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3.

Identidad profesional

A continuación, realizaré un punteo de las capacidades que debería tener un gestor


cultural para planificar y llevar a cabo políticas democráticas, respetuosas, efectivas y
biófilas (en el sentido que le asigna Fromm), a las que les asigno la importancia tal de
merecer de mí la dedicación profesional de una vida de estudio y trabajo.

• Obrar a partir de la noción de cultura como modo integral de vida1.


• Con respecto al arte, siempre el consentido del sector cultura, considero que
toma sentido dentro de una gestión cultural democrática en varios aspectos:
o Como acto de creación plena: según Paulo Freire, existir humanamente
es pronunciar al mundo, y pronunciarlo es modificarlo. Por eso, la
creación es una exigencia existencial del hombre, e incluye a la
expresión y a la construcción de subjetividad.
o Como acción comunitaria y tiempo de revitalización social y
encuentro: (aunque no sea exclusivo del arte, ni tampoco excluyente de
él).
o Como amenizador de la vida: (obviamente tampoco es exclusivo del
arte, pero a veces no es tan obvio). Decidí cambiar la palabra
entretenimiento por amenización para evitar connotaciones relacionadas
con el pasatismo.
o Como práctica estética imbricada: tomando la definición que da Estela
Ocampo a las comúnmente llamadas artesanías o arte indígena, me
refiero a que el arte no necesariamente es el arte autónomo, y puede ser
en sí mismo una codificación del universo y la vida de un pueblo.
Lo que quiero marcar con este punteo es que el arte juega determinados roles,
que son muy importantes pero que no deben jerarquizarse sobre otros aspectos
igual de substanciales. “El sentido último y primero de una política es la gente y
no los artistas”2. Trabajar como un gestor cultural integral implica, a mi modo de
ver, correspondencia con esta idea.
1
“Una forma integral de vida creada histórica y socialmente por una comunidad a partir de su particular
manera de resolver –desde lo físico, emocional y mental- las relaciones que mantiene con la naturaleza,
consigo misma, con otras comunidades y con lo que considera sagrado, con el propósicto de dar
continuidad y sentido a la totalidad de su existencia” (Santillán Güemes, R., en Olmos, H.A. y Santillán
Güemes, R., Educar en Cultura, Ciccus, 2000.
2
Olmos, H.A,, en Olmos, H.A. y Santillán Güemes, R., El gestor Cultural, Ciccus, 2004.
• Diseñar políticas culturales sustentables, lo cual implica necesariamente
involucrar a los actores profundamente, a través de la democracia
participativa. Sin una cultura del protagonismo, es imposible garantizar el
control cultural de una comunidad sobre los elementos de su cultura, y por ende
corre el riesgo de ser devorada por la cultura ajena de la que habla Bonfil. A su
vez, el desarrollo sustentable de políticas democráticas implica, como sugiere
Héctor A. Olmos, intervenir en la cotidianeidad, luchar por legislación, generar
convenios y priorizarlos por sobre los subsidios, formar públicos, relacionar
los programas con el sector educativo, construir poder, (y muchas cosas
más...).
• Operar a través de modelos abiertos de gestión cultural, que exijan un
distanciamiento crítico del mismo para ser adaptado a las variables del tiempo-
espacio en el que se pretende incidir. Esto implica estar atento no sólo a las
nuevas (o viejas desapercibidas) problemáticas de la sociedad en cuestión, sino
también a las formas particulares o emergentes de canalizar, resolver o
capitalizar estas problemáticas.
• Como ejemplo de las variables antedichas, menciono dos que creo recurrentes y
fundamentales a considerar en el diseño de políticas para la ciudad
contemporánea, (aunque, obviamente, deben ponerse en tela de juicio siempre
mediante el distanciamiento): la multiplicidad de identidades culturales que
conviven en el tiempo y el espacio en el que se va a operar; y las pujas entre
discurso hegemónico y discursos alternativos en el campo de lo simbólico.
• Trabajar desde el territorio, hacia una integración regional amplia. Este tema se
amplía en el desarrollo de la cuarta consigna del presente parcial.
• Investigar y reflexionar respecto de la propia actividad, sobre todo de aspectos
que se presenten como éticamente confusos o contradictorios. Considero que un
buen gestor cultural debe ser un buen teórico, conocedor y productor, para tener
claros sus objetivos y observar la responsabilidad sobre sus acciones. Una gran
falencia que advierto es que mucha gente que estudia o trabaja en la gestión
cultural no está convencida de lo que hace, y atribuyo este fenómeno a la falta de
indagación crítica sobre la propia actividad. Por eso, juzgo muy adecuada la
sugerencia de Olmos: “Actuar con Plena convicción de que el único desarrollo
válido es el desarrollo cultural”3.
3
Ídem 2.

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