo yo.
Conocer es desterrar la alteridad. Asimilación, colonización.
Negación.
Conocer es regresar.
El alma busca y encuentra una ausencia, o una presencia en la que duele la ausencia,
una conciencia en la que está presente el dolor:
la plenitud que se sustrae.
III.
El retiro, la retracción, el irse que no es huida, se lleva algo, despoja dejando un hueco
en forma de partida,
volviendo a partir el alma.
Volviendo a liberar el deseo de aquello que aún poseía, de aquello que lo espejaba y
fijaba.
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Como la nada: no es pero mide. Dice que todo no es más que todo.
Dice que ser no es más que ser.
Dice que lo insoportable siempre parece algo y es eso: que sea nada.
O todo: lo imposible. (La medida de lo real.)
La mística deconstruye:
dialéctica de la razón y la intuición, la ciencia y la experiencia. La respuesta y la
pregunta.
(Dialéctica sin síntesis: abandonarse sin recobrarse:
darse.)
Aquella escribe dogmas, clausura el sentido, ésta libera silencios, roza apenas algunas
palabras, se dice poesía.
Reverbera.
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sin que esa nada sea dios, ni lo deje de ser.
El que para el saber es su revés.
(Sabe que toda llegada es callejón, y que todo callejón termina en sí mismo, termina
espejo.
Encontrar es saber qué se buscaba, es volver a encontrar lo mismo: encontrarse.
Es haber ido sin salir.)
Juan no interrogará cada paso, mirará la lejanía, lo imposible será su atajo. Su marcha.
Su errar sin error: su no saber hacia dónde.
Su no buscarse a sí. (Abandono,
y olvido.)
Peregrinaje de ídolo en ídolo, latría del íd-olo o de la id-eología: "Ni esto ni eso" -Neti
neti"- enseñan los Vedas.
También lo hace Juan de la Cruz con su via negationis.
"He creado toda mi obra sólo por eliminación -dirá Mallarmé- y toda verdad adquirida
sólo nacía de la pérdida de una impresión que, al brillar, se había consumido y me
permitía, merced a sus tinieblas desprendidas, avanzar más profundamente en la
sensación de las Tinieblas Absolutas. La Destrucción fue mi Beatriz."
"Si yo fuera en tal forma que todas las imágenes comprendidas desde siempre por todos,
además de las que están en Dios mismo, estuvieran en mí, intelectualmente, y si a pesar
de ello yo no sintiera apego por ninguna de ellas, ni hubiera tomado en propiedad nada
de ellas, ni en el hacer, ni en el dejar de hacer, ni en el antes ni en el después; si, antes
bien, estuviera en el ahora presente, libre y vacío, por amor de la voluntad divina, para
cumplirla sin interrupción, entonces, verdaderamente ninguna imagen se me
interpondría y yo sería, verdaderamente, virgen como lo era cuando todavía no era."
-Sintetiza y radicaliza Eckhart-.
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El abismo no alumbra, no dice:
enciende.
La desnudez, no lo desnudo.
Es lo que es
(sin ser ante mí.
Sin serme yo en lo otro.)
IV.
La separación fue lo primero. El pecado original (el dejar de nacer), la separación del
origen, de la fuente,
fue ocuparla.
"Hay que estar en el desierto, porque aquel al que hay que amar está ausente."
Simone Weil.
Apenas niño, Juan, ya con cruz, aprende del desierto. Grano a grano, ausencia a
ausencia, pérdida a pérdida.
El niño pobre sabe que el primer desamparo se llama orfandad, la primera cercanía se
llama ausencia.
Tiene catorce años, a la pobreza y la orfandad sumará el dolor que conoce y
padece en el hospital de infecciosos de Mediana del Campo, allí trabaja.
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Luego es aprender entre los libros y claustros de Salamanca, armonía de piedras,
rigor de encastres…
El exilio es su don:
el don de la partida.
Lo primero es descalzarse,
después, y siempre: no mirar atrás:
atrás no es atrás: soy yo.
No fue monje cartujo como lo deseó, será carmelita pero en carne viva: descalzo.
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su ser desierto.
"En el desierto -supo Edmond Jabés- uno se vuelve otro: aquel que conoce el peso del
cielo y la sed de la tierra; aquel que ha aprendido a contar con su propia soledad. Lejos
de excluirnos, el desierto nos envuelve. Nos volvemos inmensidad de arena al igual que,
escribiendo, somos libro."
"En la naturaleza no hay vacíos", mantra joánica que exorciza todo vacío, que invoca la
presencia tan presente que rebasa todo presente.
Que hace del vacío una sed.
Un llamado silencioso: una fe.
Yo:
su espacio que me abrió. Su esperanza en mí:
su crear.)
Vaciarse y contar con lo absoluto, un absoluto que cubre todo "hueco", que llamea en
toda herida.
Que hiere con llamas.
"Llagar, no sanar; lastimar, no satisfacer". Formas de lo abierto, apertura en la carne.
Siempre recepción.
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Llaga. Sed que en la tierra se dice grieta.
La grieta que llama y clama por lluvia. La lluvia que se hunde en la tierra penetrando las
grietas.
"Todo lo que es luz o acoge la luz puede caer en las tinieblas -supo María Zambrano-.
Mas las tinieblas mismas quedan; es la nada, la igualdad en la negación, quien nos
acoge como una madre que nos hará nacer de nuevo."
"Mi exilio -escribió Edmond Jabés-, de sílaba en sílaba, me ha llevado hasta Dios, el
más exilado de los vocablos."
V.
"Soham": "Yo soy Tú", dicen los Upanishad, aquí, en Juan de Yepes, no hay yo
y tú. Apenas un amén desde un yo que nunca llega a ese tú.
A un tú siempre diferente de todo cuanto es, una diferencia que es la marca de su ser.
Ser de lejanías, ser de deseo.
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Hombre.
Hombre gracias a la diferencia que no lo anula, que abre espacio, que mueve el
tiempo.
(Diferencia, no diferente:
no otra vez recuperación de sí.)
Si "el dolor es la diferencia", el mismo filósofo, Heidegger, dirá más: "la diferencia es el
silencio."
Todo menos identidad, todo menos el fascismo de lo cerrado, de lo dicho de una vez
para siempre, para todos.
Reducción de la diferencia a lo mismo.
A lo propio: a mí.
Caverna encubatoria donde la llama arderá más ardiente que nunca. Donde la oscuridad
iluminará ardiendo:
"llama que consume y no da pena."
A su luz hasta el dolor es dulce, casi trampa, casi espejo. Juan avisa: todo encuentro es
umbral de otra partida.
Escalón para avizorar lejanías; agua para avivar la sed.
"Matrimonio divino", sí, pero nunca, jamás en este tiempo. "Matrimonio glorioso"…
Pero antes, y siempre, la diferencia, el velo. Antes y entre ambos "el desierto de la
muerte."
(Su arena de nadie.)
31
Hay diferencia y deseo, el deseo de la diferencia, de lo totalmente Otro que fisura la
totalidad humana.
Deseo de una presencia sin bordes.
Un vacío o una nada, de la única metáfora que no detiene la mirada. La única cercanía,
la ausencia, cuya trasparencia no se empeña espejo.
Vacío o nada, nada asible para las manos; vacío para la posesión.
Horizonte sin línea que taje los ojos…
Sin muros que devuelvan ecos,
sin ecos para creernos respondidos.
Pureza de negación porque nada afirma, o afirma nada. Nada deconstructora de toda
otra imagen.
De toda necesidad,
toda ilusión.
Porque el acto místico, deseo del deseo, éxtasis o éntasis, siempre otredad, es eso: nada.
Una nada que despoja de todo.
De todo lo propio con lo que queremos ser: desapropia del propio ser.
Y no es nada: es lo único. Lo opuesto a todo, pero sin oposición, porque no hay otra
cosa,
sólo nada.
Lo único, incomparable. Como todo.
Deseo de Juan Yepes, celos de dios: desnudez del deseo, del único espejo frente al cual
se desnuda dios.
Arenas arriba, memoria azulada ya de lejanías.
Mística sin regreso. (En el desierto no hay huellas, salvo las del viento: las que borrando
traza.)
Sin origen: todo futuro. Todo anhelo.
Ya no es "el pecho por su amor muy lastimado", es "el pecho del amor muy lastimado."
Él ya no es él, es amor encarnado.
Amor en carne viva.
Ya no es Avila sino Ubeda. 1591, pero el tiempo ya es apenas tiempo. La arena no pasa,
falta.
Un terrón de tierra.
Un catre casi cuna. Una sábana blanca, blanca y raída.
32
La finitud ya no lo abarca:
los bordes se abren, como para dar a luz.
En su lecho, antes de comenzar a vivir porque ya muere, pide que le lean los versos del
"Cantar de los cantares",
poema de los poemas, amor de los amores: sólo la poesía no le arrebata el silencio.
Lo ahonda.
VI.
"Y cuando lo vengas del todo a tener,
has de tenerlo sin nada querer."
Atrás nuestro, delante de él, queda casi nada, apenas unos poemas, unos pálidos
comentarios,
unos dibujos,
una cruz de palo, una estampa…
Breves "avisos" pasados de mano en mano…
Y las cenizas de sus cartas quemadas antes de morir.
Huellas, reliquias: símbolos que no perturbaban el deseo de vacío fértil, de nada plena.
No son escombros de una vida, son huellas, trazas, trofeos del desapego,
del "tenerlos sin querer tener".
Es el tener sin poseer; tener sosteniendo: sin cerrar la mano, sin contar lo que se tiene.
(Una mano toda palma: desierto,
también ofrenda.)
Es la celebración de lo necesario.
(La fiesta
de lo que en las manos cabe: la pobreza.)
Es el dejar ser ante todo, ante las cosas, la vida, dios y yo: dejar que lo que es sea sin ser
para mí.
Es la reverencia ante la creación.
"El deseo consume lo que toca -afirma María Zambrano-; en la posesión se aniquila lo
deseado, que no tiene independencia, que no existe fuera del acto del deseo. En el amor
subsiste siempre el objeto, tiene su unidad inalcanzable. La posesión amorosa es un
problema metafísico y como tal, sin solución. Necesita traspasar la muerte para
cumplirse; atravesar la vida, la multiplicidad del tiempo. El amor, igual que el
conocimiento, necesita de la muerte para su cumplimiento."
33
VII.
"Habrá un año en que habrá un mes en que habrá una semana en que habrá un día en
que habrá una hora en que habrá un minuto en que habrá un segundo y, dentro del
segundo, habrá el no tiempo sagrado de la muerte transfigurada."
Clarice Lispector.
Como otros, como todo lo vivo, Juan muere. Muere como todos, pero muere
desnudo, como muy pocos mueren.
Muere desnudo: muere todo.
(Todo desnudo:
deseo de dios muriéndose carne.)
Llega la muerte (el ya no poder poder alejar lo otro): cuando lo todo otro ya no es otro
sino todo.
(Cuando uno mismo ya es otro,
cuando se es sin serlo.)
Juan muere coronado de intemperies, del imperceptible triunfo de haberlo perdido todo.
De haber vivido para nada:
"Nada poseemos en el mundo -porque el azar puede quitárnoslo todo-, salvo el poder de
decir yo. Eso es lo que hay que entregar a Dios, o sea destruir. No hay en absoluto
ningún otro acto libre que nos esté permitido, salvo el de la destrucción del yo. Ofrenda:
no se puede ofrecer otra cosa más que el yo, y cuanto denominamos ofrenda no es más
que una etiqueta puesta a un desquite del yo."
Simone Weil
34
La nada como mantra, camino y atajo. Su ser nada como aliento, aliento y muerte de
vida.
También como coartada de inocencia: perderlo todo.
Como llegada sin sombra que nos demore.
(Como metáfora sin meta, o una mitad sin su otra mitad: sólo la ausente.)
Pájaro que vuela porque vuela, no para ir. Nada para nada, tampoco para nada. Ir sin
buscarse, o estar sin encontrarse.
Su vida se cumple:
se abre punta a punta, desaparece.
Llega a lo imposible de sí: a lo otro que ser él.
Para que dios llegue a ser dios, hay que experimentar primero su extrañeza,
después su lejanía,
y, al final, su ausencia.
Ausencia y revelación:
su nada.
Nada.
Plenitud sin bordes, desborde que bordea la plegaria del Maestro Eckhart, la del deseo
desnudo que ya no aspira más que a la desnudez: "¡Dios, líbrame de Dios!".
Dios sin mí que lo haga dios,
dios libre de mí.
Nada, nada de nada, ni nada, radicaliza y ahonda otra vez el Maestro Eckhart:
"En la medida en que la nada está apegada a ti, en esa misma medida eres imperfecto tú.
Si pues quieres ser perfecto tienes que liberarte de la nada."
35
unión con nada:
desaparición: dar lugar a lo que no es.
Abrirse a lo abierto.
Abrirse hasta no estar.
VIII.
"La belleza nace del diálogo, de la ruptura del silencio y de la recuperación de ese
silencio."
"He hecho un largo descenso a la Nada para poder hablar con certidumbre. No hay más
que Belleza. Y ésta sólo tiene una expresión perfecta: la Poesía. Todo lo demás
-concluye Mallarmé- es mentira."
36
La experiencia vivida del místico no es conmensurable con el lenguaje:
Juan no dijo para nombrar,
dijo para buscar lo innombrable:
poetizó.
"En el principio
más allá del sentido
es siempre el Verbo.
¡Oh rico tesoro,
donde el principio engendra al principio!"
Eckhart
Poesía:
lo nombrado ofrendado.
IX.
AL FINAL
de dios,
como de la muerte o del haber nacido,
no se regresa: al final sólo se dijo él.
3
POESÍA Y CREACIÓN: EL DON DE LO QUE NO ESTÁ
37
"Hay un gran silencio dentro de mí. Y ese silencio ha sido la fuente de mis palabras. Y
del silencio ha venido lo que es más precioso que todo: el propio silencio."
Clarice Lispector.
VIGILIA
Entre el relámpago y la lluvia: el silencio encendido,
la posible escucha
o lo imposible:
lo revelado;
después,
en un después que no es arena,
el trueno;
el estallido de su noche,
lo traducible en sombras.
I.
trazo primero,
puerta de una nueva partida, o del único encuentro
que no es eco de la espera:
lo desconocido
II.
es anuncio
pero sin trazo ni voz.
38
Se la oye, pero callar,
como los pasos de nadie
atravesando soledades,
III.
Después viene la noche,
la sombra que cubre ausencias. Después queda el abrigo:
la palabra y su soledad,
el poema.
I.
Noche y mar, mar abierto: el mar se extiende como lo otro de toda tierra,
extiende y llama.
Abre y dilata.
Desde la playa de la vida, playa sin mar, yermo, errancia y sed, el poeta otea
hacia la ausencia de lo más propio:
lo aún por crear.
(Lo por nacerse.)
Lo que nunca fue ni será: la razón del ser y el hacer de la poesía: su sinrazón, su
gratuidad.
Su descreación: su alteridad de sí, no de mí.)
39
II.
Lo gratuito, el don, es que se pueda comenzar, crear otra vez, no agotar lo imposible
original,
no llegar nunca a la ausencia final.
La creación crea,
antecede.
Un posible
cuyo anuncio es nuestra propia espera de él.
Una promesa en hueco,
un escuchar hacia lo que aún no es voz.
El poema se nace,
estalla la esquirla inicial,
(la que debe protegerse como a un pájaro herido
en la palma de la mano)
Crear es cultivar,
acoger y proteger ese
instante verbal,
darle tiempo para que se conjugue en el tiempo,
40
arroparlo
dejando intacta su desnudez (dejándose desnudar)…
el don de la creación
y la creación como don:
el hacernos creadores.
III.
Lo posible es el instante,
lo real siempre es pasado.
Sombra,
a la luz del fulgor que el instante inaugura.
IV.
El poeta no escribe para llenar ese vacío: lo mantiene abierto escribiendo (vaciándose).
Escribe errando lo abierto, lo que va abriendo el escribir:
diciéndolo.
(Huellas en el aire,
vuelo agorero, o vuelo porque sí, sin porqué.
Sin ir ni venir: abriendo.)
41
Escribe borrando: des-viviéndose.
Escribe para desvelar el vacío, borrar: quitar el velo a nada. También a sí.
Descrea, porque cree en el vacío. Cree en el vacío porque lo abierto crea. La fuente
mana.
Escribir es abrir
(abrirse de un libro o abrirse de sí: ambos en el abrirse de la palabra, en
su revelar).
Recibo entregando:
escribo lo que escucho, pero lo escucho al escribirlo.
Como si el poema animara a decirse a ese decirse que suscitó el poema.
Más antes que la memoria, y por ello inolvidable, crear es rememorar, pero no un
contenido: un evento:
el acto creador:
el haber sido creado, el estarlo siéndolo al crear.
(Crear es dar la palabra:
dejarse decir.)
Recordar creador, memoria inaugural, que crea lo que recuerda: recuerda la creación.
La aparición.
El ser creación: la creación del ser. Y lo otro y más que ser: lo por borrar.
El salir del ser: el callar en lo dicho.
El viento,
la desnudez en la que viene y huye:
la huella, que borrando traza.)
42
V.
No me dije:
me escuché diciéndome.
Me precedí nombrado.
(Soy la escucha antes de ser palabras: ser palabra es mi recepción, mi huella de mí.
Mi extenderme creación.)
Se escribe
como se muere o se olvida
perdiéndose en la búsqueda,
También fracaso: me apropio y me digo. El poema, el logrado, llega a ser sólo claridad:
siempre transparencia fracasada:
yo reflejado.
Apenas destellos.
Sin mí habría sólo trasparencia: presencia sin presente, poesía sin poema o nada.
La creación nace de esa nada que contradice diciendo, que acalla dándole voz: ese
combate es la creación,
su fracaso es el arte.
43
para decir,
para volver a traicionar sin traicionarse:
volviendo, confesando, padeciendo y, otra vez, volviendo a beber de la propia sed.
Aprendiendo que es la copa vacía lo que permanece, no lo que vertimos en ella:
la poesía, no el poema.
(Aprendiendo bebiéndola.)
El poeta sabe de un vacío, de un surgente: rostro sin bordes, palabra sin sonido.
Libertad del silencio: música.
Tono.
Sabe sin conocer, o sabe el conocer del desconocerse: sabiendo que todo es lo otro,
que poder recibir es haber podido morir.
Generar espacio donde las huellas se plasmen, donde al plasmarse se digan, donde lo
dicho me calle.)
Da a escuchar, ése es su don, ése su ser mero hueco, ése su ser imagen de su
creación
(creación de sí en la donación de sí;
creación de lo otro en el callarse a sí).
44
Silencio como silencio, sin sombras, sin callarse ni decirse a sí: custodiándolo para
dejarlo decirse, como el hueco de una caña.
Como una flauta,
un oboe.
O como el humo de una fogata en el que el viento se dice. En el que el decirse señala
desapareciendo.
reflejar
el don de lo que no está
en cada cosa que creamos.
Misterio de una caricia más que de un abrazo, de la mano que no retiene, que apenas
roza:
del gesto que aprendió la despedida.
Un roce: cuerda, tecla o pluma, los dedos que se retiran son lo que plasman la huella:
de palabra a palabra la huella del silencio.
(Siempre huella de lo que nunca estuvo, de lo que nos dejó su huella: su fecundidad en
la ausencia.
la estela de un tajo
en la comunión de las sombras.)
VI.
45
VII.
VIII.
Hay palabras que cubren lo que nombran, lo identifican a ella: son la lápida de la
identidad,
no nombran, amordazan.
(Callan otras palabras, no callan silencios.)
Otras, las pocas, son palabras desde donde lo nombrado nace, nace nombrando.
(Y cada palabra es su nombre.)
Son las palabras que no dicen otras cosa: se dicen ellas. (Decir sin eco: gratuidad del
decir
celebración del sin porqué
ni para qué.)
Dicen, no cuentan.
Dicen, no señalan, no van: estallan. (Pero como un alba: cuando la luz enciende, cuando
aún no quema.
Cuando fecunda.)
46
Como la lluvia, trasparenta, no refleja.
Como la lluvia no hace sombras,
se dice sin repetirse eco.
Es creación, no lo creado.
IX.
El poema abre.
Rasga.
Abre naciendo desde lo abierto. Tajando con su abrirse lo ya dicho del mundo.
47
Lo que reúne sin anular.
Lo que agrega diferenciando.
Después su irse: su decirse siempre sobrepasa mi querer decir: dice más que lo que dije:
se dice.
Solo.
Sombra de mi dar a luz.
Borradura en mi escribir.
48
X.
XI.
DON
I.
(II.
La noche,
en cada sombra más antigua,
revela lo que ella enciende.)
El poeta escribe no lo que está escuchando al escribir (lo que me digo), sino lo que va
dejando de escuchar (lo que me callo); mientras la poesía habla y calla.
Dice y hace decir. Haciendo decir calla.
La callan las palabras que escribe, porque es propio del nacer estar siempre detrás de lo
nacido.
El origen es el sacrificio: el de la poesía por el poema. El del poeta por la poesía.
El poema es su propia falta, su siempre abierto desde antes de sí y hacia lo otro que sí.
Tajo.
Flujo y reflujo: separación creadora. Marcas en la arena. Sal y espuma que rueda.
49
De la sed, no la huella en el agua:
lo ya trazado.
XII.
Mientras se escribe, con el tiempo, la ausencia deja de ser reflejo. También encuentro.
Albert Béguin
I.
"La realidad es creación, zarza ardiente que no se acaba, fuego sin ceniza;
resurrección."
María Zambrano
Todo ha tenido su antes, y ese antes, desde siempre, es el tiempo. Es el futuro verbal.
Su esperanza gramatical.
50
Todo ser rezuma posibles.
Los posibles que rebasan lo real, ese desborde es el halo de la nostalgia, nostalgia de lo
que no es:
deseo de más ser.
Semen y simiente, germen de sí, la vida está grávida de su aún-no. Todo late en vilo.
En eso consiste el ser, el ser transido de tiempo de todo lo que es. Su conjugarse
historia. Su esperanza de ser.
Su sueño.
La realidad es lo que es, pero también puede ser otra vez más. Esa posibilidad es cada
vida,
cada irrepetibilidad.
Dormir es un encuentro.
Es otro obrar. No un hacer, sino algo más originario, más hondo: es un recibir.
Es soñar.
El sueño es revelación.
La revelación que sólo sobre la desnudez del cuerpo dormido puede inscribirse.
Que sólo las manos vacías pueden recibir.
No sólo de noche, también el día se llena de sueños. Noche y día el deseo aspira a
nacerse realidad.
Ensueña algo mejor.
Explora lo imposible.
Emprende un viaje hacia la tierra prometida, la libertad aún no acontecida: la que los
sueños prometen hacer real.
La que nos comprometen a crear.
51
El hombre es sus sueños.
Soñar es su primera libertad: su lucidez inicial.
Habita más en lo que desea y espera, que donde es y llegó. Constituye su presente no
sólo recogiendo su pasado, sino, y sobre todo, acogiendo, imaginaria pero
constitutivamente, el futuro.
A diferencia del animal que apetece sin configurar el objeto de su necesidad, el hombre
desea imaginando su deseo, representándolo.
Configurando, dando figura.
La imagen, el sueño, acompaña a la necesidad. La llama desde adelante, la
convoca y acrecienta con la representación de lo mejor.
De lo deseable.
Lo que excede toda respuesta.
52
Antes de ser tiempo, el futuro se anuncia: es pre-sentimiento. Miedo o esperanza.
Regresión, mirada hacia atrás, o aceptación confiada: camino hacia él, hacia lo que
viene.
La pesadilla o el sueño.
Del sueño como forma del deseo y de la imaginación: saltos desde uno mismo.
Saltos del creer.
El sueño, anhelo y deseo, remite siempre a una tierra sólo de aliento: la posible forma
de lo imposible.
Ser de deseo, o deseo de ser, el hombre busca lo imposible: coincidir con su sueño.
Ser idéntico a sí.
53
Las configuraciones de nuestra identidad no derivan solo de nuestro presente y de
nuestro pasado, sino, y sobre todo, de lo que esperamos en el futuro.
Del espejo frente al que nos imaginamos. De la imaginación ante la que nos reflejamos.
El hombre, ser de lejanías, por todo esto, es un ser u-tópico: no tiene lugar. O lo que es
lo mismo pero más:
todo lugar es suyo,
menos donde ya ha estado,
donde ya ha marcado sus pasos.
II.
"El horizonte es algo ideal aun en la visión física. El animal no debe de tenerlo y la
planta no lo necesita. Si el hombre lo perdiera, perdería su humanidad".
María Zambrano
La realidad no contiene su propia justificación: nos incluye. Nos alberga como su propia
apertura,
somos su diferencia.
Su libertad.
En esa libertad cobra presencia una apertura: en lo así abierto se expone y expande la
historia del ser humano.
Se introduce lo dable en lo real.
La fecundidad en la fatalidad.
54
Imaginar es mantener abierto el campo de lo realizable. Abrir espacios en la interioridad
del mundo.
Trasparencias en la opacidad.
Desplegar la conciencia de límites en conciencia anticipativa.
Salto cualitativo desde lo que es hacia lo nuevo: salto que saltando dibuja lo que será.
El hombre suscita mundos, abre claros en los bosques más espesos. Lo hace en la
medida en que le es dado trascender lo ya existente: imaginar.
El logos imaginario lo hace capaz de originar mundos,
anticipar paisajes, poblar ideales.
Esperarse a sí mismo en sus propias metas. Llegar a habitar sus sueños.
Puesto que el hombre lo habita y construye, lo anima, el mundo puede ser otra cosa que
lo que es:
la persona humana es la diferencia entre lo que es y lo que puede ser.
La imaginación imagina otra realidad, la creíble y, en eso no imagina:
aprehende, capta.
Ve lo dado como dándose: dándose a modelar.
55
Ver, vislumbrar imaginariamente, es irrumpir hacia lo no pensado. Hacia lo otro que
pensar.
III.
Aún al lado del ser más cercano, aún en la misma noche, cada hombre sueña su sueño:
cada humano sueña solo.
La utopía también es un sueño, pero ni mío ni del otro, un sueño con otros. La utopía es
la plural singularidad del sueño que reúne.
Una constelación de sueños,
y, a la vez, el común despertar de una comunidad.
56
Un destino, una destinación, que los pone en camino: mueve el tiempo hacia una meta,
crea una historia.
Utopía, etimológicamente hablando, es un lugar que no está, que no es. Pero no algo
que meramente no es: algo que aún no es, un todavía no.
El todavía no pulsando en cada ya.
Un lugar que no está pero hacia el que tendemos, una ausencia que convoca. Que llama
desde lo abierto:
desde el espacio para una nueva fundación:
lo abierto por techar.
Ontológicamente hablando, la utopía es una realidad imposible, pero real. Una potencia
en vilo.
Un no ser preñado de ser.
La utopía es pulsión de ser.
Sólo hay transcendencia cuando se logra imaginarla, crearla, como una catedral, como
un poema.
Como un alma.
El deseo es lo imposible, pero en lo imposible que llama se traza el camino para una
posibilidad que responde:
lo posible de todo imposible:
el salto.
57
La creación.
IV.
"Toda cultura deja ver la necesidad de imágenes que sostengan y orienten el esfuerzo y
el anhelo -la pasión- de ser hombre."
María Zambrano
A diferencia de lo singular, de la propia obra, los sueños, los mitos y las utopías, como
las catedrales románicas, no tienen autor.
Nacen desde una comunidad: se elevan, emergen, desde la comunidad a la que eleva.
El hombre tiene manos para asir y esculpir lo cercano, pero también ojos para
vislumbrar lo lejano.
Lo allende sus manos.
58
Como la tierra no puede rechazar la lluvia no puede el hombre rechazar lo lejano:
hacia donde los ojos se abren.
Hacia donde lo abierto lo atrae.
Hacia donde abre sus manos,
hacia lo que él mismo no es.
Si ser y estar, potencia y acto coincidieran, el hombre dejaría de soñar, también de ser
hombre.
De ser posibilidad, apertura a lo otro.
Mismidad grávida de alteridad.
59
La mimesis con la cristalización del poder que se proclama objetividad. Que objetiva
con su poder.
Cuestiona y enjuicia.
Criba.
Abre brecha en la aceptación fatalista de todo sistema constituido, en la dictadura de la
facticidad.
Salta.
Una utopía no es sólo un sueño sino un sueño que aspira a realizarse, una pulsión de
más realidad.
La utopía se dirige a lo real, lo concreto.
Altera.
A encarnar mañanas.
60
Los rescoldos que aún anhelan un soplo que los encienda.
Un renacer.
V.
"Toda vida tiene necesidad de una imagen que, nacida de su más profundo anhelo
-'vivir es anhelar'-, lo contenga al par que lo alimente".
María Zambrano
La realidad es intercesión, presente que habita lo que deseó y desde ese habitar desea lo
por llegar.
Un imposible que se desvanece lejanía, pero hacia allí, hacia donde desaparece, aparece
el camino a recorrer.
Quizás no pueda revertir una situación, pero saca de ella. Forja rumbos.
Moviliza.
Conduce hacia un fin. Un alborear.
Las utopías, las tantas en torno a las cuales cada época articuló su sueño, el sueño que es
una época, nacen, crecen y mueren:
son formas de la vida, imágenes en las que por un tiempo se mora.
Albergues.
61
Utopías de sueños y figura de otro sueño: alcanzar el horizonte, hacer de la lejanía
distancia.
Los sueños, como las estrellas que guían o el fuego que entibia, como la luciérnaga y
cada vida, se encienden y apagan.
Parpadean y mueren.
VI.
"No toda mirada es capaz de engendrar visiones. Algunas miradas nada ven de puro
inmersas en lo inmediato; otras, desprendiéndose un poco más, se enredan en
espejismos; otras, llegan hasta figurarse personajes, criaturas. Pero hay una mirada
genial de quien, habiendo llegado hasta un lugar privilegiado, hasta un centro, mira
desde él creadoramente. Porque, habiendo llegado a insertarse en algún lugar donde
muchas cosas se hacen una sola, es capaz de engendrar unitariamente una diversidad."
María Zambrano
El hombre es su conciencia de sí, y sin embargo, tenemos conciencia de haber sido más
nosotros mismos en los momentos en que, librados de los límites de la conciencia,
pudimos soñar.
Cuando fuimos más y otros:
cuando un sueño nos iluminó.
62
Cuando se extingue su pasión por lo posible, cuando la imaginación no imagina futuros,
esa época deja de ser humana: ha claudicado de su esencia utópica, su pulsión
simbólica. Ha amputado su impulso deseante.
Su deseo de desear.
Lo humano de su humanidad.
Para modificar, combinar y variar lo que se tiene, hay que saber con qué se cuenta: basta
calcular.
Pesar y medir.
EPÍLOGO.
“Cada uno de los grandes hombres --asegura Kierkegaard-- lo fue en la medida en que
era grande el objeto de su esperanza. Unos fueron grandes porque esperaron las cosas
posibles; otros lo fueron porque esperaron las eternas; pero el más grande de todos fue
quien esperó que se cumpliera lo imposible”.
PAUL CELAN.
EL HUÉSPED QUE NOS EXILIA.
Paul Celan
63
II.
MUCHO ANTES.
Aquí, en el poema de Paul Celan, lo primero no es la noche, una voz nos dice que es
“mucho antes de anochecer”:
esa voz, el heraldo o el poeta,
es lo primero.
Aún la noche es la palabra noche:
la palabra es lo inicial.
Anochece.
Las sombras silencian las formas. Es el tiempo del oído, no de la mirada. La hora en que
todo se concentra descentrándose.
Retomando su lugar, no su utilidad.
Retornando a lo propio.
64
La oración, el sereno o la serenidad de la oración: hora de la escucha, hora en que se
calla.
Se deja venir a la escucha.
Se recoge lo extendido.
Espacio al rojo.
Ni noche ni día, tampoco tiempo, orillas que no se tocan, como bordes de una herida,
pero por eso mismo bordes que abren:
bordes desde los que se nace, no donde se termina.
Espera de lo otro. O del otro: el que viene: el huésped que cambió un saludo con las
sombras.
El que viene trae aquello desde donde viene: trae el saludo de la oscuridad: el anuncio
de la noche:
el sueño:
65
la transparencia de las sombras.
III.
LA CASA.
No es el tiempo que pasa, es el tiempo mítico, el que salva del paso del
tiempo.
El que no pasa ni corre: brota.
Es creación.
La casa, la morada,
es donde lo incierto se calma, lo fugaz se demora.
El irse de todo, en la casa, se hace tregua.
La tregua se aloja.
Es lo propio, no lo apropiado.
Donde se está, no lo que se tiene.
66
se habita.
En lo propio la casa da casa: intimidad abierta que se dilata abriéndose hospitalidad.
Dar amparo, recibir, es recibir lo que nadie puede darse a sí: la alteridad.
El don inconquistable que cada huésped es.
IV.
EL SUEÑO.
67
Aprendizaje en el no poder poder, solo estar en lo recibido, lo que viene disponiendo:
dormir es entrega,
aprendizaje y discípulado del morir.
El que duerme aprende que todo es igual sin él, por eso aprende: aprende a recibir.
A deponer su dominio.
A deponer de sí.
Sueña.
O más y quizás, lo escucha, escucha los pasos:
el pasar del sueño en la noche de su acogida.
68
Así el sueño, en cada noche más antiguo, revela lo que alumbra. Lo que la noche
guarda.
Lo que ella preña.
Entre lo oculto y lo manifiesto, entre la noche y la luz, se encendió otra luz: la que
fecunda las sombras:
soñar:
forma del desear y del imaginar: de salir de uno mismo.
De realizar lo humano.
Donde alguien sueña, el sueño enciende la noche: ese encenderse es el sueño,
el que da a luz lo que esa luz revela, crea.
El sueño que es el alumbrar de la noche. Su decirse humana.
La noche no lo apaga:
lo arropa, lo custodia,
lo protege con sus sombras de la luz de la razón,
el exceso de claridad que lo vela.
Después el poema.
V.
EL HUÉSPED.
El huésped es el tránsito entre algo que se pierde y algo que nace en la huella misma que
deja.
El camino que traza.
El don de la pérdida.
Huésped sin rostro y sin nombre: encuentro con quien no es eco de la espera: el
desconocido
(no es lo que busco, es lo que viene a mi búsqueda).
Huésped de paso.
69
Pasante que pasa pero para quedarse, no él, su don: el que dona pasa, pero su paso abre
camino, surca noches, regala huella.
Huella y traza.
Vestigio.
Trazo primero: el trazo que avanzando borra. La estela de un tajo en la comunión de las
sombras.
El huésped entra.
El otro, el huésped, llega hasta nosotros sin que podamos hacer otra cosa que dejarnos
visitar,
70
El que llega a nosotros es el que nos lleva hasta nuestra última posibilidad:
la de salir de nosotros mismos,
posibilidad sin regreso,
trasparencia sin reflejo.
VI.
EL POEMA.
su ser creación.
71