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Prosa adolescentes:

Primer Premio: La Piedra, Agustín Ramírez (Martín)


Segundo Premio: La Muñeca de Porcelana. Agustín Ramírez
( Martín)
Tercer Premio: El Bloque. Maximiliano La Furía
(Newbrad)
Primera Mención: El Crimen del Corralero. Cinthya Odette
(CINTI)
Segunda Mención: Testamento . Lucía Belén Cirimello (Lilia)

Poesía adolescentes:
Primer Premio: Ella Verónica Meyer (Rosario)
Segundo Premio: Ceremonia Nocturna Micaela Buenaventura
(Bialet)
Tercer Premio: I María Agustina Quevedo (Zoe)
Primera Mención: Los besos se dan con los ojos cerrados
Maximiliano La Furía (Newbrand)
Segunda Mención: VIII María Agustina Quevedo ( Zoe)

Prosa adultos
Primer Premio: El Hombre de la Escopeta Osvaldo F. Reyes
(Sylvano)
Segundo Premio: La Tía Ema María Aurelia Martínez
(Andrómaca)
Tercer Premio: El Ojo del Tigre Jorge Horacio Nievas
(Matelisto)

Primera Mención: El Hallazgo Osvaldo Italo Nobile (Santi)


Segunda Mención:La Perfección Francisco Segundo
Agostinetti (Franse)
Tercera Mención: En Otoño Gustavo Eduardo Geen (Tedín)

Poesía adultos
Primer Premio: Gota a Gota Hilda Norma Vale (Octubre
una vez más)
Segundo Premio: Elegía para Vos María Alejandra
Nogueira (Clara)

Tercer Premio: Costumbrera Silvio Fabián Correa


(Elprin zeVin)
Primera Mención: La Aldaba del Recuerdo Hilda Norma Vale
(Octubre una vez más)

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Segunda Mención: ¿Dónde? Alicia Collado (Eterno Silabear)
Tercera Mención:El pincel de Pablo Enrique Fernández Ánderson
(Noel)

Categoría: Prosa Adolescente

Primer premio: La Piedra


Él era raro muy raro, qué persona en su sano juicio coleccionaría esas cosas, he visto personas
que coleccionan estampillas, otras monedas antiguas, algunos hojas de árboles o hasta piedras.
Bueno si lo vemos de esa manera él juntaba piedras, pero para ser mas específico trozos de
concretos sacados de las lápidas del cementerio. Cada una de estas piedras estaba apilada y
acomodada minuciosamente en una repisa de roble, además rotuladas con el nombre del
cementerio de donde había sido sacada y el del difunto, con la fecha del deceso.
Era la primera vez que había ido a su casa, por fuera me había parecido una casa normal como
cualquier otra hasta que entré, allí todas las habitaciones estaban vacías excepto esa, donde estaba
la rara colección.
No entendí por que me mostraba eso.
Pensé que él estaba chiflado.
Decidí cortar con esa conversación mantenida hasta ese entonces sobre, muertos, lápidas,
piedras y sus aventuras al cementerio algo que me incomoda bastante, diciéndole porqué no nos
poníamos a trabajar a lo que él me contestó que había tiempo para eso. Además me confesó que en
su última visita al cementerio había visto un lápida cuyo epitafio decía “Ernesto”, nada más que eso,
sin fecha y sin otras cosas, pero que la O de esta inscripción era una piedra circular tal vez de
mármol algo que lo había atraído lo bastante como para querer ir esa noche a buscarla.
Entonces entendí que me quería llevar a saquear aquel sepulcro, él quería un compañero de
aventura, un papel que no pensaba realizar. Entonces me levanté del incómodo sillón con la ira y
el desconcierto expresado en mi rostro, le dije que no contara conmigo para nada. Él me rogó y me
suplicó poniéndose de rodillas mientras las lágrimas recorrían su pálida y alargada cara, algo que
me asustó aún más de lo que estaba y me llevaba a confirmar que estaba chiflado. Entonces viendo
esta vergonzosa pero terrorífica situación me disculpé con él y me retiré dejándolo sumergido en su
tristeza y en su locura.
Desde entonces no lo vi más, ni el lunes ni el martes, nunca más apareció por la empresa y mi
jefe estaba molesto por que no entregaba el balance que había ido a realizar a esa casa, pero pensé
que si le contaba de aquella extravagante colección me tratarían de loco.
Esperé tres semanas y él no apareció en ese lapso de tiempo, me armé de valor y decidí ir a
su casa. Toqué la corroída puerta, que estaba entreabierta y comencé a gritar su apellido, ya que su
nombre nunca lo había escuchado o tal vez se me había olvidado, pero no recibí respuesta excepto
la del silencio, lo busqué por todas las habitaciones. Pero la casa estaba totalmente vacía.
Viendo esta situación decidí ir al cementerio y buscar una lápida que dijera “Ernesto” pensé
tal vez que él estuviera aún intentando sacar el mármol.
Investigué por todo el cementerio, por todos los rincones. Hasta investigué en su plano donde
se especificaban las ubicaciones de las tumbas, pero nada.
Luego mi búsqueda siguió en los informes de ingresos y egresos de cadáveres, algo que no
fue fácil ya que tuve que sobornar al encargado de archivos, para acceder a esta información, pero
nunca encontré al tal “Ernesto”.
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Entonces le pregunté al cuidador del cementerio, él riéndose me dijo
“Estoy seguro que eso es obra de la piedra”
Eso me interesó, no sé si el cuidador estaba inventando pero decidí seguir escuchando.
“Sí, como escuchaste pibe” continuó él “la piedra a veces tiene incrustaciones de oro o de
plata o de bronce, es de mármol o zafiro etc. La cuestión es que la piedra te llama, te atrae hacia
ella para que la toques y cuando lo haces desapareces de la faz de la Tierra sin dejar rastros.
Eso te lo cuento porque lo vi con mis propios ojos, no me preguntes qué les pasa a los que la
tocan”.
No supe qué decirle en cambio emití una risita aunque el clima que se había creado no estaba
para ninguna risa, no sabía si creer o no. Pero estaba dispuesto a seguir escuchando esa historia.
Entonces el cuidador me contó más de la piedra:
“En este cementerio enterraron a una mujer muy rica y lo hicieron con todo los lujos,
compraron la parcela mas grande, contrataron a un arquitecto para realizar un gran sepulcro. El
piso era de mármol y había candelabros de oro y plata por todo el lugar .La mujer fue enterrada con
sus mejores joyas, pero a los pocos día la tumba fue saqueada y el cuerpo fue el banquete de los
perros, cuervos e insectos. Por eso sospecho que el espíritu de esa mujer tienta a las personas para
vengarse”
Entonces desconcertado decidí terminar con mi búsqueda. El miedo me había invadido,
entonces me despedí de aquel hombre.
Tomé el camino de tierra hacia la salida. Casi llegando a la verja vi una tumba que me llamó
la atención, una que no tenía nombre pero sí una piedra con incrustaciones de oro.
Sabía que me estaba tentando, lo sabia pero yo escéptico no hice caso a la absurda historia y
me dije a mí miso ¿Qué te puede pasar por tocar una piedra? Aparte la curiosidad me mataba,
quería saber que es lo que sucedía luego de tocarla.
Estiré mi mano que temblaba cada vez más mientras el espacio entre ella y la roca se
acortaba. Entonces cerré lo ojos y la toqué, estaba extremadamente fría pero nada sucedió. Yo reí,
hasta que intenté retirar mi extremidad y no pude.
Estaba pegado.
Entonces el cementerio desapareció de mí alrededor. Mi mano se liberó, ahora estaba
acostado en un reducido y acolchonado espacio.
Apenas pude meter mi mano en el bolsillo y saqué de él un encendedor que encendí. Cuando
la negra oscuridad se iluminó, me di cuenta de que estaba dentro de un cajón. ¡La piedra te
enterraba vivo…!
Martín

Segundo Premio: La Muñeca de Porcelana

Esos pequeños y brillosos ojos de vidrios, eran atrapantes, parecían de verdad, era algo
nunca visto…
Entré inmediatamente a la tienda, apenas abrí la pesada puerta de madera, una diminuta
campana sonó sobre mi cabeza anunciando mi entrada; la tienda era tan o más antigua que la
muñeca de porcelana expuesta en la vieja vidriera. Yo estaba interesada en obtener esta reliquia.
Los muebles y las antigüedades estaban cubiertos por una gruesa capa de polvo, la habitación era
relativamente pequeña y en ésta apenas entraba algo de luz por la ventana tapada por el polvo. La
habitación estaba vacía, me movilicé mirando diversos objetos pero me detuve en una muñeca muy
parecida a la de la vidriera a la que le faltaba uno de los majestuosos ojos y cuando estaba
entrelazando mis manos en la muñeca se abrió una puerta que estaba tras de un mueble chueco y
apareció una anciana con su tez extremadamente arrugada, era tremendamente pequeña y parecía

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frágil. Lo más extraordinario fue que el ojo faltante de la muñeca estaba tapando la órbita vacía de
la anciana, no tenia dudas de que su ojo derecho pertenecía a la pequeña muñeca incompleta de
porcelana, algo alterada me acerqué y le dije qué deseaba, ella me miró un buen rato con su ojo de
vidrio fijo, luego tomó la muñeca de la vidriera , la puso sobre el mostrador, la sacudió con un
desflecado plumero y luego la metió en una bolsa de papel con una de las manijas rotas, entonces
aclarándome la voz le dije a la anciana:
-¿Cuánto es?-
Ella con una voz afónica me respondió -no no…es gratis-
Yo algo atontada y sorprendida le di las gracias, tomé la bolsa, me retiré de la tienda de
antigüedades y mientras lo hacia me pregunté: ¿ Por qué alguien regalaría algo tan antiguo y
hermoso? .Esa muñequita con su cara de porcelana blanca como la nieve, su pelo humano de un
rubio intenso, lacio y bello como su ropa de seda china tenía un vestido de princesa de color
marrón claro con apliques de imitación de diamantes , lo más increíble eran sus ojos de un celeste
cielo, eran tan reales que no me atrevía tocarlos .
La tormenta se arremolinaba sobre la ciudad, justo cuando llegué a la casa empezaron a caer
las primeras gotas.
El sueño me ganó, me recosté en el sillón pensando dormirme sin cenar; antes deposité la
muñeca lo más despacio posible en un almohadón al lado de mi hombro, los párpados se me
hicieron pesados como dos inmensas rocas y entonces me quedé profundamente dormida. Tuve uno
de los sueños más raro y terrorífico que pude haber tenido en mi vida; estaba en una lugar desierto
tan grande que parecía infinito, este era oscuro realmente oscuro, era una oscuridad anormal no
sabría decir si en este lugar había paredes o algo así y en este panorama me encontraba con la ropa
que me había acostado yo era la única cosa iluminada. Entonces un sonido de pasos se hacían cada
vez más intenso, miré hacia delante, vi la muñeca de porcelana sentada, aunque algo me decía
que debía alejarme de ella, yo avancé, cuando estuve a dos centímetros de distancia me senté junto
a ella y esta me dijo con una voz demoníaca:
“Cabello de mujer, ojos de vidrios y corazón de porcelana, ahora tu cabello, tus ojos y tu
corazón me pertenecen, ahora y siempre”
Entonces desperté con los pelos de la nuca erizados y un escalofrío recorría toda mis vértebras,
sabía que había despertado por el dolor en mis ojos, pero seguía inmersa en la oscuridad del sueño,
no podía abrir los ojos y sentía un gran dolor en ellos, tantee en las cuencas, estas estaban vacías,
mis ojos habían desaparecido y de las órbitas brotaba sangre; desesperada , atemorizada y
horrorizada , sin saber que hacer pegué un grito hasta que mis cuerdas vocales no dieron más , luego
rodé por el sillón y caí al piso, me choqué la cabeza con la mesita ratonera que estaba entre los
sillones entonces esquivando la sangre me refregué en el lugar donde me había golpeado y me di
cuenta de algo aún mas horrible mi pelo apenas media un milímetro, me había rapado entonces las
sangre se mezcló con lagrimas y volví a gritar aún mas fuerte, me di cuenta que la promesa de la
muñeca era real, esa muñeca estaba maldita. Entonces entendí lo del ojo de vidrio de la mujer y el
tan increíble regalo pero me consoló que todavía tenía mi corazón, porque sentía un latido errático
en mi tórax, pero luego una mano me tocó en el pecho, me quedé inmóvil, intenté alejarme de
aquella mano pero ninguno de mis músculos respondió, era una mano del tamaño de la de un bebe
pero esta estaba helada, la misma se clavó en mi pecho, quebró mis costillas, el dolor era
insoportable pero nunca pude gritar, solo se escuchaba el crujir de mis huesos, luego sentí que la
mano tomaba mi corazón y me lo arrancaba, aun escucho ese latido pero fuera de mi cuerpo
sostenido por esa mano, también esa risita de la muñeca. Ahora la promesa está completa y siento
que mi alma se me escapa por ese hueco de mi pecho.

Martín

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Tercer premio: EL BLOQUE.

Conocí aquella montaña cuando aún era niño, pero quedó grabada en mi memoria como marca
de fuego por su naturaleza dominante. Aquel despoblado, tierra de todos y de nadie, como dijo mi
padre: era una obra arquitectónica digna de un demiurgo idiotizado por su propio poder.
El terreno era bastante inaccesible, el sol ardía los cuerpos y ese color rojizo que emanaba se
había impregnado en la tierra teñida de escarlata.
Fué entonces cuando a la lontananza contemplé sorprendido (tal vez no de forma conciente)
algo que perduró en mí: pese al clima y la sequedad del ambiente, una diminuta población
indígena había construido sus casas de adobe, en aquellos gigantescas y desérticas montañas . Así
la montaña daba la incoherente idea de estar cargada de una vida casi abiótica, donde se veía a
todos descansando dentro de sus humildes obras cobijadas por otra superior.
Apenas si pude observar a un indígena, con sus labios partidos y su rostro reseco por el astro
Dios. Levantando aquella mano repleta de callos por el agotador trabajo y adjunto me sonrío.
Aquella sonrisa me dejó algo perplejo, aunque respondí al instante, pero yo solo conocía al indio
malón, aquel que mataba por la espalda a los españoles. Su saludo y esa sonrisa desdeñada por el
tiempo, me dejo sumamente confundido.

Pasaron los años, algunos apenas iluminados pero en su mayoría oscuros, donde la luz de la
experiencia solo me había conducido a tropezarme con más paredes y saber que no podía caer
abatido, porque la vida consiste en una resistencia impecable. Si, es imperfecta dado que la
perfección (incluso en su máximo exponente) tiene grandes errores que si los censuráramos,
entonces si, vivir sería un calvario, condenados al éxito sin tener metas o propósitos, todo
significaría fruslerías y las vaguedades del mundo, cobrarían entonces un alto valor que no lo
merecerían. Era ese espíritu de adolescente (que todos deberían tener) que soñaba poder cambiar el
mundo, lo que me impulso durante algún tiempo.
En septiembre de este año, una propuesta llegó a mi persona. En las montañas del norte, una
importante multinacional minera, había comprado las tierras al estado, para explotarlas y
enriquecerse con el fruto de aquellas moles.
Me convencieron –por mi cercanía al lugar- para participar de una pequeña “Campaña del
Desierto”, en la cual participarían todos mis amigos desempleados.
Pese a su inconstitucionalidad la empresa nos garantizó tranquilidad, por lo que deberíamos
empezar a despojar de esas tierras privadas a los “usurpadores”. Nos portaron con un bagaje lleno
de provisiones y bidones de agua y un revólver que emplearíamos solo en caso de necesidad.

Aún era de madrugada cuando camiones nos acercaron hasta el lugar y nos explicaron que
regresarían más tarde, mientras nosotros despoblaríamos a los 75 habitantes, y esperaríamos la
llegada de supervisores y herramientas.
Caminamos por esos cerriles caminos, cargados de arcilla que se escurría entre los pies ha
medida que caminábamos pendiente arriba.
La admiración se apoderó de nosotros, una imagen nos apresó a todos, casi con un orgullo
impensable, pugnando lo propio contra una hegemonía sin sentido y con recuerdos nostálgicos de la
insondable desaparición de su basta raza; los aborígenes habían cercado la diminuta aldea con sus
cuerpos formando una ronda a su alrededor.
Comenzamos a golpearlos para que se retirasen, pero no había respuesta, eran indiferentes a
nuestra presencia, casi como estatuas guardianas de ese Eden, “su” Eden...
Una pequeña niña me miró sonriente, y me tomo del pantalón tironeándomelo. Tal vez en su
inocencia me pedía a gritos: “Reacciona”. Miré sus labios todos cortados y cubiertos de sangre, sus

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manos raídas por el trabajo diario para sobrevivir y sus ojos llorosos de las tormentas que azotaron
sus cuerpos.
¿Qué hacia yo diciéndole a esa gente que esa no era su tierra? Esa gente que tuvo sus hijos allí,
esas mismas personas que trataron la montaña, el sol, la luna, la noche, el día como sus Dioses y
bajo los cuales soñaron con el mañana, un mañana aniquilado por la soledad.
¿Quién me decía aquello? Yo mismo. Que importa si su vernáculo jamás fuese aceptado o
siquiera conocido, era aquel un lenguaje que traspasaba las palabras, era su poesía. ¿Por qué un
hombre con sus zapatos bruñidos y su impecable prolijidad y presencia, podía hacerse dueño de un
mundo que jamás vivió? ¿Acaso aquella raza no había soportado demasiado?
Sí. Había tolerado el abuso de los españoles, enfrentando la abnegación y padecieron de ella,
la barbarie y sobre todo la incomprensión de una sociedad ignorante que solo los veía como
bestias, que arañaban sus vestiduras en la rebeldía contra la vida actual y se resistían a aceptarnos,
sin darse cuanta la situación inversa a la real.
Abrí los ojos y lo ví de nuevo, allí, como una pintura antigua, con sus tonos oscuros y sus
pensamientos del mismo color, la montaña pareció sonreírme y sus habitantes de pie, esperaban sin
chistar, no por ellos, sino por su cultura, su descendencia y su olvidado lugar en el mundo.
Me uní a los brazos que encadenaban esa ronda y aunque confundidos, uno a uno, mis
compañeros, hicieron lo mismo, porque soñaban con el mundo compartido que jamás había salido
de aquella petulante cloaca llamada historia.
Llegaron las palas excavadoras, los hombres con dinamita, el hombre de zapatos bruñidos
convencido de la subyugación. Pero ahí nos quedamos, como estatuas protectoras de aquel
horizonte rojo, como el fuego del sol que lo ilumina. Estatuas protegiendo un Edén entre las
cenizas del infierno.

Newbrad

Primera mención: EL CRIMEN DEL CORRALERO


(Homenaje a Jorge Luis Borges)

Soy Rosendo Juárez y esa noche estábamos todos bailando la milonga. Pero y era el más gaucho
de la noche, el pueblo decía que yo era de los que pisaban más fuerte. Me decían el pegador.
Yo me metía en todos los quilombos, todos me respetaban, hasta las chinas más lindas del
pueblo. Yo era un buen mozo, y hacía las mejores escupidas.
El local donde estábamos era un galpón de chapas y las chinas déle bailar, pero mi Lujanera las
sobraba a todas.
Pero todo se terminó enseguida cuando escuche que se avecinaba un placero hasta el tope de
hombres que se hacían los malos y uno de ellos, que era “el Corralero”, estaba déle tirarle fustazos a
los perros. Hubiera visto usté la soledá que traían. Y de golpe empecé a escuchá de cerca la
guitarreada de los forasteros.
Al rato golpearon la puerta y se quedó todo en silencio mortal, apareció un tipo alto, de negro, y
una chalina al hombro.
Golpeó la hoja de la puerta, todos empezaron a darle pechadas, silbidos y salivazos; las chinas
se reían de él; y así como estaba se me acercó, me miró fijo y me dijo:
-Yo soy Francisco Real, un hombre del norte. Yo soy Francisco Real, que le dicen el Corralero.
Yo les he consentido a éstos infelices que me alzaran la mano, porque lo que estoy buscando es un
hombre.

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Andan por ahí unos bolaceros diciendo que en estos andurriales hay uno que tiene mentas de
cuchillo, y de malo, y que le dicen el Pegador. Quiero encontrarlo pa que me enseñe a mí, que soy
náides, lo que es un hombre de coraje y de vista.
Me dijo eso y no me quitó los ojos, tenía un cuchillón en la derecha; aparecieron en la puerta
unos seis o siete de la barra del forastero. Yo le dije que no lo iba a desafiá.
Y en eso mi Lujanera me miró mal y me tiró el cuchillo, se burló y se jué con el forastero,¡que
traidora!
Yo hice que siguiera la milonga, los había defraudáo a todos, a mi pueblo que ahora me tenían
como cobarde. Y agarré pa el lado del Maldonado lleno de pena.
Pero mientras tanto el pueblo era un quilombo. Porque de golpe apareció mi Lujanera llorando
con el forastero apoyaó al hombro, le habían disparáo al Corralero, éste dentró al galpón y cayó
como poste al suelo, traía una herida juerte al pecho el desgraciáo.
Mi Lujanera dijo que un desconocido le había dado una puñalada.
El Corralero pidió en voz baja que le tapen la cara, y así jué. Murió tranquilo.
De golpe la empezaron a culpá a mi Lujanera del crimen. Y al fináo en el piso le sacaron todo lo
que tría puesto. Despué lo tiraron al arroyo pa no dejá rastro, y allá jué el forastero que tan valiente
parecía.
El culpable nunca apareció, quién sabe donde esté.
Cuando al otro día me enteré lo sucedido, al regresar, volví a llamarme en el pueblo, el Pegador,
como quién dice.
CINTI

Segunda mención: TESTAMENTO

Me mataron. Lo sé por el frío que siento, que todavía puedo sentir. Me mataron y no pude hacer
nada. Sin pensarlo, sin quererlo, me declararon sin vida. Tomaron mis huellas digitales, delinearon
mi cadáver sobre el cemento y analizaron todo mi cuerpo. Midieron la profundidad de las heridas,
contaron las balas, esbozaron una científica historia y cerraron el caso.
Hubiera tenido que saberlo hace tiempo. El amor de mi vida había sido un cuerpo con una
máscara, con una trampa. Nunca tendría que haber confiado en Sally, aunque ella haya sido la única
mujer que me hizo feliz, porque últimamente la veía alejarse día a día, dándome excusas. Luego,
fue verla con ese hombre de ojos oscuros y entender todo. Y olvidar todo, porque yo no quería
entender, la amaba demasiado.
Íbamos a salir de esta sucia vida. Íbamos a cometer el último delito. Nos iríamos lejos,
ahorraríamos explicaciones y despedidas. Solamente desapareceríamos.
Los dos cadáveres serían nuestros aquella noche. El robo. El incendio. Algunos rastros. Y
después…, la nada.
Pero todo empezó mal. Hurtar yo solo los cadáveres de la Morgue fue espeluznante. Juro que
uno de ellos me miraba. El otro, con la boca abierta y cara de glotón parecía querer comerme. No
podían mis piernas ni mis brazos acarrear esos dos cuerpos inertes que, a la vez, parecían vivos. Fue
entonces, escuchar los pasos. Y correr con los difuntos. Esconderlos en los mismos cajones de
donde los había sacado. Y esconderme a mí mismo con uno de ellos. Y sentir el olor y el frío de
aquel cuerpo que me abrazaba y me tiraba su hediondo aliento de muerte. Y los pasos entrando en
la habitación, llevándose el otro cadáver, “mi” otro cadáver. Y arruinándome la primera parte del
plan. Pero yo, ¿qué podía hacer? Bueno, al menos quedaba uno.
Los pasos se alejaron. Un rato después llegué al Banco. Ni rastros de Sally. Entonces, comencé
a preocuparme.

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Repasemos la escena del crimen: dos delincuentes roban dinero del Banco, tratan de escapar. Un
incendio. Serían allí dos fallecidos completamente quemados con los documentos; el de Sally y el
mío…, y nos iríamos lejos.
Pero faltaba un cadáver, y Sally no llegaba.
Alcancé a escuchar tiros. Tratando de darme vuelta, descubrí que ya no podía moverme. Los vi,
a Sally y a él. Me sacaron la plata de las manos y corrieron. De repente, una alarma…
Siento frío pero estoy quemado. El plan del robo, derogado. El plan de mi vida, arruinado. Te
legué mi amor y el engaño perfecto. Vos te llevaste el dinero y me legaste la muerte.

Lilia

Categoría: Poesía Adolescente

Primer premio: “ELLA”

A simple vista
parece igual a cualquier otra.
Podría decirse
que trae un hombre
anclado en su cuerpo.
Ella se va quitando
los pájaros
que traía en la espalda,
tiembla,
Se sacude las palabras
y se estrella
contra la cornisa
de mi boca.

Rosario

Segundo Premio: Ceremonia Nocturna

La Tarde comienza a despedirse


espantando gorriones
contemplando vocales cerradas
en las bocas.
La noche se nos pone en los hombros
guardándonos los secretos

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entre rasguños de sedas
y maullidos de gatos.
Los fantasmas entran a los galpones
para beber el licor de guindas
que preparó la abuela.

Bialet

Tercer premio: I

Me mira a los ojos,


no me puedo escapar de su mirada.
Me advierte,
me estudia,
me cautiva,
ya no puedo hacer nada…
estoy atrapada.
Nadie a mi lado.
Camina con su forma más elegante
y espera un instante…
Espera mi jugada.

Zoe

Primera mención: Los besos se dan con los ojos cerrados

“Los besos se dan con los ojos cerrados”

Me reprendiste como experta

a un novato en el arte de amar.

Y fue tan lindo aquello que dijiste

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que una bandada de pájaros

atravesó el metálico cielo,

como una ventisca azul de junio

y comulgaron con el viento

sus alquitranaos ojos cerrados,

mientras hacíamos el amor.

((Newbrand)

Segunda mención: VIII

El cadáver exquisito camina por el bosque natural.


Se sienta a la sombra del árbol diabólico.
Siente tranquilidad en esos bordes.
Toma con sus manos,
cansadas, pesadas, sucias, podridas,
muertas…
Aquellos retazos de memoria.
Apenas los toca,
sabe que los puede romper.
Son frágiles.
Lo hacen volver a esa escena.
Recuerda…
Cuando tuvo el corazón en sus manos.

Zoe

Categoría: Prosa adultos

Primer premio: “EL HOMBRE DE LA ESCOPETA”

Todas las tardes, cuando el cielo comienza a reunir las nubes dispersas, se lo ve llegar desde
el bosque con su escopeta de dos caños al hombro y las orejas de un par de conejos muertos que

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sobresalen de su morral. En la esquina de la plaza del pueblo suele cruzarse con la viuda de su
mejor amigo y, sin cambiar palabra, la convida con uno de los gazapos. La gente se pregunta:
¿por qué la mujer no sonríe, ni siquiera cuando aprieta el cuerpo inerte de la caza contra sus
pechos?
La viuda siempre viste una blusa ceñida y peina con dos trenzas su negro cabello que hace
juego con unos ojos enormes, tan grandes como el tamaño de dos monedas de un real.
Las vecinas, mientras esperan para comprar verduras, acostumbran preguntarse: ¿por qué la
viuda se peina con dos trenzas? Las más jóvenes dicen que por higiene. Las cuarentonas opinan que
por comodidad, y algunas de las que ya peinan canas murmuran que es porque no tiene nada que
hacer. Habría que ver si ella tuviese que criar hijos, hacer la comida, o atender al marido, si se
pasaría las horas ante el espejo para jugar de ese modo con su cabello, pero todas callan cuando la
viuda pide un kilo de zanahorias con una sonrisa y masculla por sobre el hombro:
-Uso trenzas, simplemente, porque me gusta – y al decirlo, su amplia sonrisa pinta la
mañana de un extraño carmín cuajado de sol.
El pueblo entero suele inquirir, por lo bajo, ¿qué demonios hará con un conejo muerto
todos los santos días? ¿Quizás, guisos variados? ¿O tal vez, extraños sacrificios, o algún rito
satánico Los más osados hasta se han atrevido a vigilar el camino de su casa y dos muchachones
corpulentos llegaron a espiarla por entre las hendijas de su ventana.
El único que sabe el secreto, es el hombre de la escopeta.
En las esquinas de vecindario, en la barbería del anciano corcovado, en la botica del
extranjero establecido desde hace mucho tiempo, corre el murmullo de que el prolijo cazador se
allega hasta la casa de la mujer de las trenzas con un cuchillo enorme y, paciente y habilidoso,
desuella al orejudo, troza la pieza, limpia los restos y después se dirige al dormitorio. Cuelga la
escopeta a la cabecera de la cama y comienza a desnudarse, sin tener en cuenta el frío que impera
en las largas noches de invierno.
Un día, la pregunta rodó por las calles. Desde la municipalidad hasta el umbral de la
sacristía: ¿por qué la viuda no luce más trenzas? ¿La habrá vencido la monotonía de desenredar,
pasar el cepillo, alisarlo y volver a la tarea del trenzado? ¿O tal vez será porque alguien la tomó
de una de ellas y con sus besos sedientos la obligó a abrir sus carnosos labios? ¿Por qué razón ha
dejado de exhibirlas? ¿Acaso, esa no había sido la promesa jurada a su marido en el lecho de
muerte?
Llamó la atención no ver más al hombre de la escopeta de dos caños. Los vecinos ociosos
comentaban en la taberna: ¿qué habrá sido de su vida?
Los más viejos dejaban caer, entre bocanadas de humo y vasos de licor, que entonces
la viuda andaría por el bosque en busca de algún conejo. Tal vez le faltasen unos cuantos para
concluir la manta que apenas cobijaba el cuerpo del mejor amigo de su esposo.
Entonces, lo dicho por el ñoño de la aldea, corrió como reguero de pólvora:
-Yo he visto, aquella noche pasada dentro del bosque, en un claro de la espesura iluminado
por la luna, a la viuda peinada con trenzas, cuando saltó sobre un conejo y, clavándole los dientes
en el cuello, lo fue despedazando a mordiscones, mientras en lo más alto de un árbol frondoso el
hombre de la escopeta la alentaba con loca excitación.
SYLVANO

Segundo premio: LA TIA EMA

La tía Ema, con tan maravilloso nombre, tenía un piano en la sala de su casa. Algunas veces
tocaba para mí. Yo la miraba echarse hacia atrás, entrecerrar los ojos y poner en el movimiento de

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las manos el efecto de una danza sobre el teclado. Sin conocer nada sobre la música que tocaba, me
sentía llevado hacia otro lugar.
Me encantaba, con disimulo, espiar sus cosas: los baúles misteriosamente cerrados, las fotos de
la pared que tenían la impronta de una época conocida sólo por ella, una hamaca del Uruguay
balanceándose en la pequeña galería, donde dormía mis siestas sin protestar. Y el samovar. El
samovar, que era para mi el más extraño de todos sus objetos. Exiliado sobre la mesa ratona,
rezumaba tés de las Filipinas. Y estaba la salamandra, cuyo nombre remitía, para mí, a un animal
fantástico que nunca terminaría de imaginarme. Los pocos inviernos en que estuve allí para
disfrutar del fuego de leña, solía quedarme arrebujado sobre el sillón, entre mantas, y la sola
presencia de ella era suficiente para sentirme bien, mejor que nunca.
Y también estaban todas esas cartas sobre el escritorio, un montoncito blanco que encerraba
probablemente una intimidad descuidada que no me atreví a leer nunca, por una cuestión de
vergüenza, ni siquiera cuando la tía Ema no estaba en la casa.
Desde la terraza yo miraba la escollera de piedra adentrarse en el mar igual que el espinazo de
un pez envejecido, como si eso pudiera igualarme a ella, cuando se sentaba allí y se adentraba en
una distancia que no tenía forma de salvarse.
Había días en que paseaba por la playa y usaba una capelina ancha que había traido de Italia,
según mi madre. Con los años volví a ver esa imagen bajo el sol, en los cuadros de Sorolla.
Yo sabía que las circunstancias la habían hecho tropezar con un militar que se transformó
después en marido, que había muerto joven. Desde un aburrido retrato con bigote y con uniforme, él
todavía la vigilaba. Habían viajado juntos muchas veces. Siempre por mar. De esos viajes nunca
volvió la misma Ema, se comentaba en familia.
Cuando tomaba vino en copas transparentes y fumaba, el tío Ernesto, incómodo, resoplaba
afirmando que eso era signo de libertinaje. Todos perdían la voz cuando yo preguntaba qué quería
decir esa palabra. Entonces el tío Alberto, el primo lejano, me guiñaba un ojo y yo veía que
levantaba su copa y brindaba, divertido. Recuerdo que la mirada de él tenía un aire de aprobación
muy disimulado.
Los veranos eran así, todos en familia, en la casa grande cerca del mar, pero no tan cerca como
la de .la tía Ema, que vivía sola.
Me encantaba y me envolvía su mundillo de historias incontables pero no me importaba saberlas
porque el misterio les otorgaba un agradable sabor.
La tía Ema murió un día de manera extravagante. Se había caído de la hamaca. Una tarde. Sola.
Mientras la velaban en la capilla familiar, fui hasta su casa de la playa con la certidumbre de que
ella en realidad estaba todavía allí y no en otra parte pero el primo Alberto había llegado antes que
yo.
Lo espié a través de la ventana sin animarme a entrar. No me animé porque él lloraba y yo no
recordaba haber visto llorar a un hombre tan grande, más aún, no tenía idea de que los hombres
lloraran. Recuerdo que caminé solo durante mucho rato, tan solo como sospechaba que el primo
Alberto se sentía. Así supe que eso nos mantendría unidos siempre. Igual, me costó mucho
perdonarlo.

ANDRÓMACA

Tercer premio: EL OJO DEL TIGRE


Tratamos de hacerle ver que este viaje es una locura, pero no hay caso. Desde que salimos de
los llanos y hasta llegar a Santiago, en cada posta se forman coros para advertirle del peligro.

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-General, -le dicen algunos, -tome un desvío, no pise territorio cordobés. En cada vuelta del
camino, a la orilla de cada monte, lo van a estar esperando.
-No se preocupen. -contesta a los temerosos. -Cualquier partida que intente asesinarme, a una
voz mía, se pondrá a mis órdenes.
-Acepte al menos una custodia, General. -piden otros.
Intentamos más que nadie influir en su intuición, en la que cree a ojo cerrado. No resulta.
-¡Ah, si tuviera a mi moro! -rezonga. -Me llevaría por donde no hay peligro.- Y ahí nomás
monta en cólera, recordando cómo los unitarios se alzaron con el animal cuando le cayeron por
sorpresa en Oncativo. Pero más furioso se puso al enterarse de que Estanislao lo recuperó después
de un tiempo, en un entrevero con los hombres de Lamadrid, y se hizo el zonzo. Se quedó con él,
como ignorando quién era el dueño, cuando cualquier gaucho de lanza lo reconocería aun en plena
noche.
Cree en los poderes sobrenaturales de su caballo. ¿Cómo convencerlo de lo contrario, si el día
de la derrota de La Tablada, el moro no se dejó montar? ¿Y en El Tala, cuando había dispuesto la
primera carga por un flanco, y el animal enfiló para el centro, mostrándole el camino a la victoria?
-Ya lo voy a agarrar a ese sotreta. -sentencia cada vez que habla del asunto.
Y el asunto no es moco de pavo. Si hasta Rosas se metió a componedor, temiendo que en alguna
reunión de los tres caudillos federales, el General agarrara del cogote a Estanislao, mandando al
diablo todo lo hecho por la organización del país, a causa de un caballo.
Nosotros esperamos el encuentro con el santafesino para fulminarlo. Por cierto que conocemos
de sobra nuestro poder. Afloja tabas y hace sudar la gota gorda a cualquiera que comparezca ante él,
por mínimo que sea el motivo. Timbero como es, le venimos de perlas. En el juego de naipes, con
solo semblantear a sus rivales, sabe quién miente y quién no.
El propio Restaurador nos esquivó cuando el General bajó a Buenos Aires para echarle en cara
su demora en dotar al país de una Constitución. En el encuentro, sin secretarios ni edecanes, el muy
ladino evitaba mirarnos, mientras le daba vueltas alrededor para convencerlo de que el país no
estaba maduro, que todavía quedaban algunos pícaros para poner en vereda. Y lo convenció. No
pudimos hacerle ver la realidad.
Su intuición, sus agallas, los poderes sobrenaturales del moro, y nuestro influjo, alimentan el
mito en el boca a boca de la paisanada. “El General nunca duerme”, dicen. “Al General no se lo
puede engañar”. “El General lee el pensamiento”. Hay quienes afirman que su alma les pertenece a
los “capiangos”, seres reclutados en el infierno que lo escoltan cuando anda de noche.
El sabe sacar provecho de la leyenda, para achicar a propios y extraños. Pero al mismo tiempo,
tiene fe ciega en su destino, y por eso corajea sin límite. Como dice el “Manco”. “no es un hombre;
es una desmesura”. Testarudo por demás, su capricho es un péndulo que oscila entre la vida y la
muerte.
Así es que se ha negado a aceptar la protección que le ofrecieron en Santiago. Desprecia a
quienes llevan las riendas de la política en Córdoba. Dice que son una tribu ruin, y quiere tener un
encuentro con ellos para comprobar si son capaces, siquiera, de sostenerle la mirada mientras les
canta cuatro verdades. Nosotros estamos listos para la ocasión.

Es mediodía. Bajo un sol ardiente, la galera transita por un camino polvoriento del norte
cordobés. Cada tanto, el General seca el sudor de su frente con un fino pañuelo y nos limpia la tierra
que se filtra por las ventanillas.
Los emboscados aparecen desde atrás de unos breñales. Al grito de: “¡Haga alto esa galera!”,
disparan una descarga que voltea al cochero, al postillón y a un lugarteniente del general. El se
asoma con una pistola en cada mano.
-¡Quién manda esta partida! -brama.
El negro cañón nos apunta. Nuestra fama no es poca cosa: al sicario se le aflojan hasta los
cojones del alma.
-¡Tirá, Santos!- se oye.

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El hombre aprieta el gatillo. Pese al temblor, da en el blanco. El plomo se lleva a mi compañero,
y de a poco, la vida del General.
Ahora estoy aquí, viendo, mientras mi luz se apaga, cómo esos rufianes rapiñan todo lo que
pueden, hasta su mondadientes de oro.

La noche y el silencio rodean el paraje. Desde una picada, iluminada apenas por la luz de la
luna, una extraña tropa aparece. Un fornido sargento de mirada de lechuza se apea frente a la galera.
Trae un caballo oscuro de las riendas. Se cuadra y grita: ¡Permiso mi General! ¡Escolta lista y a sus
órdenes!
El Tigre de los Llanos monta y parte, ladeado por sus “capiangos”. Un parche en la cara le tapa
la cuenca vacía. Yo cubriré esa ausencia. Con el moro, guiaremos sus pasos en la eternidad.

MATELISTO

Primera mención: EL HALLAZGO


“La mort esdt un sommeil sans rêver”.
Jorge Sintes Pros
A ver... cómo empezamos?...
Yo le diría ...-Séame sincero y dígame la verdad...
Seguramente su respuesta veloz, tajante, merecería ser algo así como – Yo soy sincero!!! Me
ofende, yo no miento nunca!!!
Bueno en ese caso no creo que tenga éxito en algún juego de barajas, pero eso no viene al caso.
Mejor le digo:- recuerda...o no, mejor aún le pregunto: imaginó alguna vez, paseando solo por la
playa, caminando lentamente, la mirada perdida en la arena, enganchando con los dedos a veces el
suelo, dejando que el agua, espumosa y agotada, juegue con sus pasos, qué algo iba a
encontrar?.Bueno, imaginó o tuvo la premonición de que iba a descubrir algo semienterrado, pro no
un mísero billete extraviado, mojado y desvalorizado, o una baratija o pedazo de flotador
pediátrico, sino algo digamos, importante, fantástico, imponente, trascendental? Un tesoro, una
sirena viva, ardiente y pasional, una botella con un mensaje en su interior, misterioso y revelador,
de una importancia ecuménica o la piedra filosofal? O mejor, encontrar la lámpara maravillosa de
Aladino?
No? Hum...recuerde...o sueñe...Sí? y frotarla!!!! Y que salga el genio, enorme y bonachón y que
con sumisa actitud y servicial voz le haga la pregunta del millón en agradecimiento a su liberación,
invitándolo a pedir tres deseos...
Qué pediría?
El primero: todo el dinero del mundo! Error, ya que si lo tiene todo usted, no vale nada y los que
dominan la economía mundial (sí, esos tres o cuatro tipos) decretarían la caducidad de esos
billetes e inventarían otros sin valor canjeables y sería entonces aún más pobre que ahora.
El segundo: la mujer más bella del mundo!?. El genio va a creer que en vez de un veraneante
normal lo liberó un suicida. Con ese deseo concedido pasaría a ser un pingajo en las manos de dicha
agraciada dama, títere absoluto de todos sus caprichos y ni hablar del cardumen de babosos que la
cortejaría día y noche. Qué usted no es celoso? Lamento que nunca haya amado...
Y el tercero ser inmortal!? Insensato! Qué más extremadamente excitante que morirse? Una
muerte digna, como todo ser humano bien nacido se merece, como fin de una vida plena, pródiga,
total recuerde que cuando se muere, allí comienza la inmortalidad, el honor del apellido, de los
cariños, de los recuerdos, que se irán algunos esfumando en el tiempo y la distancia, trasvasándose
y recreándose con más fuerza en los familiares y amigos que supo dejar.

14
Entonces usted es uno de los que nunca miró esperanzado en encontrar algo, nunca buscó algo?
Nunca soñó?...
Bueno yo sí, caminando por la playa siempre miraba, buscaba, imaginaba, soñaba y sabe,
encontré lo que quería encontrar ... Qué era? Valores, honores, placeres? No. Yo siempre que
caminaba por la playa ansiaba encontrar......
Un cadáver.
Y lo encontré.
Pero no un cadáver cualquiera,.Es decir no un cadáver muerto, del todo por lo menos...
Veamos.
Verano pasado y pesado enero, playas calientes, aguas frías, el clásico:- voy a caminar un rato.
Dejar a los chicos que sigan molestando con puñados de arena al viento a los vecinos y salpicando
de gélida agua a los trémulos bañistas, cautos ingresantes al mar, a los suegros y/o padres echar la
siesta en la residencia cercana y a la esposa con sus amigas descuerar a troche y moche, a presentes
y ausentes, sanos o enfermos, vivos o muertos, que para el arte de criticar no se debe andar con
chiquitas.
Bueno y allí yo andaba, caminando como ya le dije, ignorando que a cada paso modificaba el
centro de gravedad de la tierra, como lo va haciendo una mísera mosca al andar por el marco de una
ventana, cabisbundo y meditabajo, como decía un amigo, descompensando ambos pies por el
declive del terreno, absorto en mi deseo de búsqueda cuando, lo pisé.
Era un cadáver, pero no un cadáver cualquiera, era digamos, un supercadáver, muy pasadito
para que me entienda y me envidie, semienterrado bajo una fina capa de arena. Lo descubrí cuando
mis pies se hundieron dentro de su abultado abdomen, globuloso y frágil, rico en contenido
fermentado y pútrido y descendí hasta su columna que al recibir el impacto de mi pisada se quebró
y angulándose por un efecto cinético elemental, catapultó hacia fuera, la incorporación de la cabeza
y el tronco semidescarnados y malolientes, como una fantasmagórica y aterradora aparición, sin
ruido casi, chorreando finos ríos de dorada arena como rocío de oro al pleno sol, con ese rictus
sarcástico que tienen todos los muertos cuando se están quedando en pelado esqueleto. Le faltaba
un ojo, mejor dicho ojo y medio, dejando ver sus cuencas vacías. Creo que los globos oculares son
un manjar predilecto de los voraces gusanos que se relamen al solo imaginar la recepción que nos
darán a cada uno de nosotros cuando pasemos a ser abono de una tierra hambrienta de fertilidad.
Por ello tengo ordenada mi cremación.
Sigamos...el espanto...se puede describir? Alguna vez tuvo la real sensación que el hielo ardía,
comparado con la temperatura de su sangre? Qué el corazón lo ahogaba al querer huir por su boca?
Algo así sentí...
En ese estado digamos demencial, veo que surge lentamente la mano derecha, huesuda, con
algunos postreros colgajos de piel y me pareció ver en ella que su dedo índice se flexionaba y
extendía, lentamente, como llamándose. Ya loco, que otra palabra puede resumir mi estado?, me
acerque. La mano ahora sí inequívocamente repitió la maniobra y un incipiente movimiento de sus
macabras arcadas dentarias, me indujeron a creer que me llamaba, que algo me quería decir.
Trastornado? Gracias por su benevolencia. Tuve la sensación de ser un elegido para adelantarse a
los acontecimientos. Si se dice que dentro de décadas se podrá leer el pensamiento, dentro de
milenios se podrá hablar con los cadáveres. Anote lo que hoy le digo...
Bien, en un cuadro de enajenación total, luchando por superar toda la repulsión y el horror de la
situación, me incliné e instintivamente acerqué mi oído a su boca...
Amigo. Otra vez me quedo sin palabras. Con un susurro, con la voz que deben tener los ángeles
más buenos, me llegó esa frase que me sideró, que bloqueó mi cerebro, o lo que quedaba de él y
fulguró mi mente para siempre, pues me reveló... la verdad de la existencia.
Lástima que dado mi estado no pueda repetirla.
Quién le creería a un loco?
SANTI

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Segunda mención: “LA PERFECCIÓN”

Le costó tiempo y sacrificio, pero logró llegar a manejar su cuerpo a través del dominio de la
mente, a controlar sus necesidades fisiológicas, a no sentir frío ni calor, ni sed, ni que sus músculos
sientan cansancio o entumecimiento por la rigidez de la quietud, a desentenderse absolutamente del
ambiente que lo rodea, a convertirse en una cosa, a se piedra, a no sentir como una estatua.
Después de largos meses de entrenamiento, de duras privaciones, de angustias, de dolores, de
sufrir calambres y mareos, se consideró que estaba listo y decidió debutar.
El lugar ya lo tenía elegido desde hacía mucho tiempo, frente a la gran tienda, en el mejor lugar
de la peatonal, donde era prácticamente imposible no verlo. Su primera transformación lo convertía
en Julio Cesar, el legendario emperador romano, cuya la estatua original, obra de un escultor
famoso. Eligió cuidadosamente las prendas que luciría, se afeitó la cabeza que adornaría con una
tiara de blancos laureles, confeccionada en tela por su hermana, modista de novias. La rutina
empezaba cerca del mediodía, cuando el centro tiene su mayor caudal de gente, que van y vienen
sin cesar, como si fuera un hormiguero gigante. Llegaba al lugar elegido con su maletín y una
pequeña caja de madera pintada de blanco, que utilizaba como banquito para sentarse a prepararse y
luego utilizaba de pedestal o tarima. Preparaba los polvos, cremas y ungüentos, que aplicaba
cuidadosamente sobre su piel, cubriendo toda su superficie y poco a poco su rostro, cuello y cabeza
se transformaban en mármol, blanco y puro mármol, como extraído de las mejores canteras de
mundo. Terminado el largo proceso de metamorfosis, subió a su pedestal, acomodaba su cuerpo de
acuerdo a la pose del modelo estudiado, se concentraba mentalmente e iniciaba la quietud, ante la
admiración de unos y la indiferencia de otros. Los comienzos fueron duros, aún sentía el cansancio
de sus miembros rígidos, la dificultad de mantener el equilibrio por muco tiempo con lo ojos
entornados, sentía ganas de orinar, sufría la picazón que le producía el polvo del maquillaje y se
desesperaba, tenía angustias, ganas de llorar, de gritar y salir corriendo, pero aguantó, soporto,
aprendió a dominarse. Primero fue una hora, luego dos y tres y cada día un poco más. Las clases de
yoga habían dado resultado, la clave radicaba en la gran concentración menta, dejarla en blanco,
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entonces la mente no ordena, no siete, no hay cansancio, ni frío, ni calor, ni sensaciones de ninguna
clase, y entonces logró estar en total quietud durante cinco horas, ante su propia admiración y la del
público, que respondía llenado de monedas su cajita y haciendo comentarios elogiosos de su arte.
Aquel 9 de Julio, se presentaba radiante, la engalanada peatonal estaba rebosante de gente, miles
de peatones paseaban esperando los festejos patrios, el había tomado la imagen de La República,
lucía en su cabeza un gorro frigio y en su pecho una banda celeste y blanca, su brazo apoyado en el
escudo nacional completaban una imagen patriótica admirada por todos. Luego de marchas
militares, desfiles y discursos, se realizó una suelta de globos multicolores, los niños, cientos de
chicos, corrían de un lado a otro en su afán de alcanzarlos. Uno de ellos, bastantes fornido,
corriendo y con los ojos puestos en el globo azul que se elevaba, lo llevó por delante. El había
alcanzado su máxima concentración, estaba
tan quieto, como si hubiera mirado los ojos de Medusa, totalmente evadido del entorno, no
sintió que caía, que perdía el equilibrio, y cayó como lo hace un árbol aserrado en su base, rígido,
sin perder la dignidad. Al golpear contra el duro pavimento, sintió que su cuerpo transformado, se
partía en mil pedazos, quedando diseminados alrededor del pedestal, había llegado la perfección.
FRANSE

Tercera mención: EN OTOÑO

Era el punto decisivo de un partido muy disputado entre los jubilados de la plaza” Libres
del Sur”. Todos aguardaban, en silencio, el envío de don Antenor; su mano izquierda aferrando la
bocha se balanceaba pendularmente hacia adelante y hacia atrás, apenas dos cortos pasos le
bastaron para el impulso; era un extraordinario jugador, su posición final luego del envió era de una
gran belleza estética.
Todas las miradas se posaron en la cancha palpitando la definición; pero la bocha tardó
mucho en llegar, en realidad la bocha no llegó nunca a destino.
. Según don Celso habría quedado atascada en una de las ramas del frondoso Jacaranda; don
Bernabé, en cambio, asegura que la bocha se fue para atrás; a quien lo quiera escuchar don Severo
manifiesta que la vio cruzar la avenida “Mariscal Hermosillo”; los más fantasiosos afirman haberla
visto desintegrarse en pleno vuelo. Lo cierto es que no volvió a aparecer.
En vista de la inminente definición del encuentro y para resolver tamaña situación
embarazosa, el abuelo Lindor cruzó el empedrado rumbo a su casa, en busca de otro juego de
bochas.
…………………………………………………………………………
Las hojas secas caen. Los abuelos, como adormecidos, esperan al compañero que no llega.
Don Segundo cree haberlo visto entrar a una casa equivocada; para don Rodolfo no sería
raro que el abuelo se hubiese quedado durmiendo la siesta; don Celso –confusamente- afirma que
don Lindor estaría atascado en el jacaranda; don Fermín está convencido que este hombre que no
recuerda el nombre- tiene serios problemas de memoria que le impedirán regresar al lugar.
El tiempo pasa, las hojas secas caen en abundancia confundiéndose con los ancianos
cuerpos de los hombres que esperan. TEDÍN

Categoría: Prosa adultos


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Primer premio: GOTA A GOTA
Si para Dios, un siglo es un momento,
tu vida, que no es tuya ni es ajena,
no es más que un grano en un reloj de arena,
que sólo el tiempo pone en movimiento.

El cono de cristal es instrumento


intemporal, que se vacía y llena
indiferentemente, que a esta arena
no la calienta el sol ni lleva el viento.

El tiempo, agazapado en la memoria,


acecha, insustancial, todo es tan breve
como endeble avecilla, que en la nieve,

Interrumpe su exigua trayectoria.


Clepsidra del amor que, gota a gota,
va apurando el final. Nadie lo nota.

Octubre, una vez más

Segundo premio. Elegía para vos


Aquélla era mi casa,
la que bebía brisas por las noches
y recogía el candor del sol por las mañanas.
Cámara espaciosa, caja blanca
Ablandada en luz por músicas y risas.
Casa con padre sabio y extranjero,
Casa con madre nodriza y maga,
Casa con hermano instalado en el iris del recuerdo.

“Mi casa no es mi casa”


Mi casa gime, indemne, en la prepotencia
Mármoles y vidrios.

Aquélla, refrescaba en azahares


de limoneros y naranjos o
se arrebataban en gnomos recogidos
en la majestad serena del estío.
Casa con libros viejos y nuevos,
Casa con biblioteca acosada por héroes y villanos,
Casa con albas carpintería que presagiaban nidos.

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“Mi casa no es mi casa”.
Mi casa perdió cierta noche sus encantos
Y sus huesos puso el hombre al descubierto.

Elogio para la casa aquella.


Elegía al donaire claro de su piel
A su jardín propicio que acompasaba sueños. CLARA

Tercer premio: COSTUMBRERA

¿No has pensado nunca


qué se esconde detrás de la muerte?

¿No has visto alguna vez


claudicar las palabras mientras
la noche cerraba sus espinas?

¿Sabes acaso lo que el ocaso


se lleva siempre consigo?

¿No has sentido en algún momento


tu cuerpo levar en el miedo
que tejen las esperas con sus harapos?

La costumbre de andar la miseria


de naufragar el verso
de sentirse perseguido por
días monótonos.

La costumbre de soñar lo que no


lo que duele
lo que sufre
y seguir camino porque otros
caminaron aún sin dejar huellas.

¿No sientes el mundo girar


en una cloaca de sombras y dudas?

Todo se esfuma se pierde se aleja


se pudre en el vaho de una flor
que no canta no ríe no late no sueña no.

La costumbre de saber que ya


nada se sabe incluso los versos inconclusos
del alma que caen vacíos y lentos.

¿Puede que no estés y no te has


dado cuenta? Puede.

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La puta costumbre de sentir que la vida
es sólo una costumbre.

ELPRIN ZE VIN

Primera mención La Aldaba del Recuerdo


En el salón en sombras de la vetusta casa,
allí, donde parece que se refugia el tiempo
a ordenar calendarios de hojas ambarinas
y algún dormido álbum, roído y polvoriento,
allí, entre las brumosas entrañas del pasado,
donde se entretejieron fantasías y sueños,
se pasean los ocres vestigios por el patio
y dibujan las grises telarañas el techo.
Una espada ha quedado como ancestral testigo
de alguna mano firme que blandiera su acero
y las teclas de un piano solemne y taciturno,
añoran el impulso que lo inunde de arpegios.
La silueta marmórea de una figura alada,
invade el sigiloso contorno del recuerdo
y un aroma a jazmines filtra por las ventanas,
testimonio latente de algún lejano encuentro.
Anidan en la sala los sutiles acordes
que circulan por fibras recónditas del eco,
rescatando las notas románticas etéreas
de aquel vals que bailaran la abuela y el abuelo.
Cuántas veces la aldaba ha esperado la mano
que la libre de túnel umbrío del silencio,
para expandir las ondas que despiertan las voces
que viven todavía y que nunca se fueron.
Octubre, una vez más

20
Segunda mención: ¿DÓNDE?
no preguntar...
Y el mundo se nos fue,
La vida pasó.
Todo es distinto ahora.
Pero ya es tarde.
(“No ver No oír No preguntar”-
Amelia Lapeyriére)

Creí saberlo.
Aunque
con algunas dudas.
Indagué
entre penumbras
de recuerdos,
pero sólo recibí
oscuras respuestas
que no me orientaban.
Salté las etapas
ya confusa
que esperé por años
sin ninguna esperanza.
Mi pregunta
siempre fue
¿dónde?
Ya en la vejez lo supe.
No había
Un dónde.
Pero ya era tarde
Y dejé de preguntar...

“ETERNO SILABEAR”

Tercera mención: El Pincel de Pablo


Sangra Guernica
En la tarde.
En las letras.

Un Abril
conmovido
de polvo y desencuentros.

Pájaros de fuego
desgarrando

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sueños.
En lo alto
lo azul volviéndose
negro
Aún lloran en Euskadi
las campanas.
España
no olvida el espanto.

Eterno quedó
el monstruo
en el pincel
de Pablo NOEL

22

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