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"La sinceridad puede ser demoledora"

Conversaciones con Fernando Vallejo

Francisco Villena Garrido


The Ohio State University

A Fernando Vallejo se le considera uno de los escritores latinoamericanos más


polémicos de la actualidad. Contrariamente a lo que se pudiera pensar, en
persona, resulta un tipo calmo, locuaz y risueño. A fin de hacer trabajo de campo
para mi tesis monográfica sobre su narrativa, viajé a la Ciudad de México y
pudimos entablar a lo largo de una semana conversaciones muy fructíferas, en
primer término, por mi investigación y, en segundo término, simplemente por
escuchar a alguien con un recorrido artístico e intelectual envidiable. La serie de
preguntas y respuestas que se transcriben a continuación forman parte de
nuestra charla el 18 de septiembre de 2004, donde habla de la significación de la
palabra, de la locura de su narrador, sus fobias y filias literarias, responde a
comentarios sobre un hipotético proselitismo en su obra, habla del afecto, la
violencia y el humor en sus libros, y defiende, nuevamente, su amor por los
animales.

-¿Qué trascendencia le das a la palabra?

-La palabra no tiene trascendencia ninguna. Sólo piensa que las palabras cambian
de significado. Cambian en su sonido y se van transformando en otras. Ahora con
mayor razón porque el cambio va más rápido. Los idiomas van cambiando a una
velocidad alucinante y van desapareciendo casi todos y van quedando sólo unos
pocos. Las palabras se las lleva el viento, como el ser humano, que se piensa
imprescindible. No hay nada más deleznable que la palabra. El lenguaje común
me parece muy interesante por sus cambios. El lenguaje literario es como otro
idioma. Por otro lado, no hay nada más ruin que la palabra de los políticos o de
los curas.

-¿Tiene alguna mayor relevancia la palabra literaria? A este asunto te dedicaste


en “Logoi”.

-El libro de “Logoi” era un libro que hice para enseñarme a escribir. Creo que es
un libro muy útil. Está basado en un descubrimiento de miles de años que ya
había hecho Aristóteles. Se basa en pensar que el lenguaje literario está
fundamentado en una lengua extranjera. Es decir, comparando el idioma de los
retóricos, de los oradores, que difiere del lenguaje hablado, común y corriente de
la vida de entonces, de su tiempo. Yo hice lo mismo comparándolo al lenguaje
corriente de Colombia o de México. Ese libro tiene lo que a mí me hubiera
gustado que me enseñaran cuando entré a la Facultad de Filosofía y Letras. Al
idioma literario nadie lo enseña por ignorancia. El idioma de la literatura difiere en
vocabulario y en sintaxis del lenguaje de la calle. Es un idioma que aunque utilice
colombianismos o mexicanismos no puede ser local. Además, el idioma nuestro,
tiene veinte idiomas locales, pero el lenguaje escrito ha de ser supranacional.
Aparte de eso, no hay nada más intrascendente que la literatura. Cuantos más
escritores, más editoriales, menos vale la literatura o la palabra literaria.

-Existe un narrador común en todos tus libros que van desde “Los días azules” a
“La rambla paralela”. En “Entre fantasmas”, intentas deshacerte de él por primera
vez. Luego sucede lo mismo en “La virgen de los sicarios” y, por último, en “La
rambla paralela”. ¿Por qué deshacerse de él: desidia, cansancio, improductividad?

-Sí, lo estoy matando desde hace mucho, pero en “La rambla paralela” quedó
definitivamente muerto. Escribí “Mi hermano el alcalde” después de “La rambla
paralela” pero parece como si alguien lo hubiera escrito antes para poderlo
enterrar. El viejo se estaba muriendo ya desde “El desbarrancadero” y en “La
rambla paralela” lo terminé de matar. Y no he debido seguir de ahí porque eso es
una traición.

-A lo largo de tus libros aparece soslayadamente un doctor psicoanalista al que el


narrador le va contando su historia. ¿A qué obedece esta circunstancia?

-Es otra forma de burlarme –en este caso de la psiquiatría–, pero siempre tuve
interés en ello, sobre todo por el tratamiento que le dan al homosexualismo, que
sí es un comportamiento normal y si no es mayoritario, pues, casi. El psicoanálisis
es de un puritanismo horrendo, de unas revisiones horrendas, siniestras. Me doy
cuenta de que siempre quise hacer un libro de psicoanalistas. Es un gran tema
sobre todo porque ahora todo eso está en bancarrota. El psicoanálisis se acabó.
En parte gracias a toda esta liberación sexual que acabó con todos ellos. Ellos,
psiquiatras o psicoanalistas, nos ponían cadenas y traumas. Para ellos todo era
eyacular en una vagina y sólo eso era normal. En fin, lo usé para burlarme de
eso.

-En tus libros te burlas fundamentalmente de la iglesia, la familia y la nación.


¿Buscas provocar o disentir?

-Molestar a los tartufos. Aunque provocar tal vez no sea la palabra adecuada
porque, muy a mi pesar, no era deliberado. La sinceridad puede ser demoledora.
El humor puede ser demoledor. La iglesia es infame. No sólo ellos: el
cristianismo, el judaísmo y el mahometanismo. La religión cristiana es miserable.
Cristo era un loco. Cristo no puede ser paradigma de lo humano porque no
entendió nada. Tuvo un alma muy pequeñita. No le dio para entender que los
animales son nuestro prójimo ni tampoco para conmoverse de ellos. La familia
tradicional no me interesa y la nación no puede legitimarse en la actualidad
porque no es capaz de aguantar la historia que tiene detrás: una historia de
violencia y dolor.

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-A veces han querido asociar tu literatura con cierta agenda homosexual. ¿Estás
comprometido en este tema? ¿Ves a tus libros como proselitistas?

-¿Proselitistas? No tengo nada a qué aferrarme. No hay ninguna verdad. Lo pude


descubrir cuando entendí el fenómeno biológico, lo que es la miseria de la vida
sobre el planeta… pues mejor que fuéramos piedras: no sentiríamos el dolor, la
tragedia, el drama, la enfermedad terrible y la muerte de esta existencia. La vida
no es otra cosa. Nadie puede perdurar. Nadie se puede quedar. Todo se acaba.
Vivimos en una infamia creyéndonos inmortales, imponiéndoles la vida a otros
que están tranquilos en la paz de la nada, jodiéndolos, trayéndolos a este horror.

Contestando a tu pregunta, tengo que decirte que mi causa en esta vida son los
animales, no los mal llamados homosexuales. El homosexualismo o la
homosexualidad, como concepto teórico –sea sociológico o cultural– surgió en el
siglo XIX por aquella necesidad de poner nombre a todo. Sin embargo, ese
comportamiento aparece a lo largo de toda la historia como una expresión natural
en todos los lados del mundo. No hay nada que reivindicar cuando estamos
hablando de la misma naturaleza humana. Simplemente es así. Eso sí, me parece
muy bien que en España, Holanda, Canadá y algunos lugares de los Estados
Unidos los llamados homosexuales tengan derechos al mismo nivel que los
llamados heterosexuales y se puedan casar si quieren… aunque lo que hay que
hacer es acabar con el matrimonio. ¿Para qué van a meter en camisa de fuerza a
los que ya estaban libres y casarlos? ¿Por qué? ¿Y adoptar? Ellos, niños, inocentes
de este pecado que es la vida. Está bien por el seguro social y porque puedan
heredar. Está bien por todo lo que pasaron para poder ser libres. Total, la otra
familia va a seguir procreando aunque ya no quepamos. De todas maneras, qué
bueno.

Una cosa es lo que yo te digo y otra lo que dicen los libros. Mis novelas no están
escritas para sostener tesis. Los ensayos son asunto distinto. Uno no tiene por
qué sostener tesis en las novelas aunque esto tampoco es una regla. Como
término amorfo, eso que llamamos novela, significa tantas cosas y abarca tantos
libros. Finalmente, la novela terminó siendo el gran género de la literatura, como
antes fue la epopeya o la tragedia. De todas maneras, lo que yo he ido
sosteniendo en los libros míos ha sido, más a mi pesar, que el viejo piensa así, así
y así, para burlarme de todo. Son libros terroristas porque, a fin de cuentas,
como no tengo a nada que aferrarme tengo el derecho a burlarme de todo y no
hay nada de lo que no me pueda burlar. Bueno, excepto de los animales porque
esto no me provoca burla sino compasión.

-¿Es tu vida materia literaria?

-Resolví escribir en primera persona sobre lo que había vivido creando este
personaje cuando tenía cuarenta años, el viejo, que recuerda su vida. A lo largo
de mi vida he visto historias de la misma realidad y personajes de un mundo con
el que podía llenar mis libros. En primera persona porque el narrador en tercera

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persona es imposible. ¿No te parecen absurdos esos libros del siglo XIX en
tercera persona? ¿O del XX? ¿O de toda la historia de la literatura? ¿Cómo va a
saber un pobre hijo de vecino qué piensan los otros si ya no nos aclaramos con
este lío que es la mente de uno? La novela burguesa francesa del XIX me parece
especialmente horrenda.

-Tal vez resulta paradójico que una de las grandes voces en tercera persona,
como es Gabriel García Márquez, se apreste a experimentar con la primera
persona en “Vivir para contarla”, un libro que se dice autobiográfico.

-No he leído ese libro de él, aunque él no sabe por dónde va esta cosa. Él no tiene
ni idea de por dónde va el asunto. Es un escritor sin originalidad, al contrario de
lo que parece. Él ha escrito en tercera persona, en narrador omnisciente, es decir,
el camino más trillado de la literatura. Tiene una prosa pobre de vocabulario,
sintaxis, sonoridades. No es un novelista original, más bien pobre, sobre todo
comparado con lo que otros han hecho, como Manuel Mujica Láinez, el gran
prosista y el gran escritor del idioma. Ahora no sabemos para dónde tirar. La
literatura tiene los caminos abiertos.

-Las críticas a Octavio Paz son frecuentes en tus libros

-Mi narrador es un tipo muy extravagante y loco. Un personaje como ése puede
tener manías contra alguien. Para él, Octavio Paz es un personaje muy antipático
por mal escritor y por mal poeta. Se creía que era alguien y ahí no había nadie.
Es un escritor muy menor.

-En tus libros rescatas a dos figuras de la literatura colombiana, José Asunción
Silva y Porfirio Barba Jacob. Además, publicaste biografías de ambos. En tus
libros aparecen versos de "Los maderos de San Juan". A Jacob le dedicaste, en
realidad, una biografía en dos versiones y también recopilaste sus cartas en un
libro.

-Eso no tiene ninguna importancia. Recopilé las cartas cuando investigaba para la
biografía para que no se perdieran. No quería que se perdieran porque son el
documento de un gran poeta del idioma. Además, es un personaje medio
desconocido. Es un poeta que, tal vez, no tenga mucho interés fuera de
Colombia. Me interesaba por su valor como poeta. Escribí la primera versión
después de diez años de investigaciones. Llegué a saber sobre él todo lo que se
podía saber. Llegué a todos los lugares y países donde él había estado. Entrevisté
a todos los que vivían, que lo habían conocido, como treinta más o menos, para
documentarme porque entiendo que el gran principio de la literatura tiene que ser
el de la verdad y hay que decir las cosas con toda la fuerza: lo que es verdad es
verdad y no hay para qué mentir ni hacer líos de personajes, ciudades, acciones
como hace la novela de tercera persona. Lo que hice fue, a partir de un género
menor de la literatura como es la biografía, tratar de hacer de un género menor
un género mayor, cercano a la biografía novelada, partiendo de la estricta verdad.

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Lo hice, fue un intento, pero pensé que no había quedado bien. Lo volví a intentar
y no quedó bien, ni va a quedar bien nunca porque el género de la biografía es un
género menor. La labor del biógrafo termina convirtiéndose como la de un
portero, que deja entrar o no deja entrar. Es un trabajo miserable estar abriendo
y cerrando comillas. Se pueden resumir cosas en discurso indirecto, pero a final
de cuentas lo que estás haciendo es manejar documentos y el género no da para
más de lo que ha dado, que es poco. A pesar de todo, las biografías que he
escrito de Barba Jacob y Silva pueden ser novedosas. Creo que son buenas por
los datos y por haber incorporado en ellas un enfoque cercano a la novela.

-¿Qué importancia tiene la verdad en la literatura?

-La única realidad que puede haber en esta vida me parece que es que estamos
aislados en nosotros mismos, metidos en las islas que somos cada uno. Por eso la
novela en tercera persona está mintiendo de entrada. El problema literario es que
el lector no quiere que se le revele la mentira como tal. El desafío de la literatura
es mentir sin que nos demos cuenta.

-¿Entonces tu narrador, el viejo, no es parte de esa mentira?

-Yo no sé cuánto hay de verdad o de mentira en mis libros. El gran principio de la


literatura tiene que ser el de la verdad, como dije antes. La organización narrativa
tiene, lógicamente, una serie de patrones ideológicos, si quieres llamarlos así. En
eso no miento. Sin embargo, si yo crecí entre Sabaneta y Envigado carece de
importancia. El narrador que hice en los libros míos es un loco para muchos.
Decidí hacerlo excesivo, exagerado, contradictorio. Hice de él una subjetividad
rabiosa, contraria a la objetividad del resto. Habla con exabruptos y en un
lenguaje que parece local. Tiene un toque de locura. A pesar de su disidencia, mi
narrador es sincero. Yo nunca he pretendido ser ni políticamente correcto ni
objetivo. Siempre he visto, dicho o escrito la realidad desde mi perspectiva.
Aunque no suelo sostener mis ideas con mi personaje a veces sí lo hago.

-¿Te molesta lo políticamente correcto?

-Sólo si es sinónimo de hipocresía. La mayoría de la gente miente cuando habla


en público. Hace tiempo decidí decir lo que pienso en público cuando se me
pregunta. Por eso he defendido mi causa, la de los animales, y por eso mismo
cambié mi discurso para recibir el Rómulo Gallegos. Entonces era el momento de
hablar de los animales y explicar por qué iba a donar el dinero a una asociación
de animales. Me pareció que no era el momento de criticar a Chávez, como
originalmente había pensado, aunque no tuve ningún reparo en contestar cuando
se me preguntó. El problema moral que esconde lo políticamente correcto me
entristece mucho, pero que me digan, si quieren, que soy políticamente
incorrecto aunque sólo sea por decir lo que pienso: lo demás son hipocresías.

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-Creo que aparece ese factor de verdad autoficcional en tus libros, pero, además,
lo asocio a una serie de constantes narrativas que devienen verdaderas
topografías literarias, como son el afecto, la violencia y el humor. Respecto al
primero me llamó la atención sobremanera un episodio en “El desbarrancadero”
en el que el narrador mata a su padre realizando, según él, un ejercicio de
compasión. Hay varios pasajes en tus libros que emparientan con este concepto
de amor. ¿Qué papel crees que desempeña el afecto en tus libros?

-El libro de “El desbarrancadero” estaba apuntalado en eso. Era lo que yo tenía
que decir y era el momento más difícil. Ésas son las cosas más difíciles de contar,
las que se recuerdan y duelen, que cuesta trabajo repetirlas, que uno no las
quiere recordar. Al pasarlas al papel parece que uno las vuelve a vivir. Es, tal vez,
una forma masoquista de hacer literatura. Y, bueno, eso es en realidad el
borrador de recuerdos. Luego añado sonoridad y concisión en lo que escribo
porque el personaje mío es, a fin de cuentas, un gramático del idioma. Por eso
me preocupa que se hagan traducciones de mis libros: no por la difusión, sino
porque es muy difícil traducir ese registro específico a otro idioma en el registro
adecuado. Dos ejemplos: “El desbarrancadero” en francés está bien. Creo que
repite las mismas sonoridades y fluye. Sin embargo, “La virgen de los sicarios” en
inglés está muy mal. Es una traducción horrorosa, deformada, hay cosas que no
se pueden traducir y además tiene un glosario que las traducciones jamás
deberían tener. Un traductor lo primero que tiene que saber es escribir bien.

El afecto está ahí. Mis libros son libros en los que el amor desempeña una función
muy importante: amor por los animales, por mi familia y por mis amigos.
Aunque, también, demasiado amor empalaga, por eso la importancia de la
violencia, que yo, en realidad, estaba retratando porque forma parte de lo que
describo. Imagínate, Colombia o Medellín ¿Cómo narrar sus historias sin
violencia? Me duele mucho, pero es así.

-El humor es parte importante de tus libros. Si no se entiende así se pueden


llegar a conclusiones como las de un artículo que leí que hablaba de la "profilaxis
social" que se defiende en “La virgen de los sicarios”. Si le quitamos la violencia,
las tragedias, las muertes a tus libros es muy probable que fueran simplemente
pequeños tratados de humor.

-Es muy probable que sí. Es una forma de contar esa realidad que yo encontré.
No es que fuera buscando contar las cosas humorísticamente. Resulta un humor
macabro. No hay que tomar mis libros tan en serio. No conozco el artículo que
mencionas, pero intuyo que va totalmente equivocado. Imagino que quien lo ha
escrito tiene alguna visión maniqueísta de lo que es izquierda y derecha, de los
buenos y malos. Dejemos esos lugares comunes de las divisiones ideológicas.
¿Cómo voy a ser fascista si estoy insultando a Cristo, al Papa, a la religión
cristiana, a la familia y a la procreación? No hay nada que pueda estar más en
contra de eso que el hecho de que yo sostenga estos otros aspectos.

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-Escribiste además libros científicos, de biología y de física, “La tautología
darvinista” y tu “Manualito de imposturología física”, que sale en unos meses. En
estos libros, al contrario que en las novelas, sí mantienes tesis explícitamente,
aunque, para algunos, sigues buscando la provocación en ellos.

-No son libros de polémica contra nadie sino de explicación. Explico ciertos
aspectos del fenómeno biológico y algunas dudas sobre las leyes de la física. Son
cuestiones que están dispersas en un grupo de literatura muy grande. Son libros
distintos. El de biología se puede entender bien. El de física es una exposición de
mentiras que mido en Aquino. En esencia, los fenómenos físicos no los
entendemos ni son entendibles: ni es entendible la gravedad ni es entendible la
luz. Creo que la mente o la conciencia no las puede entender. “La tautología
darvinista” es en contra de Darwin. La explicación de la selección natural es una
tautología. Él no entendía lo que quería explicar. Es un charlatán. El mundo de la
biología ahora puede explicar sus dudas. El cromosoma ahora explica muchas
cosas. El mundo de la física sigue sin explicar nada, ni de luz ni de gravedad.
Entonces, me dedico a burlarme de ellos. Todas estas imposturas están basadas
en las matemáticas. Son excelentes matemáticos pero no explican nada.

-Tengo la impresión que ambos conjuntos de libros van buscando desenmascarar


impostores –no solamente los científicos–. ¿No buscarías en todos tus libros cierta
exposición de una verdad?

-No lo sé. La verdad es una palabra muy compleja. Primero, que todo cambia: las
sociedades, las épocas, el pensamiento. Lo que pudo ser verdad para uno de niño
no es lo mismo que sostiene de joven o, mucho menos, de viejo. La verdad va
cambiando con la misma persona. No hay ninguna verdad. La verdad es inasible.
No hay ninguna verdad. Sin embargo, la verdad en mi literatura es la de mi
narrador –aunque en “La rambla paralela” sea diferente–. La verdad en literatura
es lo que no se traicione como mentira. Entonces, si tú cuentas algo en primera
persona ahí no hay por qué no creer, pero si recreas diálogos de diez o veinte
años atrás ahí ya estás mintiendo porque no tenías una grabadora para grabar
esos diálogos. Aunque, también, ésa puede ser la verdad de mi narrador que yo
decía, pero es una verdad distinta, es una verdad de literatura. Él recuerda
hechos de su vida y puede mentir aunque no se entere el lector. La verdad de
Darwin es distinta. Si no entendió algo ¿por qué no lo dijo? ¿O Newton? ¿O
Einstein? Ellos se están mintiendo, se están burlando. Quieren que creamos y no
entendieron. Tengo las pruebas y aquí las doy, en los dos libros científicos. Para
escribir de impostores hay que ser muy incisivo porque tienes que estar a su
altura, por eso el tono que utilizo, el del sarcasmo y el de la burla.

-La burla y el sarcasmo los veo también en tus novelas, pero me atrevería a decir
que tu narrador es básicamente un cínico. ¿No te parece?

-(Sonrisas) Ése sería el mayor halago que me podrían hacer. Si un narrador es


cínico nunca puede decir que es cínico porque uno no puede decir nunca lo que

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es. Lo que otros pueden pensar es que mi narrador está loco, aunque a lo mejor
no lo está, pero bueno… él no puede decir nunca que está loco. Si un narrador
tiene que escribir cínicamente… que no es mi caso, ojalá lo fuera, porque toma
partido y defiende opiniones morales que no tiene para qué… pero en fin… Si
fuera de verdad cínico, eso es un estamento literario. Uno necesita muchísimo.

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