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Carranza Torres siempre soñó con atender casos relacionados con el mundo de la
tecnología, más que nada, “por admiración o envidia, porque para mi, lo que hace la
gente que hace tecnología es magia. Al mismo tiempo, me produce una sensación de
impotencia, porque yo soy incapaz de hacer lo que hace esta gente. Por eso, al menos
quería acompañar vocacionalmente a los desarrolladores de tecnología”.
Hoy, a sus 42 años, y autoproclamado “demasiado viejo para la industria”, Martín tiene
su estudio de abogados (Carranza Torres & Asociados) en la zona del Microcentro, a
metros de la Legislatura. Desde allí atiende a grandes clientes, como Microsoft, Bull,
Motorola, etc, hasta Pymes locales, desarrolladoras de incipientes tecnologías o que
tratan de expresar alguna idea a través del software.
Ya hacía esto en Córdoba, donde el mercado es muy pequeño. Por eso, fue recién
después de abrir el estudio en Buenos Aires que tuvimos un mercado lo bastante amplio
como para poder vivir de esto, que no es fácil. Cuando uno se recibe, hace lo que puede.
Como dije, siempre me gustó, pero había que comer. Además, me casé joven, y tuve mi
primer hijo a los 24, y el siguiente a los 25. Hacía lo que podía. Después me fui
encaminando, medio de casualidad, trabajando en estudios jurídicos y tratando de
focalizarme en el área de tecnología.
Una de las características de este negocio es que se envejece muy rápido, y llega un
momento en que no entendés de qué te están hablando. Justamente, una de nuestras
especialidades como estudio, al menos en lo comercial, fue entender de qué hablaban
nuestros clientes. Ese fue nuestro secreto. Éramos como una especie de programa API
entre los jueces anquilosados y atrasados, los libros de derecho y los estudios jurídicos.
Ahora, hay una generación de abogados muy inquietos, y hay muchos trabajando en
tecnología. Pero la generación que nos precedió fue, creo, bastante oscurantista: sabían
mucho, eran los que habían estudiado, son los que armaron la doctrina, etc. Pero no
había docentes, no escribían, no publicaban. A estos pioneros les fue muy bien,
trabajaron muy bien, cumplieron con la función social de un abogado, que era generar
jurisprudencia, generar doctrina, y de algún modo lo hicieron. Pero se lo guardaron para
sí mismos, y me parece que eso no ayudó a expandir el mercado. Ahora, los abogados
más jóvenes entienden mejor el problema. Hasta ahora, estábamos trabajando de
abogados que hicieron la mitad de su carrera sin saber qué es una PC. Cuando yo
empiezo, la única función de la computadora era escribir más rápido lo que antes se
hacía manualmente. Mi hijo tiene 17 años, y desde que tengo uso de razón está colgado
en Internet. Es decir, lo tienen incorporado a la vida, y es por eso que entienden los
problemas de otra manera.
Martín Carranza Torres (segundo desde la izquierda), junto al staff de Carranza Torres y Asociados.
Pero se supone que la mayoría de esa gente usa correo electrónico o procesadores
de texto, es decir, son usuarios de tecnología, al menos a un nivel básico.
Si, es cierto, pero, ¿cuántos poderes judiciales en Argentina pueden ver en tiempo real
todos los fallos que han sacado sus colegas en un momento dado? ¿Cuántos utilizan las
herramientas de comunicación de una PC para comunicar los fallos que van sacando?
Un juez que está redactando un fallo en una computadora es tan celoso del secreto de
ese fallo, que le teme a cualquier conexión que pueda tener. Tiene una visión casi
mágica de la tecnología: “como yo no se de esto, así que me lo pueden cambiar y hacer
que gane el demandado”. Hay un temor reverencial hacia esto que impide utilizar las
herramientas como corresponde. Concretamente, si quiero hacer un escrito para llevar a
Tribunales, el procedimiento no me permite usar correo electrónico. Tengo que
imprimirlo, lo llevo, le ponen un sello, y lo ponen en un expediente que después se cose.
Lo único válido como documento es eso, no el archivo en mi computadora. Y la verdad
es que no hay ningún impedimento tecnológico hoy para darle absoluta certeza a la
presentación del escrito en un momento determinado, y que yo no necesite estar en
Capital, sino que se lo puedo mandar desde la Isla de Pascua con la condición de que
me asegure tener una conexión de Internet acá.
Como usuario, ¿como le voy a explicar a un juez qué fenómeno se produce cuando un
compilador cambia el lenguaje humano al lenguaje de máquina? ¿Cómo se lo explico si
no sabe ni cómo funciona? Por eso digo que las generaciones nuevas, habituadas al uso
de esta tecnología, no tienen ninguna sensación de incertidumbre o amenaza, porque es
parte de su vida. Un juez me decía que su computadora es ¡una cruza entre una máquina
de escribir y el televisor!
En general, estamos muy atrasados. Hay un montón de cabos sueltos, que se debatieron
jurídicamente en todo el mundo durante quince años, y acá todavía no llegaron. Hay un
fallo llamado Jujuy.com, donde el juez no entendió de qué se trataba, entonces compara
a la informática ¡con la electricidad! Hay una pobreza importante. Ese fallo,
absolutamente deplorable, es un ejemplo; pero no es tanto por culpa del juez, porque no
hay un desarrollo tecnológico que haga que eso sea susceptible de ser protegido, y en
segundo lugar, no hay cultura ni conciencia de la importancia de esto. Tenemos mucha
más legislación para la tecnología en la agro-industria, pero no para el software.
En software, estamos con un índice altísimo del 74%, lo cual habla a las claras de
nuestra falta de cultura y de respeto a las instituciones. En un país donde no se cumplen
las normas de tránsito o las normas jurídicas, no debe sorprender a nadie que no se
cumpla la ley de propiedad intelectual.
En la historia de la humanidad, siempre está permitido hacer las cosas sin cobrarlas, o
hacer las cosas y no protegerlas. Lo que no está permitido es entrar en las reglas de
juego y después querer cambiarlas porque dejaron de convenir. Sí es cierto que el
software ha sido más eficiente en su forma de licenciar el producto, a diferencia de las
discográficas o los productores de cine, que tiene modelos muy estrictos. El software
tiene infinidad de licencias. La industria ha sido mucho más hábil, más maleable, para
resolver ese problema. La industria discográfica, forzada por las circunstancias, está
obligada a ser más creativa, y no creo que llegue a tanto. En cualquier caso, las reglas de
juego están, y las presiones para modificarlas son lícitas bajo determinadas
circunstancias.
En Argentina, técnicamente se podría patentar, tal vez por vía jurisprudencial, porque
los organismos administrativos no lo van a permitir –así nació en los EE UU, fueron los
jueces los que hicieron patentar y después se modificaron las leyes.
¿Por qué existen tantas licencias de software, y por qué son tan complejas?
La verdadera guerra del software libre no es software libre contra Microsoft ni contra
las empresas de software propietario, sino entre Free Software Foundation y la Open
Source Initiative. Leyendo hace unos días la discusión entre Linus Torvalds y Richard
Stallman por la GPL3, la atribución que hace Torvalds es absolutamente fundada y
atendible. Dice “vos querés incorporar tus principios morales en el derecho positivo, y
yo no tengo por qué compartir tus principios morales, aunque los comparta. Vos no
podés imponer tus creencias o tu modo de ver la vida, el mundo o la tecnología”, y eso
es lo que, según Torvalds, hace la GPL 3.
En la literatura del software libre, uno ve un montón de promesas, muchas de las cuales
no se han cumplido todavía, y otras que no se van a cumplir nunca: que con el software
libre se solucionarán problemas de salud, de educación, de la discriminación de la
mujer, de las minorías raciales… ¡Con el software libre se puede hacer todo!
El principal incentivo ha sido económico, lo cual no quiere decir que yo no crea que
existen otros incentivos, que existen. Si no existiera la propiedad intelectual, habría
innovación, pero lo que no habría es el aceleramiento en los procesos de innovación. La
propiedad intelectual es generadora de innovación por si misma, y si no, que venga
Richard Stallman y me explique por qué en las esquinas de Argentina los chicos que
limpian vidrios no tienen para comer, no tienen para educarse, pero pueden acceder a un
teléfono celular y contestan mensajes de texto. El problema verdadero para solucionar
es mucho más antiguo que la propiedad intelectual, que no es la responsable.