Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
- Introducción
- Capítulo I: OVNIs “a la moda”
- Capítulo II: Reflexiones sobre el origen extradimensional de
los OVNIs
- Capítulo III: OVNIs materializados mentalmente
- Capítulo IV: Cuando las Inteligencias aparecen
- Capítulo V: Hau una Luz al final del túnel
INTRODUCCIÓN
En las horas litúrgicas de “maitines” entre las cuatro y las cinco de la mañana
de ese 15 de febrero de 1600, un grupo de hombres embozados en sayos negros se
afanaba enterrando hasta una tercera parte de su largo en tierra, un grueso madero
burdamente cepillado a hachazos.
No lejos de allí, donde Campo di Fiore diluía sus miserables casuchas de
artesanos y pequeños comerciantes en las orillas del verde mar del bosque, con los
oídos atentos al silencio sesgado aquí y allá por los aullidos de algún lobo, otro
grupo reunía ramas y leños sobre un carro.
Una hora después, los dos grupos se reunieron. Los leños fueron
arracimados alrededor del madero enhiesto, y los pobladores comenzaron a llenar
el lugar, incipientemente bañado por la decadente luna de ese tardío invierno
italiano. Jueces, altos dignatarios de la Iglesia, los funcionarios del brazo secular, el
verdugo, los curiosos clavaron su mirada en la cetrina puerta del cercano
monasterio, la puerta desde donde se abría el camino final de los condenados a la
hoguera, uniendo las mazmorras con el cadalso.
Seis meses de torturas exquisitamente elegidas, donde el potro era apenas
un descanso después de las tenazas al rojo mordiendo las tetillas y las pinzas de
hierro arrancando las uñas, no sirvieron para que el monje Giordano Bruno se
retractara de su principal herejía: afirmar que había muchos mundos habitados
como el nuestro en el Universo, que las estrellas eran soles alrededor de las cuales
giraban otras Tierras y que el hombre no era la obra máxima de Dios, sino apenas
uno más de sus innumerables hijos racionales expandidos por el Cosmos.
Cuando Bruno estuvo atado con cadenas al madero, se le ofreció, como
gracia última, el arrepentimiento de sus blasfemias y el reconocimiento de sus
errores, con lo que los inquisidores, en un gesto de bondad que campeaba por
entonces, ordenarían estrangularlo antes de quemar su cuerpo, evitándole así
mayores sufrimientos. Giordano se negó. Azorados, y contraviniendo algunas
normas después de intercambiar rápidos comentarios dieron aquellos la orden al
verdugo de repetir el ofrecimiento –oportunidad extraña para la moral de los
inquisidores- advirtiendo que, en este caso y de aceptar Giordano la retractación, la
madera seca sería reemplazada por leños verdes, para provocarle la asfixia antes
que las llamas lamieran su carne.
Simplemente para no comprometer un agradecimiento moral en el último
instante de su vida para con sus exterminadores, Giordano volvió a negarse y
arrojó al aire dos maldiciones: una, dirigida específicamente a sus jueces, los cuales
tres murieron antes de un año. La otra, a la orden del Santo Oficio. “Aún estarán
ardiendo mis cenizas -dijo- cuando mi vida estará olvidada. Aún no habrán
removido las brasas, cuando el pueblo os habrá olvidado a vosotros. Pero será
cuando nuestros huesos y vuestros nombres estén sepultados por el polvo, el
momento en que mis ideas seguirán tan luminosas como ahora”.
A la plebe que se burlaba de su martirio, sólo le dirigió una mirada despectiva. Y
comenzó a arder.
El filósofo francés Pierre Piobb escribió a principios del siglo XX: “En el
Medioevo, a los magos se les quemaba en las hogueras. En el siglo XX, se les
cubre de ridículo, lo que es todavía peor, ya que el ridículo jamás ha creado
mártires”.
Piobb hablaba de los “magos” (de “magista”: sabios) como pioneros del
conocimiento. Como aquellos que pudiendo encerrarse en el dogmatismo
académico habitualmente aceptado, preferían arriesgar el crédito en terrenos
desconocidos para el intelecto. “Las grandes ideas –escribió alguien- las sueñan los
locos, las amasan los audaces, las popularizan los doctos y las disfrutan los mediocres”.
Y cuando uno fatiga los claustros universitarios y se detiene a pensar en el
papel que jugará en el burgués concierto social advierte –por más que trate de
mirar hacia otro lado- que en un determinado momento se ve enfrentado a una
elección terminal: o comulga con el sistema en que se encuentra inmerso, o se
enfrenta a él. Y uno elige. El camino ya conocido, con su sensación de confortable
estabilidad, de rutina mental, de somnolencia espiritual, de hipocresía a la que
llaman diplomacia, del argentinismo (y argentinísimo) “no te metás”; o el otro, el de
lo desconocido y lo enigmático, el plagado de obstáculos, el de los constantes
sinsabores y desengaños, el de chocar contra los prejuicios... pero aquél donde a la
distancia siempre está la esperanza de la luz.
Debo admitir que pese a tener muchos años de oficio como escritor, me ha
resultado particularmente angustiante sentarme a escribir este libro. No porque su
temática exceda, dentro de lo humanamente posible, el campo de mis deambulares
–he sido un investigador del fenómeno OVNI por más años de los que me gustaría
recordar- ni porque las informaciones y reflexiones que aquí me propongo volcar
sean de una potencial peligrosidad para mi integridad. Soy apenas un estudioso
“amateur” de estas disciplinas, y no estoy en condiciones de exhibir honrosos
títulos universitarios que por sí mismos generan expectativas en el público lector
(como si los créditos académicos garantizaran certeza en lo que, precisamente, se
ha revelado como el fenómeno más “antiacadémico” pensable), ni dudosos
antecedentes que me vinculen a servicios de espionaje o fuerzas armadas
emparentadas, en mayor o menor grado, con el “secreto” tras los OVNIs. No he
formado parte de ninguna sociedad conspiranoica y, hasta donde sé, nunca he sido
abducido. De allí que, en lo que a mí concierne, puedo tener la tranquilidad de ser
apenas un entusiasta más –eso sí, con muchos kilómetros a las espaldas- tratando
de encontrarle un sentido a lo que quizás, por designios que se nos escapan, no lo
tiene.
Hilando fino, colijo que mi ansiedad es producto más de lo que no sé que de
lo que sí sé. Sofoca la sensación que, si sólo a medias lo que esbozo en estas
páginas es cierto, posible o probable, la historia de la humanidad puede sentirse
sacudida hasta sus cimientos. Y que una vez que he adscrito a esta teoría, sólo me
queda avanzar en busca de evidencias, semiplenas pruebas de que, tal vez y
después de todo, esté en lo cierto.
También sé que esa sensación incómoda es producto de cierto desconcierto
respecto a cómo contar la historia; la incómoda idea que no seré entendido por el
lector o, lo que quizás es todavía peor, seré mal entendido.
Temo que algún lector (de esos que si se muerden la lengua mueren
envenenados) piense que lo que trato de hacer es introducir compulsivamente toda
la fenomenología dentro de una única teoría. Y bien, ese lector sería mal pensado –
en lo que a mis motivaciones atañen- pero no errado en sus conclusiones. Porque
creo firmemente que con excepción de algunos casos aislados (sobre los que
volveré más tarde) existe una teoría unívoca para todo el fenómeno OVNI, ahora
y desde la noche de los tiempos.
Creo en el origen extraterrestre y extradimensional de los OVNIs y sus
ocupantes.
Creo que no se tratan de “maquinas” en un sentido estricto –como opinarían
mis colegas que de ahora en más denominaré como “la brigada de las tuercas y
tornillos”- sino de vectores energéticos que responden a facetas de las leyes físicas
del Universo que aún desconocemos.
Creo que sus tripulantes, en ocasiones, son seres altamente evolucionados
que precisamente por ese grado de desarrollo han trascendido las limitaciones de
un cuerpo biológico siendo entes –ignoro si con conciencia individual o colectiva-
absolutamente energéticos sin los condicionamientos temporales y espaciales de
todo cuerpo material.
Creo que su presencia en nuestros cielos (más aún, en nuestra Historia) tiene
como fin imprimir un sesgo específico a la evolución de nuestra especie, con fines
que sospecho pero aún no puedo fundamentar.
Creo que son la realidad espiritual de este Tercer Milenio. Y que quizás
estemos cerca, muy cerca, de despejar todas las dudas.
Mientras tanto, este libro debe ser tomado como un ejercicio intelectual.
Donde la Realidad (debería preguntar: ¿cuál Realidad?) demanda paradigmas ni
lógicos ni ilógicos, quizás sólo analógicos. Y siguiendo ese camino esbozamos
nuestras teorías.
Creo que algunos de esos seres – por razones que explicaré más adelante-
tienen intenciones perjudiciales para con las especies inferiores en evolución (como
nosotros, por si no se dieron cuenta).
Creo que otros de esos seres, también por sus propias razones, alientan las
intenciones contrarias.
Creo que los primeros han manipulado a algunas culturas inferiores a ellos
de origen extraterrestre –pero aún así mucho más avanzadas que la nuestra- para
emplearlos en la consecución de sus fines.
Creo que uno de esos fines fue crear una quinta-columna en nuestras
sociedades históricas, en la forma de una sociedad secreta cuyo único objetivo fue
–es- impedir un progreso demasiado rápido de la humanidad en ciertas áreas que
pudiera catapultarla a un escalón evolutivo lo suficientemente elevado como para
darle un aún acotado –aunque ingenuamente sobreentendido- libre albedrío.
Creo que los segundos influyen directamente en nuestra propia cultura, en
forma colectiva empujándonos a un cambio de paradigma sociocultural y
espiritual, y en forma individual sobre un enorme número de miembros de nuestra
comunidad para hacerlos participar –durante muchos años de forma inconsciente;
y a partir de algún necesario y doloroso momento, de manera conciente- en ese
gran teatro cósmico.
Creo que mi propia vida muestra ejemplos de manipulación.
Creo que necesitaré más de un libro, amigo lector, para exponerle toda mi
teoría. Pero, cuando menos, comencemos con estas líneas:
El asunto es que mientras una sociedad secreta, desde las brumas del
tiempo, viene impidiendo que la Humanidad expanda demasiado sus fronteras
físicas, mentales y espirituales (como frenando avances revolucionarios a
destiempo, o el redescubrimiento de civilizaciones olvidadas) para poner a la
especie humana en disposición de ser “alimento energético” de unas razas
extradimensionales, o entidades biológicas extraterrestres (EBEs) que nos usan
como “cotos de caza” o “tambos espirituales”, los Guerreros de la Luz, sabiendo,
entre otras cosas, que el academicismo excesivo y la rigidización paradigmática
consecuente pone a sus acólitos como secuaces inconscientes de os Barones de las
Tinieblas (donde los “hombres de negro” son sus agentes) han venido luchando
espiritualmente para contactar a otras entidades de planos superiores y ganar la
batalla de la evolución. Los “contactados” son el campo de batalla, los
“abducidos”, quintacolumnistas. Los Barones de las Tinieblas han contado con el
apoyo de gobiernos, militares, algunos científicos... y el miedo de la gente. Los
Guerreros de la Luz, con la Era de Acuario.
El Autor
Paraná Entre Ríos, Argentina
CAPÍTULO I
OVNIS “A LA MODA”
Hasta aquí el relato del mecánico que deja abierto un amplio campo para las
conjeturas en torno a los OVNIs, que han vuelto a ser tema de actualidad en esta
ciudad y zona. Un matrimonio y otros vecinos aportaron también datos
coincidentes sobre la extraña aparición. Roberto Maisterrena, quien se desempeña
como operario de una firma, que trabajaba en la zona donde se observó el
fenómeno, dijo que vio sobre un monte próximo a la ruta número 3, al citado
aparato que parecía detenido. Agregó que posteriormente desapareció, tras
despedir intensos destellos. La hora en que apareció el fenómeno es coincidente
con la expresada por De Deugd. Maisterrena formuló la denuncia en la comisaría
de Médanos.
CAPÍTULO II
Debo comenzar este trabajo sentando dos posiciones, más por coherencia
con el resto del texto que por ser necesariamente válidas. La primera, uniformar
algunos criterios respecto de los que giran alrededor del término
“extradimensional”, lo que es lo mismo que definir qué entenderé, de aquí en más,
por “otras dimensiones”. Expresión usada hasta el hartazgo en relatos de ciencia
ficción, incluso definida –no demostrada- en geniales intuiciones matemáticas,
campo fértil para todo tipo de desvaríos. Incluso el mío.
Una vez más, en necesario recordar –y explicar, para los recién llegados a
estas discusiones- el ejemplo de “Flatland”, el planeta plano. Imaginemos un
cosmonauta cruzando el Universo en su nave espacial y encontrando,
repentinamente, un mundo plano, o, mejor aún, un mundo de dos dimensiones. Lo
que me obliga a escaparme otra vez por una de las ramas de este árbol metafísico
para definir el concepto de “dimensión”.
Una dimensión, más allá –o más acá- de lo lúdico de la fantaciencia, es
simplemente una forma de medida de las cosas. Nosotros nos desenvolvemos en
un espacio de tres dimensiones: alto, ancho y largo (o profundidad). Cualquier
objeto en el espacio en que vivimos puede ser ubicado y definido en término de
esos tres parámetros. Ciertamente, y en respeto a Einstein y su genialidad,
hablaríamos también de una cuarta dimensión: el tiempo. Lo inextricable de la
relación “espacio – tiempo”, lo indistinguible de uno en función del otro, es
también una función de “medida”.
Así que en ninguna forma es imposible –por lo menos, a los alcances
didácticos- imaginar que un universo de cuatro dimensiones puede contener
cualquiera de rango inferior, entre ellos, un mundo de dos dimensiones. Éste es
Flatland, adonde arriba nuestro astronauta que, enterado de las particularidades
del lugar y sus habitantes –ya que en un mundo plano podrían existir seres
también planos, toda una civilización y una cultura quizás desarrollada pero
bidimensional- y seguramente aburrido por un largo viaje en solitario, decide
jugarles algunas bromas pesadas. Por ejemplo, y valiéndose un hipotético y
gigantesco trépano, orada la superficie de ese planeta. Como sus aborígenes
piensan y perciben en dos dimensiones, no podrían advertir que un trozo de la
superficie de su mundo es perforada desde arriba por un objeto: simplemente,
percibirían una zona de su mundo cambiando reiteradamente de forma y color. Y
si por ese agujero cae uno de los chatos sujetos, los demás, involuntarios testigos,
no verían a un congénere precipitándose al vacío sino desapareciendo en la nada.
Aún más; si debajo y paralelamente a ese Flatland hubiera un Flatland II, sobre el
cual cayera el desgraciado individuo, los habitantes de éste último no verían “caer”
a alguien (el concepto de “caída” va necesariamente asociado al de “arriba-abajo”
es decir, de “alto”, la tercera dimensión de que carecerían en esos mundos) sino
observarían, asombrados y asustados, como alguien como ellos sorpresivamente
aparecería de la nada.
¿Cuántos testimonios, cuántas leyendas de todas las edades, cuántos relatos
fiables nos han venido transmitiendo el recuerdo de sucesos similares ocurridos en
nuestro propio mundo, gente que desaparece en la nada o que de la nada surge
repentinamente, como si en nuestro planeta, este marco referencial de cuatro
dimensiones, se precipitara algo o alguien desde un universo de “n” dimensiones
más allá de las nuestras?. Porque si un espacio de cuatro dimensiones puede en
teoría contener un cuerpo de dos, un universo de, digamos, veinte dimensiones,
¿cómo no comprendería con facilidad un ámbito de sólo cuatro?. Estamos en
relación a ese universo como las buenas gentes de Flatland con respecto a nuestro
universo.
Claro que seguramente el lector exigirá entonces que uno –yo- le “explique”
como es ese universo de, por ejemplo, veinte dimensiones. Y esto me es imposible.
Porque una lógica –la nuestra- un precondicionamiento cultural –el nuestro- una
estructura cerebral –la nuestra también- esquematizada, modelada, estructurada en
cuatro dimensiones, no podría comprender analíticamente, racionalmente, el
concepto de “n” planos. Y no por falta de inteligencia, ni de información, ni de
profundidad de razonamiento. En todos los casos, sería una inteligencia de cuatro
dimensiones, información de cuatro planos, razonamiento de cuatro niveles. Sólo
una impredecible evolución (impredecible no en el sentido de si sucederá, ya que
estoy persuadido que indefectiblemente llegará, sino en el sentido de cómo y
cuándo) puede producir el “salto cuántico” que nos lleve a integrarnos
conceptualmente al ese Universo superior al que pertenecemos sin saberlo. O, tal
vez, “otras” formas de conocimiento -¿la mística, quizás?- nos dará el conocimiento
que la razón desconoce. Y una breve digresión aclarará el porqué de esta
suposición.
Entiendo que en el organismo humano nada es innecesario, superfluo,
descartable. Que todo cumple (ha cumplido-cumplirá) alguna función. Hasta al
desacreditado apéndice, impunemente extirpable, se le sospecha funciones de filtro
que hasta un tiempo atrás se le ignoraban. Y qué decir de las amígdalas: décadas
de filosos bisturíes extrayéndolas privaron a generaciones de recursos
inmunológicos redescubiertos recientemente.
Es decir que, cumpliendo conocidas leyes –aplicables tanto a la física celeste
como a la economía de mercado- la naturaleza busca el máximo resultado con el
mínimo esfuerzo. La eficiencia. Y en función de la supervivencia –de la especie o
del individuo, lo mismo da- todo en la estructura del ser humano tiende que
tender hacia el mismo fin.
Bien. Aceptado esto, ¿qué necesaria función natural cumple el pensamiento
mágico, irracional, intuitivo, místico, religioso?. Alguna vez escribí que si la
psiquis del hombre necesita de lo mágico, es porque en algún lugar hay algo que
satisfará esa necesidad. Así como el pensamiento racional, analítico es una
indudable arma de supervivencia y progreso, así el pensamiento mágico también
tendrá su lugar de acción, su puesto a cubrir. Y tal vez ese puesto sea el de
catapultarnos a una forma trascendente de percibir una Realidad, también
trascendente. Multidimensional.
Por otra parte, atisbo el concepto de “n” dimensiones como algo más
definible como una Realidad que contenga nuestra realidad. Como si la realidad
fuera una ventana, y mirando desde dentro del cuarto pensemos que lo que
alcanzamos a ver por el rectángulo es todo cuanto existe. Y así como nuestros
órganos sensorios nos permiten percibir lo físico dentro de una determinada
“ventana” –no escuchamos infrasonidos ni ultrasonidos, pese a saber que existen,
no vemos vibraciones del espectro infrarrojas o ultravioletas, pese también a saber
que existen- la comprensión lógica está constreñida dentro de ese marco. Y la
mística, tal vez, sea como asomarse por el alféizar y mirar hacia ambos lados de la
pared, arriba y abajo.
La segunda postura necesaria de aclaración tiene que ver con el origen
pretendidamente extraterrestre de los OVNIs. En absoluto descreo de ello:
simplemente estructuro aquí una hipótesis para cierto número de manifestaciones
del fenómeno. Más aún; como explicaré en otra oportunidad, creo que entre la
Inteligencia extradimensional y ciertas Inteligencias extraterrestres hay un conato
de acuerdo. Pero eso será tema de otro capítulo.
Por extravagante que sean los planteos que voy a esbozar aquí, trataré de
acreditarlos con pensamientos científicos. Atención: dije científicos, no académicos.
O, como es dominante en el campo de los doctorados, “pensamiento estadístico”;
pensamiento reductible a una enunciación axiomática que no necesariamente
refleja toda la realidad, lo que es, a mi criterio, una de las grandes falacias del así
llamado “racionalismo” de nuestros tiempos: enuncia leyes que parecen aplicarse
en todas las circunstancias y por ello ser generales, pero pocas veces reflejan los
pequeños matices de la realidad de todos los días. Pongamos un ejemplo.
Supongamos que tengo un cajón lleno de pequeñas piedras roladas y después
de sesudos estudios y complicados cálculos enuncio la siguiente proposición
general: “El 95 % de las piedras de este cajón tienen un diámetro promedio de 3
cm”. Este es un típico ejemplo de enunciación académica. Sin embargo, si tomo un
escalímetro y anoto el diámetro de piedra por piedra previamente numerada, será
muy difícil encontrar simplemente una sola que tenga exactamente tres
centímetros de diámetro. Este es un elemental caso de “pensamiento estadístico”
que desea camuflarse de “pensamiento científico”. Y aún cuando lo logre, como se
ve, no necesariamente refleja la realidad.
El eminente psicólogo suizo Carl Gustav Jung definía a los “entes psicoides”
como elementos a caballo entre una realidad psíquica y una física, como objetos de
conocimiento que comparten presencia en esos dos mundos. Para él, el OVNI era
uno de tales. Indiscutiblemente (y lo ratificó puntillosamente en su libro “Sobre
cosas que se ven en el cielo”, Editorial Sur, Buenos Aires, 1961) tenía realidad
física: dejaba marcas en sus aterrizajes, quemaba los campos, era detectado por el
radar... pero también tenía una componente psicológica poderosísima; Jung
pensaba que expresaba la idea de “mandala”, palabra sánscrita que significa
“círculo”, que en Oriente remite a pinturas hechas para prácticas de meditación
(generalmente afectando esa forma, aunque en ocasiones pueden ser cuadrados)
con representaciones de acciones de dioses y semidioses, combates mitológicos y
hechos históricos o legendarios) pero que también, siguiendo sus enseñanzas, se
encontraría como un símbolo latente en el Inconsciente Colectivo de la
Humanidad, para expresar la necesidad de búsqueda de sí mismo, o, más
exactamente, lo que él llamó la necesidad de realizar (hacer realidad) el Proceso de
Individuación. El completarse uno en sí mismo.
La ilustración ejemplifica claramente la hipótesis del Inconsciente Colectivo,
como estrato basal de la psicología humana
Que duda cabe que si este episodio, detalle más, detalle menos, en vez de
ocurrir a principios de siglo dentro de una espaciosa habitación hubiera ocurrido
decenios más tarde a campo abierto, tendríamos un típico cuasi aterrizaje de un
OVNI. Incluso, lo exiguo del “aparato” para transportar a su tripulante no deja de
despertar ecos en mi memoria. ¿Nunca les llamó la atención las en ocasiones
exiguas y estrechas proporciones de las “naves espaciales” en relación al tamaño
de los tripulantes que luego aparecen emerger de ellas, tal como las presenta en
centenares de casos la literatura sobre OVNIs?.
Pero lo más importante es la identificación que de sí misma hace la
aparición. Me recuerda otro caso, ocurrido en Zimbabwe, África, el 31 de mayo de
1974, cuando una joven pareja conduciendo de noche su automóvil por una
carretera rural y despejada, fueron interceptados por una poderosísima luz
proveniente de lo alto: Peter, el conductor, pierde el control del vehículo que
parece ser controlado a distancia, mientras la temperatura dentro del mismo
desciende muchísimo (estaríamos aquí ante otro vínculo entre Parapsicología y
OVNIs: los fenómenos de “termogénesis” o cambios bruscos de la temperatura
ambiental por causas aparentemente no físicas) y protagonizan un episodio de
“tiempo perdido”. En hipnosis, él y su esposa, Frances, dicen lo siguiente: dentro
del auto, nos programaron... mi esposa se quedó dormida, o la radio, que tenía la
voz de “ellos”, la hizo dormir, de modo que no puede recordar mucho de lo
ocurrido dentro del auto. Una forma se filtró hacia el asiento trasero, estuvo allí
sentada durante todo el viaje y me dijo que yo vería lo que quisiera ver. Si lo
quería ver como un pato, entonces sería un pato; si lo quisiera ver como un
monstruo entonces lo vería como un monstruo”.
En otras palabras: la entidad, la inteligencia se presenta a sí misma como
proteiforme, como oportunamente enunciáramos.
Es evidente en Jung su deseo de no profundizar en los aspectos materiales
del OVNI, simplemente porque como psicólogo le resultaría irreconciliable admitir
una inteligencia extraterrestre –en el sentido de “fuera de lo humano”- cuando
acababa de perfilar con tanta justeza una teoría inconsciente sobre estas
observaciones. Pero individuo honesto a rajatabla, no puede negar esa
materialidad, aunque se limita a subrayarla en la introducción del trabajo ya
citado. Aún más: en esos tardíos años ’50, la sola suposición de objetos
extradimensionales, fuera del “pulp” de la ciencia ficción, era cosa de alucinados. Y
no sería Jung quien en el ocaso de su vida arriesgaría todo el prestigio que tan
duramente se ganó proponiendo esta explicación. Pero es obvio que cuando habla
de los OVNIs como entes psicoides, esto es, objetos que tanto comparten una
realidad física en el “allá afuera” del individuo como psicológica en el “aquí
dentro” de su mente, seguramente estaba pensando en ello. Y, quien sabe, en las
tremendas implicaciones. Porque si la realidad OVNI es psicoide, la evolución en
las manifestaciones del fenómeno no habla sólo de un cambio en la
exteriorización del mismo: habla también de una evolución en el psiquismo
colectivo de la humanidad, ya sea porque el ovni produce el cambio psíquico o
el psiquismo induce la evolución fenomenológica del ovni. Y esto es mucho más
que un “salto cuántico” del Inconsciente Colectivo: es evolución, en un sentido
biológico e histórico, lisa y llanamente. Simplemente, porque la unidad en la
acción significa unidad en la finalidad.
Ciertamente, el genial psicólogo creía en los OVNIs como “símbolos”, pero
entendiendo tal palabra no en un sentido peyorativo, de cosa ficticia, fetichista o
imaginaria, sino como algo que representa lo vago, desconocido u oculto. No podía
aceptar que el OVNI fuera lo que aparentaba ser, básicamente porque el sabía
mejor que nadie que hay aspectos inconscientes en nuestra percepción de la
realidad, como el hecho que, aun cuando los sentidos reaccionen ante fenómenos
reales, visuales y sonoros, son trasladados en cierto modo desde el reino de la
realidad exterior al de la mente. Dentro de ella, se convierten en sucesos psíquicos
cuya naturaleza última no puede conocerse, porque la psiquis no puede conocer su
propia sustancia psíquica. Por tanto, cada experiencia OVNI contiene un número
ilimitado de factores desconocidos.
Los OVNIs son absurdos como los sueños. Pero, como ellos, existen. Dejan
huellas físicas pero violan permanentemente “sus” leyes, tal vez para recordarnos
que en buena medida tampoco son físicos. Aunque sospecho, que en realidad, son
hiperfísicos.
CAPÍTULO III
La teoría del Big Bang sostiene que el Todo (toda la materia, todo el espacio)
estaba reducida a un punto minúsculo que, hace unos veinte mil millones de años,
explotó. Hoy en día los científicos teorizan sobre los procesos ocurridos hasta un
milisegundo después de la Gran Explosión, con procesos energéticos imposibles de
concebir prácticamente sucediéndose a velocidades escalofriantes en esa génesis
cósmica. Al común de los mortales le resulta medianamente comprensible la idea
de que toda la materia (en realidad, entonces, energía y plasma) se hallaba
reducida a unas dimensiones despreciables. Lo que habitualmente se le escapa,
empero, es que si el concepto del tiempo –por física relativista- es inseparable del
de espacio, entonces también el tiempo no sólo comenzó entonces, sino que estaba
limitado a esa esfera original. Un naturalista no vería motivo alguno para presentar
objeciones a esta posibilidad puesto que para él el “tiempo”, enlazado
inseparablemente al espacio de este Universo, junto con la energía, la materia y las
leyes naturales, se originó en aquél acontecimiento. Por ello, para nuestro
naturalista el “tiempo” es, junto con la energía, el espacio lleno de materia y
determinadas constantes naturales (las masas de las partículas subatómicas, la
constante de la gravitación, la velocidad de la luz, la constante de Planck, etc.) una
propiedad de este mundo. Así, en la moderna concepción científica del mundo, que
sobrepasa de manera tan extraña nuestras cándidas ideas, está unida a la existencia
de este mundo y no existe sin él. No es una categoría que abarque el mundo en su
totalidad, que lo determine o lo contenga “desde el exterior”. Y si existe semejante
“exterior” existiría en la intemporalidad y la “aespacialidad”. A pesar de cargar
con el peso intelectual de abarcar con miles de millones de años de evolución,
podemos afirmar que ese instante primero no ha terminado: porque la expansión
continúa, y la dilatación de la percepción del tiempo asociado también: la evolución es
idéntica al momento de la creación. Por tanto, lo que llamamos “evolución cósmica
y biológica” son las proyecciones del acontecimiento de la creación en nuestro
propio cerebro. Que la historia de la evolución de la materia inanimada y animada
es la forma en la que presenciamos desde adentro la creación, que desde afuera,
desde la perspectiva trascendente, es el acto de un momento. Ese “afuera” es el
Más Allá.
Llegados a este punto, debemos dejar constancia que se trata en todo caso
de afirmaciones que no contradicen en nada la moderna concepción científica del
mundo. Así, pues, nos encontramos con el ejemplo de un caso donde el
conocimiento científico abre al entendimiento religioso un camino completamente
nuevo.
Escribe Hoimar von Ditfurth (en “No somos sólo de este mundo”, Planeta,
1983, pág. 129: “Hace unos treinta años, el etólogo Erich von Holst descubrió que un gallo
lleva en su cabeza de manera congénita la imagen del enemigo mortal de su especie. Esta
prueba la proporcionó un experimento cuyo resultado tiene que dar mucho que pensar. No
porque fuera cruel; en cierto modo incluso porque se dio el caso contrario: durante el
experimento el gallo no se dio cuenta en absoluto de cómo se burlaban de él, por lo visto, ni
siquiera de que estaba siendo objeto de una manipulación. Precisamente esta circunstancia
es la que tiene que dejar confuso a un observador. Y esto sucederá si se le ocurre
preguntarse si lo que es válido para el gallo puede aplicarse a sí mismo”.
“Erich von Holst narcotizó a sus gallos y les metió finísimos cables en el cerebro.
Estos cables estaban aislados con una laca finísima excepto en el extremo que quedó sin
cubrir. Los cables se adaptaron sin la menor complicación. Los animales no se dieron cuenta
de nada (el cerebro es un órgano insensible al dolor). Con este procedimiento pretendía
provocar estímulos eléctricos en los lugares del cerebro de los animales en que estaban
encajados los extremos lisos de los cables. Para ello se utilizaron impulsos eléctricos cuya
intensidad y forma de sus curvas correspondieran en todas sus particularidades a las de los
impulsos nerviosos naturales”.
“En tales circunstancias los animales no se dieron cuenta de que se les estaba
haciendo algo, que estaban siendo víctimas de una influencia “desde fuera”, artificial. Los
habían domesticado y adiestrado para que durante el experimento se movieran con entera
libertad en una mesita. Y esto es lo que hicieron, completamente relajados, cacareando
suavemente, picoteando de vez en cuando en busca de pequeñas manchas, como suelen
hacer los pollos.”
“Hasta el momento en que Holst o uno de sus colaboradores tocó el botón que
enviaba la corriente, que no podía distinguirse e un impulso nervioso natural, a través del
cable, cuyo liso extremo terminaba en lo más profundo del cerebro del pollo. Entonces, en la
mesa de experimentos la escena cambió de repente. Los pollos siguieron comportándose –y
esto es precisamente lo espectacular del experimento- como suelen hacerlo, pero parecían
sentirse de improviso transportados a situaciones que ya no tenían nada que ver con el
ambiente objetivo de la mesa vacía. La reacción comienza algunos segundos después con
una típica “toma de viento” por parte del animal. De repente, en medio de un movimiento,
el gallo se pone rígido, se endereza y con los movimientos de cabeza pendulares típicos de su
especie husmea el ambiente con evidente tensión. Pocos momentos más tarde parece haber
descubierto algo y fija la vista en un punto determinado de la mesa (que sigue vacía).”
“Este “algo” invisible parece acercársele. Cada vez más excitado, el gallo empieza a
marchar de un lado a otro de la mesa. Aleteando realiza unos movimientos que parecen
querer evitar “algo” que por lo visto se le está acercando cada vez más, y da picotazos
fuertes hacia la dirección en la que, como hechizado, tiene la vista fija. No hay duda, el
animal se siente amenazado. Se comporta como si en la mesa se le acercara un peligro
contra el que tiene que defenderse”.
“El desenlace de la escena depende de las circunstancias. El jefe del experimento
puede soltar en cualquier momento el botón que provoca el estímulo. Si lo hace, el gallo se
endereza en seguida y mira a su alrededor como si buscara algo. Es imposible sustraerse a la
impresión de que está desconcertado de que el peligro haya desaparecido tan
repentinamente. Cuando el gallo se ha convencido del todo de que es así, ahueca aliviado el
plumaje y lanza un triunfante “quiriquiquí”. Dudar de que entre su reacción combativa y
la desaparición de la amenaza existe una relación de causalidad es algo que no se le ocurre.”
“En cambio, si el estímulo sigue conectado puede suceder que el animal busque un
sucedáneo para su tensión interna, que por lo visto se hace cada vez más inaguantable. En
general, este sucedáneo es uno de los científicos que se encuentran alrededor de la mesa. Las
películas muestran que, en este caso, los ataques de los gallos se dirigen preferentemente a
las manos de los que son tan imprudentes de apoyarlas sobre la mesa durante el
experimento. Por lo visto, el tamaño y la posición de una mano humana apoyada en la mesa
es lo que más se parece al amenazador fantasma que la corriente hace surgir en el cerebro
del gallo”.
“Pero como un enemigo fingido de manera tan disimulada no puede expulsarse por
fuertes que sean los picotazos, si el impulso sigue conectado la escena termina por lo general
de esta manera: el gallo deja estar por fin todos los modales que ha adquirido gracias a una
paciente labor de adiestramiento y con fuertes gritos abandona la mesa revoloteando. Con
ello el animal provoca la desaparición del supuesto enemigo si bien de una manera que él no
puede comprender: rompiendo el finísimo cable que producía el fantasma en su cerebro”.
“Este experimento puede repetirse cuantas veces se desee. Siempre que el estímulo se
produce en el lugar del cerebro “encargado” de ello, el gallo desarrolla el mismo programa
de forma estereotipada. Hay que tener presente una cosa: lo único artificial y procedente del
exterior es el impulso eléctrico parecido al impulso nervioso natural. Es, simplemente, el
desencadenante de los acontecimientos. Todo lo que sucede después lo produce el mismo
animal, toda la escena compuesta por una serie innumerable de elementos diversos de
comportamiento y que se repite en la mesa vacía, siempre que se apriete el consabido botón:
la lucha con el fantasma de un “enemigo terrestre” que se acerca”.
Es imposible leer estas líneas y no asociarlas irremediablemente con el
fenómeno OVNI y, especialmente, la situación de las abducciones. Tenemos lícito
derecho a preguntarnos si algo similar no ocurrirá en estos casos y si, al igual al
gallo cuyo “programa de defensa” es congénito, genético, lo que hace en nosotros
el “estímulo exterior” es detonar la escenificación, la representación sensorial de un
secuestro. Pero, ¿por qué precisamente esa situación y no otra?. Si la psicología del
ser humano –individual y colectiva- obedece a un principio de economía de
energía y eficiencia, es porque más que re – crear una situación imaginaria –con la
consabida dificultad de su identidad en los miles de casos de abducciones- es
porque se trata simplemente de recurrir a una escenificación con una finalidad en
orden a la evolución. Voy a decirlo directamente: ¿escenificamos abducciones porque
así ocurren o porque son la forma más económica y eficiente –en términos de
energía psíquica- de hacer catarsis o bien representar el contacto con una realidad
paralela, desde la cual, Algo o Alguien nos estimula como von Holst al gallo?. Voy
más allá: ¿es improbable concebir que nuestra “respuesta condicionada” (quizás
para satisfacción de Zacharías Sitchin) fue “incorporada”, pautada, en algún
momento de nuestra evolución primigenia por una inteligencia exterior con vistas
a condicionar estas respuestas en algún momento futuro?. Y, obviamente,
reflexiones de similar tenor podríamos hacer respecto a las OOBE (“out of body
experiences” o “experiencias fuera del cuerpo”) y las “peritanatológicas” (o
experiencias cercanas a la muerte).
El propio Konrad Lorenz escribió: “El proceso filogénico que conduce al origen
de estructuras apropiadas para la conservación de la especie se parece tanto al aprendizaje
del individuo que no tiene por qué extrañarnos demasiado que a menudo el resultado final
de ambos sea casi igual. El genoma, el sistema de los cromosomas, contiene un tesoro de
información de una riqueza francamente incomprensible. Este tesoro se ha ido formando
mediante un proceso que a lo que más se parece es al aprendizaje gracias al ensayo y error”.
Si consideramos la cronología genética de la relación que existe entre ellos y las
actividades que tienen lugar de manera conciente en nuestra cabeza y que caracterizamos
con las mismas palabras, se nos cae la venda de los ojos. Entonces vemos que con nuestra
acostumbrada manera de considerar la situación nos volvemos a encontrar aferrados al
prejuicio antropocéntrico que en toda ocasión quiere convencernos de que nosotros mismos
somos el punto de partida de toda la cadena causal. Pero como también en otros campos
tenemos la tendencia a basar nuestros juicios en nuestras propias experiencias como si
fueran un patrón, la naturaleza nos parece condenada a la falta de ingenio, ya que no somos
capaces de descubrir en ella ningún cerebro pensante. En una conclusión precipitada
identificamos la indiscutible carencia de cerebro de la naturaleza con la no existencia de
inteligencia, fantasía, capacidad y todas las demás potencias creativas que en nosotros van
unidas a la existencia de un sistema central intacto. Como durante demasiado tiempo
hemos hecho del propio caso el fundamento de nuestro juicio, estamos convencidos de que es
nuestro cerebro quien con todas estas capacidades y posibilidades y que, por tanto, sin
nuestro cerebro no existirían.. Una parte no poco esencial de nuestro asombro ante la
naturaleza se basa en un malentendido que tiene sus raíces aquí. Que una parte no poco
importante de nuestra admiración por la naturaleza se debe a un misterio demasiado
palpable: al asombro por todo lo que ha podido llevar a cabo esta naturaleza que tiene que
arreglárselas sin cerebro y que con ello a nuestros ojos carece de todas las facultades
creativas que para nosotros comporta el hecho de poseer un cerebro. Como si la creatividad
y la facultad de aprender no hubieran aparecido en este mundo hasta nuestra llegada, cosa
que naturalmente plantea la cuestión de cómo ha podido conseguir llegar hasta este punto
la naturaleza en todos los eones anteriores.
Es que la Vida tiene conciencia. Aprendizaje e inteligencia, la búsqueda de
la solución a los problemas y las decisiones tomadas ante el fondo de una escala de
valores que representa el resultado de procesos de aprendizajes anteriores, todo
esto existe también fuera de la esfera del cerebro. Todo esto son realizaciones que,
sin estar localizadas en un lugar concreto (un cerebro o una computadora) pueden
existir de verdad y actuar de verdad a nivel supraindividual. Esta afirmación no
tiene nada de metafísico. Solamente contradice nuestra habitual manera de pensar.
Sin embargo, no describe más que hechos que existen de verdad en el mundo. Las
funciones que acostumbramos a denominar “psíquicas” son anteriores a todos los
cerebros. No son productos cerebrales; al contrario, como todo lo demás, también
los cerebros pudieron ser producidos al final por la evolución sólo porque desde el
principio ésta fue dirigida por las funciones de las que he escrito. Nuestro cerebro
no es la fuente de estos logros, lo único que hace es integrarlos en el individuo.
Tenemos que aprender a ver en el cerebro al órgano gracias al cual la evolución ha
conseguido poner a disposición del organismo individual, como estrategias de
comportamiento, las facultades y potencias inherentes a ella desde el principio,
pero de ninguna manera en toda su amplitud. Hasta el momento, a pesar del
tiempo transcurrido, este don está aún en un estado de desarrollo muy imperfecto.
Ninguna persona estaría en condiciones de dirigir un hígado o construir una célula
desde su cerebro. Resulta una trivialidad –pero que generalmente se nos escapa-
decir que la mayor parte de lo que la evolución ha sido capaz de producir –sin
cerebro- nosotros, a pesar de todos nuestros esfuerzos, sólo podemos entenderlo en
una mínima parte y mucho menos aún imitarlo.
Tenemos que contar con la posibilidad de que también la fase biológica de la
evolución pudiera ser sólo un estado pasajero de la historia (como lo ha sido, por
ejemplo, la evolución química). Es posible exponer argumentos a favor de la
hipótesis de que la evolución biológica pudiera terminar en cuanto a sus productos
(nosotros) hayan proporcionado a las estructuras cibernéticas la complejidad
suficiente para que las capacite para seguir desarrollándose independientemente,
sin ayuda de técnicos orgánicos, “vivos”. Y cuando esas supercomputadoras
cuenten con sistemas de transmisión de información no electrónicos sino por
ejemplo, solamente ópticos, se estará a un paso de obtener soportes meramente
energéticos para la información. Y cuando la información pueda transmitirse y
almacenarse en “receptáculos energéticos”, los contenedores materiales serán
superfluos. Entonces, una “masa de energía” podrá a la vez ser vehículo y
procesos de aprendizaje, inteligencia, ensayo, error, almacenamiento, en síntesis,
entes pensantes. De aquí a la concepción de “entidades espirituales” hay un solo
paso que quizás sólo nuestras anteojeras materialistas, la manipulación
paradigmática del pelotón de tuercas y tornillos nos impide ver en la
fenomenología OVNI.
CAPÍTULO IV
Tal vez ustedes no me crean si les cuento que fue una nimiedad, una sola
palabra en esta respuesta, lo que me hizo sentirme incómodo. Pregunté y
repregunté a la pobre mujer el sentido exacto de las palabras empleadas y todas las
veces, muy segura, me repitió exactamente las mismas. ¿Policías molestos con un
investigador de OVNIs?. Absurdo. ¿Con una mascota?. Anacrónico. ¿Un auto
negro?. Fantástico. Pero había un elemento más para estar seguro que no eran
policías. Y si bien el vocablo “pendejo” les sería muy propio, en los giros
idiomáticos usuales en nuestros regionalismos se diría “que la acabe con los
OVNIs”, “que la corte con los OVNIs”, “que la termine con los OVNIs” pero nunca
“que se aleje de los OVNIs”. Demasiado estudiado.
Y si ustedes alguna vez leyeron “Triángulo Mortal en la Argentina” (si no lo
hicieron; bueno, es una lástima), la aparición inopinada de caballeros vestidos de
policías que no son policías en un auto negro y siempre –casi una constante- con
algún detalle bizarro y absurdo (aquí el perro) les haría cerrar la ecuación con una
sola expresión: MIBs. “Men in Black”. U Hombres de Negro, si lo prefieren.
Un sainete cósmico
La conexión psíquica
Si nos detenemos en este punto tendremos dos opciones: o tirar por la borda
la totalidad de los testimonios (aún aquellos bien documentados y acreditados) por
considerarlos un atado de sandeces sin sentido alguno; o preguntarnos si detrás de
esa apariencia ridícula se esconde algo más. Obviamente, voy por esta segunda
opción. Porque si bien es dable esperar que todo fraude, toda historia propia del
día de los inocentes muestre la hilacha de ciertas características absurdas, la
verdadera avalancha de tales matices en estos testimonios es precisamente y a mi
juicio, lo que los hace más sugestivos: si sólo se tratara de una sarta de invenciones,
se disimularían más fácilmente si sus aspectos fueran, digamos, más cotidianos.
Esas concatenaciones de detalles ersatz es lo que me sugiere que hay una extraña
realidad común detrás de todos ellos.
Y aquí regreso a lo enunciado párrafos atrás: su absurdidad es tan evidente
que es parte de su naturaleza, una “pauta de comportamiento”, vamos. Una
absurdidad que tiene más que ver con la naturaleza de las reacciones que provoca
en los destinatarios que con la estructura del fenómeno en sí (¿recuerdan el
ejemplo del “koan” zen?). Una absurdidad pletórica de componentes místicos:
apariciones y desapariciones fantasmales, poltergeist sistemáticos (que acompañan
los días de las víctimas inmediatamente posteriores a las visitas), objetos que
aparecen y desaparecen (los estudiosos del budismo tibetano conocen de sobra las
técnicas de “tulpas”, literalmente “formas de pensamiento”, mediante el cual los
iniciados logran concentrarse tan intensamente en determinadas imágenes que
terminan éstas haciéndose visibles y hasta tangibles incluso para observadores
escépticos, objetivos y experimentados; verdaderos “fantasmas de la mente” que
sobreviven en ocasiones durante días cuando sus creadores se han desentendido
de ellas)...
Sin embargo, sé que puede resultar una tarea ímproba y casi imposible
demostrar, más allá de toda duda plausible, la existencia de esa “sociedad secreta”.
Simplemente por el hecho que cuanto más fuerte y más clandestina es, menos
evidencias habrá dejado de su paso, y ni que pensar en registros escritos u otras de
similar tenor. O dicho de otra manera; cuánto más éxito haya tenido en
permanecer secreta, aunque parezca una verdad de Perogrullo, más ímprobo
resultará demostrar su existencia. Así que la pauta para probar su realidad
dependerá de aplicar el razonamiento que si a través del tiempo podemos
encontrar personas aunadas por idénticos procederes y objetivos, reivindicando
intereses comunes, o eventos o personas, físicas o jurídicas, manipuladas por
igualmente extrañas circunstancias que en todos los casos conlleven a
consecuencias concomitantes con los objetivos de los sujetos mencionados en
primer término, podrá entonces colegirse con bastante fundamentos que los
segundos serán víctimas de las maniobras de los primeros, a su vez, hermanados
en una mística común; la que sólo puede responder a la fraternización dentro de
una organización unívoca.
Porque el accionar de los Barones de las Tinieblas ha apuntado, cíclica,
persistentemente –y debo admitir que con éxito- a frenar la evolución de la especie
humana. ¿Con qué fines?. Tal vez vayamos desvelándolos a lo largo de otras
páginas, pero convengan conmigo que de suyo se impone el más obvio: una
humanidad ignorante de sus potencialidades, alejada de descubrimientos que
podrían provocar un “salto cuántico” en su evolución, es fácilmente manipulable.
Distraídos de lo Trascendente, encolumnados detrás de espúreas metas ilusorias,
recuerdan aquel comentario de Charles Fort: “¿Acaso las ovejas saben cuándo y cómo
van al matadero?”.
Y precisamente porque su accionar ha sido exitoso, es que nos resulta muy
difícil tomar conciencia de cuánto nos hemos alejado de un camino de crecimiento
interior y exterior, cuán lejos podríamos estar en el camino a las estrellas si en
ciertos quiebres de la historia, en ciertas curvas de la ruta, no se nos hubiese
empujado a tomar desvíos que, en lugar de incómodos, traumáticos pero efectivos
atajos, eran en realidad sofisticadas, atractivas y cómodas autopistas hacia la Nada.
De los ejemplos que he mencionado, está llena nuestra crónica. Sobre la que,
si les interesa, sabremos regresar.
Los “aliados”
CAPÍTULO V
HAY UNA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL
1
“Al Filo de la Realidad” número 52
Sin embargo, debemos comenzar por hacer, escritor y lectores, un acto de
contrición. Reconocer que seguramente cada uno/a de ustedes tendrá su propia
opinión formada sobre el propósito, naturaleza y destino de los OVNIs y quizás le
resulte difícil digerir esta propuesta. Para ello, entonces, debemos observar si
nuestras previas convicciones no son “selectivas”, es decir, construidas tomando
de la abundante casuística los episodios que se ajustan a nuestra opinión e
ignorando por reflejo los que podrían cuestionarla. Así, si tratamos de tener un
visión global de la problemática, encontraremos que las pocas constantes del
fenómeno se ajustan a las situaciones planteadas en esa investigación ya citada.
Esas constantes, repasémoslas, son:
Entonces siendo así, entiendo que este “Mundo de los Sueños” –tan caro, por
ejemplo, al pensamiento aborigen americano y australiano, para quienes sus
antepasados provinieron, precisamente de ese “lugar”, considerado entonces por
todos ellos como un espacio ajeno al cerrar los ojos todas las noches- es el ámbito
donde ocurren tanto las experiencias de abducción como las ECM, en ambos casos,
siendo la “tierra de nadie” fronteriza entre nuestro Universo cuatridimensional y
ese Más Allá. Y en esta búsqueda, descubriremos un interesante correlato entre las
experiencias religiosas y las ovnilógicas. Lo que propongo: que en el origen de los
tiempos, las primitivas religiones institucionalizadas diseñaron rituales para
condicionar no sólo las creencias de las multitudes sino especialmente sus acciones
en el plano astral y espiritual. En tanto y en cuanto lo que esas multitudes hicieran
en el plano material competía (y eventualmente beneficiaba) sólo a los dirigentes a
nivel también físico, las repercusiones de esas acciones en otros planos eran
usufructo e Inteligencias que esperaban en esos planos.
Desde el momento que todo ritual es la repetición de un movimiento o serie
de movimientos (o acciones) en la convicción que repiten a nivel macrocósmico
actos divinos, sucesos arquetípicos de los “dioses”, será interesante preguntarse el
porqué de algunas de esas acciones, quizás con más de mnemotécnicas que de
simbólicas. Cuando el rey sumerio Gudea decide levantar un templo en Lagash, lo
hace porque en un sueño ve a la diosa Nibada mostrarle un dibujo de las estrellas
benéficas y un plano del templo. Senaquerib manda edificar Nínive según el
“proyecto establecido desde tiempos remotos en la configuración del cielo”. Lo que
demuestra dos cosas: que cinco mil años atrás el Principio de Morrespondencia
entre lo Macrocósmico y lo Microcósmico ya existía, no sólo como simple
especulación metafísica sino como herramienta de ordenamiento de la vida, y que
el mismo se conocía aún desde tiempos mucho más arcanos2.
No hay diferencia con Betty Hill cuando, durante la abducción sufrida con
su esposo Barney, es testigo de cómo el “líder de los extraterrestres” le muestra su
propio plano de estrellas (posiblemente identificatorias de sus puntos galácticos de
origen, como explicamos en AFR nº 7). Ya escribí en otro lugar que las antiguas
religiones dotaban de “identificaciones celestes” a cada comarca de su territorio,
cada montaña, cada lago, debía tener un correlato celestial. El templo era “la casa
de Dios”, no solamente porque en él se manifestaba sino porque reproducía
microcósmicamente su ámbito celestial sagrado. En otro lugar3 he señalado la
correspondencia entre constelaciones, Pirámides y Catedrales. Y si el lector no
conoce –o descree- del “Principio de Correspondencia” (ver AFR nº 2, 4, 5, 7, 8, 10,
12, 13, 15, 16, 1719, 22, 23, 26 y, muy especialmente, 151) entonces debería hacer
aquí un alto en la lectura: quizás su tiempo de comprensión no ha llegado.
2
Lo que empalma con nuestra serie “Guardianes de la Luz, Barones e las Tinieblas”, en la cual estamos
desarrollando la teoría de una civilización en contacto cotidiano con estos entes no humanos circa el 18.000
AC.
3
“Ocultismo: un atajo a las estrellas”, en AFR nº 101.
hurgar una vez más en ese Principio que, como los otros seis que estudiamos en su
oportunidad, ordenan el Cosmos a nuestro alrededor. Y dado que este trabajo se
circunscribe a una aproximación a la comprensión de la inteligencia que se mueve
tras los OVNI, hago entonces punto y aparte.
La mente cósmica
4
“Abrir una puerta”, en griego.
los segundos, tal vez éstos últimos el residuo “del día después” del ingreso o
egreso de otras entidades.
Abajo: un “ánima mundi” elaborado por uno de nuestros alumnos, residente en México.
Observe su afinidad con los agrogramas.
Abajo: el símbolo del “puente místico” (Anthakarana) es, también, un juego de ilusorias
perspectivas para transmitir por encima de las generaciones el concepto que la
“comunicación” con otros planos radica en la distorsión de la geometría de éste espacio. Por
ello la importancia nunca puesta suficientemente de relevancia en estudiar la Geometría
Sagrada5
5
Ver “En busca de otras dimensiones: explorando las grietas de la Geometría Sagrada” en AFR nº 144
Abajo: un estudio relacionando la geometría de Gizeh con la escala macrocósmica
Abajo: algunos agrogramas pueden dar una sugerencia sobre la naturaleza de los visitantes
vinculados a ellos. Obsérvese el parecido entre éste hallado en la campiña inglesa, y el
siguiente dibujo, extraído de un informe sobre masivas mutilaciones de ganado, en este caso
en Canadá, donde cadáveres de renos y ¡una ballena! Aparecieron dispuestos en forma muy
similar dentro de un círculo.
Abajo: todas las culturas, en todos los tiempos, supieron que los “círculos sagrados”
(“ánima mundi”) eran el portal de acceso a otras dimensiones. Tal, es el caso de los pueblos
africanos como el yoruba, donde los “pontos riscados”, dibujos trazados de acuerdo a muy
concretas especificaciones, como señalamos aquí, permitían la aparición de determinados
“exús”, entidades inteligentes del “bajo astral”.
Como señalara incluso en “Guardianes de la Luz....”, es lo que
históricamente se ha llamado “plano astral” (lo que identifico con el arquetípico
“mundo de los sueños”) donde operan esas otras entidades. Certezas se han
acumulado a lo largo de los siglos, y es oportuno revisarlas aquí.
Aún más. El "mito" del vampiro encierra la regla que éste no sólo no se refleja en
los espejos sino que éstos le son particularmente repugnantes. Y antiguamente, el
espejo se "platinaba", es decir, se cubría una cara de un vidrio con una solución de
un derivado de plata lo que le daba particularmente su característica reflexiva. Es
más, en el lenguaje castellano antiguo, precisamente se llamaba "luna" a los
espejos, por esa asociación. Y ese rechazo no es algo propio de los vampiros:
personalmente he asistido a numerosas sesiones de cultos afroamericanos,
candomblé, umbanda y quimbanda (de cuyos peligros hablaremos en otra
oportunidad) donde algunos participantes "montados" por entidades del bajo
astral retroceden horrorizados si inadvertidamente pasan frente a un espejo (de ahí
la costumbre, si dichas sesiones se celebran en un lugar donde no es posible
retirarlos, de cubrirlos con paños negros). Así que podemos concluir que es posible
aceptar la idea de que los históricamente así llamados "vampiros" y "hombres
lobo", sean entidades astrales, perniciosas y agresivas, que, o bien se "densifican"
en nuestro plano hasta adquirir características vagamente humanoides que los
hagan perceptibles, o bien parasiten (prefiero decirlo así antes que "posesionen") de
humanos o, mejor dicho, de la componente astral de tales humanos. En este último
sentido, es interesante señalar que todas las corrientes ocultistas identifican al
cuerpo astral con el "cuerpo de las emociones" (nuestra emocionalidad sería
consecuencia, entonces, del equilibrio y estado general de nuestro cuerpo astral) de
forma que los violentos cambios de conducta de estos pobres infelices podrían ser
explicados en función de tal apropiación.
También es interesante señalar que es ya una tradición –cuando menos en
muchos países- que el séptimo hijo varón de una familia sea apadrinado en su
bautismo por el Presidente de la Nación (antiguamente lo hacía el rey, el dictador,
el cacique). Si tenemos en cuenta que históricamente se sostenía que la realeza
hereditaria disponía de ciertas “prebendas espirituales” (inspirada esta creencia
seguramente en la presunción de su influencia divina), entre ellas el poder de
sanación (hasta bien entrado el siglo XVIII era común en Francia y Holanda, por
ejemplo, que cierto día del año el Rey se paseara entre la plebe tocando a los
enfermos, ya que el atributo de “la mano de Dios”, como se llamaba, sostenía que
quienes eran así eran agraciados curaban sus males) es lógico comprender que en
tiempos de democracias, perdido el sentido esotérico original de la práctica,
algunas de estas costumbres rituales se perpetuaran, entre ellas, la capacidad
“exorcista” del Rey (ahora Presidente) quien con su influencia podría liberar a la
pobre criatura de su estigma astral.
Aproximarnos a las “supersticiones” –palabra, que, siempre insisto, encierra
más valor del que le asignamos, ya que proviene del vocablo latino “supérstite”:
“lo que sobrevive”, en este caso, lo que sobrevive de un saber perdido- desde esta
óptica ocultista puede tener el valor agregado, entonces, de una integración
armónica y holística del conocimiento dormido en el inconsciente colectivo de esta
humanidad.
Estas entidades no sólo existen en otro “plano”, ese “plano” es “ideal” (por
oposición a “real”) para nosotros, pero muy tangible cuando ingresamos en él –
como lo sabemos, sin ir más lejos, por nuestras aventuras y desventuras en sueños
y pesadillas-. Esas entidades, por consiguiente ocupan desde nuestra perspectiva el
ámbito de lo numinoso y lo “sagrado” –aunque aquí la “sacralidad” a veces pueda
tener poca correspondencia con el relativo y humano concepto de “bondad”- Unos
y otros, humanos y no humanos, interactúan por sus propios fines a lo largo de los
tiempos, ocupando territorios mutuos, territorios que en nuestro caso son las
parcelas de nuestra mente cuando esas entidades logran manifestarse en nuestro
espacio tetradimensional. Unos y otros, cada uno desde su ángulo de
aproximación tratan de avanzar en esa zona fronteriza, inculta, que es
primeramente “cosmizada”, luego habitada. Por el momento, lo que queremos
subrayar es que el mundo que nos rodea, civilizado por la mano del hombre, no
adquiere más validez que la que debe al prototipo extraterrestre que le sirvió de
modelo. El hombre construye según un arquetipo. No sólo su ciudad o su templo
tienen modelos celestes, sino que así ocurre con toda la región en que mora, con los
ríos que la riegan, los campos que le procuran su alimento, etcétera. Ahora,
retengamos sólo un hecho: todo territorio que se ocupa con el fin de habilitarlo o
de utilizarlo como “espacio vital” es previamente transformado de “caos” en
“cosmos”; es decir, que, por efecto del ritual, se le confiere una “forma” que lo
convierte en real. Evidentemente, la realidad se manifiesta como fuerza, eficacia y
duración. Por ese hecho, lo real por excelencia es lo sagrado; pues sólo lo sagrado es
de un modo absoluto, obra eficazmente, crea y hace durar las cosas. Así,
“ritualizar” acciones conquista espacios en las mentes, y si esas mentes, a despecho
de las mediocres perspectivas de sus circunstanciales “resonadores” humanos vaga
o se funde con lo astral, vivirá eventualmente la “sacralidad” de la comunión con
otras entidades. Una sacralidad que también puede ser inducida voluntariamente
creando “anthakaranas”, puntos de fuga y fontanas blancas microcósmicas que
permitan el paso “al otro lado”.
¿Qué podemos resumir hasta aquí?. Por un lado, que ciertos rituales
obedecen a un orden de repetición microcósmica de fenómenos, ora artificiales, ora
naturales, que preexisten a nivel macrocósmico en el Universo. En segundo lugar,
que el imperio de la Ley de Correspondencia abona esa posibilidad. Tercero, que
las entidades que en ocasiones se manifiestan asociadas al fenómeno OVNI, más
que extraterrestres, serían extradimensionales en el sentido de proceder de una
franja crepuscular de la Realidad, lindante con lo astral, lo que identificaríamos con
el plano de las ensoñaciones. Cuarto, que todas esas operaciones responden a
repetir un Orden Trascendente que es geométrico a través del conocimiento del
cual puede manipularse, alterarse nuestra Realidad –o, cuando menos, la
percepción de la misma-. Quinto, que el ser humano ya tiene el conocimiento (sólo
hay que sistematizarlo) para intentar una nueva vía de contacto con entidades no
humanas6.
Abajo: una de tres huellas dispuestas en 120º luego del asentamiento de un OVNI,
Victoria, Entre Ríos, Argentina, julio de 1991. ¿Es casualidad que responda a un
“pentáculo”?.
6
¿Pero podrá manejar las consecuencias?