Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Telma Luzzani
tluzzani@clarin.com
Los curiosos de la Plaza Roja vieron entonces cómo la bandera roja con la hoz y el
martillo (siempre flameante gracias a un sistema de turbos que le soplaban aire caliente
desde abajo) descendía hasta caer, como un trapo, sobre una de las cúpulas doradas del
Kremlin.
Así, casi como si fuera un trámite, sin hurras ni sollozos, terminó hace 15 años uno de
los experimentos teóricos y políticos más osados del siglo XX, un proyecto que había
convencido a gran parte del planeta (también del lado capitalista) que existía una fuerza
potencial de transformación colectiva por la que el mundo podía girar hacia el
socialismo y lograr la equidad y el bienestar universal.
Los jóvenes eran los más ansiosos (y también los que mejor se adaptaron al capitalismo
real). Si algo le reprochaban a la generación anterior era no haber empezado con las
reformas antes. "Nosotros vivíamos en una sociedad donde el individuo no existía.
Eramos engranajes de una máquina y siempre había que pensar en función del todo.
Ahora tenemos que autoconcientizarnos de que somos individuos y que si decidimos
sacrificarnos por la sociedad, como Sócrates o como Jesús, será por propia convicción y
no porque el dogma dice que así debe ser", decía con pasión e ingenuidad Andrei, un
economista de 30 años entrevistado por esta periodista a fines de 1991 en Moscú.
No obstante nadie podía dejar de pensar en los demás. Serguei, un muchacho que vendía
por dos dólares las "Medallas Lenin al Mérito" atesoradas en el pasado por sus padres y
abuelos, dijo aquel año a Clarín: "Si en mi etapa de acumulación de capital llego a tener
muchísimo dinero lo primero que hago es asfaltar todos los baches de mi barrio".
Mientras tanto, una nueva generación de jóvenes "yuppies" crecía en Rusia. Por obra y
arte de unas "privatizaciones" vergonzosas aparecieron los "nuevos ricos". Todo, desde
los bancos y la industria hasta los comercios y las casas de familia, todo pasó a estar en
manos de un grupo reducidos de ex soviéticos, la mayoría vinculados al gobierno, es
decir, al Partido Comunista.
La gente mayor fue la quedó más descolocada. "¡¿Cómo era posible que antes, ganar
mucha plata era mal visto (y hasta sospechoso) y ahora, hacer dinero —si es rápido y
fácil mejor— se ha convertido en una virtud?!"
A quince años de aquellos cambios, una encuesta dirigida por el Centro Levada indica
que el 61% de los rusos lamenta la desintegración de la URSS. Otra realizada por el
Centro de Estudios de la Opinión Pública constató que si hoy se convocara a un
referéndum proponiendo la reunificación de las tres ex repúblicas soviéticas eslavas,
votarían por "Sí" el 51% de los rusos, el 45% de los ucranianos y sólo el 36% de los
bielorrusos.
La dinámica del cambio había empezado mucho tiempo atrás. Se sabía de las
distorsiones de la economía soviética y de su progresivo atraso tecnológico en relación a
su potencia rival, Estados Unidos. En 1985, Mijail Gorbachov asumió el poder en el
Kremlin decidido a poner fin a ese desfasaje. Anunció entonces su "perestroika", un
gigantesco plan para reformar y modernizar el socialismo. Denunció los "años de
estancamiento de la era Brezhnev"; reclamó la revisión de la economía centralizada;
realizó las primeras elecciones municipales; liberó presos políticos; impulsó la libertad
de expresión; retiró las tropas soviéticas de Afganistán y aflojó el control de Moscú
sobre Europa del Este lo que culminó con la caída del Muro de Berlín.
Con los cambios en el Este europeo, gran parte de las 15 repúblicas soviéticas
anunciaron su voluntad de independizarse de Moscú. Gorbachov quiso frenar el
desmembramiento con tropas y tanques. Las contuvo hasta el 19 de agosto de 1991, día
del golpe de Estado en su contra. El golpe falló gracias a la actuación de Yeltsin pero las
repúblicas declararon una a una su independencia y Yelstin —presidente de la república
socialista de Rusia— acaparó rápidamente el control del Estado incluyendo los servicios
secretos.
En las afueras de Moscú, en carpas que apenas aguantaban las nevadas, esta periodista
vio al "glorioso Ejército Rojo", vencedor del nazismo, que volvía de las ex repúblicas
soviéticas. Todo había cambiado. Los militares, antes honrados, ya no sabían bien cuál
era su misión, su rol e incluso su patria.
Hacía una semana que Yeltsin —sin modificar el sistema monopólico— había liberado
el rublo. En los negocios terminaba poco a poco el desabastecimiento pero los precios
se habían ido por las nubes. Konstantin —que ahora debe tener 36 años pero aquella
Navidad de hielo tenía 21— estaba azorado. "Yeltsin es Judas. Pero le aseguro que esto
va a pasar. Va a pasar" dijo a esta periodista mientras se aferraba a una bandera con la
hoz y el martillo y seguía juntando firmas para refundar el Partido Comunista.