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PENSAMIENTO Y FUNCIÓN EN LA TERCERA EDAD

MITOS SOBRE ENVEJECER CAMBIOS BIOLÓGICOS


Las capacidades sensoriales y la velocidad de procesamiento
El cerebro y el sistema nervioso
La enfermedad

APRENDIZAJE Y PENSAMIENTO
La atención
La resolución de problemas
La sabiduría

LA MEMORIA EN LA ÚLTIMA ETAPA DE LA VIDA


Procesar y codificar
Recuperación
Memoria para la información importante
La metamemoria
La autoeficacia y el sentido de control

PLASTICIDAD COGNITIVA Y FORMACIÓN


SUMARIO
«Cuando tengo tiempo -y con ello quiero decir una media hora-,casi siempre puedo recordar un nombre, si he
recordado la ocasión para utilizarlo», dijo B. F. Skinner (1983) cuando tenía 79 años. «Es bochornoso cuando
tienes dificultades para encontrar la palabra que buscas, especialmente cuando estás dando clase en la
universidad y has de pedirles que te digan la palabra que no puedes recordar», dijo el neuropsicólogo Donald
Hebb (1978) a los 74 años.

Estos eminentes psicólogos estaban de acuerdo en que la dificultad para recordar era uno de los problemas
de hacerse mayor. Ambos habían elaborado sistemas para evitar que su perezosa memoria interfiriera en su vida
profesional. Hebb, que tenía una tarjeta en su cartera con las palabras que le costaba recordar, empezó a escribir sus
charlas en vez de hablar usando notas. Skinner decía que su problema no era cómo tener ideas, sino cómo tenerlas
cuando necesitara usarlas. Una libreta de bolsillo, un lápiz y un bloque de notas en la mesilla de noche y una
grabadora hicieron que sus ideas le fueran accesibles cuando las necesitaba. Sus técnicas le dieron buen resultado.
Tan sólo dos semanas antes de su muerte, en 1990 y a los 86 años, dio el discurso de presentación en la conferencia
anual de la Asociación Americana de Psicología.
Skinner para recordar nombres empleaba técnicas como repasar el abecedario, probando con la inicial del
nombre. Aunque Skinner no se alteraba por estos lapsos de memoria, muchos hombres y mujeres mayores se
angustian cuando los nombres y las palabras parecen escapárseles. No obstante, las palabras olvidadas no han
desaparecido, sólo están temporalmente inaccesibles en momentos de tensión. Hebb observó que, a pesar de su
falta de memoria durante una charla, todavía podía hacer los difíciles crucigramas del London Observer. Muchas
personas mayores tienen tanto miedo de olvidar que ese mismo miedo les conduce a un inevitable lapso de memoria.
La solución de Skinner fue la de atenuar las consecuencias desagradables del fracaso, reduciendo por tanto la
angustia y aumentando las posibilidades de recordar los nombres. Explique sus fracasos con gracia, decía:
Recurra a la edad. Alabe a su interlocutor diciéndole que se ha dado cuenta de que cuanto más importante es
la persona, más fácil es olvidar su nombre. Recuerde la divertida historia de olvidar su propio nombre cuando
se lo preguntó un funcionario. Si es hábil haciendo esto, olvidar puede incluso ser un placer (Skinner, 1983,
página 240).

Aunque los nombres puedan olvidarse temporalmente y se pierdan objetos, la mayor parte de los adultos
mayores no tienen problemas graves. Tal como mostrará nuestra investigación, las pérdidas cognitivas entre los
adultos sanos no son tan graves como la gente cree. Tras discutir los mitos y las malas interpretaciones sobre el
declive mental, veremos los cambios biológicos de la tercera edad que tienen que ver con el funcionamiento
cognitivo. Luego investigaremos el aprendizaje y la resolución de problemas. Después de observar los cambios en la
codificación y la recuperación, examinaremos las estrategias que minimizan los fallos de la memoria. El capítulo
termina con una mirada a la plasticidad y la posibilidad de darle la vuelta al declive cognitivo.
MITOS SOBRE ENVEJECER
¿Cómo cree usted que es envejecer? Los mitos y las malas interpretaciones sobre envejecer están más
difundidas que los mitos sobre la adolescencia. Hay posibilidades de que sus expectativas nada tengan que ver con
la experiencia de la mayoría de mujeres y hombres de esta sociedad. Para averiguarlo haga el siguiente test
abreviado que proporciona información sobre el envejecimiento. Fue diseñado por el médico sociólogo Erdman
Palmore (1988), coordinador de los estudios longitudinales sobre el envejecimiento en la Duke Un¡~ versity que
ayudaron a investigar los mitos sobre hacerse mayor. Decida si algunas de las siguientes afirmaciones son ciertas o
falsas; luego compruebe sus puntuaciones para ver cuántas malas interpretaciones necesita eliminar.
1. La mayoría de las personas mayores (65 años y más mayores) son seniles (tienen una memoria defectuosa, están
desorientados o dementes).
2. Los cinco sentidos (vista, oído, gusto, olfato y tacto) tienden a debilitarse con la edad.
3. La mayoría de las personas mayores no tienen interés ni capacidad para las relaciones sexuales.
4. La capacidad vital de los pulmones tiende a decrecer en la vejez.
5. La mayoría de las personas se sienten mal la mayor parte del tiempo.
6. La fortaleza física suele disminuir con la edad.
7. Al menos una décima parte de las personas de tercera edad viven en instituciones (como residencias de la tercera
edad o psiquiátricos).
8. Los conductores mayores tienen menos accidentes por conductor que los que tienen menos de 65 años.
9 Los trabajadores mayores generalmente no pueden trabajar con la misma efectividad que los jóvenes.
10.Casi tres cuartas partes de personas de la tercera edad están lo bastante sanas como para desempeñar sus
actividades normales.
11. La mayoría de las personas mayores son incapaces de adaptarse al cambio.
12.A las personas mayores generalmente les cuesta más aprender algo nuevo.
13.Es casi imposible para la persona mayor media el aprender cosas nuevas.
14.Las personas mayores tienden a reaccionar más lentamente que las jóvenes.
15.En general, las personas mayores se parecen bastante entre sí.
16.La mayoría de las personas mayores dicen que raramente se aburren.
17.La mayoría de las personas mayores están aisladas socialmente.
18.Los trabajadores mayores tienen menos accidentes que los jóvenes.

Todas las afirmaciones con números impares son falsas; todas las de los números pares son ciertas. Pocas
personas responden a todas ellas correctamente; incluso los profesores de universidad suelen fallar unas tres. Los
estudiantes universitarios fallan unas seis, independientemente de su edad, sexo o raza, y los alumnos de secundaria
casi aciertan por casualidad -suelen fallar unas nueve (Palmore, 1992).
El test de Palmore hace referencia sólo a unas pocas malas interpretaciones sobre la cognición de las
personas de tercera edad. La mayor parte de la gente cree que los hombres y mujeres mayores, incluso cuando no
son seniles, han perdido su capacidad para cambiar y crecer. Según los estereoti
pos, los adultos mayores olvidan dónde comieron ayer pero recuerdan el pasado lejano con claridad. Están
inactivos, son perezosos y no desean aprender nada nuevo. Otro estereotipo describe la tercera edad como un
período de segunda niñez, en el que las personas son como chiquillos y necesitan un trato paternalista, visión que
hace disminuir la responsabilidad individual de los ancianos y reduce su status social (Arluke y Levin, 1984). Estas
creencias erróneas han conducido a la discriminación por la edad, que son los prejuicios contra las personas
mayores. La idea de que las personas mayores son incompetentes en el mejor de los casos y quizás incluso seniles
en otros es en parte responsable de la tendencia de la sociedad a discriminarlas, ignorarlas o no tomarlas en serio.
Tal como indica el recuadro «Los efectos sutiles de la discriminación por la edad», la discriminación afecta al tipo de
comportamiento que se espera de las personas mayores. Sin embargo, la mayoría de estas personas pueden
desempeñar sus tareas cotidianas y algunas se encuentran entre los miembros más capaces e inteligentes de la
sociedad. Quizás una mirada a los cambios biológicos de las personas de la tercera edad que se relacionan con la
cognición nos dará una visión más precisa de los procesos del pensamiento después de los 65 años.

CAMBIOS BIOLÓGICOS
Las personas que respondieron «cierto» a la primera afirmación del test de Palmore, probablemente tienen
miedo a envejecer. Sin embargo, la creencia de que el ser mayor implica pensamiento confuso, desorientación y la
incapacidad para resolver los problemas es incorrecta. Cuando se desarrolla la condición denominada comúnmente
«senil», nunca es el resultado del propio envejecimiento. El envejecer está asociado con los cambios en el cerebro y
el sistema nervioso, pero en los individuos sanos las consecuencias prácticas son relativamente poco importantes.

Las capacidades sensoriales y la velocidad de procesamiento


La estimulación del entorno llega al cerebro a través del sistema sensorial. A medida que las personas
envejecen, los cinco sentidos se vuelven menos agudos, lo que hace que el acceso al conocimiento de lo que los
rodea sea más dificil de obtener. La mayoría de las personas necesitan más tiempo para procesar la información.
Ahora les lleva más rato que antes entender cómo hacer funcionar un microondas o grabar un programa de televisión
en el vídeo.
¿Cuál es el efecto práctico de la menor agudeza de los sistemas sensoriales? Supongamos que pone
vaselina en los cristales de sus gafas, coloca tapones de algodón en sus oídos y luego se pone un par de guantes de
goma. Con la mayor parte de su información sensorial reducida, sus movimientos probablemente serían más lentos y
usted iría con sumo cuidado. Esta situación se parece al mundo de muchos individuos mayores, lo que condujo a la
psicóloga Diane Woodruff (1983) a sugerir que los hombres y mujeres mayores se encuentran en un estado de
carencia sensorial. Sin embargo, tienen formas de compensar algunas -aunque no todas- de sus pérdidas
sensoriales. Tales pérdidas no son uniformes y muchas personas mayores no están aisladas del mundo que les
rodea. A1 igual que el envejecimiento afecta a los otros sistemas del cuerpo, también aparecen amplias diferencias
interindividuales en el grado de deterioro sensorial desarrollado. Algunas personas de 80 años pueden leer la letra
pequeña sin necesidad de gafas, oír tan bien como la mayoría de los jóvenes de 25 años, tocar el piano con soltura o
detectar cambios sutiles en el uso de una especia al cocinar.

La vista
La mayoría de las personas mayores no tienen problemas visuales graves, pero los cambios que empiezan
en la mediana edad continúan avanzando. Cuando llegan a la tercera edad, están más preocupadas por la vista, ven
menos en la oscuridad, necesitan más luz para ver y tienen más problemas para distinguir los detalles (A. Spence,
1989). Sus ojos también se ajustan más lentamente a los cambios repentinos en la iluminación, por lo que les cuesta
más recobrar su visión cuando pasan de la luz a la oscuridad, o a la inversa. El campo visual se estrecha, por lo que
se pierde algo de visión periférica. Las gafas, las luces bien situadas y el realce de los contrastes ambientales (como
las líneas horizontales de los escalones cubiertas con diferentes materiales de los empleados en la construcción
original) pueden resolver muchos de los problemas visuales de la edad (Sekuler y Blake, 1987).
Si los objetos no están claros, los adultos mayores pueden compensar su menor agudeza confiando en el
contexto. Cuando aparecían frases en una pantalla con la última palabra distorsionada por la presencia de asteriscos
entre cada una de las letras, las personas mayores la reconocían y leían más rápidamente cuando la frase ofrecía
una clave significativa («El contable cuadraba los L*I*B*R*O*S») («Decían: era los L*I*B*R*O*S») (Madden, 1988).
Aunque las personas mayores eran más lentas que las jóvenes en todas las condiciones, la presencia de un contexto
que pudiera usarse disminuía las diferencias a cualquier edad.
El efecto de los cambios visuales en muchas personas mayores puede ser más destacado cuando intentan
conducir de noche. Tienen problemas en leer los indicadores de la autopista bajo las condiciones de conducción
nocturna (lo que les da menos tiempo de reacción que a los jóvenes). Les cuesta más recuperarse del
deslumbramiento de los focos en sentido contrario o los cambios de iluminación a medida que pasan de las zonas
iluminadas a las que no lo están. No es de extrañar que muchos conductores mayores no se pongan al volante
cuando ya ha oscurecido. Algunas personas mayores, sin embargo, no son más sensibles a los focos o cambios de
iluminación que la media de los conductores jóvenes (Sterns, Barret y Alexander, 1985).

El oído
La capacidad de oír tonos de alta frecuencia empieza a descender tras los 45 años y es muy pronunciado a
finales de los 70. A esa edad casi el 75 por 100 tiene problemas auditivos que pueden percibirse, siendo
generalmente la pérdida más grave en los hombres que en las mujeres. Aunque las personas que viven en entornos
menos ruidosos dan menos muestras de pérdidas auditivas que las que viven en zonas de mucho ruido, en todos los
estudios transversales culturales ha aparecido algún grado de pérdida (Olsho, Harkins y Lenhardt, 1985).
Las personas mayores tienen más dificultad cuando se están esforzando por seguir una conversación con un
ruido de fondo, cuando las palabras se superponen o interrumpen o cuando se habla especialmente deprisa. Cuando
la pérdida auditiva es grave, puede que pierdan tantas palabras que bien traten de adivinar la conversación (lo que
puede conducir a situaciones embarazosas cuando se equivocan) o a retirarse y dejar de escuchar. La dificultad
puede superarse parcialmente cuando las otras personas bajan el tono de su voz, hablan despacio y con claridad y
miran directamente a la persona ofreciéndole claves visuales. Pueden proporcionarse claves adicionales enfatizando
los patrones de entonación (Wingfield, Wayland y Stine, 1992). De hecho, las personas mayores tienen más facilidad
para entender la conversación que lo que indicaría su capacidad para escuchar los tonos puros. Muchas compensan
su pérdida de audición usando el contexto lingüístico de una frase para determinar el significado. Cuando las frases
se pronunciaban en un entorno ruidoso, los adultos sanos entre 60 y 75 años entendieron algunas como «El pájaro
de la paz es la paloma» casi tan bien como los jóvenes (Hutchinson, 1989). Pero cuando el contexto no daba claves
a las palabras como «No diré la palabra cartas» aparecían grandes diferencias.

La velocidad de procesamiento
A medida que las personas envejecen, les cuesta más marcar un número de teléfono, abrocharse una
chaqueta o cuadrar sus cuentas. Esta lentitud parece afectar a cualquier tipo de conducta. Los psicólogos no han
podido determinar exactamente qué tipo de cambio biológico es el responsable de la lentitud en la ejecución de las
acciones. Según la hipótesis de la lentificación periférica, el envejecimiento en el sistema nervioso periférico es
el responsable de este hecho (Salthouse, 1989). Esta red de nervios y receptores sensoriales transmite sensaciones
desde el mundo exterior al sistema nervioso central y manda órdenes motoras a los músculos. Los investigadores, al
señalar los cambios sensoriales que acompañan al envejecimiento, han propuesto que a medida que las personas
envejecen, la calidad de transmisión decrece. Lleva más tiempo conseguir estimulación del entorno para alcanzar el
cerebro y para que las órdenes del mismo lleguen a los músculos y los activen.
Otros investigadores explican la lentificación en términos de la hipótesis de lentitud generalizada. Según
ésta, el proceso se lentifica a través del cerebro, así como en el sistema nervioso periférico (Cerella, 1990). Si la
lentificación estuviera confinada al sistema nervioso periférico, las diferencias en la velocidad entre los jóvenes y los
mayores serían las mismas en las tareas simples y complicadas. En ambas la transmisión de información sensorial y
órdenes motoras llevarían el mismo tiempo; la complejidad se encuentra en el procesamiento de la información
dentro del cerebro. A medida que las tareas son más complicadas, aumentan las diferencias en la edad, lo que da a
entender que la actividad en el sistema nervioso central (cerebro y médula espinal) también se lentifica con los años.
Un estudio reciente indica que la lentificación periférica puede explicar una amplia proporción de cambios
relacionados con la edad en los tests cognitivos transversales (Hertzog, 1989). Cuando se corrigieron las
puntuaciones en una serie de tests psicotécnicos sobre velocidad de percepción y velocidad para trabajar con hojas
de respuestas, las diferencias de edad entre adultos desde 43 a 89 años disminuyeron extraordinariamente. Los de
80 lo hicieron mejor que los de 40 en los tests de comprensión oral (que incluyen significado oral y vocabulario) y
capacidad numérica. Los declives en los tests de inducción (capacidad de razonar), relaciones espaciales,
visualización espacial y flexibilidad de cierre (encontrar códigos ocultos y figuras) se redujeron mucho. Entre los
adultos del estudio secuencial de inteligencia de Schaie (198%) (de los que se habló en los Capítulos 2 y 17), la
corrección de la velocidad de percepción también marcó pocas diferencias de edad, y una vez más el efecto fue
mayor en los tests de habilidades cristalizadas que en los de las fluidas. Estos resultados sugieren que los cambios
típicos de la edad pueden no indicar una pérdida en la capacidad de pensar, sino una lentificación en el índice del
pensamiento inteligente (Hertzog, 1989). Aun así, la actuación en tareas que requieren una respuesta rápida, como
pilotar un avión, puede deteriorarse en la tercera edad.

El cerebro y el sistema nervioso


Si la hipótesis de la lentificación centralizada es correcta, los cambios biológicos del cerebro son los
responsables de la lentitud de la velocidad de procesamiento. A medida que se producen cortes en los sistemas de
neuronas, los mecanismos básicos se vuelven más lentos en cada etapa del procesamiento, ya sea porque las
señales han de desviarse hacia otras neuronas o porque se pierde algo de información en cada corte (Cerella, 1990).
Sin embargo, los investigadores no han podido determinar los efectos del envejecimiento normal en el cerebro y la
médula espinal. La mayor parte de la información que tenemos acerca de los cambios biológicos proviene del
examen de tejido cerebral después de la muerte. En ese momento es dificil separar los efectos del envejecimiento
normal de los de la enfermedad cardiovascular, función respiratoria, lesión cerebral, trastornos ocasionados por
drogas y alcohol y otras causas destructivas (Bondareff, 1985).
El cerebro puede reducirse con la edad. Mientras se encogen los tejidos, los espacios en lo más profundo del
cerebro (llamados ventrículos) se expanden. Una técnica conocida como tomografia axial computarizada (TAC)
permite a los investigadores reconstruir las secciones transversales del cerebro vivo en cualquier profundidad o
ángulo. En un estudio en el que se empleó esta técnica, descubrieron que el cerebro empieza a reducirse poco a
poco cuando las personas llegan a los 30 (Takeda y Matsuzawa, 1985). Todavía no se sabe seguro si esta
disminución, que aumenta cada década, es parte del curso normal del envejecimiento. Aunque los investigadores
eliminaron a las personas con lesiones en el sistema nervioso, incluyeron a adultos con diabetes y trastornos
cardiovasculares, de riñón y respiratorios. No aparece ninguna reducción significativa en los estudios de adultos
normales mentalmente a los que se les ha realizado un cuidadoso examen médico (Duara, London, y Rapaport,
1985).
Un factor que puede contribuir al declive cognitivo es una reducida concentración de sustancias químicas que
transmiten las señales al cerebro. Las neuronas pueden dejar de fabricar alguno de los transmisores esenciales. Sin
el transmisor, las conexiones entre las neuronas se pierden, los circuitos neuronales se interrumpen y las fibras
conectoras desaparecen. Las funciones pueden fallar mucho antes de que las propias neuronas mueran (Bondareff,
1985). No obstante, las fibras neuronales se pierden a lo largo de la vida y crecen otras nuevas. El estímulo
ambiental promueve el crecimiento de nuevas conexiones en las personas mayores, del mismo modo que lo hace en
los jóvenes (Cotman, 1990). En realidad, las nuevas fibras son más duraderas con la edad y su nacimiento puede
prevenir un declive progresivo del funcionamiento en la tercera edad (Bondareff, 1985).
Los registros de ondas cerebrales proporcionan otra forma de medir la actividad del sistema nervioso central.
No se sabe con certeza si el cerebro del adulto sano muestra cambios predecibles en la actividad eléctrica, puesto
que las diferencias de edad observadas a menudo reflejan la inclusión de adultos con enfermedades crónicas. Los
estudios sobre el tema indican que cuando los adultos mayores se relajan, hay un descenso en la frecuencia y
proporción de las ondas alfa, que aparecen normalmente cuando las personas no están procesando información
activamente. La actividad de onda lenta, que suele acompañar al sueño, aumenta. Cuando las personas mayores
están en pensamiento activo dan muestras de más ondas beta, muy rápidas, que son las que corresponden a la
concentración, y menos ondas lentas que los jóvenes. Algunos investigadores han explicado esto como un indicativo
en las personas mayores de somnolencia, debido a los problemas en el dormir durante la noche (Prinz, Dustman y
Emmerson, 1990). Puesto que la calidad del sueño tiende a descender con la edad, las personas mayores, cuando
no tienen retos mentales, pueden estar menos despiertas y quizá ser más perezosas que los jóvenes. Los
investigadores también sugieren que un aumento en las actividades físicas vigorosas puede minimizar estos
cambios, produciendo un mejor funcionamiento del sistema nervioso central.
Tales sugerencias están apoyadas por las creencias de muchos psicólogos del desarrollo de que los declives
cognitivos, a raíz de los circuitos neuronales interrumpidos o la pérdida de neuronas, afectan a las personas que
tienen mala salud. Hasta hace poco, la mayoría de los estudios sobre los cambios cognitivos en las personas
mayores se realizaban en residencias de ancianos, donde pocos gozaban de buena salud.

La enfermedad
La mayor parte de los declives en el funcionamiento cognitivo están más relacionados con la salud que con la
edad (Perlmutter y Hall, 1992; I. Siegler y Costa, 1985). Como vimos en el Capítulo 17, la hipertensión y las
enfermedades cardiovasculares están asociadas con los descensos en los tests de Cl en la mediana edad. Las
personas mayores muestran la misma conexión; los que tienen problemas cardiovasculares tienen más dificultad en
las tareas de memoria que los que están sanos, y los investigadores especulan con que gran parte de los declives
relacionados con la edad que aparecen en los estudios experimentales se deben a enfermedades cardiovasculares
no diagnosticadas (Barret y Watkins, 1986).
Un pequeño grupo de personas mayores muestra varias formas de grave deterioro mental, conocido como
trastornos orgánicos del cerebro (véase Tabla 19.1). Los investigadores creen que un 5 por 100 de los ancianos
americanos padece trastornos orgánicos del cerebro en grado moderado a grave y otro 10 por 100 sufre trastornos
menores (La Rue, Dessonville y Jarvik, 1985). El índice de trastornos orgánicos del cerebro puede ser similar en las
distintas culturas; los chequeos médicos indican que el índice de problemas cognitivos es casi idéntico en Shanghai,
China y New Haven, Connecticut (Yu et al., 1989).
Estos trastornos se deben a distintas causas, pero producen cambios similares en los procesos cognitivos y
la conducta. Los síntomas de los trastornos orgánicos del cerebro incluyen: 1) una pérdida grave de la habilidad
intelectual que interfiere con el funcionamiento social u ocupacional; 2) daños en la memoria, y 3) dificultad para
emitir juicios o en los procesos de pensamiento (American Psychiatric Association, 1980). Dichos trastornos producen
el deterioro del pensamiento y la personalidad, que comúnmente se denomina «senilidad».

La demencia multiinfarto
Hasta un 20 por 100 de los adultos con trastornos orgánicos cerebrales tienen demencia multiinfarto,
condición causada por una enfermedad vascular. Se desarrolla cuando los bloqueos en las pequeñas arterias cortan
repetidamente la circulación de la sangre en varias zonas del cerebro. Los bloqueos, que en realidad son una serie
de pequeños «infartos», pueden pasar inadvertidos; los primeros síntomas pueden ser dolores de cabeza o pereza. A
veces, sin embargo, una pérdida de memoria desigual o crisis confusionales son los primeros signos del problema (R.
Butler y Lewis, 1982). La diferencia principal entre la demencia multiinfarto y otros trastornos orgánicos del cerebro es
la existencia de períodos en los que la persona está lúcida y se recupera la memoria. El diagnóstico es importan

La enfermedad de Alzheimer
La forma más común de trastorno orgánico del cerebro es la enfermedad de Alzheimer, que supone casi la
mitad de todos los casos. Otro 12 por 100 padece el Alzheimer y la demencia multiinfarto, es decir, demencia mixta
(R. Butler y Lewis, 1982). La enfermedad de Alzheimer se diagnostica eliminando otros posibles trastornos, pero el
diagnóstico seguro no es posible hasta la muerte del paciente. Los cerebros de las víctimas del Alzheimer
generalmente muestran cuatro características. La primera es que están presentes en las neuronas los husos
neurofibrilares (ovillos). En la mayor parte de los cerebros ancianos aparecen algunos husos, pero sólo las personas
que padecen esta enfermedad los tienen extendidos hasta la corteza cerebral y el hipocampo. La segunda es la de
concentraciones similares de placas (seniles), consistentes en fibras nerviosas degenerativas envueltas alrededor de
un componente de células nerviosas denominado proteína amiloide, que aparecen fuera de las neuronas. La tercera
es que las fibras que llevan impulsos dentro de las células nerviosas se han atrofiado. La cuarta es que el cerebro ha
disminuido de forma palpable y su superficie muestra menos surcos (véase Gráfico 19.1).
La enfermedad de Alzheimer puede ser un trastorno con muchas causas posibles. Los casos que aparecen
en la mediana edad parecen ser resultado de algún defecto genético. Un grupo de investigadores ha descubierto un
segmento del cromosoma 19, que es el responsable de algunos de los casos de la herencia de esta enfermedad
(Marx, 1991). Otros han observado dos defectos distintos del cromosoma 21 (el cromosoma responsable del
síndrome de Down) que aparecía en todos los miembros de una familia (a lo largo de varias generaciones) que
desarrollaban esta enfermedad prematuramente y ninguno de sus miembros escapó de la misma (Marx, 1991; Murrcll
et al., 1991). Ambos defectos implican mutaciones de la química normal del cerebro, del gen responsable del
precursor de la proteína amiloide (APP), que produce dicha proteína. La mutación provoca la ruptura de la proteína,
creando fragmentos que se acumulan en el cerebro y sirven de base para las placas (seniles). Otros casos de
Alzheimer pueden deberse a diferentes genes, a algún virus de acción lenta o a alguna toxina ambiental
desconocida. Los investigadores todavía no están seguros de por qué no puede hallarse ninguna implicación
genética en muchos de los casos, especialmente entre los que desarrollan la enfermedad después de los 70 años.
La progresión de la enfermedad de Alzheimer dentro del cerebro siempre se produce del mismo modo
(Coyle, Pricc y DeLong, 1983). Ya sea debido a la fragmentación de proteínas o a la mutación de un gen que altera la
función de la proteína amiloide precursora, las células del cerebro empiezan a morir. Cuando las neuronas
responsables de producir una encima específica mueren, el suministro de acetilcolina se reduce drásticamente. Con
carencia de acetilcolina, las neuronas de otras áreas del cerebro también mueren, especialmente las del hipocampo,
estructura cerebral que está relacionada con la memoria (Hyman et al., 1984). Puesto que las señales no pueden ni
entrar ni salir del hipocampo, la memoria se destruye.
El Alzheimer se desarrolla muy lentamente y la pérdida de memoria suele ser la primera señal. Aunque la
posibilidad de que una persona mayor desarrolle esta enfermedad es relativamente pequeña, la gran difusión de la
misma a través de los medios de comunicación puede asustar innecesariamente a las personas mayores que
padecen lapsos de memoria. Las pérdidas en esta enfermedad son graves y pronto dejan de tener relación con los
fallos de memoria normales de la edad. Una persona que está haciéndose mayor puede no saber dónde deja las
llaves del coche; una persona con Alzheimer olvida que posee un coche. No sabe escribir cheques o hace
desaparecer el cambio que le han devuelto en una tienda. Puede leer el mismo libro una y otra vez, porque no
recuerda haberlo leído. La capacidad de leer permanece intacta hasta mucho después que la de comprender que la
persona ha leído peor.
Los investigadores han descubierto que el recordar es el primer proceso cognitivo que empieza a disminuir
(Vitaliano et al., 1986). Cuando los pacientes con un Alzheimer no muy grave fueron comparados con individuos
normales, las puntuaciones en los tests de memoria podían distinguirse entre los grupos, pero cuando hicieron los de
atención y reconocimiento, las puntuaciones fueron similares en ambos grupos. A medida que la enfermedad
progresa, la atención y la memoria de reconocimiento empiezan a fallar. Los pacientes con un Alzheimer moderado y
leve sacaron las mismas puntuaciones bajas en los tests de memoria, pero sólo los que la padecían en grado
moderado habían sufrido el deterioro de la atención y el reconocimiento. Dos años más tarde, la enfermedad había
progresado entre los pacientes de grado leve; también habían desarrollado problemas de atención y de la memoria
de reconocimiento.
A medida que la enfermedad se desarrolla, las personas puede que lleguen a vestirse con equipo de nieve en
el calor del verano, olviden los nombres de sus hijos, no reconozcan al cónyuge o que mientras están sentados en su
sala de estar pregunten cuándo van a ir a casa. No pueden comer ni vestirse solos. En los estadios finales, no
pueden hablar ni caminar. Finalmente, mueren, a menudo de neumonía, infecciones en las vías urinarias u otras
complicaciones que tienen lugar en los pacientes que no pueden moverse de la cama.
No hay cura para esta enfermedad. Las pruebas con fármacos que aumentaban el suministro de acetilcolina
al cerebro se interrumpieron cuando los pacientes daban muestras de problemas en el hígado (Marx, 1987). Algunos
investigadores han sugerido que implantes o injertos del factor de crecimiento nervioso (NGF) en el cerebro pueden
promover la supervivencia de neuronas productoras de acetilcolina y parar, por tanto, el progreso de la enfermedad.
No obstante, puesto que la proteína amiloide ya estimula el crecimiento de fibras anormales, que contribuyen a la
formación de placas, el NGF puede que no sea la respuesta (Marx, 1990).
Aunque el progreso de la enfermedad de Alzheimer no puede detenerse, las técnicas de conducta pueden
alargar el período en que los pacientes pueden funcionar de modo independiente. Ayudas simples, como notas por
toda la casa («La comida está en la nevera», en la puerta de la misma; « Apagar el gas», encima de la cocina;
«Escribir el nombre y el número», al lado del teléfono; « No salir; estaré en casa a las 3.30», en la puerta de entrada),
permiten a los pacientes sustituir el reconocimiento por el recuerdo. En un estudio (Quayhagen y Quayhagen, 1989),
la estimulación intencionada y la memoria incentivada de los pacientes, la resolución de problemas y las habilidades
de comunicación durante seis horas a la semana mantenían las habilidades cognitivas estables durante un período
de ocho meses, tras el cual los pacientes del grupo de control empezaron a mostrar un declive regular.

El delírium
Casi un 20 por 100 de personas con trastornos orgánicos cerebrales se encuentran en una condición
reversible que responde a los tratamientos. Este desorden agudo que se conoce como delirium es resultado de
problemas metabólicos en el cerebro. Los pacientes con delirio muestran los síntomas de trastornos orgánicos del
cerebro, pero también pueden tener alucinaciones, paranoia y síntomas físicos, como fiebre, temblores musculares,
palpitaciones, sudor, pupilas dilatadas e hipertensión.
El delírium puede tener muchas causas: intoxicación aguda por el alcohol, tumores cerebrales, enfermedades
hepáticas, ataques de apoplejía, fiebre, enfisema, desnutrición o cualquier droga que afecte al sistema nervioso
central. Con frecuencia hay más de uno de estos factores implicados (Kolata, 1987). Muchas veces, el delírium se
desarrolla en personas mayores con enfermedades cardiovasculares que toman por error demasiadas dosis de
alguna medicación prescrita. Cuando se trata la causa subyacente, el delirio desaparece y el paciente puede
recuperarse por completo. Pero si no se detecta la causa, lo que puede suceder cuando los médicos suponen que el
paciente tiene alguna enfermedad cerebral crónica, como la demencia multiinfarto, el paciente puede llegar a
desarrollar una enfermedad crónica o incluso morir.

APRENDIZAJE Y PENSAMIENTO
Si observamos el comportamiento de las personas en el mundo nos daremos cuenta convincentemente de
que los procesos de pensamiento no han de deteriorarse y que la capacidad de aprender puede continuar a lo largo
de la tercera edad. En 1983, Frederick F. Bloch recibió su título de doctor en Historia en la Universidad de Nueva York
(«Un sentido de la historia», 1983). El tema de su disertación fue el soldado común en la armada británica victoriana.
Esta noticia no tendría nada de particular si no fuera por la edad de Bloch. Tenía 81 años. Le costó quince años
conseguir su doctorado, programa que inició tras venderse su negocio de exportación de papel y jubilarse. Los planes
de Bloch incluían dar algunas clases en la Universidad de Nueva York y escribir un libro sobre las minorías de la
Inglaterra del siglo XIX.
Pocas personas mayores se meten en empresas que produzcan evidencias tangibles del éxito de su
aprendizaje. Puesto que no podemos ver este último y sólo podemos deducirlo de la conducta de las personas, el
proceso es tan dificil de estudiar en las personas mayores como en los jóvenes. Los adultos pueden aprender
muchas cosas, pero quizá no tengan la ocasión de utilizar sus conocimientos. Supongamos que colocarnos a
personas de la tercera edad en una situación que requiera tales conocimientos pero fracasan en saber utilizarlos. ¿Es
que no aprendieron bien? No hay modo de estar seguros. Puede que sencillamente estén demasiado cansados para
emplearlo o les falte motivación., o la oportunidad de hacerlo.
Las personas mayores probablemente no puedan aprender tan rápido o con tanta competencia como antes.
Los estudios muestran consistentemente que los adultos más jóvenes destacan sobre ellos en la mayoría de los
aspectos del aprendizaje. Sin embargo, puesto que los estudios sobre el aprendizaje son casi siempre transversales,
ha sido imposible decir exactamente cuándo empiezan a decrecer las habilidades de un individuo o con qué rapidez
es probable que lo hagan. A los investigadores les cuesta eliminar los efectos de las cohortes o los de la mala salud,
como las enfermedades cardiovasculares sin síntomas o un Alzheimer prematuro sin diagnosticar. A1 menos un
estudio ha descubierto que las personas mayores que siguen programas regulares de ejercicios vigorosos reaccionan
más rápido y razonan con más precisión que los que llevan vidas sedentarias (ClarksonSmith y Hartley, 1989).
Quizás al contemplar los cambios asociados con la edad en la atención y resolución de problemas podemos
organizar los descubrimientos de las investigaciones.

La atención
Según algunos investigadores, el envejecimiento del sistema nervioso central dificulta a las personas
mayores que pongan atención en una tarea. El que esta hipótesis sea cierta depende de qué aspecto de la atención
se examine (véase Tabla 19.2). La atención es un procedimiento complicado que comprende la alerta, el estar
despierto, el período de atención, el que la tarea requiera un procesamiento automático o con esfuerzo, si la persona
está preparada para el acontecimiento y qué señales se seleccionan para el procesamiento. Como ya hemos visto,
los estudios de las ondas cerebrales indican que muchos adultos mayores pueden estar menos alerta y despiertos
debido a problemas durante el sueño nocturno.
A menos que sepan pasar por alto la información irrelevante y enfocarse en lo importante, tendrán dificultad
en aprender. El que las diferencias de edad aparezcan en la atención selectiva dependerá de la situación. Cuando la
tarea es simple, las personas mayores lo hacen tan bien como los jóvenes, son algo más lentos pero igualmente
precisos. Sin embargo, cuando la información adicional y sin importancia también ha de procesarse, la velocidad
disminuye notablemente en las personas mayores y las diferencias de edad son bastante claras (McDowd y Birren,
1990).
El aprender requiere que las personas mantengan su atención enfocada en la tarea durante períodos
relativamente largos. En los tests de atención mantenida, las personas mayores eran tan exactas como los jóvenes, y
en un estudio longitudinal, la precisión no disminuyó en dieciocho años (Giambra y Quilter, 1988). A medida que se
enfoca la atención en una tarea durante largos períodos, la precisión va disminuyendo en todas las personas, y no
hay diferencias de edad en el índice del declive. Cuando se les hacían tests de mucha presión, en los que los
acontecimientos sucedían rápidamente (cuarenta veces por minuto), las diferencias de edad aparecían: las personas
mayores eran menos exactas que los jóvenes, aun tras mucha práctica (Parasuraman y Giambra, 1991). Ni la pereza
del estado de vigilia ni la lentificación del procesamiento explicaron los resultados. Los altos índices de velocidad (que
han de aumentar el estar despierto) pusieron de relieve las diferencias de edad y no surgieron diferencias en las
sesiones de práctica preliminares, lo que indicaba que la lentitud de procesamiento no tenía nada que ver.
Cuando se les pidió que dividieran su atención en dos tareas, los mayores fueron tan precisos como los
jóvenes cuando la tarea era sencilla, como cuando sólo han de decir si hay estímulos particulares presentes
(McDowd y Birren, 1990). Tan pronto como la tarea se iba haciendo más compleja, las diferencias empezaban a
hacer su aparición en la atención dividida. Los investigadores pidieron a los adultos que dirigieran dos tareas (simular
que conducían y contar puntos en una pantalla de vídeo), segundo a segundo (Ponds, Brouwer y Wolffelaar, 1988).
Los adultos mayores fueron tan buenos como los jóvenes en cada una de las tareas, pero cuando éstas se
presentaban al mismo tiempo, la actuación de los más mayores empezó a deteriorarse significativamente en
comparación con la de los de mediana edad y los jóvenes. No obstante, cuando la tarea implicaba cambio de
atención (cambiar la atención hacia atrás y hacia delante entre dos fuentes), los mayores eran tan rápidos y precisos
como los jóvenes (McDowd y Birren, 1990).
Algunos investigadores sugieren que la atención de las personas mayores no es defectuosa, sino
simplemente no eficiente. Aunque todavía tienen la capacidad de aprender, bien fallan en tener en cuenta todos los
aspectos de la tarea o no hacen el esfuerzo requerido. Según esto, las personas mayores poseen un suministro
limitado de energía mental. Puesto que aprender requiere aplicar atención deliberadamente, lo que gasta energía
mental, las personas mayores es poco probable que hagan el esfuerzo consciente de aprender.
Cuando las personas ponen su atención en una tarea de aprendizaje, reorganizan la información, la
elaboran, hacen deducciones y la relacionan con otros conocimientos. Si se deja a las personas mayores con sus
propios medios, probablemente no llevarán a cabo este procesamiento tan profundo, pero cuando la situación lo
facilita o lo hace accesible, generalmente sí lo realizan (Craik y Byrd, 1982).

La resolución de problemas
Las vidas de las personas mayores están llenas de problemas de todo tipo y maneras, al igual que la de los
jóvenes y las personas de mediana edad. Algunos son tan triviales como abrir un frasco de medicina con cierre
especial para protegerlo de los niños, o decidir qué marcas y tamaños de productos comprar en el supermercado.
Algunos son más preocupantes pero pueden resolverse: qué hacer cuando la nevera deja de congelar o cómo entrar
en un apartamento cerrado cuando te has dejado la llave dentro. Las soluciones a otros problemas son más
específicas para las personas mayores y algunas pueden tener graves consecuencias. ¿Es suficiente la protección
de la Seguridad Social o es una buena idea tener un seguro médico extra? Si es así, ¿de qué tipo? ¿Es mejor vender
la casa de Nebraska y trasladarse al soleado Sureste, comprar una propiedad donde vive alguno de los hijos o
quedarse donde está?
Un adulto cuando se encuentra ante un problema puede emplear varias estrategias para resolverlo. La
dificultad de abrir el frasco puede resolverse siguiendo cuidadosamente las instrucciones, destruyendo la botella de
plástico y colocando las tabletas en otro frasco o pidiendo al farmacéutico que utilice otro tipo de tapón. Los adultos
pueden solventar problemas aplicando las viejas estrategias rigurosamente, adaptándolas a la nueva situación,
ignorar el problema o manipular él entorno de modo que cambie el problema (como cuando las personas mayores se
niegan a comprar medicamentos en envases preparados para protegerlos de los niños) (Reese y Rodeheaver, 1985).
Cuando se pidió a personas mayores que resolvieran tareas de laboratorio que requerían razonamiento
deductivo, generalmente lo hacían peor que los jóvenes. De hecho, en los problemas de razonamiento tradicionales
de laboratorio, la actuación suele bajar en calidad después de la juventud (Reese y Rodeheaver, 1985). No se está
seguro de si los adultos son menos competentes a la hora de resolver problemas prácticos. En un estudio, los adultos
de mediana edad fueron los que ofrecieron las mejores soluciones a los problemas que podían encontrarse los
mayores, siendo los jóvenes y ‘los mayores los menos capaces de solventar esos problemas por sí mismos (Denney
y Pearce, 1989) (véase Gráfico 19.2ª). Los adultos tenían que decidir, por ejemplo, de qué modo una mujer mayor
podía obtener productos de ultramarinos y otros artículos necesarios en invierno cuando el mal tiempo hiciera
imposible conducir. Sin embargo, en otro estudio, los adultos de la tercera edad fueron los más eficientes en resolver
tales problemas prácticos, como conseguir que se hiciera alguna reparación cara cuando el propietario se había
negado a hacerla (Cornelius y Caspi, 1987) (véase Gráfico 19.2b).
¿Cómo podemos interpretar los resultados de estos conflictos? Existen muchos factores responsables, como
pueden ser las diferencias en las tareas, en las personas que se estudiaron y un método que no tuviera en cuenta las
diferencias en los estilos de aprendizaje y las estrategias para resolver problemas. Otro factor posible es la exigencia
sobre los recursos intelectuales. En el primer estudio, que mostraba el descenso en la actuación tras la mediana
edad, los investigadores pidieron a los adultos que generaran ellos mismos las soluciones. En el segundo, que
mostraba una mejora después de haber atravesado la mediana edad, los adultos sólo tenían que elegir qué solución
adoptarían de entre una lista de posibles respuestas. Este método, que precisaba menos procesamiento de
información, puede exigir menos de los recursos intelectuales de las personas mayores.
Es arriesgado, sin embargo, generalizar a raíz de tales resultados. La mejor solución para tales situaciones
sería distinta según la persona, dependiendo en la experiencia individual en las mismas y su condición física. Algunas
personas mayores resuelven los problemas abstractos tan bien como los hombres y mujeres jóvenes. Juegan a
juegos cognitivos con eficiencia, aplican la lógica deductiva, organizan los elementos del problema y diseñan (y
siguen) estrategias sistemáticas. De hecho, cuando se compara a los adultos jóvenes y mayores en los tests de
inteligencia fluida, existe poco o ningún declive en la resolución de problemas (Rabbitt, 1988).
Cuando se hicieron pruebas con equipos de directivos sobre su habilidad con los problemas informáticos de
un país mítico, no había mucha diferencia entre la actuación de los jóvenes (entre 28 y 35 años) y los de mediana
edad (45 a 55 años) (Streufert et al., 1990). Los directivos más mayores (entre 65 y 75 años) respondían a niveles
considerablemente más bajos, enredándose en largas discusiones, tomando pocas decisiones y aportando menos
estrategias para resolver el problema que los dos grupos más jóvenes. Sin embargo, al enfrentarse con situaciones
de emergencia, los más mayores respondían más rápido, con más eficiencia y decisión que los jóvenes y de mediana
edad. Los investigadores creen que las búsquedas exhaustivas de información de los grupos de menor edad les
dejaba en un estado de sobrecarga durante las emergencias, mientras que la tendencia de los mayores a absorber
información de forma selectiva actuaba de protección contra la sobrecarga y les permitía trabajar con la máxima
efectividad. No se está seguro si las diferencias en la actuación eran resultado de la edad. Algunos directivos
mayores estaban jubilados y no tenían experiencia reciente de dirección. Otros puede que tuvieran enfermedades
cardiovasculares o degenerativas de algún otro tipo. Aunque la educación era similar, los factores relacionados con la
cohorte, como las cambiantes expectativas de liderazgo y el estilo, también pueden afectar el resultado.
Algunos investigadores creen que el uso consistente de las habilidades para resolver problemas pueden
prevenir los declives en las mismas. Esta creencia fue apoyada por un estudio de adultos de edades comprendidas
entre los 55 y los 77 años (Clarkson-Smith y Hartley, 1990). Los que jugaban frecuentemente al bridge no mostraron
declive con la edad en los tests de razonamiento estándar que era evidente entre los no jugadores. Puesto que el
resolver problemas y el aprender dependen ambos de la capacidad de adquirir, retener, recordar y manipular
conocimiento en la conciencia, los descensos de memoria pueden ser responsables de gran parte del declive
cognitivo que aparece en la tercera edad. De hecho, la actuación de los jugadores de bridge mayores era mucho más
eficiente en los tests de memoria a corto plazo que la de otros adultos de su edad que nunca juegan al bridge
(Clarkson-Smith y Hartley, 1990).

La sabiduría
Cuando los psicólogos del desarrollo estaban básicamente interesados en la primera parte de la vida, la
sabiduría raramente se mencionaba, si es que llegaba a hacerse, en las discusiones sobre la inteligencia. La
sabiduría surge de la experiencia y es diferente del conocimiento, porque requiere algo más que la posesión de
hechos. Los investigadores han encontrado que los adultos de todas las edades suelen estar de acuerdo en los
atributos personales que constituyen la sabiduría (Holliday y Chandler, 1986). Los factores principales parecen ser
una comprensión excepcional, habilidades de juicio y comunicación, competencia intelectual en general, habilidades
interpersonales y discreción social (véase Tabla 19.3). Los adultos de todas las edades también están de acuerdo en
que la sabiduría es una de las pocas características deseables que aumentan a esa edad, y la mayoría cree que
empieza a desarrollarse hacia los 55 años (P. Baltes et al., 1991). No todas las personas se vuelven más sabias con
la edad, y el que ello suceda depende de las experiencias específicas en la vida, la motivación y los recursos
personales.
Algunos investigadores ven la sabiduría como principalmente cognitiva. Según Paul Baltes y
colaboradores (P. Baltes et al., 1991; J. Smith y Baltes, 1990), la sabiduría es conocimiento experto sobre asuntos
fundamentales en la vida. La persona., sabia tiene: 1) un gran almacenamiento de conocimiento factual sobre la vida;
2) un rico conocimiento sobre cómo tratar los problemas cotidianos; 3) un entendimiento de que la vida es una serie
de contextos interrelacionados; 4) la conciencia de que todos los juicios son relativos respecto a una cultura y sistema
de valores particulares, y 5) ser consciente de que la vida es impredecible e incierta. Esta definición es, en efecto,
una aplicación de pensamiento posformal de un experto en la pragmática de la vida (véase Capítulo 17).
En un test sobre esta definición, adultos de varias edades intentaron resolver problemas de desarrollo que
implicaban hacer planes para el futuro pensando en voz alta sobre las distintas opciones
(J. Smith y Baltes, 1990). Los cinco criterios estaban altamente correlacionados, y sólo el 5 por 100 de los
adultos manifestaron que el juicio era considerado sabiduría. Aunque los más mayores proporcionaron algunas de las
respuestas más sabias, hubo las mismas respuestas inteligentes por parte de los adultos de mediana edad y los
jóvenes. Puesto que algunos de los problemas evolutivos implican la inversión de los papeles de género y la
posibilidad de roles combinados de carrera-familia para las mujeres, los investigadores sugirieron que las diferencias
de cohorte podían haber influido en los resultados.
La búsqueda de la sabiduría en términos puramente cognitivos puede hacer que ésta sea eludida por los
investigadores. Tal como hemos visto, el público en general está de acuerdo en que la sabiduría requiere ciertas
habilidades interpersonales (justicia, sensibilidad, sociabilidad, amabilidad y un buen temperamento) y discreción
social (discreción, tranquilidad y una actitud de no querer juzgar) (Holliday y Chandler, 1986). Lucinda Orwoll y Marion
Perlmutter (1990) creen que la sabiduría depende tanto de la personalidad como de la cognición. La persona sabia
que posee un gran desarrollo en la personalidad, así como a nivel cognitivo, experimenta las emociones de un modo
que propicia la conciencia de sí y sentido de yo y se expande más allá de la identidad personal y el contexto
inmediato para abrazar a toda la humanidad. Tiene lugar una espiral de desarrollo, en la que la trascendencia del yo
promueve el procesamiento de la información y capacita a la persona a percibir las situaciones con mayor claridad. A
medida que la sabiduría relacionada con la cognición se realza, la persona desarrolla una visión interna más madura
en las motivaciones y emociones, lo que le conduce a un mayor crecimiento cognitivo.
Esta visión de sabiduría es compatible con la teoría de Erikson del desarrollo satisfactorio de la personalidad
en la tercera edad, como veremos en el Capítulo 20. El problema para los psicólogos del desarrollo es descubrir
cómo interactúan los procesos cognitivos y de la personalidad para producir sabiduría. Incluso las personas sabias
pueden darse cuenta de que han tenido que hacer concesiones al producirse cambios en el sistema de memoria.

LA MEMORIA EN LA ÚLTIMA ETAPA DE LA VIDA


Al principio de este capítulo conocimos dos psicólogos eminentes que se quejaban de lapsos en la memoria.
Skinner (1983) recomendaba pistas para la memoria como ayuda para las actividades cotidianas. Descubrió que
podía recordar coger el paraguas en un día que amenazaba lluvia colgándolo en la empuñadura de la puerta en el
momento que le venía la idea a la cabeza. Hebb (1978) no era tan optimista, ya que para él tal estrategia funcionaba
mejor cuando el objeto era lo bastante grande como para tropezar con él al salir por la puerta.
Las investigaciones sobre la memoria raramente se centran en dichas tareas cotidianas, como recordar coger
el paraguas o tomar la medicación. La mayoría de los estudios, en su lugar, tratan de determinar de qué modo el
envejecer afecta a varios aspectos del sistema de procesamiento de la información que están implicados en el
almacenamiento y recuperación de la misma. La información del entorno entra en el registro sensorial como una
fugaz impresión; allí se guarda durante un corto tiempo -menos de un segundo-. Si la información atrae nuestra
atención, pasa a la fase de memoria a corto plazo, que es un sistema temporal de guardar información que se está
procesando conscientemente. Durante esta fase aplicamos estrategias, organizamos material y lo codificamos para
su posterior recuperación. A medida que la información se va desvaneciendo de la conciencia, ésta se pierde o se
almacena en la memoria a largo plazo. Cuando necesitamos información, se recupera de esta última y vuelve a la
memoria a corto plazo, donde somos conscientes de ella. Los problemas con la memoria pueden surgir durante
cualquiera de estos procesos.
A medida que las personas envejecen, no todas las partes del sistema de la memoria cambian de la misma
manera. La memoria sensorial, ya sea para la vista o para el oído, no parece verse muy afectada por el proceso de
envejecimiento (Poon, 1985). La edad tampoco afecta los contenidos de la memoria; el conocimiento almacenado en
la memoria a largo plazo es estable y puede aumentar con la edad (Perimutter, 1986). Tal información puede estar
momentáneamente fuera de nuestro alcance, pero es difícil que se pierda. Una vez que la información se ha
colocado en la memoria a largo plazo, las personas de 80 años la retienen con la misma eficacia que los de 20. El
problema de las personas mayores es hallar la clave que les permita recuperar la información.
Los estudios de la memoria generalmente no evalúan los contenidos de lo que está almacenado a largo
plazo. En vez de ello, cuando los investigadores buscan la razón por la que las personas mayores lo hacen peor que
las jóvenes o las de mediana edad en varias tareas de memoria, prueban la eficiencia de los procesos utilizados para
colocar el material o recuperarlo (Perlmutter et al., 1987). La mayoría de los estudios indican que los efectos del
envejecimiento afectan la eficiencia de estos procesos.

Procesar y codificar
La capacidad estructural de la memoria a corto plazo no parece estar muy afectada por la edad (Dobbs y
Rule, 1989; Salthouse y Mitchell, 1989). Hay pocas diferencias de edad en los tests de dígitos o de espacio entre las
palabras, en los que las personas repiten pasivamente una fila de dígitos o palabras que acaban de escuchar. Sin
embargo, cuando las personas han de manipular o reorganizar la información de alguna manera, las diferencias de
edad son obvias: la capacidad operacional de la memoria a corto plazo aparentemente disminuye con la edad. Por
tanto, si se les pide que repitan una serie de dígitos o palabras hacia atrás, las personas mayores pueden manejar
menos temas. Los adultos también recurren a la capacidad operacional cuando se les pide que mantengan un
exceso de temas en la memoria a corto plazo. Según la persona, esta última parece que puede retener entre cinco y
siete temas; cualquier otra cosa que exceda de ese número ha de extraerse de la memoria a largo plazo. Cuando los
investigadores pidieron a los adultos que retuvieran y luego marcaran números de teléfono, no había diferencias de
edad en la retención de los prefijos (tres dígitos) (West y Crook, 1990). Hacia los 70 años aparecen pequeñas
diferencias de edad con los números locales (siete dígitos), y cuando quieren retener números de otras zonas más
lejanas (diez dígitos), las diferencias de edad empezaron a aparecer a los 60 años.
Los investigadores han estado tratando de descubrir la fuente de las diferencias de edad en la capacidad
operacional, a la que a menudo se refieren como memoria de trabajo. Una posibilidad es que ese procesamiento
centralizado es menos eficiente con el avance de la edad. Algunos psicólogos han hallado que cuando varían la
complejidad de las tareas, las diferencias de edad son más notables a medida que aumentan las exigencias de pro-
cesamiento (Wingfield et al., 1988), pero otros han descubierto que las diferencias de edad permanecen
relativamente constantes (Babcock y Salthouse, 1990).
Quizá las diferencias de edad en la capacidad son al menos tan importantes como la decreciente eficiencia
en el procesamiento, lo que implica que las personas mayores pueden tener problemas en retener la información en
la memoria de trabajo mientras están procesando simultáneamente la misma u otra información (Salthouse, Mitchell y
Palmon, 1989). Esta conclusión fue apoyada por un estudio en el que los adultos resolvían tres problemas de suma
mentalmente, pero guardaban las respuestas hasta haber resuelto los tres (Foos, 1989). El patrón de resultados
indicaba que las personas mayores procesan la información eficientemente, pero cuando dirigen sus recursos al pro-
cesamiento, ya no tienen capacidad para guardar la información en la memoria de trabajo.
En un complejo estudio, Timothy Salthouse y Renee Babcock (1991) examinaron la sucesión de dígitos y de
palabras, el cálculo, la comprensión de frases y la capacidad para resolver visualmente los problemas aritméticos
presentados mientras respondían simultáneamente a preguntas concernientes a frases habladas. Por ejemplo,
mientras escuchaban la frase «el muchacho corría con el perro» y a la vez que decían «quién» corría tenían que
resolver problemas como < 9 - 2 =?». Los investigadores descubrieron que los efectos de la capacidad de
almacenamiento en la memoria de trabajo se debían en gran medida a la disminución de la eficiencia de
procesamiento. Cuando las medidas de procesamiento eficiente estaban controladas, las diferencias de edad
disminuían notablemente. Los investigadores también descubrieron que la principal influencia en procesar con
eficiencia era la velocidad de percepción, que se medía viendo con qué rapidez los adultos podían comparar dos
letras o patrones e indicar si eran «iguales> o «diferentes». Salthouse y Babcock proponen que no es el número o la
complejidad de las operaciones lo que causa los declives relacionados con la edad en la memoria de trabajo, sino
que es la velocidad a la que pueden realizarse satisfactoriamente las operaciones elementales (véase Gráfico 19.3).
La activación lentificada de la información disminuiría la flexibilidad del procesamiento, de modo que a las personas
mayores les resultaría más dificil cambiar de un proceso a otro (Dobbs y Rule, 1989).
Si las personas mayores están en desventaja cuando han de manipular u organizar información de alguna
manera, ¿se debe a que su capacidad para almacenar conocimiento nuevo está dañada? La reorganización es una
ayuda importante, y cuando la información se ha de codificar para almacenarse permanentemente, es un tipo de
estrategia de codificación. A1 codificar material, las personas mayores puede que no usen tales estrategias. Algunos
investigadores creen que el fracaso en utilizarlas eficientemente indique que las habilidades de procesamiento de las
personas mayores se han deteriorado, imposibilitando el uso de las mismas estrategias que una vez emplearon.
Otros investigadores están convencidos de que el problema real es tanto una deficiencia de procesamiento como de
producción. Lo que quiere decir que las personas mayores son capaces de codificar información eficientemente, pero
no utilizan espontáneamente las estrategias de ayuda para la memoria. Esta visión fue apoyada por un estudio en el
que las personas mayores tenían que organizar una lista de palabras por clasificaciones, procedimiento que les
obligaba a pensar en el significado de cada una de ellas (Mitchell y Perlmutter, 1986). Cuando se les hizo un test
improvisado de memoria, las diferencias de edad desaparecieron. Las personas mayores recordaban casi tantas
palabras como los jóvenes.

Recuperación
Aunque la codificación de problemas sea aparentemente responsable de la mayor parte de las diferencias de
edad en las tareas de memoria, el proceso de recuperación puede sumarse a los mismos. A veces el material puede
almacenarse, pero escaparse cuando ésta la busca. Esta conjetura se ve respaldada por la capacidad de las
personas mayores para reconocer el material que han visto anteriormente. Cuando los adultos reconocen una lista de
palabras que no han sido capaces de recordar, la deficiencia se encuentra en el proceso de búsqueda. Ver la lista
original parece servir de pista, lo que facilita que recuperen la información.
Los resultados de los experimentos de reconocimiento se supone que prueban la eficiencia de los procesos
de codificación, puesto que el reconocimiento implica poco esfuerzo de recuperación. Los resultados de los
experimentos de recuerdo prueban el proceso de recuperación, puesto que el recordar requiere una reunificación que
bien sucede espontáneamente o acontece como respuesta a alguna clave (Perlmutter et al., 1987). Las diferencias
de edad aparecen tanto en la memoria de reconocimiento como en la de recordar, pero los experimentos indican un
declive mucho menor en la primera. Este descubrimiento no debería sorprendernos, ya que, como vimos en el
Capítulo 11, ese reconocimiento es una habilidad sencilla que muestra pocos cambios evolutivos después de los 4 o
5 años. Por tanto, en algunas condiciones, la memoria de reconocimiento de las personas mayores es tan buena
como la de los jóvenes. Cuando se enseñó a adultos de sesenta y tantos años una serie de fotografías y dibujos
lineales, reconocieron las fotografias con la misma precisión que los alumnos universitarios (Park, Puglisi Y Smith,
1986). Sin embargo, tras un período de cuatro semanas, la capacidad de reconocimiento de los alumnos
universitarios era mucho más precisa, mientras que las personas mayores se confundieron muchas más veces
(creyendo reconocer fotos que no formaban parte del juego original).
En algunas situaciones, las características de las personas estudiadas determinan si las diferencias de edad
aparecerán en los tests de reconocimiento. Los adultos que están en los 70 años y que poseen altas puntuaciones de
CI a nivel oral reconocían las palabras con la misma facilidad que los alumnos universitarios con CIs semejantes
(Bowles y Poon 1982). No obstante, los adultos que tenían bajas puntuaciones de CI a nivel oral, los que estaban en
los 70 lo hicieron mucho peor que los adultos jóvenes con CIs similares. Según parece, una gran cantidad de
conocimiento puede compensar los declives de procesamiento relacionados con el reconocimiento.
Las diferencias de edad a la hora de recordar suelen ser mayores cuando las personas están esperando
hacer una prueba. En tales estudios, las personas memorizan una lista de palabras y luego tratan de repetirlas
espontáneamente (procedimiento que se conoce como recuerdo libre). Las diferencias de edad en el recuerdo libre
aparecen por primera vez al llegar a los 30 años, y el abismo entre los de 20 y los que son mayores de esa edad se
va ampliando con cada década que pasa. El abismo se ensancha todavía más cuando a jóvenes y mayores se les da
tanto tiempo de estudio como deseen y se les anima a emplear cualquier ayuda de memorización que les sea útil.
Los resultados indican que los jóvenes sacan mayor provecho de tales condiciones que las personas mayores
(Rabinowitz, 1989). Sin embargo, las diferencias de edad disminuyen cuando los investigadores presentan claves
para la recuperación (como el nombre de una clasificación) en el momento de la prueba; esto demuestra que las
personas mayores a menudo aprenden más de lo que indican los tests (Poon, 1985).

Memoria para la información importante


La mayoría de las evaluaciones de la memoria dependen de la capacidad de los adultos para recordar
palabras aisladas. Tales tareas se encuentran en la vida cotidiana. Más importante aún es la habilidad de leer y
recordad la información importante o recordar haber realizado actividades específicas.
En el caso de la memoria para la información hablada o escrita, el objetivo es recordar lo más fundamental
del texto, no sus palabras literalmente. ¿Muestra un declive con la edad la capacidad de las personas mayores de
recordar lo que han leído en los periódicos, revistas o libros? El que surjan diferencias de edad en la comprensión de
artículos depende de factores tales como las diferencias individuales (en habilidades o conocimientos previos), la
naturaleza de la tarea (recordar o reconocer), el tipo de material a recordar (escrito u oral, claramente organizado o
sin seguir un orden) y cl tipo de instrucciones dadas (Hultsch y Dixon, 1990). Las personas mayores con una gran
habilidad oral, por ejemplo, son tan competentes como los jóvenes cuando han de recordar ideas importantes de un
artículo escrito, sin embargo aparecen diferencias de edad importantes entre los adultos con una habilidad oral pobre
(Hultsch, Hertzog y Dixon, 1984). En un grupo de adultos de edades entre los 19 y 90 años, el vocabulario fue el
principal determinante de las puntuaciones en el test de elecciones múltiples que comprendía el contenido de un
noticiario de televisión (West, Crook y Barron, 1992). Las personas mayores también pueden recordar historias de un
modo distinto que los jóvenes. Según el desarrollo de pensamiento posformal, discutido en el Capítulo 17, las
personas mayores tienden a recordar las historias de un modo más integrativo e interpretativo que los jóvenes, cuya
forma de recordar suele ser detallada y basada en los textos (C. Adams et al., 1990).
La gente raramente lleva a cabo actividades con el intento consciente de recordarlas, por lo que los
recuerdos son ejemplos de la memoria automática y accidental (Hultsch y Dixon, 1990). Las personas mayores
recuerdan acciones tan bien como los jóvenes en algunas situaciones, pero no en otras. Cuando los investigadores
pidieron a los adultos que hicieran una breve lista de acciones simples («levantar la cuchara», «mirarse en el
espejo», «oler una flor»), no surgieron diferencias de edad en la precisión de los recuerdos de los adultos respecto a
haberlas realizado (Knopf y Neidhardt, 1989). No obstante, cuando la lista de acciones que habían realizado era
extensa, aparecieron las diferencias de edad típicas en la precisión del recuerdo.
Las personas mayores también solían ser menos exactas que las jóvenes cuando tenían que recordar la
fuente de los acontecimientos que habían observado o leído. Después de haber visto un corto en el que cuatro
jóvenes secuestraban a un hombre de mediana edad, tanto jóvenes como mayores leen una versión exacta de la
película o una versión que incorpora falsas explicaciones de dos incidentes críticos (G. Cohen y Faulkner, 1989).
Después tenían que responder a dieciocho preguntas con múltiples repuestas sobre el filme. Entre los que habían
leído la versión correcta del mismo, las personas mayores recordaron los acontecimientos de la película con la misma
exactitud que los jóvenes. Mientras que entre los que habían leído la versión falsa, las personas mayores eran más
propensas que los jóvenes a decir que los incidentes mal representados en el texto habían aparecido en el corto. La
tendencia de las personas mayores a confundir la fuente de la información recordada puede deberse a problemas de
codificación. Algunos estudios indican que éstas codifican menos información contextual y por tanto carecen de este
tipo de claves que les ayudarían a identificar el origen de sus recuerdos (Burke y Light, 1981).

La metamemoria
¿Por qué las personas mayores fracasan en utilizar estrategias en las tareas de memoria? Este fallo no es
resultado de la ignorancia sobre los procesos básicos de la memoria. La mayoría de los estudios indican que las
personas mayores saben tanto sobre cómo funciona la memoria, los factores que facilitan o dificultan el recordar y la
utilidad de varias habilidades de la misma como los jóvenes (Hultsch, Hertzog y Dixon, 1987; Loewen, Shaw y Craik,
1990). Sin embargo, los jóvenes son más propensos a emplear estrategias de codificación cuando tratan de introducir
algo en la memoria. Todavía más sorprendente es el descubrimiento de que las personas mayores son al menos tan
buenas como los jóvenes en predecir cuándo podrán reconocer las respuestas factuales que no pueden recordar
(habilidad que se prueba con preguntas con respuestas múltiples) e igualmente eficientes al dirigir y evaluar su
actuación al recordar (Brigham y Pressley, 1988).
Estos hallazgos condujeron a los investigadores a determinar si los adultos también controlaban la
efectividad de las estrategias de la memoria en su propio recuerdo de actuación (Brigham y Pressley, 1988). El
estudio implicaba el uso de dos estrategias diferentes para aprender palabras nuevas. Una de ellas, que es
moderadamente efectiva, requería que las personas mayores hicieran una frase usando la nueva palabra en un
contexto que tuviera sentido. La otra, que es altamente eficaz, implicaba que anotaran una palabra conocida relacio-
nada con la nueva y luego hacer una frase utilizando ambas, la conocida y la nueva. Los jóvenes se dieron cuenta de
que esta última era mejor y se pasaron a ella cuando tuvieron que aprender más palabras nuevas. Sin embargo, la
mayoría de los adultos mayores no parecían darse cuenta del poder de la estrategia más efectiva, aunque re-
cordaban más palabras cuando la empleaban. Más aún, las personas mayores que reconocían el valor de la segunda
opción no siguieron usándola.
Quizá les preocupa menos que a los jóvenes la efectividad de las estrategias. A diferencia de los jóvenes,
que dijeron cambiar de estrategias para aumentar su capacidad de recordar, las personas mayores tendían a decir
que empleaban una de ellas porque les resultaba más sencilla o fácil de manejar.
El declive observado relacionado con la edad en el uso de estrategias de codificación acompaña a un
aumento en el empleo de ayudas externas para reforzar la memoria; las personas mayores son más proclives que los
jóvenes universitarios a hacer uso de calendarios, agendas, listas de compra y notas. Algunos investigadores han
especulado sobre el hecho de si el empleo de tales ayudas externas es otro ejemplo de compensar los fallos deí las
habilidades cognitivas (Dixon y Hultsch, 1983). Sin embargo, un estudio reciente indica que el cambio de estrategias
mentales a otras externas puede ser tanto consecuencia del estilo de vida como del cambio cognitivo. Cuando
compararon las prácticas de uso de las estrategias de los estudiantes universitarios, los adultos que no habían ido a
la universidad cuando tenían 20 años y los adultos mayores observaron que los adultos no universitarios se parecían
a los mayores cuando tenían que usar las estrategias (Loewen, Shaw y Craik, 1990). Éstos no empleaban las
estrategias de codificación mentales utilizadas por los jóvenes con mayor frecuencia que los mayores, y su uso de las
ayudas externas se quedaba entre los patrones de los otros dos grupos. Los investigadores sugieren que los adultos
con vidas variadas y muchas obligaciones tienden a confiar ‘ en las ayudas de memoria externas, mientras que los
estudiantes, cuyas vidas están regidas por la necesidad de recordar la información que han aprendido, tienen una
mayor necesidad de codificar estrategias internas. De hecho, el empleo de ayudas externas parece alcanzar la
cumbre en la mediana edad, cuando las obligaciones de la vida provocan más presión y luego decrece de algún
modo entre los mayores (Hultsch, Hertzog y Dixon, 1987).

La autoeficacia y el sentido de control


Las estretegias no son los únicos aspectos de la metamemoria que determinan el recuerdo. La autoeficacia
de los adultos mayores y el sentido de control de sus capacidades intelectuales también puede influir en su actuación
en las tareas de memoria. Tal como vimos en el Capítulo 11, la autoeficacia afecta al rendimiento de los niños en
clase, porque aparentemente afecta su motivación. Las personas que tienen una autoeficacia muy alta tienden a
ponerse metas muy altas, hacer más esfucrzo en diferentes tareas y trabajar más tiempo en ellas.
Independientemente de lo que sepan los adultos sobre los procesos de la memoria, si creen que su propia habilidad
para recordar en una situación no es buena, su actuación estará por debajo de su capacidad (Hultsch, Hertzog y
Dixon, 1989).
La autoeficacia de la memoria comprende hasta qué punto los adultos evalúan su propia capacidad de
memoria (por ejemplo, creyendo que son buenos recordando nombres) y cuánto creen que ha cambiado con la edad
(por ejemplo, creer que les resulta más dificil recordar cosas que solían hacer). Los niveles de autoeficacia suelen
predecir la actuación de la memoria en los adultos de cualquier edad (Berry, West y Dennehey, 1989). En realidad,
las creencias respecto a la autoeficacia pueden ser más poderosas que la actuación en sí en lo que se refiere al
modo en que las personas mayores enfocan la situación que implica la memoria. En un estudio, la formación en una
nueva estrategia de memoria mejoraba la actuación de las personas mayores, pero no aumentaba su autoeficacia
(Rebok y Balcerak, 1989). Por tanto, pocos de los adultos mayores la utilizaban en su nueva tarea. Cuando se
enseñó a los jóvenes la misma estrategia, su confianza en la memoria aumentó junto con su actuación y la mayoría la
adoptaron en la nueva tarea.
La percepción del control personal está íntimamente relacionada con la capacidad de recordar. Las
investigaciones indican que los jóvenes actúan a un nivel más alto cuando tienen control sobre el contenido de la
tarea a realizar (Kausler, 1990). No se está seguro si el efecto de la percepción de control cognitivo sobre el
contenido de una tarea o los procesos cognitivos cambia con la edad. En un estudio, la creencia de las personas
mayores de que si realizaban esfuerzo les ayudaría a recordar afectaba en su capacidad para recordar lo básico de
los pasajes en prosa que habían leído (Dixon y Hultsch, 1983). Entre los adultos que se encontraban en los 70 años y
que habían sido observados durante cinco años no hubo cambios significativos en la inteligencia o el sentimiento
general de control sobre el proceso cognitivo, excepto entre aquellos cuyas puntuaciones en los tests de inteligencia
fluida habían bajado (Lachman y Leff, 1989). Incluso entre los más eruditos, cuya inteligencia, autoeficacia y control
cognitivo había permanecido estable, había, sin embargo, un aumento en la creencia de que tenían que confiar en
otras personas para resolver los problemas cognitivos. Los investigadores sugieren que las personas mayores
pueden aceptar los estereotipos culturales sobre la inevitabilidad del declive cognitivo, a pesar de su elevado
rendimiento. Su extrasensibilidad a los cambios predichos puede conducirles a proteger su propia imagen, delegando
algún control, haciendo que los demás hagan tareas como rellenar los impresos para la declaración de la renta.
El impacto de la metamemoria, la autoeficacia y el control en el rendimiento de la memoria en las personas
mayores es similar al impacto en los niños. En estos últimos, las razones del impacto pueden deberse a la ingenuidad
y al nivel de desarrollo cognitivo, mientras que en los adultos mayores se debe probablemente a creencia erróneas,
falta de experiencia y preocupación. Las expectativas, atributos y creencias pueden afectar la memoria de las
personas mayores de un modo complicado, dependiendo de la forma en que cada individuo evalúa su propio pasado
y desarrollo futuro (Brandtstádter, 1989). Los informes cognitivos y empcionales pueden ser igualmente poderosos
(como sugiere el recuadro de arriba «Angustia, depresión y memoria»), así como el modo en que un adulto mayor
interpreta los acontecimientos puede ser tan importante como el hecho en sí. La percepción del control y la
autoeficacia pueden ser vitales para mantener una visión optimista.

PLASTICIDAD COGNITIVA Y FORMACION


Los declives cognitivos de la edad entre los adultos sin problemas orgánicos del cerebro aparecen
consistentemente en la investigación experimental, pero la magnitud del cambio es relativamente pequeña y tiene
poco efecto en la vida diariaSi el deterioro en el sistema nervioso es la causa de este declive cognitivo, entonces no
se puede hacer nada al respecto. No obstante, según las teorías contextuales, el desarrollo se ve altamente afectado
por el entorno cognitivo, social y físico del individuo. Puesto que estas influencias son tan poderosas, las mentes de
los mayores todavía pueden ser plásticas y estar abiertas al cambio.
Más de una década de investigación ha apoyado esta visión (Lerner, 1990). A través de varios programas de
formación, los adultos mayores han mejorado la calidad de su capacidad para resolver problemas, el funcionamiento
de la memoria de trabajo y las puntuaciones en los tests de inteligencia fluida. Estas investigaciones indican que la no
utilización y la falta de estímulo cognitivo son la causa de al menos parte de los declives que aparecen
consistentemente en los estudios experimentales.
No importa cuál sea la técnica empleada para mejorar el aprendizaje y las habilidades para resolver
problemas, la formación suele ser efectiva. Las personas mayores que habían seguido la formación al presentarles
los mismos tipos de problemas que habían realizado durante la misma, solían utilizar las nuevas estrategias. La
cuestión es si los adultos que las emplean con eficiencia para resolver problemas específicos las transferirán a otros
que no son tan similares. Como regla general, sólo suelen hacerlo en situaciones semejantes.
En un programa de intervención que utilizaba videojuegos para acelerar el procesamiento de información en
las personas mayores, la transferencia era evidente (Clark, Lanphear y Riddick, 1987). Las exigencias de los
videojuegos controlaban la atención y el procesamiento rápido de la información. Siete días de práctica diaria jugando
al «Pac Man» y al «Donkey Kong» dieron como fruto un enorme aumento en las puntuaciones de los juegos, tal como
cabía esperar. Estas habilidades también se transfirieron a respuestas más eficientes en otras situaciones. Eran más
rápidas y precisas en un test de tiempo de reacción en el que se había de presionar una tecla.
Los programas de entrenamiento de la memoria en los que los adultos aprenden nuevas estrategias de
codificación han tenido éxito en mejorar las habilidades de la memoria. En un estudio (Kliegl y Baltes, 1987), los
adultos sanos de 60 y 70 años aprendieron algunas estrategias que utilizan los expertos de memoria para recordar
listas de palabras y dígitos. Tras un entrenamiento intensivo, estos adultos mayores, con una media de CI por encima
de lo normal, obtuvieron resultados impresionantes. Los adultos más destacados que emplearon una estrategia que
implicaba recodificar dígitos en una lista de fechas históricas conocidas, una mujer de 69 años podía recordar una
lista de 120 dígitos presentada a un ritmo de un dígito cada ocho segundos. Podía recordar más dígitos
correctamente que los jóvenes con CIs medios que habían aprendido la misma técnica. La mayor parte de adultos
mayores han ampliado sus reservas cognitivas.
Sin embargo, todavía hay algunas diferencias. Cuando se le forzó a recordar dígitos a una velocidad rápida,
la mujer -y todos los otros adultos mayores del estudio --- lo hicieron bastante peor que los jóvenes. Los jóvenes
también han recurrido a sus capacidades de reserva y pueden procesar el material con más rapidez. En otro estudio
de memoria (Kliegl, Smith y Baltes, 1990), el empleo de una nueva estrategia de memoria mejoró notablemente el
rendimiento, pero también puso de relieve las diferencias de edad. Los jóvenes mejoraron más que los mayores, lo
que sugiere que la capacidad de reserva disminuye con la edad. Una vez más, los mayores sólo fueron expertos
cuando las palabras aparecían despacio.
Cuando se les enseñó una técnica para elevar al cuadrado mentalmente números de dos cifras, las personas
mayores aprendieron casi al mismo ritmo que los jóvenes, pero necesitaron casi el doble de tiempo para responder
(J. Campbell y Charness, 1990). Los adultos de todas las edades aprendieron a calcular a elevar al cuadrado el doble
de rápido y con la mitad de errores que en la fase de aprendizaje, pero las diferencias de edad seguían presentes. A1
final del estudio no había diferencias de edad en los errores de cálculo, pero las personas mayores continuaban
haciendo más errores de memoria de trabajo (como omitir un subtotal o seleccionar un número incorrecto de una
etapa anterior).
Los programas de entrenamiento para la inteligencia fluida también han puesto de manifiesto impresionantes
mejoras en las personas mayores. Uno de esos estudios utilizó las matrices progresivas de Raven, test que requiere
que la persona seleccione una de las alternativas que completaría un diseño en el que falta una sección (Denney y
Heidrich, 1990). El rendimiento en este test suele decrecer con la edad. Tras una sola y breve sesión, hombres y
mujeres de todas las edades lo hicieron significativamente mejor en la prueba que los del grupo de control. El efecto
del entrenamiento fue el mismo en todas las edades, por lo que las diferencias de edad no influyeron.
Los investigadores, al trabajar con adultos de 64 a 95 años, han obtenido buenos resultados en invertir los
efectos de los declives a largo plazo en dos tests de inteligencia fluida: razonamiento inductivo y orientación espacial
(Schaie y Willis, 1986b). Los adultos pertenecían a un estudio longitudinal de CI y habían hecho varias pruebas en un
período de catorce años. Casi la mitad no daban indicios de declive en ninguna de las habilidades, casi un tercio
había sufrido pérdidas en una de ellas y casi un cuarto tenía problemas con ambas. Tras un curso de cinco horas de
entrenamiento, el 40 por 100 de los adultos que había sufrido pérdidas en ambas recuperaron completamente su
habilidad; sus puntuaciones eran tan altas como catorce años antes (véase Gráfico 19.4). Otro 20 por 100 mostró
mejoras, aunque sus puntuaciones no habían alcanzado el nivel anterior. Entre los adultos cuyas puntuaciones
habían permanecido estables durante catorce años, más del 50 por 100 mostró grandes mejoras en razonamiento
inductivo y un 40 por 100 en orientación espacial. Ni la edad ni la educación ni los ingresos afectaron a este patrón.
Otros adultos que habían recibido entrenamiento en las relaciones numéricas, otra habilidad de la inteligencia
fluida, conservaron una mayor proporción de beneficios en el transcurso de siete años a medida que se iban
haciendo más mayores (Willis y Nesselroade, 1990). Los adultos recibieron cinco sesiones de entrenamiento en cada
una de las tres fases (1979, 1981, 1986). Al final de las pruebas, estos adultos a finales de los 70 años y poco más de
80 todavía lo hacían notablemente mejor que antes de la primera sesión de entrenamiento, indicando que en la
tercera edad todavía queda una considerable plasticidad cognitiva.
Las sesiones elaboradas con educadores no son necesarias para las pequeñas mejoras obtenidas en estos
estudios. Las personas mayores adultas entre 63 y 90 años que trabajaron por su cuenta con un manual de prácticas
obtuvieron resultados tan impresionantes en las relaciones numéricas como los que habían recibido instrucción
específica (P. Baltes, Sowarka y Kliegl, 1989). Según parece, las personas mayores pueden activar sus reservas
cognitivas por sí solas.
Los estudios de preparación ofrecen entrenamiento a corto plazo y luego envían de nuevo a los adultos a sus
entornos habituales. Si la intervención duró lo bastante, el funcionamiento cognitivo puede potenciarse mucho más de
lo que indican los estudios (Lerner, 1990). Quizá gran parte del deterioro en la función cognitiva relacionada con la
edad pueda prevenirse si el entorno de las personas mayores proporciona un estímulo cognitivo adecuado. En el
siguiente capítulo, a medida que consideremos el contexto de las vidas de las personas mayores, mantendremos
esta posibilidad en la mente.
MITOS SOBRE ENVEJECER
La mayor parte de las personas tienen muchas ideas equivocadas respecto a hacerse mayor. Éstas son, en
parte, responsables de la discriminación por la edad y de nuestras expectativas respecto a la conducta de los
mayores.
CAMBIOS BIOLÓGICOS
Con la edad tienen lugar algunas pérdidas sensoriales, pero éstas no son uniformes y varían mucho de una
persona a otra. Las acciones motoras, las decisiones y la resolución de problemas llevan más tiempo que antes.
Según la hipótesis de lentificación periférica, la ejecución lenta es consecuencia del envejecimiento del sistema
nervioso periférico. De acuerdo con la hipótesis de lentitud generalizada, el procesamiento también se vuelve
más lento en el cerebro.
Utilizando la tomografía axial computarizada (TAC), los investigadores han observado una disminución del
tamaño del cerebro a medida que la edad avanza, excepto en aquellos adultos que han pasado cuidadosos
exámenes médicos y no tienen ninguna enfermedad. La muerte neuronal que sucede a la desaparición de
neurotransmisores puede ser la causa de la lentitud en el procesamiento, aunque el crecimiento de nuevas fibras
pueda compensar tales pérdidas. Algunos investigadores sugieren que la pereza debida a la falta de estar alerta
puede aumentar los efectos del envejecimiento cognitivo.
La salud, no la edad, es el principal medio de ;predecir el declive cognitivo, y los problemas cognitivos graves
suelen ser signo de trastornos orgánicos en el cerebro. Entre los irreversibles se encuentran la demencia
multiinfarto (causada por enfermedades cardiovasculares) y la enfermedad de Alzheimer (aparentemente debida a
genes defectuosos o a una combinación de circunstancias genéticas y del entorno). El delírium, que refleja los
problemas en el metabolismo a través del cerebro, puede tener muchas causas y con frecuencia es reversible.
APRENDIZAJE Y PENSAMIENTO
Las personas mayores parecen tener más problemas que los jóvenes en aprender material nuevo. Tanto si
los investigadores observan la atención selectiva, la mantenida o la dividida, las personas mayores parecen hacerlo
bien en las tareas sencillas, pero la calidad de su actuación disminuye cuando la tarea se acelera o es compleja. En
las que requieren un cambio de atención, las personas mayores son más rápidas y precisas que los jóvenes. Algunos
investigadores explican las diferencias de edad en la atención y la resolución de problemas como resultado de
suministros limitados de energía mental en las personas mayores. Otros creen que los declives relacionados con la
edad a la hora de resolver problemas pueden ser debidos a no saber utilizar estas habilidades de forma regular.
El que las personas mayores sean sabias depende de sus experiencias, motivación y recursos personales.
Algunos investigadores ven la sabiduría como la aplicación del pensamiento posformal por parte de un experto en la
pragmática fundamental de la vida, pero otros creen que ésta depende en gran medida del desarrollo de una
personalidad excepcional, así como en un alto nivel de cognición.
LA MEMORIA EN LA ÚLTIMA ETAPA DE LA VIDA
La memoria sensorial no parece disminuir con la edad, tampoco existe ningún deterioro en la capacidad
estructural de la memoria a corto plazo o en la retención de información en la memoria a largo plazo. Sin embargo, la
capacidad operacional de la primera o la memoria de trabajo se vuelve menos eficiente. Cuando los adultos han de
manipular o reorganizar información, las diferencias de edad son evidentes. El fracaso de los adultos en no saber
utilizar estrategias de codificación eficientes puede ser básicamente a causa de una deficiencia en la producción. Las
diferencias de edad en el reconocimiento son pequeñas, pero el declive en recordar es mucho mayor, especialmente
cuando no se dan pistas.
La memoria para la información relevante no muestra muchos declives entre los adultos con una gran
habilidad oral, pero éstos son claros cuando dicha habilidad es baja. Las personas mayores tienen problemas en
recordar la fuente de la información almacenada porque codifican menos información contextual. Incluso las personas
mayores son conscientes de la efectividad de las estrategias de codificación sofisticadas, las usan menos, prefieren
las externas que sean más simples o fáciles de usar. Este cambio puede ser debido al estilo de vida, porque también
aparece entre jóvenes que tienen empleo. Entre los adultos de todas las edades, el nivel de autoeficacia es una
forma importante de predecir la actuación de la memoria.
PLASTICIDAD COGNITIVA Y FORMACION Las mentes mayores retienen un grado de plasticidad. Los
programas de entrenamiento han acelerado el procesamiento de información, reducido las diferencias en recordar e
invertido los declives en las habilidades de inteligencia fluida.

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