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Evangelio Lc 5, 1-11
hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos.
Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí,
Señor, porque soy un pecador.» El temor se había apoderado de él y de los que
lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les
pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.
Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de
hombres.»
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.”
Nuestra andadura, al principio de este nuevo siglo, debe hacerse más rápida al recorrer
los senderos del mundo. Los caminos, por los que cada uno de nosotros y cada una de
nuestras Iglesias camina, son muchos, pero no hay distancias entre quienes están
unidos por la única comunión, la comunión que cada día se nutre de la mesa del Pan
eucarístico y de la Palabra de vida. Cada domingo Cristo resucitado nos convoca de
nuevo como en el Cenáculo, donde al atardecer del día « primero de la semana » (Jn
20,19) se presentó a los suyos para « exhalar » sobre de ellos el don vivificante del
Espíritu e iniciarlos en la gran aventura de la evangelización.
Nos acompaña en este camino la Santísima Virgen, a la que hace algunos meses, junto
con muchos Obispos llegados a Roma desde todas las partes del mundo, he confiado el
tercer milenio. Muchas veces en estos años la he presentado e invocado como « Estrella
de la nueva evangelización ». La indico aún como aurora luminosa y guía segura de
nuestro camino. « Mujer, he aquí tus hijos », le repito, evocando la voz misma de Jesús
(cf. Jn 19,26), y haciéndome voz, ante ella, del cariño filial de toda la Iglesia.
Que Jesús resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer
como a los discípulos de Emaús « al partir el pan » (Lc 24,30), nos encuentre vigilantes y
preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el
gran anuncio: « ¡Hemos visto al Señor! » (Jn 20,25).
Éste es el fruto tan deseado del Jubileo del Año dos mil, Jubileo que nos ha presentado
de manera palpable el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios y Redentor del hombre.
Mientras se concluye y nos abre a un futuro de esperanza, suba hasta el Padre, por
Cristo, en el Espíritu Santo, la alabanza y el agradecimiento de toda la Iglesia.
Con estos augurios y desde lo más profundo del corazón, imparto a todos mi Bendición.
Los relatos de los evangelistas no son una crónica de las situaciones alli descriptas sino
que cada uno intenta a su modo expresar la “Buena Noticia”. La aclaración anterior sirve
para situarnos en nuestra escena. Se trata de un primer paso de Jesús, hacia la
constitución del grupo de sus colaboradores más íntimos: los Doce.
Piensan, en efecto, que se dan muchas coincidencias, que apoyarían esta identidad. Así:
En ambos casos se pasa toda la noche sin pescar nada.
Jesús invita a echar las redes.
Resulta una pesca extraordinaria.
La reacción de Pedro es notoria en ambas situaciones.
Da a Jesús el título de "Señor".
Jesús invita a Pedro a su seguimiento.
Por lo tanto, no es identificable del todo el suceso relatado por Lucas con el que nos
transmite Juan.
Algunos, para reforzar la hipótesis de que se trataría de un único suceso, objetan que si
fueran dos, no se explica cómo Pedro pudo pasar por casi las mismas circunstancias
(pesca nocturna nula, orden de intentar de nuevo), sin caer en la cuenta del mismo
accionar de Jesús.
A esto último se puede responder que Pedro era bastante "cabeza dura" y que llegaría
a captar muchas doctrinas e indicaciones de Jesús sólo más tarde. El mismo Señor se lo
anticipó respecto a otra coyuntura: "Esto no lo entiendes ahora, lo entenderás
más tarde" (Jn 13, 7).
- Pedro había sido prevenido de sus futuras negaciones. Sin embargo cayó en ellas.
- Había escuchado que la predicación del Evangelio se extendería "hasta los confines de
la tierra" (Hech 1, 8). Pero se resiste ante la admisión de del centurión romano Cornelio
en el seno de la Iglesia (Hech. 10, 14 – 16)
- No sólo Pedro, sino también sus compañeros oyeron por tres veces el anuncio de la
Pasión de su Maestro. Sin embargo, en cada ocasión se mostraron en muy diferente
longitud de onda, respecto a los presagios de su Maestro.
Primeramente, el mismo Pedro se opone (Mc 8, 32 – 33).
También se puede observar que, por más que se den semejanzas entre dos
acontecimientos, la conclusión de que, en realidad se trata de uno solo, no se impone
con fuerza ineludible.
Porque cabe otra explicación, a saber: que las similitudes (dentro de las diferencias, que
también están) hayan sido provocadas, para que, justamente, se despierte el recuerdo
de situaciones análogas en el pasado para caer así en la cuenta de aquello que
permanece igual, aún dentro de las divergencias.
Así sucedió cuando Cleofás y su compañero, perciben "la fracción del pan", en una cena,
parecida a otro pan partido recientemente en otra cena, con lo cual se cercioran de que
no se trata de un viajero cualquiera, el que estaba con ellos a la mesa (Lc 24, 31 . 35).
De forma parecida, ¿por qué no pensar que Jesús resucitado, ordenando gestos similares
a los que había ya realizado en su vida pública, estaba evocando para sus discípulos una
escena anterior, que los volviera capaces de reconocerlo, ya que no lo habían hecho, al
presentarse él en la orilla del lago?
(el Buen Esp no cambia permanece inmutable, según Santa Teresa el Buen Esp no se
muda)
Hasta este momento, Jesús ha actuado solo. Ahora comienza a reunir colaboradores,
dentro de los cuales va a sobresalir Simón – Pedro. Jesús, entre las dos barcas que
estaban amarradas a la orilla, elige la que pertenecía a Simón, para desde allí, enseñar
con mayor comodidad a la gente agolpada al margen de las aguas.
Lucas, según su propósito de manejar datos exactos, califica como "lago" a la superficie
líquida de Genesaret, que los otros evangelistas llaman "mar".
Apenas acabada su prédica, Jesús invita a Simón a bogar hacia lo profundo del lago, con
el objetivo de pescar.
- Viendo a Jesús caminando sobre las aguas, le pide que también pueda hacerlo.
Comienza a avanzar sobre el lago, pero, cuando se desconecta de Jesús, que lo llama, se
fija sólo en los torbellinos y el viento, se hunde (Mt 14, 28).
- No tolera pensar en Jesús, traicionado y entregado a la muerte (Mt 16, 22).
- Promete incautamente, poniéndose por encima de los demás: "Aunque todos se
escandalicen, yo no me escandalizaré" (Mc 14, 29).
En el pasaje que comentamos ahora, una vez exteriorizada su objeción, se supera, sin
embargo, a sí mismo de manera heroica: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y
no hemos sacado nada, pero en tu palabra, echaré las redes". Con el anterior
fracaso a sus espaldas cobra mayor relieve su confianza en Jesús. El está fatigado, y
ponerse a pescar de día no es el momento adecuado. Pero se embarca lago adentro,
igual que Abraham, quien "contra toda esperanza" (Rom 4, 18), ya que era viejo con su
mujer estéril y dejando su patria y parentela, marchó "sin saber a dónde iba" (Hebr 11,
8), por obedecer sólo a Dios.
A esta altura, también podemos ensanchar el panorama, para comprobar de qué modo,
Pedro, cuando se desprende de su autoestima y se deja guiar por Dios, como en esta
primera llamada que le dirige Jesús, acierta de modo sublime.
- Ante las múltiples opiniones que la gente formula sobre Jesús ("Juan Bautista, Elías,
Jeremías o alguno de los profetas" – Mt 16, 14), sólo Pedro da la respuesta correcta: "Tú
eres el Mesías (Cristo), el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16).
En este momento, Lucas caracteriza al apóstol como: "Simón Pedro". Con su nombre de
familia y el nuevo apelativo que le impuso Cristo. Cuando relate el llamado de todo el
conjunto de los doce, escribirá: "Simón, llamado Pedro" (Lc 6, 14). Aunque no lo
explicita, en este detalle concuerda Lucas con Juan, quien nos informa que, no bien
Jesús tuvo ante su presencia a Simón, "lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan:
tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro" (Jn 1, 42).
S. Mateo (16, 17 – 19) nos explicará el sentido de este cambio de nombre, siguiendo la
costumbre bíblica, según la cual una denominación nueva, indica el sentido de un
encargo o función, que recibe la persona así señalada. De esa manera, Dios había
transformado el nombre de Abram en Abraham, significando, a la vez que
constituyéndolo como : "Padre de una multitud". Jacob es llamado por Dios mismo
"Israel", porque "ha luchado con Dios y con los hombres y ha vencido" (Gén 32, 29).
Pedro será, no sólo el cimiento, sino la roca inamovible, sobre la que Cristo construirá el
nuevo pueblo de Dios, "su" Iglesia, contra la cual nada podrán las potencias infernales
(Mt 16, 18 – 19).
Acotemos una vez más la paradoja que acompaña siempre a la persona de Pedro y, que,
en el fondo, se reitera en todo siervo de Dios. Como hemos comprobado,"Simón"
aparece en constante conflicto con "Pedro", es decir: sus arranques y sentimientos
espontáneos, aún los que son impulsados por su cariño para con Jesús, han de dejarse
elevar por "el Padre que te lo ha revelado" (Mt 16, 17), "la palabra de vida eterna" que
sólo Jesús tiene (Jn 6, 68), admitiendo, finalmente que el Señor "todo lo sabe", por
encima de su mismo autoconocimiento (Jn 21, 17).
En consecuencia, Pedro no es elegido por Cristo debido a sus dotes sobresalientes, sino
porque en él se ejercerá de modo extraordinario la Providencia de Dios. El es "roca", no
por su sagacidad mayor, fuerza de carácter o tesón, sino todo lo contrario, para que en
su debilidad, más se manifieste el poder que viene sólo de Dios. Como lo confesará
también S. Pablo: "Me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el
poder de Cristo...Cuando soy débil, entonces soy fuerte" (II Cor 12, 9 – 10).
La fe, que lo movió a echar las redes, fundado no en su pericia, sino únicamente "en tu
palabra", es acompañada ahora por la conciencia de la propia insuficiencia.
Ante este particular, insisten nuevamente aquellos exegetas, recordados más arriba,
viendo aquí otra corroboración, para identificar este episodio con el de Jn 21. Allí se trató
claramente de un arrepentimiento de Pedro, respecto a sus anteriores negaciones. Aquí
– según interpretan – semejante conciencia de culpa ("Apártate de mí que soy un
pecador"), no puede referirse más que a la sonada traición del discípulo, que renegó de
su maestro.
Tal como queda dicho antes, ni Pedro ni nadie es llamado a colaborar con el Reino de
Dios en base a sus cualidades descollantes, sino sólo porque es Dios quien convoca.
(No me eligieron a mi soy yo quien los ha elegido)
Tal desproporción será subrayada por la sugestiva comparación de Pablo: "Llevamos ese
tesoro en vasijas de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no
procede de nosotros, sino de Dios" (II Cor 4, 7).
agrammatéis" (= simples y sin letras), como los veían los miembros del Sanedrín, sin
embargo "hablaban con seguridad" (Hech 4, 13).
Esta pesca ya fuera de lo común dentro del oficio normal de Pedro, será la mejor
garantía para echar nuevamente las redes, pero en un mar mucho más proceloso: el
mundo entero a lo largo de toda la historia que vendrá, hasta el fin. Jesús no permite
que el pánico, por sagrado que sea, paralice a su elegido. "Deja de temer", le ordena,
como también es de norma ante el aturdimiento que se apodera de quienes son
agraciados por una vocación semejante. Se lo dice Gabriel a Zacarías (Lc 1, 13) y a
María (Lc 1, 30), que también se vieron confundidos ante la inesperada notificación
celestial del nuevo rumbo de sus vidas. Otra vez, Jesús pedirá a sus apóstoles,
estupefactos, al verlo caminar sobre las aguas, que se dejen de temblar (Mt 14, 27).
Igual indicación recibirán las mujeres turbadas ante la aparición de los ángeles en el
sepulcro vacío (Mt 28, 5).
Se habrá notado, que no de tradujo: "pescador de hombres", como suele leerse en las
versiones al uso. La razón es simple: no pone Lucas: "aliéus anthrópon" (= pescador de
hombres), como, en cambio, llama Jesús a los primeros llamados, en Marcos (Mc 1, 17:
"aliéis anthrópon). Según el tercer evangelista, Jesús promete a Pedro: "antrhópous
ése(i) zogrón"(= serás recolector de hombres vivientes). El verbo "zogréo": está
compuesto de "zóos" (=viviente) y "agréo"(=apresar, cazar), significando: "tomar seres
vivientes". El giro distinto puede explicarse por la tendencia de Lucas a suavizar posibles
malas intelecciones, sobre todo en sus destinatarios del ámbito pagano, no
familiarizados con el mundo imaginario semita. Así, cuando Marcos dice simplemente:
"Veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder" (Ek dexión...tés dynámeos:
Mc 14, 62), Lucas explicita: "a la derecha del poder de Dios" (Lc 22, 69). En efecto, para
los judíos bastaba aludir al "Poder", para que entendieran a Dios, porque ellos, por
reverencia, evitaban pronunciar el nombre de Dios, sustituyéndolo por algún
circunloquio. En cambio, los cristianos provenientes del paganismo, no habituados a
tales usos, podían tener dificultad de intelección. De ahí la añadidura aclaratoria de
Lucas.
Notemos cómo Jesús sigue dirigiéndose sólo a Simón: "Serás recolector de hombres
vivientes". También los otros allí presentes están involucrados, pero siempre Pedro es el
guía y "piedra" de los demás.
Pero Lucas, subraya el hecho: "Abandonándolo todo, lo siguieron" (Lc 5, 11). Y "lo
siguieron", no al modo con que los discípulos de los rabinos acompañaban a sus
maestros, a pie detrás de los doctores de la ley , montados sobre asnos. Aquí se trata de
algo nuevo. Es el seguimiento de un maestro, que es él mismo andariego a lo largo y
ancho de los caminos palestinos, pero ante todo interior, de adhesión convencida.
Inmediatamente después de la Ascensión del Señor, los apóstoles experimentarán de
nuevo que están bregando inútilmente, trabajando casi sin resultado entre los judíos,
que se van cerrando progresivamente cada vez más al Evangelio.
Pero, "pescarán" a los extranjeros: "al oír esto, los paganos, llenos de alegría, alabaron
la palabra de Dios, y todos los que estaban destinados a la vida eterna abrazaron la fe"
(Hech 13, 48).
Podemos concluir que, así como la primera impresión de Simón Pedro fue notoriamente
negativa: curtidos pescadores nada consiguieron, pero se superó en una visión de
exclusiva fe: "En tu palabra echaré la red", de igual modo el trabajo por el Reino no
puede medirse por perspectivas solamente humanas.
Lo sigue confirmando la posterior historia de los que siguieron la labor de "recolectar
vivientes", propuesta por Cristo a Pedro, Santiago, Juan, Pablo... Juan Pablo II. Después
de la Reforma protestante, que parecía un vendaval destructor de la barca de Pedro,
invita el Señor a los suyos a bogar mar adentro, para pescar enormes muchedumbres de
cristianos en las misiones de América Latina o, por medio de Francisco Javier, en los
lejanas tierras de India y Japón. En tiempos de la revolución francesa, la fe católica se
vio casi extinguida. Pero el obispo de Lyon envió a una oscura aldea a Juan Bautista
María Vianney, cuya "pesca" obligó a extender redes de ferrocarril desde Paris y otras
regiones hasta Ars. Evoquemos al heroico Cura Brochero, que desde oscuros poblados
de las Sierras de Córdoba, echó sus redes por medio de su trabajo tesonero y los
ejercicios espirituales, renovando de tal manera aquellas regiones, que también redundó
en el progreso civil, con caminos, llegada de trenes, etc. Pensemos en Charles de
Foucault, sacerdote francés, que pasó su vida entre los Tuaregs, tribu feroz del Sahara. A
él se debió la confección de la primera gramática de la lengua de aquellos beduinos,
que la hablaban sin reflexionarla. A ellos dedicó su existencia. Pero, lo asesinaron y
ninguno abrazó la fe cristiana. ¡Vaya fracaso más rotundo! Con todo, después de su
muerte, se descubrieron sus escritos, que dieron vida a la fundación de los "hermanitos
y hermanitas de Jesús", que, imbuidos de la espiritualidad del "hermano Carlos", hacen
presente a Cristo en los ambientes más desheredados.
También María ella se vio perpleja ante el saludo de Gabriel: "Al oír estas palabras ella
quedó desconcertada" (Lc 1, 29). Tuvo sus dudas: "¿Cómo puede ser esto, si yo no tengo
relaciones con ningún hombre?" (v. 34). Pero, no dudó en rendirse ante la palabra de
Dios: "Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra" (v. 38).Y esa
palabra fue el objeto constante de su preocupación, ya que "conservaba todas estas
cosas en su corazón" (vv. 19. 51). Esa meditación silenciosa, allí donde "sólo el Padre
ve" (Mt 6, 4. 6. 18), ha de ser el requisito insoslayable, para remar hacia la alta mar y
poder recoger "vivientes", que se beneficien del Evangelio. Toda organización,
propaganda, técnica que prescinda de este paso previo en el personal diálogo con Dios,
no está a tono con el Evangelio.
Por eso, será siempre aconsejable tener ante nuestros ojos estas advertencias de Juan
Pablo II: "La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda
constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior
y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los
proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de
frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico
de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos
pescado nada» (Lc 5, 5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con
Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que
pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien
habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ibid.) Permitidle al Sucesor de Pedro
que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se
expresa en un renovado compromiso de oración" (NMI, 38).
Cuenta el Evangelio de San Lucas (5,4) que "en una oportunidad, la multitud se
amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la palabra de Dios, y Él estaba de pie a la
orilla del lago de Genesaret. (...) Jesús subió a la barca de Simón Pedro y le pidió que se
apartara un poco de la orilla; después, se sentó y enseñaba a la multitud desde la barca.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «¡Navega mar adentro!...»".
Palabra profunda, de muy profundo contenido, de hondas resonancias místicas... ¡Duc in
altum!...¡Navega mar adentro!
Palabra especialmente dicha para jóvenes llenos de grandes ideales, que no quieren
hacer de su vida una monotonía gris e informe...
Palabra que entienden los jóvenes de acción, de mirada amplia, de corazón decidido y
generoso, que por la nobleza de su alma se sonríen con alegría al saber que Jesús
mismo les dice: "¡Duc in altum!... ¡Navega mar adentro!".
Palabra que es una invitación a realizar grandes obras, empresas extraordinarias donde
hay mucho de aventura, de vértigo, de peligro...
Joven: ¡Navega mar adentro! Donde las olas sacuden la barca, donde el agua salada
salpica el rostro, donde la proa va abriéndose paso por vez primera, donde no hay
huellas y las referencias sólo son las estrellas, donde la quilla es sacudida por remolinos
encontrados, donde las velas desplegadas reciben el furor del viento, donde los mástiles
crujen... y el alma se estremece...
¡Mar adentro! Lejos de la orilla y de la tierra firme de los pensamientos meramente
humanos, calculadores y fríos... donde el agua bulle, el corazón late a prisa, donde el
alma conoce celestiales embriagueces y gozos fascinantes.
Es quemar las naves como Hernán Cortés, con española arrogancia..., "abandonándolo
todo...".
Navegar mar adentro es tomar en serio las exigencias del Evangelio: "vé, vende todo lo
que tienes..." (Mt 19,21).
Es la única aventura...
Es el ansia de poseer al Infinito en nuestro corazón inquieto...
Es lo propio de los pescadores: hombres humildes, laboriosos, no temen los peligros,
vigilantes, pacientes en las prolongadas vigilias, constantes en repetir sus salidas al
mar, prudentes para sacar los peces..., curtidos por la sal y el sol... Es ser "rebelde por
Cristo contra el espíritu del mundo".
¡Duc in altum! A vivir el cristianismo a "full" en una mezcla de bravura y de coraje, que
ha de cautivar a los hombres, a los niños, a los jóvenes.
Es no tener miedo de amadrinarse con el peligro, a vivir en la desenfadada intrepidez
del amor total, absoluto, irrestricto e indiviso a Dios.
A vivir en un delirio de coraje para vencer día a día y hora a hora, al mundo, al Demonio
y a la carne.
A vivir con todo el ímpetu de los santos y de los mártires que lo dieron todo por Dios.
A vivir mojándole la oreja al Anticristo. Y si su sucia pezuña nos aplastase, bramar :
"¡Viva Cristo Rey!"... y escupir a esa piltrafa humana.
Y para ello hay que romper amarras, pecados, ocasiones, malas amistades...
¡Mar adentro!: en el abismo de la oración insondable con el Abismo.
Es disponerse a morir como el grano de trigo para verlo a Cristo en todas las cosas.
¡Mar adentro!
Pedro se había ido "descentrando" de sí mismo y era algo menos egoísta. Jesús le había
ido enseñando muy bien el camino, aunque a veces con lecciones muy duras:
· Pedro se sentía muy capaz como pescador. Creía que lo sabía todo en ese oficio...
pero Jesús le explicó, con la pesca milagrosa, que también para pescar, necesitaba la
ayuda de Dios (Lc 5,5)
· Jesús le tuvo que decir a Pedro, que era su amigo: "déjame, Satanás, tú eres una
tentación para mí!" (Mt 16,23)
· más tarde, Pedro negó a Jesús hasta tres veces y sin embargo Jesús le miró con
todo cariño y Pedro se puso a "llorar amargamente" (Mt 26, 75)
· Pedro, durante la pasión y porque tenía miedo, sólo se atrevió a mirar de lejos el
juicio, y la condena, y el camino del calvario y la crucifixión de Jesús ...
· y además, Pedro no había comprendido lo que Jesús le había dicho en una ocasión:
"he rogado por ti para que tu fe no se caiga.. cuando hayas vuelto tendrás que
fortalecer a tus hermanos" (Lc 22, 32).
· Pedro no le encontraba sentido a la muerte de Jesús. Pedro había creído que era el
"Hijo del Dios que vive" y así se lo había confesado, y creía que Jesús iba a ser rey y por
eso, en el momento de la pasión, se encontraba muy confundido con esa muerte de
Jesús...
2.2. Pedro va al sepulcro:
Muchos de los discípulos oyeron el mensaje que Jesús le había dado a María
Magdalena: "en realidad algunas mujeres de nuestro grupo nos dejaron
sorprendidos... vinieron al decirnos que se les habían aparecido unos ángeles que decían
que estaba vivo... pero a El no le vieron" (Lc 24, 22-24)... pero los discípulos no
escucharon ni creyeron lo que les decía María Magdalena.
· Pedro sí le creyó, y quiso ver a Jesús, porque lo quería. Se imagina que algo
importante pasó... y "corre al sepulcro con Juan"...
En la vida, si queremos seguir a Jesús, tenemos que dar pasos, tenemos que correr..
poner los medios necesarios. No nos podemos quedar soñando ni quedados.
4.2.3. después de la visita al sepulcro que encontraron vacío, "Pedro regresó a casa
muy sorprendido por lo que había ocurrido" (Le 24.12) y entonces, porque creyó, Pedro
consuela, da fuerza, anima a sus amigos y los sostiene en la fe...
Voy a concretar en mi vida todo mi camino recorrido para seguir a Jesús. ¿Cómo lo
conocí y qué me sucedió desde entonces , y cómo vivo hoy mi fe, aun en medio de la
debilidad y qué medios pongo para ser fiel siempre a Jesús?
los ancianos, los enfermos, la promoción de la mujer, el trabajo por la paz, la oración, la
pastoral de la cultura, etc.
Tu barca de pescador,
que llegó de Roma al puerto,
va siguiendo el rumbo cierto
que le trazara el Señor.
La va llevando el amor
siempre a nuevas singladuras.
En las borrascas oscuras,
para que a Cristo sea fiel,
Simón Pedro, el timonel,
vela desde las alturas.