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- Intro: Justificación. 3
II – Escritura y texto 51
2.1 El texto como rubrica y la firma como texto. 52
2.2 La rebelión de lo marginal (el parargón y el “fenómeno” de invaginación). 58
2.3 Una novela seguida. 64
2.4 El texto como ciudad y la ciudad como museo. 66
1
El cual comprende una introducción, un supuesto marco teórico, cuatro capítulos con aparentes
divisiones, un índice y esta nota al pie. Sin embargo, sabe que algo se escapa, no procura abarcarlo
todo porque sabe que no se puede comprender ni siquiera a sí mismo (no hay índice para este
índice… Cf. Los postulados acerca del conjunto inconsciente de Russell, ver Capt. IV).
1
III– Lecturas y lectores 75
3.1 Posición: el problema de la procedencia y la pertenencia. 77
3.2 Los pliegues de la lectura y el rodeo metafórico. 79
3.2.1 El espacio de la lectura y el tiempo del texto. 80
3.2.1.1 Vigilia y muerte; interpretar en Macedonio Fernández. 83
3.2.1.2 Elenabellamuerte: escribir-esperar, leer-velar 88
3.2.1.3 La recienvenidez de Recienvenido 92
3.2.2 b. El intérprete y lo interpretable, en el camino de la diferencia 94
3.2.2.1 El ser humano como intérprete. 94
3.2.2.2 El mundo como interpretable. 98
3.2.2.3 De la interpretación a la lectura (escribir-citar). 101
3.2.2.4 Iterabilidad y diferencia en la apertura interpretativa. 103
- Bibliografía. 129
2
Me pidió que buscara la primera hoja.
Apoyé la mano izquierda sobre la portada
Y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice.
Todo fue inútil: siempre se interponían
varias hojas entre la portada y la mano
Era como si brotaran del libro.
J. L. Borges. El libro de arena.
Intro2
Uno de las cosas que advierto y, aunque no pido disculpas por ello, pretendo
justificar, es el cambio irregular de ciertos tiempos verbales y de la persona
gramatical en el presente escrito.
Aunque la verdadera justificación de esta libertad que me he tomado se encuentra
diseminada a lo largo de este trabajo, adelanto que para el propósito del texto es vital
que desde su “forma” (estructura gramatical) se cuestione la autoría, el origen y la
propiedad de la obra misma.
El yo que en ocasiones asume la propiedad de estas palabras, intenta ser-hacer
consciente de la mancomunidad del texto: los lectores también se enuncian como
sujetos de los verbos escribir, entender, ver, leer, etc. Expresiones como:
Mi propósito…
Como se verá…
He intentado…
La intención de este trabajo…
Más adelante veremos…
Se leerá…,
Además, Macedonio Fernández es más que su nombre y que su obra. Por ello,
cuando me refiera a él lo haré indistintamente acerca de todos sus homónimos que
juegan y usurpan su obra. No me ocuparé de biologismos ni biografías historicistas.
Se trata de leer la escritura macedoniana en el desborde de la obra y el ocultamiento
de (una) vida.
2
También a manera de prólogo, es decir de escritura precedente, procedente y precedible, ¿pero
acaso presente, pre-existente y correctiva?
3
La Belarte como “objeto” de este trabajo
El yo
Reenvíos capitulares
¿Por qué excluir los recursos de prolepsis y analepsis a los textos llamados
narrativos? ¿Acaso esto asegura la tan ansiada diferencia entre crítica y literatura,
teoría y practica…, entre la instrucción y el poema?
En vista de que la anterior es una pregunta retórica3, aspiro a no tener que justificar
la escritura un poco salteada de este texto; tan sólo advierto al lector seguido que
este trabajo también lo puede leer seguido.
Además, ya se verá que la mejor manera de tejer una red es atar muchos nudos. Y
que, tal vez, la mejor manera de recorrer un texto es buscar cabos sueltos. Pero,
¿Quién ejercerá estas tareas? ¿En realidad son dos tareas distintas?
Macedonio recordaba al lector que él era el norte del texto, de un texto que aún
espera ser escrito.
Si aún el lector –usted– espera encontrar una estructura única de estas notas sobre
la lectura de Macedonio Fernández, es hora de que escriba. Si hay títulos y una
distribución espacial que insinúe un determinado esquema, no es el de mi lectura ni
3
Aquí va otra: ¿Cuándo y cómo saber si una pregunta pregunta?
4
tiene que ser el suyo. Yo sólo he optado por ciertas herramientas que espero me
permitan explicarme mejor o traicionarme menos. Por ello, las citas, las notas al pie y
los paréntesis representan un intento por diluir la distribución “capitular” de la que
hacen parte. Lo cual no implica que sean fragmentos anexos, suplementarios o
marginales. ¡No les he restado relevancia y espero que el lector tampoco!
Sin embargo, mis citas pueden catalogarse en dos grupos: las que preceden una
fuente aparentemente originaria (Inicial del autor, año, título del texto y página) y las
que se encuentran en cursiva o itálica sin referencia exacta a su lugar de origen. En
cuanto a la ubicación de éstas, también se pueden distinguir dos clases de citas: las
que se encuentran en el cuerpo del texto (en papel y con un tabulado respecto al
texto plano), y las que se encuentran en los acetatos superpuestos, en las cuales
intento exponer mi propuesta a trasluz de citas y referencias de Derrida y
Macedonio. Por lo cual, estas últimas aluden indeterminadamente a lo que se
menciona en el texto impreso en las hojas de papel.
Además, dado que en algunos casos las citas textuales son tomadas de artículos de
la Internet, éstos carecen de año y página. Me he tomado esta libertad, no sólo
porque la huella de estas marcas se ha perdido en el tejido de mis lecturas, sino
porque considero que su referencia no sería ni exacta ni necesaria.
Las comillas
Las comillas se me ofrecen no sólo como uno de los recursos más eficaces para
mencionar términos o conceptos anclados a teorías, significados o situaciones
determinadas, sino también para diseminar su campo semántico. Las comillas anulan
las dicotomías literal-figurado, conciso-ambiguo y propio-ajeno; por ello, son parte
fundamental de este doble entramado de escrituras, donde el sentido está diferido
por su otro: todo significado está en lugar de un significante.
5
Advertencia
Última advertencia
6
0.
“Margen teórico”:
4
Cf. “Posiciones”, entrevista de Derrida con Jean-Louis Houdebine y Guy Scarpeta.,
www.derridaencastellano.com. La dialéctica es una máscara más de la metafísica logocéntrica; o,
como diría Carlos Bonil, una posición no implica una oposición; No implica una trascendencia. Una posición
le importa a quien le(a) importa. ¡Ufff!-.
7
La lingüística y la filosofía analítica ante el anhelo romántico
de un significante trascendental.
Frege plantea que en los procesos de significación todo aquello que no es objeto es
función; o más bien, que toda proposición o semema8, designa un objeto o una
función. La diferencia básica entre estos dos términos (¿conceptos?) es que el
primero es completo, determinado y, por lo tanto, se podría pensar que su significado
es ontológico, autónomo e independiente; mientras que la función, gracias a su
carácter no saturado, necesita de un argumento (una variable) para adquirir –
prometer– un sentido o significado.
5
Respecto al concepto de mimesis Derrida denuncia las aporías que éste implica, recordándonos
que ya en Artaud se anuncia el límite de la representación: “El teatro de la crueldad no es una
representación. Es la vida misma en lo que ésta tiene de irrepresentable. La vida es el origen no
representable de la representación (…) ¿no es la mimesis la forma más ingenua de la
representación? Como Nietzsche –y las afinidades no se detendrían aquí– Artaud quiere, pues,
acabar con el concepto imitativo del arte” (Tomado de “Freud y la escena de la escritura”, en La
escritura y la diferencia).
6
Básicamente Eco, Jauss e Iser.
7
Gottlob Frege, Estudios sobre semántica.
8
Recordemos que para Eco el texto es un semema extendido: “El semema es un texto virtual y el
texto es la extensión de un semema”. Lector in Fábula, Capítulo II, p. 41.
8
dos o más argumentos (variables) las llama relaciones. Lo que para el presente
trabajo implica ver al texto, más como una relación que como un concepto. Ya que el
texto en general, y por supuesto el texto macedoniano, se ofrece como un “conjunto”
indeterminado de variables.
Frege ejemplifica su propuesta diciendo que una expresión como <el lucero matutino
es (el planeta) Venus>, es un nombre cuya referencia es un objeto, (que además
nunca podrá ser toda la referencia del “predicado”). Mientras que <el lucero matutino
es un planeta> es una expresión functorial. Sin embargo, entender al texto como una
expresión functorial es más fácil si se ve que éste, al igual que una expresión
matemática como “3x+2”, o como cualquier ecuación, exige que el lector aplique uno
o más argumentos (variables), que reemplace la “X” o los vacíos de indeterminación,
en su búsqueda interpretativa9.
De esta manera, si aceptamos con los teóricos de la recepción, que un texto literario
exige un lector que aporte algo que no está presente en el texto, que active sus
posible lecturas y significados, podemos pensar el texto literario como una expresión
functorial que permite y prefigura determinadas interpretaciones; para las cuales el
lector aporta una variable con el fin de poder emitir un juicio sobre la obra, o más aún
para “crear” la obra literaria10.
Así, lo que considero útil de Frege, para este trabajo, es que adjudica a la expresión
functorial una vaguedad o un vacío, que en el caso de la literatura (y tal vez en toda
lectura, en cuanto “apertura” de la semiosis) parece ser la puerta de entrada del
lector. Puerta o quicio en el que Macedonio se sitúa para invitar al lector despabilado
que aún no sabe que ya está en la novela (leyendo y no viviendo), y para ahuyentar
a los lectores que sólo quieren husmear por las ventanas (aquellos que esperan un
final o que son perezosos para concluir y/o para empezar).
De ahí, que un texto totalmente determinado (si es que existe) sería un objeto que
evadiría cualquier interpretación, e indicaría inequívocamente su significado.
Significado que además estaría determinado de manera invariable (lo cual considero
absurdo, no sólo para un texto sino para cualquier signo o semema). Mientras que si
concebimos el texto en términos de función, como tal no significa algo determinado
sino que alude indeterminadamente a diversos significados (prefigurados no por el
autor, sino por la misma des-estructuración del texto, cada lectura). Así, el texto
apelaría a un lector que coloque un argumento, una apuesta interpretativa guiada
(pero no condicionada) por el texto, para dar lugar a la obra de arte: diseminar la
escritura.
9
Esta búsqueda debe entenderse en el buen sentido de la hermenéutica, y no como una
expurgación algo que ya está y estará allí, como un sentido esencial, ontológico y metafísico.
10
Como más adelante se verá, para Iser la obra artística no es ni el texto plasmado por el autor ni
la interpretación o concreción del texto en el lector, sino la convergencia de estos dos “polos
estéticos”. Así la obra de arte “no es idéntica ni al texto ni a su concreción” (Iser, 1989, p. 44).
9
Por otro lado, me excuso de no intentar abarcar toda una obra y de saltar entre los
diversos textos, refugiándome en la idea derridiana del texto global, en la que éste se
configura como un quiasma seminal y polisémico; donde los diversos discursos de
Macedonio pueden estudiarse como un architexto poblado de múltiples huellas o
posibles significados que permiten entablar “infinitas” relaciones entre sus
fragmentos (frames o trazas textuales). Así, consciente de que nunca se puede
rastrear un origen ni dar un ultimátum sobre un significado, el deslizarme de un texto
a otro parece ser una condición y/o posibilidad incluso en Macedonio, a pesar de que
éste afirme que el lector salteado debe leer seguida su novela. Así, esta posibilidad
no es exclusiva del discurso macedoniano; ésta se encuentra garantizada en Derrida
por el “concepto” de Différance: acción de diferir y aplazar, propia del acto
interpretativo11. Por ello, en este trabajo intento leer a –y entre– Macedonio y
Derrida, uno a la luz del otro, saltando a través de sus discursos.
11
Aquí y en todo lugar, todo significado está en lugar de un significante, provocando una cadena
sémica indomable (diseminación), similar a la de Peirce.
12
Términos que encarnan los planteamientos de Platón, Hegel, y la estela que entre ellos se
despliega; y de la que este trabajo hace parte, a pesar de intentar entrever sus implicaciones y
clausurar su economía. Total, la metafísica es la historia del ser, del olvido del ser, de la diferencia
entre el ser y el ente. Por ello, rechazar, ignorar y hasta criticar ese olvido, tal vez, implica el
emplazamiento mismo de sus dicotomías y supuestos.
10
Macedonio, y si allí sólo se invierte la jerarquía tradicional o si se revalúa la oposición
en sí. Lo cual haría que la obra de Macedonio escape –o ataque– al
logofonocentrismo metafísico denunciado por Derrida.
De esta manera, aprovecho esta introducción –prólogo que prologa y pospone– para
presentar este trabajo como un acercamiento a otros prólogos que se rev-b-elan ante
la marginalidad a la que los ha sometido la novela y la tradición logocéntrica y
estructuralista13. Además, adelanto que los conceptos y teorías que usaré al
considerar la obra de Macedonio en relación con la tradición romántica, no serán
expuestos bajo ningún marco teórico, sino en el capítulo en que se mire la propuesta
de Macedonio en relación con esa huella irrecogible e imborrable14, que es la
tradición. Tradición en que, por supuesto, se inscribe también la obra de Macedonio
(su huella).
“Habría, desde ahora, que adelantar que una de las tesis -hay más que una-
inscritas en la diseminación es justamente la imposibilidad de reducir un texto
13
Según el índice de El Museo de la novela de la Eterna, éste está compuesto por 19 prólogos, 11
cartas, 20 capítulos y otros 33 “tipos” de pre-sentaciones que prologan, prorrogan y posponen la
obra misma (su escritura).
14
Cf. Cuartas, J. M., p. 112, acerca de la huella en Macedonio y Derrida.
15
Para ello me remitiré a D. Henrich y la relación que encuentra entre Hegel y Hölderlin, y a
textos como El Alma romántica y el sueño, de Albert Béguin, capítulo “El renacimiento renace”,
donde hace un recorrido histórico de las filosofías naturales, la búsqueda de la unidad esencial, y el
diálogo entre el “yo” y “el alma del Mundo”. También recurriré al El espejo y la lámpara; de
Abrams, de donde se puede intuir que en una obra como Frankenstein ya hay una reformulación de
las ideas de la “gracia” y de la aparición espontánea y casi sorprendente de la obra (en cuyo
prólogo se anuncia cómo la obra deja de ser ajena o inconsciente y se formula a sí misma en
oposición a la figura del “inocente genio vegetativo”). De Abrams también aprovecho su otro
libro, Tradición y revolución. Y principalmente, sus postulados sobre “el Hombre dividido y
reunificado”, y “La jornada circular” (Capt. III).
11
como tal a sus efectos de sentido, de contenido, de tesis o de tema” (D. 1975, La
Diseminación, p. 8).16
Peligro que pienso esquivar, ya que no pretendo reducir el texto a ningún tipo de
efecto; aunque intentaré hacer algunas apuestas sobre éstos, teniendo en cuenta
algunas tesis de la teoría de la recepción.
De esta manera, expongo, a continuación, tres posibles “limites” u Horizontes con los
que se enfrenta y de los que surge este trabajo: la teoría de la recepción, la
decostrucción y la metafísica.17
Efecto y recepción
(...) Una función no representa un significado,
sino que efectúa algo
W. Iser. El acto de leer.
16
Derrida, Jacques. La Diseminación, Fundamentos, Madrid, 1975, p. 8. También citado por
Cuartas p. 105. Pero el subrayado es mío.
17
Horizontes que amenazan con triangular la Belarte, pero que, en últimas, la diseminan; son rutas
por donde se exfolia la escritura macedoniana, al igual que el “presente” trabajo.
18
Iser, Wolfgang. El acto de leer, teoría del efecto estético. Taurus, Madrid 1987. En adelante me referiré
a este texto: (Iser, número de página). Cuando cite otro(s) texto(s) lo indicaré.
19
Iser, Wolfgang, Estética de la recepción, Visor, Madrid, 1989.
12
… el proceso en el que aparece este significado es anterior a su explicación
discursiva (crítica), en consecuencia, debe ser de interés prominente la
constitución del sentido, averiguado por medio de la interpretación. (Iser, p.
40.)
Iser entiende la obra literaria como algo diferente tanto del texto como de su
concreción. Afirma que ésta contiene u oscila entre dos polos: uno, el artístico, que
describe el texto creado por el autor; y otro, el estético, que describe el texto que
actualiza o concreta el lector.
Es decir, la obra literaria posee un carácter virtual y surge allí donde texto y lector
convergen. Por lo tanto, en este “proceso de constituirse el texto en la consciencia
del lector”, la interpretación no se reduce a enunciar el “contenido del sentido del
texto, sino a atender a la condición de la constitución del mismo sentido” (Iser, p. 44).
Por ello, pretendo ver cómo la escritura macedoniana se “presenta” y promete bajo el
juego de su propia indeterminación. Sus vacíos y sus espacios en blanco posibilitan y
exigen la participación o cooperación por parte del lector, para que éste sea quien
formule el texto, y su posible intención –aunque, como se verá, ésta ni para
Macedonio ni para mí es Una–.
De esta manera, destaco algunos puntos mediante los cuales Iser presenta la
“experiencia estética” como una “reelaboración práctica” (Iser, p. 51) en la lectura, a
partir de las siguientes hipótesis:
20
Lo cual, como se verá, es compatible con la idea del texto global de Derrida.
13
prefiguran y permiten un haz de posibles interpretaciones según el sentido que el
contexto del receptor le adjudique a la obra.21
- “no existe conocimiento ni percepción no mediada”.22 El habla de ficción (propia de
los textos literarios) crea “representaciones mediante organizaciones de símbolos
que sean eficaces para hacer presente lo ausente” (Iser, p.p.107-108). Lo cual
caracteriza el habla de ficción como autorreflexiva. Para Iser el receptor es quien
crea el contexto situacional, orientado por las indicaciones que le da el texto; lo cual
implica que éste establece constantemente una relación con realidades
extratextuales.23 Con lo que también se garantiza el concepto de polisemia y
sobredeterminación, ya que éstos dependen de la indeterminación textual.
El lector implícito
Tan importante es la figura del lector para Iser, que al igual que muchos críticos,
describe y denomina por medio de un adjetivo a esta figura “prototípica”. Así como
Eco postula su lector modelo, Wolff el lector pretendido, Riffaterre el archilector y
Fish el lector informado, Iser nos habla de un lector implícito, quien no posee una
existencia real-física, sino que “encarna la totalidad de preorientaciones que un texto
de ficción ofrece a sus posibles lectores” (Iser, p. 64). De lo que se infiere que el
lector siempre está pensado de antemano (por el texto, no por el autor, o por lo
menos no necesariamente de manera consciente). Lo cual no implica que el lector
implícito esté determinado –o sea determinable–, ya que ni la misma obra lo está. El
21
Lo cual está muy cerca, a mi entender, de la propuesta del segundo Wittgenstein, para quien el
significado está en el uso (una palabra significa lo que su explicación explica); y de N. Frye, quien
afirma que “el autor aporta las palabras y el lector el significado” (-este último, citado por el
propio Iser en el Capt. II). Sin embargo, éste es uno de los puntos en los que –con Derrida– me
distancio de Iser, ya que, si bien todo significado depende del contexto en el que se “produzca” o
“use” el signo –Wittgenstein no aclara qué es lo que se usa realmente–, considero que “todo”
contexto es indeterminable: nombrarlo es ampliarlo.
22
Este punto es de esencial importancia, como nexo entre Macedonio, Derrida e Iser: la
mediación será el carácter propio de la suplementariedad, con el que se decostruye la metafísica de
la presencia. Por ello este último planteamiento entrará, silenciosamente, en franca lid con la
suplementariedad anunciada por Derrida como el aplazamiento siempre diferido de la presencia, y
descrita por Macedonio y Recienvenido en su mucho anunciarse desde la ausencia.
23
Lo que en principio parece contradecir el concepto de texto en Derrida. Problema que por
ahora no atenderé.
24
Aquí, además ratifica que la teoría del efecto presupone la separación analítica entre estructura
de realización y resultado, y que por lo tanto no se pregunta por lo que el texto significa.
14
lector implícito es el “lugar” donde se funden la “estructura de texto” y la “estructura
de acto”, en el proceso de transferir, a través de actos de representación, la
estructura del texto a la experiencia del lector.
Para comprender la idea del lector implícito es necesario verlo en relación con “la
constitución del sujeto lector”, problema al que Iser dedica el tercer capítulo de El
acto de leer; y en el cual se apoya en las reflexiones de Puolet. Iser retoma de Poulet
la idea de que el texto sólo obtiene su plena existencia en el lector, quien se
convierte en “sujeto de las ideas leídas”. De esta manera, parece compartir la idea de
la lectura como un acceso posible a la experiencia ajena, experiencia en la que para
Poulet, paradójicamente “yo pronuncio mentalmente un yo, y sin embargo el yo que
pronuncio no es yo-mismo”. (Iser, p. 244.). “Paradoja” que también es trabajada por
Ricoeur, y que es una problemática evidente en los escritos de Macedonio, quien
aprovecha esta aporía de toda narración para conmover la consciencia de su lector:
el yo del lector.
Iser retoma este Yo-otro, que se pronuncia en la lectura, afirmando que es una
presencia potencial del autor susceptible de ser interiorizada en el lector. Tanto para
Iser como para Poulet, el leer se caracteriza por ser un acto en el que el lector ofrece
su consciencia a las ideas del autor. Al respecto se cita a Poulet: ... “no sólo le doy
(al texto) la existencia sino la consciencia de la existencia” (Iser, p. 244). Exigencia
explícita, aunque tal vez irónica, en Macedonio.
25
Aspecto con el que W. F. Hegel caracteriza al arte romántico. W. F. Hegel, Estética.
15
El texto
Así, para Iser, el carácter pragmático del texto parece tener dos “momentos”: el autor
prefigura o modela unos posibles recorridos de lectura que, luego, el lector deberá
actualizar.27 Por esto, ya que el libro, en cuanto unidad o conjunto de unidades
lingüísticas, requiere de un contexto determinado y determinante (lo cual es
cuestionado por Derrida, Macedonio y por el presente trabajo). Para Iser, en primera
instancia el autor significa su obra presuponiendo unos posibles usos y contextos por
parte del lector, que permitirán adjudicar un significado (específico aunque no único
ni fijo) al texto. Por otro lado, la forma en que el lector use, actualice, o
recontextualice el texto activará una o varias de las posibles significaciones
prefiguradas, o no, por el autor implícito (estrategia del texto). Así, esta postura de
corte positivista implica la denuncia de lecturas aberradas en el caso de que se forjen
recorridos de lectura no permitidos por el canon lector,28 y se sustenten en la idea de
un supuesto origen o significante textual con el que debe concordar nuestra
interpretación ¡Cómo si pudiéramos numerar los recorridos de lectura y determinar el
texto y sus contextos! Por lo cual, aquí, pretendo mostrar cómo Macedonio, al igual
que Derrida, revalúa estos postulados al mostrar cómo la lectura, el texto y la
escritura se niegan a ser determinados.
Pero continuando con la propuesta de Iser, éste retoma los postulados de J. Austin y
la teoría de los actos de habla, y afirma que el habla de ficción genera un objeto
imaginario, ya que permite y da todas las indicaciones para que el receptor de la
expresión cree el contexto situacional, es decir la organización simbólica del texto.
26
¡Cómo si los objetos no fueran signos! Esta dicotomía es otro de los distanciamientos de Iser
para con Derrida y el presente trabajo.
27
También Jauss en su analítica de la lectura nos habla en términos de creación y actualización
pero estructura este proceso en tres fases interdependientes: aistesis, catarsis y poiesis. De manera,
que la poiesis es analogable al segundo momento planteado por Iser en tanto actualización de los
espacios de indeterminación.
28
Negar la investidura o cuestionar la jurisprudencia del canon lector no implica, por lo menos
aquí, ignorar su poder. Somos, lo queramos o no, parte de una comunidad lectora, y nuestros
juicios sólo son posibles bajo sus dominios –incluso en el desconocimiento de ellos. Lo cual
revela la importancia de un concepto como el de fusión de horizontes, a pesar de su utópica
concepción del pasado -tradición-, como algo que conservamos pacíficamente y cuestionamos
dócilmente (concepto que, sin embargo, parece menos positivista en Jauss que en Gadamer).
16
Así, la teoría del efecto, como su nombre lo indica, encuentra el “significado” de un
texto en la manera como éste actúa, teniendo en cuenta que la forma en que
funcione depende también de su estructura semántica y sintáctica. Y para esto, Iser
centra su estudio no en el objeto-libro, sino en el acto de retroinformación entre texto
y lector (servomecanismo). Pero, aunque tiene en cuenta que al cambiar el lector
también cambia la interpretación, no sospecha la determinación del contexto como
un imposible o una idealización –tal como lo hará Macedonio y Derrida-.
De esta manera, Iser considera que la optimación del texto depende del marco
situacional en que se actualice; es decir: de los conocimientos del lector, de su
disponibilidad de entrega a una actividad que le es extraña (la fusión de horizontes,
en Jauss). Por lo cual, la lectura también dependerá de las estrategias que el autor
prefigure en el objeto-libro. Así, Iser relega la pregunta por lo que significa el texto, y
se centra en cómo el lector usa o significa al texto,29 en cómo texto y lector se
articulan y cooperan mutuamente, cómo se usan para poder adjudicar o (a)enunciar
un “sentido” (al) del texto.
La obra literaria
Teniendo en cuenta que para Iser la obra literaria sólo tiene lugar “en el proceso de
constituirse el texto en la consciencia del lector” (Iser, p.44), considero que en textos
bastante abiertos y/o minuciosamente especulativos (¡Macedonio!), su “dificultad” al
leerlos radica en que muestran que ningún sentido está “dado”. Por ello, el lector cae
en cuenta de que esa es su tarea, nuestra tarea: descubrir cómo constituimos su
sentido: “leer escribiendo”.
El texto apela explícitamente al lector30 para que éste lo signifique al “ver” cómo y por
qué responde de tal manera. El lector debe descifrarse a sí mismo, ya que hace
parte de los efectos y estrategias del texto.
Así, al entender el texto como una máquina que apela en nuestro favor, y de la que
somos parte, la interpretación deja de ser una explicación discursiva de su contenido
29
Aquí, precisamente recurro al termino “usar”, para insistir en la posible relación entre usar y
significar, y entre efecto y uso. Lo cual, por otra parte, permite otra posible relación con la teoría
del segundo Wittgenstein: los efectos generados por el texto guían el uso que el lector hace de éste,
uso que a la vez garantiza y condiciona una determinada significación (la interpretación o polo de
la concreción) (por lo cual aquí no me refiero al uso “aberrado” de Eco).
30
Incluso Macedonio le pide al lector que no busque correspondencias ni significados, sino que
gane en sentires; que deje la vida (¿dejar de relacionar significados con significantes?) y entre en el
vivir, lo invita a que sienta el actuar del texto, que salga de sí hacia la pluralidad de sentires
inubicados: hacia la cenestesia textual o Belarte.
17
o de su mera presentación formal, y pasa a ser un análisis sobre “la condición de la
constitución del mismo sentido”, de su “posible (d)efecto”. (Iser, p. 42).31
Y, aunque lo anterior es algo que permite y tal vez exige todo texto, es innegable que
en Macedonio es una exigencia explícita, ya que en su lectura nos vemos obligados
a “recordar” que estamos “leyendo”. Y, tal vez, lo característico de los textos
macedonianos es que su efecto al ser menos “habitual”, rompe nuestras perspectivas
y nos obliga a pensar en qué y cómo actúa: cómo apela(mos) a nosotros. Esta
manera de desconcertar al lector es la mejor manera de promover una interpretación
crítica; ya que al despertar al lector pasivo de su confiado adormilamiento, llevándolo
de la modorra a la suspicacia e incluso a la desconfianza, se le reta a descifrar cómo
funciona el texto para producir “determinado” efecto.
Por lo tanto, si todo texto desea o necesita un lector crítico para satisfacer o
completar sus posibles sentidos, Macedonio lo llama a gritos, y además no acepta
un lector perezoso, lo despierta o lo aburre.
Por último, antes de ahondar en los postulados de Derrida, advierto que también
tendré en cuenta algunos planteamientos de otro de los teóricos de la recepción: R.
H. Jauss. De quien destaco los conceptos de Horizonte de experiencia, horizonte de
expectativas y fusión de horizontes expuestos en Experiencia estética y
hermenéutica literaria. Por horizonte de experiencia Jauss denota las competencias
con las que el autor y los lectores llegan al texto. Con Horizonte de expectativas
refiere todo lo que en cierta medida hace parte de nuestra experiencia, aquello que
sin estar en el texto ya hace parte de él, en tanto “derrotero” de nuestra posible
lectura. De esta manera, la lectura se constituye como una continua fusión de
horizontes:32 la interacción de lo que creemos que podrá ser o hacer el texto, lo que
sabemos y/o esperamos del texto; fusión simbiótica entre experiencia y expectativa.33
Así, la experiencia siempre está mediada por la expectativa, y ésta se constituye
como parte de la experiencia, generando una relación potencial e indeterminable
(diseminal).
18
La huella no es nada, no es un
ente, excede la pregunta qué es y,
eventualmente, la hace posible.
Derrida. La Gramatología.
Sin embargo, aunque tendré en cuenta estos acercamientos, para este trabajo parto
de la hipótesis de que el discurso de Macedonio, por la manera en que se enuncia,
se decostruye a sí mismo. Y gracias a que, la mayoría de las veces, su discurso
enuncia una cosa y hace otra, se presta para ser visto al lado de los análisis
derridianos para sopesar su rótulo de “metafísico”. Por lo cual, abordaré o remitiré a
textos de Platón, Saussure y Freud –entre otros–, en los que Derrida descubre un
“efecto” similar: se decostruyen a sí mismos, revelando el carácter logofonocentrista
y el anhelo de una presencia presente, propios del pensamiento metafísico
occidental.
Uno de los puntos comunes entre Derrida y Macedonio, respecto a la concepción del
texto y de la lectura, es que ambos anulan el afuera del texto: el lector entra en el
texto y a la vez el texto se configura en y a partir del lector. La lectura de sus escritos
evidencia la necesidad de quedar abierta, de diferir y promover más escritura. Lo
cual, al lado de la común crítica al logocentrismo y a la metafísica de la presencia,
excusa el relacionar textos aparentemente inconexos.
34
El texto es también su afuera y su más allá. Pero esto no debe entenderse con el determinismo
de un juicio universal –cosmos–, sino bajo la anarquía y el caos de la diseminación.
19
En Carta a un amigo japonés, Derrida afirma que la dificultad de definir la
decostrucción es que las herramientas “que por un momento dado se prestan” para
su posible definición (predicados y conceptos) son así mismo decostruidas o
decostruibles (El Tiempo de una tesis, 26). Sin embargo, advierte que no es ni un
análisis, en cuanto regresión a un origen simple, ni una crítica, sino que es un
acontecimiento (algo que sucede sin necesidad de un por qué, en el sentido de
Lyotard). En una entrevista con Cristina Descamps parece más claro, afirma que
decostruir es un gesto estructuralista y antiestructuralista: “es desmontar una
edificación para que aparezcan sus estructuras” lo que a la vez muestra “la
precariedad ruinosa de una estructura formal que no explicaba nada, ya que no era
ni un centro ni un principio, ni una fuerza, ni siquiera una ley de los acontecimientos”
(El tiempo de..., p. 105).
35
De ahí que Derrida se acerque a los textos que estudia desde aspectos marginales (y los vuelve
primordiales), cuando no escoge textos marginados o excluidos por el “canon”.
36
Me resisto a definir estas “herramientas” que en últimas se rev-b-elan en las fisuras mismas de
toda definición y axiomatización en tanto palancas teóricas. Tan sólo cito: Diseminación no quiere
decir nada en última instancia y no puede recogerse en una definición (…) Si no se puede definir la diseminación, la
Différance seminal, en su tenor conceptual, es porque la fuerza y la forma de su disrupción revientan el horizonte
semántico. (D. “Posiciones”, Primera pregunta).
37
Estas herramientas tal vez podrían entenderse desde la perspectiva en que Piglia caracteriza a la
“máquina” macedoniana: Una máquina no es, una máquina funciona. Cf. La ciudad ausente.
20
suplemento de la voz del pueblo y amenaza para su libertad.38 Este
logofonocentrismo (privilegio de la voz y la razón, como voz de la razón) fue la
excusa para expulsar a los poetas y sofistas de la antigua Grecia y hoy sigue siendo
el fundamento de una geopolítica que garantiza y justifica intervencionismos
económicos y armados.39
38
Así, lo muestra Derrida en su análisis sobre Rousseau, donde se estudian el ensayo Sobre el origen
de las lenguas, y la Carta a d´Alambert.
39
Al respecto, favor leer –esperar, dar tiempo, diferenciar, remarcar– el capítulo IV del presente
trabajo, en el cual intento retomar esta problemática que, sin embargo, seguiré insinuando en los
capítulos intermedios y en sus reversos.
21
como fármaco o como suplemento. Doble gesto que permite la doble lectura, la
espera en la que el texto mismo “niega” lo que “afirma”.
Pues la distribución del sentido en el griego no comporta uno de los dos motivos del
differre latino a saber, la acción de dejar para más tarde, de tomar en cuenta, de
tomar en cuenta el tiempo y las fuerzas en una operación que implica un cálculo
económico, un rodeo, una demora, un retraso, una reserva, una representación,
conceptos todos que yo resumiría aquí en una palabra de la que nunca me he
servido, pero que se podría inscribir en esta cadena: la temporización. Diferir en este
sentido es temporizar, es recurrir, consciente o inconscientemente a la mediación
temporal y temporizadora de un rodeo que suspende el cumplimiento o la satisfacción
del «deseo» o de la «voluntad», efectuándolo también en un modo que anula o
templa el efecto. (…) que esta temporización es también temporización y
espaciamiento, hacerse tiempo del espacio, y hacerse espacio del tiempo (…) El otro
sentido de díferír es el más común y el más identificable: no ser idéntico, ser otro,
discernible, etc. (D. 1989, Márgenes de la filosofía, “La Différance”).
Aquí es necesario recordar que el decostructivismo (al igual que la teoría de Iser) no
se interesa por la intención del autor41, y por ello se refiere a discursos y no a
“autores” o “intenciones”. Por ejemplo, cuando Derrida afirma que el ensayo Sobre el
origen de las lenguas de Rousseau “declara lo que quiere decir”, y sin embargo,
“describe lo que no quiere decir” (Culler, p. 162), no se refiere a los logros o
frustraciones del autor sino a la ambigüedad (aplazamiento y diferencia) del texto, de
la escritura.
40
Recuérdese que la a de la palabra Différance no es pronunciable en francés, différence y différance
se pronuncian igual, fenómeno que describe el carácter o funcionamiento de todo signo y que a la
vez denuncia el privilegio de la voz sobre la escritura, ya que esta diferencia gráfica escapa a la
lógica y a la percepción fonética.
41
Éste, el autor, no es una huella rastreable o discernible, ni siquiera presente.
42
A la manera de la semiosis infinita de Peirce; a pesar que ésta sí parece posibilitar un cierre bajo
el concepto de hábito, en cuanto interpretament final.
22
gloria eterna) se frustran en la suplementariedad misma de la presencia, o como diría
Peretti: donde la huella “precede y destruye la presencia” (Peretti, p. 54).
Por otro lado, aunque Derrida afirma que la Différance es indefinible, puede
postularse como un “juego de reenvíos en el que ningún elemento está presente en
sí mismo” (Peretti, 112); en donde el signo al estar poblado de huellas que nunca nos
remiten a un origen, siempre aplaza y diferencia la significación. Gracias a que en la
significación el significante es siempre diferido, siempre nos enfrentamos a
suplementos (que no son “ni ausencia ni presencia, ni sustancia ni esencia”. Peretti,
p. 44).
Así, Derrida propone el termino Différance como una metáfora irreductible que re-
presenta el carácter diferencial de todo signo: éste sólo es en relación con lo otro, y
tal relación se encuentra espaciada en el tiempo. El sentido no está dado, se
demora, da un rodeo, se difiere y aplaza en y a partir de una cadena de suplementos,
de significantes.
La escritura misma anuncia la muerte del libro y el nacimiento del texto, lo que de
manera similar describe el discurso macedoniano: la “novela” ya no es un género,
sus límites no limitan, sus paratextos se revelan, y la escritura se desborda y
reapropia. La escritura absorbe al lector y el texto al mundo.
43
Al respecto Derrida señala un punto historiográfico en Hegel: último filósofo del libro, primer
filósofo de la escritura. Cf. D. “Posiciones”.
23
diferencia). Así, tanto la decostrucción como la Belarte nos des-cubre-n en el proceso
mismo de la escritura, en una escritura que se injerta a si misma y que ya no es
diferenciable de la lectura. Por ello es que el texto debe entenderse como un injerto
insaturable de significados siempre diferentes y siempre diferidos. Colcha sin límites
en la que el signo es en sí la posibilidad de su repetición y recontextualización: su
proceder (presentarse, anunciarse, prometerse) debe entenderse bajo la lógica del
injerto.44 Pero esta injertación o citabilidad del signo no es garantía de que en el
nuevo contexto el signo se estabilice y se presente con un significado “dado” e
inmóvil. Por el contrario, si bien el significado está mediado por el uso y el contexto
del signo, éste no puede determinarse, ya que en el intento por determinar un
contexto lo reformulamos o insertamos en otro, lo injertamos.
Derrida, al igual que Macedonio, nos invita a leer la filosofía como literatura y la
literatura como filosofía, a romper los límites entre teoría y práctica. Pero siempre
dentro del régimen de la sospecha; sin privilegiar ningún término o género,45 sino
involucrándolos bajo el “concepto” de archi-escritura (en el que se abarca también el
habla). Además la concepción de un discurso irrepetible, pero injertable y siempre
abierto, busca librarnos del prejuicio y la falsa seguridad de creer que el significado
estaba en el uso y que éste era determinable por las reglas de un juego o contexto
particular46.
44
Inserto este inciso para recalcar que el injerto no se limita a técnicas formales como el cut-up
vanguardista (técnica exaltada por la Beat generation), ni a concepciones aún ancladas en el
estructuralismo como las teorías del intertexto; es en sí el signo del signo, su Différance, la
posibilidad de anunciar lo ausente: el tiempo de la representación.
45
Aunque para darnos tal invitación en un momento tenga que invertir la jerarquía tradicional;
afirmando que incluso se debe ser más perspicaz para leer “literatura”, ya que ésta según las
oposiciones tradicionales es más sospechosa que el confiable discurso filosófico.
46
Lo que a mi parecer constituye una crítica a la confianza positivista, a la manera del
pragmatismo de Wittgenstein.
24
Así, al deconstruir las oposiciones entre habla/escritura y significado/significante,
Derrida configura el “no-concepto” de Texto global, en el que se circunscriben todas
las nuevas relaciones y contextos generados en el juego de la lectura (de la archi-
escritura como suma de habla y grafía). Juego en el que cada lectura genera, o
deviene en una nueva escritura. Por más que se intente abarcar y definir la lectura o
limitar la escritura acerca de tal o cual lectura –de todo proceso de significación–
siempre se genera más y más escritura (que a la vez será lectura reinscribible). Así,
Derrida nos conduce a lo que llama juego libre del significado; diseminación “donde”
las huellas “presentes” en el texto jamás nos remiten a aquello que dejó la huella;
sino que por el contrario, en el intento por “recoger” o analizar tal huella, imprimimos
la nuestra sobre la anterior: hacemos texto al mundo, lo in-escribimos.47
Por todo esto expondré mi lectura como un intento por diseminar la escritura de
Macedonio: citarla, inscribirla, remarcarla…, escribirla ya sin la pretensión de
concluirla –esta obra también quedará abierta–. Aprovechando las herramientas
textuales con las que Derrida propone su gramatología, consciente de que ésta:
47
Por lo cual considero absurdo tachar al decostructivismo de a-histórico, ya que revela la
posibilidad y condición misma de la historia: su inscriptibilidad. El mismo Derrida afirma que “de lo
que hay que desconfiar es del concepto metafísico de historia. Es el concepto de historia como (…) historia del
sentido produciéndose, desarrollándose y cumpliéndose (…) en línea recta o circular.”; como diría Guy
Scarpeta: una historia “como serie práctica estratificada, diferenciada, contradictoria, es decir, una historia que
no sea monista ni historicista”, Yo agregaría positivista y dócil. (posiciones). Por otro lado, Derrida en
esta entrevista –Posiciones- también destaca el concepto de historia Monumental de Sollers –al que
afirma haberse suscrito- y la critica de Althusser al concepto “hegeliano” de historia.
48
Aunque se enuncien unos procedimientos que en ocasiones son distintos a los que el mismo
texto describe.
25
es decir, respetando la recienvenidez del sentido y la reserva de la obra
macedoniana: una escritura salteada, que desde la ausencia se presenta como
incompleta, escasa de presencia y aún no llegada.
Metafísica
50`` Ser &
Ser el presente. ¿sería una
repetición? Sólo si pensáramos que
nos pertenecía, pero como no es así, es
libre y nosotros también. Casi todo el
mundo conoce del futuro y (“No” de la mano en el aire, sonido de beso)
lo incierto que es.
37`` Un sonido es un sonido.
John Cage. 45`para un orador49
A pesar del título que aspira a dominar este fragmento, mi propósito, aquí, no es
ofrecer un análisis minucioso sobre metafísica, sino esbozar algunas de sus
características, ya que considero que éstas “limitan” o asechan al texto macedoniano
y por ende a estas páginas.
Sin embargo, es necesario recordar que a lo largo de este trabajo, pretendo mostrar
cómo aquello que Macedonio llama metafísica parece revaluar las oposiciones y
jerarquías que Derrida critica la metafísica de la presencia y la concepción
logofonocéntrica del lenguaje. Para lo cual, esbozaré rápidamente las características
y concepciones de la metafísica logocéntrica. Que se retomarán más adelante en el
acercamiento a la Belarte macedoniana, cuando exponga cómo y por qué la
“metafísica macedoniana” puede leerse como diferente, e incluso como una parodia,
a la metafísica logocéntrica criticada por Derrida.
La Metafísica no sólo es el título de los catorce libros de Aristóteles, que siguen a sus
estudios sobre Física. Es la historia del ser mismo, y su anhelo por determinar los
fundamentos y principios últimos de la realidad; es el intento por limitar los diversos
modos de ser bajo un concepto ideal cerrado, en mayor o menor medida. Además,
tal empresa ha desencadenado el deseo insatisfecho, pero aparentemente
49
Todas las citas de John Cage, en español, son tomadas de: Silencio, y sólo cuando es necesario
aclaro el capítulo o sección. Ésta corresponde al capítulo “45' para un orador”, p. 184.
26
irrenunciable, por presentar la presencia misma, no sólo anunciar y describir al ser,
sino presentarlo en el presente, poseerlo y dominarlo (ontología de la presencia).
Consideremos por ejemplo, el texto de 1946 que se titula Der Spruch des
Anaximander. Heidegger recuerda ahí que el olvido del ser olvida la diferencia del ser
y el existente: «Pero la cosa del ser (die Sache des Seins), es ser el ser del existente.
La forma lingüística de este genitivo con multivalencia enigmática nombra una
génesis (Genesis), una proveniencia (Herkunft) del presente a partir de la presencia
(des Anwesenden aus dem Anwesen). Pero, con la muestra de los dos, la esencia
(Wesen) de esta proveniencia permanece secreta (verborgen). (…) Lo que Heidegger
quiere, pues, señalar es esto: la diferencia del ser y el existente, lo olvidado de la
metafísica, ha desaparecido sin dejar marca. La marca misma de la diferencia se ha
perdido. Si admitimos que la diferancia (es) (en sí misma) otra cosa que la ausencia y
la presencia, si marca, sería preciso hablar aquí, tratándose del olvido de la diferencia
(del ser y el existente), de una desaparición de la marca de la marca (…) «El olvido
del ser forma parte de la esencia misma del ser, velado por él. El olvido pertenece tan
esencialmente al destino del ser que la aurora de este destino comienza
precisamente en tanto que desvelamiento del presente en su presencia. Esto quiere
decir: la historia del ser comienza por el olvido del ser en que el ser retiene su
esencia, la diferencia con el existente. La diferencia falta. Permanece olvidada. (…)
No siendo la marca una presencia, sino un simulacro de una presencia que se
disloca, se desplaza, se repite, no tiene propiamente lugar, el borrarse pertenece a su
estructura. .). (D. 1989, Márgenes de la filosofía, “La Différance”).
………….
27
Sin embargo, consciente de que con lo anterior no he definido la metafísica (tampoco
es mi intención), no me esfuerzo por continuar esta exposición. Por el momento, sólo
pretendo presentar la metafísica como “otro” de los supuestos “límites” con el que se
ha intentado circunscribir la escritura macedoniana y que asecha estas páginas. Por
ello, este problema será trabajado a lo largo de este trabajo, especialmente en el
capítulo Macedonio, tradición y trasgresión, donde se analiza la tradición logocéntrica
y metafísica de la que surge Macedonio Fernández.
28
I.
La doble trama de esta afirmación no sólo expone una diferencia entre la escritura
macedoniana y la literatura tradicional, sino que posibilita ver que incluso en la
literatura tradicional (por más que se quiera ignorar) el papel del lector es
“protagónico”. Téngase en cuenta que el adjetivo <único> actúa de manera
excluyente y diferencia tajantemente su libro de todos los otros. Esta discriminación
de la tradición se enuncia en un tono claramente irónico, ya que si en un sentido
literal se afirma que en Los papeles del... no hay un papel para el lector, el contexto
de esta frase (y aquí el contexto es la “totalidad” abierta e indeterminable del discurso
macedoniano) evidencia su ambigüedad y señala el sentido figurado, en el cual la
diferencia entre el discurso en cuestión y los otros libros pervive, pero en ambos
casos se anula la posibilidad de que sólo el autor sea quien “hable” (o escriba). Todo
discurso literario (o no) designa ciertos papeles para sus lector(es), pero textos como
los de Macedonio, al ser aún más “perezosos”, dejan casi todo en manos de sus
lectores. Esto permite cuestionarnos acerca de la diferencia o la particularidad del
discurso de Macedonio respecto a “los otros libros”. Lo cual sólo es posible a través
de una lectura poco confiada de su obra a la luz de la tradición.
Por lo cual, considero que el discurso de Macedonio Fernández dice del propio texto
algo distinto de lo que éste hace, ya que en la Belarte se explicita aún más trabajo
para el lector que en la literatura realista, principalmente decimonónica. Así,
Macedonio diciendo algo “falso” de su propio discurso parece criticar al realismo e
incluso a la literatura fantástica y romántica por presentarse como un objeto
doméstico que no exige mayor actividad del lector, o más bien porque no es
“consciente” de su exigencia: de la cooperación textual. Incluso el relato realista y
mimético presenta espacios de indeterminación (aunque, tal vez, más limitados o
señalizados) en los cuales el lector se desenvuelve o desenvuelve el texto. Pero la
mayoría de las veces el autor se erige como una figura dominante, exterior y
29
originaria del texto, marginando o silenciando el papel del lector en el intento por
coartar o limitar el diferir (significar-sin-concluir) de “su” escritura.
Distanciamiento y diferencias
50
Presencia que siempre (a)parece irónicamente ausente, su característica es la recienvenidez.
51
Aquí, el esfuerzo por entablar una relación entre Macedonio y su tradición, no implica de
ninguna manera una periodización, ni el encasillamiento de ninguna obra bajo rótulos o
conceptos. Por ello, no ofrezco ningún tipo de definición determinante del romanticismo, de una
obra o de una estética. Sólo intento articular algunas de las posibles relaciones que la obra de
Macedonio me ofrece (o le socavo) para exponer mi lectura.
30
La re-v-b-elión de Macedonio contra la tradición estética, filosófica y literaria no
radica en ignorar el pasado, sino, que por el contrario, para transgredir la “historia” y
la tradición expone la diferencia con que aborda y aprovecha los temas
“tradicionales” (el amor, el arte, la percepción...) y las herramientas comunes
(escritura, personajes...texto. Así, cuando hace uso novedoso de herramientas
propias o comunes lo específica (“el lector”, el silencio, el “prólogo”, el final, el inicio,
la trama, etc.,...), aunque en algunos casos tales herramientas sean ambiguas y casi
inenunciables –indecidibles, diría Derrida–.
En todo texto, sobre todo aquellos tachados de románticos,52 el lector como tal a-
parece como una constante que rompe con las fronteras de toda periodización, se
insinúa y casi que se explicita como una estrategia textual. Pero Macedonio “innova”
con el uso del uso del lector, diserta sobre su presencia hasta el punto de aludir a
una ausencia de autor y exigir la “presencia” de un lector-autor.
52
Cf. E. T. A. Hoffmann, Chamisso, Shelley, Byron, Hölderlin… como siempre, entre otros.
53
Cf. Abrams, El espejo y la lámpara.
54
Protagonistas de La maravillosa historia de Meter Schlemihl y La noche de San Silvestre, de A.
Chamisso, y E. T. A. Hoffmann respectivamente.
31
Lo más concentrado de lo doloroso de esta preocupación de no tener
presencia en un mundo en que la hay hasta para la “presencia” de ánimo, es
la imposibilidad deprimente de lograr alguna vez “estorbar” algo a alguien.
Solo me han halagado las situaciones, en fiestas de convite y danza muy
concurridas y agitadas, que me deparaban los atareados mozos, justamente
exigentes e irritables que cruzan entre movibles parejas y mesas apiñadas con
la abundante todollevabilidad de su luciente bandeja cargada de fragilidades e
inestabilidades, temblorosa de líquidos en vasos estremecidos, indicánme con
un violento ademán apartarme y no molestar. ¡Molestar a ojos vistas es un
inadvertible! ¡Qué buen recuerdo y amistad guardo a los mozos de mal humor!
(M. F. 1982, Papeles de Recienvenido, p. 16.).
A pesar de que su “situación” sea similar a la de los otros dos personajes románticos,
se evidencia una crítica más fuerte: la tradicional oposición entre ausencia y
presencia se resquebraja por el irónico ataque de Macedonio: la presencia pura es
impresentable.
Siempre se re-presenta -a- algo otro. Incluso esta forma ausente en que se presenta
Recienvenido (su presente ausente, aplazado y diferido) se expresa como algo
indeseable, es algo que sin estar ahí –sin ser– ya estorba. Es la falta de presencia
(hasta para la cual ya hay que tener presencia) lo que se “presenta” a Recienvenido
como un estorbo.
Entre todos los escritos de Macedonio encontramos dos que caen bajo el título de
novela:55 Adriana Buenos Aires y El museo de la novela de la Eterna. Macedonio nos
presenta cada una de estas “novelas” como escrituras distintas, la primera como la
“ultima novela mala” y la segunda como la “primera novela buena”. Sin embargo,
luego señala que sólo el lector podrá distinguirlas (es su deber, su derecho: su
posibilidad de ser radica en hacer texto al libro).
Es cierto que he corrido el riesgo de confundir alguna vez lo malo que debí
pensar para Adriana Buenos Aires con lo bueno que no acaba de ocurrírseme
55
Además de Una novela que comienza, y las innumerables novelas prometidas dentro de sus otros
textos.
32
para Novela de la Eterna; pero es cuestión que el lector colabora y las
desconfunda (M. F. 1982, p. 190).
(…) ya que no hemos podido instituir la lectura obligatoria de ambas, nos queda
al menos el consuelo de habérsenos ocurrido la compra irredimible de la que no
se quiere comprar pero que no es desligable de la que se quiere: será Novela
Obligatoria la última novela mala o la primera buena, a gusto del lector. (M. F.
1982, p. 190).
A veces me encontré perplejo, cuando el viento hizo volar los manuscritos (…), y
no sabía tal página a cuál correspondía; nada me auxiliaba porque la numeración
era la misma, igual la calidad de ideas, papel y tinta (…) Hágase cargo el lector
(…) (M. F. 1982, p. 191).
56
Reitero que por realista Macedonio entiende todo aquello que de alguna manera copie o surja de
la vida, por lo cual queda incluido el romanticismo y sus vertientes de literatura fantástica y
maravillosa.
33
Lo que de ningún modo ha de permitírsele (al lector) para máximo ridículo
nuestro, es tenerlas por igualmente buenas las dos y felicitarnos57 por tan
completa “fortuna”. (M. F. 1982, p. 190).
Con lo anterior Macedonio nos permite lanzar dos hipótesis interpretativas: primero,
sus escrituras, cada una de sus novelas, son diferentes, pero tal diferencia requiere
de una mutua interdependencia: cada novela se escribe en el aplazamiento
diferencial de la otra, y la lectura común (única posible) se da en las márgenes
“intertextuales”. Segundo, si bien ninguna de las novelas es determinable ni
totalmente ajena a la otra, Macedonio insinúa que el lector, tal vez por costumbre,
espera poder emitir un juicio determinante y excluyente (¡diferenciar una o la otra!).
Con lo cual, la restricción de no poder considerar las dos novelas igualmente buenas,
funcionaría como un tropo retórico, ya que el texto describiría la imposibilidad de
aquello que ordena hacer.
Al lector, más que imponérsele una de las dos novelas (puede tirarlas aunque
también recogerlas), lo que se le exige es que las diferencie. Pero esta diferenciación
debe entenderse como un aplazamiento, que lejos de permitir determinar y catalogar
cada “escritura”, nos lleva a leer una novela a la luz de la otra; tal vez, hasta
confundirlas, o por lo menos hasta sospechar de los límites que les imponemos, a
deslizarlos. Macedonio irónicamente, nos hace leer sus dos novelas, al imbricar una
en la otra. Ya que la Buena cita a la Mala, y confiesa la posibilidad de tener
elementos de Novela Mala (ejecución imperfecta del perfecto plan). El texto
macedoniano se lee entre las márgenes y los límites con lo “otro”: la tradición.58
Como ya vimos, la muerte de la prosa tradicional -Mala- es más bien una agonía, y
en cierta medida pervive aún en la Belarte macedoniana; pero considero que
aspectos como el tratamiento de la muerte permiten comprender la propuesta
macedoniana como una ruptura con la tradición. Macedonio a-nota que en la
literatura realista, plagada de simulacros de vida y causalismos (¡mimesis!), en el
57
Téngase en cuenta que la persona verbal en que se enuncian las acciones referentes a la autoría
varía a lo largo de la obra, y perdóneseme seguir este buen ejemplo de mal estilo, ya que es uno de
los recursos que mejor describen la no linealidad del texto y de su producción.
58
Adelante se leerá cómo el mismo Macedonio es el otro de su escritura, cómo el origen y la
fuente se presentan como una alteridad.
34
afán de copiar lo que se llama vulgarmente “realidad” cae en varias paradojas. De las
que en este momento vale la pena destacar: que sin razón alguna se ha equiparado
la vida de las personas a los vivires de los personajes; es decir, se ha implantado un
orden causal de los sucesos, en el que paradójicamente nos encontramos con
sorpresivos y detonantes desenlaces. Además, olvidando la “muerte de novela” de
todo personaje se le achaca otra, que éste debe fingir para luego retirarse a esperar
que la lectura finalice.59
En cuanto a Adriana Buenos Aires como “última Novela Mala”, creo que es más
última que mala. Aunque también es difícil llamarla última. Ya que el capítulo XIII se
“reduce” a la pregunta del autor-narrador:
Al inicio del capitulo XV de Adriana Buenos Aires, se afirma que: “Lo único que falta a
Adriana Buenos Aires para ser del todo una 'novela mala', es continuar en otra”.
Y luego, al final de este capítulo (que serían las “últimas” palabras de la supuesta
novela mala) encontramos a manera de despedida: “Por ahora, pues, fin.”. Lo que
me induce a pensar que esta novela en cierta medida continúa en El Museo de… O
por lo menos, que es posible pensar que Adriana Buenos Aires sirve como “pró-logo”
a El Museo de... (recuérdese que no se venden por separado). Así, si aceptamos que
la despedida de Adriana... insinúa un posible reencuentro o por lo menos que no
ratifica su imposibilidad, es posible pensar que Adriana Buenos Aires prologa los
prólogos de El Museo de...; que a pesar de ser diferentes se siguen o conviven como
59
El lector salteado, ya habrá supuesto que en este trabajo también se desconfía de tal afirmación:
como se verá, gracias a la apertura indefinida del Archi-texto no sólo se clausura el cierre del libro,
sino con ello la muerte “natural” de sus personajes.
60
Con las siglas ABA me referiré a Adriana Buenos Aires.
35
dos mellizas, e incluso pueden conformar la prometida “próxima novela malabuena,
primeraúltima en su género, en la que se aliará lo óptimo” de cada una (M. F. 1982,
p. 190).
Por lo cual me inclino a pensar que el mismo texto macedoniano (y tal vez, su autor,
si lo hay) se reconocen como una escritura diferente, pero que a la vez impide o
aplaza un juicio diferencial (por más que lo reclame). De esta manera la diferencia de
la escritura macedoniana, o la diferencia entre la novela buena y la mala, será
siempre aplazada y diferida en el mismo proceso de diferenciación; anulando la
posibilidad de una definición última y de un juicio que instaure una escala de valor.
La diferencia en Macedonio no implica una jerarquía; más bien un juego de
ocultamientos y revelaciones, de espera y promesa.
“Dígolo para confesar que mi libro está muy lejos de la fórmula de la Belarte de
personajes por la palabra. Queda también esto, pues, como 'empresa abierta'.
Dejo así dados la teoría perfecta de la novela, una imperfecta pieza de ejecución
de ella y un perfecto plan de su ejecución”.
Por otro lado, en “Intento de sedación de una herida que se tiene en cuenta”
(“antepenúltimo” capítulo de El museo...), encontramos que:
“Ningún autor tuvo la visión de la tortura del lector después de la palabra FIN
(...) que quiso siempre dos páginas más que desacaten la palabra FIN.” (el
subrayado es mío).61
sentencia que debemos cuestionar, ya que, a pesar de que en Adriana Buenos Aires
la “última” palabra es “Fin”, el capítulo XII se titula “Finales” y el XIV “pos fin”62
61
Y tuyo, ¿Quién soy yo para no cederlo? Sólo soy lector que subraya
62
La versión de Adriana Buenos Aires, aquí citada, consta de una advertencia, “dos palabras de
amigos del autor”, “nota a la novela mala”, “autorizadas opiniones”, “Guía de opiniones” y
quince capítulos más (cuatro de ellos sin título, incluido el “último”).
36
(mientras que en El Museo... la “última” palabra escrita es “ser”; a pesar de que, en
últimas, la “última” palabra sea del Lector –aunque aún no la tenga-).
Por lo anterior, considero que cada una de estas novelas, en la imbricación de sus
discursos, configura una crítica a la tradición (al realismo, al romanticismo y todo “lo-
antes-a-Macedonio”). Crítica que le imputa a la tradición, más que lo cerrado o último
de su discurso, la inconsciencia de que todo escribir es abierto. Así, el discurso de
Macedonio (en una pose similar a la de Derrida) revela que todo discurso es y ha
sido abierto en mayor o menor medida, que ninguno se ha cerrado; incluso porque al
tachar un texto como cerrado o último, lo hacemos penúltimo.
De esta manera es posible concebir a Adriana Buenos Aires y su “clase” (la de las
novelas malas), más que como últimas, determinadas o cerradas, como
inconscientes de su diferir (del continuo aplazamiento de su final y de su
significación). Mientras que una de las características de la novela buena es la
consciencia de sus i-limitaciones, de no presentarse como lo que no es o de saber
que se presenta en falsete. Así, la novela mala no es que termine, o que copie la
realidad, o que exponga un significado y sentido definido, sino que su discurso a
pesar de aplazar su significado, de no concluir, y de promover más escritura, no nos
advierte de ello –lo niega–.
Nada va sin prólogo. Ni siquiera los prólogos que conforman la novela buena, si
aceptamos que ésta parece ir prologada por Adriana Buenos Aires, como a su vez
ésta va prologada por la literatura realista, la cual se presenta, más que como última,
como diferente: como lo otro del Belarte macedoniana y a la vez como su doble
trama.
¿Qué entiendo por romanticismo? Los aspectos que hacen del romanticismo parte
representativa de la tradición de la que surge y contra la que se reb-v-ela Macedonio,
pueden caracterizarse bajo la idea de un anti-ilustrismo. Pero no es sólo eso. Para
Hegel63 el arte romántico (esencialmente cristiano) aspira a conquistar la
63
W. F. Hegel. Estética, Volumen VII, “La pintura y la música”. En adelante me referiré a este
libro como Hegel, y el número de página.
37
espiritualidad a partir de lo sensible, y por ello la forma parece absorber al contenido.
Así, podemos pensar que la utopía del arte romántico sería “desligar el espíritu del
mundo externo y sensible” (Hegel, p. 14), bajo la idea de un enfrentamiento entre el
“espíritu individual” y “el espíritu del mundo”. Tal enfrentamiento (es) causa (de)
dolor, ya que el espíritu no puede remontarse a la objetividad, no encuentra la
manera de reconciliarse con lo que él cree “otro”. Por lo cual el romanticismo nos
presenta a un hombre que se enfrenta con la naturaleza y con la sociedad, con lo
otro; que incapaz de enajenarse, se enfrenta a la realidad en vez de incorporarla a su
ser (aunque lo intente, él y lo otro parecen incompatibles).
Pero pasando del pensamiento estético y filosófico a las obras producto de tal
pensamiento, encontramos que la producción artística de este periodo no sólo
expone el conflicto del Yo y de lo otro, sino que expresa una constante preocupación
por afirmar un Yo poético particular y subjetivo que promulga tanto la polisemia de su
obra como su particularidad. Al respecto M. H. Abrams nos ofrece lo que él considera
las principales características del romanticismo. Entre las cuales, para nuestro
estudio, vale la pena distinguir: “El ideal trascendental”, “Las metáforas cambiantes
de la mente”, “el genio natural, la inspiración y la gracia” y “lo subjetivo”.
38
entre lo animado y lo inanimado, entre sujeto y objeto” (Abrams, p. 102).64 Lo cual nos
devuelve a la concepción macedoniana de la realidad (de lo real y lo no-real).
Pero es necesario resaltar que el artista que desborda su pasión de sí, en la mayoría
de los casos (en el romanticismo), se presenta como un “genio vegetal” casi
inconsciente de “su” obra. Y aunque en casos como El puchero de Oro (Hoffmann),
pueda leerse una parodia a esta concepción de la creación poética como algo
desgarrador y a la vez extraño para el poeta, es evidente que para la mayoría de los
ingleses la creación poética puede leerse como ingobernable y casi automática. Por
lo cual considero que algunos románticos describen un genio poético que inspirado
por la gracia logra expresar una creación que supera la regla y el método. Aunque es
innegable que obras como las de Hoffmann ironizan sobre la idea de un parto poético
doloroso, revitalizante y a la vez inconsciente. Lo cual no excluye que en ambos
casos se exalte la creación como algo subjetivo, propio de un yo individual y único
(ya sea éste iluminado por la gracia, o artífice de un trabajo consciente y constante).
Por lo general, los temas del romanticismo se han propuesto bajo un lente
reduccionista, y aunque mi intención no es dar una lista de éstos por completa que
fuera, enunciaré aquellos que se me ofrecen como un nexo útil con la obra de
Macedonio.
64
Al respecto, Abrams nos recuerda que Coleridge afirma que “todo tiene vida propia y nosotros
tenemos todos la vida única”.
65
Más “adelante” se verá cómo este yo ha sido “tomificado” no sólo por Macedonio y Derrida,
sino también por Nietzsche, Marx, y Freud, e incluso por Platón y San Agustín.
39
las ideas de la gracia y la inspiración, se debe tener en cuenta que el trabajo que
explicita e insinúa para el lector, tiene sus raíces en el estilo romántico. No sólo
porque allí se consolide la interpelación al lector y el prólogo empiece a perfilarse
como parte no marginal de la obra, sino porque al aumentar la preocupación por la
recepción de la obra ya se abre un camino hacia nuestro autor.
66
Téngase en cuenta que de estas generalidades escapan, entre otras, las de autores destacados
anteriormente: Hoffmann y Chamisso.
40
imposiciones sociales o las limitaciones naturales, se impide la realización del amor o
la fusión de los amantes; como mínimo son oprimidos por la irreductibilidad de la
muerte. Y el arte da cuenta de ello, incluso la ambigüedad del lenguaje recrea una
imposibilidad comunicativa que describe un distanciamiento del individuo con su
entorno. La ironía y la posibilidad de un lenguaje figurado, configuran la anunciada
doble trama macedoniana, donde lo literal y lo metafórico se anuda de tal manera
que revalúa la transparencia del lenguaje. El que la interpretación literal y figurada
sean irreductibles, nos permite cuestionar, más que la eficacia del lenguaje, su
confiabilidad. Y esto se describe tanto en el Romanticismo como en Macedonio,
aunque en nuestro autor sea aun más explícito.
Dieter Henrich afirma que tanto en Herder como en Fichte, Schiller, Shaftesbury, y
Hölderlin, es constante la concepción de un hombre escindido en sus “tendencias
vitales”. (Ya aquí se insinúa un yo-no-atómico, su ser está dividido, pero a diferencia
de Macedonio, en el romanticismo la conciliación de las partes es imposible). Herder
nos alerta sobre la dificultad para conciliar amor y amistad; para él la entrega no
puede ser en el sentido del amor, ya que el sujeto libre se enfrentaría a un abandono
por amor en el que paradójicamente desaparecería el amor. Al respecto Fichte
propone la “absolutez de la consciencia”, no para fusionar o unificar, pero si para
abarcar toda oposición (las tendencias vitales del hombre, y su enfrentamiento con el
“exterior”).67
Pero, a partir de D. Henrich, considero que son Hensteihuis, Schiller y Hölderlin los
que más se acercan a la propuesta macedoniana del amor y de la conmoción
consciencial (indiscernibles entre sí). Schiller en el intento por formular una
mediación entre amor y mismidad, define el amor como “expandirme del sí-mismo
finito, que aspira a la completa perfección” (D. Henrich, p. 15). Sin embargo,
Hensteihuis se “acerca” aún más a Macedonio, al insinuar la pertinencia de eliminar
los conceptos de adentro-afuera; para él la unificación no es fundirse con lo supremo
(dios, la naturaleza, ¿la amada?), sino la “entrega a lo infinito fuera de nosotros”; así,
ambos proponen romper las barreras frente a lo otro, como la salida para conciliar la
entrega y el deseo, el amor y la mismidad.
67
En oposición al sentir “absoluto” de Macedonio, la consciencia absoluta de Fichte exige
distinguir el Yo, los objetos y lo incondicionado. D. Henrich, p. 27.
41
para Hölderlin tal unificación es un proceso y no un estado, no se concluye en el
tiempo, y por ello mismo no sólo “es el objetivo del amor, sino el sentido más propio
de la belleza”; así la “belleza implica la tensión de lo múltiple y también de la
oposición” (D. Henrich, p. 17).
Para Hölderlin esta conciliación se debe dar por y en el Amor. Para él, el hombre se
encuentra en un mundo que brota de la oposición, y no puede ignorarlo: la belleza le
recuerda y anticipa la identidad y unidad perdida (en un sentido platónico). Además,
Hölderlin, al igual que Macedonio, ve en el arte y el amor una posibilidad de superar
las limitaciones e imposiciones, que coartan la voluntad. Para ambos autores, la
belleza y el amor, dislocan todo límite e imposibilidad.
En la Belarte de Macedonio no hay muerte, y si hay olvido no fue amor; para él narrar
es anular la muerte y la posibilidad máxima del amor.69 Y también para Hölderlin,
cuando el amor acoge la belleza “se realiza ilimitadamente aquello que como verdad
total se encuentra en la infinita lejanía” (D. Henrich, p. 19). Por ello, es que para
Hölderlin el amor busca multiplicarse en busca de la “más grande posibilidad de
unificación”, para unificar las tendencias “hacia lo infinito” (relación con el origen) y
“hacía la entrega” (relación con aquello por lo que perdimos la unidad del ser). Sin
embargo en Macedonio esta entrega es a la vez la unidad del ser: amante y amada
nada son, son un sólo sentir, y no se dirigen o suplen nada porque no hay un origen.
68
Postura que me (nos) recuerda los postulados acerca del mundo como voluntad y el mundo
como representación de Schopenhauer, tan mencionado por el “propio” Macedonio.
69
Lo cual se ve de manera clara en el Macedonio, personaje de Piglia, quien construye una
maquina de narrar para mantener viva a su amada, para que siga siendo amada y eterna.
42
Por otro lado, también es útil entablar una analogía entre Macedonio y Hegel70, ya
que para éste el amor como unificación entre sujeto y objeto, no busca nada previo a
él (Cf. D. Henrich, p. 29). Pero la relación con Hölderlin tiene su vigencia en que para
éste, la belleza de la poesía está en que logra liberar momentáneamente cada una
de las tendencias vitales; lo cual parece similar a la conmoción pretendida por
Macedonio, si se tiene en cuenta que el objetivo enunciado por ambos es la
integración de lo inconcebible, romper las barreras del yo (como dirían Schiller y/o
Macedonio).
En cuanto a otros tópicos románticos como el problema del “doble” creo que también
es posible ver la “máscara” y el “autor-personaje” como un desdoblamiento más, que
puede representar una nueva concepción de la relación entre sujeto y mundo,
“entrega” y “mismidad”; que reflejaría una diferencia en el uso de “herramientas
textuales” por parte de nuestro autor y de la tradición. Aunque en ambos casos, por
medio de tales herramientas se promueva la vacilación entre la interpretación literal y
la alegórica. Por lo cual también es válido sospechar que Macedonio hereda, de
autores como Hoffmann, lo que Béguin denomina: la idea del autor como “esa mitad
gesticulante de sí mismo”,72 y la ironía como generadora de indeterminación.
70
Al considerar la relación entre autor-texto-lector como simbiótica, en cuanto el texto requiere
del lector para llenar sus espacios de indeterminación, el autor prefigura un lector que le sirve
como contenedor de sus ideas, y a su vez el lector vive una transformación al incorporar la
experiencia o las ideas ajenas, esta relación textual parece compaginar con la “utopía” romántica
anunciada por Hegel: conquistar la espiritualidad a partir de lo sensible. Aspecto con el que W. F.
Hegel caracteriza al arte romántico. W. F. Hegel, Estética; 1985.
71
“Truco” con el que Quizagenio logra ser amado para siempre. Cf. Museo de la Novela de la Eterna.
72
A. Béguin, El alma Romántica y el sueño, p. 365.
43
mundo). Por lo cual es posible ver que aunque Macedonio juega con conceptos de la
metafísica romántica (amor, mismidad, entrega, unificación), su metafísica se
distancia notablemente de ésta (o se acerca irónicamente), al cancelar sus
principales oposiciones.
Como primera medida el título de este sección podría rebautizarse como “Macedonio
vs. metafísica”, pero esto engendraría dos problemas: lo que aquí expondré como
“metafísica “ constituye “la historia del ser”,73 por lo cual no creo pertinente pensar la
gramatología o la decostrucción como algo que anule o escape totalmente a esta
historia (logofonocéntrica); y por ello mismo, aunque intente diferenciar lo que
Macedonio llama metafísica de la denunciada por Derrida, tampoco pretendo situar a
Macedonio por fuera de esta “historia del ser”.
73
Cf. Heidegger, Ser y tiempo, y Derrida, De la Gramatología.
44
De esta manera, este falo trascendental o signo fálico toma el nombre de sujetos o
significantes como Dios, Estado, Iglesia, Verdad, Yo, Consciencia, etc., que, bajo la
“forma” –totem– y la “autoridad” –tabú– del falo, desencadenan una serie de
dicotomías entra las cuales parecen dominar las de presencia-ausencia, voz-
escritura, natural-convencional; en las cuales obviamente es privilegiado el primer
término.
¿Qué es metafísica?
Es necesario recordar que el mismo Derrida aclara que deconstruir no es invertir las
jerarquías metafísicas, sino trabajar sobre ellas para vislumbrar sus grietas, lo cual
no implica ni exige estar “fuera” de la metafísica; esto no sería mas que idealizar una
meta-metafísica.74 Por ello mismo, el “procedimiento” derridiano consiste en “leer” los
discursos que promulgan, prometen o defienden el Logofonocentrismo y la
presencia, para mostrar que carecen de su pretendida unidad o estructura, y, que por
el contrario, su misma escritura revela las grietas de una ontología de la presencia: la
ideología que subvierte toda promesa y desenmascara los argumentos como tesis
tautológicas.
Por ello, Derrida recuerda que para Heidegger la metafísica es la historia del ser, en
la cual se ha olvidado la diferencia esencial entre el ser y el ente; lo particular del
pensamiento occidental, por lo menos, desde Platón hasta Hegel. Pero Derrida
además nos presenta esta historia (History) –la lee en sus diversas historias (storys)-
como el momento (y sus sucesiones) en el que se ha privilegiado la voz y la razón, y
en el que se ha denunciado la escritura en el anhelo de la presencia presente, en la
añoranza de oírse-hablar y sentirse-tocar.
74
Acusación que Heidegger lanza sobre Nietzsche.
75
Aristóteles, Metafísica, “Introducción”, p. 13.
76
Como más adelante se vera, decostruir esta ontología trascendental, en cierta medida, podrá
entenderse como una hiperbolización de esta aspiración aristotélica que paradójicamente termina
45
Por otro lado, Aristóteles establece su estudio bajo el concepto de nun, del presente,
como esencia del tiempo. Lo que será heredado por el pensamiento occidental, e
implica una concepción lineal del tiempo que privilegiará esta manera de
(re)presentar el ser: (en) el presente. A pesar, de que, como lo afirma Derrida, el
nun, al ser “lo que ya no es y lo que todavía no es” implica una concepción del
tiempo que descansa bajo el concepto de movimiento, lo cual desencadena una serie
de aporías que escapan a la pretensión del presente trabajo.
Uno de los mayores aportes que hace Derrida para entender y enfrentar la metafísica
es analizar su logofonocentrismo, en tanto base o fundamento de sus principales
hipo-tesis, dicotomías y supuestos.
En los textos de Platón, Derrida lee el privilegio de la voz y del habla sobre la
escritura, en los escritos de Artaud ve una denuncia del privilegio de la razón sobre el
ímpetu de la locura y aprovecha estos escritos para revelar y denunciar la metafísica
como el olvido de toda diferencia y el intento de totalizar y re-ligar “el-todo”; lo cual
implica negar la pluralidad del ser mismo, de su existencialidad.
por confundir y casi equiparar lo uno con lo múltiple: en el juego de-velatorio de ausencia y
presencia la diseminación disloca la relación significado-significante, ser-aparecer.
46
Macedonio Fernández, una metafísica sin telos ni arquía.
—Fueron tantos los que faltaron que si falta uno más no cabe.
En fin, quiero explicarle que si no he cumplido últimamente
con mi compromiso de colaboración, es porque me encuentro
desde hace algún tiempo en la tarea de clasificar (o clarificar)
la Realidad, o por lo menos de ordenar ciertas categorías.
Macedonio Fernández. Papeles de Recienvenido.
47
completo, determinado, concluido ni presentable; es el estigma mismo –el signo– de
la re-presentación: su ausencia evoca –inscribe– el signo del signo, su diferencia.
La anarquía de la Belarte
Inmóvil significaba que aunque un elemento
de una tabla hubiera sido usado,
podría ser usado de nuevo (...)
La estructura, pues, era útil en este sentido.
Todavía más, determinaba el comienzo y
el final del proceso compositivo (...)
y la presencia de la mente como factor dominante,
incluso en tan extraordinaria eventualidad, no
habría sido establecida. Esto sucedió gracias al
lanzamiento de unas monedas a cara o cruz. Quedó
claro, pues, repito, que la estructura no era necesaria.
John Cage. I Cambios, “Composición como proceso”.
Con lo anterior, considero válido afirmar que la Belarte (la escritura macedoniana, su
obra y su nombre,) revela las contradicciones implícitas en la expresión metafísica
macedoniana. Esta yuxtaposición de términos no sólo resulta contradictoria (dice y
deja de decir, silencia su propia voz) sino irónica, si se acepta que macedoniano no
es una categoría y, mucho menos, un concepto.
Como ya he dicho, la metafísica, en tanto estudio de los diversos modos del ser,
implica una búsqueda o invención de principios y leyes que “permitan” rastrear un
origen del ser y formular unos modos correctos (lógicos, morales, éticos, estéticos…)
y unos objetivos homogenizantes (teleológicos y teológicos, a manera de manuales
de instrucciones o guías del usuario: todos unifican el ser, el hacer y el uso bajo el
48
régimen dictatorial de “lo correcto”). De esta manera, la metafísica promulga y se
defiende a partir de las ideas de arquía (orden) y telos (objetivo o fin); significantes
trascendentales incuestionables dentro del sistema que protegen. Mientras que en la
escritura macedoniana aquello que se describe como “metafísica” contraviene todo
orden y objetivo. El fin macedoniano, al igual que la conclusión de su escritura, es
algo siempre postergado y postergable.
77
Procedente del término “religare”: reunir, restablecer el orden perdido de lo múltiple y lo
heterogéneo bajo el seno de lo único. Tanto la iglesia(s) como las constituciones “modernas” (por
lo menos la colombiana) “definen” la autonomía, la libertad y la igualdad bajo supuestos que de
una u otra manera describen la diferencia; su “pecado” es coartar la diferencia y proclamar el
derecho a ella en pro de una identidad común. De una u otra manera, somos iguales a los ojos de
dios y del estado por nuestras diferencias. Este no es más que otra cara del anhelo romántico de
conciliar lo uno y lo múltiple, el yo y lo otro, el ser y la nada.
49
órdenes establecidos; constituyen un “nuevo orden”, irreverente y paradójico, pero
orden. Mientras que el anarquismo que atraviesa la Belarte macedoniana es un
rechazo no dialéctico a todo régimen estructural. Lo cual, incluso, imposibilita la
concepción de una totalidad y por ende el rechazo de todo orden (todo juicio
universal, implica el anhelo de abarcar, y axiomatizar la totalidad, de conceptuar).
……….
50
II.
Escritura y texto
78
La cita presente en el epígrafe corresponde a Silencio, “Música experimental: Doctrina” p. 17.
51
No pretendo anunciar una metafísica de la escritura, de la lectura o del texto; y, por
ello mismo, es necesario advertir que esta bisagra textual está engranada en un
proceso lector particular que pretende enfocar las propuestas de Macedonio y
Derrida, con la pretensión de escapar a dicotomías pre-hermenéuticas como sujeto-
objeto, fin-medio, teoría-práctica, (entre otras), pero sin olvidar el ser particular de
cada obra (del ente?). Por más que en ocasiones, refigure “conceptos” como texto,
lector y escritura precedidos de artículos determinativos, éstos no constituyen
“sujetos” o “significantes” trascendentales incuestionables, sino que los presento
como nudos o juegos textuales, en los que trato de entablar la mayor cantidad de
relaciones posibles: desencadenar la mayor cantidad de sentidos que se anudan en
la bisagra textual de las obras en cuestión79.
Así, antes de entrar a ver cómo cada uno de estos escritos disemina la problemática
de la supuesta materialidad literaria, texto y escritura, me pregunto por su supuesta
procedencia: el sujeto-autor (su sujeción a la obra y su aparente individualidad). Para
esto me apoyo en uno de los ensayos publicados por Derrida en La filosofía como
institución, titulado “Nietzsche: políticas del nombre propio” (ensayo en el que Derrida
se pregunta por las implicaciones de la firma y la presentación de F. Nietzsche en el
Ecce Homo, “texto que compromete su cuerpo y su nombre”), y en la conferencia
pronunciada en el encuentro Gadamer-Derrida de abril de 1981, titulada Interpretar
las firmas: Nietzsche/Heidegger80.
52
Para Derrida la presencia de las iniciales F. N., en un escrito cuyo prólogo advierte la
doble posibilidad de su autor-narrador (“yo”, quien es a la vez su padre-muerte(o), su
madre-vida(viva) y su propio hijo), nos invita a sospechar e impide calificar una obra
como Ecce Homo bajo el rótulo de filosófica, biológica o biográfica, y asignarle un
género, un destinatario o una procedencia confiable. Derrida advierte que, tal vez, el
principal, si no único, destinatario del Ecce Homo es aquel que enuncia el “yo vivo”, y
que por tanto quien firma el escrito es el propio eterno retorno (¿un primer lector
implícito?). Las iniciales F. N. se presentan como “un nombre falso, un pseudónimo,
y su homónimo que como impostura ocultaría al otro Friedrich Nietzsche.
53
sucesión de acontecimientos83 y posibilidad para determinar un nexo entre el “autor”
y su “propiedad”. Razón por la que en mi acometida a la escritura macedoniana me
acerco a esta otra lectura de Ecce Homo.
El “yo” de Ecce Homo afirma: “he mirado hacia atrás, he mirado ante mí, jamás había
visto en un sólo momento tantas cosas y tan buenas”. De manera similar Heidegger
ya había recalcado la “necesidad” de proyectarnos como seres históricos y
temporales, para concebirnos como mera posibilidad existenciaria, pero es en
Macedonio donde la renuncia a la concepción lineal y causal del tiempo se convierte
en un requisito para ingresar y perdernos en la “(a)temporalidad del texto”84,
invalidando o reevaluando la problemática del autor y su propiedad, ya que al
postular la posibilidad del tiempo como un punto que es en sí su pasado y su
porvenir la tarea autoral parece residir por completo en el lector, o más bien en la
lectura. Al respecto, Macedonio señala que el hogar del lector es la estancia la
Novela (el texto, no el libro), lo que permite pensar que si el lector hace al texto y sólo
habita en él, el texto no permite vislumbrar su “origen” ni augurar su final: texto y
lector son indeterminables, se desbordan en el “cerco” mismo de la escritura.
Las lecturas del Ecce Homo y las del Museo de la Novela de la Eterna revelan la
imposibilidad de establecer un vínculo seguro entre el autor implícito y el autor real
(incluso aquellos personajes y/o narradores que se disfrazan de autores)85. Tal
relación existe pero es indeterminable, es, más bien, una deuda, un crédito que se
rev(b)ela en el concilio de la doble firma; firma que pertenece a una multiplicidad de
homónimos, incluso en el caso de la más explícita autobiografía86. Como el mismo
83
Como lo recuerda Ricoeur (Tiempo y narración) el problema del tiempo en los procesos narrativos
es un problema viejo (tratado en extenso por Agustín, los “hermeneutas” y esbozado desde
Platón). El mismo Ricoeur, apoyándose en Agustín y Heidegger, expone tres “modos” de asumir
el ser tiempo del ser: la intratemporalidad, la historicidad y por último la temporalidad; éste último
caracterizado por el éxtasis en el que confluyen la “presencia” de las cosas pasadas, de las
presentes y de las por venir. Por otro lado, es de interés recordar la crítica que hace Derrida a Ser y
Tiempo, denunciándolo como un esfuerzo frustrado por enunciar una concepción del tiempo no-
vulgar, al advertir la imposibilidad de describir el tiempo fuera de las concepciones metafísicas
(antes, todavía, aún no) y la “inutilidad” de manifestar jerarquías de ser (en) el tiempo
(intratemporalidad, temporalidad e historicidad).
84
“Atemporalidad” que, por supuesto, coincide con la concepción de “temporalidad” expuesta
por Ricoeur.
85
Piglia, en su Diccionario de La Novela de Macedonio Fernández, afirma que “El autor es el
personaje que usa el narrador para dar pistas al lector” y al que llama “personaje por absurdo”.
86
Todo relato “entierra al muerto y confiere inmortalidad al que sobrevive, no es autobiográfico
por el hecho de que el firmante cuente su vida: el retorno de su vida ya pasada en tanto que vida y
54
Derrida lo afirma, de esto se desprende la imposibilidad no sólo de situar cualquier
acontecimiento, sino que tal dificultad se propaga en el intento por “identificar el
comienzo de un texto, el origen de la vida o el primer movimiento de una firma”. Lo
cual, coincide con el postulado “central” de la Belarte de conmoción consciencial: la
pluralidad de sensaciones inubicadas:
Así como nadie, aunque sea alguno, despiértase sin creer haber estado
despierto algo antes —obsérvense ustedes y lo notarán así: es estrictamente
psicológica la impresión en todos los despertares de haber estado despierto
desde unos momentos antes. En estado de expectativa de un hecho cierto
ocurre también lo mismo: noten ustedes que cuando se aguarda, preocupado,
un llamamiento telefónico y oímos sonar la campanilla, parécenos que desde
algunos segundos antes ya la estábamos oyendo—, así yo no conseguía
empezar a estar presente, ni más ni menos que les ocurría a los primeros
trenes, tan lentos y torpes, que hasta después de un rato no estaban en la
estación a que habían llegado. (M. F. 1982, p. 15).
no en tanto que muerte, lo es porque esta vida se la cuenta a sí mismo (…) el yo de este relato tan
sólo se constituye en el crédito del eterno retorno”. Cf. “Nietzsche y las políticas del nombre
propio”. Tomado de www.derridaencastellano.com
55
márgenes? ¿Qué limita la muerte? Esta relatividad y conmoción nos impide distinguir
la procedencia y la dirección de “nuestras” sensaciones, decostruyendo los
conceptos de propiedad y procedencia. Tanto la Belarte de conmoción consciencial,
como la decostrucción, revalúan conceptos que podríamos catalogar no sólo de
metafísicos sino más específicamente como geopolíticos: sujeto, objeto, yo, amante,
amada, texto, lector, autor. “Conceptos” y/o términos que en últimas descansan o se
convierten en significantes trascendentales inexistentes pero castrantes: Dios, la
iglesia, el Estado, el Libro, la consciencia, etc. Términos que en la propuesta
macedoniana desaparecen o se trastocan para revelar sus fisuras: el texto (la
novela) se abre, y tal apertura permite el ingreso de un lector que se pierde, no sólo
en el éxtasis temporal, sino que, al igual que Adolfo y Adriana, no tiene la seguridad
de sus acciones, ni de la propiedad de sus sensaciones; el texto no es de nadie (ni
es de-nadie). Recuérdese que en Adriana Buenos Aires los amantes no saben a
quién pertenece la mano sobre la cual ha caído la ceniza. No distinguen de quién es
el dolor que sienten; la sensación está, a la vez, dentro y fuera; se expande
rompiendo los falsos límites (¿ideológicos?) del “yo”.
En el texto no sólo firma el autor. A pesar de que Macedonio insinué que el dar voz
(papel) al lector –para sus huellas y su firma− es una novedad de la Belarte, su obra
describe la imposibilidad del silencio del lector en cualquier lectura. La firma, como
toda marca, no nos remite a un origen seguro, sino que desencadena una “serie” de
87
Al respecto, también es útil recordar la “Historia de la Mentira”, en la que Derrida retoma tal
problemática desde la dificultad de establecer la mentira fuera del acto mismo de mentir, como
intención.
56
re-envíos que diseminan la obra; la ponen en juego con otras en el injerto
“intertextual” de la archi-escritura. El lector también firma y su rúbrica es doble,
ilegible, irrastreable… pero también indeleble.
En la obra de Macedonio el autor es, a la vez, ese personaje que nos hace
personajes y nos endosa “su” tarea: escribir la novela. Ser lector “en y para”
Macedonio es ser el personaje que escribe, es ser autor escrito y lector leído; es
confirmar la deuda que Derrida encontró con Nietzsche, es ser fiador y acreedor en
la doble trama de la lectura salteada: la que se escribe y se tacha en el juego diferido
de la diferencia.
Una cosa soy yo, otra cosa son mis escritos (…) Tampoco para mí mismo ha
llegado aún el tiempo, algunos nacen póstumamente.
57
El centro es el duelo
Derrida. La escritura y la diferencia, “Elipsis”.
88
La Belarte de Macedonio es también el eterno velar a Elena bellamuerte y es la espera de
Recienvenido (El aun-aún no llegado, el prometido).
89
Aquí es relevante –por ser a la vez revelable y relevable– enfatizar que si bien la novela buena está
dedicada explícitamente al lector salteado, la escritura macedoniana como tal, su prosa a personajes, está
dedicada al lector: personaje, autor y receptor de la Belarte macedoniana.
90
Derrida insinúa tal carencia como lo propio de todo signo.
91
Cf. La diseminación, La verité en peinture, “El oui diré en el Ulises”…
58
Y es precisamente en esta “reevaluación” de lo marginal en lo que se “centra” la
mayoría de la deconstrucción y los estudios derridianos. Pero no para invertir la
jerarquía en “la cosa” (el cuadro, el libro, la voz…), privilegiando lo que se ha
considerado ajeno, suplementario, derivado o marginal. Esto implicaría aún una
concepción estructural y formalista. Por el contrario, Derrida nos muestra cómo en el
proceso de significación, cadena ingobernable de relaciones y derivaciones, se niega
la im-posición de un límite, ya que la suplementariedad es la calidad misma de la
diseminación en tanto devenir inveterado de la significación.
59
(…) como los que recuerdan mi nacimiento no se acuerdan del propio, he
optado por no creerlo necesario y afirmado la eternidad nuestra. (M. F. 1982,
p. 233).
(El dato de la fecha de ésta se me ha pedido tanto y con una sonrisa tan
juguetona, que tuve la ilusión de que ello significaba que era posible una fecha
mejor de nacimiento mío y se me alentaba a elegirla y pedirla, que se me
habría de conseguir. Por si acaso, aunque no han progresado ni declarándose
estas cortesías, dejo dicho que me gustaría haber nacido en 1900). (M. F.
1982, Papeles de Recienvenido, p. 17).
vigilo entonces
la anudación que se labra entre nuestras horas
y ardientemente busco
echar, sin que lo sepas,
93
Aquí no me refiero a la versión de Adriana Buenos Aires citada en la bibliografía, sino a la
incluida en la recopilación de Ayacucho. Téngase en cuenta la dificultad de citar a Macedonio
dada la variedad de versiones en las respectivas ediciones, por ello mismo es que desde el inicio
advertí que cuando cite con las iniciales M. F., año de edición y el número de página me refiero a
la recopilación de Ayacucho y sólo aclararé la sección u obra a la pertenezca la cita cuando lo
considere necesario, como en este caso.
60
nuevo nudo, invisible y el más fuerte.
Mas no puedo trabarlo cuando ya has tornado.
Así, en este intento por dilatar y engañar la muerte, el lector se convierte en un aliado
de Macedonio; éste no sólo debe continuar la novela sino diferir su sentido; para así
preservar el higiénico invento de Macedonio: la estancia de la novela, el hogar de la
recienvenidez y el refugio de Elena. Cuya “estructura” se denuncia a sí misma como
un recorrido imposible, y por ello mismo eterno y eternizante.
………….
61
La escritura (lo que implica también la lectura, recordemos que es el lector quien
termina –y empieza– la Novela, por lo menos la “de” Macedonio) sólo se da en las
“márgenes” del texto; donde el suplemento ya no es “legalmente” marginable, ya que
las márgenes nada centran. La pararga (lo supuestamente accesorio o lo
suplementario) es aquello que jamás se deja exponer ni presentar como algo
presente, y por ello mismo tampoco se debe suponer como otro-nuevo o verdadero
centro. Por el contrario, este deslizamiento de las márgenes y esta transferencia del
“origen” y del “centro” es lo que revela la falacia estructuralista y la suplementariedad
de todo ergón (su impureza, su ilusión de pureza, su injuriosa y vana promesa de
completud).
De esta manera, la margen nunca está al margen. La margen “centrable”, o más bien
la margen que des-alinea y des-estructura, es la posibilidad del texto y la muerte del
libro; es la anarquía como “principio” de toda estructura: forma informe, des-orden
que funciona en el seno (no centro) de todas las estructuras antagónicas que
abanderan un sistema jerarquizado de oposiciones. Esta rebelión de la margen no
sólo frustra la promesa (sin anularla) de un retorno restituible a un sujeto (referente,
autor, amante…)96 sino que es el carácter más “propio” de una escritura-lectura
salteada, sin orden, sin principios, ni fin: de un texto sin telos ni arquía.
La Belarte carece de orden forma y centro, sus márgenes se deslizan y en ellas –en
ese gesto, en su movimiento- se fragua el complot: la conmoción consciencial. En las
“márgenes” de la Belarte el lector se re-presenta a sí mismo y vela el sentido del
texto. Es en el limbo del sentido “donde” el lector escribe y (se) lee. Pero este
espacio no es ni un adentro ni un afuera, ni siquiera un quicio; es donde está lo que
no está, es la novela dentro del museo, es la estancia donde encontramos a
personajes “tenidos” que no aparecen en la novela, como el Chico del largo palo:
obra o el “canon”, sino para mostrar que este juego con los límites y la marginalidad sólo es
posible en los silencios y las márgenes del mundo como archi-texto.
96
La ausencia de centro es aquí la ausencia de sujeto y de autor (Cf. Derrida, “La estructura y el
signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas”, La escritura y la diferencia.). Aquí, en el no
lugar del architexto derridiano (en Macedonio) la deuda que anuda texto, lector y autor descentra
toda estructura y nos recuerda a San Agustín en dos aspectos: el éxtasis temporal de la lectura y su
concepción de dios: círculo cuya centro está en la circunferencia, paradoja que refleja los tropos de toda
lectura: el devenir del texto y la recienvenidez del sentido. Por otro lado, todo sujeto (autor, lector,
amada, etc.) y todo objeto (escritura, texto, mundo, museo, etc.) se anuncian en el desengaño
mismo de su totalidad, de su unidad y de su presencia presente. Su atomismo, su unidad y las
articulaciones de su estructura se de-velan bajo la arbitrariedad de un centro metafísico: sus
fronteras nos remiten a una geopolítica que se niega a sí misma: mi boca (propiedad de Mi Yo) se
describe como un espacio vació de mí, es una bahía de lo “otro”, una intervención de lo otro en
mí. Fenómeno al que Derrida se refiere con el término de invaginación. Lo que no sólo recuerda
la problemática romántica de la coadunación (en biología, hacer de lo otro mi propio ser), sino
que evidencia la fragmentación de la consciencia enunciada por el mismo romanticismo, por
Nietzsche, Marx, Freud y Schopenhauer, entre otros que se han tomado el tiempo de cuestionar el
yo, la moral, y la consciencia en la escena de la voluntad y la representación.
62
Por eso mi propaganda dice: “única novela donde no se deja entrar al
muchacho del largo palo”, “es la novela del muchacho tenido lejos”. (M. F.
1982, p. 203).
63
interpretativa y exegética) debe ser dócil a la letra –a su Verdad–. La exégesis
positivista expurga la letra no sólo en busca de la voz, sino de la idea que ésta
representa. Ya Derrida describe la tradicional relación entre la estructura de la
escritura y la anarquía de la lectura:
Así, el epígrafe citado arriba, señala una geografía imposible: si el “objeto textual” se
da en la escritura, ¿cómo hallarlo, en un mundo de huellas diferibles, donde todo se
está escribiendo y re-presentando continuamente –por algo otro–? La escritura no
tiene un momento determinado porque el tiempo es en sí escritura, inscripción y
muerte.
98
Posibilidad y necesidad de ser citado, extraído y puesto entre comillas.
64
“citas” que nunca traen al presente aquello que intentan recoger. Metáfora que tal
vez se exfolie99 al entablar-desatar la relación entre texto y museo.
En primer lugar, qué mejor lugar que el museo para analogar con el espaciamiento
temporal en el que se da la escritura100.
65
concepto abstracto, ni un nombre común colectivo como sería el caso de “El museo
del hombre”. Además La novela (de esta frase) puede entenderse como propiedad
de la Eterna (nombre de algo o alguien) o como un “objeto único” que hace
referencia a La Eterna (pliegue metafórico entre el sustantivo y la cualidad).
Pero lo que realmente interesa aquí es que los museos que estamos acostumbrados
a visitar o eludir, reflejan todo el anhelo romántico por recoger el pasado; por
preservarlo y juzgarlo bajo una lógica lineal y causal del tiempo. Pero, irónicamente,
son estos espacios los que nos permiten transitar por el tiempo: dándole tiempo al
tiempo, emplazándolo en salas y paredes –“su” historia, la historia del tiempo y el
tiempo de la historia tienen lugar en el museo–. Así, la museística rompe con los
conceptos estructuralistas con los cuales señalamos sus elementos, salas y paredes.
No hay nada mejor que un museo para expresar las aporías que implica una
concepción lineal del tiempo y la esperanza de ubicar la procedencia y el
funcionamiento de algo. El museo es el espacio donde los tiempos y espacios
confluyen para resistirse a toda categoría historicista y geográfica, y a su lógica
vectorial. En un museo la silla ya no es silla, su sillidad (¿la cosa de la cosa?) ha
sido desplazada aunque aún amenace con la posibilidad de que alguien se siente en
ella; lo cual se ha prestado para que se piense como un símbolo o un concepto ideal
de silla, que paradójicamente es una silla tan particular que la rotulamos bajo una
época, un estilo e incluso como propiedad de alguien (que ya no la posee).
101
Museo. (Del lat. musēum, y del gr. μουσεον). 1. m. Lugar en que se guardan colecciones de
objetos artísticos, científicos o de otro tipo, y en general de valor cultural, convenientemente
colocados para que sean examinados. 2. m. Institución, sin fines de lucro, abierta al público, cuya
finalidad consiste en la adquisición, conservación, estudio y exposición de los objetos que mejor
ilustran las actividades del hombre, o culturalmente importantes para el desarrollo de los
conocimientos humanos. 3. m. Lugar donde se exhiben objetos o curiosidades que pueden atraer
el interés del público, con fines turísticos. 4. m. Edificio o lugar destinado al estudio de las
ciencias, letras humanas y artes liberales (Cf. Diccionario de la Real Academia de la lengua, edición
digital, 2004).
102
Perdóneseme la paradoja de clausurar el valor veritativo de los juicios categóricos con uno de
ellos, pero ello es una prueba más de las inconsistencias que denuncio. El mismo Macedonio
describe con la lógica de la Belarte que no hay regla sin excepción, excepto que no hay regla sin
excepción.
103
Tradicionalmente se afirma que un museo de historia natural contextualiza, mientras que en un
museo de arte contemporáneo es más frecuente la presencia de objetos “propios” de otros
espacios.
66
propiedad, y la “museística” sólo anuncia estos conceptos en la contradicción que
implica todo juicio universal y toda economía del origen y de la presencia.104
Por lo anterior, sugiero pensar esta museística como un nudo textual que no se limita
a lo que comúnmente reconocemos como museo(s); sino como una ciudad105 que se
absorbe y niega a sí misma en el proceso de ampliar sus márgenes. Ciudad que se
pres(en)ta para las transformaciones y el embellecimiento propuesto por el
Presidente y la Belarte macedoniana (para el complot).
67
Rótulo común en las obras “contemporáneas” (entre Macedonio y nosotros). La
literatura urbana suele ser un término común pero que, por lo general, sólo hace
referencia al lugar en que se desarrolla la acción descrita en la narración, y a la
psico-fisiología de sus personajes.
Pero aquí intento relacionar “el orden de la escritura” con “el orden de la ciudad”
desde otra perspectiva. No me pregunto si los personajes piensan, hablan o calzan
como personas de ciudad.106 Sino que trato de describir aquello que entiendo por
texto, a la luz de la escritura macedoniana107 entendida como el quiasma seminal de
su habitabilidad: “lugar” de ser (en) el tiempo de la representación, su “forma” de
prometerse y anunciarse.
De esta manera, para exponer el ser del texto (sin olvidar el ente, la diferencia, su
aplazamiento temporal, su hacer-se) y describir lo particular de la escritura
macedoniana recurro al potencial sémico de la bisagra ciudad-museo. Y, por ello,
aprovecharé la lectura que Piglia hace de Macedonio, y que reinscribe en La ciudad
ausente y en el Diccionario de la novela de Macedonio Fernández.
106
El mismo Macedonio parece censurar el privilegio de este tipo de análisis. Además, este
“cosmopolitanismo” exige otro tratamiento que escapa a mi intención (a la Mía, no
necesariamente a la de este texto).
107
Aunque parezca tarde, advierto que, para mí, la particularidad de la escritura macedoniana
respecto con la escritura en general o la “expuesta” en otras “páginas” es inenunciable, reside en la
Différance misma, en su impresentabilidad. Por ello no es que todo escrito sea igual. Rechazo la
idea que concibe la decostrucción como la excusa para afirmar que cualquier cosa puede ser
cualquier cosa y que imposibilita todo juicio ya sea particular o universal. Si tuviera que reformular
esta falacia, afirmaría que la decostrucción es la apertura que nos permite concebir cómo algo no
está dado plenamente y que, por ello, puede ser otra cosa, tal vez cualquier cosa, pero sólo esa:
¿Cuál? Esa que aun es impresentable, indecidible. Por esta razón no busco definir lo particular de la
escritura macedoniana, sino describir algunas características que no se erigen como tótems
incuestionables, sino que se prometen en el transcurso de mi lectura.
108
Aún espero la metáfora, no la tengo, aunque la prometo. Por ello, así como cuando Macedonio
trata la metafórica de la siesta, dejo al lector la tarea de esperar y escribir lo que yo no encontré.
Respecto a las metáforas de la siesta, después de intentar varias Macedonio afirma:
(Pero esto ha de ser dado en versión, es decir, en metáfora, no en definición. Quien tenga la metáfora de la
siesta, la dé. Yo se la pediré al gallo insomne de la Noche de la Siesta…) (M. F. 1982, “Poema de
trabajos de estudios de las estética de la siesta”, p. 149).
68
Del Diccionario…109 debemos tener en cuenta las siguientes “definiciones”:
Buenos Aires. (…) Buenos Aires es la realidad, la historia, por eso es necesario el
complot para restituirla a ese tiempo donde existen los sueños sin lastres ni
estatuas y calles sin nombres de próceres. Una nueva fundación: la aldea de la
Recienvenidez.
Museo. (…) Novela equivale a museo: lugar dedicado a las musas de la Eterna.
Sitio de la Inolvidable donde se vencerá el Olvido-muerte. (…) Lugar donde se
presta vida, en donde es posible la Eterna, con su toda presencia en el presente y
su olvido total del pasado. (…) Lugar en donde se guarda la Historia sin tiempo ni
vida de increíbles personajes.
Expongo las anteriores “descripciones” con el fin de advertir y diferenciar lo que llamo
orden de la ciudad (urbanística que desestructura al texto) de aquello que Piglia, y,
tal vez, el mismo Macedonio, señalan como ciudad o Buenos Aires. Y para ello,
aprovecho la idea del Complot, como la posibilidad de toda ciudad: su acción
urbanizadora. La urbanística macedoniana describe la remodelación como su “forma”
misma y, por ello, también se presenta como el hogar de la recienvenidez: de quien
espera llegar y sabe hacerse esperar. Pero ya que no comparto la concepción
geométrica ni la dicotomía entre ciudad-aldea, ficción–realidad, como estructuras de
la novela macedoniana, creo que me es más útil La ciudad ausente, ya que parece
describir la escritura macedoniana en el parargón de/entre la ciudad y lo otro: en la
estación (el umbral entre la estancia y la ciudad).
109
Resalto que el diccionario, en tanto objeto de consulta surcada, promete saciar el apetito del
lector salteado, a quien Macedonio promete y estafa.
69
Características, similares a las que adjudico a la ciudad como museo, claro está que
allí lector es autor; es encuentro de un mismo recienvenido. Además, en La cuidad
ausente, las márgenes de este museo se pierden y fusionan con los “limites” de la
ciudad.110 Espacio en el que Macedonio (se) da tiempo y construye la máquina que
hace Eterna a Elena por medio de recuerdos y reviviscencias: su pasado es su
futuro.
De esta manera, podemos ver la escritura macedoniana no sólo como la ciudad que
Es-Ausente, sino como el Buenos Aires de Ferrer: en donde el Lunfardo y el Tango,
en tanto sus expresiones más propias, le son ajenas. Ferrer afirma que la
arquitectura de esta ciudad parte de estructuras aptas para adoptar al recien-llegado
–venido–, al emigrante. La Pampa y el conventillo se configuran como espacios de
trueque y reconocimiento. Así como la Pampa es el hogar del gaucho, el conventillo
es el lugar del compadrito, aquel que vive entre casitas y pensiones (tal como lo hizo
Eduardo y el mismo Macedonio).113 El conventillo, según Ferrer es una especie de
inquilinato en el que con-vivían tanto inmigrantes como “nativos”, y en el que tuvo
origen la poesía, el dialecto popular114 y la música “tradicional argentina”: el verse, el
lunfardo y el tango.
Pero es necesario advertir que la ciudad, como espacio, no discrimina entre nativos y
extranjeros, aquí todos son recienvenidos. Y Macedonio da cuenta de ello al permitir
entender su escritura como un murmullo de conventillo, como el chisme propio de
110
Al referir los “límites” de la ciudad resulta útil relacionarlos con los de El Castillo de Kafka, ya
que en ambos “espacios” “sobra” o es imposible la tarea de un agrimensor.
111
Ciudad ya crecida es como amor olvidado: nada es ni es Nada.
112
Ferrer, Horacio. El libro del tango: arte popular de Buenos Aires.
113
Aquí la oposición entre los espacios urbanos y los rurales, entre lo natural y lo artificial, se
engloba bajo el enclave de “urbanismo y museística” (urbe=orbis), en tanto espacio(s)
modificable(s) y modificante(s): la estación de la novela, donde se allega el lector, donde se pierde.
Urbanizar.1. tr. Acondicionar una porción de terreno y prepararlo para su uso urbano, abriendo
calles y dotándolas de luz, pavimento y demás servicios.2. tr. Hacer urbano y sociable a alguien. U.
t. c. prnl. (Cf. Diccionario de la Real Academia de la lengua, edición digital, 2004).
114
Parece significativo –significable– que Borges defina el lunfardo como “lenguaje de
ocultación”, propio de los ladrones y malevos. Sin embargo, lunfardo no sólo designa el código
lingüístico, sino a quien lo utiliza.
70
aquellas pensiones que tanto quería.115 Por lo anterior, me atrevo a afirmar que su
novela y su escritura se “diseminan” bajo el “no-principio” del chisme y formulan una
“arquitectura” similar a la del conventillo.
115
Este era uno de los motivos por los que la mamá de Borges desconfiaba de Macedonio.
Además debe a-notarse que su novela mala se desarrolla en una pensión de este tipo. Lo que no
implica que en su novela Buena (por estar la ciudad ausente –ésta aún no es–), no estén presentes
las características de la pensión o el conventillo.
71
que parece añadirse como lo lleno a lo lleno, es también lo que suple. “Suplir:
1. añadir lo que falta, proporcionar lo que hace falta de excedente”, dice Littré,
respetando como un sonámbulo la extraña lógica de esta palabra. (D. 1989,
La escritura y la diferencia, “Freud y la escena de la escritura”).
……
72
Aquí la firma no es garantía de nada, más que de la muerte que anuncia todo
nombre. La ciudad se cita y recoge a sí misma en su museística, en el proceso de
expansión misma, describiendo la duplicidad e iterabilidad de toda marca; su pasado
nunca presente. Por ello, yo citando a Derrida, siempre en el régimen de las comillas,
insisto:
Yo quería insistir sobre esta posibilidad; posibilidad de sacar e injertar en una cita
que pertenece a la escritura de toda marca, hablada o escrita, y que constituye
toda marca en escritura antes mismo y fuera de todo horizonte de comunicación
semiolingüístico; en escritura, es decir, en posibilidad de funcionamiento
separado, en un cierto punto, de su querer-decir “original” y de su pertenencia a
un contexto saturable y obligatorio. Todo signo, lingüístico o no lingüístico,
hablado o escrito (en el sentido ordinario de esta oposición), en una unidad
pequeña o grande, puede ser citado, puesto entre comillas; por ello puede romper
con todo contexto dado, engendrar al infinito nuevos contextos, de manera
absolutamente no saturable. Esto no supone que la marca valga fuera de
contexto, sino al contrario, que no hay más que contextos sin ningún anclaje
absoluto. Esta citacionalidad, esta duplicación o duplicidad, esta iterabilidad de la
marca no es un accidente o anomalía, es eso (normal/anormal) sin lo cual una
marca ni siquiera una marca podría tener un funcionamiento llamado “normal”.
¿Qué sería de una marca que no se pudiera citar? ¿Y cuyo origen no pudiera
perderse en el camino? (D. 1989, Márgenes de…, p. 363, el subrayado es mío).
73
III.
Lecturas y lectores
Como se ha visto a lo largo de este trabajo, en el intento por describir cada uno de
los nudos temáticos que entrelazan mi lectura de Macedonio a la luz de la
decostrucción, es necesario desplazar(me) (por) las diferentes ramas de este tejido
textual. Así como para desarrollar el “concepto” de escritura fue necesario analizar
las implicaciones que en ello tiene la figura del autor (en tanto “propietario”, “nombre
propio” –autor, narrador, personaje- y firmante), ahora me es necesario referirme de
nuevo a la escritura y al texto para analizar la problemática del lector y la lectura en
Macedonio Fernández.
116
Estos términos siempre anuncian, revelan, reservan y silencian, en su continuo relevo, su
insaturabilidad (propia de todo signo) mediante el juego de ausencia-presencia del prefijo archi,
que tacha su posibilidad de concepto.
74
cual es la posibilidad y necesidad de los otros. En este juego textual, la marca
(traza, huella, referente, fuente, moneda,…) se pierde en el camino de la
repetición y la diferencia;117 la interpretación, la significación y la lectura se
inscriben como pseudónimos, y las figuras del lector y del autor se configuran
entre sí como estrategias textuales (posibilidad, germen y fruto de la escritura).
117
Diferencia: aplazamiento como temporización del espacio y espaciamiento del tiempo; aliento,
darse tiempo para proyectarse espacialmente, expandirse para tomar-se un momento.
118
La lectura y los lectores serán interrogados en su “ausencia”; no será una entrevista metafísica
del ser-presente y/o del ser como presencia.
119
Este fraccionamiento de la identidad y del sujeto puede verse como una radicalización de
algunos planteamientos propios del psicoanálisis y del marxismo; no es gratuito que Freud, Marx y
Nietzsche promuevan un cuestionamiento sobre la totalidad y la unidad del sujeto, de la
consciencia y de la política. Es relevante ver cómo esta “escuela de la sospecha” decostruye en
cierta medida lo que podríamos llamar sujetos trascendentales: el estado, la consciencia, la lógica,
la moral… al introducir términos como los de ideología (falsa consciencia), inconsciente-
subconsciente, que permiten ver toda estructura y toda lógica como “ficciones completas” (Cf.
Nietzsche, Fragmentos póstumos).
75
un limbo similar al cuestionar las supuestas certezas con las que constituimos
nuestra lógica de la percepción.
Cuando se me contesta que, por ejemplo, que “yo” es el cuerpo, digo que
entonces tenemos imagen para la palabra yo y la palabra cuerpo queda sin
imagen, error cuyo padecimiento se experimenta en la frase “mi cuerpo” ¿De
quién? De Yo El cuerpo de Yo, es decir: “El cuerpo de yo es mi yo. En las
solas dos palabras “mi yo” ya está el absurdo: mi significa: de yo; “mi yo”
equivale a “el yo de yo”. (M. F. 1982, p. 131).
Así, Macedonio Fernández nos ofrece una “solución” para la frustración romántica
de un yo que se enfrenta a lo otro. La conmoción de la consciencia y la omisión
como otro modo en que “aparece”, se anuncia o se re-presenta el ser. Por ello, no
es gratuito (nada lo es, ni la nada)120 que muchos de sus ejemplos, temas y
120
Sin embargo, el hecho de que nada sea gratuito, no implica que las deudas sean determinables,
ya se ha visto que el autor y la firma como deudas del portador del nombre propio no son más
que testamentos que atestiguan a la escritura-lectura como la muerte, como una experiencia del
tiempo y de la imposibilidad de recoger y retraer la historia y la tradición (el sueño de la
76
personajes encarnen o empapelen cuadros prototípicos del romanticismo y, a la
vez, decostruyan el anhelo metafísico de la presencia presente y del oírse hablar
absoluto:
Esta violación del Yo recorre las diversas “categorías” o “formas” en las cuales
Macedonio in-e-scribe al lector y sus “tipos”. El lector perezoso, el salteado, el
lector-autor, el lector de vidrieras… son “modos” que jamás constituirán la
totalidad de una lectura, no son categorías, sino que por el contrario muestran la
imposibilidad de determinar al ser (de la lectura o del lector) bajo la supuesta
totalidad de sus modos-de-ser-aparecer. La descripción e inscripción de los
diferentes lectores-personajes describen el fracaso de todo intento por apresar el
Yo (sea del lector, del autor, de la amada…, del ser). Intento característico no
77
sólo del libro de La Metafísica de Aristóteles,121 sino también de todas las
corrientes positivistas y estructuralistas de occidente.122
78
momento de la lectura. Por lo cual, retomo algunos puntos de la “hermenéutica
metafísica” de Macedonio y, “luego”, me pregunto por la hermenéutica
heideggeriana, en tanto huella de la gramatología derridiana; y que, por tanto, se
inscribe en mi lectura de Macedonio.
79
Por ello, es peligroso afirmar que Macedonio ignora la historia o que sea
metafísico (en su acepción Derridiana), ya que, precisamente, por el intento de
promover una lectura “salteada”, no lineal, debemos considerar el llamado de
advertencia que nos hace para no olvidar nuestra condición temporal-histórica: la
muerte como posibilidad existenciaria: estamos traídos-a-delante, arrojados,
esperándonos, y es precisamente desde este no lugar donde la escritura hace
mundo; hacemos historia y experimentamos la muerte en la representación
misma del tiempo: en el devenir de nuestras huellas y el ocaso de la presencia:
(en) el eterno retorno de la metáfora, (en) el rodeo del lenguaje, (en) el architexto.
Rodeo que Derrida describe como la retirada de la metáfora, pero “una” retirada que no es
126
80
Un museo es la más clara condición de la imposibilidad de recoger la historia y, a
la vez, su más valioso intento. Pero si la historia es condición e imposibilidad de
un retorno seguro, el museo no es ni un rezago de la historia ni el mero fracaso
por aprehenderla. La historia es un museo en sí mismo, es el lugar y el momento
de entablar el diálogo, es el “hogar” de la metáfora. Pero las relaciones que se
entablan allí nunca son seguras ni unidireccionales; la periodización puede
entenderse como una propiedad de los museos pero también como una invención
imposible (o por lo menos como una promesa inconclusa: El museo de la novela
de la Eterna). Es por ello que el Museo de Macedonio (no sólo el de La novela de
la Eterna, sino el “resto” de su obra) expresa lo que todo museo revela en
silencio: el contexto es indeterminable y, por ello mismo, los objetos (todo signo)
pueden extraerse de los palacios a los museos, tal como las palabras se citan y
saltan de (con)textos a (con)textos.
Siempre faltará algo para determinar un signo, más una obra literaria (semema extendido en
127
palabras de U. Eco).
81
la crítica del yo, la Mística.
82
personaje con quien la novela sueña”. Cf. M. F. 1982, p. 238) para que éste
asuma su posibilidad más propia se lea inscrito en la novela y, como personaje,
escriba la novela. Reacuérdese el metódico plan de Dulce-Persona y Quizagenio
por perder al lector (de sí mismo), hacerlo personaje y tomar su vida de persona:
--Buscaba el lugar de la novela donde pudiera haber vida; creía que fuera
aquí en la ventana de “La Novela” donde se respira y vendría vida para
nosotros dos. (M. F. 1982, p. 282).
(…)
83
muerte en el duelo ajeno–. La muerte debe hacerse presente como consciencia-
de-mi-muerte: el Dasein debe traer, prever o considerar su muerte como un límite
inamovible, para proyectarse, elegir, interpretar. Mientras que Macedonio vive su
duelo en la duda de la muerte.
(…) la emoción del miedo de ya haber muerto gestionada por el método que
he propuesto y defendido como única novelística artística: experimentar miedo
actual de haber muerto, de estar muerto (Novelística), prueba que las
afirmaciones de nuestra consciencia de estar vivos tampoco valen, como vivir
en otro por el amor (Pasión (-un recíproco afán de ser uno el otro-)) prueba
que la destrucción de mi-cuerpo no afecta a la eternidad consciencial
individual. (M. F. 1982, el subrayado es mío).
84
la muerte y todo orden metodológico y ontológico; pero a la vez, “traen” la muerte
al presente –la esperan– (¿el aquí del estar-ser-ahí, adelante y proyectado del
Dasein?) al revelar la fugacidad del tiempo y la impresentabilidad del presente, de
lo-vivido (¿Releven-Erlebnis?)
(…) la emoción del miedo de ya haber muerto gestionada por el método que
he propuesto y definido como única novelística artística: experimentar miedo
actual de haber muerto, de estar muerto (Novelística), prueba que las
afirmaciones de nuestra consciencia de estar vivos tampoco valen, como vivir
en otro por el amor (Pasión) (-un recíproco afán de ser uno el otro-), prueba
que la destrucción de mi-cuerpo no afecta a eternidad de la consciencia
individual. (M. F. 1982, p. 129).
85
ocurrido, queda el texto que hace presentes en su cambio incesante, en l
metamorfosis de sus lecturas, las facetas de la vida de ese otro, ajenas aún a
la extinción. La lectura se ofrece plenamente como un acontecimiento capaz
de contemplar la muerte, incorporarla en la mirada para cancelarla. (D. Las
muertes de Roland Barthes, 1999, Prólogo de Raymundo Mier, p. 36).
La muerte del otro, esa muerte del otro en “mí”, es, en el fondo, la única
muerte nombrada en el sintagma “mi muerte” (…) Es otra dimensión del
esperarse como esperarse el uno al otro; uno mismo se espera (en) la
muerte esperándose el uno al otro hasta la edad más avanzada en una
vida que, de todos modos, habrá sido tan corta. (D. Esperarse (en) la
llegada).
86
perfecto plan de Macedonio, pero ¿Quién es el lector y dónde termina su tarea?
Es la espera en la espera lo que permite o promete el gracioso artificio de eludir
la muerte, tal como lo recuerda el final del poema Elena Bellamuerta:
Tal como todo personaje que por terquedad del autor debe morir dos veces; es decir fingir su
128
87
(M. F. 1982, Elena Bellamuerta).
Por ello considero que leer, interpretar las huellas del pasado, del tiempo,
también es el acto de abrirse campo –espacio– en el tiempo: ser tiempo, ser
muerte, morir y hacer historia. Interpretar es darse tiempo y dar un paso (en) al
futuro (“morir un poco” ). Es velarse y descubrir(se) en la espera de la “propia”
muerte (la del otro en mí, mi luto) y la dilación del sentido.
88
la anulación que se labra entre Bellamuerta …?) es más que una
nuestras horas realidad vacía, un filo que separa al
y ardientemente busco sobreviviente de la vida? La vida del
echar, sin que lo sepas, sobreviviente es la suya, pero otra:
nuevo nudo, invisible y el más una vida ajena a la vida, separada de
fuerte. ella; es más un tiempo parásito,
Mas no puedo trabarlo cuando suplementario, una mera espera más
ya has tornado. allá de ese instante en que se
contempló a la muerte (…)
Y siempre quedaré temiendo
ese pasado tuyo que vuelve, (D. 1999, Prólogo de Raymundo
ese presente tuyo que me Mier, p. 32).
quitas.
(M. F. 1982, pp. 340, 341).
129
Ricardo Piglia, “La memoria”. Este ensayo, tomado de la Revista El Malpensante, Número 55,
aborda la concepción de la lectura en Borges a partir de sus últimos cuentos, pero como en toda
interpretación quien lee es más que uno, las experiencias se cuelan reviviendo recuerdos ajenos.
Aquí me es imposible abstenerme de apropiarme y ofrecer ese recuerdo común (e impersonal) de
un Macedonio que vive los recuerdos de su amada, que recuerda para dar vida, que anuncia el-
recuerdo (como) por-venir. En cuanto al tema del doble recuérdese o retómese lo mencionado
en el Cáp. II del “presente” trabajo.
89
Y si bien lo anterior describe de manera casi perfecta la Belarte macedoniana y el
plan postergado del Presidente por eternizar a la Eterna, también alude a la
exigencia implícita del Museo de la… para que su perfecto plan se lleve a la
practica. La conmoción consciencial sólo es posible bajo la expectativa de un
lector que al brindar sus recuerdos, poner su consciencia a disposición de la
novela, disloca los límites entre lo propio y lo ajeno; un lector que fractura su
consciencia, que se sueña Macedonio y re-vive a Elena.
Pero esta fantasía macedoniana (la conmoción consciencial) puede verse como
un requisito de la lectura; y aquí no me refiero exclusivamente a la propuesta por
macedonio, o más bien hago énfasis en la simetría que existe entre la
interpretación macedoniana y las propuestas teóricas de la hermenéutica
heidegeriana y la gramatología derridiana. La lectura “en” Macedonio es posible;
nótese que Piglia espera el sentido de la Belarte en su propia escritura, dilata su
sentido en obras como La Ciudad Ausente, El diccionario de la novela de
Macedonio Fernández y ensayos como el arriba citado donde enuncia la
posibilidad de conmoción como requisito para ingresar a la a-temporalidad de la
novela: el texto se prologa y la promesa queda abierta.
(…) Tal vez en el porvenir alguien, una mujer que aún no ha nacido, sueñe
que recibe la memoria de Borges como Borges soñó que recibía la
memoria de Shakespeare. ((R. Piglia, “La memoria”).
Recienvenido no tiene presencia pero tiene voz y eco; sus promesas resuenan en
figuras como el narrador, el autor, el lector y el editor de sus papeles. Y es
precisamente este eco el que refleja el endosamiento de la escritura y la
90
heterogeneidad de su procedencia. La voz de Recienvenido es un eco que
augura su futuro (promete su pasado y adivina su porvenir), se representa a sí
misma porque nadie puede dar constancia de lo que aún no es, de quien no ha
llegado; de ahí que sus papeles constituyan “su” “autobiografía hecha por otro”.
Toda escritura exige, espera, necesita y posibilita ser leída. Ningún signo tiene un
sentido o significado dado (ya ahí), siempre espera al prometido lector, quien
nunca llega por completo, porque el sentido jamás queda instaurado o instituido.
El sentido se releva y en este rodeo el lector también se retira –en tanto metáfora
de sí mismo-.
………………….
91
b. El intérprete y lo interpretable, en el camino
de la diferencia
En el intento por abordar la lectura como el tiempo del texto, considero útil
revaluar la hermenéutica, en tanto huella de la estética de la lectura y de la
recepción. Para ello parto de los postulados de Heiddeger expuestos en Ser y
tiempo y sus conferencias “La cosa” y “El origen de la obra de arte”. Mi elección
se funda en que considero que estos textos perfilan conjuntamente una “teoría de
la recepción”, una crítica a la metafísica y un llamado ante el olvido de la
diferencia.
Al aceptar el mundo (el ser – tiempo– del tiempo) como un tejido de signos sin un
sentido dado, el ser del ser humano se anuncia como intérprete. Pero si bien, ya
desde Heidegger se postula este proyectarse como la actitud interpretativa propia
del hombre, aquí pretendo vislumbrar algunas implicaciones de tal concepción; a
saber: la clausura de la concepción lineal y causal del tiempo, la imposibilidad de
un origen hermenéutico o de una teleología positivista y, por ende, el continuo
diferir de la significación.
92
Ser lenguaje, es el signo de la historia: es el diálogo de la historia en el tiempo de
la historia; es sus historias mismas (stories). Tiempo en el que el lenguaje se re-
presenta como precioso bien o, como diría Rousseau, peligroso suplemento.
Sin embargo, para abordar la cuestión del ser humano como intérprete
-diseminador de la diferencia entre el ser y el ente-, en primera medida me
acercaré a algunos postulados expuestos en Ser y Tiempo.
Pero el Dasein, para constituirse como intérprete del mundo (mundo que de una u
otra manera genera, y en el que es) debe llevar a cabo una “serie de pasos” o
más bien modos de ser, que le permiten salir de la mundaneidad y la experiencia
vulgar del tiempo para enfrentarse a su muerte como su mayor posibilidad (o
como la máxima y última imposibilidad de todas sus otras posibilidades).
130
Especie de precomprensión, según G. Váttimo.
93
El Dasein, entonces, se refugia en la palabrería (Gerede), en el
apaciguamiento, en el disimulo, en evitar el deceso, en la carrera hacia el
anonimato del “se muere” (…) La posibilidad más propia del Dasein, a
saber, la muerte, es la posibilidad de un poder no-estar-ya-allí o de un ya-
no-poder-estar allí como Dasein. Y, de eso, tiene plena certeza (…) puede
huir inauténticamente (impropiamente) de esta verdad o puede acercarse a
ella auténticamente, esperándosela entonces propiamente, en la angustia
y en la libertad. Esperándosela, es decir, esperándose (en) la muerte, y
esperándose en ella a sí mismo. (D. Esperarse (en) la llegada).
Sin embargo, es necesario que el ser humano salga del actuar impersonal, para
que se apropie de sí, experimentando el devenir del tiempo fuera de su
concepción lineal y metafísica. Para lo cual es necesario concebir al Dasein como
poder ser, considerando a la muerte como posibilidad existenciaria, no como algo
accidental, sino como algo constitutivo del Dasein.
Éste (el Dasein) no es un ente ahí-delante o a-mano, como si fuera un
objeto sustancial (Vorhandenseion), la esencia de este ente que es el
Dasein es, justamente, la posibilidad, el ser posible (das Möglichsein)(…)
El ser-posible es propio de este ente que es el Dasein y la muerte es la
posibilidad más propia de esa posibilidad. (…)La muerte es una posibilidad
que el Dasein mismo tiene que asumir. Con la muerte, el Dasein se espera
él mismo (y tiende) en su poder más propio. (D. Esperarse (en) la llegada).
Sólo al asumir la muerte como una posibilidad, que se sitúa por fuera del proyecto
limitando y amenazando las posibilidades del Dasein, éstas se le revelan en tanto
meras posibilidades. La muerte niega toda garantía, al ser ella la única garantía
de que todo lo otro es mera posibilidad; y, por ello, mismo permite ver que la
presencia de lo presente es sólo una fase del tiempo, mas no la única. Así,
cuando el hombre se percata de que ya hay “dioses idos” (Elenas muertas) y aún
otros por venir (la novela), la muerte “permite” una historia para el Dasein y
posibilita una ruptura con la concepción lineal del tiempo (la Bellamuerta es y da
historia a Macedonio, al presidente, al texto…, al lector).
94
“anonimato del Se”131 para dirigirse a lo propio (diferenciar el Ser del Ente). El pro-
yectarse, la decisión y la Sorge (el cuidado, la cura, la preocupación) son sólo
posibles como hechos temporales. Así como luego Heidegger afirma, en escritos
posteriores, que el Hombre intenta apresar el acaecer de la “Verdad” (lo
“permanente”) en la palabra, en Ser y Tiempo el Dasein también se enfrenta al
devenir y a sí mismo en busca de sus mejores opciones. Posibilidades que
devienen y desaparecen amenazadas siempre por la finitud del Dasein. Por ello,
la “voz de la consciencia” señala (al Dasein) una culpabilidad originaria que es a
la vez la posibilidad de una culpa posterior: debe cuidar de sí, apropiarse: ser
responsable, dar-se-tiempo, interpretar. Proyectarse en la espera: leer “el” mundo
y escribir “la” historia.
131
Falta de proyección: –forma de– ser vulgar del ser.
95
La angustia de saberse arrojado en el mundo y la experiencia anticipada de la
muerte –única posible– llevan al hombre a una disposición de escucha que
espera el acaecer del ser, respetando su reserva. Consciente de que hay algo por
venir y algo ya ido, Heidegger advierte que el ser del ente no es aprensible, que
la palabra no es clara transparencia; sino que por el contrario, el hombre en el
mundo y desde el mundo, funda su historia en el desgarramiento del tiempo: en la
huida de los dioses y la espera atenta de lo por-venir: el tiempo de la
representación y la “retirada” de la metáfora:132 el traer(se) (a)delante, el volver a
venir propio del complot macedoniano, de su dar tiempo a Elena (al texto, al
lector,… al sentido).
96
El mundo se insinúa como el juego “anilleante” de los cuatro (tierra y cielo,
mortales y divinos). Juego en el que la cosa (la cosa de la cosa) hace cosa al
mundo, acercando unos a otros los cuatro en su lejanía elemental (¿Différance?).
El hombre –Macedonio, el presidente, el lector…– (se) llama (a) (lo) otro: intenta
apresar lo perecedero. A pesar de la fugacidad diseminada en la celeridad de la
muerte, el hombre se sitúa en el mundo, en el tiempo desgarrado; pero, a la vez,
es el hombre quien “sitúa” –nombra– el tiempo. Por ello, para entender lo que
Heidegger denomina mundo es necesario concebir la “anilleante” relación entre
hombre, lenguaje, mundo e historia (divinos y mortales, la cuaternidad).
El lenguaje, “la más alta posibilidad del ser del hombre”.134 Pero, aunque el
lenguaje nombre el tiempo e instaure al hombre en el mundo, no debe concebirse
como un útil. El lenguaje es el tiempo del hombre, su mundo y su historia; pero la
historia del tiempo no se rige por un verbo nominal ni se da en la comunicación
diáfana y transparente, sino que surge en la batalla del caos y la arbitrariedad del
signo, donde la iterabilidad destierra al símbolo y dilata la significación (la
metáfora se retira y recoge sobre sí misma; pero, a la vez, se expande y usurpa
lo “otro”). Y en este enfrentamiento –estado de yecto– el hombre se encuentra
con lo que fue y con lo que será: al nombrar al mundo –ser/hacer historia–, se
aplaza el significado y se imposibilita la determinación.
Sólo hay mundo donde hay “habla”, y donde hay mundo hay historia. Pero
aquello que se nombra no es un objeto dado sino algo pro-veniente: algo
prometido como presencia-presente pero siempre suplido por lo otro. Significado
y significante se revelan en el frustrado anhelo de encontrarse.135
Pero “el mundo”, “la historia del mundo”, “su ser en el tiempo”, es la
interpretabilidad misma: la reserva de su diferencia. Y ya que esta reserva se
me resisto a definirlo, sino que tan sólo lo pongo en juego con la intención de desatar su fuerza
sémica sin condicionar o imponerle un significado, proponiendo un contexto.
134
Por lo cual, tal vez, la muerte acontece o se anticipa en el lenguaje, ya que la experimentación
de la muerte sólo es posible en la consciencia anticipada de la muerte como posibilidad ineludible.
135
Esta cadena de suplementos (invaginación de “lo-otro” como posibilidad del injerto y de la
cita) es la diferencia indefinible que ya Saussure reclamaba como la “esencia” o carácter relacional
de todo signo.
97
resguarda “en “ y “como” un museo, vale destacar el carácter de museo que
caracteriza no sólo al Museo de la novela de la Eterna, sino a toda la obra
macedoniana. La Belarte se erige y protege como un mundo particular pero, a la
vez, señala la historia del mundo, las historias de la Historia y señala la misión del
hombre: hacer historia; el lector en Macedonio descifra el museo para continuar la
novela.
Cuando interpretamos una obra de arte, ésta se resiste a ser catalogada como
útil o como mera cosa. No podemos afirmar que la obra sea una cosa con un
suplemento o prótesis, ni un utensilio inútil creado por el hombre o con un valor
estético añadido.136 La obra de arte instaura la verdad en el acaecer de la
Cuaternidad, mantiene abierto lo abierto del mundo. No deviene con el mundo
sino que su mundo “es el que se abre gracias a ella misma”. Sin embargo, no
podemos pensar la obra como algo a-histórico que se puede colocar frente a un
sujeto, ya que la obra al erigir y mantener un mundo nos devela a nosotros mismo
como seres históricos: la batalla entre mundo y tierra, en la que reside y obra la
obra, pone en juego la cuaternidad; juego que sólo es posible “sobre” el tiempo:
en la lectura interpretativa consciente de la contravía del sentido, en el devenir de
su huella y el diferir de su origen. La novela se difiere en su promesa.
Así, también el mismo Heidegger nos advierte que no podemos concebir la cosa como un
136
98
decostruyendo su promesa de estructura. Sus claros sólo son enunciables a
contraluz y su sentido no es uno, porque aún no Es.
Por lo cual aquí intento interpretar la obra macedoniana sin caracterizar el estado
de un objeto, sino que busco asistir a su desocultamiento. Acontecimiento que se
abstiene y sólo es posible en la dinámica del disimulo: la verdad se nos rev(b)ela
como no-verdad, y lo seguro se vuelve sospechoso.
99
Por ello, considero válido concebir la cuaternidad como el juego diferencial y diferido
de la diferencia, es decir, sin instaurar la cuaternidad como un concepto
incuestionable y trascendente; sino como la promesa de la Belarte: la espera del
sentido en la promesa del mismo (en su velación).
En este intento por diferir los postulados heideggerianos, es más que tentador
establecer –apostar y anudar– un nexo diferencial de su propuesta. Heidegger
proclama una lucha contra la metafísica, esta historia del ser que ha olvidado al
100
ser en su privilegio de lo ente, o que más bien ha olvidado la diferencia entre el
ser y el ente.137 Sin embargo, a lo largo de sus postulados (sobre todo en Ser y
tiempo) encontramos concepciones jerárquicas sobre el ser y sus posibles formas
de concebir –ser– el tiempo. Además, busca o se pregunta por las esencias del
ser y del lenguaje; y, aunque evada la idea de una “esencia trascendente” (la
cuaternidad ya no es un principio metafísico formal, ni la muerte un límite
geometrizante), sólo insinúa una ruptura con la metafísica de la presencia, en
tanto axiomatización de los diversos modos del ser, de sus causas y primeros
principios.
FIN
Nótese que algunos artículos llevan al pie la palabra Fin, porque los más de
mis lectores se quejan de que escribo muy corto, sin darse cuenta de que son
ellos los que dejan de leerme cerca del principio.
La palabra Fin hace constar que no he sido yo el que abandonó la compañía
del lector. Que los lectores no se fíen y sigan; que no es auténtico ningún
“acabado” -como dicen los vendedores de relucientes coches- de mis
colaboraciones sin esa palabra, y faltando ella deberéis seguir leyendo. Les
aconsejo, pues, sospechar de su impulso toda vez que crean concluido el
artículo muy cerca de su comienzo. (M. F. 1982, Papeles de …, p. 17).
101
la falacia estructural de todo centro, sino que se declara el carácter diferencial de
todo trazo (huella, marca, grama, etc.), la reserva y/o recienvenidez de la
presencia. Con lo cual se disemina la doble posibilidad de toda lectura (siempre
doble): la iterabilidad de todo signo y la citabilidad de toda marca.
102
IV.
Un prólogo escapista
El quererse-oír-hablar-absoluto y el suplemento
masturbatorio de Macedonio (El retorno de Elena)
Pero esto no ha sido una tarea fácil, y mucho menos para “alguien” que revela la
imposibilidad se sentirse a sí mismo o de percibir su obra. Macedonio no sólo ha
desbaratado los estatutos de la propiedad y la ubicación, sino que sabe que su estilo
(lo particular suyo, de su obra) reside en el lector. Así lo afirma (en) el “prólogo final”,
Al que quiera escribir esta novela:
Lo dejo abierto: será acaso el primer libro abierto (...) es decir que el autor,
deseando que fuera mejor o siquiera bueno y convencido de que por su
destrozada estructura es una temeraria torpeza con el lector, (…), dejo autorizado
a todo escritor futuro de impulso y circunstancias que favorezcan un intenso
103
trabajo, para corregirlo y editarlo libremente, con o sin mención de mi obra y
nombre”.138 (El subrayado es mío).
Así como en la escritura todo significado está o puede ser a la vez un significante,
también en el amor todo signo suple o representa a algo ausente, al igual que en
toda relación inmersa en el lenguaje: el amor de Macedonio llama –eterniza– a
Elena, suple su ausencia.
104
aún, en “verdadero” amor no hay olvido (éste llega tarde, si llega no fue (es) amor).
Sin decirlo, Macedonio, al matar la muerte en el amor, anula las dicotomías
presencia-ausencia y presencia-representación. Todo queda incorporado a la
circularidad de una presencia desplazada o a lo que podríamos llamar un “eterno
retorno del suplemento” (la retirada de la metáfora).
140
Tal vez éste es el momento de recordar la aséptica y escéptica relación que Macedonio describe
respecto con la medicina, la cirugía (¡de extirpación psíquica!) y toda terapéutica de la salud.
141
Suplantación del sujeto –u objeto- deseado en la búsqueda del placer, evadiendo la mayor
cantidad de obstáculos: la ausencia de lo que se invoca: de la amada, del placer, de sí mismo.
105
En el caso de Rousseau, éste ejemplifica tal práctica en su Emilio, quien se
encuentra inmerso en el aplazamiento mismo de la presencia de aquello que desea.
En primer lugar, su deseo parece dirigirse hacia una Madre que parece sustituirse
por la figura de mamá, un suplemento que le es negado y arrebatado por su padre y
la sociedad. Luego, el deseo o amor sexual de Emilio se enfoca y/o deriva hacia
Teresa; por lo cual, en este juego de sustituciones, ella ya resultaría ser un
suplemento, que luego será desplazado por la masturbación, en tanto vía rápida para
acceder al goce que en ella no está garantizado. Rousseau es consciente de que la
masturbación elimina algunas complicaciones propias de aquello que parece suplir;
si suple a una mujer (Teresa, Elena, Adriana…), carece de las deficiencias de ésta:
no es necesario su presencia, ni su permiso o disponibilidad y ni siquiera su
existencia. Sin embargo, estas características del onanismo no son vistas como
ventajas por Rousseau, sino que parecen ser la garantía y razón de la inmoralidad
peligrosa con la que califica dicha práctica. Es decir, el juicio ético de Rousseau –
¿como todos?– está sustentado en el privilegio de la presencia, sin sospechar que ya
la mujer, e incluso el deseo son suplementos de algo más, de algo siempre perdido y
jamás originario (claro está, aceptando que nunca se desea el deseo en sí mismo).
A mi parecer una de las mejores lecturas que se han hecho de Macedonio es la que
se encuentra inscrita en La ciudad ausente, de Ricardo Piglia. Allí, nos topamos con
un Macedonio que recoge y suple muchas de las características del narrador, del
Autor, del Presidente, y de Macedonio (quienquiera que sea). Piglia nos “presenta”
un Macedonio que ha “sustituido” a su amada por una máquina a la que mantiene
viva-eterna por medio de historias y recuerdos. Sin embargo, esta máquina es Elena
y es Eterna, aquí no hay cabida para la ausencia o presencia de ella o de él.
106
Macedonio no entiende de geografía ni de geometría, para él no hay límite claro. Y,
por ello, al anular el Yo, como unidad atómica de la consciencia (y de la geopolítica
tradicional), decostruye la inmoralidad y la posibilidad misma del onanismo.
107
La voz y la consciencia de la voz -es decir pura y simplemente la consciencia,
como presencia consigo- son el fenómeno de una autoafección vivida como
supresión de la diferencia. (D. 1986. p. 210).
108
Por esto, Macedonio arroga su escritura inconsciente de “su” estilo, se espera “a sí
mismo” en Elena142 y abandona al lector para que se disemine y desdoble en el goce
masturbatorio de representarse bajo la ilusión y la promesa de ser o llegar a ser:
Macedonio es –se promete– en Elena, difiere su ausencia en el deseo de/por su amada. Su goce
142
109
Así como Macedonio intenta convencernos de que nada somos y denuncia la idea de
posesión como contraria a la pasión-amor y a la Belarte; también Derrida denuncia
las aporías que se desencadenan bajo los principios de identidad y de propiedad.143
Entonces el miedo absoluto sería el primer encuentro del otro como otro: como
otro con respecto a mí y como otro con respecto a sí mismo. No puedo responder
a la amenaza del otro como otro (con respecto a mí) sino transformándolo en otro
(con respecto a sí mismo), alterándolo dentro de mi imaginación, mi miedo o mi
deseo. (D. 1986, p. 349).
110
estáticos, se piensan como inherentes a la cosa-sujeto. El Yo y sus propiedades
anuncian un valor relacional con lo otro y lo del otro.
Por lo anterior, considero válido afirmar que la tradición metafísica ha erigido una
lógica geopolítica fundada en la unidad e identidad del yo. Supuesta unidad atómica
del ser que, tanto en Macedonio como en Derrida, es desenmascarada como centro
ficticio que aspira a subordinar la realidad bajo la contradicción romántica de la
conjunción (y) y la disyunción (o).
111
poseemos más allá de la muerte, a pesar de que la compartimos con infinidad de
personas o cosas) dislocan su propia geopolítica.
Por un lado, Rousseau afirma que “Los primeros sustantivos no han sido nombres
comunes sino nombres propios”. Mientras que Piglia y sus secuaces, en su
Diccionario de la novela de Macedonio Fernández, al “definir” Alegoría, afirman:
Estas dos concepciones del lenguaje describen una sedimentación del nombre
propio. Tanto para Piglia como para Rousseau, la función o característica de la cosa
se refleja en su nombre. Pero en Macedonio esta sedimentación, lejos de conservar
la oposición entre nombre propio y nombre común, destruye la dicotomía: la Eterna
es eterna por un bautismo textual, vive por y en la palabra; ella hace eternos los
recuerdos que la eternizan y éstos consagran su bautismo; los nombres del pasado
auguran su eternidad. Macedonio bautiza a Elena como la Bellamuerta, y es su ida la
que provee el recuerdo de su eterno advenimiento. Macedonio la vela y la nombra
con su Belarte, pero “aquí” ya no es posible adjudicar un sentido o una dirección
determinada a las relaciones ser-hacer o nombrante-nombre-nombrado. Por lo cual,
considero incorrecto mantener la oposición entre nombre propio y nombre común,
que atraviesa la “definición” de Piglia y el pensamiento de Rousseau.
La cenestesia inubicable de Macedonio desliza los limites del ser y del tener, e
imposibilita relaciones de causa consecuencia. La Belarte de conmoción consciencial
implica la imposibilidad de saber quien soy, de saber si poseo el amor del otro o el
mío –al otro o a mí mismo– o cuál me posee mí. No tiene sentido pensar si soy lo
que hago, si soy lo que soy por lo que hago, si mi nombre indica mi actuar, o si mi
actuar define mi nombre. En El museo de la… la sustantivación de adjetivos y
adjetivación de sustantivos es recurso recurrente y relevante. Pero con esto no sólo
se fractura la dupla rousseauniana compuesta por nombre común y nombre propio,
112
sino que se proclama la imposibilidad de una diferencia instituida entre el ser y el
hacer.
Macedonio no tiene afán; no sólo nos advierte que no hay amor no correspondido,
sino que aclara que él no espera ni escribe sólo: no hay certeza para saber cuál de
las partes (amante-amada, autor-lector…) somos, ¿cómo saber quién espera y quién
está por llegar? No es el amor “de” Macedonio (“su actividad”) lo que eterniza a la
Eterna, el amor es también inubicable y, por ello, no es encasillable en concepciones
de pertenencia, efecto o procedencia. El amor es una omisión, es un velar; un hacer-
se-esperar que no es ni activo ni pasivo. Por lo cual, el término Pasión en Macedonio
se debe entender fuera de la dicotomía pasión-acción, más bien debe entenderse
como un esperarse a-sí-mismo-en-el-otro, lo que en palabras de Macedonio
constituye:
Ficción que al no saberse tal, es denunciada como farsa peligrosa por Macedonio, Derrida y
147
113
Pero éste es un afán que no corre. Afán que espera y deja (de) hacer. Y es
precisamente bajo esta lógica de la omisión que Macedonio describe (y de-s-escribe)
su propia escritura: es dejar hacer al lector, es un dejar (de) hacer y hacer a medias.
Pero este hacer a medias no implica la calidad del producido sino su completud; por
ello, se trata de un continuo completando la obra y no de una obra ya completada: la
fuerza del gerundio supera, releva y denuncia la ilusión del participio.
148
La negación o la tardanza de la Belarte macedoniana, su recienvenidez, no ha empezado a
existir, es una promesa que se suple y desplaza a sí misma. Está por nacer, pero aún así, la
afirmación de la Belarte, su promesa, se distingue de la negatividad romántica; ya que ésta –al igual
que la crueldad Artaudiana– “permite acceder a una vida anterior al nacimiento y después de la
vida (…); no a una muerte antes del nacimiento y después de la vida. Cf. . “Freud y la escena de la
escritura” (D. 1989, La escritura y la diferencia).
114
se esperan desde siempre y con retraso en el texto mismo: en “su” lectura. Y es
precisamente este doble carácter (póstumo y a la vez prematuro) el que caracteriza
la doble trama de la Belarte y su recienvenidez.
Y a mí me sirve para demostrar al lector que soy lector (…) (M. F. 1982, p. 57).
Con lo cual, de paso Macedonio nos ratifica a nosotros –lectores- nuestro papel:
escribir la novela: darle tiempo. Macedonio es el lector que (se) escribe; leer “su”
novela es omitir e imitar al autor. Y por ello la Belarte no sólo desestabiliza los roles y
posiciones de los “actores” de la lectura (todos somos personajes en deuda con
nuestros homónimos), sino que conmueve los principios básicos que permiten o
suponen una identidad y/o una relación causal y ubicacional: (un) dentro y fuera
“dentro" y “fuera” del texto; principios que recrean el espejismo de las márgenes del
“texto”, de los límites de una geografía imposible: la estancia de la novela.
115
(que aspiran o surgen de una supuesta moral o ley universal) padecen las aporías y
limitaciones de todo juicio universal y de toda convención: son un edificio de ficciones
sin sustento –como toda lógica, según Nietzsche–, ideologías que niegan o ignoran
sus falacias. No es necesario sublevarse a “toda” ley, pero sí es importante identificar
las inconsistencias de todo aparato jurídico, lógico y textual.
……………..
149
Ya hemos hablado de lo obsoleto y falaz de rastrear una huella y más la intención de un autor o
de cualquier fuente de escritura; pero por ello mismo, por la “doble” lectura de todo texto, no hay
escritura inocente: todo discurso será culpable por ignorante, inocentemente homicida e incluso
suicida por omisión.
150
La decostrucción es violentación violenta de y contra la violencia, es acción frontal ante la idea
de margen; negación de los límites que lejos de promover un imperialismo anulan la idea de
identidad y conjunto. La decostrucción está más cerca de la crueldad artaudiana que del utópico
pacifismo socialista, precisamente porque reconoce lo violento de todo régimen o partido (incluso
de las propias posiciones).
116
Si el significado no está dado y la cosa no está determinada, todo juicio será un juicio
a priori y todo juicio universal un imposible. Sólo en esta lectura doble del doble signo
(donde lo literal y lo figurado son indiscernibles y devienen potencialmente), la
traición de Judas se presenta como favor y entrega, la condena de Sócrates puede
entenderse como salvación, la cicuta será, a la vez, veneno y cura, y la muerte como
imposibilidad de toda posibilidad (Heidegger) será a la vez un imposible en el amor
(Macedonio).151
Y aunque este no sea el lugar para desglosar las críticas que ha enfrentado la
metafísica de la presencia y sus sistemas y aparatos ideológicos, sí creo que es el
momento pertinente para recordar brevemente las denuncias y posturas que
acompañan y alientan este trabajo.
117
marco de referencia que éstas suponen (lo cual tiene su contraparte en las aporías
de la teoría de números y en la teoría de conjuntos). Realidad o imposibilidad de la
axiomatización que buscó y prometió el positivismo y la filosofía analítica y contra la
cual chocó Frege, Russell y Whitehead, y que se revela en el elocuente silencio del
capítulo VII del Tractatus Logico–Philosophicus de Wittgenstein.
Por lo anterior (lo que está antes y lo que ya no está, con lo que presento o anuncio
desde su ausencia y la mía) he pretendido –aún lo hago– abrir la escritura, en
especial la macedoniana, a nuevas perspectivas. Es evidente que así como todo
discurso resquebraja sus supuestas “estructuras”, la lógica tampoco logra ya
comprender y contener la diseminación textual (archi-texto) mediante principios y
conceptos.
152
Si bien en el teorema de Albert Einstein la velocidad de la luz (e) se formula como una
constante que permite formular hipótesis y despejar sus ecuaciones, posteriormente se ha
descubierto una “leve” desaceleración en ella (en la velocidad de la luz). Lo cual no sólo hace
pensar en otras formas o límites del Universo sino que desacredita una de las últimas promesas de
estabilidad y consistencia. Cosa que ya Macedonio tuvo por oficio.
118
(…) mecanizar los procesos intelectivos del razonamiento humano.
(Hofstadter, Douglas. 2001, p. 22153).
Es decir, en el intento por seguir los pasos de Euclides, quien logró codificar la
geometría, y de Aristóteles, quien codificó los silogismos, en el siglo XIX y XX se da
un intento desbordante por axiomatizar no sólo el Ser (metafísica), sino los lenguajes
(por parte de la filosofía analítica) y la aritmética (cuyo ejemplo por excelencia son los
estudios de G. Frege y los Principia Mathematica154).
Uno de los pasos relevantes en este recorrido –de corte positivista- por la historia de
la lógica es el descubrimiento (en el siglo XIX) de varias geometrías no-euclidianas,
pero igualmente válidas y funcionales. Lo cual, lejos de invalidar la propuesta
euclidiana postula una incógnita enunciada explícitamente por Hofstadter (en un tono
claramente macedoniano):
Una de las paradojas que describe la estrecha relación entre lógica, matemática y
lingüística es la que describe el objetivo principal de los Principia Matemática:
discernir los diferentes tipos de conjuntos y jerarquizar sus relaciones. De esta
manera, Russell, al concebir lo que denominó como conjunto inconsciente,155 intentó
discriminar entre conjuntos “tradicionales” o “comunes y corrientes” y aquellos que
“se devoran a sí mismos” (que se contienen de manera inconsciente). Ejemplo de
estos últimos son “el conjunto de todos los conjuntos” o “el conjunto de todas las
153
Gödel, Escher, Bach, un Eterno y Grácil Bucle. En adelante me referiré a esta obra con las iniciales
H, D. y el número de página.
154
Obra mancomunada de B. Russell y Whitehead, a la cual en delante haré referencia con las
iniciales P. M.
155
Fernando Zalamea nos ofrece un posible definición o ejemplo de tal problemática, cito: “El
conjunto inconsistente de Russell l (R) está formado por los conjuntos que no se pertenecen a sí
mismos: R=[x:x NE x] [R es el conjunto de los equis tales que equis no pertenece a equis] Se
deduce inmediatamente la contradicción (…) un ejemplo atractivo de una tal situación consiste en
considerar el catálogo de todos los catálogos que no se listan a sí mismos: la pregunta de si los
catálogos se listan o no a sí mismos lleva a una contradicción inescapable. Borges (¡también
Macedonio!) era muy afecto a la contradicción de Russell l y a los principios de circularidad
involucrados en ella.” Tomado de revista Gaceta, Abril 1997, p. 89.
119
cosas excepto x”. Valga la aclaración de que para Russell un conjunto sólo podía
pertenecer a una de estas dos clases y nunca a las dos a la vez. Sin embargo, esta
ley (y ningún otro principio, por lo menos de los contenidos en P. M.) nos impide
inventar el conjunto C:
Aporía que si bien posibilita la afirmación de Gödel –esta teoría de números (P. M.)
es incompleta–, también recuerda las paradojas de Epiménedes, Zenon, Lewis
Carroll y la conocida paradoja de Grelling; en la cual se usan adjetivos de dos tipos:
autodescriptivos y no autodescriptivos. Los adjetivos autodescriptivos dan origen a
“conjuntos” autológicos, tales como “onomatopéyico”, “hexasilábico”, “enunciable”,
“horrísono”… etc. Mientras que los adjetivos no autodescriptivos dan origen a
“conjuntos” heterológicos: “potable”, bisilábico”, “incompleto”, “amarillo”, “saludable”…
etc. De esta manera, aunque parecen ser más numerosos los “conjuntos”
heterológicos, es cuestión que el lector se dedique a jugar con las palabras y formule
más conjuntos autodescriptivos.156 Sin embargo, lo paradójico de la paradoja de
Grelling consiste en la imposibilidad de responder la siguiente pregunta:
Todo conjunto sólo puede contener o abarcar objetos o conjuntos de tipo más
bajo.
156
Tarea en la que la auto-referencialidad lingüística juega un papel fundamental, explotada por el
arte conceptual contemporáneo. Ténganse en cuenta algunas expresiones, de “mi colección”, que
describen y orientan esta tarea; es decir que se auto-decostruyen a sí mismas. Grupo 1: “Sin
palabras”, “Aquí me callo, sin más ni más”, “Nunca tengo la razón”, “No siento nada”, “No es
que a mi me importe; eso no significa nada; total, eso no existe, ¡ve!”, “!Deja de obedecerme
siempre”, “¡Sé espontánea!”, “Siempre te oculto algo”, “Sé que nunca te conoceré”, “No creas
nada de nada!, “Eso es lo que no sé”, “En nuestra república reina el hombre”, “Esta es la
monarquía de la democracia”... etc.
157
El programa de la lógica positivista puede resumirse como el anhelo de derivar toda la
matemática de la lógica; pero sus repercusiones se reflejan en el proyecto metafísico: aprehender
el Ser en sus diferentes modos de ser y aparecer.
120
Lo que implica que ningún conjunto puede contenerse a sí mismo; y, por tanto, el
“conjunto” C –el conjunto de todos los conjuntos comunes-y-corrientes pierde su
calidad de conjunto.
Pero es ante este forzado recurso o evidente triquiñuela que se ha de oponer no sólo
Gödel (al demostrar la incompletud e incoherencia de los mismos P. M.), sino
también el post-estructuralismo derridiano y macedoniano (la doble trama de la
gramatología y la Belarte, que de ninguna manera erigen leyes para contrarrestar
inconsistencias, por el contrario, se anuncian como “una” de ellas: la novela de la
novela, la espera en/de la espera). En ambos casos se niegan y desbordan los
límites de la teoría de los tipos de P. M. ¡Dónde está la Belarte! ¿A que clase de
conjuntos pertenece el Museo, que en su ausencia e incompletud se contiene a si
mismo, se desborda a sí mismo?
158
Teorema que en principio aborda las proposiciones formalmente indecidibles en los Principa
Matemática y sistemas análogos.
159
Algunas de estas proposiciones indecidibles comparten la forma y el fondo de algunas
paradojas similares a la de Epiménedes, el cretence que afirma: “todos los cretences son
mentirosos”; es decir, proposiciones lingüísticas autorreferenciales. Lo cual, para el caso de la
crítica de Gödel equivale a afirmar: “Esta aseveración de teoría de números no tiene ninguna
demostración en el sistema de los Principia matemática”. (Cf. Hofstadter, Douglas. 2001, p. p. 219 a
21).
121
A pesar de que la lógica formal y tradicional ha procurado que sus principios le eviten
caer en el idealismo, son estos mismos principios, restricciones y leyes los que han
hecho que la axiomatización lógica desemboque en una metafísica idealista: ¡el
principio como origen legislativo es metafísica! En respuesta y reacción a esto se ha
dado lugar a una “lógica” que, en el intento por escapar a los principios lógicos, se
promete como una herramienta (máquina descriptiva y descostructiva) posible para
leer el mundo como architexto, como diferencia aplazable e inabarcable: la
paraconsistencia.
Por ello, trabajos como los de Goedel, Lukasiewics y Da Costa (¡también Macedonio
y Derrida!, al lado de John Cage, Stravinski, The Residents, Robert Wilson, Carlos
Bonil, Douglas Hofstadter, etc.)160 se prometen como “adecuados” ante la
imposibilidad lógica de la experiencia y de la escritura, es decir, del mundo (totalidad)
como architexto (intotalizable). Así, la lógica paraconsistente se erige en
oposición”161 o alternativa a la lógica tradicional, que ha intentado encasillar y definir
el mundo (caos) bajo el orden de conceptos y categorías (cosmos), lo cual ya
Nietzsche denunciaba como ficciones completas. (Cf. N. F. 1993, Fragmentos
póstumos).
160
Las “enumeraciones caóticas” son una forma pantagruelesca más que denuncia la invalidez de
toda lista, una lista siempre está abierta, denuncia el ocultamiento de los puntos suspensivos y el et
caetera. Y aquí, antes de pretender insinuar un auge de la decostrucción, aludo a su eterno retorno,
a su imposible consolidación como presencia: la decostrucción también es su promesa, y como tal
se ha descrito a lo largo de la historia, o, por lo menos, a las márgenes de las historias y/o las
literaturas de todas las épocas (antes y después de la modernidad).
161
Recordemos que: “No toda posición implica una oposición. No implica una trascendencia. Una
posición sólo le importa a quien le importa.” Carlos Bonil, Exposición Medios eléctricos, Alianza
Colombo Francesa de Bogotá, marzo de 2003.
122
Pero esta problemática de la axiomática lógica (¡logocéntrica!) no es exclusiva de
pensadores modernos o posmodernos. Incluso, todos aquellos que definieron y
defendieron una lógica formal y cerrada, se enfrentaron a paradojas y aporías.
Ejemplo de ello son las advertencias y leyes que pretenden evitar contradicciones y
sinsentidos, como es el caso del principio de no contradicción, el del tercero excluido,
el modus poenendis, el principio de pseudo Scotto, la ley o el postulado de las
paralelas,162 la teoría de los tipos de P. M. etc.; todas éstas, leyes y propuestas que
promueven un totalitarismo excluyente en busca de la unidad y el orden: una aporía
más dentro de su añorada democracia, que no es más que la tiranía violenta que
ignora la diferencia entre la unidad y la diversidad, el ser y el ente –el existente–.
Al respecto, vale la pena citar una de las posiciones de Derrida acerca de la lectura –
diseminación- en tanto doble sesión, en la que se remarca:
162
Es decir el quinto postulado de los Elementos, tratado en el que Euclides consolidó su geometría.
Y que constituye el talón de Aquiles de su tratado, por lo cual fue objeto de estudios que, de
manera errática, llevaron al descubrimiento de geometrías alternativas, como la geometría “astral”
y la “hiperbólica”. (Cf. H. D. 2001, Capítulo IV).
163
Básicamente, el Tractatus logico-philosophicus.
123
Si fracasara como tal la que llamo novela, mi Estética salvará el caso: admito
que se la tome por novela, por fantasía de buen género, por novela suplente.
Si falla la novela puede ser que mi Estética haga de buena novela. (M. F.
1982, p. 209).
…………….
Por último y sin finalizar, ya que estas páginas buscan (aún) ser parte de este asomo
y recienvenidez de la paraconscistencia, de la Belarte, y de la sublevación /
subversión164 del paratexto, sólo me queda suplantarme: dejar la escritura en otras
manos, por el momento, tan intangibles como las mías. Me copio y dejo este
problema a otro, consciente de que esto no es ni un perfecto plan ni una imperfecta
pieza su ejecución. Endoso mi escritura y acabo como empecé, anundando dos
lecturas en la espera de su sentido y la reserva de “su” diferencia:
Gracias.
Y Firmo. Yo firmo.
164
La palabra subversión, aquí se despoja y enfrenta a todas las connotaciones que despliega la
posibilidad de situarla en la cadena sémica de: su versión, sub-versión, versión, aversión…. Aquí
se ha pretendido desestructurar y decostruir las razones y nexos que han llevado a la concepción
de la falacia objetiva (basada en la dicotomía objeto-sujeto) y de estructura. Bajo las cuales se
permite y facilita la jararquización y la discriminación de “lo marginal” (en este caso, la versión
como suplemento o ausencia de objetividad).
124
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