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Los matrimonios mixtos, los mestizajes en las prácticas artísticas o el acomodo a una lengua
común son ejemplos de esa porosidad entre grupos.
De manera que podría decirse que las realidades multiculturales son necesariamente
transitorias, y que en el curso de una, dos o tres generaciones debe reconstruirse un marco
común de lealtad social. Si no, se acaba consumando una ruptura de consecuencias
imprevisibles.
Las recientes declaraciones de Angela Merkel sobre el fracaso del “modelo multicultural” en
Alemania no pueden circunscribirse a una mera táctica electoralista para recuperar los votos
que podrían encontrar respuestas en la extrema derecha xenófoba. Se trata, al contrario, de
reconocer algo que antes ya había aceptado el laborismo británico de Blair y Brown tras los
atentados de Londres en el 2005 y que pusieron de manifiesto, entre muchos otros, los trabajos
de la British Commission on Integration and Cohesion en el 2006 y analistas como David
Goodhart en Progressive nationalism. Por la vía electoral, los avances de la extrema derecha
en países avanzados en sus políticas sociales y tan económicamente prósperos como
Holanda, Dinamarca, Austria o Suiza también han estado demostrando que la retórica xenófila
no daba respuestas a las preocupaciones reales de sus ciudadanos.
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La mentira del multiculturalismo
Y es que en los estados nación sobre los que se fundan las democracias occidentales, una
cultura viva es un sistema de comunicación e intercambios, una red de jerarquías y lealtades
entre grupos con intereses relativamente distintos pero interdependientes, orientada a crear y
cohesionar una sociedad nacional. Es decir, en las sociedades democráticas, es necesario
disponer de un conjunto lo bastante homogéneo como para que sus miembros se sientan
portadores de una voluntad común y sean leales a un interés general. En definitiva, que se
sientan vinculados a una nación, sin la cual no tiene sentido un sistema de gobierno basado en
la aceptación de la voluntad popular expresada en unas elecciones. Si no se reconstruye
permanentemente y de manera eficaz un único interés general, se produce una lógica de
división social insoluble, y en lugar de una sociedad multicultural, lo que se consigue es una
ingobernable multisociedad con distintas culturas.
Es cierto que se suele recurrir a Estados Unidos como expresión de posibilidad de un modelo
de sociedad multiétnica. Pero en estos casos el milagro es posible porque la nación política es
tan sólida que se impone a las diversidades de origen, convertidas en meros parques temáticos
de cartón piedra. Cuando no es así, cuando la diversidad étnica pone en peligro la cohesión
nacional política, como ha ocurrido en los últimos años con ciertos grupos de hispanos
impermeables a la lealtad al modelo político, lingüístico y de proyecto social norteamericano,
entonces también allí se han encendido todo tipo de alarmas.
Nadie podrá decir que no se han dado muestras, también ahora, de esta gran capacidad de
recepción, que requiere muchos esfuerzos económicos, institucionales y personales. Hablen
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La mentira del multiculturalismo
ustedes con los maestros o los médicos que trabajan en zonas de fuerte inmigración y sabrán
lo que es una sociedad volcada al éxito de la disolución de los muros de la multiculturalidad.
Pero es cierto que los esfuerzos valen y se justifican sólo en la medida en que dan resultados.
Si no, la frustración se traduce en conflicto yen voto a quien reconoce su gravedad. El
multiculturalismo ha sido una gran mentira piadosa de consecuencias graves allí donde se ha
practicado.
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