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TOMADO DE : SAVATER Fernando , Ética y ciudadanía , Monte Avila , Caracas , 1998 ,

págs . 141-163

LA VIDA ESTÁ HECHA DE VACILACIONES...


ÉTICA DEL FILOSOFAR

E1 tema fundamental es preguntarnos el porqué de la ética y ya saben que esas


preguntas esenciales, básicas sobre los grandes por qué, son las preguntas que se reservan
fundamentalmente para la filosofía. El filósofo no es la persona que atiende urgencias
inmediatas, instrumentales, prácticas, sino que intenta reflexionar sobre cuestiones más
amplias, hondas, y que quizás no tienen siquiera respuestas. Pero es importante preguntarse
sobre esos temas, es importante intentar averiguar qué pasa con esos temas, aunque no
lleguemos a grandes conclusiones mejor preguntarse por estas cuestiones que no
preguntarse nunca por ellas. Hay preguntas que es bueno hacérselas aunque estemos casi
convencidos de que la respuesta nunca va a ser absolutamente convincente.
Hay cuestiones que se pueden responder plenamente y otras que no. Durante siglos
habrá habido muchos hombres o mujeres que hayan visto correr el agua de un río, o que se
hayan reflejado en el agua de un estanque, y hayan preguntado: «¿el agua qué será, de qué
estará hecha?, ¿cuál será la diferencia entre la constitución del agua y la de la tierra, los
árboles u otras cosas?». Éstas son preguntas importantes, como son todas las preguntas
sobre lo real. Todos los humanos nos pasamos la vida abriendo los ojos asombrados y
preguntándonos por lo real, desde que somos muy niños. Los niños pequeños son quizás los
metafísicos espontáneos más grandes de todos; son los que nos hacen las preguntas más
metafísicas, a las que no sabemos normalmente contestar: ¿por qué no se caen las estrellas?,
¿por qué nos morimos? Luego los niños crecen y dejan de ser metafísicos y se convierten
en personas aburridas y adultas, pero, en un primer momento, todos pasamos por una etapa
metafísica en nuestra vida. Digo que hay preguntas que habrán asombrado: ¿de qué esta
hecha el agua, qué es el agua? Esta pregunta tiene una respuesta; como saben, la
composición química del agua está establecida, y si alguien pregunta: «¿qué es el agua?», le
responden:: H 2 O .Más o menos esto responde a esa inquietud y esa pregunta queda más o
menos solventada; habrá otros aspectos estéticos, pragmáticos: que si el agua se va a acabar
y nos quedaremos sin agua para beber en el mundo, o si hay países que tienen dificultades
de agua potable; pero, en general, la composición del agua es un problema que está en
principio resuelto.
Hay otras preguntas que los seres humanos se han hecho durante mucho tiempo y
que seguimos haciéndonos igual y que no sabemos cómo responder. ¿Qué es la. justicia?»,
es una pregunta muy antigua que nos encontramos, por ejemplo, en las obras de Platón
como una cuestión esencial. Platón da una respuesta, Aristóteles da otra respuesta, y otra
serie de autores vienen después y van aportando respuestas nuevas y distintas.
Probablemente no existe una respuesta definitiva. Si nosotros nos preguntamos hoy, «¿qué
es la justicia?», lo hacemos sin que estemos seguros de que vamos a decir: «la justicia es,
hay una fórmula irremediable e irrefutable que nos dice qué es la justicia». Ciertamente las
cosas no son así. Todos sabemos que la justicia es un concepto que tiende a lo ideal. que
permanece abierto, que inspira reflexiones y acciones muy diversas, que está vinculado a la
historia, que está vinculado a las propias circunstancias socioeconómicas en que viven las
personas, que probablemente ha alcanzado lo que desde un cierto nivel parece la justicia ,
cuando llegamos a ese nivel que anhelamos de justicia, se nos vuelven a aparecer otras
perspectivas de justicia. Durante mucho tiempo existieron seres humanos que han pensado
que la mayor injusticia que hay es la esclavitud, que unos seres humanos tuvieran que ser
esclavos de otros, esto se veía como injusticia intolerable: «el día que acabe la esclavitud
reinará la justicia». Se acabó la esclavitud y ahora pensamos que hay otros espacios de
justicia posible, que aunque ya no hay esclavitud, hay otras formas de explotación,
servidumbre, abuso, discriminación, que son también injustas, o que la propia organización
social de una sociedad exige replantearse constantemente lo que es la justicia.
Esta pregunta de «¿qué es la justicia?», que es filosófica, nos la seguimos haciendo,
sabiendo que no tiene una respuesta unívoca. Si alguien nos dijera: «venga para acá que le
voy a decir lo que es la justicia, de modo que usted se podrá despreocupar para siempre de
la justicia; olvídese, una vez que le dé la formula, olvídese de preguntarse qué es la
justicia», uno en el fondo no se lo cree. En cambio, si alguien te dice: «te voy a explicar lo
que es un electrón, venga para acá que le voy a decir lo que es un electrón, y usted lo va a
entender y no me va a preguntar más nunca lo que es un electrón», uno se lo cree. No sé lo
que es un electrón, pero si alguien me lo explica bien y me entero de lo que es un electrón,
dejo de preocuparme. En los casos de la Justicia, la verdad, la muerte, el amor y otros
casos, no les creeríamos si alguien nos dijese: «tengo una clave que anula la pregunta, ya
nunca más habrá que preguntarse por esto, gracias a la respuesta que te voy a dar». Hay que
desconfiar de quien cree tener una solución, de quien dice: «voy a aclarar estas preguntas
de tal modo, que dejarán de ser zozobras para usted». Uno se dice; mire, es que en cierta
medida, quiero que sean perocupaciones; me sentiría disminuido en mi humanidad,
racionalidad, si un día la justicia ya no me interesara como problema teórico; si un día la
muerte o la verdad o el universo o tantos otros temas globales dejaran de interesarme. En
vez de sentirme satisfecho y contento, como me siento satisfecho y contento cuando se me
resuelve una duda práctica: ¿cómo se va desde aquí hasta Nueva York?; con estas otras
curiosidades que sé que no voy a poder satisfacer me alegro de no poder satisfacerlas,
porque me interesa conservar la pregunta, creo que la pregunta me enriquece más que una
respuesta que me cerrara el camino para seguir preguntándome eso que me interesa; sería
disminuirme el que ya la justicia dejara de interesarme, Me parece más interesante tener
nociones de lo que es la justicia: quiero tener respuestas históricas, quiero conocer las
opiniones de los grandes maestros sobre este tema, quiero conocer lo que dicen las personas
que han reflexionado, los juristas, los filósofos, los hombres de otros campos que me
pueden explicar lo que es la justicia, o conocer las demandas populares que piden justicia, y
quiero saber qué es lo que desean; todo eso me interesa conocerlo, pensarlo y responder por
mi cuenta; aunque no quisiera, ni espero, que esto acabe con mi interés por estas cuestiones.
Frente a los problemas de la vida, los enigmas de la realidad, está la respuesta de la ciencia
que resuelve la cuestión, es decir, la ciencia se caracteriza porque da soluciones a las cosas,
le doy la solución de lo que es un electrón, a qué temperatura hierve el agua, cuál es la
función de las plantas; o de otras tantas otras cosas. Alcanzamos soluciones a esos enigmas,
y una vez resueltos dejan de interesarnos teóricamente, dejan de ser zozobras para nosotros.
Nadie vive angustiado por lo que será el agua; esto ya lo sabemos, eso ha dejado de
constituir para nosotros una zozobra; ahora nos preocupamos por otras cosas que todavía
ignoramos del universo. La filosofía lo que hace es mantener viva la pregunta, ofrece una
respuesta que va a seguir acompañando a la pregunta; esas respuestas que da la filosofía se
incorporan a la historía de la pregunta. La filosofía nos permite vivir con las preguntas, no
nos da soluciones para ellas; nos permite vivir dignamente con unas preguntas que en cierta
medida sustentan nuestra propia humanidad, capacidad y dignidad, digamos humana, y,
claro, las preguntas de la ética: ¿qué debo hacer?, ¿qué es el mal? ¿cómo vivir?, son
preguntas esenciales, son preguntas filosóficas. Si ante la pregunta esencial : ¿Cómo vivir?
le digo a alguien: «venga usted para acá, que le voy a dar un folleto de instrucciones a partir
del cual usted podrá saber cómo hay que vivir»; él me responderá: «no, usted podrá darme
consejos, indicaciones, pautas debidas, quizás inspiraciones útiles; pero la pregunta de
cómo vivir me la voy a seguir haciendo, porque la vida es única e irrepetible». Cada una de
las vidas empiezan y acaban con quien las vive, seamos personas mínimas y vulgares;
seamos Mozart o Picasso, todas las vidas son únicas, irrepetibles y frágiles. Nadie puede
vivir por otro. Ésta es un poco la desesperación que tenemos, por ejemplo, los padres.
Quisiéramos darles a nuestros hijos indicaciones que les dispensaran de caer en errores, de
sufrir disgustos o contrariedades, de que nuestra experiencia, al menos, les ahorrara todas
las espinas que uno ha encontrado en la vida y, sin embargo, no puede ser así, porque nadie
puede vivir por otro. Uno lo único que puede hacer es ofrecer algunas pautas, algunos
consejos, pero el otro tiene que vivir por sí mismo; no hay forma de dispensarle al otro de
lo que la vida tiene de sufrimiento, pruebas, experiencias, etc. El «convivir» nunca adquiere
una respuesta única porque cada uno tenemos que vivir a nuestro propio modo. Una vez le
preguntaron a Francois Mauriac, un célebre novelista católico, francés, que fue premio
Nobel: «¿si usted no fuera Mauriac, el gran novelista, el premio Nobel, quién hubiera
querido ser?». Y él respondió: «yo mismo, pero bien». En el fondo, ése es el objetivo que
cada uno tenemos. .¡Cómo podemos vivir? No ¿cómo vive el Otro?, ¿Cómo puedo vivir
yo? .Esta es la pregunta que se plantea la ética .Naturalmente, la ética se la plantea de forma
general, hablando de pautas o de valores, de principios válidos para muchos; pero todos
sabemos que esos valores tienen que tener, de alguna manera, nuestra propia estatura;
tienen que parecérsenos.
Nietzsche insistió mucho en que lo importante no es tanto tener virtudes, sino que
las virtudes sean nuestras virtudes, no aquello que hemos leído son virtudes. ¿Quién no
conoce, por ejemplo, personas que a fuer de sinceras son insoportables? La sinceridad es
una virtud, pero no en todo el mundo. Lo mismo que el niño, que en vez de como nosotros,
cuando saludamos a una señora, le decimos: «¡qué guapa está usted hoy!»; saluda diciendo:
«¡qué fea eres tía Eduvigis!», y es cuando la mamá le reprende: «va mos dile a tu tía que
sientes mucho lo que le has dicho»; y el niño va y le dice: «siento mucho que seas tan fea,
tía».
Lo mismo que los niños tienen ese tipo de sinceridad, a veces hay personas que son
de una sinceridad aterradora, y se les acercan a uno para decirnos: «quieres que te diga la
verdad»; y uno responde: «no, no me la digas», porque ya sabe uno que va a salir mal
parado. Dime cualquier cosa, dime la mentira que consideres más digna de ser verdad, pero
no me digas la verdad. Lo mismo ocurre con otras virtudes. Hay personas tan estrictas y tan
justicieras que verdaderamente se convierten en inhumanas; hay personas que aman tanto la
libertad que no tienen piedad con quien no sabe aprovecharla de la misma manera que
ellos; en fin, todas las virtudes que en sí mismas pueden estar muy bien, sabemos que en
determinadas personas se pueden convertir en cosas opuestas a la virtud. La virtud en
abstracto no es nada, no sirve, lo que sirve es una determiada forma concreta de
relacionarse con los demás. Un cuadro abstracto de virtudes no quiere decir nada sobre la
bondad, la maldad de las personas. Hay personas que no son dechados de virtudes
canónicas, pero son buenas personas; hay gente que esconde la dureza de su corazón detrás
de una coraza inatacable de virtudes magníficas.
La reflexión ética es una reflexión sobre la vida y sobre cómo vivimos las cosas, no
un código que se aplica sin mas; y claro, por eso nunca acabamos de dar respuestas a las
cuestiones que la ética plantea . Uno de los tópicos que ustedes habrán oído, porque es muy
frecuente, es el que dice: es que éticas hay muchas hay millones. La verdad es que no es
así. Hay una serie de constantes en la ética, que son válidas o que están subyaciendo en el
fondo de casi todas las proposiciones morales . Es verdad que la moral se preocupa de una
serie de cosas que son muy variables: cómo hay que vestirse, si hay que llevar la falda corta
o larga; la imaginación humana en cuanto a las supersticiones es inagotable. Pero, en los
asuntos de verdadero fondo humano, hay un sorprendente acuerdo. No hay ningún pueblo
ni antiguo ni moderno, ni salvaje ni civilizado, que considere que la mentira es mejor que la
verdad; hay pueblos que consideran que no está mal mentir al pueblo vecino. Pero donde
valen las normas, no hay ningún pueblo que diga que es lo mismo decir la verdad que la
mentira, siempre la mentira es lo peor; no hay ningún pueblo que considere que la cobardía
es algo excelente y el coraje algo desdeñable, en todos los pueblos se considera que es
mejor ser valiente que ser cobarde; no hay ningún lugar en que se considere que la avaricia
es algo virtuoso, y la generosidad es algo desdeñable; no existe pueblo, por mas remoto y
extraño del mundo, que diga que es mejor ser avaro que ser generoso. Esto es muy sencillo
de entender por qué; porque ninguna virtud puede desligarse del deseo de tener más vida,
más fuerza vital. Lo que llamamos vicios que también se llaman debilidades, son
debilidades porque nos debilitan; nadie miente porque se siente fuerte, el fuerte dice la
verdad pase lo que pase; nadie es avaro por pura fuerza, el avaro es alguien temeroso que
trata de resguardarse de los peligros de la vida, y por eso es avaro; y no digamos que
alguien es cobarde por sentirse fuerte. Nadie cultiva debilidades voluntariamente, éstas las
tenemos porque no lo podemos remediar, pero lo que uno quisiera es tener la fuerza, la
virtud. La virtud es una palabra que, en su propio nombre, indica una relación con el vigor,
con la fuerza. La virtud: “vir” es la fuerza del guerrero, la fuerza viril, la fuerza de la
excelencia, del que triunfa. La palabra virtud todadavía. hoy la aplicamos en otros campos;
cuando decimos que alguien es un virtuoso del balón o del violín, queremos decir no que
sea una persona, además de ser futbolista, con especial rectitud moral, sino que es alguien
que es excelente en lo suyo; la virtud es una forma de excelencia. También hay palabras
como «bueno», que tiene varias formas de usarla. A veces decimos: «fulano es muy bueno,
el pobre», es decir, es bueno porque no puede ser otra cosa; ser bueno es cambiar los discos
mientras los de más bailan, bajar a buscar bocadillos. El bueno es aquel que no presenta
objeciones a los deseos de los demás, y por eso don Antonio Machado dice en su famoso
retrato en verso: «soy en el buen sentido de la palabra bueno», es decir soy bueno, no en el
sentido acomodaticio o de la persona que por no buscarse un problema, intenta dar gusto a
toda costa a los demás, sino que soy bueno en el sentido de que sé lo que me conviene, lo
mejor, tengo la fuerza de buscar lo mejor. Esto indica una intención en la virtud , hay que
vivir con una cierta dimensión de fuerza.Vivir no es fácil, es algo que exige aceptar un reto.
En el fondo, a pesar de la aparente diversidad entre las morales pasadas, presentes y futuras
todas se podrían resumir diciendo que las morales nos piden, en primer lugar, coraje para
vivir . Hace falta un cierto coraje para vivir, la mayoría de las formas fracasadas o malas de
la vida es por falta de valor, porque no tenemos el valor suficiente para arriesgar una vida,
sin estar cubiertos de dinero o protegidos.
Hay que aceptar el riesgo de la vida y no intentar guarecerse detrás de las cosas,
objetos, posesiones, de todo aquello que nos cubre, para estar acorazados frente a la vida.
Ante la vida no hay defensa posible, no hay más defensa que aceptarla, y en cada caso jugar
la partida como mejor nos venga. Nadie puede prevenirlo todo, acorazado frente a los males
de la vida. Las morales exigen ese coraje, porque en el fondo la cobardía es fruto de
muchos males morales. Muchas veces traicionamos, mentimos, engaña mos, incluso
dañamos a los otros, por miedo. El primero que vio esto muy bien fue Lucrecio. En De
rerum natura, el gran poema metafísico y físico, explica que la mayoría de las personas
cuando son malas lo son por miedo a la muerte, por esa especie de angustia que nos
produce la proximidad de la muerte; queremos acumular, poseer, de fender, quitarle a los
demás; porque nos parece que nada es suficiente para defendernos frente a la muerte, ante
la cual, por supuesto, no nos puede defender nada. De modo que el coraje para vivir es un
primer condicionamiento que todas las morales elogian; no hay morales que no elogien ese
coraje de vivir.
Otro rasgo que todas las morales piden es la generosidad para convivir, que es algo,
en una medida o en otra, doloroso. Todos hemos sido omnipotentes en una época, cuando
éramos niños, y a veces no nos reponemos nunca del todo de esa época en que el mundo
creíamos que giraba en torno a nosotros, en que llorábamos y mamá venía corriendo y nos
atendía, nos daban de comer, nos cuidaban y sobre todo estábamos convencidos de que en
el mundo lo que le daba sentido a la vida éramos nosotros. Luego nos enteramos de que no,
de que cada persona tiene sus problemas, sus cosas, sus intereses, de que somos unos más,
entre otros muchos, que tenemos que aprender a someter nuestros deseos ante los demás;
esto realmente es difícil de soportar, todos quisiéramos ser omnipotentes.
Hace falta una generosidad para convivir y aguantar el dolor que produce el
convivir con otros que siempre nos limitan, que de alguna manera nos van a causar
determinadas frustraciones. Los griegos lo vieron muy bien cuando escribieron sus
tragedias. Sófocles, que es el gran trágico de la democracia griega, se dio cuenta de que la
convivencia democrática, es decir, no jerárquica, que es una convivencia igualitaria entre
las personas, es algo que produce dolor, porque hay que renunciar a muchas cosas.
Como recuerdan, las grandes tragedias de Sófocles no son tragedias que enfrentan a
personajes malos, no son como las tragedias de Shakespeare donde hay un perraje malo,
que hace cosas malas y que al final termina siendo castigado por sus crímenes. A un griego
eso no le parece ría una tragedia en absoluto, al contrario le parecería muy bien que si
alguien es malo lo castiguen, un griego no consideraría que esto es una tragedia; le
parecería, en todo caso, un apólogo moral, algo que le pasa a uno cuando quiere usurpar y
es demasiado ambicioso. En la tragedia griega cuando los personajes se enfrentan entre sí,
son buenos, es decir, tienen su propia razón. Antígona tiene razón cuando dice que quiere
enterrar a su hermano, y que a ella le da igual que su hermano se haya alzado o no en armas
contra Tebas. He nacido para el amor y no para el odio, dice ella, amo a mi hermano y por
lo tanto me da igual si él se rebeló, lo quiero enterrar y no voy a dejar que se lo coman los
perros, porque sigue siendo mi hermano. Y Créente tiene razón en decir, si empezamos a
tratar al que se rebela contra la ciudad, lo mismo que al que la ha defendido; si a este señor
que ha venido a matarnos a todos, le hacemos un funeral como si fuera la persona que ha
muerto, defendiéndonos de él. Esto no puede ser. Aquí, nada de hermanos, primos,
sobrinos; aquí lo que cuentan son los buenos ciudadanos y los malos ciudadanos no.
Antígona y Créame tienen sus razones, el problema es que ninguno de los dos escucha la
razón del otro, son personajes de opinión fija, entran con una idea en la tragedia y no hay
manera de sacarles de ahí para nada, siempre están en el mismo punto. Esto es lo que
constantemente está intentando romper el coro. El coro griego si se acuerdan normalmente
va detrás de los personajes trágicos diciéndoles: «tú que nunca escuchas, oyes; escucha y
oye lo que te dicen». Claro, porque el personaje trágico no escucha. Esto es lo que luego,
con el tiempo, parodiará, en una época no trágica sino irónica del barroco, Cervantes con el
pobre Don Quijote, que es un personaje trágico aunque en un mundo que no lo es;
solamente Don Quijote cree que él es un héroe trágico y se empeña en tomar las cosas por
lo que no son; y Sancho es el coro que va detrás diciéndole: «mire, vuestra merced, que no
son gigantes sino molinos», y Don Quijote se mete, se equivoca, pero ya no despierta el
pavor del héroe trágico.
Volviendo a la tragedia griega, el problema de la tragedia es que se enfrentan
personas que tienen, todas, sus razones. Aristóteles, quien es el que mejor ha analizado el
asunto, dice que, en primer lugar, la tragedia nos despierta una especie de piedad, una
identificación con el personaje, con Antígona, por ejemplo, o con Edipo o con quien
quieran. Uno se dice: así habría que ser, así hay que ser, por qué hay que estar siempre
dando explicaciones, cediendo, escuchando. Uno tiene sus ideas y convencimientos. Luego
dice Aristóteles que esa situación despierta pavor, miedo. Miedo, porque ¿qué pasaría si
todos fuéra mos así?, ¿qué pasaría si todo el mundo fuera tan obstina do como Antígona,
Creóme o tantos otros personajes trágicos? La ciudad no duraría, estallaría, porque la
ciudad vive gracias a quien hace concesiones como los del coro, a quien dice «sí, tienes
razón». Hay que tener razones para poder intercambiarlas con los demás, tienes que tener
razones más pequeñas para poder cambiar; es como cuando uno tiene un billete de tan alto
valor, que no puede comprar nada con él, porque nadie te lo puede cambiar. Los personajes
trágicos tienen una gran razón, pero no tienen razones para intercambiar con los otros; y sin
razones la vida de la convivencia se hace imposible, trágica, acaba mal. Los personajes de
la tragedia acaban mal, no por malos sino por no escuchar; no por malos, sino por querer
tener una razón excluyeme.
De modo que además de un coraje para vivir -y no les hace falta coraje a los
personajes trágicos- hay que tener también generosidad para convivir. La generosidad es lo
que suele llamarse la capacidad de ponerse en el lugar del otro; de poder ver las cosas,
aunque sea momentáneamente, desde otro ángulo de visión, no simplemente desde el
ángulo en que uno las mira. Por muy respetable y válido que sea tu ángulo, hay que decir:
¿y desde el otro ángulo cómo se verá? Esa generosidad para convivir es fundamental, y las
morales exigen, de una manera o de otra, además de coraje, generosidad.
Por último, las morales también imponen una cierta prudencia para sobrevivir. Hace
falta coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir. Uno de los
elementos fundamentales en la moral es conservar repotenciar las mejores cosas que hay en
uno. La moral no es solamente es buscar la convivencia y la colaboración, la ayuda a los
otros, sino también desarrollar aquellos aspectos que nos pueden hacer mejores, que nos
alejan de la destrucción, de la miseria, la locura, la insensatez; esta también es una cuestión
relacionada con los personajes trágicos. En Macbeth, cuando Lady Macbeth está intentando
convencer a Macbeth de que suba al piso superior para apuñalar durante el sueño al rey
Duncan, que duerme tranquilo en la cama sin precaverse de nada, Macbeth le dice: «no me
atrevo a subir»; y la otra le dice: «vaya, tú, soldado tienes miedo, tú que has matado tanta
gente en la guerra, si ese hombre es un viejo, si está dormido». Macbeth no se atreve no
simplemente por la idea del enemigo al que no nos atrevemos a enfrentar, sino porque,
claro, es un amigo suyo, es su rey, es una persona que ha confiado en él y está durmiendo
en su casa. Macbeth dice: «yo me atrevo a lo que se atreva un hombre, quien se atreve a
más, ya no lo es». Hay que tener una cierta prudencia hay un límite. A lo mejor si vamos
más allá de los límites no nos hacemos más humanos, sino que dejamos de serlo. Hace falta
una cierta prudencia para saber qué es lo que nos conserva y qué es lo que nos destruye. A
veces, el llevar demasiado lejos el coraje puede a uno sacarle de la humanidad, no
confirmarle en ella. De modo qne creo que el coraje, la generosidad y la prudencia son los
elementos clásicos, básicos de casi todas las éticas. Luego, además de esto, cada una de las
virtudes o núcleos de virtud tiene sus propias modulaciones culturales muy diferentes, pero
todas ellas estan relaciónadas con esa pregunta esencial del cómo vivir. de qué es lo
buscamos viviendo bien . Después de dar muchas vueltas, me parece que la única respuesta
lógica, decehte, ante la pregunta: ¿Qué buscamos viviendo bien?, que se me ocurre es:
alegría, porque "esta es la única cosa que uno no busca para ninguna otra, como
instrumento para lograr ningún otro objetivo; la alegría la queremos por sí misma. Si
queremos tener mucho dinero, es porque suponemos que eso nos proporcionará alegrías; si
queremos tener amor, es porque suponemos que si la persona amada nos corresponde o si
somos amados por muchos, eso nos producirá alegrías; si queremos tener poder, es porque
suponemos que el mando sobre otros produce algún tipo de alegría; y creo que todas las
otras cosas: la belleza, la admiración, lo que ustedes quieran. Todo se reduce a que creemos
que eso va a producirnos alegrías, y si estuviéramos seguros de que eso no nos produce
ninguna alegría no lo querríamos. En cambio, lo único que no necesitamos tener para tener
otra cosa, es la alegría misma. Sí pudiéramos estar alegres, ¿para qué buscar más? El
diálogo famoso de un filósofo cínico que discutía con Pirro, el rey persa: Una vez estaban
en el jardín del palacio de Pirro, y el filósofo estaba tumbado tranquilamente debajo de un
árbol viendo el cielo, y Pirro llega lleno de energía y actividad. El filósofo le pregunta:
¿Qué vas a hacer? Mañana salgo con mi ejército, voy a intentar conquistar Grecia.
¿Conquistar Grecia y después? Después de conquistar Grecia continuaré con el resto de
Europa, primero hacia Italia, hasta llegar a las columnas de Hércules. ¿Y después? Después
habré conquistado ya todo el mundo conocido. ¿Y entonces? Entonces podré sentarme y
descansar. Pues siéntate hombre le dijo el filósofo, siéntate aquí ahora y empecemos. Es
decir, si el objetivo final es éste, ¿para qué te vas a hacer tanta molestia?.
Si el objetivo final es la alegría, aquello que creamos que preserva o conserva
nuestra alegría es precisamente lo que debemos intentar alcanzar de inmediato. ¿Qué quiere
decir la alegría la alegría es la afirmación de la vida en el momento presente en el que la
estamos viviendo.
Hay una palabra más importante, que no me atrevo mucho a utilizar, que es la
palabra «felicidad». Esta palabra es demasiado ambiciosa, a pesar de que aparece tanto en
las canciones. La palabra felicidad es una palabra que compro mete mucho, porque ser
feliz, si uno lo ve con cierto detenimiento, exigiría no solamente encontrarse plenamente
satisfecho del presente, sino saber que ese presente es invulnerable, que ese presente no
puede ser afectado ni alterado por nada; porque si estoy en el presente sintiéndome muy a
gusto, pero estoy convencido de que mañana me van a cortar la cabeza, no puedo decir que
soy feliz. La felicidad exige una cierta invulnerabilidad, y ¿quién puede decir que la
felicidad que goza en su presente es invulnerable? Por eso es más fácil decir que fuimos
felices, ¡qué feliz fui cuando era niño!, o, en cuanto consiga terminar mi carrera y me case
con Purita y nos compremos un chalet, ¡qué feliz voy a ser! La felicidad del pasado y del
futuro son invulnerables porque nada las puede afectar ya o toda vía, mientras que la del
presente, en cambio, es la peligrosa; uno dice: ¡qué feliz soy!, y en seguida miras al techo,
no te vaya a caer, en ese momento, encima. La alegría no tiene este problema, puedo decir
que estoy muy alegre; alegre ahora, porque estoy hablando con ustedes, o simplemente
porque sí, porque aunque ya sé que dejaré de estar alegre, ya sea porque dentro de un rato
estaré más triste, o porque me encontraré más aburrido o lo que sea, no quita que ahora
estoy alegre. La alegría es algo que sé que puedo gozarla, que me va a dejar también, pero
esto no quita la realidad en el momento. La alegría me parece como más modesta o sensata
que la felicidad.
Resguardar la alegría me parece que es la primera misión de la ética: ésta lo que
intenta es que la alegría siga lumana, que nuestra alegría siga vinculándonos a la vida y a la
humanidad. No es tan fácil que la alegría se mantenga humana. Todos corremos riesgos de
atrevernos a hacer cosas que no son propias de la humanidad, a intentar buscar la alegría en
aquello donde no está, o donde se puede volver contra nosotros, o donde se convierte en
una especie de tortura a menor o largo plazo. La ética intenta reflexionar sobre la vida y
decir: ¿qué me viene me jor?, porque la ética no es: ¿qué puedo hacer para dar gusto,
ayudar? Puedo llegar a la conclusión de que ayudar a los demás, por ejemplo, forma parte
de la alegría de un ser humano sociablemente sano, pero antes de eso lo que quiero buscar
es: ¿qué puedo hacer para ser alegre? ¿En qué consiste la alegría de un ser mortal? Si no
fuéramos mortales valdría lo mismo estar alegres o tristes. José Bergamín, que era un gran
poeta que estuvo muchos años exiliado en México, tiene un aforismo: «qué más te da no
saber a qué carta quedarte, si después de todo no te vas a quedar». No nos vamos a quedar.
De modo que si fuéramos inmortales da igual cómo vivir. Si fuéramos inmortales, daría lo
mismo: no nos rompería mos, no nos estropearíamos. Por esto la desesperación ante los
dioses paganos; de las personas, de los filósofos rigoristas, de los primeros cristianos, que
se asombraban ante la inmoralidad de los dioses paganos; éstos no es que fueran inmorales
sino inmortales, los que hablaban por ellos los suponían inmortales. Claro, un inmortal no
tiene por qué ser moral, porque no le puede pasar nada, no se rompe» no se estropea, los
inmortales jugaban unos con otros y no les pasaba nada; nuestro caso es distinto, por que sí
somos mortales, nos estropeamos y se estropean nuestros semejantes.
La constatación de nuestra mortalidad es la primera convicción que hace al hombre
pensar, porque natural mente la muerte es la que nos da qué pensar, todos somos o tenemos
algo que pensar porque somos mortales, y la mortalidad es lo que da seriedad a la vida. La
mortalidad, cuando estamos convencidos de ella, por lo menos, es una dimensión alarmante
e intrigante. Lo primero que se siente ante ella es desesperación ante la muerte; de ahí viene
el odio ante aquellas personas que nos parece que nos hacercan a la muerte, que nos quitan
lo que necesitamos para sobrevivir, que disminuyen nuestras posibilidades de sobrevivir; de
ahí viene la avidez de intentar acumular, guardar, tener, porque todo esto, suponemos, es
imprescindible para defendernos de la muerte que va a llegar por cual quier agujero, y
necesitamos muchas cosas para tapar todos los agujeros.
Nuestra condición de mortales nos hace vivir con miedo y vivir pensando
constantemente que nos va a ocurrir lo inevitable. Éstas son las facetas de la desesperación,
y ésta es la reacción normal, primera, en un ser que sabe que va a morir. Después hay otro
paso y es el decir: voy a morir, pero nada puede quitar el hecho de que ahora es toy vivo, ya
hemos derrotado por lo menos una vez a la muerte: naciendo. La muerte, la obscuridad
eterna, ya ha sido derrotada al menos una vez, porque hemos nacido y eso no lo puede
borrar nadie; moriremos, dentro de cierto tiempo ocurrirá lo que sea, pero nadie puede
borrar el hecho de que estoy aquí, y estamos triunfando sobre la muerte, ya hemos salido de
ésta una vez, lo difícil era nacer y eso ya lo hemos hecho. Lo grave ya nos ha pasado, lo
más grave que nos podría pasar, en el sentido de lo más serio, trascendente, ya nos ha
ocurrido; nacer. Ahora todo lo demás tiene menos importancia; lo serio, verdaderamente, es
el nacimiento y eso ya pasó; ya salimos de la oscuridad y ahora lo que tenemos es que vivir
conscientes de esta certeza de la luz en la que estamos hoy, esto es lo que produce alegría.
La desesperación es la certeza de la muerte futura; la alegría es la certeza de la vida
presente.
¿Qué va a ser lo que nos va a dirigir en la vida? ¿La muerte va a ser nuestra maestra, vamos
a dirigirnos por las" lecciones de la muerte, de la desesperación, el miedo, el odio, la
avidez, o vamos a intentar seguir las lecciones de la alegría? Las lecciones de la alegría son
aquellas que aligeran la vida . Decía Ortega no sé si con mucha o poca razón que'alegría y
aligerar tienen la misma etimología. La alegría es lo que nos aligera, lo que nos hace más
ligera la vida, y vivir a partir de la alegría es seguir aquellos caminos que hacen más ligera
la vida, la nuestra y la de los otros; el arte, la ética, la solidaridad son mecanismos de
aligera miento de la vida, un intento de conservar la alegría huma na en lo que tiene de
humana, es decir, de social. También nuestras alegrías tienen que ser corporales, además de
espirituales. Toda ética que prescinde de lo corporal es superstición, porque somos seres
corporales: además de espíritu tenemos cuerpo; de la misma manera somos seres sociales y
la persona que prescinde de lo social no es que sea egoísta, es que está mal informada, es
que no sabe que una de sus dimensiones obligatorias es la dimensión social . Tan absurdo
es que se prescinda del cuerpo, en la búsqueda de la alegría, como que se prescinda de la
sociedad. Cuando a Sócrates le acusan de corromper a la juventud, el hombre con cierta
lógica dice; «¿y qué saco con corromper a la juventud?». ¿Quién quiere vivir entre gente
corrompida? ¿Es que si uno puede elegir, elige la compañía de los criminales, los ladrones,
los mentirosos? . Nadie elige esa compañía; uno puede elegir ser un criminal, rapaz,
mentiroso, pero no quiere estar rodeado de gente así; todos queremos estar rodeados de
gente buena, aunque nosotros mismos no lo vayamos a ser, al contra rio, consideramos
tener alguna ventajilla al estar rodeados de gente buena, y ser nosotros más o menos
canallas o depredadores. Quiere decir que lo que admiramos y con sideramos que es la
forma de vida que corresponde real mente al hombre es la otra, queremos hacer una
excepción con nosotros mismos; sabemos que la forma de vida real, la que de verdad nos
interesaría es vivir rodeados de personas absolutamente solidarias y fraternas, que
acudieran a nuestra ayuda ante cualquier peligro. Sería comodísimo, no estaríamos andando
por la vida guardando cosas y ha ciendo seguros, sabríamos tranquilamente que si nos
pasara algo todos los que están a nuestro alrededor acudirían a ayudarnos. ¿No sería esto
más deseable, no nos daría esto más riqueza que tener una cuenta en el banco? La
verdadera ética es preguntarse: ¿qué es, de verdad, lo que queremos? No lo que queremos
superficialmente, como una ventaja superficial, sino cuál es el tipo de mundo y vida en que
realmente queremos vivir, y tratar de defenderlo, tratar de vivir como si fuera posible el
mundo que queremos, hacer del mundo algo mejor aunque hagamos otras cosas; el famoso
verso de Ovidio: “veo lo que es mejor y lo apruebo, pero sigo el camino de lo peor “. San
Pablo también tiene una frase parecida en sus Epístolas. Una cosa es que haga el mal, y otra
cosa es que no sepa lo que es el bien. Incluso las personas menos bondadosas no dejan de
tener una admiración o reconocímiento por lo que está bien, porque lo que está bien es lo
que sería la vida en su plenitud; lo otro es asumir la vida en una forma claudicante,
temerosa, asustado por la muerte. De modo que éstas son las preguntas que se hace la
filosofía respecto a la ética: ¿cómo podemos vivir mejor?.: ¿cómo podemos enterarnos o
precisar nuestro auténtico,querer.'' No decír: ¿qué debo hacer?, como si alguien nos
estuviera dando órdenes; sino ¿qué quiero de la vida? ¿Qué quiero de los demás?, ¿qué
quiero de mí?. ¿cómo quiero realmente ser ¿Quiero ser de tal modo, que un día cuando
cierre la puerta me encuentre solo, me pase como al Ricardo III de Shakespeare, que en un
monólogo dice: me he convertido en un enemigo de mí mismo, cada vez que cierro la
puerta y me quedo solo, me quedo con un asesino: que soy yo, me quedo asustado de mí
mismo, me quedo con miedo de mí mismo? ¿Es bueno convertirse en un enemigo de uno
mismo, en una persona que de alguna manera socava nuestra propia alegría que,
exteriormente, pueda producir sensación de triunfo, pero interiormente está roído por esa
sensación de fracaso o de oposición dentro de uno mismo? Éstas son las cuestiones sobre
las que la ética reflexiona. No es que haya una solución clara y detinitiva, no es que esté
clarísimo y que ya sepamos en cada momento y cada ocasión , sin dudar, lo que hay que
hacer y lo que no hay que hacer. Hay circunstancias extremas en que se ve muy claro que
unas cosas son malas y otras son buenas pero la vida está hecha constantemente de
vacilaciones entre matices , entre opciones mucho menos radicales, entre caminos mucho
más difíciles . La filosofía lo que intenta es queno sigamos simplemente lo que hacen los
demás, o lo que parece está recomendado, o lo que la rutina establece ; sino que sigamos
algo que verdaderamen tenga para nosotros un peso racional, que empleemos nuestra razón
en vivir mejor, Y no solamente en acumular o en producir, éste es un ejemplo de la
vinculación entre ética y filosofía. La filosofía hace las preguntas fundamentales de la ética,
y sabe que no las va a responder, al contrario, sabe que va a seguir siempre preguntando;
que va a seguir siempre planteándose esas cuestiones trascendentes, para las cuales no hay
una respuesta que las cancele, que permanecen siempre, intrigantes, abiertas , estimulantes
para nosotros, porque permanecen convertidas en un incentivo de la vida , en algo que da su
sabor a la vida; y si algún día esas preguntas se cancelasen o las olvidasen para siempre , la
vida se con, vertiría en algo robótico, carente de fuerza.

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