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TALLERES DE FORMACIÓN POLÍTICO-ORGÁNICA

MOVIMIENTO AUTONOMISTA LIBERTARIO


SERIE: DOCUMENTOS PARA LA DISCUSIÓN
NÚMERO: 1
UNIVERSIDAD DE CHILE, AÑO 2006

SOÑANDO CON LA REPÚBLICA AUTONOMISTA…


PROPUESTAS DEL MOVIMIENTO SURDA PARA UNA
POLÍTICA AUTONOMISTA EN LA UNIVERSIDAD DE CHILE

Víctor Orellana Cárdenas*

1. INTRODUCCIÓN

El presente documento intenta poner en el debate del amplio campo autonomista que existe
en la Universidad –y también al entorno y amigos de éste– un análisis de la sociedad y de la
propia Universidad de Chile, y de nuestro papel en ambos espacios. Este trabajo se presenta
como un esfuerzo de síntesis del aprendizaje que el trabajo del Movimiento SurDA, y en
general del campo autonomista, ha generado en los últimos años. Todo lo que aquí
exponemos tiene un carácter propositivo: no pretendemos que sea una elaboración final ni
tampoco una respuesta a todas las preguntas, sino más bien que sea un documento para fijar
algunos puntos de referencia a nuestra discusión política. Creemos que su lectura puede ser
un aporte para todos los procesos que nos entrecruzan. Antes de empezar, pedimos disculpas,
eternas disculpas, por la tal vez innecesaria extensión de este texto.

2. LIBERTAD REPRESIVA

Algo excepcional caracteriza a la sociedad chilena. La extraña combinación de estabilidad


política, valorización del carácter “moderno” de nuestro modo de vida y una de las
desigualdades sociales más escandalosa del mundo.
El fenómeno de la concentración de la riqueza en Chile ha sido bastante analizado.
Incluso fue puesto en debate por la propia élite (la crítica de izquierda sigue siendo marginal),
para salvaguardar la gobernabilidad futura. La sociedad chilena es conducida por un pequeño
puñado de familias, que han logrado apartar del proceso histórico a las tradicionales alianzas
de clase que se disputaban el Estado desde mediados del siglo pasado. Los efectos de esa
*
Coordinador Nacional Universitario Movimiento SurDA. Ex secretario FECh (2004-2005) y ex presidente
CECSo (2003-2004) (N. del E.).

1
concentración de poder político y recursos económicos amenazan con producir un daño
profundo –y de nuevo tipo– al modelo en su conjunto.
Lo novedoso de esta situación es que ha podido legitimarse en un proceso de
transformación profunda de la sociedad chilena, de carácter económico, político, social y
cultural, que se presenta ante los chilenos (y fundamentalmente ante las mayorías integradas
al circuito del consumo) como una etapa de modernización, emancipación y secularización
valórica, y de mejoramiento de las condiciones de vida del mundo popular.
La nueva realidad ha permitido integrar al circuito de consumo de artículos importados a
importantes sectores asociados a la “pobreza tradicional”, los pobres del “campo y la ciudad”
como los caracterizara el MIR en los sesenta. Al mismo tiempo ha logrado lo que en varias
décadas el proceso político chileno buscó por otros medios: aparecer como el territorio más
“primermundista” de Latinoamérica. En un contexto en que en estos países reinan las crisis y
las movilizaciones de masas, el caso chileno de tranquilidad y consumo ampliado parece
llenar las expectativas históricas de un pueblo que durante 30 años dio cátedra al mundo de
compromiso militante e innovación política. Cansada de haber militado toda la vida, la
“Señora Juanita” hoy se siente con la autoridad suficiente para poder consumir sin culpa. Sin
duda se lo ha ganado.
Si tuviéramos que ir más allá en la caracterización del período, deberíamos decir que lo
que tiene lugar en Chile no es sólo una transformación en la esfera del “consumo”1; quizás el
impacto más alto ha tenido lugar en el mundo del trabajo. Nuestra industria ha sido
desmantelada, el tradicional obrero de overall –y también, de cierta forma, el tradicional
“campesino”– dan paso al trabajador flexible típico de la economía de “servicios”. El impacto
social de esta transformación ha sido enorme, no sólo en términos del desmantelamiento de
los sindicatos, sino que también en la elevación en la práctica de la jornada laboral, la
intensificación psíquica del trabajo, y, aparejado, en un aumento de las crisis familiares y
sociales que esas mismas reformas han tendido a provocar. El trabajo inmaterial se proyecta
más allá de los horarios de oficina, puesto que copa los pensamientos del trabajador todo el
día, generando plusvalor en cada momento, comprimiendo los escasos momentos de libertad
casi a la nada.2 Si algo distingue a los noventa, es la descomposición de las condiciones
materiales que hacían posibles instituciones como la familia, y todos los valores que se
desprendían de aquella. Los chilenos han debido aprender a construir familias, trabajos, hijos
e identidades de nuevo tipo, en apenas quince años, en el contexto de una sociedad
profundamente conservadora.
El proyecto de la minoría que conduce el proceso chileno es una economía administrativa
de los intereses del gran capital, en la medida que Chile parece ser “territorio liberado” en el
vecindario para sus intereses. Para ello, lo que hemos estado observando es una
transformación profunda de los aspectos centrales de la economía chilena. De un modelo
mono-exportador con una aristocracia agraria y un incipiente empresariado industrial,
abierto a la negociación con el Estado en la medida que éste generaba (con su política
redistributiva) mercado interno y capacidad de compra, hemos pasado a un modelo multi-
exportador basado en la inversión extranjera, con un empresario rentista de carácter
financiero, que captura directamente tanto la renta de los recursos naturales como los
ahorros de los chilenos a través del sistema de AFP, sin producir valor alguno. Hoy la
reproducción del capital tiene lugar fundamentalmente en el ámbito financiero y sobre su
edificio de administración y oferta de servicios se montan los sectores más dinámicos de la
1
Durante todos los noventa, para la intelectualidad chilena es el circuito de “consumo” el gran dispositivo
integrador. Hoy podemos ver tal proceso como una parte de una transformación bastante más profunda. Sobre
la elaboración de los noventa, ver Tomás Moulian, Chile actual: anatomía de un mito.
2
Sobre el concepto de trabajo inmaterial, véase NEGRI, Antonio y LAZZARATO, Mauricio: Trabajo
Inmaterial, formas de vida y producción de subjetividad., disponible en Internet en el vínculo:
http://www.rebelion.org/libros/TrabajoInmateria011202.pdf , consulta realizada el 9 de agosto de 2006 (N.
del E.).

2
economía. Las ganancias del capital financiero en “prestar” dinero a las masas consumidoras
son las más importantes de la economía chilena. Las facciones de la clase dominante
asociadas a la industria interna y al agro han visto el derrumbe del mundo en que se
constituyeron como sujetos históricos, en un proceso no exento de traumatismo para las
mismas élites,3 en que muchos discursos, prácticas concretas, y orientaciones éticas, han
tenido que dar paso a la nueva realidad de “libertad” y consumo para las masas.
El fenómeno del trabajo inmaterial, característico de una economía de servicios y
“consumo”,4 es central y lo será mucho más aún en el futuro para nuestro país. La nueva
economía no sólo ha debido hacernos consumidores ni reinventar las élites, ha
debido también construir un nuevo formato de trabajador y, por extensión, de
trabajo. Se presenta ante los chilenos como una forma de vida superior a la del
trabajo manual, más limpia, más moderna, ajena a los sufrimientos del trabajo
de intensidad física y de sus enfermedades… es la historia de superación
generacional respecto de nuestros padres y abuelos. Todos nosotros somos parte, de
una u otra manera, de ese trayecto.
Este nuevo proceso de “proletarización” ha sido traumático, pero más que eso, ha sido
impulsado en nombre de la libertad. La explosión de la matrícula de la educación superior,
más la cobertura absoluta de la básica y media, no se nos presenta como la mera construcción
de una nueva clase trabajadora para el capitalismo contemporáneo –aunque todos los
estudios indiquen que la educación reproduce la desigualdad–, sino que aparece como la
movilidad social de los sectores populares a ser “profesionales”. No sólo se trata de un
problema técnico o una falla de diseño de la Educación Superior (ESUP): es la propia figura
del “profesional” universitario la que ha sido superada, desplazando más arriba la formación
de élites de conocimiento (doctorados, consultoras, ONG’s, y universidades militantes), y
expandiendo hacia abajo el trabajo inmaterial. La expansión de la ESUP como promesa
de más democracia y bienestar, sea estatal o privada, es el gran pilar ideológico
donde reposa la legitimidad del proceso de proletarización actualmente en
curso. La tradicional defensa capitalista de la libertad para “emprender” se ha
desplazado –sin desaparecer la anterior– a la defensa de la libertad para
“estudiar”. Será en el campo de la educación donde uno podría “emerger”
socialmente hacia una posición de mayor bienestar. La trampa está en que
precisamente aquella posición a la que se ascendería es la que ha sido superada
históricamente.
Mucho se puede decir de todo esto. Lo más importantes para nosotros es el destino actual
de la vieja “clase media” que sí era profesional en términos tradicionales. En Chile estos
sectores siempre fueron pequeños, pero mantuvieron altos niveles de ingerencia en el proceso
histórico en la medida que se constituyeron como la conducción (como la intelectualidad
orgánica) de la alianza popular del Chile anterior al ‘73 que sirvió de base para la construcción
tanto de los frentes populares como de la misma Unidad Popular. Permitió la construcción de
un proyecto popular de carácter moderno, desarrollista, laico; combinó los saberes del mundo
popular, sus sentidos y sus discursos, con la tradición europea y modernizante del liberalismo
democrático. De este matrimonio no provienen sólo las dos “almas” de la izquierda chilena (la
cultura socialista y la cultura comunista), sino todo el aparato institucional de educación que
hoy ha sido superado por el “mercado”. Pero más que una simple “privatización”, lo
que ha tenido lugar es la transformación de la función de la educación… de
construir conocimiento de avanzada, élites intelectuales, ha pasado a formar
trabajadores. Las antiguas clases medias ilustradas hoy no tienen ningún sentido histórico,
3
Sobre la caída del agro, y el sinsentido del viejo conservadurismo y el viejo liberalismo el día de hoy, ha
hablado con la mayor autoridad Alfredo Jocelyn-Holt.
4
El trabajo inmaterial no es sólo el oficio de un profesional, sino también la venta de corbatas, ser secretaria, o
atender público en el registro civil. Es cualquier actividad que implica la construcción de un producto que no
es material.

3
no son ni parte de la élite ni son parte de la cultura “de masas” tan en boga hoy, ni tampoco
articulan a ambas. Todo lo que se reproducía dentro y en los costados de nuestros
tradicionales liceos públicos y universidades, hoy arrastra una dura crisis de sentido, de
utilidad para los procesos actualmente en curso. Una cara de la crisis es económica (a nadie le
interesa invertir ahí), y otra, tal vez más grave, es valórica, de expectativas de vida. Las
condiciones materiales para el tipo de vida de esos sectores (cultura europeizante) hoy no se
reconocen ni en la flexibilidad de la vida de las masas (socializadas en la cultura gringa), ni
tampoco en el apartheid de las élites, en su conservadurismo valórico (élites conservadoras),
o en su carácter empresarial (empresariado “progresista”).
El proceso de proletarización descrito, en la medida que requiere de una acelerada
expansión de la matrícula de la ESUP, no es sólo una función de la economía, es también un
lucrativo negocio, dando un segundo aire –con la Ley de Financiamiento del año pasado– al
oxígeno financiero de la economía que provenía del ahorro de los trabajadores.
La pobreza del siglo XXI es bien distinta a la pobreza del siglo XX. Es más
democrática, porque impacta de forma más uniforme a distintas capas de la
sociedad, siendo más extendida que la vieja pobreza. 5 Pero está fuera de los debates
públicos. Aunque no hayan diferencias significativas entre el 90% de los chilenos, todos
hablan de desigualdad, pero nadie se siente “desigual”. Eso no quiere decir que la gente “viva
feliz”. Por el contrario, quizás sea este el momento de mayor tristeza de nuestra gente, de
nosotros mismos. Los problemas sociales del siglo XXI no se expresan aún como
problemas de la sociedad, sino que son culpa del individuo, de cada uno de
nosotros. Es lo que muestran los informes del PNUD, lo que uno ve mirando “Hola Andrea”.
Como consumidor, trabajador, estudiante, todas las contradicciones de la sociedad y sus
frustraciones terminan en una angustia individual, puesto que aparecen como limitaciones de
las capacidades propias para emprender, estudiar o trabajar. En una especie de vuelta a los
albores del capitalismo, nuevamente se culpa de la pobreza a los pobres… es cosa de ver los
resultados de la PSU. La ausencia de solidaridad, o dicho de otra manera, la desorganización
de los sectores populares y la primacía de estrategias individuales de movilidad social, es lo
que muestra la pesadez del capitalismo de una manera nueva (carencia propia). Esto a su vez
genera un nuevo tipo de respuesta individual, de consumo (sicólogos, gimnasios, evasión,
etcétera), que generan más endeudamiento y más ganancia para el capital, y por ende, mayor
carga laboral, más stress, lo que vuelve a generar más consumo (“cultura” para las masas,
búsqueda identitaria, distinción), esferas de sentido, sectas, drogas. Cada consumo de
identidad, de distinción, rápidamente se transforma en consumo de masas, y pierde sentido.
Todo lo sólido se desvanece en el aire. Finalmente, que las preocupaciones desaparezcan en
un momento de juerga es “placer”, y la expansión de esos momentos, con cargo a los
consumidores y con la consabida tajada del capital financiero. Se muestra, gracias a la cultura
“liberal” del empresariado financiero, como el ansiado “destape”.

3. LA IZQUIERDA TRADICIONAL, UN BUEN PROYECTO FONDART

La izquierda se ha enorgullecido por mantenerse al margen de la ideología neoliberal, sin


asumir la derrota propinada a fines de los ochenta. En este período se ha cerrado a cómo van
5
Es evidente que también seguimos siendo “tradicionalmente pobres”, en una medida importante, sobre todo
en el quintil y medio más bajo. Lo que quiere hacer notar el texto, es que el carácter revolucionario de la
pobreza es la limitación que impone a la vida el sector más dinámico del desarrollo capitalista. En este texto
hablaremos de la pobreza que engendra ese desarrollo, no la que engendra su ausencia, aunque ambos estén
relacionados. El conjunto del pueblo también está integrado por las capas “olvidadas” del consumo, pero hoy
no presentan las contradicciones fundamentales del capital. Por eso Marx reflexiona fundamentalmente sobre
los obreros, y no sobre otras facciones del pueblo, tal vez hasta más empobrecidas. A la sazón, la vieja clase
obrera chilena actualmente es la más integrada al circuito del consumo y al endeudamiento. Hoy la “nueva
pobreza” es la que afecta a más chilenos.

4
impactando estas contradicciones en el mundo popular actual; podemos decir que la
identidad de la izquierda sobrevive haciendo alusión a un tipo de pobreza y de
capitalismo, que hoy no son el problema central de la desigualdad. En ese
sentido, la izquierda es una de tantas identidades que resuelve las crisis
existenciales ocasionadas por la descomposición de las capas medias
intelectuales. Incapaz de adaptarse a las nuevas condiciones, el PC ha tenido una actitud
zigzagueante en los últimos dieciséis años, de posiciones “duras” a posiciones “amarillas”,
intentando superar con distintas intensidades lo que es un problema mucho mayor, que tiene
que ver con su anclaje social y su identidad política. En ese proceso de descomposición, se ha
desperfilado en lo que hay de mundo social organizado, siendo arrinconado a la pura defensa
de su identidad de “izquierda”, que hoy, gracias a la política cultural del gobierno, ya ha sido
colonizada casi totalmente por la Concertación.6 Rojo o amarillo, el PC ha sido incapaz de
expresar las contradicciones producidas por el neoliberalismo. Su posición de marginalidad
se ha mantenido inalterable, a no ser que acepte ser parte del enjuague “cultural” de la
Concertación, como la Izquierda Unida española. Ese parece ser el último giro de su dirección
actual.
Si algo representa la corriente autonomista a nivel nacional, y el proceso de
renovación “revolucionaria” que tuviera lugar en los noventa y durante estos
últimos años, es la búsqueda de organización social e identidad política de los
sectores más integrados a las contradicciones actuales del neoliberalismo, en
sus aspectos centrales. Pero también es parte de esta búsqueda el crecimiento
popular de la derecha (ante el desgarro valórico que implica el nuevo
capitalismo en los sectores medios emergentes o en el mundo popular).
Uno de nuestros principales aprendizajes recientes es que el autonomismo en Chile
no es sólo una opción ideológica de los “más cuerdos” o de los más lúcidos; es la
búsqueda de expresión política de un sector social nuevo, que proyecta hacia
una matriz política aspectos básicos de su forma de pensar y vivir, como es la
descentralización, la horizontalidad, la búsqueda de un contenido ético frente a
la manipulación típica de la política, y frente al vacío valórico del capitalismo
emergente. Es nuestra historia. Somos parte de estos adelantos tecnológicos, compartimos
con el viejo marxismo la admiración por las nuevas fuerzas productivas y la creatividad
humana que comportan. Pero también sufrimos las nuevas contradicciones, y sometemos a
revisión crítica la historia política de nuestra clase, asumiendo la necesidad de una
actualización de esos saberes. Todas las movilizaciones sociales relevantes de los últimos
quince años, sobre todo aquellas asociadas a los sectores más dinámicos de la economía, han
sido genéticamente autonomistas. El movimiento secundario ahí lo demuestra.

4. LA UNIVERSIDAD DE CHILE COMO EXPRESIÓN DE UNA CRISIS POLÍTICA

La Universidad de Chile es un escenario excepcional, tal vez el mejor de todos,


para mirar de cerca y con detalle el proceso de descomposición y pauperización
de las clases medias, combinado con la expansión de la matrícula y la
“esperanza” de los sectores populares de incorporarse al ámbito profesional.
Las élites “progresistas”, si es que alguna vez las hubo, hoy no se forman en la
Universidad. Dicho de mejor manera, no constituyen su carácter de élite en la Universidad de
Chile. Como todo el aparato ideológico del viejo Estado, nuestra Universidad, por más
tradición que tenga, fue abandonada por las élites. La ausencia de la alianza popular que la
sustentara durante el siglo XX, ha configurado un vacío de poder y de utilidad para la U y
para el Consejo de Rectores en general, que no ha sido superado. Se trata de una crisis de

6
Muestras de esto hay muchas. El mundo de la cultura es una; su caso más reciente, la Universidad ARCIS, de
ser la universidad militante más radical, pasa a ser la casa de estudios del Ministerio de Cultura.

5
anclaje social de las universidades. Ninguna facción de la sociedad forma su conducción
intelectual en ellas, como sí lo hacen en canales de televisión, medios de comunicación de
masas en general, y un circuito nuevo de ONG’s, centros de investigación, y universidades
militantes. Frente a este vacío de poder, los académicos, rectores y cuerpo administrativo de
las universidades estatales entraron en una estrategia de resistencia, que se limitó a
intrincadas alianzas de subsistencia burocrática, redundando finalmente en un explícito
estancamiento académico, o bien en una clara opción por incorporación al mercado a través
de la formación de baja calidad de “precariado”, renunciando a la excelencia académica. Pero
insistimos, la crisis de las universidades no es ni académica ni económica, se
expresa así, pero la crisis es ante todo una crisis de anclaje social, de utilidad y
poder, es una crisis política.
En la Universidad de Chile existen todas las expresiones de esta realidad. Hay facultades
integradas al mercado (las que pueden hacerlo), pero renunciando a la excelencia en un
sentido público (buscando la excelencia de modelo privado), intentando formar élites sin una
vocación de articulación popular o simplemente democrática, una especie de empresariado
progresista. Sin embargo, el estancamiento académico, económico e institucional
generalizado de la Universidad (agravado en facultades periféricas y fundamentalmente en
las humanidades), se constituía como dique de contención para el desarrollo –por separado–
de las “facultades grandes”.
Riveros representaba la resistencia, el statu-quo, la privatización inorgánica, producto de
la búsqueda de sobrevivencia. Pérez representa un cambio, pero en su marco de alianzas
conviven diversos proyectos, que son incluso contradictorios entre sí. Por una parte, está la
apuesta del Gobierno, de constituir a la Universidad de Chile como el espacio de legitimación
del sistema de educación pública, orientando las ciencias duras a la élite y la economía basada
en el capital financiero, y a las ciencias blandas y las ciencias sociales a la legitimación
“estética” del modelo “progresista” en el ámbito del “patrimonio cultural”, la elaboración
técnica de ciertas políticas públicas, y la exploración de las contradicciones “secundarias” de
la sociedad como los temas de género, ecológicos y varios, sin una perspectiva de totalidad,
pero sí con un supuesto carácter “progresista”. Que el proyecto del Gobierno tenga éxito tiene
mucho que ver con que se vista de progresista. Finalmente, se trata de una Universidad de
Chile ausente del debate de construcción de país. La reflexión político-teórica, a partir de la
cual el bloque dominante actual perfila su estrategia de desarrollo y dominación, no se forma
en la Universidad de Chile, sino en otros espacios.
Otros proyectos que habitan el marco de alianzas del nuevo Rector son la defensa
corporativa de la facultad de Medicina y del Hospital, parte de la izquierda académica, la
derecha académica, y la vieja DC, que juega con colores propios respecto del Gobierno. Por
ahora, nadie parece haber construido una fuerza transversal a la U que le signifique una
hegemonía clara. El rol que juegue el riverismo tampoco hay que descartarlo.
La burocracia funcionaria no tiene grandes papeles en este reacomodo de poder. Más bien
parece optar por su defensa corporativa, y construirá alianzas con quien en determinado
momento más les ofrezca.
El movimiento estudiantil durante esta pugna ha estado ausente. Durante los noventa
predominó un tipo de alianzas que combinaba los deseos de participación “en
abstracto” (a partir de una mirada teórica o ética de la sociedad) asociados a la
generación “hija del exilio” (las redes de los colegios privados alternativos o progresistas
son detectables en toda la clase política de la FECh en la segunda mitad de los noventa y la
primera de nuestra década como un rasgo casi estructurante de la misma), y la capacidad
de masas que le daba la demanda económica por crédito que se alojaba en los
quintiles más pobres. Esta combinación, que permitió la sobrevivencia de la
identidad de izquierda como eje de la reconstrucción de la FECh, era incapaz de
convocar a los sectores (movilizados o apáticos) que no respondían al patrón
cultural de pobreza simbolizada por el déficit del crédito y la tradicional

6
“carencia económica”, ni a la concepción de “izquierda” antes señalada, pero
que comenzaban a expresar críticas sobre el estancamiento académico de la
Universidad, y cómo éste dificultaba su incorporación al mercado laboral y la
consabida realización de la promesa de la movilidad social. El carácter social de este
malestar estaba mucho más asociado a las contradicciones sociales actuales, pero nunca fue
capaz de emerger como preocupación importante para el movimiento estudiantil,
concentrado en democratización y financiamiento.7 En varios campus y facultades vemos
hoy, aún de forma desordenada e intuitiva, un giro en las preocupaciones del movimiento
estudiantil hacia temas de corte académico.
Tanto la emergencia de la corriente autonomista, como de la propia derecha gerencialista
el 2003 con San Martín, dan cuenta de un proceso contradictorio y confuso, pero existente,
de búsqueda de expresión política por parte de este sector social.

5. IZQUIERDA AMPLIA, LA GRAN PROMESA… AÚN INCUMPLIDA

La Izquierda Amplia (IA), si bien se ha constituido como capacidad de veto tanto para el
proyecto de la izquierda más tradicional (que busca la pobreza fetichizada de forma
voluntarista incluso al nivel de disfrazarse de ella), como para el proyecto de la derecha
gerencialista, no ha sido capaz de sostener una iniciativa política que organice, movilice y
constituya como poder transformador al anclaje social que posee. La IA ha sido una alianza
que dio gobernabilidad a la FECh, entre sectores autonomistas, que sí han intentado por lo
menos eso en espacios locales, y sectores de la izquierda moderada. Hoy el problema de la
burocratización incluso podría provocar un déficit que amenace con la derrota electoral. Sería
más un debilitamiento propio que un robustecimiento ajeno, y en ese sentido, la derrota no
implicaría una salida a la crisis.
El problema del autonomismo en la Universidad de Chile es que siempre se ha
constituido en base a la idea de “participación” del estudiante común y corriente, frente a la
idea de “delegación” de esa participación en el activo político. Este carácter “local” de la
identidad política autonomista, que toma como base al “estudiante” (como si este careciera de
un sentido social, o bien, tuviera el carácter propio de períodos anteriores), está presente en
todas las experiencias de construcción autonomistas; tanto en la Toma de Peñalolén, la ACES
secundaria y otros. Por otro lado, todo lo que no tuviera relación con el espacio territorial-
presencial era visto como “político”, como una ámbito externo a las preocupaciones locales, y
por lo tanto, como irrelevante y hasta sospechosa.
Esta concepción abstracta de la participación, afincada en el carácter del individuo como
fuente de soberanía (“estudiantes”, “pobladores”, etcétera), y proyectada al espacio
territorial-presencial como cancha política, sin un contenido social, de clase o “político”, no es
una desviación “purista” del autonomismo, ni una especie de autonomismo básico o
embrionario, que deba “madurar” hacia concepciones más políticas. Si algún origen tiene la
idea de participación directa de individuos abstractos, y de la política como relación
fundamentalmente presencial y territorial, es el liberalismo clásico de la izquierda. En sus
primeros años de desarrollo en Chile (en este período histórico), el autonomismo no ha sido
capaz de construir una visión propiamente autónoma de la política y del carácter social del
período, importando los errores de la izquierda, tanto los errores “fetichizantes” de la pobreza
tradicional, como los errores de la gestión burocrática; dicho de otro modo, no era el
“basismo” lo que más alejaba al autonomismo de la izquierda cupular, era lo que más lo
acercaba. Dicha concepción al girar sobre sí misma se encuentra con la burocratización, pues

7
Mucho se ha dicho sobre el Estatuto de la Universidad de Chile y el acuerdo CONFECH-MINEDUC, ambos
“éxitos” que supuestamente terminaban con números azules el ciclo de los noventa. Respecto del Estatuto,
debemos aceptar que es un avance, aún limitado. Y respecto al acuerdo, el papel de la corriente autonomista
en esa movilización fue imprescindible.

7
ambos extremos no son sino caras de la misma moneda, la deriva política actual de la
izquierda y su forma liberal y abstracta de concebir el mundo. Históricamente el
autonomismo ha debatido sobre esto, la relación con las clases, la totalidad social y la política.
El debate actual en Latinoamérica tematiza las dificultades del autonomismo si no es capaz de
forjar una visión propia de la política; sería masa de maniobra para proyectos ajenos. Durruti,
Makhno, Gramsci, Clotario Blest, Marcos, Evo, todos concluyen la necesidad de una visión
propia y autónoma de la política, de una capacidad de conducción y organización del
autonomismo. Hoy es fundamental tomar contacto con esos debates.
En estos días podemos ver en perspectiva y reconocernos como parte de un proceso de
transformación profundo de la sociedad chilena, que ha impactado en el ámbito de
constitución de las clases trabajadoras, en las orientaciones valóricas, en lo que conocíamos
como pobreza y como educación. Ahí está la movilización de los secundarios… En esta
perspectiva, más que poner por encima de lo “social” algo “político” y abandonar
la centralidad de la construcción de poder a nivel de base (error que desde el
debate al interior de la SurDA vemos que ya hemos cometido, y que lo estamos
pagando), debemos aprender el contenido social e histórico de lo que somos y
de lo que hacemos, para darnos cuenta de que el que nos dediquemos a
organizar a los estudiantes respecto de temas académicos no tiene que ver sólo
con que eso “les interese a los cabros”, sino con que les interesa, finalmente,
porque en ese ámbito es donde impactan las contradicciones actuales del
capitalismo, y por lo tanto, esa búsqueda de solución colectiva “social” de
aquellos problemas, contiene en su seno una politización posible en la medida
que proyectemos esos esfuerzos a una lucha de carácter general contra el
enemigo que se enriquece a partir de la permanencia de esos problemas y del
apartheid que generan. De otra manera, no podremos ni siquiera apostar a
resolver, en términos serios, aquel “problema académico” concreto. Y aquí tiene
sentido la elaboración autonomista de la transformación revolucionaria como un proceso
lento, de construcción de bastiones de poder en todo el espesor social, que generen
lentamente una práctica social alternativa. Pero no se trata ya sólo de bastiones
“territoriales”, concebidos de forma abstracta desde la ideología “liberal” de la izquierda, sino
de bastiones sociales concretos, con una orientación de clase, con un enemigo determinado,
en un entramado también concreto de reproducción del capital. Son bastiones que serán
capaces de constituirse como instituciones de socialización del conocimiento, de formación de
intelectuales orgánicos del mundo popular; estas instituciones pueden ser un canal de
televisión, una estación de radio, un almacén, una red de colegios; todo aquello que socave la
hegemonía del capital financiero y su reproducción material e ideológica… autonomistas no
son sólo las “asambleas”, sino todas las prácticas de cooperación y de solidaridad que en estos
bastiones y en sus entornos se generan, la ética que se construye y que permite disputar
hegemonía al desgarro valórico de la vida que genera el capitalismo actual, hablamos de una
cultura que se forja en las nuevas prácticas, la visión de mundo que a través de su
interrelación los sectores sociales constituyen; todo sin renunciar a la conducción política
realista y racional, a una noción de totalidad, siempre honesta y sin reemplazar la fuerza
social efectivamente existente. El autonomismo debe ser una estrategia política al mismo
tiempo que una teoría de clases del capitalismo contemporáneo. Nuestra matriz de
pensamiento autonomista debe saber mirar la totalidad social, su propio carácter histórico, y
de esa forma, superar su visión meramente local, y el paradigma que se desprende de dicha
visión, de la revolución “por zonas” o por “etapas”, en que uno liberaba un territorio y
después otro; como vemos, la dominación no distingue territorios ni “etapas”, puesto que el
enemigo está doblemente en ambas categorías, y en cada una de las divisiones que de
aquellas se derivan, mientras lo que libero en ese “territorio” no es sólo un poblador en
abstracto o un trabajador en abstracto, parte sólo de ese territorio, sino que constituye un
actor colectivo que debe constituirse incluso fuera de esos espacios locales. Es decir, tiene un

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carácter de clase.
La incapacidad fundamental del autonomismo en la Universidad de Chile es
que nunca ha logrado forjar una visión política y transversal de sí mismo, y de la
U, y ha delegado tal misión en los sectores más moderados de la izquierda. Esta
contradicción ha derivado en la burocratización de izquierda amplia, y la consabida crítica de
los espacios de base a nuestro proceso. Como SurDA, asumimos esta falencia como un error
propio también.

6. TESIS PARA UNAA POLÍTICA AUTONOMISTA EN LA UNIVERSIDAD DE CHILE

6.1.- Objetivos políticos fundamentales

a) La Universidad de Chile como bastión de poder y espacio de constitución de la nueva


alianza social de las clases subalternas.

La Universidad es el terreno por excelencia en que tiene lugar la descomposición de las clases
medias tradicionales y la emergencia de los mejores elementos de las capas sociales
“primerizas” en la educación superior y el trabajo inmaterial. Al mismo tiempo, su extenuante
crisis ha generado un vacío que ningún proyecto político académico de los actualmente en
disputa es capaz de llenar por sí mismo, configurando un escenario de abierta inestabilidad
tras la caída de Riveros. Por otro lado, se puede ver un giro sostenido en el ámbito estudiantil,
de recambio de centralidad, en que la temática académica comienza a ser fundamental como
la gestora de problemas a resolver por la organización social, permitiendo un giro más
rápido del tipo de estudiante sobre el cual se ancla el movimiento organizado. Lentamente
comienzan a emerger, sin que esto sea producto directo de la voluntad de los
autonomistas, movilizaciones e iniciativas estudiantiles que dan cuenta de que
el apartheid central que tiene lugar en la U no es la ausencia de subvención de
los créditos o de becas, sino el estancamiento académico e institucional que
impide la constitución de los puentes de movilidad social prometidos. A partir del
conflicto de intereses instalado en la Universidad, el movimiento estudiantil podría
constituirse como un factor desequilibrante si es capaz de convocar una articulación
triestamental que permita ganar la hegemonía en el medio plazo, superar el estado de
inestabilidad política que reina, empujando la Universidad hacia una reforma profunda en
pos de lo que llamamos excelencia con compromiso. Esa articulación triestamental sería el
germen de una nueva alianza social, que permitiría relacionar procesos culturales y políticos
tan disímiles como la pauperización del mundo “ñuñoíno”, asociado a la cultura europea y a
la matriz de la izquierda, con la frustración de las conciencias “neoliberales”, que entran a la
política no por vinculación teórica, sino práctica, a partir de la insatisfacción con la calidad y
solidez institucional de la Universidad, y también con la identidad autonomista propiamente
tal, si es que eso existe. La organización del trabajo flexible sobre el cual se monta la
privatización inorgánica de la U también es fundamental en términos de esta alianza.
A nivel de la sociedad, la Universidad de Chile podría jugar un rol clave en la formación,
generación y apoyo a la intelectualidad orgánica de lo que podríamos llamar potencialmente
el “nuevo movimiento social chileno”, como también al arco de fuerzas de ese bloque,
permitiendo entablar lo que otrora se concibiera como lucha ideológica, una especie de think
tank de las clases subalternas. 8

8
Sobre el debate suscitado por la emergencia de centros de estudios denominados think tank véase: CORTÉS
TERZI, Antonio: “¿Todo el poder a los think tank?”, publicado en Internet el 24 de abril de 2006, en la
página del Centro de Estudios Avance, vinculado al PS:
http://www.centroavance.cl/index.php?option=content&task=view&id=559&Itemid=28, consulta realizada el
día 9 de agosto de 2006. En la misma página es posible encontrar una declaración de principios acerca del

9
La Universidad de Chile puede ser el espacio en que todos estos procesos y sus
identidades constituyan un proyecto común, una especie de culturalismo popular; en
ninguna otra parte hay tan buenas condiciones para que esto pase como en la Universidad.
Parafraseando a Gramsci, la U puede ser el lugar en que la clase trabajadora del siglo XXI, en
su etapa de formación para derivar en “cognitariado”, tome contacto con la alta cultura
burguesa y se apropie de los elementos de ésta en una perspectiva revolucionaria. Una U de
carácter “crítico”, proyectada al año del bicentenario, puede ser uno de los factores claves en
la posibilidad de construir la crisis política en Chile y la emergencia a las correlaciones
centrales de fuerza de una alianza popular que integre a esos sectores, y a otras facciones del
pueblo. Una Universidad de Chile crítica puede dar vuelta en un sentido transformador el
actual debate sobre la desigualdad social que han instalado las élites, ayudando a develar al
enemigo que se esconde tras la tematización técnica del problema. También en la Universidad
de Chile, y en general en todo el movimiento social construido en torno a la educación,
pueden generarse las capacidades populares para la lucha política actual, capacidades
técnicas de elaboración y trabajo intelectual, y capacidad de política de masas, aportando los
medios para tal trabajo, como puede ser un canal de televisión, o un diario. Así pensado,
incluso podríamos apostar a un proceso de crecimiento de la Universidad, de instalación de
cedes regionales o metropolitanas, traduciendo a los actuales tiempos históricos la
experiencia de la Escuela Moderna del anarcosindicalismo español.

b) La FECh hacia fuera: resignificando su sentido histórico y su siglo de historia en la


necesidad de liderar la organización nacional del cognitariado.

Mucho ha pasado en el movimiento estudiantil, pues se ha invertido la función histórica del


estudiante. Es fundamental el capital simbólico de la FECh para liderar la construcción de lo
que insinúan las movilizaciones secundarias de hoy y del 2001, la movilización universitaria
del año pasado, y el embrionario proceso de organización en el mundo privado. Es en el
ámbito de la organización estudiantil donde podrá conformarse de manera más rápida y
efectiva la organización de las clases subalternas de nuevo tipo, asociadas al trabajo
inmaterial, energía fundamental de la economía actual. La tesis gruesa que debe poner
en juego una FECh autonomista es la de que estudiar no implica en este
capitalismo salvaje la movilidad social, y que sobre la base de la expansión de la
matrícula, se ha montado un negocio enorme que implica la explotación
económica de nuestras familias; debemos buscar la democracia en la movilidad
social (esto implica inversión pública en calidad), y la internalización del costo
por parte del capital financiero de nuestra formación, puesto que serán los más
beneficiados por ella (rebaja de los intereses crediticios). Debemos echar por tierra
las viejas concepciones del movimiento estudiantil como “defensa de la educación pública”, o
como “productora de eventos”, todas esas enmohecidas concepciones que nos dividen en
“públicos” o “privados”: ¡los estudiantes no son ni públicos ni privados! Apostemos a
construir una organización nacional estudiantil nueva, no sólo en su aspecto organizativo
formal (un hecho histórico similar a la aparición de la FOCH a principios del siglo XX), sino a
generar una unidad material de todos estos sectores, que nos permita impactar juntos en la
próxima movilización de masas del sector estudiantil, que probablemente tendrá lugar a
finales del gobierno de Bachelet, en un gobierno de mucho menor perfil progresista que el
actual. La nueva organización nacional debe ser capaz de elaborar una política de masas que
critique la justificación “ética” de la dominación, la lógica del consumo de identidades,
vínculo que deben tener este tipo de instituciones con la sociedad civil, desde la óptica más progresista. Véase
“Declaración de Centros de Estudios progresistas: Para que haya think tanks de todos los sectores”, publicada
el 11 de julio de 2006, en:
http://www.centroavance.cl/index.php?option=content&task=view&id=376&Itemid=28, consulta realizada el
día 8 de agosto de 2006. (N. del E.).

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perfilando la solidaridad como comportamiento ético de las nuevas generaciones; por esto la
nueva organización debe tener un medio de comunicación de masas antes del Bicentenario,
que tematice la crisis del paso ESUP-mercado laboral, las contradicciones que hasta el
momento se presentan como problemas del individuo, y el desgarro cultural de la familia y
del proyecto de vida en la sociedad actual, aislando al enemigo como el que se enriquece con
nuestro trabajo.

c) La FECh hacia dentro: a construir La República Autonomista.

Mucho hemos debatido en estos años sobre la construcción de una nueva FECh. Después de
mucho elaborar, concluimos que la FECh tiene una doble existencia. Como corporación
política, como espacio de la totalidad de los estudiantes de la U en términos orgánicos, la
FECh es materialmente “el pleno”. Como maquinaria, la FECh es una gestora de eventos y de
propuestas técnicas. Ganar las elecciones da el control de lo segundo, pero en la medida que
el aparato burocrático está enterrado en las necesidades que brotan de la política “del pleno”,
es prácticamente imposible, a partir de ese aparato, construir un nuevo nexo al estudiantado,
o un nuevo anclaje social para la Federación. En ese sentido, la iniciativa de las
comunicaciones, nunca saldrá de ser una buena intención si no se reconstruye el espacio en
que los estudiantes de la U se organizan en términos de totalidad y toman decisiones.
Una FECh autonomista nunca será posible si no se supera en términos
históricos al pleno como espacio político. La experiencia de la asamblea masiva en la
Universidad Austral de Valdivia, y la experiencia de la asamblea de curso que se ha
institucionalizado en la Facultad de Sociales y en Periodismo, dan cuenta de un aprendizaje
institucional, de una innovación que nos permite superar al pleno y al activo político
izquierdista como actor central. Llamamos República Autonomista a la combinación
armónica de una refundación institucional de la FECh, basada en las asambleas
de curso, con una nueva máquina burocrática montada sobre la necesidad de
organización permanente respecto de las temáticas fundamentales de nuestro
anclaje social, como son temas académicos, o las comunicaciones, por ejemplo.
Una FECH basada en asambleas de curso, copia la asamblea general de la Austral de Valdivia,
pero no es una asamblea general de estudiantes, sino que es una asamblea general de
delegados de curso, aproximadamente de 400 delegados, lo que a su vez, copia el modelo de
Sociales y Periodismo. Esta asamblea no implicaría la inexistencia del pleno, sino que sería
convocada para tomar decisiones importantes, unas 2 ó 3 veces por semestre. La idea es
construir una FECh anclada en la organización estudiantil materialmente existente en las
facultades de mayor crisis institucional y académica, como son Medicina y en general Campus
Norte, Derecho y el Campus Juan Gómez Millas, desterrando el reinado de Ingeniería. Y en
ellas, perfilar a la institución del consejo de curso como “soviet” fundamental, como espacio
de discusión basal tanto para temáticas locales como transversales.
En términos de la maquinaria burocrática, esto es, el espacio donde tendería a formarse el
activo político militante, debemos procurar la mayor amplitud posible, no sólo ideológica,
sino también social y material, puesto que uno de los principales mecanismos de apartheid es
la dificultad de participación de la gente que necesita trabajar para mantenerse, sobre todo en
el lapso del egreso-titulación. En la esencia de nuestro proyecto está el que precisamente esa
gente se constituya como sujeto político en la Universidad de Chile. Deberemos construir
un aparato burocrático que cubra el costo de oportunidad para el estudiantado
de menos recursos de la U que participe en éste, y en general, que premie, como
lo hacen las políticas de “paridad” de género, a los estudiantes más pobres en
cada ámbito de su funcionamiento. Cada espacio operará con autonomía respecto al
ejecutivo, intentando acercarlo lo más posible al activo social, sin que dependa de
maquinarias políticas.

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6.2.- Desafíos políticos fundamentales:

a) La articulación autonomista y la amplitud de la alianza que convoca, la eterna relación


amor-odio con la izquierda moderada de Izquierda Amplia.

Es cierto que el proyecto Izquierda Amplia está desgastado, que en muchas oportunidades cae
en el juego cupular de la izquierda tradicional, que termina pauteado por la iniciativa de otros
actores, que sirve de masa de maniobra para cualquier operación contra Riveros, y un largo
etcétera. Sin embargo, es la ausencia de una política autonomista la que ha permitido que
sistemáticamente, durante dos años, hayamos tenido que improvisar, sin poder proyectar en
esas coyunturas de forma efectiva nuestro proyecto político. Más que regocijarnos en críticas
a la izquierda moderada, a su deriva burocrática, a su extracción social, a su estética, miremos
con serenidad si acaso esos mismos problemas no se han presentado o se presentan de forma
sistemática en cada uno de los procesos locales en que tenemos presencia. Más que
cuestionar la alianza, lo fundamental hoy es construir una política autonomista que
dé sentido a una alianza amplia, que resuelva tanto los problemas locales como
los transversales, en una palabra, que permita resolver aquello que por carencia
nuestra terminan resolviendo otras identidades políticas, otras formas de
concebir los movimientos sociales. La articulación autonomista deberá ser capaz no
sólo de seguir convocando lo que se conoce como Izquierda Amplia, sino de crecer mucho
más allá de esta, lo que consideramos que es posible si es que se invierte la hegemonía al
interior de IA, permitiendo una alianza más amplia aún, con sectores que hasta hoy han
estado en el bando crítico sin caer en la jota o el izquierdismo (o “rehabilitándose” de éste).
Sólo una amplitud de este tipo permitiría una articulación clara de las dos almas de nuestra
alianza social, por un lado, la clase media desplazada de la élite, de cultura europeizante y de
identidad política izquierdista o progresista, que se encuentra en una búsqueda de inserción
en el escenario político actual, y los sectores emergentes de la periferia, con una llegada más
reciente a la cultura de la educación superior, con una aproximación a la política más distante
de la identidad de izquierda, y con una mayor comunicación con el mundo popular. Ambas
figuras representan los dos procesos que debemos combinar para acumular la fuerza y la
convocatoria necesaria para realizar tanto las transformaciones necesarias al interior de la
Universidad como para impulsar los objetivos planteados en este texto.

b) No se puede construir una articulación autonomista sin una política autonomista que nos
una.

Debemos vencer el aislacionismo, la matriz local de visión de la política. O por lo menos,


aprender a relacionar la totalidad con lo local de una manera sinérgica, en que lo local
también pueda participar del debate transversal. Hemos cometido muchos errores en varios
momentos intentando construir articulaciones autonomistas en base a voluntarismo,
ideologismo, anti-izquierdismo, anti-comunismo, anti-estudiantes de izquierda, etcétera.
Todos esos intentos han impedido la constitución de un espacio autonomista que reflexione
no sobre distintos procesos locales de construcción, sino, además de aquello (que sigue
siendo insustituible y por ningún momento pretendemos negarlo) sobre la Universidad como
unidad, y el rol que cabe en el actual reacomodo de poderes en la U al movimiento estudiantil,
a la República Autonomista como vehiculizadora de los intereses no de “estudiantes” o
“facultades”, sino de un sector social en construcción.
Pero no sólo debemos superar este problema. Debemos superar la ausencia de una
cultura política preconcebida que nos una (esta ausencia es lo que ha permitido que nos
hayamos articulado sin una política). Porque el autonomismo en la Universidad de Chile no
es una concepción cerrada y unitaria de la realidad –como sí lo ha sido la izquierda- sino más
bien una alianza de procesos sociales disímiles, que no sólo no comparten una misma mirada

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política, sino que también son distintos social y culturalmente, que claro, tienden a los
mismos patrones estructurales, pero que aún conservan miradas del mundo construidas en
épocas anteriores que los hacen verse a sí mismos como distintos. Como proceso de
búsqueda, el autonomismo no representa un tronco firme sobre el cual asirnos, en tal sentido,
el actor político autonomista deberá ser capaz de conjugar una serie de mundos distintos, al
mismo tiempo que formar un lenguaje y una experiencia común, que sobrepase la jerga típica
de los desencantados de la izquierda. Esta tarea tiene dimensiones históricas, implica una
creatividad enorme, y no esperamos resolverla en la Universidad de Chile. Pero sí debemos
tener claras las dificultades a las que nos enfrentamos. Con todo, debemos superar el actual
estado de red clientelar que es el autonomismo, puesto que aquello ya no sólo no resuelve los
problemas de la política en la Universidad toda, sino que representa un lastre a los propios
procesos locales, que tampoco pueden apostar por la desconexión, pues necesitan
información y alianza táctica en determinadas coyunturas.
Unas palabras sobre el papel de la SurDA. Asumimos todos la utilidad de los surdos, pero
siempre hay problemas con la SurDA. ¿Qué más se puede decir? Habrá respeto absoluto a la
decisión colectiva de los espacios amplios, y honestidad al plantear ideas de la SurDA en su
interior. Asumimos que el autonomismo es mucho más que la SurDA, y fundamentalmente
más que la SurDA, construir esto sin todo el campo autonomista no tiene sentido para
nosotros. Finalmente, el proceso social del que somos parte no puede frenarse por los roces
que genere una marca, aún cuando esos roces estén originados en los errores de esa marca.
Los asumimos, y esperamos aprender de ellos. Sepamos mirar lo que somos, sepamos ser
leales con lo que en el fondo hace que hagamos lo que hacemos. Y eso, eso es tarea de todos.

Santiago, mayo de 2006

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