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Documentos de las clases obreras

PRIMERA PARTE: Documentos en torno a la formación histó-


rica de la clase obrera en Inglaterra
I. Primeras organizaciones
Doc. nº 1: La organización de los cardadores de Leicester vista por sus
patronos

“…se habían erigido desde hacía varios años en una especie de corporación (aunque no tuvieran esta-
tuto); el pretexto era atender a sus compañeros más pobres, enfermos o sin trabajo; a este efecto se
reunían una vez o dos por semana, entregaba cada uno dos o tres peniques para establecer un fondo
de solidaridad y cuando llegaron a ser bastante fuertes impusieron reglas a sus patrones a ellos mis-
mos, a saber: que ningún patrón debía emplear un cardador que no perteneciera a la asociación: si lo
hacía, todos los asociados dejaban de trabajar para él, y si empleaba veinte, obligaban a marchar a
todos y a menudo no se contentaban con ello; insultaban al honesto trabajador que quería trabajar, lo
golpeaban violentamente, destruían su telar y herramientas de trabajo; pueden sostenerse mutuamente
mejor gracias a que su asociación se extiende por todo el reino. Ya a que se puede utilizar la cuota
que recaudan más bien para estimular el ocio que el trabajo, pues si un asociado quedaba sin trabajo
le dan una nota y dinero para que vaya a buscar trabajo a la ciudad más próxima donde hay una aso-
ciación de solidaridad; esta le asegura también la subsistencia, de forma que puede dar la vuelta al
reino sin gastar un solo centavo de su bolsillo ni mover un dedo para trabajar. Este sistema ha sido
imitado por los tejedores, pero no se extiende a todo el reino, sino que está limitado a cada ciudad”.

[en A Short Essay upon Trade, 1741]

II. Cambios técnicos y conflictos sociales en la época de la re-


volución industrial.
Doc. nº 2: los “cortadores” de telares

“…un grupo de tejedores, armados con espadas herrumbradas, pistolas y otros objetos contundentes,
se reunieron en la casa de Saffronhill con la intención de destruir el trabajo de los telares de un emi-
nente tejedor, próximo a aquel sitio, pero afortunadamente fueron dispersados sin grandes daños.
Algunos fueron aprehendidos y, al ser interrogados ante los jueces en Hick-hall, se descubrió que dos
clases de tejedores se habían reunido para hostigarse mutuamente: los tejedores de telar angosto y los
de telar mecánico. Se suponía que los tejedores de telares mecánicos eran ruinosos para los de telar
angosto porque, por medio de sus máquinas, uno solo de ellos podía hacer en un día tanto como seis
de los otros, y la misma clase de trabajo, igualmente bueno; por tal razón los obreros de telar angosto
estaban decididos a destruirlos”.

[en Gentleman’s Magazine, 30 de noviembre de 1767, citado en Georges


Rudé, La multitud en la historia, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971]

“…un gran número de personas encolerizadas, armadas de pistolas, alfanjes y otros objetos contun-
dentes, y disfrazadas, se reunieron alrededor de las doce de la noche… y entraron en las casas y talle-
res de varios tejedores de Spitalfields y de los alrededores… y cortaron y destruyeron los tejidos de
seda que estaban haciéndose en nueve telares diferentes”.

[en Annual Register¸ 26 de julio de 1768, citado en Georges Rudé, La


multitud en la historia, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971

1
III. Las revueltas de hambre
Los disturbios provocados por la escasez de alimentos (malas cosechas, problemas de abastecimien-
to) caracterizaron los enfrentamientos sociales del siglo XVIII en Inglaterra. De 357 tumultos pro-
ducidos entre 1730 y 1795, 275 se relacionaron con la carencia de alimentos, particularmente el
pan, que representaba el tercio, y a veces la mitad, de los ingresos del pobre. Al acentuarse las ma-
las cosechas, a partir de 1750, estos conflictos se reprodujeron en forma notable. La reacción popu-
lar a la falta de alimentos adquiría diferentes formas: a) saqueo del grano por parte de los consumi-
dores; b) motines en los mercados que finalizaban con la destrucción del grano; c) destrucción de
los transportes de cereales para apoderarse del grano; d) fijación del precio justo por parte de los
consumidores (este método era el menos primario y exigía cierto grado de organización).

Doc. nº 3: “Motines de hambre”

“Tenemos noticias de que en Newbury, el último jueves un gran número de gente pobre se reunió en
el mercado durante las horas de actividad, por el aumento del trigo, y cortajearon las bolsas despa-
rramando todos los granos. Se apoderaron de manteca, carne, queso y tocino de los negocios tirándo-
lo a las calles; de este modo intimidaron a los panaderos quienes inmediatamente vendieron el pan a
2 peniques y prometieron que la semana próxima estaría aún más bajo. De Newbury fueron a Shaw-
mill y tiraron la harina en el río, rompieron las ventanas de la casa e hicieron otros destrozos allí y en
otros molinos de la zona por un valor de 1000 libras.
Cartas de Devonshire informan que además de los motines que tuvieron lugar en Exeter, debido al
actual precio exorbitante de las provisiones, han ocurrido disturbios semejantes en distintas partes del
mismo condado; particularmente en Uffeolm y Lemnion, donde los molinos harineros han sido com-
pletamente destrozados por los amotinados, quienes luego tomaron posesión de todo el trigo que
encontraron en los graneros de los granjeros llevándola inmediatamente al mercado y vendiéndola a 4
o 5 chelines el bushel. 1 Luego entregaron el dinero al dueño del cereal así como también devolvieron
las bolsas.
(…)
Debido a que han ocurrido muchos motines y es mucho el daño que se ha hecho en distintas partes de
Inglaterra como consecuencia del alzamiento de los pobres que han sido llevados por la desespera-
ción y la locura, debido a los precios exorbitantes de las provisiones, daremos un breve resumen de
estos disturbios sin entrar en pequeños detalles ni seguir una secuencia temporal estricta.
En Bath, la gente hizo muchos destrozos en los mercados antes de dispersarse. estuvieron muy es-
candalosos en Berwick upon Tweed debido a las grandes cantidades de cereal que habían sido com-
pradas para exportar.
En Malmesbury tomaron el trigo y lo vendieron a 5 chelines el bushel y entregaron el dinero a los
propietarios.
En Hampton, en Gloucestershire, encontraron oposición, se perdieron algunas vidas y algunas casas
fueron destruidas. Se pidió ayuda militar para reprimirlas.
(…)
En Lechdale, asaltaron un depósito de queso destinado a Londres y se lo llevaron; no contentos con
ello asaltaron los almacenes y robaron 5 o 6 toneladas más.
En Exeter, la turba se levantó, asaltó un almacén de queso, vendió el mismo a un precio más bajo de
su valor, pero fueron intimidados por el ejército; lo mismo ocurrió en Lyme, en Dorsetshire y en
Bewdley.
(…)
En Salissbury los levantamientos fueron muy serios y se temieron grandes destrozos, pero el peligro
fue felizmente superado gracias al prudente manejo de los magistrados y el humanitarismo de los

1
.- Bushel: medida de capacidad que se utilizaba en la comercialización del grano. Equivale a 36,36 litros. Las
equivalencias de la moneda inglesa son las siguientes: 12 peniques = 1 chelín; 20 chelines = 1 libra.

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granjeros, quienes bajaron el precio del trigo ante el primer disturbio. Algunos de los líderes, sin
embargo, fueron tomados prisioneros.
(…)
En Broomagrove, en Worcerstershire, la turba se levantó y obligó a los granjeros a vender el trigo a 5
chelines el bushel y a los carniceros la carne a 2 peniques y medio la libra.
En Coventry se alzaron, luego se les unieron los mineros y comenzaron a asaltar los almacenes de
queso vendiéndolo a bajos precios y terminaron tomando todas las provisiones que podían por la
fuerza.
(…)
En Norwich, comenzó una insurrección general cuando fue leída una proclama en el mercado. Provi-
siones de todo tipo fueron desparramadas por los insurrectos; atacaron el molino nuevo y tiraron 150
bolsas de harina al río, los libros de contabilidad del propietario y sus muebles fueron destruidos; las
panaderías fueron objeto de pillaje y destrucción; como se ve toda la ciudad quedó sumida en un
estado de total destrucción. Durante esta situación de confusión, los magistrados alentaban a los due-
ños de casa para que se congregaran con palos a fin de oponerse a los amotinados. El conflicto fue
largo y sangriento pero finalmente los amotinados fueron sometidos y treinta de los líderes hechos
prisioneros, siendo prontamente juzgados por una comisión especial.
(…)
En Dunnington, la turba se levantó, asaltó un almacén de queso que estaba defendido por dieciocho
hombres con armas de fuego, luego fueron perseguidos por el dueño y un grupo de amigos pero fue
en vano. Atacaron un bote sobre el río Darwent, del cual tomaron grandes cantidades de queso. El
propietario les ofreció 50 libras para salvar el queso, y además prometió comprar una balanza y ven-
der toda la carga a 2 peniques la libra. Los líderes respondieron con gritos e insultos: “Maldita sea su
caridad, tendremos el queso por nada”.
[Extraído del Annual Register, 1766, Chronicle, pp. 124-5, 137-40]

Los ludditas
Si bien el movimiento luddita se manifestó en Inglaterra con la aparición de las primeras máquinas,
tuvo su momento de auge entre los años 1810 y 1815, como consecuencia de una aguda crisis carac-
terizada por la depresión industrial que provocó el sistema continental napoleónico y el cierre del
mercado americano, que llevó a la quiebra a un importante número de bancos y a una pronunciada
caída de las exportaciones. En este contexto el movimiento luddita se propagó rápidamente en todas
las áreas industriales afectadas por la crisis y su objetivo, detrás de la destrucción de las maquina-
rias, fue a menudo la obtención de mejoras salariales. La dura represión y la reapertura de los mer-
cados ultramarinos terminaron con un movimiento que fue el último que presentó la típica forma de
acción popular adecuada a la era preindustrial.

Doc. nº 4: El movimiento luddita

a) Anónimo recibido por un pañero de Gloucestershire en 1802 [extraído de E. P. Thomspon, La


formación histórica de la clase obrera. Inglaterra, 1780-1832, Barcelona, Laia, 1977, tomo 3, p.
112]
“Hemos sido informados de que has puesto tijeras en máquinas y si no las quitas antes de quince días
las quitaremos nosotros por ti, condenado perro del infierno. Y vaya por el Dios Todopoderoso que
destruiremos todos los talleres que tengan tijeras mecánicas y partiremos en cachos vuestros malditos
corazones”.

b) Artículo del Nottingham Review del 6 de diciembre de 1812 [íbidem, p. 121]


“Los trabajadores de Nottingham y sus alrededores no dirigen su odio contra la nueva maquinaria.
No se destruyen las máquinas o tricotosas simplemente porque sean un mecanismo nuevo, sino por-

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que los artículos que con ellas se fabrican son de poco valor, ofenden el gusto del tejedor, despresti-
gian el oficio y por tanto comportan en ellas mismas la semilla de su destrucción”.

c) “El triunfo del general Ludd”, himno de los ludditas [íbidem, p. 124]
“El culpable puede temer, pero la venganza no va
contra la vida del hombre honrado ni del Estado.
Su cabeza sólo va contra el telar ancho
y contra los que envilecen los precios del antiguo…
Esas máquinas de maldad fueron sentenciadas a muerte
por el voto unánime del oficio
Y Ludd, que puede desafiar toda oposición,
fue nombrado el gran ejecutor…
Alguno puede censurar la falta de respeto del gran Ludd por las leyes,
serán aquellos que no han pensado
que fue aquella otra demencial imposición la única causa
que ha producido tan desgraciados efectos.
Los opulentos ya no oprimirán más al humilde…
Cuando Ludd afile su espada conquistadora,
los agravios del pobre hallen inmediata reparación,
y la paz quedará rápidamente restablecida.

Que el sabio y el poderoso presten su ayuda y su consejo


Que nunca retiren su socorro
Hasta que el trabajo y el precio de la antigua usanza
sean restablecidos por costumbre o por ley.

Y entonces, cuando esta ardua disputa se acabe,


el Oficio levantará orgulloso otra vez su cabeza.
Y no habrá ya más envilecimiento del Oficio,
que quite el pan al honrado trabajador.

h) Informe del Annual Register del 26 de abril de 1812 [íbidem, p. 91]


“En la tarde del viernes, alrededor de las cuatro, un numeroso grupo de revoltosos atacó la fábrica de
tejidos pertenecientes a los señores Wroe y Duncroft, en West Houghton, a unas trece millas de esta
ciudad y, encontrándola desprotegida, pronto se apoderaron de ella. Inmediatamente la incendiaron y
todo el edificio con su valiosa maquinaria, tejidos, etc., fue completamente destruido. Los daños oca-
sionados son inmensos, habiendo costado la fábrica sola 6000 libras. La razón aducida para justificar
esta acto horrible es, como en Middleton, “el tejido a vapor”. A causa de este espantoso suceso, dos
respetables familias han sufrido un daño grave e irreparable y un gran número de pobres han quedado
sin empleo. Los revoltosos parecen dirigir su venganza contra toda clase de adelantos en las maqui-
narias. ¡Cuán errados están! ¿Qué habría sido de este país sin tales adelantos? Ninguno de los incen-
diarios fue detenido y no había un solo soldado en esa parte del país”.

Reacción patronal a la organización obrera


Doc. nº 5: Object and Operation of the Apprentice Laws, 1814.

“El mal … está en la bandera que proporciona la organización de los obreros para conseguir aumen-
tar sus salarios, e impedir la mejora [es decir, la introducción de nuevas máquinas]. Bajo la influencia
de los supuestos privilegios que esta ley proporciona, muchos patronos no pueden contratar sus pro-
pios trabajadores. No, se debe consultar al «Comité del taller». Deben asegurarse de que todo está en
orden: que todo trabajador, como pretenden, haya «aprendido de manera legal», lo que, de hecho,
quiere decir que pertenezca al «Club». Porque hacen distinciones si forma parte de su asociación.

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También escogen los artículos que se deben cumplir, e imponen grandes multas a cualquiera que
desobedezca sus leyes. También multan a los obreros que trabajan para patronos que dirigen sus ne-
gocios de una forma que ellos no aprueban”

[Extraídos de John Rule, Clase obrera e industrialización. Historia social de la Revolución Indus-
trial británica, 1750-1850, Barcelona, Crítica, 1990, p. 404]

Doc. Nº 6: Report form Select Committee of the Apprentice Laws, 1813.

“Las asociaciones eran mucho más numerosas antes que ahora, y mientras existió esta ley todos los
oficios estaban sujetos a las órdenes más perjudiciales; pero después de su revocación, cuando se
permitió que un obrero trabajase en cualquier empleo… esto partió el espinazo de todas las asocia-
ciones, porque entonces el partido de los excluyentes se vio tan sobrepasado por los nuevos trabaja-
dores que pudimos prescindir de ellos”

[Extraídos de John Rule, Clase obrera e industrialización. Historia social de la Revolución Indus-
trial británica, 1750-1850, Barcelona, Crítica, 1990, p. 405]

La crisis posnapoleónica
En 1815, al finalizar las guerras napoleónicas, Inglaterra se hallaba sumergida en una profunda
crisis económica y social que incidió principalmente en el nivel de vida de los trabajadores. A pesar
del hambre, la carestía, la desocupación y los bajos salarios, la organización sindical era aún inci-
piente y el movimiento obrero se agrupó detrás de los radicales que dirigieron la agitación política
de ese período. Estos últimos, escasamente representados en el Parlamento, orientaron su campaña
hacia la obtención del sufragio universal para todos los contribuyentes. La agitación obtuvo el apo-
yo mayoritario de las clases medias y de un importante sector de los trabajadores pero terminó du-
ramente reprimida en Peterloo. Las “seis actas” complementaron legalmente la represión.

Doc. nº 7: “Peterloo, 1819”, de Richard Carlile

“…Alrededor de las 11 hs. la gente comenzó a reunirse en torno de la casa de J. Johnson en Smedley
Cottage, donde H. Hunt había fijado residencia. Alrededor de las 12 hs. Hunt y sus amigos subieron
al carruaje. Ellos no habían avanzado mucho cunado fueron abordados por el Comité de Mujeres
Reformistas Sociales, una de las cuales, mujer de aspecto interesante, levantó un estandarte en el que
había impresa una mujer portando una bandera y coronada con el gorro de la libertad, mientras piso-
teaba un emblema con la inscripción «corrupción». Se le solicitó que tomara asiento en el pescante
del carruaje (el lugar más apropiado) lo que aceptó audaz e inmediatamente y continuó flameando su
bandera y su pañuelo hasta que llegó a las tribunas donde tomó lugar al frente en el sector derecho. El
resto del comité siguió al carruaje en procesión y subieron a las tribunas cuando llegaron. Al dejar
Smedley Cottage, grupos conjuntos de hombres se veían a distancia, marchando en orden militar, con
música y estandartes, que llevaban distintas leyendas, como “Fuera las leyes de cereales”, “Libertad
o muerte”, “Impuestos sin representación es tiranía”, “Tendremos libertad”, la bandera usada por los
amigos de Mr. Hunt en la elección general de Westminster, y varias otras, muchas de las cuales esta-
ban coronadas con gorros de la libertad. El espectáculo rebosante de plena alegría nunca se había
visto antes. Mujeres de 12 a 80 años, se veían vitoreando con sus gorras en las manos y sus cabellos
desgreñados. Al pasar por las calles hacia el lugar del mitin, era tan grande la multitud que el carruaje
apenas se podía mover. Se le informó a Hunt que St. Peter’s Field ya estaba rebosante de público, no
menos de 300.000 personas estaban reunidas allí. La procesión llegó al lugar de destino a las 13 hs.,
Mr. Hunt expresó su desacuerdo por las tribunas ya que temía que ocurriera un accidente. Después de
algunas dudas subió, e inmediatamente Johnson propuso que H. Hunt fuera designado presidente, lo
que fue aprobado por aclamación. Hunt comenzó su discurso agradeciendo a todos el favor que le
habían conferido e hizo algunas consideraciones irónicas sobre la conducta de algunos magistrados,

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cuando un carro, que evidentemente provenía de aquella parte del campo donde se hallaban la policía
y los magistrados reunidos en una casa, se adelantó por el medio del campo con gran fastidio y peli-
gro para la gente reunida, que con gran tranquilidad se esforzó para darle paso. Apenas el carro había
pasado cuando la caballería hizo su aparición desde el lugar por donde había salido el carro, galopa-
ron en forma furiosa alrededor del campo, abalanzándose sobre cada persona que no había podido
huir a tiempo y llegaron hasta donde se hallaba la policía apostada. Luego de un momento de pausa,
recibieron indicaciones de la policía en términos de señal para el ataque. El mitin desde el comienzo
hasta el instante en que irrumpieron la policía y la caballería fue uno de los más tranquilos y ordena-
dos que presenciaron en toda Inglaterra. Se veía alegría en las caras de todos y las reformadoras fe-
meninas coronaba la reunión con gracia y estimulaban un sentimiento particularmente interesante. La
caballería hizo una carga con furia desenfrenada, cortaban en dos, o herían hombres, mujeres y niños
en forma indiscriminada, comenzando un ataque premeditado con una sed de sangre y destrucción
insaciable. Deberían haber llevado un medallón que en un lado tuviera la inscripción «Los carniceros
de Manchester» y que en la otra cara describiera cómo habían masacrado a hombres, mujeres y niños
indefensos que no los habían provocado, ni tampoco habían dado señales que justificaran el ataque.
Y como prueba de que ese ataque fue premeditado por parte de los magistrados, queda el testimonio
de que fueron recogidas las piedras que estaban en el camino, el viernes y el sábado anterior al mitin,
por gente que había sido expresamente enviada allí por los magistrados, de modo tal que el pueblo no
tuviera ninguna posibilidad de defensa”.

[carta abierta a Lord Sidmouth, publicada en el periódico reformista Sherwin’s


Weakly Political Register, 18 de agosto de 1819]

Docs. nº 8: “Las seis leyes de 1819”

a) Una ley que prohíbe el entrenamiento de personas en el uso de armas y la práctica de ejercicios
militares; extraído de Illegal Drilling, de 60 Geo. III, c. 1, 11 de diciembre de 1819.

“Mientras que en algunas partes del reino hay hombres que se reúnen en forma deliberada y clandes-
tina a ejercitarse en prácticas militares con el lógico temor de súbditos pacíficos y leales, y el peligro
inminente que esto representa para la paz pública, se decide imponer lo siguiente.
Que todas las reuniones y asambleas de personas a fines de entrenarse o ejercitarse, o de ser entrena-
dos o ejercitados para el uso de armas o con el propósito de practicar ejercicios militares, movimien-
tos o evoluciones sin autoridad legal de S.M. o de otra autoridad competente de cualquier condado,
por hacerlo así serán prohibidos como peligrosos para la paz y la seguridad de los súbditos de S.M. y
de su gobierno. Cada persona que asista, o esté presente en estas reuniones o asambleas con el propó-
sito de entrenarse o entrenar en el uso de las armas, como la práctica de ejercicio militar, o contribuye
o ayuda al mismo tipo de cosas, será susceptible de ser transportada al exterior (deportada) por un
término que no exceda los siete años, o de ser condenada a prisión por un lapso no mayor de dos
años, a decisión de la corte ante la cual este caso se presente…”

b) Una ley sobre publicaciones, libelos y otros impresos; extraído de Illegal Drilling, de 60 Geo. III,
c. 9, 11 de diciembre de 1819.

“Mientras existan panfletos y artículos impresos que contienen observaciones acerca de aconteci-
mientos públicos, que tienden a agitar el odio y el desprecio por el gobierno y la constitución que han
sido establecidos por la ley y también vituperado nuestra sagrada religión y que circulan en grandes
cantidades y a precios muy bajos, surge la necesidad de que los mismos queden restringidos, por lo
que se declara, que luego de diez días de haberse aprobado esta ley […] todos los artículos y panfle-
tos que contienen noticias públicas u observaciones sobre acontecimientos públicos que han sido
impresos para su venta y publicados periódicamente en parte o en números en intervalos no mayores
de 26 días, no deberán exceder las dos hojas o deberán ser publicados para su venta a un precio me-
nor de seis peniques y deberán ser publicados por primera vez el primer día de cada mes o dentro de
los dos días antes o después de ese día, o ningún otro día. Y que si cualquier persona o grupo de per-

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sonas publica o hace publicar tal artículo o panfleto, parte o número, cualquier otro día deberán pagar
por dicha ofensa la cantidad de 20 libras.

El cartismo
Doc. nº 9: Los seis puntos de “La Carta del Pueblo”, petición obrera de
1838

“1. Voto para cada hombre mayor de 21 años, cuerdo y sin antecedentes penales.
2. Papeleta electoral, para proteger al elector en el ejercicio de su voto.
3. Que no existan calificaciones por propiedad para miembros del Parlamento, de este modo se per-
mite a los distritos electorales ejerzan democráticamente su derecho de elegir un hombre que los
represente ya sea pobre o rico.
4. Pago de los miembros, de esta manera se permite a los honestos comerciantes, trabajadores o cual-
quier otra persona servir a su distrito electoral en forma intensiva, desentendiéndose de sus proble-
mas personales.
5. Nivelación de los distritos electorales, para asegurar una representación igualitaria con el mismo
número de electores, en lugar de permitir que distritos electorales pequeños tengan una representa-
ción mayor que otros más extensos.
6. Parlamentos anuales, de esta manera se logra un control más efectivo sobre los representantes que
al ser renovados anualmente se cuidarán mucho más que ahora de no defraudar al pueblo que los ha
elegido, y si es posible sobornar o comprar un cargo en un período parlamentario de seis años, es de
imaginar que bajo el imperio del sufragio universal y siendo el período de un año no hay riqueza que
alcance para poner en práctica lo que ahora se hace impunemente”.

Condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores ingleses


en la primera mitad del siglo XIX
Doc. nº 10: “El sistema manufacturero”

“Aquellos que estaban ligados a los oficios, manufactura y comercio en este país, 30 o 40 años atrás,
constituían una parte insignificante del saber, riqueza, influencia y población del Imperio. Antes de
es período, Inglaterra era esencialmente agrícola, pero desde ese momento hasta el presente el co-
mercio nacional y exterior ha aumentado de una manera tan rápida y extraordinaria como para ele-
varlo a una importancia que nunca había alcanzado previamente en ningún otro país. (Por el censo de
Población de 1811, parece que en Inglaterra, Escocia y Gales hay 885.998 familias empleadas princi-
palmente en la agricultura, 1.129.490 familias dedicadas principalmente al comercio y la industria,
640.500 individuos en el ejército y la marina, 519.168 familias no dedicadas a ninguna de estas ocu-
paciones. De esto se deriva que casi la mitad de las personas están dedicadas, tanto al comercio como
a la agricultura, y que del total de la población los agricultores están en la proporción 1 a 3).
Este cambio se debe a los inventos mecánicos que aparecieron vinculados en la industria algodonera
en este país y al cultivo del algodón en América.
Las necesidades de diversos materiales, requeridos para llevar a cabo las múltiples operaciones que
esta industria generó, causaron una extraordinaria demanda de casi todas las industrias previamente
establecidas y por supuesto de mano de obra. Las numerosas, útiles y fantásticas telas de algodón
pronto se convirtieron en objetos deseables en Europa y América: y la consecuente ampliación del
comercio exterior británico fue tan asombrosa que confundió a los más esclarecidos estadistas, tanto
nacionales como extranjeros.
Estos resultados, sin embargo, a pesar de su importancia, no fueron obtenidos sin verse acompañados
de males de tal magnitud como para suscitar la duda de si lo último no prevaleció sobre lo primero.
Hasta ahora los legisladores parecieron considerar las industrias sólo desde un punto de vista, como
una fuente de riqueza nacional. Las otras importantes consecuencias que surgieron de la expansión de

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las industrias dejadas a su progreso natural no han ocupado todavía la atención de ninguna legislatu-
ra.
Sin embargo, los efectos políticos y morales a los que aludimos bien merecían ocupara la atención de
los más grades sabios estadistas.
La difusión general de las industrias por todo el país generó un nuevo carácter en sus habitantes, y
como ese carácter se asienta sobre un principio nocivo para la felicidad individual o colectiva produ-
cirá los males más lamentables y permanentes, a menos que su tendencia sea contrarrestada por el
desarrollo de un cuerpo legal.
La sociedad industrial ha extendido su influencia de tal manera en el Imperio Británico como par
producir un cambio esencial en el carácter general de la masa del pueblo. Esta crisis progresa rápi-
damente, ya antes que nos demos cuenta la feliz simpleza del campesino agricultor estará totalmente
eclipsada entre nosotros. Aun ahora es raro encontrarla sin la contaminación de esos hábitos inmora-
les que son resultante del comercio y la industria.
La adquisición de bienestar y el deseo han introducido la inclinación por lujos esencialmente injurio-
sos entre una numerosa clase de individuos, que antes no pensaban en ellos, y asimismo generaron
una actitud que empuja fuertemente a sus poseedores a sacrificar los mejores sentimientos de la natu-
raleza humana por su amor a la acumulación. Para tener éxito en es carrera acumulativa, cuya riqueza
era obtenida de la laboriosidad de la clase baja, y con la aparición de nuevos concurrentes que compi-
tieron con los primeros dentro del mercado, fueron reduciendo a la clase obrera por sucesivos cam-
bios, en la mediad en que el espíritu de competencia aumentaba y la facilidad de adquirir riqueza
disminuía, llegando a un estado más calamitoso del que puede ser imaginado por aquellos que no
han observado atentamente los cambios a medida que se han ido sucediendo.
En consecuencia, la clase obrera está actualmente en una situación infinitamente más degradada y
miserable de lo que estuvo antes de la introducción de estas fábricas, sumado a que su miserable sub-
sistencia depende del éxito de la industria. Los habitantes de cada país están formados y educados
por las grandes líneas directivas existentes, y el carácter de las clase bajas en Inglaterra está actual-
mente formado principalmente por las circunstancias que imponen el trabajo, la industria y el comer-
cio: el postulado vigente para los centros citados es el beneficio inmediato, al cual en gran parte todos
los demás principios quedan supeditados.
Todos ellos están en la política de comprar barato y vender caro, y para tener éxito en este arte, las
partes deben aprender a dominar fuertes poderes de engaño y en consecuencia se genera un espíritu a
través de todas las clases de oficios que destruye esa sinceridad honesta, abierta, sin la cual el hombre
no puede hacer feliz a sus semejantes ni tampoco disfrutar él mismo de la felicidad.
Hablando estrictamente, sin embargo, este defecto de carácter no debe ser atribuido a los individuos
que lo poseen, sino al abrumador efecto del sistema bajo el cual han sido educados.
Pero los efectos de este principio de beneficio ilimitado son aún más lamentables en la clase trabaja-
dora, aquellos que están empleados en las partes operarias de la industria; para éstos es muy perjudi-
cial en salud y moral. Incluso hay padres que no dudan en sacrificar el bienestar de sus hijos por ocu-
parlos en trabajos para los cuales la constitución de sus cuerpos y mentes es muy inferior a la que
podría ser bajo un sistema de provisión común y humanitario.
No hace más de 30 años los padres más pobres pensaban que a los 14 años sus hijos estaban suficien-
temente preparados como para comenzar el trabajo regular: y estaban acertados; porque en este pe-
ríodo de sus vidas habían adquirido por el juego y el ejercicio al aire libre una constitución sana y
robusta, y si bien no estaban todos iniciados en el aprendizaje de la lectura, todos habían sido ense-
ñados en los conocimientos más útiles de la vida doméstica, los cuales a medida que crecieron y se
convirtieron en jefes de familia, fueron de gran valor para ellos (como si se les hubiera enseñado
economía par el manejo de sus salarios).
Debe ser recordado también que 12 horas por día, incluyendo el tiempo para el descanso habitual y
las comidas, eran consideradas suficientes para extraer toda la fuerza de trabajo de los adultos más
robustos. Cuando puede ser remarcado que las vacaciones eran mucho más frecuentes entonces que
actualmente en la mayor parte del reino.
En ese período también estaban, generalmente, educados por e ejemplo de algún hacendado propieta-
rio y bajo estos hábitos se creaba un interés mutuo entre las partes, por lo cual aún el campesino más
bajo era considerado generalmente como perteneciente a y siendo de alguna manera miembro de una
respetable familia.

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Bajo estas circunstancias las clases bajas experimentaban no sólo un considerable grado de confort,
sino que también tenían oportunidades frecuentes de gozar de deportes saludables y diversiones, y en
consecuencia se vinculaban fuertemente a aquellos de los cuales dependían, sus tareas eran volunta-
riamente realizadas y mutuos buenos servicios ligaban a las partes bajo las más fuertes ataduras de la
naturaleza humana que consideraba a cada uno como amigo aunque estuviera en una distinta situa-
ción social, el sirviente muchas veces disfrutaba de un confort más sólido y de mayor tranquilidad
que su amo.
En contraste con este estado anterior, vemos el de las clases bajas actualmente (con la naturaleza
humana educada como está ahora bajo el nuevo sistema industrial). En los distritos industriales es
común que los padres manden a sus hijos de ambos sexos de 6, 7 u 8 años, tanto en invierno como en
verano, a las 6 a.m., a veces, por supuesto, en la oscuridad, y ocasionalmente bajo la helada y la nie-
ve, a las fábricas que están frecuentemente calentadas a altas temperaturas y que tienen una atmósfera
que dista mucho de ser la favorable para la salud, y en las cuales todos los que están empleados traba-
jan hasta las 12 hs. donde se les concede una hora para almorzar y luego vuelven para permanecer, en
la mayoría de los casos, hasta las 8 de la noche.
Los niños tienen que trabajar, ahora, para su subsistencia básica: no están acostumbrados a entrete-
nimientos inocentes, sanos y racionales, no se les permite tiempo libre, al cual ellos tal vez habían
estado acostumbrados. No saben lo que significa el relajamiento, a excepción de la interrupción de
las tareas. Están rodeados por otros en iguales circunstancias, y así pasan de la infancia a la juventud
iniciándose gradualmente, lo jóvenes en particular y las mujeres frecuentemente también, en los pla-
ceres seductores de la taberna y la embriaguez; para los cuales las diarias tareas, duras y malsanas, la
falta de mejores hábitos y la general pobreza de sus mentes tiende a prepararlos.
No puede esperarse que este sistema de formación produzca otra cosa que una población débil en sus
cuerpos y en sus facultades mentales, y con hábitos generalmente destructivos de sus propias como-
didades, del bienestar de los que los rodean y fuertemente inclinada hacia el empobrecimiento de la
vida social en su conjunto. Un hombre, en estas circunstancias, ve todo a su alrededor orientado hacia
la adquisición de una riqueza individual, independientemente de sí mismo, de sus necesidades o aún
de sus sufrimientos a excepción de la degradante caridad parroquial. Sólo sirve para endurecer su
corazón y convertirlo en tirano o esclavo.
Hoy trabaja para un patrón, mañana para otro, luego para un tercero y así sucesivamente hasta que
los vínculos entre empleados y empleadores quedan reducidos a la consideración de cuál será la ga-
nancia inmediata que cada uno recibirá del otro. El empleador considera al empleado como mero
instrumento de ganancia, mientras que éste adquiere tal ferocidad de carácter que a menos que se
establezcan medidas legislativas destinadas a evitar su aumento y debilitar la condición de esta clase,
tarde o temprano lanzarán al país a un peligro tal vez inextricable.”

[extraído de Robert Owen, “Observaciones sobre los efectos del


sistema manufacturero”, 1815]

Doc. nº 11: Federico Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra,


1845 (fragmentos)

[…]
Lo que decimos del vestido, se aplica igualmente a la alimentación: A los trabajadores toca en suerte
lo que la clase poseedora encuentra demasiado malo. En las grandes ciudades inglesas, se puede ob-
tener de todo y de la mejor calidad, pero cuesta muy caro; el trabajador que debe hacer milagros con
poco dinero, no puede gastar tanto. Además, en la mayoría de los casos sólo cobra el sábado en la
tarde; se ha comenzado a pagar el miércoles, pero esta excelente iniciativa no se ha generalizado
todavía, de modo que cuando va al mercado son las cuatro o las cinco o las seis de la tarde del sába-
do, mientras que la clase media va allí desde por la mañana y escoge lo mejor que hay. Por la mañana
el mercado rebosa de las mejores cosas, pero cuando llegan los obreros lo mejor se ha acabado,
pero si hubiera todavía realmente no podrían comprarlo. Las papas que los obreros compran son casi
siempre de mala calidad, las legumbres marchitas, el queso viejo y mediocre, la manteca rancia, la

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carne mala, atrasada, correosa, proveniente con frecuencia de animales enfermos o destripados, a
menudo medio podrida. Muy frecuentemente los vendedores son pequeños detallistas que compran
mercancías de mala calidad a granel y la revenden tan barata precisamente a causa de la mala calidad.
Los más pobres de los trabajadores deben arreglárselas de otro modo para poder bandearse con su
poco dinero aun cuando los artículos que compran son de la peor calidad. En efecto, como todas las
tiendas deben cerrar a la media noche del sábado, y no se puede vender nada el domingo, los artícu-
los de primera necesidad que se dañarían si hubiera que esperar hasta el lunes por la mañana son
liquidados a precios irrisorios entre las diez y la media noche. Pero el 90 por ciento de lo que no se ha
vendido a las diez de la noche ya no es comible el domingo por la mañana, y esos son precisamente
los artículos que constituyen el menú dominical de la clase más pobre. La carne que se vende a los
obreros muy a menudo es incomible -pero como la han comprado, tienen que comerla.
[…]
Los tenderos y los fabricantes adulteran todos los productos alimenticios de una manera verdadera-
mente insoportable, con desprecio total de la salud de aquéllos que los deben consumir. Anteriormen-
te citamos informaciones del Manchester Guardian, veamos ahora lo que nos dice otro periódico de
la clase media -me gusta tomar a mis adversarios por testigos- el Liverpool Mercury:
“Se vende mantequilla salada por mantequilla fresca, ya sea cubriéndola con una capa de es-
ta última, ya sea colocando una libra de mantequilla fresca en el mostrador para que el clien-
te la pruebe y que se venda por esa muestra las libras de mantequilla salada, ya sea quitándo-
le la sal por el lavado y vendiéndose después como fresca. Se mezcla arroz pulverizado con
el azúcar u otros artículos baratos y se vende a mayor precio. Los residuos de jabonerías se
mezclan igualmente con otras mercancías y se venden por azúcar. El café molido se mezcla
con achicoria u otros productos baratos, hasta se llega a mezclar el café en grano, dándole a
la mezcla la forma de granos de café. Muy frecuentemente, se mezcla el cacao con tierra
parda fina rociada con grasa de cordero y se mezcla así más fácilmente con el cacao verda-
dero. El té es mezclado con hojas de endrino y otros residuos; o también se ponen a secar las
hojas de té ya usadas sobre planchas candentes de cobre, para que recuperen el co-
lor y venderlas por té fresco. La pimienta se falsifica por medio de vainas en polvo, etc.; el
vino de Oporto es literalmente fabricado (a base de colorantes, alcohol, etc.), porque es noto-
rio que en Inglaterra se bebe más ese vino que el que se produce en todo Portugal; el tabaco
se mezcla con materias nauseabundas de todo género, bajo cualquier forma que este produc-
to se ponga a la venta”.
(Puedo añadir que debido a la falsificación general del tabaco, varios estanquilleros de Manchester,
entre ellos los de mejor reputación, declararon el verano último que ninguna tabaquería podría sub-
sistir sin esas adulteraciones y que ningún cigarro cuyo precio sea inferior a tres peniques contiene
tabaco puro.) Desde luego, los fraudes no se limitan a los productos alimenticios y yo podría citar
una docena de ellos -entre otros, la práctica infame que consiste en mezclar yeso o tiza con la harina
porque se cometen fraudes con todos los artículos: se estira la franela, las medias, etc., para hacerlas
aparecer más largas y se encogen con la primera lavada; un retazo de tela estrecha se vende por un
retazo de una pulgada y media o tres pulgadas más ancho, la vajilla de barro vidriado está cubierta de
un esmalte tan delgado; que no está prácticamente esmaltada y se desconcha inmediatamente; y cien-
tos de otras ignominias. Tout comme chez nous (“Igualmente entre nosotros”), pero aquellos que
sufren más las consecuencias de esos engaños, son los trabajadores.
[…]
En esas condiciones, ¿cómo es posible que la clase pobre pueda disfrutar de buena salud y vivir mu-
cho tiempo? ¿Qué otra cosa puede esperarse sino una enorme mortalidad, epidemias permanentes, y
un debilitamiento progresivo e ineluctable de la generación de los trabajadores? Veamos un poco los
hechos.
De todas partes afluyen los testimonios que demuestran que las viviendas de los trabajadores en los
barrios malos de las ciudades y las condiciones de vida habituales de esa clase social son causa de
numerosas enfermedades. El artículo del Artizan citado anteriormente, afirma con razón que las en-
fermedades pulmonares son la consecuencia inevitable de esas condiciones de alojamiento y son en
efecto particularmente frecuentes entre los obreros. El aspecto demacrado de muchas personas que
uno encuentra en la calle muestra claramente que esa nociva atmósfera de Londres, en particular en

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los distritos obreros, favorece en el más alto grado el desarrollo de la tisis. Cuando uno se pasea por
la mañana temprano, en el momento en que todo el mundo va hacia su trabajo, se queda estupefacto
por el número de personas que parecen casi o totalmente tísicas. Incluso en Manchester la gente no
tiene esa cara; esos espectros lívidos, larguiruchos y flacos de pecho estrecho, y ojos cavernosos, con
quienes uno se cruza a cada momento, esos rostros insulsos, desmedrados, incapaces de la menor
energía, no es sino en Londres donde me ha sorprendido su gran número -si bien la tisis hace igual-
mente grandes estragos todos los años en las ciudades industriales del norte del país. La gran rival de
la tisis, si se exceptúan otras enfermedades pulmonares y la escarlatina, es la enfermedad que provo-
ca los más horrorosos estragos en las filas de los trabajadores: el tifus. De acuerdo con los infor-
mes oficiales sobre la higiene de la clase obrera, la causa directa de ese azote universal es el estado
de las viviendas: mala ventilación; humedad y desaseo. Ese informe que, tengamos presente, ha sido
redactado por los principales médicos de Inglaterra según las indicaciones de otros médicos, ese in-
forme afirma que un solo patio mal ventilado, un solo callejón sin albañal; sobre todo si hay mucha
aglomeración de vecinos, y si en las cercanías se descomponen materias orgánicas, puede provocar la
fiebre, y la provoca casi siempre. Casi por todas partes esa fiebre tiene el mismo carácter y evolu-
ciona en casi todos los casos finalmente hacia un tifus evolucionado. Ella hace su aparición en los
barrios obreros de todas las grandes ciudades e incluso en algunas calles mal construidas y mal con-
servadas de localidades menos importantes, y es en los peores barrios donde ella hace los estragos
más grandes, aunque desde luego también hace algunas víctimas en barrios no tan malos. En Lon-
dres, ella hace estragos desde hace ya bastante tiempo. La violencia desacostumbrada con que se
manifestó en 1837 es lo que dio lugar al informe oficial a que nos referimos aquí.
[…]
Hay otra serie de enfermedades cuya causa directa no es tanto la vivienda como la alimentación de
los trabajadores. El alimento indigesto de los obreros es enteramente impropio para la sustentación de
los niños; y, sin embargo, el trabajador no tiene ni el tiempo ni los medios de dar a sus hijos un sus-
tento más adecuado. A ello hay que añadir la costumbre todavía muy extendida que consiste en dar a
los niños aguardiente, y hasta opio. Todo esto ayuda -junto con el efecto nocivo de las condiciones de
vida sobre el desarrollo físico- a engendrar las enfermedades más diversas de los órganos digestivos
que dejan sus huellas para el resto de la existencia. Casi todos los trabajadores tienen el estómago
más o menos deteriorado y se hallan sin embargo obligados a continuar con el régimen que es preci-
samente la causa de sus males. Además, ¿cómo podrían ellos saber las consecuencias de ese régi-
men? Y, aun cuando las conocieran, ¿cómo podrían observar un régimen más conveniente, mientras
no se les dé otras condiciones de vida, mientras no se les dé otra educación?
Por otra parte, esa mala digestión engendra desde la infancia otros males. Las escrófulas son casi una
regla general entre los trabajadores, y los padres escrofulosos tienen hijos escrofulosos son, sobre
todo si la causa principal de la enfermedad obra a su vez sobre niños que la herencia predispone a ese
mal. Una segunda consecuencia de esa insuficiencia alimenticia durante la formación es el raquitismo
(enfermedad inglesa, excrecencias nudosas que aparecen en las articulaciones), muy extendido asi-
mismo entre los niños de los trabajadores. La osificación es retardada, todo el desarrollo del esquele-
to retrasado, y además de las afecciones raquíticas habituales, se comprueba con bastante frecuencia
la deformación de las piernas y la escoliosis de la columna vertebral. Desde luego, no tengo necesi-
dad de decir hasta qué punto todos esos males son agravados por las vicisitudes a las cuales las fluc-
tuaciones del comercio, el paro forzoso, el escaso salario de los períodos de crisis exponen a los
obreros. La ausencia temporal de una alimentación suficiente, que cada trabajador experimenta por
lo menos una vez en su vida, no hace más que contribuir a agravar las consecuencias que entraña una
mala nutrición desde luego, pero que al menos era suficiente. Los niños que en el momento preciso
en que les es más necesaria la alimentación pueden matar el hambre solamente a medias (y sabe Dios
cuántos de ellos hay en cada crisis, e incluso durante los períodos económicos más florecientes),
llegarán a ser fatalmente en gran proporción, niños débiles, escrofulosos y raquíticas. Y es un hecho
que eso es lo que les toca en suerte. El estado de abandono a que es condenada la gran mayoría de los
hijos de trabajadores deja sus huellas indelebles, y tiene por consecuencia el debilitamiento de toda la
generación de trabajadores. A lo cual se añade el vestido inapropiado de esa clase social, y la dificul-
tad incluso la imposibilidad, de protegerse contra los resfriados además de la necesidad de trabajar,
mientras lo permita la mala condición física, la agravación de la miseria en el seno de la familia afec-
tada por la enfermedad, la ausencia demasiado común de toda asistencia médica; se podrá entonces

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tener una idea aproximada del estado de salud de los obreros ingleses. Y ni siquiera deseo mencionar
aquí los efectos nocivos particulares de ciertas ramas de la industria, debido a las condiciones de
trabajo actuales.

[…]
El barrio obrero más grande, sin embargo, se halla al este de la Torre de Londres, en Whitechapel y
Bethnal Green, donde está concentrada la gran masa de obreros de la ciudad. Veamos lo que dice
M.G. Alston, predicador de St. Philip, en Bethnal Green, del estado de su parroquia:
"La misma cuenta con 1400 casas habitadas por 2795 familias, o sea unas 12000 personas. El espacio
donde habita esta importante población no llega a 400 yardas cuadradas (1200 pies), y en tal apiña-
miento no es raro hallar un hombre, su mujer, 4 ó 5 niños y a veces también el abuelo y la abuela en
una sola habitación de 10 a 12 pies cuadrados, donde trabajan, comen y duermen. Yo creo que antes
de que el obispo de Londres llamara la atención del público sobre esta parroquia tan miserable, la
misma era tan poco conocida en el extremo oeste de la ciudad como los salvajes de Australia o las
islas de los mares del sur. Y si quisiéramos conocer personalmente los sufrimientos de estos desven-
turados, si los observamos cuando se disponen a comer sus escasos alimentos y los vemos encorva-
dos por la enfermedad y el desempleo, descubriremos entonces tanta penuria y miseria que una na-
ción coma la nuestra debiera avergonzarse de que esto pueda ocurrir. Yo he sido pastor cerca de
Huddersfield durante los tres años de crisis, en el peor momento de marasmo de las fábricas, pero
desde entonces jamás he visto a los pobres en una aflicción tan profunda como en Bethnal Green. Ni
un solo padre de familia de cada diez en todo el vecindario tiene otra ropa que la de trabajo, y ésta de
lo más andrajosa; asimismo, muchos no tienen más que estos harapos para cubrirse por la noche, y su
cama es un saco lleno de paja y viruta”. 2

2
.- Engels cita aquí el informe del predicador G.Altston que fue publicado primero en el órgano burgués radical
The Weekly Dispatch y después en el periódico cartista The Northern Star, no 338, del 4 de mayo 1844.

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