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Oswald Ducrot, Dire et ne pas dire, 1972

(resumen y adaptación de partes de la Introducción. Carlos R. Luis.


Curso: Hacer cosas con palabras. 2008)

comunicación
(Afirmar que la función fundamental de la lengua es la comunicación)
tiene la ventaja de presentar al destinatario como un personaje
esencial del acto de la palabra, ya que comunicar es siempre
comunicar a alguien. Por eso mismo (esta concepción) rompe con el
principio subyacente a lingüísticas anteriores. Según ellas, las lenguas
se originaron en el esfuerzo del hombre por representar el
“pensamiento”, por construirle una imagen perceptible … por la cual
el pensamiento se da a conocer y se conoce. La utilización del habla
por necesidades de la vida social, como medio de intercomprensión,
es considerada en esta perspectiva como un efecto secundario.
Además, a este efecto se le atribuye la progresiva degeneración de
las lenguas, porque se tornan instrumentos cuando en principio
fueron fines.
Al contrario, considerar la comunicación como la función lingüística
fundamental es admitir que el habla es habla para otro y que la
lengua se realiza a sí misma en la medida en que proporciona un
lugar de encuentro entre los individuos.

información
Pero si una lingüística de la comunicación incluye en su descripción
del acto de la palabra la interlocución, sucede a menudo que se
restringe el sentido de “comunicación”, llevándolo a designar sólo un
tipo particular de relación intersubjetiva, la trasmisión de información.
Comunicar sería, ante todo, hacer saber, poner al interlocutor en
posesión de conocimientos que no tenía antes: no habría
comunicación sino en la medida en que hay comunicación de algo.
Esta concepción de la comunicación se hace evidente cuando se
identifica la lengua con un código, es decir, con un conjunto de
signos perceptibles que permiten advertir a otro de ciertos hechos
que él puede no haber percibido directamente. Nos lleva, pues, a
considerar el acto de informar como fundamental. Ordenar, por
ejemplo, sería informar sobre lo que se desea (…) Todo lo que no es
información sería sólo consecuencia indirecta del acto de la palabra.

Ordenar, por ejemplo, comporta modificaciones en la relación


existente entre los interlocutores, pero en esta perspectiva esas
modificaciones deben ser vistas como resultados –deseados o
mecánicos– del acto de ordenar. No concernirían al lingüista sino al
psicólogo, que estudia el antes y el después del acto lingüístico, las
intensiones y las causas que le dan origen y las consecuencias que
provoca.
Esta concepción, que hace del acto de informar el acto lingüístico
fundamental, es actualmente puesta en cuestión, tanto por lingüistas
como por filósofos del lenguaje.

1
los pronombres personales
Lo notable del pronombre yo es que obliga al que habla a designarse
con la misma palabra que el interlocutor usará a su vez para
designarse a sí mismo. El uso de yo (y lo mismo puede decirse de tú)
constituye un aprendizaje y un ejercicio permanente de la
reciprocidad. Estos pronombres insertan cada diálogo particular en el
cuadro general de un reconocimiento de los individuos unos por los
otros. Lo que Benveniste resume al decir que los pronombres
personales señalan, en el interior mismo de la lengua, la presencia de
la intersubjetividad.

código
Decir que las lenguas naturales son códigos destinados a la
trasmisión de información de un individuo a otro implica admitir que
todos los contenidos expresados por medio de ellos son expresados
de forma explícita. En efecto, por definición una información
codificada es, para el que sabe descifrar el código, una información
manifiesta, una información que se da por tal, que se admite, que se
exhibe. Lo que se dice en un código está totalmente dicho o
absolutamente no dicho.

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