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psiquiatria INSOLITA-Síndromes de calendario.

SINDROMES DEL CALENDARIO

Una de las aportaciones más notables de la Medicina y la Psiquiatría al acervo cultural


es la noción de síndrome. En su acepción más sociológica que médica, la palabra alude
a algo molesto, doloroso, de presentación más o menos epidémica, pero que podría
afectar a cualquier ciudadano.
No es extraño, así, que como brillante exponente del contenido malévolo que para
cualquier ciudadano conlleva el término, el villano de la película “Los Increíbles”
responda, precisamente, al nombre de Síndrome.

Los “síndromes” de éxito sociológico han sido en su origen concebidos generalmente


por profesionales “psi” finos observadores de la naturaleza humana, y se han trasladado
a la cultura a lomos de la prensa. De ahí a la identificación colectiva y al éxito del
concepto, el tramo a recorrer es escaso.
De esta manera, el interés y el valor clínico y sociológico que pudieran tener estos
conceptos en su origen se diluye, se difumina, se echa a perder, en definitiva, a través de
la trivialización.

Tomemos, por ejemplo, el síndrome del quemado o burnout. Este concepto, que puede
ser valioso, en especial en determinados contextos y profesiones, pierde su utilidad, su
rigor, su fuste, cuando divulgado y banalizado, sirve para canalizar el descontento, el
malestar o la mera falta de satisfacción que muchos trabajadores experimentan en el
lugar o en la actividad donde se ganan los garbanzos.

Tal dilución en la sociedad hace que los verdaderos afectados se pierdan en una ingente
masa de trabajadores insatisfechos y corran el riesgo de no recibir la atención y ayuda
que necesitan.

De entre la ingente cantidad de síndromes, llamemos psicosociales, que asolan a nuestro


mundo occidental, reivindicaremos hoy dos variedades para el DSM, un catálogo
nosológico que incomprensible e injustificablemente no ha dedicado aún su atención a
tan malvados (y en el spanglish que están popularizando ciertos traductores científicos)
pervasivos.
Hablaremos en esta ocasión de dos conceptos de carácter cronológico, pero no
estacional, sino de calendario: el Síndrome Postvacacional y la llamada Depresión
Blanca, a los que ordena o determina no ya el ritmo natural, como sucede en el trastorno
afectivo estacional, sino el ritmo artificial y social de la actividad humana.

El Síndrome Postvacacional es un pseudocuadro que con metódica, casi obsesiva,


puntualidad coloniza los periódicos y los medios audiovisuales cada mes de setiembre,
como reflejo, se supone, de la devastación a que somete a la población de currelas que
acabadas sus vacaciones estivales han de reanudar su actividad laboral. No tiene sentido
insistir en el cortejo de síntomas vagos, como malestar psicofísico, agotamiento,
galvana, desajuste horario, agujetas mentales y añoranza por la siesta, que lo caracteriza.

Lo notable del asunto es que nos hallamos ante un revolucionario concepto que supera a
la más clásica depresión vacacional o “holiday blues”, concepto que se refiere al
malestar psicológico que algunas personas experimentan a causa de la abundancia de
tiempo libre, que les expone descarnadamente a su aislamiento social, o a un doloroso
vacío vital.

Fundamentado en este caso el malestar en un componente depresivo crónico, las


vacaciones destapan aquí un malestar psicológico preexistente. El síndrome
postvacacional, en cambio, se fundamenta en un malestar más agudo, derivado de la
vuelta a lo habitual. O del comienzo de un nuevo año de vida, ya que con el ritmo de
funcionamiento de nuestra sociedad, ejemplificado en el calendario escolar, los años se
extienden desde el final de las vacaciones hasta el comienzo de las vacaciones del
siguiente año.

Lo notable es que una vez generalizado el concepto, el malestar real de algunas


personas se trivializa a través de un ficticio contagio social hasta alcanzar una
incidencia que sería catastrófica desde el punto de vista epidemiológico. De esta
manera, se banaliza y diluye la realidad de la persona infeliz que contempla con
angustia el comienzo de un nuevo año que no presagia nada satisfactoria, o el castigo
que supone la vuelta al trabajo para algunas personas que viven situaciones laborales de
acoso, de “queme” o en general desfavorables.

Apenas nos hemos repuesto los sufrientes ciudadanos del síndrome postvacacional,
llegan las temidas Navidades y con ellas, la Depresión Blanca. La alegría y el gozo de
esas fechas tienen dos variantes. Una es la más profunda, ya sea de carácter religioso o
meramente familiar, y la otra es la superficial, con mucho ruido y a todo color, del
consumismo.

En medio de tanto jolgorio existen personas que experimentan un profundo malestar,


hasta el punto de que desentonarían mucho en el escenario general de paga
extraordinaria, sorteo de Navidad, cava, pavo, regalos y demás accesorios que
caracterizan a estas fechas. Entre los muchos factores que pueden causar el cuadro
figuran el estrés, la fatiga, las expectativas poco realistas, el consumismo o las
dificultades económicas para hacer frente a los hipergastos que comportan estas fechas.
Y la constatación de las ausencias.

En una sociedad acostumbrada, gracias al anuncio de los turrones “El Almendro”, a que
los seres queridos vuelvan a casa por Navidad, no tiene nada de extraordinario que las
ausencias sean una importante causa de malestar, dolor psicológico e incluso depresión
en esas fechas.

El sufrimiento del duelo se puede reavivar en estos momentos, remedando las llamadas
reacciones de aniversario, pero con el agravante de que la celebración continuada que
supone la Navidad aumenta el número de días críticos más allá de lo que puede ser
soportable para muchas personas.

Además de sentimientos depresivos, el cuadro puede incorporar sintomatología ansiosa,


como cefaleas, abuso del alcohol, ingesta alimentaria excesiva (es decir: aún más de lo
que está en el guión de las Navidades) e insomnio.

La llegada del nuevo año puede suponer para muchas personas un nuevo y agotador
peldaño en la escalera de la vida, por lo que no tiene nada de extraño que se haya
descrito incluso un agravamiento tras el 1 de enero que, por cierto, podría solaparse con
el síndrome postvacacional. Nos encontramos así ante el Síndrome Postnavidad, al que
además de estas connotaciones contribuye sin duda el estrés financiero de la llamada
cuesta de enero con unas tentadoras rebajas que complicarán el comienzo del año.

Pero la Navidad no sólo genera tristeza o depresión en personas en riesgo, sino que
puede llegar a ser una fuente de estrés e irritación en muchos ciudadanos. Para todos
ellos, el concepto de depresión blanca es una tabla de salvación a la que podrían
agarrarse y con la que podrían identificarse a través de un proceso de trivialización que
aumentaría la ya de por sí alarmante epidemia de Depresión Blanca que asola a España
cada año, con una incidencia que los expertos sitúan en el 20%. No se extrañe nadie si
ve que en años venideros se eliminan estas fiestas en aras del bien común.

Para terminar, no debemos pasar por alto otro mérito de la socialización de la noción de
síndrome. En la medida en que todos compartamos malestares y factores de riesgo y se
trivializa la realidad que podríamos llamar clínica, el sufrimiento psicológico y el
diagnóstico psiquiátrico se democratiza.

Una vez que hemos descubierto que vivimos en un Valle no ya de lágrimas, de


Síndromes, el ser humano puede sentirse en toda regla sometido a los vaivenes de la
veleidosa fortuna y, por lo tanto, exento de cualquier responsabilidad.

Los achaques, el malestar, los marca el calendario y frente a ellos no hay nada que
hacer. Nuevamente, los conceptos “psi” contribuyen a la desresponsabilización y
regresión a la que nos dirigimos con paso firme y seguro.

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