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© STALKER, 2004
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Ignis fatuus
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Ignis fatuus
(La sandalia
de Empédocles)
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Primera parte
(Loading data)
Un punto suelto en la trama de la existencia.
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II
III
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Como les decía que ocurre con la aprehensión directa del ente
por parte de las entendederas menos formadas en moldes dia-
lécticos que en cruda experiencia de husserliana objetividad,
pero no se trata aquí de inmiscuir mis suposiciones sino de des-
cribir tan fidedignamente como me sea posible el abismal sen-
timiento que sobrecogió por un instante las profundidades eso-
téricas del Maestro.
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VI
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Es obvio que no estoy sino dando la lectura que corresponde
al Poeta, inmerso en la situación que le toca vivir; y supongo
asimismo ocioso a estas alturas señalar que, por mi parte, sos-
tengo una opinión absolutamente opuesta.
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VII
Dani:
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TE AMO
Marisa
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Segunda parte
(The roles they are changin´)
Aún en la más helada miseria
El lobo acepta al cordero
Que es capaz de meterse en su piel.
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Mi estimado amigo:
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Por estos pagos se llama así a los bares que, por ubicación,
discreción en cuanto a inaccesibilidad visual desde el exterior,
escasa concurrencia, etcétera, son apropiados para el desarrollo
de actividades de seducción extramatrimoniales.
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Hemos visto...
“La mirada de los otros”, de Woody
Allen, editada ahora en video. Con su paso de come-
dia intelectual, plagada de gags verbales y de co-
mentarios ácidos y de profunda crítica social para
con su medio, Allen echa esta vez una mirada a la
industria cinematográfica norteamericana, incardi-
nándola en esa especie de clásico conflicto Holly-
wood versus New York. Pero ése es solamente el
marco que utiliza para desplegar sus obsesiones, en-
tremezclando con su particular estilo conflictos de
orden sentimental, artístico, humano y hasta socio-
cultural.
Val Waxman -el protagonista encarnado por el pro-
pio Allen-, director de cine neoyorquino cuyo mo-
mento de gloria ya hace una década que ha pasado,
y que se dedica a cortos publicitarios que nunca es
capaz de realizar en su totalidad a causa de la fuer-
te tendencia hipocondríaca de su endeble personali-
dad, es contratado, a instancias de su ex esposa, por
un importante estudio californiano a cargo del ac-
tual marido de ésta. La circunstancia de no tener re-
sueltos los traumas de la separación, más la presión
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-En eso puede ser que tengas razón, pero viste, cada
uno es como es, y no hay con qué darle.
-¿Quién es la putita ésa?
-Una amiga, pero es todo cuanto te voy a decir. No
es asunto tuyo. Y planteadas así las cosas, ningún
asunto mío, de ahora en más, va a ser asunto tuyo,
por lo que a mí respecta.
-Una amiga... uno no saluda así a las amigas.
-Los códigos afectivos difieren de acuerdo a las per-
sonas, no sé si sabías.
-¿Y qué mierda sabés vos, de afectos?
-Tal vez aún tenga oportunidad de aprender.
-Buena falta te haría. Andar tratando así a la gente
que te da la mano...
-Lamento mucho que las cosas hayan salido así.
-No es suficiente, viste.
-Tal vez, pero es todo lo que puedo hacer.
-Pero esto no va a quedar así, sabés.
-¿Me estás amenazando?
-Tomalo como quieras.
-No habrás sido vos la que me mandó esos anóni-
mos, ¿no? –Otra vez Vilches, puños sobre el escrito-
rio, lo miró meneando la cabeza, como expresando
que no podía creer que tuviera la lengua más rápida
que el cerebro.
-¿Qué anónimos?
-Anónimos, ya sabés.
-No, querido, yo no ando enviando anónimos. Soy
muy directa, y lamento que no me hayas conocido
en todos estos años. Y mis acciones también son di-
rectas.
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Discúlpeseme el desuso de mayúsculas, desde esta perspecti-
va: es evidente la asiduidad con la que una misma línea ética u-
ne a las categorías o roles sociales referidos; así que, aún a pe-
sar de las variaciones que en este sentido parecían imponerse
de acuerdo a protocolo, se optó por acotar todos a la bien mere-
cida minúscula (salvo raras y honrosas excepciones en el rubro
que fuere).
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Especie de sombrero pequeño y de ala puntiaguda hacia ade-
lante, utilizado especialmente por tangueros y compadritos.
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Tercera parte
(The anger & the damage done)
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-¿Qué?
-Creeme, yo no fui.
-Está bien, te creo. Mayor razón para preocuparse,
entonces.
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Es inevitable remarcar aquí los inequívocos signos de una ac-
titud mental que suele traducirse en tendencias suicidas, depen-
diendo su resolución, desde luego, del coraje aplicado en un
sentido u otro; o sea, para enfrentar la realidad, o para ejecutar
el acto de autodestrucción.
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Voz gauchesca que se refiere a un caballo brioso, empleada
en pos de un metafórico eufemismo y en observancia de los
precitados componentes telúricos, provenientes a su persona
tanto de Vilches como de dos Santos.
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-Está bien.
-¿Qué pensás hacer?
-Ya te vas a enterar.
-No, decime, gil. No me voy hasta que me lo digas.
-Vas a tener que dar más explicaciones a tu chica, en
ese caso.
-No te hagás el vivo y hablá.
-Si te digo, te vas a poner más loco de lo que estás.
-A ver, probame.
-Muerto el perro, se acabó la rabia.
-¿Acaso estás pensando...?
-Sí, estoy pensando en matar a Calvo. Pero no fue
idea mía. Fue idea de Vilches.
-¡Oh, dios! ¡A mí solamente se me ocurre involu-
crarme con un enajenado en semejante historia!
-En vez de quejarte y plañir como una vieja, pensá
en el honor de participar en un suceso histórico co-
mo éste. ¿Qué querías? ¿Ser un crítico cinematográ-
fico de cuarta toda tu vida?
-Sí, pero si en este contexto me vas a dar a elegir,
creo que preferiría cagarte a trompadas y lograr fa-
ma entregándote a los milicos.
-Dale, probá, ¿a ver?
-Dejate de sandeces. El alzheimer te está haciendo a-
lucinar, y si te colgás en creer que sos Vilches vas a
terminar preso, o muerto, directamente.
-Dos días. Dos días y un arma.
-¿Algo más? ¿No querés un vermouth con ingredien-
tes?
-¡Claro! Vamos a comprar.
-Me sacás de quicio, ¿sabías?
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Cuarta parte
(Triunvirat’s revenge)
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-Dale, hablá.
-¿No la mató usted?
-Yo no maté a nadie, pelotudo. No quieras ser el pri-
mero.
-Hacía unos días que no la veíamos. Recién los pibes
me contaron que vieron en el noticiero, hace un rato,
que encontraron el cadáver escondido en su departa-
mento, estrangulada y con unos papeles en la boca.
-Los anónimos...
-Ah, no sé; mire, tío, yo le digo lo que sé, nada más.
-¿Lo conociste a mi hijo?
-¡Claro! Éramos amigos.
-¿Es cierto que salió con esa Rosario, o Vilma, o co-
mo carajo sea que se llame?
-Se llamaba, tío, que en paz descanse.
-Si puede.
-Eso, si puede. Pero eso es lo que un poco nos va a
pasar a todos, no cree?
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III
-¿Adónde te metiste?
-Loco, pará que no sos mi vieja, eh.
-Escuchame, tarado, la cosa está cada vez más podri-
da y vos jugando al detective, por ahí.
-No, claro, si me voy a quedar sentado esperando
que me vengan a buscar...
-¡Te tenés que rajar! ¡Y ya mismo!
-Sabés que tengo un par de cosas que hacer, todavía,
antes de rajarme.
Entraron. El Egregio dejó bolsito y escopeta sobre la
mesa, tomó un vaso y se sirvió whisky de la botella
que había traído y estaba tomando Fito.
-¡Mirá lo que le hiciste a la escopeta! Sos un fantas-
ma, vos... ¿qué pasa, che? ¿Estás viendo muchas pe-
lículas?
-Quedó bárbara.
-Te enteraste, ¿no?, lo de la mina esa que apareció
estrangulada y con los anónimos del Tape Millán a-
dentro de la boca...
-Sí, me enteré. Pero no tengo casi detalles. Contame.
-La encontraron en tu casa, adentro de un placard.
Ya hacía como tres días que la habían puesto allí, se-
gún los peritos de la policía. No sé más nada, salvo
que los medios dicen que te volviste loco, y viendo
cómo actuás casi como que da para creerles.
-Bueno, evidentemente, esto te supera, y realmente,
no tenés la culpa, es un bardo muy jodido. Así que
sabés que, yo me voy, gracias por todo, y nos ve-
mos.
-No, pero es que no es así...
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Me es necesario efectuar aquí una observación. Ante la cer-
teza de que más de un lector hallará moralmente reprochables
algunas de las actitudes del Egregio en este capítulo -y sin re-
mitirme a justificaciones harto sustentables en cuanto a los da-
ños sufridos previamente por él, y que ameritan a todas luces la
más cruenta de las venganzas-, me limito a remarcar las virtu-
des didácticas y pedagógicas que las mismas ostentan, las que
si bien no tendrán oportunidad de ser capitalizadas por los reos
en esta vida, probablemente les servirán sobremanera en las e-
ventuales subsiguientes.
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Epílogo
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Índice
I ...................................................................................... 9
II ................................................................................... 13
III .................................................................................. 18
IV .................................................................................. 24
V ................................................................................... 25
VI .................................................................................. 31
VII ................................................................................ 36
VIII ............................................................................... 42
IX ................................................................................. 47
X .................................................................................. 52
I ................................................................................... 55
II .................................................................................. 62
III ................................................................................ 69
IV ................................................................................ 77
V ................................................................................. 83
VI ................................................................................ 90
VII .............................................................................. 96
VIII ........................................................................... 104
IX .............................................................................. 110
X ............................................................................... 114
I ................................................................................. 119
II ................................................................................ 125
III ............................................................................... 131
IV ............................................................................... 140
V ................................................................................ 146
VI ............................................................................... 151
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Gabriel Cebrián
I .................................................................................... 197
II ................................................................................... 202
III ................................................................................. 207
IV ................................................................................. 211
V .................................................................................. 215
VI ................................................................................. 223
VII ................................................................................ 228
VIII ............................................................................... 233
IX ................................................................................. 240
X .................................................................................. 247
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