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LOS PERSEGUIDOS

LUÍS ROMERA

CUENTOS·TEOCRATICOS EDICIONES
© Febrero 2007
Autor: Luís Romera

Obra:
“Los perseguidos”
Basada en un hecho real

Fotografía de portada:
Puertas del campo de concentración de Dachau

© Marzo 2007
Publicado por:
Cuentos·Teocráticos Ediciones
WWW.CUENTOSTEOCRATICOS.NET

CUENTOS·TEOCRÁTICOS EDICIONES
ÍNDICE_____________________________________________________________________________

Índice 3

Prólogo 4

1. Juventud truncada 5

2. Un viaje para olvidar 6

3. El campo de la muerte 7

4. Un triángulo púrpura 8

5. Segundo encuentro 10

6. La decisión en sus manos 11

7. Tercer encuentro 12

8. Las dolorosas pérdidas de Else 14

9. La despedida 17

10. Perseguida en su tierra 18


PRÓLOGO
ALLÁ POR 1985 tuve la oportunidad de leer en una revista ¡Despertad!1 la
experiencia de una Testigo que siendo solo una niña había pasado por un campo de
concentración nazi. No se mencionaba el nombre de esta hermana que, para cuando se
escribió el artículo, contaba con cerca de 60 años de edad.
Sin embargo, según explicó ella, en esos momentos de su vida, hubo en el
campo de la muerte de Dachau alguien que le resultó ser una fuente de esperanza y
ánimo (cosa difícil de encontrar en esos lugares donde el castigo y el sufrimiento
humanos hacen pensar en la muerte o en la venganza). Una persona que pese a su mal
estado físico debido a la dura situación, pudo dar a esta niña la fuerza para superar
aquellas pruebas con éxito. No supo más de ella, ni de su procedencia ni de su destino,
de hecho, por los recuerdos de la hermana que relataba la experiencia, parece ser que no
pudo salir de aquel infierno. Aunque se conoce el nombre de aquella mujer, Else, no así
su apellido; pero hubo muchas ‘Else’ en diferentes campos de concentración alemanes
que eran Testigos de Jehová, o Bibelförschers2, como se les conocía en ese tiempo en
Alemania. Ella de alguna manera representa a los miles de Testigos anónimos que
sufrieron maltratos, pero que sobrellevaron su situación con dignidad y esperanza,
esperanza que no dejaron de transmitir a otros que estaban en su misma situación,
aunque por diferentes motivos.
Ese relato fue el que inspiró esta breve historia, en la que se intenta recrear la
vida y sucesos de la joven y su amiga, basado en los pocos, aunque interesantes, detalles
dados por la protagonista de la historia, y en donde además se trata de mostrar el valor
de un grupo de personas, “los triángulos púrpura”, que recuerdan a los injustamente
perseguidos por sus ideas religiosas en toda la trágica historia de la humanidad.
Si bien algunos detalles, como nombres, fechas y lugares, han sido cambiados o
añadidos, (en el relato original no aparecen), para facilitar la lectura y la identificación
de los personajes, me he tomado la libertad de ponerlos, no sin previa investigación
histórica y lectura de artículos y experiencias paralelas que dan peso a otras situaciones
mencionadas en el relato, todas ellas basadas en situaciones vividas y sufridas por
muchos Testigos de la época. Además, algunos datos anecdóticos y circunstanciales
también han sido recreados para que la obra tenga más cuerpo, siempre basándome en la
realidad de aquellos tiempos.
Es un tributo a todos los testigos de Jehová europeos que fueron brutalmente
maltratados en aquellos campos de la muerte, y los únicos, además, que podrían haber
salido de allí solo renunciando a su fe. Y de los que apenas se habla en los libros de
historia.
Hubo muchos en aquellos campos de concentración que aguantaron, porque
mantuvieron, aunque al mínimo, su dignidad y su identidad humana, otros por su
fortaleza mental y física. Pero que aguantaron, teniendo la tentación de poder salir
legalmente de aquel tormento únicamente firmando un papel de renuncia, que al fin y al
cabo, muchos, si hubiesen tenido ocasión de ocultar su raza o ideología política, lo
hubiesen hecho, y esto es algo que ahora dignifica la integridad de aquel significativo
grupo de personas, también conocidos como ‘los triángulos púrpura’.
L. R.

1
¡Despertad! del 8 de febrero de 1985. “De la muerte a la vida en Dachau”.
2
Estudiantes de la Biblia, en alemán. También Ernste Bibelforscher (Estudiantes sinceros de la Biblia).
(Nota de los editores.)
“Los Perseguidos” Luís Romera
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1
JUVENTUD TRUNCADA
A Nadia, como a otras jóvenes de su edad, la utilizaron de cobayas3 humanas en
el campo de concentración de Dachau, para hacer “experimentos médicos”, estos
consistían en inyectarles ciertos virus, o cepas, de enfermedades infecciosas y luego
probaban medicamentos con ellas. En ocasiones, simplemente se trataba de probar
sustancias potencialmente dañinas para ver el efecto en el organismo. Muchas personas,
y especialmente niños, morían por ello, otras padecían úlceras causadas por la
experimentación, dolores intensos, paralización de miembros y graves cicatrices y un
sin fin de efectos secundarios dolorosos para el resto de sus vidas. En Dachau se
hicieron a menudo experimentos sobre hipotermia y presión atmosférica, estos no eran
sino experiencias siniestras en las que se sometía a prisioneros a condiciones de presión
y de temperatura en las que no sobreviviría ningún ser humano y se tomaba nota
detallada de su agonía.
Los médicos nazis, algunos famosos como Josef Menguele en Auschwitz,
Schilling, Rascher y otros en Dachau, no tenían ningún problema por esas pérdidas de
vidas, pues sobraban víctimas, no tenían asociaciones protectoras de presas que
criticaran o denunciaran su crueldad ni desprecio por la vida, el milagro era sobrevivir a
esas pruebas.
Nadia fue una de ellas. Ella estaba allí, cumpliendo una condena no declarada.
No era delincuente. En sus cortos 12 años no había tenido oportunidad de delinquir.
Tampoco era judía, que supuestamente para los Nazis era uno de los delitos más
castigados, ni era Bibelförscher, otro grupo que abundaba por allí. Su único crimen era
el hecho de que sus padres fueran rusos.
Los días previos a aquello transcurrieron felices para Nadia, quien disfrutaba de
sus vacaciones escolares. Ella y sus padres vivían relativamente cómodos, pese a vivir
bajo tensión: la guerra ya había comenzado y las dificultades no eran pocas, había
bastante trabajo en la imprenta donde trabajaba el padre de Nadia, constantemente
tenían pedidos de pancartas y panfletos de llamamientos y mensajes de parte del
gobierno o alguna autoridad instaurada por los nuevos dominadores de Polonia. Muchos
eran los que apoyaban dicha situación, pues pensaban que aquello podía significar el
progreso del país. Ni Nadia, ni aún sus padres, imaginaban el futuro que les esperaría
Fue en el verano de 1941, justo cuando Alemania declaraba la guerra a Rusia, en
que los Nazis llegaron a su hogar, en Danzig, región que se disputaban Polonia y
Alemania, y que, en ese tiempo, siendo Polonia parte ya de esta última, era dominada
por el régimen de Hitler. Nadia vivía con su familia en un barrio judío de la ciudad, en
una casa sencilla, pero cómoda, que sus padres habían conseguido con mucho esfuerzo
en los años que llevaban desde su inmigración de Kiev. Nadia vio a otros vecinos, al
igual que su familia de origen ruso, que eran también detenidos; no dejaban a nadie:
mujeres, niños, ancianos. No era nada extraño, pues años atrás había sucedido lo mismo
con los judíos que vivían en su barrio. Nadia tenia de ruso solo su nombre, ni siquiera
sabia hablarlo, pues sus padres prefirieron que no lo aprendiera y solo lo hablaban entre
ellos.
De repente la joven se encontraba frente a hombres que la interrogaban sobre
cosas de las que desconocía. Lo más duro de aquellos momentos no fue aquel

3
Conejillos de Indias. (N. de E.)
“Los Perseguidos” Luís Romera
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interrogatorio, sino el que la separaran de su padre, a quien no volvió a ver más y con el
cual estaba especialmente encariñada, pues era un hombre de hogar, quien desde que se
fue de Rusia, no salía de su casa salvo para trabajar en una imprenta de técnico en el
mantenimiento de la maquinaria, su tiempo restante era para su mujer y para su hija, era
todo cuanto tenia.

2
UN VIAJE PARA OLVIDAR
Nadia, quien nunca había viajado en tren, junto a su madre y cientos de personas
más, fueron obligadas a entrar en un convoy, al parecer, un vagón dedicado
normalmente al transporte de ganado, apiñadas hasta tal grado que solo se podía ir de
pie, pues literalmente no había más espacio, así, en un viaje que llevaría cuatro días. Su
primer viaje en tren no se podía considerar de placer, pues allí empezó su mayor
pesadilla, y tan solo contaba con 12 años.
Nadia, como pasajera involuntaria de aquel tenebroso y humillante tren de la
muerte, que conducía cual ganado a una de las decenas de mataderos oficiales que tenía
el régimen nazi por todo el territorio de su llamado Reich, pudo ser testigo de cosas
terribles, como peleas entre las personas allí en el convoy, cual si se tratara de animales,
por un poco de sitio donde sentarse, hasta obras humanitarias impresionantes, en las que
personas que habían llevado pequeñas porciones de comida, la repartían entre todos los
que podían, y también algunos que trataban de infundir ánimo entre los más agotados y
débiles. A menudo se escuchaban gritos de desesperación, sobre todo el primer día, cada
cierto tiempo alguien perdía los nervios y comenzaba a gritar para salir de allí.
Había una madre que se aferraba a su pequeño de tres años que yacía muerto
casi desde el primer día, pues tenía problemas respiratorios y para un asmático, aquel
vagón atestado, era el tratamiento perfecto para la muerte. Escuchaba cómo otros le
decían que lo apartara de ella, que ya empezaba a heder y esto la enfermaría a ella y los
que estaban a su alrededor. Pero aquella madre se aferraba a una falsa esperanza de que
se reanimaría.
Nadia contemplaba eso con estupor y una sensación de angustia para la que no
estaba preparada. En realidad, ninguno de los que iban allí lo estaban, pero para una
niña de 12 años que no había conocido ninguna guerra ni había visto morir a nadie, era
emocionalmente difícil de asimilar.
Uno de los días llovió y la gente sacaba las manos como podía para hacerse con
un poco de agua, algunos que llevaban consigo pequeñas botellas se las ingeniaron para
llenarlas con el preciado líquido.
Cada cierto tiempo el tren paraba y todos pensaban que ya se acabaría la
pesadilla de aquel indescriptible y terrorífico viaje, pero tan solo era para introducir en
otros vagones a más gente. Transcurrieron los días (hasta cuatro), que parecieron
interminables. Las horas más angustiosas eran las del mediodía, pues la intensa y
permanente sed, además del calor y la falta de aire, hacia abrir la boca y escucharse
jadeos agudos y desesperados, tratando de coger el poco aire viciado que había, pero
que transportaba al menos un poco de oxígeno y significaba seguir vivo. Por la noche,
cuando refrescaba, hacia acto de presencia el hambre, un dolor intenso de vacío, el cual
provocaba que el dormir fuese solo de unos cuantos minutos, y los sueños con cenas
cuantiosas y abundancia de alimento que se escapaba de las manos, despertaban a más
de uno. Ya en las últimas horas de aquel expreso de la muerte, apenas se escuchaban
conversaciones, casi nadie hablaba, tal era el agotamiento, que en el solo gastar energías
en abrir la boca, podía irse la vida.
“Los Perseguidos” Luís Romera
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Por fin llegó una parada en la que parecía abrirse vagones y salir gente. Para la
joven Nadia era terminar con una pesadilla, ‘nada de lo que pudiera venir después
podría ser peor’, le decía la madre, desconociendo el grado tan despiadado de maldad
que los nazis albergaban. Nada sabían de lo que deparaba en los próximos años, lo del
tren se convertiría en una anécdota a los pocos días de entrar a Dachau, donde
experimentarían el sufrimiento y el terror como nunca lo podrían imaginar.

3
EL CAMPO DE LA MUERTE
Dachau fue creado en 1933, este campo, en las proximidades de Munich, fue el
primer campo de concentración oficial diseñado por los nazis. Heinrich Himmler, en su
función de jefe de policía de Munich, lo describió oficialmente como “el primer campo
de concentración para prisioneros políticos”, por ser los primeros a los que allí se alojó.
Utilizado en un principio para encerrar a militantes de izquierda alemanes,
pronto se encerró a gitanos, Bibelförschers (con el distintivo triángulo púrpura),
homosexuales y prisioneros rusos que se unieron a su población carcelería. El número
de judíos se incrementó de forma notable tras “La Noche de los Cristales Rotos” en
1938, cuando más de 10.000 hebreos fueron llevados al campo. Fue utilizado como
campo de trabajo forzado y como centro de experimentos médicos con los prisioneros
(malaria, tuberculosis, hipotermia).
Se cree que entre 1933 y 1945 más de 188.000 prisioneros fueron internados en
Dachau. Se sabe que casi 30.000 prisioneros murieron entre 1940 y 1945. A este
número habría que añadir el de los internos muertos desde su creación en 1933.
Posiblemente nunca se sabrá el número de asesinados en este campo.
Lo primero que le llamó la atención a Nadia al llegar a su siniestro destino, fue
el letrero que irónicamente decía: “El trabajo os hará libres”. No podía imaginarse al ver
aquel sarcástico mensaje que en realidad solo seria verdad si se consideraba la muerte
una libertad.
Joven como ella, era lógico que tuviese ganas de vivir, pero estas le iban a durar
poco, el olor a muerte, muerte cercana en las camas vecinas de niñas que nunca
despertaban, el humo de muerte de las chimeneas de los crematorios, los sonidos de
disparos, fusilamientos indiscriminados que se daban por miles de ‘razones’ que en
verdad carecían de razón; en realidad todo era muerte en aquel campo de sufrimiento,
algo difícil de superar para una adolescente que empezaba a vivir.
Era el año 1942, ya había pasado año y medio desde su deportación, y Nadia
había observado cómo a veces, a determinadas horas, se conducía a ciertas personas a
las duchas, pero luego no las veía regresar.
“En realidad no son duchas”, le decían otras chicas que, como ella, sufrían las
penalidades del campo de la muerte. Se había extendido el rumor que de esas duchas
salía gas que mataba y después sacaban a las personas muertas por otra puerta. Algunos
que venían trasladados de otros campos en los que las cámaras de gas eran algo ya
común, solían contar experiencias atroces e imposibles de creer, salvo que se repitiera
tanto por tantas personas que al final se aceptaba cualquier cosa; el sobrevivir un día
más se había convertido en todo un logro.
Aquello infringía un miedo aterrador en cualquier joven con ganas de vivir, así
que, como Nadia, muchos prisioneros, cuando eran enviados a ducharse, miraban
fijamente las salidas de agua y contenían la respiración hasta que salía el preciado
líquido, que, aunque frío y desagradable, significaba seguir viviendo.
“Los Perseguidos” Luís Romera
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Era tal el sadismo de los “médicos” nazis que les encantaba ver sufrir, retorcerse
y chillar de dolor a las personas con las que experimentaban. En el caso de Nadia, no se
divertían mucho pues ella había aprendido de sus padres a reprimir sus sentimientos y
no llorar, así parecía inmutable ante el sufrimiento. Pero ese sentir, ese odio y ese dolor,
se llevaba dentro y en más de alguna ocasión deseaba morir y acabar con todo. Por ello,
a veces en las duchas deseaba que saliera gas y no agua.
Fue así como cierto día, tuvo el presentimiento de que una fila de personas iba a
las “duchas” que iban a gasearlas. Mientras Nadia veía la cola de personas, la mayoría
con muy mal aspecto, notó que ninguna decía nada, y no era tan solo el que los guardias
vigilaran y no permitieran las conversaciones entre unos y otros, sino algo más, aquel
silencio sepulcral, como si presintieran su destino. Sus miradas perdidas, sin rumbo…
aquello era suficiente para indicar a Nadia que era su momento, correr y colarse en esa
fila, y morir allí. Nunca supo si era verdad o no, si aquellas eran cámaras de gas en vez
de duchas (de hecho ni los historiadores se ponen de acuerdo si las cámaras de gas
instaladas en Dachau fueron utilizadas o no), pues en varias ocasiones que lo intentó,
era separada por los guardias y no se le permitió entrar, tan solo tuvo la oportunidad de
recibir agua de las famosas duchas.
Una vez, un guardia con muy mal genio, cosa nada extraña en aquellos lugares,
parece que o los escogían especialmente con ciertas características brutales o el devenir
de los guardias en contacto con la muerte los convertía en monstruos, pero el asunto es
que aquel guardia era de los más violentos, y detuvo a Nadia cuando se disponía a entrar
en una de las filas para las supuestas “duchas de gas”, apartándola a patadas y gritos,
lanzándola a un lado. La joven se fue maldiciendo en voz baja, mostrando la poca
rebeldía preadolescente que le quedaba, protestando como podía.

4
UN TRIÁNGULO PÚRPURA
“No los odies”, le dijo una mujer, una prisionera con un triángulo púrpura en su
brazo que le llamó la atención, pues no lo había visto hasta ahora. Una mujer que aun en
su demacrado aspecto, guardaba una sonrisa especial, que infundía paz y tranquilidad.
“No, no los odies, no podrás hacerles ningún daño, solo te perjudicarás a ti
misma”. Aquellas palabras le resultaban a Nadia extrañas y contrarias a lo que quería
escuchar, sobre todo porque no entendía cómo no se podía odiar a gente tan cruel e
inhumana.
Lo normal hubiera sido responderle a la mujer, “usted métase en sus asuntos”, o
“¿por qué habla así?, ¿acaso no ve lo crueles e injustos que están siendo?”.
Pero la voz calmada y pacificadora de aquella mujer, fue como escuchar música
melodiosa en medio de una perrera. Hasta ahora, cada uno de los mayores que le
hablaban, a excepción de su madre, solo lo hacían gritando e insultando.
—Como quiere que no los odie si son unos criminales —respondió la joven.
—Son víctimas de sus ideas y del enemigo. A mi me dan lastima —añadió la
mujer conduciendo a la joven a un lugar apartado, detrás de unos contenedores de
basura.
—¿Qué enemigo? ¡Ellos son el enemigo! ¿Cómo van a dar lástima? Lástima
damos los demás —respondió Nadia, todavía furiosa y frustrada por el incidente.
—Si supieras el por qué sucede todo esto y quién está detrás, comprenderías las
cosas.
Aquello despertó la curiosidad de la chica por saber de qué estaba hablando
“Los Perseguidos” Luís Romera
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aquella mujer, que, pese a estar sufriendo penalidades parecidas o peores, pues su
aspecto la delataba, le hablaba de aquella manera, tan tranquilizadora, siempre con una
sonrisa calmada y complaciente, y lo más misterioso: parecía defender lo indefendible.
—Bueno hija, ¿y qué pretendías hacer? —le preguntó
—Acabar con todo. Yo sé lo que hacen allí... En las duchas se acaba el
sufrimiento...
—Eres muy joven para pensar así —le replicó la mujer—. ¿No te parece? ¿Cómo
te llamas?
—Nadia. —En ruso era Nadyeschda, pero utilizaba el diminutivo Nadia.
—Bonito nombre. ¿Sabes que eso significa ‘esperanza’ en ruso? —La mujer
había observado que la joven tenia un pequeño triángulo azul con la letra de la
nacionalidad a la que pertenecía, era lo que por lo general le ponían a los que
consideraban de otras naciones.
—No sé ruso —le contestó.
—Pero tú eres rusa.
—Mis padres son rusos, mi padre es de Kiev y mi madre de Georgia, yo soy de
Danzig.
—Yo me llamo Else. ¿Tú sabes que Dios te ofrece una esperanza mejor
preparada para ti?
—Dios no me quiere —replicó la joven, quien para ese entonces, desconfiaba de
toda creencia religiosa, pues observaba cómo los soldados alemanes llevaban en su
hebilla el lema: “Dios está con nosotros”, si esto era así, pensaba, ella no podía querer a
un Dios que apoyaba esa maldad.
—No, él nos quiere a todos —indicó Else
—Entonces, ¿por qué permite todo esto?
—Te lo explicaré. Verás, hay alguien que planteó a Dios una cuestión que se
tiene que resolver y por eso estamos sufriendo, tenemos que demostrar de parte de quién
estamos. Lo que le sucedió a un hombre de la antigüedad llamado Job te ayudará a
entender este asunto mejor.
En aquellos pocos minutos que tuvieron oportunidad de hablar, Else le explicó
los sufrimientos de Job, para mostrarle el por qué Dios permite la maldad, el
sufrimiento y las pruebas. Y sobre todo para hacerle ver quién es el causante de toda la
crueldad y tormento de este mundo en el que vivían.
La forma de relatar y explicar de Else, pronto hizo efecto en la joven, quien
quería saber mas cosas, de pronto aquella curiosidad innata de su edad, casi apagada por
el vituperio y sufrimiento de aquel centro de muerte, se despertó y la conversación solo
fue interrumpida por la llamada a la comida. Antes, convinieron en citarse a la misma
hora en aquel lugar, días mas tarde para seguir su conversación.
Else, llevaba allí varios años, había sido arrestada en 1938 por pertenecer a los
Bibelförschers. Recluida en una prisión en Brandeburgo, por alguna razón fue
trasladada posteriormente a Dachau, allí pudo ser testigo de la muerte de muchos
amigos, compañeros suyos, incluso familiares cercanos.
Pero no era eso lo que la atormentaba, sino el haber sido separada de sus hijos,
aquello le producía un dolor más hondo que todos los tormentos sufridos en aquel
campo de la muerte. Una de ellas podría tener ya la edad de Nadia, por ello se interesó
tanto en aquella jovencita y la trató como si fuera su propia hija.
A menudo, en sus sueños y momentos de meditación (pocos, a decir verdad,
dado el horario inflexible del campo), Else recordaba a sus hijos, que también se habían
mantenido firmes a sus ideas, y por esa causa toda la familia fue detenida. Ellos se
habían negado a hacer el saludo Nazi, así como se habían negado a asignar la salvación
“Los Perseguidos” Luís Romera
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a Hitler, el famoso Hail Hitler, el cual al parecer fue una gran afrenta y una de las
razones que más animadversión provocó a los Nazis.
Los chicos sabían que no debían hacer eso, tal como sus padres les habían
enseñado. Habían aguantado los castigos de los maestros, los vituperios y amenazas del
director y las burlas de compañeros. Algo verdaderamente duro para unos chicos de
entre 7 y 12 años. Pero en 1938 fueron expulsados del colegio, y no quedando allí la
cosa, fueron en busca de su esposo a quien llevaron a interrogar y al que no volvió a ver,
pese a haber preguntado en las diferentes comisarías.
Semanas después se presentaron miembros de la Gestado en su busca y se la
llevaron también a ella, a sus hijos, según supo después, los enviaron cada uno a un sitio
distinto, al mayor de 14 años a un reformatorio, a la niña de 12, la encerraron en un
convento de monjas y al pequeño de 6 lo dieron en adopción a una familia para
adoctrinarlo en la cultura Nazi. Era común que hicieran esto, fueron muchos los hijos de
Bibelförschers que acabaron viviendo en casas de familias que los criaron, algunos
fueron reconvertidos y enviados posteriormente a la guerra, cuando tenían edad para
ello, otros después se encontraron de vuelta con sus padres, cuando los buscaron una
vez concluida la guerra,
Pero no fue así el caso de Else, ella no los volvería a ver y lo sabia, por ello a
menudo se asomaba a su mente el amargo recuerdo de la última vez que los vio,
llorando y siendo llevados por unos guardias, mientras ella, impotente, era conducida a
la comisaría.
Aquellos momentos se convertían en amargos recuerdos, que la atormentaban, la
hacían sentirse culpable y a la vez víctima. Era una lucha constante para no darse por
vencida y seguir manteniendo firmeza mental, sabiendo que solo estaba allí por sus
ideas y por su fe. En ocasiones se despertaba de un sobresalto soñando que sus hijos
sufrían.
Por supuesto, todo esto se lo ocultaba a Nadia, con ella era la persona más
positiva y animadora que se podía encontrar, en ocasiones, cuando veía triste a Nadia,
se imaginaba a su hija y deseaba abrazarla y llorar con ella, pero se contenía, pues
quería animarla.

5
SEGUNDO ENCUENTRO
Era un viernes (aunque en esos campos de destrucción el día era lo de menos, en
ocasiones se obligaba a los prisioneros a trabajar incluso los domingos, con lo cual
perdían la noción del tiempo), hacia un día soleado, aunque aquello no daba ya alegría a
lo días otoñales y ya algo fríos de septiembre. A Else se le había asignado llevar los
montones de basura, entre ellos, restos de las maletas y pertenencias de los prisioneros
recién llegados, que eran confiscadas por los guardias y kapos del campo. Lo que ya no
servía, es decir, lo que no tenia valor para los saqueadores, era amontonado para ser
destruido, así se depositaba junto a la basura acumulada.
Allí es donde acudía sin falta Nadia, para encontrarse unos minutos con su
misteriosa, pero entrañable amiga y consejera, dado que a su madre solo la podía ver en
ciertos momentos, y no precisamente buenos, pues era obligada a ver escenas de abuso
por parte de los guardias y kapos. A estos les atraía la especial fisonomía y belleza de la
madre de Nadia. A ella no la mandaban a los campos, la hacían trabajar en las cocinas y
así podía comer algo más que otras prisioneras y por ello mantenía más su belleza
natural, pero por esa misma razón a menudo era presa de los instintos inmorales y
depravados de algunos guardias corruptos nazis. En ocasiones, los mismos guardias
“Los Perseguidos” Luís Romera
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llamaban a la joven Nadia para que presenciara dichas escenas, lo cual aumentaba más
su odio y repulsión hacia los hombres que vigilaban el campo.
—¿Que tal has dormido hoy jovencita? —preguntó Else
—Hoy bien, esta vez no me han llevado a la enfermería, menos mal, aquello es
un tormento, venga ponerme inyecciones una y otra vez. Aunque nuevamente he tenido
que ver sufrir a mi madre
—Menos mal que tú eres fuerte.
—Mis padres me enseñaron a reprimir mis sentimientos y no llorar.
—Aunque a veces llorar es bueno —apuntó Else
Ahora la joven pensativa preguntó a Else:
—¿Y en la Biblia también dice que los jóvenes tienen que mostrar lealtad y
sufrir?
—Bueno en la Biblia hay ejemplos de jóvenes que tuvieron que demostrar
lealtad, y que fueron muy valientes demostrando firmeza en su postura. Cuando uno
tiene claras sus ideas y ama a Dios, sabes, no teme al hombre y es capaz de afrontar las
pruebas más duras.
Entonces pasó a relatar la experiencia por la que pasaron los tres jóvenes hebreos
del libro de Daniel, frente al temible rey Nabucodonosor y amenazados a ser llevados al
horno ardiente si no obedecían su mandato. Ella le explicó cómo, por mantenerse fieles
a sus ideas y no ceder a las presiones, fueron liberados milagrosamente, pero ellos no
temieron morir, por obedecer a Dios.
También le explicó la esperanza que estos guardaban en su corazón y que fue lo
que les ayudó a mantenerse firmes, y que a la propia Else y a muchos de sus amigos
ayudó también a soportar todo el tormento de Dachau. Ellos tenían la esperanza de que,
aunque perdiesen la vida en aquella ocasión, debían ser fieles a su Dios y tenían la
seguridad de que él los levantaría de la muerte para una vida mejor, libre de todos los
sufrimientos.
Aquello impresionó mucho a Nadia, pues nunca había visto un valor igual, ella
estaba allí al igual que muchos, por cuestiones raciales o de guerra, pero Else y sus
compañeros solo por sus creencias, y, al igual que los tres hebreos, se les daba la
oportunidad de salir de allí si renunciaban a su fe. ¡Tenían la oportunidad de dejar este
martirio, pero voluntariamente permanecían firmes!
Otra cosa que le sorprendió a Nadia, fue el hecho de que hablara de un ‘futuro
paraíso en la tierra’, ella siempre había escuchado que ‘los buenos al cielo y los malos al
infierno’, aunque dadas las circunstancias, pensaba que el infierno no podía ser peor que
esto.
Pero ahora Else le hablaba de un mundo mejor, le cito unas palabras que no
olvidaría en su vida, “no habrá más lamento, ni clamor, ni dolor, ni muerte”. Hablar de
eso en aquel lugar donde cada día se enfrentaban al dolor del hambre, de los castigos, al
clamor silenciado por la férrea, injusta y arbitraria disciplina, a la situaciones más
lamentables en las que podía estar un ser humano, humillado, sin dignidad ni compasión
y a la muerte gratuita de miles de personas diarias, en las condiciones más lejanas
posibles a un paraíso, no cabe duda que era difícil de creer, pero Nadia llegó a volver a
tener la ilusión que había perdido pese a su corta vida.
—Vamos, vuelve a tu barracón —le dijo Else—, mañana te cuento más.
—De acuerdo —dijo Nadia, esta vez con ganas de que el día pasara rápido para
volver a saber más de estas cosas tan bellas y maravillosas que estaba escuchando, y que
deseaba poder contar a su madre en la próxima ocasión que la viera.
“Los Perseguidos” Luís Romera
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6
LA DECISIÓN EN SUS MANOS
Sucedió que a los compañeros de Else, se les ponía a prueba en muchas
ocasiones, por ejemplo, los obligaban a levantar la mano para hacer el saludo hitleriano,
aquello era suficiente para reunirlos a todos y amenazarlos de muerte. Otras veces las
mujeres se negaban a coser ropas para los soldados, o se negaban a limpiar las armas,
cualquier cosa era excusa para incentivar la presión sobre estos. Cuando se hacía en
grupo era relativamente fácil sobrellevar las amenazas, pues se animaban unos a otros.
Otra cosa era cuando se les interrogaba individualmente. En cierta ocasión abordaron
individualmente a Else, para presionarla y lograr que cediera y renunciara a su fe.
—Le voy a proponer algo —le dijo el guardia a Else con voz autoritaria y sin
mostrar ningún sentimiento—. ¿Usted quiere salir de aquí?
—¿Qué cree usted? —respondió Else
—¡Solo responda si o no! —gritó el Nazi, alzando la voz, tratando de intimidar a
la indefensa y débil mujer.
—Si, claro que si —respondió, reprimiendo sus sentimientos de aversión hacia
aquel déspota que incluso para ofrecer algo bueno lo hacia gritando e insultando.
—Firme aquí, como lo van a hacer sus compañeras, y saldrá...
De aquel documento, los primeros artículos eran inaceptables, porque
significaban rechazo a las enseñanzas que ella tenia tachándolas de erróneas. El tercero
lo rechazaba porque ni por un momento se le pasaría por la mente convertirse en
traidora de sus compañeros.
Al llegar al cuarto punto, dejo de leer, tomó el papel y lo devolvió a la mesa
lentamente, conteniendo sus sentimientos de repulsa por lo allí expuesto, pero también
tratando de dominar su miedo a la segura reacción violenta del que tenia delante.
Tomando aire, respondió con la voz entrecortada y baja, pero sin vacilación:
—No, no puedo renunciar a mis creencias, gracias, pero no puedo aceptar esta
proposición.
—¡Se da cuenta que por culpa suya, por su testarudez, está privando a sus hijos
de una madre! ¡Ellos no se lo perdonaran!
Aquello dolió más que una puñalada en el pecho, el maltrato psicológico era más
difícil de llevar que el físico, y eso lo sabían muy bien los nazis, por ello, a menudo
recurrían a esas estrategias para quebrantar la moral de los prisioneros.
‘Si Dios quiere, ellos saldrán adelante, Dios proveerá’, pensó para sus adentros,
aunque no se atrevió a decirlo así a aquel hombre rubio con mirada sádica y que no
paraba de dar golpecitos en la mesa con la pluma, para dar más tensión al momento.
—Sabe que muchos de sus amigos ya han firmado y pronto van a salir?
Else con la voz casi quebrada, temblando de miedo y no sabiendo si eso era
cierto o no, pudo armarse de valor y contestó:
—Lo que otros hagan no es de mi incumbencia, yo creo en Dios y no puedo
renunciar a mis creencias.
—Pues entonces váyase haciendo a la idea de que no va a salir viva de aquí!
¡Malditos fanáticos! ¿No hay nada que haga cambiar a estas ratas? Son la escoria de
Alemania. ¡No quedará ni uno vivo mientras yo siga aquí! —escuchó decir eso a otro
oficial mientras era conducida a otra estancia.
Esas últimas frases, aunque parezca extraño, animaron y fortalecieron a Else,
pues indicaban que en realidad ninguno de sus compañeros había cedido, contrario a lo
que había dicho el guardia antes, solo con el propósito de socavar su fe.
Después la llevaron junto con otras prisioneras Bibelförschers a recibir un
“Los Perseguidos” Luís Romera
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castigo, consistente en palizas y patadas, para desahogo de los kapos y guardias del
campo.

7
TERCER ENCUENTRO

—Mira lo que te he traído —Nadia le dio a Else un mendrugo de pan tierno.


—¿Como lo has conseguido? No lo habrás robado.
—No, se le ha caído a la que le lleva la comida a los guardias de la enfermería.
Pero, ¿qué te han hecho? ¿Te han golpeado? —preguntó Nadia al ver un terrible
moretón que casi cerraba el ojo de Else.
—No te preocupes, no es nada tuve un accidente
Nadia no se lo creyó, pero prefirió no preguntar más al respecto, pues se
imaginaba lo que aquello podría ser.
—Una pregunta quería hacerte, Else
—Dime.
—¿Tú por qué estas aquí si eres buena? ¿No dices que Dios favorece a los
buenos?
—Sí, pero te acuerdas de lo que te expliqué, sobre las razones de esta situación.
—Pues yo creo que los guardias tienen a Dios de su parte.
—¿Por qué dices eso?
—Eso es lo que dice en las hebillas de sus cinturones: “Dios está con nosotros”.
—Eso es porque piensan que lo que hacen es correcto y sus iglesias falsas les
enseñan que eso es lo que Dios quiere. Sucedió también en tiempos de los primeros
cristianos, fueron cruelmente perseguidos, y los que lo hacían pensaban que hacían bien
exterminándolos. A Jesús mismo lo mataron, y algunos pensaban que hacían justicia.
A continuación, Else relató a la joven, quien, sin pestañear, seguía las historias
que le contaba, todo lo que tenia que ver con los cristianos del primer siglo, sobre cómo
fueron terriblemente perseguidos, primero por los propios judíos y luego por los
romanos.
Le explicó también cómo los primeros cristianos solo tenían que renunciar a su
fe para poder salir libres, pero que aún así permanecieron firmes, y por ello muchos
murieron en los terribles circos romanos. Todo muy parecido a lo de ahora.
—¿Y porque ahora son ellos los que hacen estas cosas? —interrumpió Nadia, al
no comprender cómo los perseguidos ahora son los que persiguen y torturan en nombre
del mismo Dios.
—Porque con el tiempo el cristianismo se corrompió y se mezcló con los
romanos paganos, así fueron aceptados y se convirtieron en la religión dominante. Con
el tiempo, el poder los corrompió aun más. Pero siempre ha habido algunos que, como
los cristianos primitivos, han tratado de hacer como Jesucristo dijo. Y a esos fueron los
que con el tiempo se ha perseguido… ¿Tú has oído hablar de la edad media? —agregó
Else
—¿El tiempo de los cruzados?
—Efectivamente, en esos tiempos también se persiguió y mató no solo a los
árabes y judíos
—¿Los cruzados eran cristianos? —preguntó con curiosidad e inocente ignoran-
cia Nadia
—Llámalos, mejor dicho, católicos. Las cruzadas y la inquisición surgieron entre
otras cosas para perseguir atrozmente a todo aquel que buscara conocer la Biblia o
traducirla a los idiomas nativos.
“Los Perseguidos” Luís Romera
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—Y ¿por qué?
—Porque solo estaba en latín, casi nadie hablaba ya ese idioma y los líderes
católicos no querían que la gente común conociera la Biblia, de la que tanto se había
alejado la iglesia. A pesar de eso, estaban los valdenses, los albigenses, los hugonotes y
otros que quisieron, y lograron, acercarse a la Biblia.
Else era una persona muy culta y había leído a menudo sobre el tiempo y las
atrocidades de la Inquisición, por ello pudo explicar con detalles algunos de aquellos
tristes y vergonzosos episodios de la humanidad.
Le habló del Papa Inocencio III, cómo aquel fue uno de los impulsores de la
Inquisición y quien de hecho dio la orden para que, por medio de una cruzada, se
acabara con miles de personas en el sur de Francia y norte de España, a los que llamó
albigenses. En ese grupo indiscriminado iban incluidos muchos como los primeros
valdenses que solamente buscan la verdad de la Biblia. También explicó cómo muchos
murieron por el simple hecho de traducir la Biblia para que llegara a la gente del pueblo
y esta supiera lo que allí decía.
También, en otra ocasión, habló de otros valerosos traductores de la Biblia, que
por tal hecho fueron quemados vivos con sus libros colgados del cuello. Pero explicó
como a pesar de dicha represión la Biblia había llegado hasta este tiempo y nadie había
podido detener su distribución.
Después de escuchar atentamente cómo Else contaba las historias, Nadia empezó
a preguntarse de qué religión era Else
—Pero todavía no me has dicho de qué religión eres para que te persigan. —En
ese momento escucharon pasos de botas de soldados acercándose.
—Mañana nos vemos y te explico todo —le dijo Else, apresurándose a alejarse
de allí, pues si las veían hablando podría significar castigos severos, incluso la muerte,
en el caso de Else. Los guardias estaban al tanto de que los Bibelförscher no paraban en
su empeño de hablar y convertir a otros, si es posible hasta a ellos mismos. De hecho,
ya se había dado casos de judíos que pedían que a los Bibelförscher se les colocara en
sus camisas los famosos ‘triángulos púrpuras’, también a los kapos convertidos e
incluso guardias que se habían pasado a prisioneros por esa causa. Así tenían órdenes
estrictas de evitar y atajar el proselitismo.

8
LAS DOLOROSAS PÉRDIDAS DE ELSE
Aquella noche a Else le costó reconciliar el sueño. Toda la noche la pasó
recordando aquella vez cuando, estando con sus hijos, llegaron los guardias y los
detuvieron; de nuevo esos duros momentos de despedida. Después recordó lo que le
contó de su esposo un compañero y amigo de la familia. Por lo visto una semana antes
de que se presentara la Gestapo a su casa y la detuvieran, a él lo habían arrestado al salir
de su trabajo y lo invitaron a un interrogatorio en el que preguntaron por la actitud de
sus hijos y sobre su religión, en busca de ciertos nombres, que él no quiso dar. Como
consecuencia se lo llevaron a Mauthausen, donde fue cruelmente tratado, tocándole
trabajar en la famosa cantera de aquel campo y su famosa “Escalera de la muerte”
subiendo los 186 empinados escalones cargado de grandes piedras de granito. Pero
todo eso lo pudo aguantar, pues era de constitución fuerte, con lo que no pudo fue con la
enfermedad, el tifus en los últimos meses antes de ser liberado el campo.
Otro episodio del que pudo enterarse fue el de su hermano Julius, cuando llegó
al campo una amiga de Else llamada Cristiane. Ella traía noticias de su hermano,
contándole cómo este había mostrado valor e intrepidez. Todo esto lo hacia para
“Los Perseguidos” Luís Romera
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animarla, aunque para ese entonces él había muerto.


Julius se dedicaba a pasar literatura desde la frontera suiza, para introducirla en
Alemania. Después, junto a otros compañeros, ayudaba a mimeografiarla, y así
multiplicaban las copias de las pocas revistas que recibían. Al ser joven y ágil tenía la
facilidad de escabullirse de la policía y de la temible Gestapo. En cierta ocasión fue
visto por policías de la Gestapo que le acechaban. Iba en su bicicleta, cargando con una
mochila repleta de literatura “prohibida” que le había pasado su amigo Everland, de
Suiza. Todo aparentemente estaba controlado. Aprovechó una tarde soleada de los
primeros días de la primavera. La policía le había seguido el camino tras la denuncia de
un vecino de una aldea cercana que había observado la costumbre de Julius de venir
cargado siempre desde la frontera en una zona de campo.
Sin embargo, Julius notó la presencia de motorizados de la Gestapo. Fue
entonces cuando sacando fuerzas pese a su flaqueza corrió todo lo que pudo y casi
milagrosamente se fue deshaciendo de forma accidental de los diferentes perseguidores.
Del primero lo hizo cuando cruzó una charca que había en el camino por el que se había
desviado. Él conocía muy bien aquellos caminos entre las montañas y se movía como
pez en el agua, aptitud de la que sus perseguidores carecían. Julius pasó a propósito por
la charca, pues sabia que debajo había un socavón bastante grande, tapado por una
piedra, que, debido a las lluvias caídas en los días atrás, estaba todavía lo
suficientemente lleno de agua como para tapar el socavón y la piedra, y contra eso dio la
moto de uno de los motoristas. En un momento dado, en otro camino, observó cómo
venían dos perseguidores por ambos lados. Decidió bajarse de la bicicleta en el último
momento. Debido al cambio de rasante, los motoristas no pudieron verle, de modo que
cuando se encontraron con la bicicleta atravesada frente a ellos, pese a que uno alcanzó
esquivarla, el otro no pudo evitar empotrarse contra su compañero. Esto enfadó aún más
a los capitanes de la Gestapo, por lo que enviaron a otros dos hombres en su busca.
Cuando Julius pensaba que ya los había despistado, vio venir a los otros dos guardias,
quienes, bajando de sus motos, le fueron persiguiendo raudos a través del campo. Julius
pensó que la única posibilidad que tenía era alcanzar un espeso bosque cercano que lo
ocultaría, pero no contaba con que sería alcanzado por una bala que le hizo una herida
en la pierna. Era claro que la Gestapo no quería matarle, sino que este les condujese a
los que ellos considerasen los líderes.
Aquel disparo le hizo caer, aunque tuvo la suerte de que no se le alojara, pues le
pasó rozando, sin embargo el impacto y el dolor le hizo difícil seguir corriendo, sacando
fuerzas de donde no había y olvidándose del intenso dolor, cual quemadura sentía en el
muslo izquierdo. Volvió a tropezar y por fin desistió, alzando la mano, indicando con
esto su rendición en esa lucha desigual. Julius meditaba sobre su incierto destino y
trataba de consolarse con su esperanza futura, pensaba que este era el final de su vida.
Cual fue su sorpresa cuando sus captores le condujeron a un vehículo donde le
esperaba un oficial de cargo superior, Eicke de nombre, muy amable, quien, con tono
cordial, le invitó a entrar. Fue entonces, en el camino hasta la ciudad, en que trató de
persuadirle de delatar a sus compañeros, haciéndole creer que la Gestapo los conocía a
todos y solo se trataba de confirmar unos detalles sobre si aquellos todavía seguían o no
en la obra. Poca respuesta obtuvo de Julius. Como consecuencia, los guardias lo
condujeron a una comisaría cercana en la ciudad, donde le esperaba un trato menos
cordial y más agrio.
Días después, Julius, un tanto recuperado de la carrera de días atrás, fue
conducido a la comisaría donde se entrevistaría con Grunewald, un cruel y
malhumorado teniente de la SS, quien al no conseguir sacar nada del detenido, lo envió
a torturar, para ver hasta qué grado estaba dispuesto a aguantar el silencio cómplice de
“Los Perseguidos” Luís Romera
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Julius.
Cuando pretendían trasladarlo a otras dependencias, sucedió algo imprevisto.
Fue el momento en el que traían a un tal Fritz, un personaje violento, de constitución
fuerte, acusado, al parecer, de ser comunista y anarquista, cosa que no era verdad.
En realidad Fritz era herrero, pero en sus ratos libres le daba a la bebida, en esos
momentos se volvía muy violento y se enzarzaba en peleas. La anoche anterior por lo
visto se había peleado con un jefecillo de la SS, también bajo los efectos del exceso de
cerveza, este ultimo había sido lanzado por Fritz a la calle, teniendo la mala suerte de
caer de cara en el blando excremento de caballo, lo cual significó las risas y burlas de
los que pasaban por allí y desconocían de quien se trataba. Ahora este, como venganza,
lanzó la falsa acusación de que Fritz era comunista, para que así fuera enviado con
seguridad a algún campo de concentración.
Fritz gritaba y se negaba a entrar, por esa causa los policías que escoltaban a
Julius, tuvieron que echar una mano a los compañeros que no podían con el terrible
herrero.
Julius, aprovechando el barullo y el momento de despiste de sus vigilantes, huyó
escaleras abajo a toda velocidad, con el propósito de avisar a su familia de que
abandonaran la ciudad, pues sabia de las intenciones de la Gestapo de quitarle a sus
hijos y enviarlos a reformatorios.
Antes de ser encontrado, pudo contarle a este amigo la situación, para que le
avisara a su esposa, y a su hermana Else, pero su amigo también fue arrestado antes de
cumplir con su misión. Curiosamente este se encontró con Cristiane y le contó todo lo
sucedido.
Así fue cómo Else pudo saber de su querido hermano. También le contaron
cómo su hermano había logrado escaparse, que incluso llegó a su casa, pero sin
encontrar rastros de su esposa, ni de sus hijos. Todo aquello, pensaba ella, lo debía
haber atormentado terriblemente, pues siempre había sido un buen esposo, atento y muy
protector. Siempre habían sido muy cautelosos y habían ensayado meticulosamente qué
hacer y decir en caso de que viniera la Gestapo a interrogarles, pero nunca, jamás
habían contado con esta eventualidad.
Else ya había sufrido la perdida de su esposo Jürgen. Este, al igual que Julius,
después de su trabajo se encargaba de actuar de “trasporte”, es decir llevar y distribuir
literatura bíblica en los diferentes puntos dispuestos para ello de forma clandestina.
Estuvo efectuando esa labor hasta que fue apresado y llevado a un duro interrogatorio
de tres días, en el que las palizas y torturas fueron indescriptibles. Después fue enviado
al campo de concentración de Mauthausen, donde murió enfermo. Por ello la idea de
que su hermano sufriera la misma suerte la atormentaba.
Julius, siguió intrépidamente su valiente labor. Se había unido a un grupo que se
dedicaba a mimeografiar literatura en una casa abandonada a las afueras de la ciudad
vecina, cerca de Dachau. Allí lograba, junto con otros hermanos, pasar literatura al
campo de concentración. Aprovechaban la oportunidad que tenían muchos ‘triángulos
púrpura’ de salir a trabajar fuera del campo.
Los guardias no podían entender cómo podía entrar literatura de los
Bibelförscher a todo un cercado y vigilado campo como aquél. Pero lo cierto es que no
era el único, en algunos campos hasta circulaban biblias y otros libros.
Pero cierto día, mientras todos los demás se habían marchado, Julius decidió
seguir trabajando en las copias. Desgraciadamente, sucedió que el pastor de una iglesia
cercana alcanzó a visualizar que un grupo de personas entraba y salía de la vieja casa,
por lo que se deduce que llamó a la Gestapo.
Fue una nublada tarde de otoño. Después de ser identificado, lo condujeron
“Los Perseguidos” Luís Romera
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directamente a Dachau y allí fue fusilado.


Else supo de su muerte días después, fue tan solo a unos cuantos metros de
donde ella se encontraba, es posible que hasta escuchara el tiro de muerte. Era común
escuchar cada cierto tiempo algún que otro disparo de fusilamientos o asesinatos
selectivos, pero Cristiane no quiso decir nada hasta que no pasaran unos días y así el
dolor no fuera tan tormentoso.
Cada cierto tiempo los prisioneros eran llamados al patio que había entre el
“Bunker” (que era como una prisión de castigo dentro del campo) y la cocina del campo
para ser testigos de fusilamientos, ahorcamientos y otros asesinatos por parte de las
autoridades del campo, sobre todo eran invitados a ese terrible espectáculo, los
Bibelförscher, cuando a los que se ajusticiaba eran de su ideología; o se invitaba a
grupos en general cuando se trataba de algún acto de rebeldía, todo para infundir terror
en los demás reclusos, o en el caso de los Bibelförscher para hacerles ceder y que
decayera su firme resolución.
En la mayoría de los casos se trataba de los que se habían negado al saludo Heil
Hitler, en otras ocasiones era porque se había localizado literatura de ellos allí, algo
inaudito e inexplicable para los guardias que registraban minuciosamente a todos lo que
entraban.
El día anterior, Else, después de la entrevista con el comandante y de los
castigos y torturas recibidas por su negativa a firmar el documento de renuncia, fue
invitada, junto a otras reclusas, al citado espectáculo, donde varios compañeros y
compañeras fueron sacrificados. Cuando esto sucedía, no hacia más que pensar en lo
que le esperaba a ella, y se imaginaba la muerte cruel de su esposo.
En ocasiones soñaba que ella estaba allí, viendo a su esposo, sin poder acercarse
y como le obligaban a ponerse de rodillas, él miraba atrás hacia ella, y ella no podía
gritar para despedirse de él y lloraba.
Aquellas pesadillas se repetían de forma constante, pero nunca habló de esto con
Nadia, no quería que ella sufriera más de lo que ya estaba padeciendo, solo quería
infundir en ella esperanza y ánimo.
Pero además, aquella noche no paró de recordar las amenazas del Jefe del
campo: “No saldrá viva de aquí”. Esa frase se repetía constantemente. No quería ceder
al temor, pero tampoco quería morir sin poder ver a sus hijos.
A la mañana siguiente no iba a ser mejor, sabia que un grupo de prisioneros,
entre los cuales podía contarse ella, había sido invitado a entrar a uno de los llamados
camiones “S”, para, según decían, ser trasladados a otro campo. Se trataba en realidad
de camiones cerrados que, cuando se ponía en marcha el motor, penetraba el gas en el
interior del vehículo, para matar a sus ocupantes en un tiempo de diez a quince minutos.
Muchos prisioneros ya sospechaban que aquellos camiones no eran utilizados sino para
trasladar vivos hacia la muerte segura, pues los veían volver demasiado pronto para
trasladar a nadie a ningún lugar.
Else sabia que esta podía llegar a ser la ultima entrevista con Nadia, pero no
quería que ella lo viera como una despedida, no quería que la chica sufriera, así que hizo
acopio de valor y animó para infundir en la joven la esperanza que necesitaría, sobre
todo ahora que Nadia había perdido a la persona que mas quería.

9
LA DESPEDIDA

—¿Qué te ocurre, Nadia? —preguntó Else al ver a Nadia con expresión de


consternación y profunda tristeza: la joven había acudido a la cita solo para no perder el
“Los Perseguidos” Luís Romera
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rastro de su amiga, pero no tenía fuerzas para hablar.


—¡Han matado a mi madre! Han matado a mi pobre madre, asesinos... No tengo
a nadie, mi padre ya no está, ahora mi madre...
—Tranquila jovencita, entiendo lo que estás pasando. Comprendo tu dolor, yo
también he perdido a un ser querido y a muchos amigos... Pero tienes que ser firme, tú
sobrevivirás a todo esto y ellos no. He oído que los americanos y los rusos se están
acercando y pronto nos liberaran...
—¿Por qué no han llegado antes? Ahora ya es tarde...
—Si tú aprecias a Dios y eres leal a él, podrás ver a tu madre viva de nuevo...
—Eso no es posible...
—¿Sabes? La Biblia habla de una esperanza que ayudó a aguantar las pruebas a
todos los fieles de la antigüedad. Fue la Resurrección. Él promete que todas aquellas
personas que él considera inocentes, tú madre de seguro es una de ellas, volverán a ver
la vida, en un mundo mejor...
—¿Y eso cuándo va a ser? —preguntó Nadia, con cierto hálito de esperanza.
—Pronto Nadia, pronto... Dios va a eliminar a todos estos injustos y criminales
gobiernos del hombre y pondrá su Reino y entonces podremos vivir en un paraíso, como
él quería al principio. Podrás volver a ver a tu madre, no habrá ya más maldad, ni dolor.
Viviremos en un mundo donde no tendremos que temer a nadie...
—¿Y yo podré estar allí? —preguntó Nadia, con el semblante más tranquilo.
—Claro que sí. Cuando tú salgas de aquí, tienes que buscar la verdad.
—Cuando salga de aquí te buscaré, Else, yo quiero que tú me ayudes a encontrar
a Dios...
De repente, unos guardias llamaron a ambas; se llevaron a la joven hacia el
barracón de experimentación para hacerle más pruebas médicas, mientras que a Else se
la llevaron escoltada dos guardias mujeres.
—Allí nos veremos hija, allí nos veremos —le dijo Else. Fueron palabras que
para los oídos de la adolescente sonaron a despedida, y ese sentimiento de que tal vez ya
no la volvería a ver dolía más que todo lo que le tocaba sufrir a manos de los médicos
del campo.
Efectivamente, esta fue la última vez que Nadia vio a Else. Poco tiempo
después, Else fue conducida a los famosos camiones S, estos que no eran otra cosa que
cámaras de gas móviles. Se trataba de camiones cerrados, en los cuales, cuando se ponía
en marcha el motor, penetraba el gas en el interior del vehículo, para matar a sus
ocupantes en un tiempo de diez a quince minutos.
Los ‘camiones S’ fueron inventados a raíz de un suceso: cuando Himmler estaba
en Minsk (entonces ocupada por los fascistas), en 1942, sus camaradas organizaron una
matanza en su honor, pero al “refinado” capo le molestó una macabra experiencia que
tuvo en un fusilamiento masivo. A la matanza no le puso ninguna objeción, sino que lo
que “hirió su sensibilidad” fue el ver, ¡y oír!, cómo enterraban a los masacrados, pues
no todos estaban muertos. También las quejas de muchos guardias y comandantes de
campos que veían cómo muchos de sus camaradas no soportaban el ver la muerte y el
sufrimiento tan de cerca.
Para “humanizar la muerte”, a raíz de aquel suceso, un ingeniero nazi que
trabajaba en Berlín, el Untersturmführer4 doctor Becker, se le ocurrió esta idea, y fue
así cómo se construyeron camiones S de varios tamaños, con capacidad para 15 o 20
víctimas. Sobre todo se utilizaba con mujeres y niños. Cuando subían, se cerraban las
puertas y ya estaban en una cámara de gas rodante.
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ALFÉREZ (entre subteniente y teniente), según la equivalencia aproximada de los grados militares de la
SS. (N. de E.)
“Los Perseguidos” Luís Romera
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Sin embargo, para Else, que sabia de su final… acabó allí su sufrimiento. Solo
lamentaba no haberse podido despedir de su esposo, ni de su joven y querido hermano
Julius, y peor, y más doloroso si cabe, no pudo despedirse de sus hijos… aunque podría
decirse que lo hizo con Nadia en su representación… y lo hizo como siempre hacía
cuando estuvo con ella: con una sonrisa que irradiaba paz, dando ánimo y consuelo a la
joven, sin hacerle ver el sufrimiento que ella misma llevaba dentro. ‘Pero ¿para qué
cargar a aquella jovencita con más penas de las que ya sufría en su pocos años de
vida?’, concluía ella. Por otro lado, murió con la esperanza segura de encontrarse pronto
con su esposo, en aquel maravilloso mundo del que tanto había hablado a Nadia.
Solo año y medio después, los norteamericanos llegaron a Dachau y encontraron
entre 30.000 y 60.000 prisioneros, no se sabe con exactitud la cantidad, pues unos
meses antes se había declarado una epidemia de tifus y muchos prisioneros fueron
trasladados a otros campos. A los que encontraron, la mayoría estaba en situación
crítica: personas desnutridas, muchas al borde de la muerte, y miles de cadáveres por
todas partes.
Entre los sobrevivientes estaba la joven Nadia; libre por fin, se aferraba a las
palabras esperanzadoras de Else, las que, una vez recuperada físicamente, buscó. Se
había quedado con las ganas de saber a qué religión pertenecía Else. ¡Cómo iba a
encontrarla si ni tan siquiera sabía su procedencia ni apellido! … Solo pudo saber,
tiempo después, a quiénes correspondían el llamativo triángulo púrpura que Else llevaba
cosido a sus ropas de prisionera.

10
PERSEGUIDA EN SU TIERRA
El caos en el que se encontraba Alemania al terminar la guerra hacía que hubiese
desplazamientos de personas de aquí para allá, por todos los caminos, carreteras y vías
de tren; por todas partes se podía ver gente volviendo a su lugar de origen. Allí se
mezclaron soldados con prisioneros, a veces incluso kapos de los campos de
concentración, como Elfriede Rinkel o Herta Oberhauser, o jefes nazis como Josep
Menguele, quienes, disfrazados de prisioneros o prisioneras, se escabulleron de los
controles de los soldados que liberaban los campos.
Los Norteamericanos, para quienes organizar el desplazamiento de tantos
deportados era tarea tediosa y nada cómoda, solían trasladar a los prisioneros que
encontraban a sus diferentes nacionalidades, así fue como Nadia llego a ser trasladada a
la zona rusa debido a la nacionalidad de sus padre.
Aunque ella apenas sabía el idioma, estuvo refugiada en un cuartel del ejército
ruso, en la zona de Alemania controlada por los soviéticos, para ese entonces contaba ya
con 17 años y su belleza natural, heredada de su madre, no pasaba inadvertida para los
guardias y custodios de la joven. Pero ella tenía otros intereses más importantes que el
buscar pareja, cosa un tanto extraña pues muchas jóvenes en su situación, quienes
aprovechaban la primera oportunidad que se les presentaba, ya que aquello significaba
su protección y seguridad.
Pero para Nadia, el encontrar a su padre y a su amiga Else se convirtió en su
obsesión. Ella pensaba que todavía podía encontrar a su padre, y todo su esfuerzo se
centró en preguntar a unos y otros, y buscar ayuda. Con los pocos recursos que había, la
radio fue uno de esos pocos medios para encontrar desaparecidos al que la joven acudió.
Pero también hubo muchas promesas falsas de desaprensivos que solo querían sacar
provecho de la muchacha.
Así fue cómo en poco tiempo se encontró siendo perseguida de nuevo, esta vez
“Los Perseguidos” Luís Romera
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por su negativa a casarse con un comandante ruso, el cual ya estaba haciendo arreglos
para ello en contra de su voluntad, pues a ella la solo idea le causaba pavor y repulsión.
“Aprovecha la oportunidad”, le decía una amiga que conoció en el traslado y que
le ayudó a aprender ruso.
—No te niegues a esto, tienes en tus manos tu futuro: o una vida angustiosa o la
seguridad y el estatus de ser la esposa de un militar.
—No puedo imaginarme mi vida con ese déspota y desagradable de Tropkin—
refutó Nadia, refiriéndose al general que la pretendía.
En aquel lugar también conoció a un coronel que decía conocer a su padre en sus
años de universidad. Él parecía no tener más interés en ella que ayudarla a que su vida
fuera menos angustiosa. La trataba casi como si fuera un familiar.
Aunque Nadia desconfiaba de todos, este hombre le infundió confianza y la
animaba muy a menudo, cuando surgió la cuestión del matrimonio con el General del
cuartel, él se prestó para ayudarla a escapar de aquella situación.
—Tú no te mereces esta vida, huye, no te lo pienses más — le dijo en cierta
ocasión
—¿Cómo puedo hacerlo, si esto es como una cárcel?
—Yo te ayudaré a escapar.
—¿Y qué será de ti si te descubren?
—No te preocupes, jovencita, soy hombre de guerra y he librado peores batallas
que esas.
De esa manera fue cómo pudo huir con la ayuda de este coronel que, arriesgando
su situación y puesto, la escondió en la parte trasera de su automóvil, cubierta por
mantas, y la sacó secretamente del cuartel.
Era casi de noche, ya muy avanzado el mes de septiembre. Ella desconocía el
lugar al que la llevaría el Coronel, y no hacía más que preguntar que haría después. Él le
explicó detalladamente cuál debería ser su proceder, de repente la mandó a callar y se
detuvo; era un control de tantos que había. El corazón de Nadia empezó a latir de prisa y
los sudores nerviosos brotaban, de hecho, intentaba de no temblar y permanecer
totalmente quieta para que no percibieran movimiento alguno, cosa que se hacia cada
vez más difícil y máxime cuando escuchaba perros y gritos fuera. Empezó a pensar que
todo acabaría allí, que el único medio y la última oportunidad que tenía para salir se
esfumarían. Empezó a orar al Dios al que Else le había enseñado a confiar, aunque no
tenía claro cómo ni qué decirle.
Mientras tanto, el coche permanecía detenido, esperando que terminara el
registro de otros que le precedían; en algunos de ellos descubrían que llevaban
polizones, exnazis escondidos, y que trataban de escapar del férreo control y la dureza
de los castigos de los soviéticos. Entonces, pasados casi veinte minutos de espera, que
para Nadia fueron horas, llegó su turno. Al ver la indumentaria del militar, no
sospecharon de él, no obstante dio una serie de explicaciones en perfecto ruso; entonces
el coche arrancó y prosiguió su camino, por fin la joven volvía a respirar y una
sensación esperanzadora, similar a la que había sentido meses atrás cuando fue liberada
de Dachau.
Pero el coronel no pudo hacer mucho más por ella. La dejó cerca de una estación
y le dio dinero para viajar en tren a la frontera. Una vez allí, sabía que tenía que escapar,
pues para ella Rusia no significaba nada y el régimen dictatorial comunista no se
diferenciaba mucho del caído régimen nazi que tanto la había hecho sufrir.
De pronto, Nadia se vio cerca de la frontera entre ‘las dos Alemanias’; todavía
no existía el famoso muro de Berlín, pero sí en ciertas secciones habían alambradas. En
cierta parte no había ni eso y hasta allí se acercó Nadia, y cuando observó que los
“Los Perseguidos” Luís Romera
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vigilantes se distraían, corrió hacia el otro lado por una zona descampada, que era zona
de nadie; prácticamente arrastrándose recorrió el terreno, más de 1 Km., cuando por fin
fue vista por los vigilantes estadounidenses del otro lado, estos la avistaron y se
acercaron a ella invitándola a subir a su Jeep.
Los soldados americanos e ingleses, ayudaban al principio a quienes escapaban
de la zona dominada por los rusos, sabiendo lo que empezaba a pasar al otro lado.
Habían oído de los abusos de los soviéticos hacia la gente, sabían de los ultrajes y
discriminaciones, de la limpieza política que estos pretendían hacer, pues se empezaba a
notar sus fines, que no eran otros que instaurar en Alemania un régimen afín al ruso
comunista y crear una zona de influencia, por ello no se retrajeron de ayudar a la joven
y la condujeron hacia un tren que se dirigía hacia Heidelberg, en el noroeste de
Alemania, una de las pocas ciudades históricas, famosa por su impresionante castillo
medieval, que no fue bombardeada por los aliados. Así parecía que se habría una luz de
esperanza y sobre todo de libertad para Nadia.
Con el tiempo sucedió que conoció a Vladimir, un ucraniano muy adaptado a la
vida de Alemania, aunque había sufrido también las desdichas de los campos. Trabajaba
en una carpintería haciendo puertas; en esos momentos ya había bastante trabajo, pues
Alemania se encontraba en plena reconstrucción.
Aquello se convirtió en una amistad y después en algo más, ambos se
encontraban solos en una zona desconocida, con muchas cosas en común y decidieron
compartir la vida juntos y se casaron.
Ahora parecía que la vida por fin cobraría sentido para Nadia, sin embargo, no
acabaron allí las presiones, los rusos seguían buscándola. En cierta ocasión estaba en
una tienda, comprando, cuando escuchó un mensaje en la radio; era común escuchar
anuncios de personas que buscaban a otras, así escucho el nombre de su padre que la
buscaba.
Fue como un jarro de agua fría, pues la dejó entre consternada y confundida,
¡Después de años sin saber nada de su padre ahora la está buscando! Pero… ¿desde la
parte soviética?
Eso fue lo que mas le extrañó, pues sus padres había huido de Rusia años atrás y
nunca hablaron de volver allí, es más, ni siquiera se habían interesado en enseñar a su
hija el idioma nativo. Trataban siempre de hablar en alemán delante de ella.
Por ese pensaba Nadia, no era posible que ahora su padre estuviera unido a los
rusos, o quizás sí. Tal vez debido al maltrato recibido por los alemanes deseaba ahora
volver con sus parientes. O es que tal vez sus antiguos enemigos lo habían capturado y
ahora querían atraparla a ella, todo podía ser una estrategia de aquel comandante ruso
que la pretendía, quizás era solo un señuelo, como opinaba su esposo ucraniano. Eran
tantas las posibilidades, ¡y todo era tan confuso!
Con todo decidió no hacer caso a los mensajes, no podía arriesgarse ahora,
esperaría a que las cosas se calmaran, entonces procedería a buscar a su padre.
Con el tiempo, las presiones se hicieron insoportables, incluso estando en
Alemania occidental sentía que era vigilada por espías comunistas.
En cierta ocasión se sintió vigilada y perseguida por dos hombres, según
aligeraba el paso estos también lo hacían, pudo notar cómo se detenían a pocos metros
de ella cuando paraba el paso. Decidió entonces entrar en un gran almacén y allí habló
con el administrador de la tienda, quien la escondió durante dos horas, hasta que se
cercioró de que los perseguidores desconocidos que la espiaban ya no estaban.
Las cosas no podían seguir así, la presión de los soviéticos iba en aumento y el
temor y la desconfianza de Nadia era proporcional a esa presión. Para las autoridades
soviéticas, el desagravio que significaba el hecho de que una compatriota rusa huyera a
“Los Perseguidos” Luís Romera
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occidente no podía quedarse olvidado. Por aquel entonces, Vladimir había escuchado de
una oferta para trabajar en Australia. ¡Esa era la ocasión que necesitaban para perder de
vista a sus perseguidores!
Sin pensarlo mucho, se embarcaron a las antípodas, a un territorio desconocido,
una nueva vida, en la que Nadia, solo tendría que preocuparse de buscar a los de la fe de
Else.
La única opción de búsqueda que tenía, pues la de su padre no era posible, era la
de la misma Else, aunque sabia que tampoco parecía una posibilidad real. Mas sí podía
buscar esos ideales y enseñanzas que tan bien le hicieron soportar aquella crueldad y
que pasara ‘de la muerte a la vida’ en el campo de exterminio de Dachau.
Le llevó tiempo adaptarse a una forma de vida muy distinta, el idioma, el clima y
muchas otras circunstancia, aunque para sorpresa suya, Australia era un país de
inmigrantes, había toda clase de nacionalidades, entre ellos una pequeña comunidad de
alemanes contrarios al antiguo régimen nazi.
Cuando ya se encontraba con la suficiente confianza empezó la búsqueda que
nunca había abandonado, la de los amigos de Else. Siempre recordaba las cosas que
Else le había dicho y por ello, cuando se topaba con algún religioso, le preguntaba sobre
su esperanza para el futuro, aunque siempre la respuesta la decepcionaba. Todos
hablaban de un cielo, de ir a otros mundos, de reencarnaciones y otras cosas, pero nada
como lo que Else le había contado.
Fue diecisiete años después cuando sucedió algo que le dio un giro a su vida, se
acercaron a su puerta dos personas que empezaron a hablar las mismas cosas que había
escuchado de Else, cada pregunta que ella hacia, le daban la respuesta que Else le
hubiera dado.
No pudo evitar que sus lagrimas de emoción le hicieran correr el leve maquillaje
de sus ojos y que le revolotearan en su mente todos aquellos momentos con su consejera
y consoladora amiga, abrazando con fuerza a los que se encontraban en su puerta, los
cuales, perplejos, no salían de su estupor y sorpresa al ver la reacción de aquella mujer.
Aquello significó el final de toda una búsqueda: Nadia por fin podía conocer y
abrigar la esperanza que aquella noble mujer tenía, vio la luz de vida que se le mostró en
aquel campo de la muerte llamado Dachau, y más que nunca tendría la confianza de
poder encontrarse con Else y cumplir con la cita que tenían pendiente, en un lugar en la
que ya no tendrían nada de que lamentarse, ni clamarían por las injusticias, ni sufrirían
el dolor de la persecución. La muerte de los perseguidos seria ya algo olvidado, pues
todos ellos seguro estarán allí.

FIN
“Los Perseguidos” Luís Romera
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BIBLIOGRAFÍA

• ¡Despertad! 1985 8/2 “De la muerte a la vida en Dachau”


• Anuario 1974 Alemania
• Los Bibelförscher y el Nazismo
• Dachau Campo de exterminio (Michael Frost)

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