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El acto de fe

La palabra «creer» y más aún la realidad significada en ella son ambiguas,


complejas y discutidas. Es decir, si la fe es primariamente un acto de amor y, por
tanto, de la voluntad, o bien, de la razón y el entendimiento. Lo que para unos es
pérdida y disolución, para otros es una forma de autoliberación de la de las
cadenas del dogmatismo y del doctrinalismo.
Para entenderlo mejor, hay que aclarar el concepto «creer».
1-. En la tradición teológica, no raras veces ha definido la fe como un cum
assensione cogitare. Esta definición implicaba que los motivos racionales
ausentes eran completados por la voluntad que ordenaba el asentimiento. En el
trasfondo de esta comprensión de fe se encuentra un determinado ideal de
conocimiento, en concreto, del conocimiento según Descartes. El saber por
excelencia es el saber basado en las pruebas.
2-. La fe es un acto personal de confianza y crea una mutua vinculación
entre personas. Como acto personal, abarca entendimiento y voluntad, en sí
origina unicidad en la persona del hombre. Es un acto del hombre uno y total. En
esta comprensión personal–dialógica de la fe nunca vivimos y decidimos
únicamente a partir de un saber basado en pruebas objetivas. La vida humana se
fundamenta, más bien, en general en la fidelidad y en la fe. Por lo que la fe no es
un modo deficiente del saber, sino un acto originario y primigenio del hombre. Lo
que significa que la dimensión personal–dialógica de la fe no es suficiente para la
fundamentación de la fe, ya que esto tendría sólo validez para los que se
encuentran comprometidos en una situación concreta. Y la fe tiene una
pretensión universal.
3-. En este punto se trata una dimensión a la que en nuestro lenguaje no
se le suele llamar fe. Se trata de las situaciones decisivas de nuestra vida. Cuando
se trata de estas cuestiones ya no hay lugar para saber a fondo, con esto cada
uno cree a su modo y cada cual cree también a su manera, incluso el increyente.
Se concluye que la fe es un acto fundamental del hombre. La cuestión de
la fe se plantea no sólo en el encuentro personal, sino también allí donde se trate
de la totalidad de nuestra existencia humana.
La fe en la Escritura. Llama la atención que el A.T. no tiene ningún
término técnico para nuestro concepto «creer». Pero se puede tomar el verbo
aman. Aman es primeramente un concepto formal que significa que una cosa es
firme, fiel, segura, cierta, que mantiene lo que promete. Según la Escritura, el
hombre, sólo puede encontrar un suelo tan firme bajo sus pies si se funda en
Dios. Por lo que amen significa, «amén» a Dios.
En los sinópticos, «creer» significa simplemente la comprensión de la
propia precariedad y la confianza en el poder eficaz en Jesucristo. Este es el
verdadero motivo por el que el hombre adquiere la salvación y plenitud de en la
fe. La fe es la salvación y la certeza del hombre.
Para Pablo la fe es siempre fe en Jesucristo y, como tal, está siempre
ligada a testigos enviados y delegados para ello.
Con todo lo anterior podemos ver que el N.T. no es la prolongación del A.T.,
sino que es verdaderamente nuevo testamento. Esto no quiere significar que nos
esté permitido afirmar que la fe del Antiguo y del Nuevo están en contradicción.
Ya que la fe del Antiguo es respuesta a la fidelidad de Dios experimentada en la
misma historia y la fe en el Nuevo es una fe despertada por Jesús: «Jesucristo es
el amén y testigo fiel de la fe y que provoca en los otros el amén de la
fe».
Concluyendo, la fe es una opción fundamental y un proyecto total del
hombre, en donde se encuentra a sí mismo, su vida, a los otros y la realidad en su
totalidad, al encontrar a Dios. La fe, comprendida de esta forma, no es un acto
solo de la voluntad sola, ni de la razón sola, sino que compromete al hombre
entero y a todo los ámbitos de su realidad.
Por último la oración es la culminación de la fe, donde ésta alcanza su
expresión más densa.
Es, en la misma oración, donde se encuentran todos los problemas de la
actual crisis de fe.
¿Porqué lo anterior? Porque se toma la oración, en la mayor de veces, para
los casos o situaciones límites, mientras que en las situaciones normales nos
comportamos de un modo completamente distinto. También se puede tener una
oración sin actuar, quedando sólo en palabras huecas. Convertir la oración en un
escape de la acción es confundir la oración con la superstición. La oración es algo
que abarca todos los demás ámbitos de la vida.
Un acto de fe y una oración como un pasar de largo ante el mundo y ante
los demás no es con toda seguridad una posibilidad cristiana. Un tal acto de fe, no
consideraría a Dios como la realidad última, sino como una dimensión particular y,
en definitiva, como un ídolo finito.
Así que la oración se debe tener como elevación del hombre a Dios. Esta
elevación acontece a través del mundo y no al margen de él.
Con todo esto, podemos decir que, la fe es una vuelta sin reservas hacia
Dios, ya que de lo contrario continuaríamos en la misma crisis de fe en la que
vivimos. La fe es la actitud que deja que Dios sea completamente Dios, que le
otorga el honor que le corresponde.
Por lo tanto la fe no es una credulidad ingenua y poco crítica. Fe y
pensamiento crítico no son contradictorios, sino que van indisolublemente unidos.

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