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Se puede decir que cuando murió fue como una pequeña semilla.
Fue un grano de semilla por la humillación en la carne y un gran árbol
por la glorificación en majestad. Fue un grano de semilla cuando se
presentó ante nuestros ojos desfigurado, y un gran árbol cuando
resucitó como el más bello de los hombres. (cf Sal 44,3)
Las ramas de este árbol santo son los predicadores del evangelio de
los cuales nos dice un salmo: “por toda la tierra alcanza su pregón y
hasta los límites del orbe su lenguaje.” (Sal 18,5) Los pájaros anidan en
sus ramas cuando las almas de los justos se elevan por encima de los
atractivos de la tierra, y, apoyándose en sus alas de santidad,
encuentran en las palabras de los predicadores del evangelio el consuelo
que necesitan en las penas y fatigas de esta vida.
Ellos recibieron con gozo la misión que les fue confiada por la
santa obediencia y se prosternaron a los pies de San Francisco que los
abrazó a cada uno tiernamente y diciéndoles: “Confiad a Dios todas
vuestras preocupaciones, él cuidará de vosotros.” (1Pe 5,7) Esta era su
frase habitual cuando enviaba a un hermano a la misión.
“La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que una espada de
doble filo.” (Hb 4,12) Toda la grandeza, la fuerza y la sabiduría de la
Palabra de Dios se muestra aquí por el apóstol a todos los que buscan a
Cristo, Palabra, fuerza y sabiduría de Dios... Cuando se predica esta
Palabra de Dios, por la predicación la palabra exterior, pronunciada y
escuchada se reviste del poder de la Palabra acogida en el interior.
Entonces, los muertos resucitan, (Lc 7,22) y este testimonio hace surgir
nuevos hijos de Abrahán. (Mt 3,9) Esta Palabra es palabra viva. Viviente
en el corazón del Padre, viviente en los labios del predicador y viviente
en los corazones llenos de fe y de amor. Y como es Palabra viva no hay
duda de su eficacia.
“Llamó a los que quiso...para que estuvieran con él.” (Mc 3,14)
“De noche busqué al amor de mi alma.” (Ct 3,1) ¡Qué bien tan
grande buscar a Dios! Para mí no hay bien mayor. El primer don de Dios
no se añade a ninguna virtud, porque no hay virtud anterior a este don
de buscar a Dios. ¿Qué virtud se podría atribuir a aquel que no busca a
Dios, y qué límite poner a la búsqueda de Dios? “Buscad siempre su
rostro” dice el salmo (104,4) Yo creo que incluso cuando se le haya
encontrado no cesaremos de buscarlo.
No se busca a Dios corriendo hacia alguna parte sino deseándolo.
Porque la felicidad de haberlo encontrado no apaga el deseo sino, al
contrario, lo agranda. El colmo de la alegría...es más bien como aceite
sobre el fuego, porque el deseo es una llama. La alegría será colmada
(Jn 15,11) pero el deseo no tendrá fin, y tampoco la búsqueda...
Pero, que cada alma que busca a Dios sepa que Dios se le ha
adelantado, que es buscada por él antes que ella se haya puesto en
movimiento para buscarle. ..A esto os llama la bondad de aquel que os
precede y os busca y os ha amado el primero. Pues, si no hubieseis sido
buscados nunca os hubierais puesto a buscarle. Si él no os hubiera
amado primero no lo amaríais. El os pasó delante, no por una gracia
única sino por dos gracias: por el amor y por la búsqueda. El amor es la
causa de la búsqueda. La búsqueda es el fruto del amor y es también la
prueba del amor. A causa del amor no teméis de ser buscados. Y porque
habéis sido buscados no seréis amados en vano.
Santa Teresa de Jesús (1515-1582) carmelita descalza, doctora de la
Iglesia
Carta a las carmelitas de Sevilla, 31 de enero 1579
En medio de la tempestad
¡Oh, qué buen tiempo para que se coja fruto de las determinaciones
que han tenido de servir a nuestro Señor! Miren que muchas veces
quiere probar si conforman las obras con ellos y con las palabras.
Saquen con honra a las hijas de la Virgen y hermanas suyas en esta
gran persecución, que si se ayudan el buen Jesús las ayudará, que
aunque duerme en la mar, cuando crece la tormenta hace parar los
vientos. Quiere que le pidamos, y quiérenos tanto que siempre busca en
qué nos aprovechar. Bendito sea su nombre para siempre, amén, amén,
amén.
Nadie puede violar impunemente esta dignidad del hombre que Dios
mismo respeta ni impedir el progreso del hombre hacia esta perfección
que corresponde a la vida celestial y eterna...
De ahí se desprende la necesidad del reposo y la interrupción del trabajo
en el día del Señor. El descanso, por otra parte, no debe entenderse
como un tiempo dedicado a la ociosidad estéril y menos como una
holgazanería que provoca vicios y malgasta los salarios, antes bien como
un tiempo de reposo santificado por la religión...Esta es la característica
y la razón de este descanso del séptimo día, prescrito por Dios en uno
de los principales artículos de su ley: “Recuerda el día del sábado para
santificarlo.” (Ex 20,8) El mismo Dios dio ejemplo de este reposo cuando
descansó después de la creación del hombre: “...y cesó en el día
séptimo de toda la labor que hiciera.” (Gn 2,2)
Concilio Vaticano II
Ad Gentes: La actividad misionera de la Iglesia, 21
Juan Pablo II
Homilía de la conmemoración de los testigos de la fe del siglo XX, 7 de
mayo 2000