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DELIRIO Y SUPLENCIA* 1

Alexandre Stevens

Con Lacan, con el último Lacan -el del seminario sobre Joyce-, se puede situar una nueva clínica
diferencial de las psicosis 2: las psicosis que presentan un desencadenamiento y las psicosis sin
desencadenamiento. Las primeras conducen, a veces, al desarrollo de un delirio sistematizado y, en et
mejor de los casos, al establecimiento de una suplencia al desfallecimiento de la metáfora paterna.
Las segundas, son psicosis con suplencias.
Al binario "esquizofrenia y delirio" propuesto como tema de la tarde de hoy, quisiera agregar
un segundo binario para hacerlos jugar a ambos. Sólo tomaré una gran ruta para retomar los
conceptos con los cuales, nosotros como psicoanalistas, aborda mos et campo clínico de las psicosis.
Lo haré en tres puntos. Para empezar examinaré et estatuto del delirio en las psicosis. Luego la
cuestión del delirio como proceso reparadores ese et tema del binario "esquizofrenia y delirio". Y
finalmente tomaré la oposición delirio y suplencia.

El estatuto del delirio en la clínica

En la clínica psiquiátrica más corriente, et delirio siempre está situado como una perturbación
de la relación con la realidad. Es por otro lado, que el DSM III-R establece el diagnóstico diferencial
entre esquizofrenia y paranoia según el carácter "bizarro" o "no-bizarro" de esta perturbación. Para la
esquizofrenia se menciona "(...) ideas delirantes bizarras (es decir implicando un fenómeno considerado

1
* Texto de una conferencia pronunciada durante las Tardes del Campo Freudiano et 28 de abril de
1990 en Bruselas, sobre et tema "Esquizofrenia y delirios".
Traducción libre de Marcela Errecondo, no revisada por et autor.
2
Tomo acá una proposiciôn de J. A. Miller que dio en su seminario de DEA en 1988.
2

como manifiestamente increíble en la cultura del sujeto, (...)". Y para la paranoia: "(...) idea(s)
delirante(s) no bizarra(s), (es decir implicando situaciones encontradas en la realidad), (...)".
Podemos traducir esto con nuestras referencias. Estos autores efectivamente oponen los
términos "bizarro" y "no-bizarro" en función de una realidad cultural dada. Existen entonces, para ellos,
dos criterios diferenciales. Por un lado entre neurosis y psicosis: el carácter "delirante" de la idea; sin
precisar de todas formas lo que ellos entienden por delirio, aunque se puede ubicar claramente que
tiene que ver para ellos con una pérdida de la realidad. Nosotros no podemos estar de acuerdo en eso.
Ya volveré sobre esto.
Por otro lado, entre esquizofrenia y paranoia: el carácter "bizarro" o "no bizarro" de esta
pérdida, bizarro o no en relación con una realidad situada esta vez como la del mundo cultural del
sujeto, una suerte de realidad psíquica cultural. Por ahí se introduce la dimensión de las relaciones del
sujeto a la cadena significante que lo constituye. Sobre este punto, si podemos estar de acuerdo
parcialmente. La esquizofrenia se encuentra en efecto, particularmente descolocada en relación con la
cadena significante, la de su cultura, lo que no es el caso del paranoico. Pero el punto d e desacuerdo
concierne al estatuto de esta realidad: ahí en donde sitúa la relación con la realidad cultural del lado del
sentido, nosotros deliberadamente lo situamos, con Freud y con Lacan, del lado del significante.
Pero más allá de eso, lo que hace nuestro desacuerdo fundamental con los pasajes extraídos del
DSM III-R (y también con sus formas precedentes), es la referencia misma a la realidad para definir el
delirio. El delirio ahí está, en efecto, forzosamente concebido, como pérdida de la realidad.
Sin embargo, en un texto claro e insoslayable de 1924, Freud, ya había señalado un modo para
toda la clínica de las psicosis que se fundaba en la noción de "pérdida de la realidad" a propósito del
delirio. Quisiera tomar brevemente algunos elementos de este texto3, porque el desarrollo que haré
sobre las psicosis y el delirio se funda en ello. Freud considera que en la neurosis como en la psicosis
hay pérdida, hay una relación de pérdida a la realidad. No es exactamente la misma relación en los dos
casos, dice Freud; la temporalidad, la lógica de los procesos no es lo mismo. Freud explica el desarrollo
de esto en dos tiempos. En la neurosis, en el primer tiempo, el yo se pone al serv icio de la realidad y
reprime la moción pulsional. La represión se opera entonces al servicio del principio de realidad y al
precio de un sacrificio del ello. Pero eso que hace la pérdida de la realidad en la neurosis, según Freud,

3
S. Freud, "La pérdida de realidad en la neurosis y en la psicosis".
3

se juega en el segundo tiempo. En este segundo tiempo se produce, en efecto, una desvalorización de la
realidad, de tal forma que se restablezca una cierta compensación para el ello. Es el tiempo de retorno
de lo reprimido y de la constitución del síntoma como marca de la represi ón, pero presentando los
significantes del retorno de lo reprimido con una fijación de goce. Freud agrega, además, que una nueva
relación con la realidad se instala por una sustitución: el fantasma. En las psicosis, por el contrario, es
desde el primer momento que el yo se aparta de la realidad para quedar al servicio del ello. Es solo en
un segundo tiempo que hay creación de una nueva realidad: el delirio es construcción de una nueva
realidad. El segundo tiempo trae así una restauración de la relación del yo a la realidad, pero esta vez
sin chocar con el ello, es decir conservando un goce.
En la neurosis como en la psicosis, el segundo tiempo sirve entonces, para fijar un goce. Por otro
lado, desde el punto de vista de la relación con la realidad, el momento final es relativamente parecido
porque hay siempre restauración de una nueva realidad. La diferencia se sitúa entonces en el primer
tiempo, o sea en la posición del yo en relación con la realidad y con el ello. Pero Freud precisa más
adelante en su texto que hay también una diferencia en el segundo tiempo: en la neurosis el sujeto no
quiere saber nada de la realidad en cuestión, y si la reconstruye es con un fantasma que se apoya sobre
la realidad exterior, mientras que en la psicosis una nueva realidad es reconstruida. Es entonces la
posición del sujeto respecto de esta reconstrucción que es lo determinante.
Hizo falta Lacan releyendo a Freud para precisar el estatuto de la realidad en Freud, realidad
psíquica, eminentemente significante entonces, y desprender de ahí el goce del campo de lo Real, Real
que es la realidad en tanto que escapa al campo del significante.
Con Lacan podemos, entonces, releer los dos tiempos freudianos de la psicosis. El primer tiempo
para Freud se caracteriza por un cambio de posición del yo en relación con la realidad y con el ello: el yo
se aparta de la realidad para ponerse al servicio del ello. Para Lacan, la posición del sujeto en la psicosis
no es la de la neurosis: el sujeto en vez de articularse al significante (la realida d freudiana), se somete al
goce (el ello). En el segundo tiempo, Freud habla de creación de una nueva realidad que se forma "sin
chocar" con el ello, pero dejando problemático la relación del sujeto con esta creación. Con Lacan se
puede decir que es una elaboración significante que localiza el goce y fija el sujeto, que lo "identifica" de
alguna forma-pero es una identificación petrificada. Hay que comprender que el primer tiempo freudiano
es estructural, define una posición subjetiva: neurosis o psicosis. En la neurosis el sujeto está introducido
en la dialéctica significante (S1-S2) y el goce le es obstaculizado, -los efectos de esto aparecen en lo que
4

Freud ha llamado al principio de su obra: el traumatismo y del cual ha hecho más tarde una lógica del
fantasma. Hay, entonces, forclusión del goce. En la psicosis por el contrario, el sujeto ha forcluído la
metáfora paterna que debería haberlo introducido a la dialéctica significante y se encuentra confrontado
a un goce bruto, no barrado. El primer tiempo freudiano de la psicosis es entonces la fórmula misma de su
estructura subjetiva tal como esta aparece plenamente en el fenómeno elemental en el momento del
desencadenamiento.
El segundo tiempo freudiano es un proceso de reparación. Para la neurosis, reparaci ón del daño
(defecto) respecto del goce por medio del retorno de lo reprimido. Un resto de goce ("a") es fijado por la
operación del síntoma. Para la psicosis se trata de la reparación de la relación con la realidad, es decir de
la relación con la cadena significante. Es el tiempc del delirio como proceso de curación. El sujeto
reconstituye una cadena significante por donde el mundo encuentra sus significaciones perdidas -es el
largo trabajo del Presidente Schreber-y encuentra ahí al mismo tiempo la fijación de una significación para
eso que él es. Esta significación es ahora pacificada ya que el goce está fijado por la reconstrucción. Así
sucede con Schreber respecto de esta significación final para el sujeto: ser más tarde, en la eternidad, la
mujer de Dios prometida a un acoplamiento. Notemos que en estos desarrollos se ve el Lacan del
Seminario III, el de la Cuestión Preliminar perfectamente en concordancia con Freud.
Estos dos tiempos freudianos y su relectura por Lacan, constituyen un vuelco en relación con la
clínica psiquiátrica clásica. Esta se funda para la psicosis, por una parte, sobre el delirio y su clasificación
temática c estructural y por otra, si el delirio es defecto, sobre su déficit -es la clínica de Kraepelin con la
demencia precoz retomada más tarde por Bleuler bajo el nombre de esquizofrenia. La clasificación
temática distingue los delirios según el tema dominante, persecución, erotomanía, etc. La clasificación
estructural, sobre todo la de Serieux y Capgras, distingue entre delirio de interpretación y delirio de
reivindicación. Y bien, es este vuelco en relación con la clínica psiquiátrica que considera el delirio como
primero, que funda para las psicosis, la clínica psicoanalítica. Esta establece el diagnóstico a partir del
fenómeno elemental y no de la tonalidad delirante. En efecto, el fenómeno elemental es, para ella,
primero; certifica la estructura: la aparición en lo real del significante es el efecto inmediato, durante el
desencadenamiento de la estructura de la forclusión. Se sabe la importancia que Lacan siempre le ha dado
a los momentos fecundos" 4 o al desencadenamiento 5 con sus fenómenos elementales. Por el contrario, la

4
Cf_ su tesis de 1932 "De la psicosis paranoica y su relación con la personalidad" y su escrito
sobre 'La causalidad psíquica".
5

tonalidad delirante no puede, por sí sola, asegurar el diagnóstico. Se pueden encontrar elementos
delirantes en casos de neurosis. Freud da el ejemplo en el escenario del Hombre de las ratas, que llama
delirante. Por otro lado, aquellos que asisten a una presentación de enfermos más de una vez han sido
sorprendidos por la persistencia de la instancia crítica y entonces de una cierta relac ión con la realidad
para muchos psicóticos. Pero, si el delirio y su temática no está para nosotros en primer plano, ni desde el
punto de vista del diagnóstico ni desde el punto de vista de la estructura, de todas formas tiene una gran
importancia en tanto proceso reparador.

El delirio como proceso reparador

El delirio fija e identifica al psicótico en relación con ciertos significantes en el cuadro de una
reconstrucción de significaciones, lo que produce una pacificación. En el momento del
desencadenamiento, ¿qué fue lo que sucedió?. Como mínimo el sujeto recibió del exterior una
significación enigmática, bajo la forma de una voz, de un fenómeno imperativo o algo más flou que los
psiquiatras han llamado acertadamente "significación enigmática"-por ejemplo: "todo se vuelve contra
mí". Esta irrupción del significante en lo real es la consecuencia directa de la forclusión del Nombre del
Padre. Pero tiene en seguida una segunda consecuencia, la destrucción de las relaciones i maginarias con
el mundo y con el cuerpo. La disolución imaginaria toma formas diferentes. En la esquizofrenia, toca a la
imagen del cuerpo, de ahí su despedazamiento. En la paranoia toca sobre todo la relación del sujeto a las
significaciones del mundo y en la melancolía son las relaciones del sujeto a la existencia misma de su
cuerpo.
Ilustremos estos dos tiempos, la irrupción del significante que viene en lo real a hacer una
interpretación para el sujeto y la disolución imaginaria, a través de un fragmento del texto de Gerard de
Nerval, en Aurelia. Se puede observar ahí una coyuntura desencadenante, que concierne a una mujer
"perdida" para él y que vuelve a encontrar más tarde. Ella lo saluda y él queda enseguida impresionado por
su mirada6. Es en este momento que se produce el desencadenamiento:

5
Cf. 'De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis". Escritos.

6
"Cómo interpretar este proceder y la mirada profunda y triste con la cual ella acompañó su saludo? Creí
ver el perdón del pasado". G. de Nerval , Aurelia.
6

"Una tarde, cerca de medianoche, subía por una callejuela en donde se encontraba mi casa, cuando,
levantando los ojos por azar, observo el número de una casa iluminada por un reverbero. El número era el
de mi edad. Enseguida, bajando los ojos, vi delante mío una mujer de tinte muy pálido, los ojos hundidos,
que me parecieron tener los rasgos de Aurelia. Me dije "Es su muerte o la mía que me es anunciada!". Pero
yo no sé porqué me quedé con la última suposición y me impresioné de esta idea, que debía ser al día
siguiente a la misma hora. Esa noche tuve un sueño que me confirmó mis pensamientos. 7
Ahí se ve la irrupción de un significante en lo real, una cifra que se le aparece con un cierto número
de consecuencias interpretativas. A esto le sigue la disolución imaginaria, que toca primero los elementos
del mundo exterior y enseguida su propio cuerpo. Es internado y sufre los fenómenos del doble.' 8
El delirio tiene como función, primeramente, reconstruir, con la cadena significante, la cadena de
significaciones del mundo, sobre el mundo: " hay una explicación a lo que ha pasado". Segundo, tiene la
función de asegurar al sujeto una cierta identificación con el lugar que le da en el mundo.
Noten que es el delirio, su tipo, su sistematización o no, su tema, el que hace, en psiquiatría, la
distinción entre esquizofrenia y paranoia. Pero incluso en la esquizofrenia cuando el delirio es poco
elaborado, es él el que determina una pacificación posible del sujeto en sus relaciones al mundo. Tomaré
como ejemplo tres fragmentos clínicos.
El primero concierne a un niño en institución, Fabricio. Delante de un espejo, se habla con él de lo
que ahí se ve; él nombra: una silla, una mesa, etc. Luego alguien le dice: "¿Pero ahí?", apuntando a él en el
espejo con el índice que pide una respuesta. Él responde: "Un pullover". Se tiene en esto la exacta
presentificación del despedazamiento de la imagen del cuerpo. Esto no es delirante, es decir no hay delirio
sistematizado, no hay una construcción que coloque al sujeto en el campo de las significaciones.
Segundo ejemplo: se trata de un esquizofrénico que he visto tres veces. Su madre se llama María,
su padre José y él Christian. En el espejo, él ve manchas. Presenta además esbozos de delirio mesiánico,
pero muy disociados. Cuando le pido que me explique un poco que son esas manchas, él responde:
"cruces". Se ve que ahí un delirio mesiánico podría haberse construido, pero no se construye. Es una
metáfora delirante que fracasa.

7
Ibid
8
Cf. "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis".
7

Tercer fragmento: un esquizofrénico que está mucho mejor. Me explica que conoce dos
situaciones en el mundo en donde todo va bien. Ha formado parte en el pasado de una comunidad de la
que dice: "Cuando me encuentro con esa gente, yo sé que yo soy eso". Para este hombre que tiene una
larga historia psiquiátrica, encontrarse con alguien que ha estado en psiquiatría le asegura que ellos
son, tanto uno como el otro "post-psiquiátricos" y que pueden hablarse. La dificultad, dice es con todos
los otros!". Actualmente está tratando de construir algo en relación con una comunidad de religión
mucho más amplia y extendida, lo que no está mal. Este ejemplo ilustra cómo pequeños fragmentos
delirantes sirven para fijar al sujeto, para darle una identificación, un lugar en el mundo.
Los tres casos muestran como una metáfora delirante, incluso bastante limitada, puede sostener
las identificaciones que funcionan como significación respecto del mundo. Pero entre las tres hay
diferencias. En el primero no hay metáfora delirante, en el segundo hay una metáfora delirante que
fracasa y en el tercero la metáfora delirante es seguramente bastante somera pero ayuda a situar al
sujeto.
En los casos más elaborados como el del Presidente Schreber, una metáfora de lirante se
confirma, cuando está presente de forma útil. De todas formas sigue siendo una sustitución fallada de la
metáfora paterna. Fallada porque tiene consecuencias pesadas para el sujeto: es insuficiente para
estabilizarlo completamente e implica a veces consecuencias reales, por ejemplo un cambio de sexo (es
el caso de los transexuales). Fallida también, en la medida en que solo es reparación, como Freud y
Lacan después lo indican.

Delirio y suplencia

Hay que situar por qué y cómo Lacan avanza, al final de su obra, la cuestión de la suplencia. Haré
esto con algunas observaciones. Primero hay que constatar que no todo del síntoma es analizable en la
neurosis y que el síntoma fija una parte de goce. Freud ya se había dado cuenta. Este no -todo analizable
del síntoma marca un lazo de fijación entre el significante y el resto de goce. A través de toda su
enseñanza Lacan trata de precisar ese lazo. Encuentra una escritura de esto con el nudo borromeo, que
le sirve al mismo tiempo para reinventar el Nombre del Padre. En el nudo borromeo, el Nombre del
Padre, es el anudamiento mismo -dice Lacan-, es el hecho mismo que esto se sostiene. Pero luego le
parece que este Nombre del Padre debería más bien estar inscripto en el nudo en vez de ser lo real del
8

anudamiento. Construye entonces el nudo de cuatro, lo real, lo simbólico y lo imaginario, con el síntoma
que viene a inscribir ese anudamiento mismo. El síntoma, sosteniéndose ala vez del significante y de un
resto de goce que él fija, es así llamado a tomar por su cuenta ese punto, el más real de lo simbólico que
presentificaba hasta ahora el Nombre del Padre en el síntoma neurótico. Remarquemos finalmente la
relación establecida entre el síntoma y la letra, la marca escrita que en lo real está a la espera de ser
significantizada. Hay en la letra también, un lazo de fijación entre el significante y un resto de goce.
Es con este nuevo operador -el síntoma, el nudo borromeo y la letra-, que Lacan escribe una
nueva página de la clínica de las psicosis en su seminario sobre Joyce. Joyce es psicótico pero nunca
deliró ni se desencadenó, incluso si algunos rasgos pueden ser tomados como próxi mos del fenómeno
elemental: las epifanías. Y es ahí que Lacan tiene, si se puede decir, un rasgo de genio: trata de
formalizar eso que pasa con un psicótico que no tiene un desencadenamiento de una psicosis
confirmada.
Lacan ubica un cierto número de cosas en los escritos de Joyce, que como se sabe, ha jugado
hasta el extremo de la descomposición de la lengua inglesa. Tomo aquí sucinta mente algunos puntos.
Primero, este trabajo le produce a Joyce un nombre propio. Lacan recuerda en relación con esto
el desafío que hizo Joyce a los universitarios: quería darles trabajo durante trescientos años -y está en
camino de tener éxito.
Segundo, su arte sostiene al padre para que él subsista y lo ilustra por una misión: hacer existir
"el espíritu increado de su raza". Citemos a Lacan: "Este padre, se confirma en el Ulises, que Joyce tiene
que sostenerlo para que subsista. Por su arte (.... ) Joyce no solamente hace subsistir a su padre, su
familia, sino que ilustra, e ilustra al mismo tiempo lo que él llama "my country", el espíritu increado de
su raza. Es la frase con la que termina el "Retrato del Artista" y es ahí en donde se da su misión" 9.
Tercero, hay en Joyce una forma de abandonar el cuerpo propio. Citemos nuevamente a Lacan:
"Hay una confidencia que nos hace Joyce, a propósito de Tennyson, de Byron, de poetas, de los
camaradas que lo han atado a una barrera de alambre de púas y el llamado Héron-nombre que no es
indiferente-, que dirigía todo el asunto, le pegó durante cierto tiempo. Joyce se pregunta sobre eso que
ha hecho que, una vez pasada la cosa, él no se había quedado enojado. Metaforizando así la relación con
su cuerpo, constata que toda la cuestión se había evacuado, es com o una cáscara, dice él”10. Ese "como

9
J. Lacan, Le Sinthome, seminario del 18 de noviembre de 1975.
10
J. Lacan, Le Sinthome, seminario del 11 de mayo 1976.
9

una cáscara" denota un "sentimiento de despegue", "una reacción de disgusto con respecto a su propio
cuerpo", más precisamente aún, una forma de dejarse caer en relación con la imagen del cuerpo.
Tenemos aquí todos los elementos de una psicosis en su estructura. Pero lo que hay de particular, es que
no se desencadena en él -es su hija la que desencadena una psicosis. Hay algo que sostiene y Lacan lo
llama "suplencia". Esta suplencia toca, como en el delirio, la producción de una identificación á un
nombre que ella misma crea, es sobré uña -, Padre para "ilustrar" y ella apunta a algo que reemplaza el
cuerpo propio. Lacan llama aquí a esta suplencia "ego" -narcisista en la ocasión- y la hace consistir en un
desplazamiento (una metáfora se podría decir) de este cuerpo propio sobre el arte de Joyce, un arte que
trabaja la letra. "En él, lo que se llama corrientemente el ego, ha jugado un rol totalmente diferente que
el que juega en el común de los mortales. Y la escritura es esencial a su ego”11. Es un arte que suple ala
significación fálica deficiente 1211. El ego de Joyce no es su propio cuerpo, es su arte.
Volvamos al texto de Freud sobre la pérdida de la realidad para ceñir la diferencia entre delirio y
suplencia, siendo cada uno un modo— - de reparación de la desfallecencia paterna. Se puede decir que si el
delirio equivale a una reparación que toma sobre el segundo tiempo, luego de los efectos catastróficos
producidos por el desencadenamiento, hay que situar al contrario la suplencia como reparación que toca
al primer tiempo. El trabajo de la letra hace, en efecto, el trabajo de anudar la relación del sujeto al
significante con el servicio del goce. La diferencia es muy importante y aún no se han tomado en cuenta
todas las consecuencias clínicas.
Quedan de todas formas dos cuestiones que sólo me contentaré con evocar, sin cerrarlas. La
primera, tiene que ver con la diferencia entre psicosis suplida, por ejemplo en Joyce, y la neurosis.
Digamos solamente que no estamos ahí en el nivel de los casos límites en el sentido lacaniano. Una
respuesta sería sin duda articularla tomando en consideración que el defecto de la estructura subsiste con la
suplencia. La segunda cuestión puede enunciarse simplemente: ¿por qué esto fracasó en otros como en
Rousseau y Nerval? Nerval se suicidó antes de poder elaborar un delirio construido, pero antes trabajó en su
escritura todos los temas que retornaron en lo real en el momento del desencadenamiento. Esta cuestión
también queda abierta.

11
10 J. Lacan, Le Sinthome.
12
11 J. Lacan, Le Sinthome, seminario del 18 de noviembre de 1975.

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