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Crimen sin castigo.

2008

Crimen sin castigo. Gestación y crisis


del capitalismo contemporáneo.
Santiago Pavón Polo y Santiago Pavón López-Ventura

Los Acuerdos de Betton Woods

Tras la sucesión de acontecimientos que tuvieron lugar entre el Crack de 1929 y el fin
de la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos de 44 naciones, entre las que se encontraban las
principales potencias económicas, se reunieron en Bretton Woods para sentar las bases de un
Nuevo Orden Económico Mundial, con el fin de evitar que se repitiera una situación de crisis
mundial como la que se había experimentado en los años anteriores. Por supuesto la
superioridad de unos EEUU que no habían sufrido en su propio territorio la devastación de la
guerra y que contaban con el 80% de las reservas mundiales de oro, se hizo patente en la
Conferencia propiciando un acuerdo en el que se garantizaba la hegemonía norteamericana en
base al establecimiento de la paridad dólar-oro. De este modo, el resto de países debían fijar
el precio de sus monedas con respecto al dólar manteniendo una banda de fluctuación del 1%.
Se trataba entre otras cosas de evitar devaluaciones competitivas de moneda y garantizar la
estabilidad comercial, para lo que se crearon el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial. Así se inicia la Edad de Oro del capitalismo que proporcionará un periodo de
expansión prácticamente continuado hasta los años 70 que, sin embargo, no fue generalizada,
pues los países pobres, muchos de los cuales ni siquiera habían tenido representación en
Bretton Woods por permanecer aún bajo control colonial, no salieron tan bien parados del
sistema. Es más, la mayoría de ellos, tras acceder a su independencia siguieron de facto
dependiendo de los intereses de las antiguas metrópolis, sin ser tenidos en cuenta a la hora de
establecer los precios de las materias primas y, en muchos casos, condenados a un régimen de
monocultivo. Por si fuera poco su situación se agravaría aún más en décadas siguientes por vía
de la asfixiante deuda y la espiral de su devolución.

Años 70, EEUU rompe la baraja.

En los años 70 los EEUU se encontraban en una situación diferente a la de los años
cuarenta, con un fuerte déficit producido en gran parte por la Guerra de Vietnam, una
economía que en términos de productividad había perdido peso relativo con respecto a los
países europeos y a un emergente Japón y con un stock de oro que había descendido
dramáticamente. Los EEUU entendieron que el sistema que ellos mismos habían pactado a su
medida un cuarto de siglo antes había dejado de beneficiarles. De modo que en 1971 Richard
Nixon suspendió de forma unilateral la convertibilidad dólar-oro, con lo que, en palabras de
Sami Naïr, “el dólar dejó de estar relacionado con la riqueza real de los Estados Unidos; su
valor dependía de la confianza de los actores económicos extranjeros que fueran invitados a
invertir sus riquezas en una economía que había decidido vivir por encima de sus

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posibilidades”i. Se acababa de sentenciar el principio del fin de un modelo de carácter


productivo para abrir la puerta al capitalismo especulativo, a la libre fluctuación de monedas,
a la creciente desregulación y, en definitiva, a una escalada neoliberal que cobraría impulso
definitivo con los gobiernos de Thatcher y Reagan y que sometió al mundo a los dictados del
Consenso de Washington. Los que más sufrieron las consecuencias de este orden económico
fueron, de nuevo, los países más pobres que tuvieron que someterse a los drásticos planes de
ajuste del FMI vinculados al pago de la deuda externa, basados en el desarme arancelario,
privatizaciones masivas, apertura de sus sistemas financieros, reducción del gasto público,
liberalización de servicios públicos… Contando con la inestimable ayuda del GATT y su sucesora
la OMC, lo que se consiguió fue subordinar sus economías a las multinacionales de los países
ricos y desmantelar en muchos casos sus precarios sistemas de protección social.

La paulatina globalización.

Así pues, tras la crisis del petróleo del 73 y la crisis de sobreproducción del 75, lo que
se ha venido desarrollando en las siguientes décadas (sobre todo tras la caída del muro de
Berlín en 1989) ha sido la implantación, en el contexto de la llamada globalización, de una
lógica ultraliberal que ha conllevado la disminución progresiva del papel del Estado en la
economía, la liberalización de los mercados internacionales, la eliminación de trabas para el
movimiento de capitales, la mercantilización de todos los ámbitos de la vida y, sobre todo, la
financiarización de la economía mundial. Ello ha supuesto una paulatina pérdida del control
por parte de los ciudadanos y de sus representantes sobre numerosos aspectos relacionados
con la economía. La independencia de los Bancos Centrales ha llevado en la práctica a su
subordinación a intereses que poco tienen que ver con los de la mayoría de los ciudadanos; en
Europa, la cesión la soberanía por parte de los Estados sobre asuntos como la política
monetaria en favor de instancias supranacionales alejadas del control parlamentario y la
adopción de acuerdos internacionales que obligan de facto a los gobiernos presentes y futuros
a una determinada política fiscal y laboral en beneficio de las empresas multinacionales con la
excusa de la competitividad, han conseguido restringir la posibilidad de decisión política
democrática en estos asuntos a un ámbito marginal y producir un significativo retroceso en el
terreno de conquistas sociales y laborales que hasta hace veinte años parecían irrenunciables.
Sólo hay que echar un vistazo para percatarse de ello al incremento de fenómenos como
deslocalizaciones, subcontrataciones en cadena, flexibilización del despido, aumento general
de la precariedad (el asunto de las 65 horas es un buen ejemplo)…

Un juego desigual

En el ámbito del comercio internacional se ha venido constatando la vergonzosa


actitud de los países más ricos a través de sucesivos acuerdos comerciales claramente
desfavorables para los países en desarrollo, que han tenido que competir en los mercados
mundiales en inferioridad de condiciones, lo que ha supuesto la ruina de sus débiles sectores
productivos. En las distintas rondas de negociación de la Organización Mundial del Comercio (y
antes en el GATT) los procedimientos de toma de decisiones han sido dispuestos discriminado

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sistemáticamente la voz de los países más débiles: mientras los más desarrollados conseguían
fórmulas en las que se obligaba a los primeros al desarme arancelario, Europa y EEUU seguían
protegiendo fuertemente sus sectores agrícolas y en ocasiones también los textiles. Y todo
ello, no se nos olvide, blandiendo cínicamente la bandera de las tesis liberales ricardianas de la
ventaja comparativa.

Las finanzas toman el poder.

Por otro lado, desde el punto de vista de los mercados financieros, hemos asistido en
los últimos decenios a un crecimiento sin precedentes de los flujos de capital, en el contexto
de una espiral continua de desregulación. Para hacerse una idea de las dimensiones de lo que
estamos apuntando bastan un par de ilustrativos ejemplos: por un lado cabe señalar que si en
1986 las transacciones de títulos y acciones entre los seis países más desarrollados suponía el
10% del PIB de éstos, en 2003 representaban más del 100% en Japón, del 300% en EEUU y
Canadá y del 500% en Alemania y Francia. Por su parte, en lo que concierne al crecimiento de
los mercados de derivados (recompras, futuros…), diremos que si en 1991 su valor era de 7,9
billones de dólares, en 2005 había alcanzado la cifra de 355,5 billones.ii

A través de la mal llamada “ingeniería financiera” se ha conseguido dar una vuelta de


tuerca más a la escalada de financiarización de la economía con la creación de sociedades de
inversión como los Hedge Funds (similares a la Sociedades de Inversión Colectiva en Activos
Variables o SICAV en España) que actúan al margen de cualquier tipo de control fiscal pues
suelen estar localizadas en paraísos fiscales o gravadas con un porcentaje ridículo (1%, 29
puntos por debajo de lo habitual por considerarse ahorro colectivo). El negocio es tan ingente
que se estima, aproximadamente (pues la situación de desregulación de estas sociedades
impide mayor concreción), que la actividad de los HF constituye en las bolsas de Nueva York y
Londres entre ¡el 30% y el 50% de los movimientos diarios! No conviene obviar además que
este tipo de sociedades, mayoritariamente en manos de Bancos y Cajas de Ahorro (en un 95%
en España, por poner un ejemplo) ha tenido un papel fundamental en el desarrollo
desmesurado de los mercados de productos financieros derivados en los que se sitúa el
epicentro de la actual crisis.

Si a este coctel que hemos someramente descrito añadimos los fondos de pensiones,
las compañías de seguros, los paraísos fiscales etc., nos encontramos con el escenario
predominante en los últimos decenios, caracterizado por un modelo especulativo basado en
la obtención de beneficio rápido sin creación de riqueza alguna y el aumento paulatino del
riesgo, en el que numerosas empresas del sector productivo se han visto fagocitadas por
grupos inversores que, a través de procedimientos oscuros aunque tolerados por las
autoridades (primas de emisión, comisiones…), han podido sustraer sus recursos y derivarlos a
operaciones especulativas. Es decir, se ha producido un traslado progresivo de inversiones de
los sectores productivos hacia los mercados puramente especulativos en lo que ha constituido
una auténtica toma del poder político mundial por parte de los grandes intereses financieros
que se han estado apostando la riqueza planetaria en un casino de proporciones globales
jugando además con la ventaja de las cartas marcadas. Hablamos, tercia decirlo sin tapujos, de

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una verdadera red de corrupción mundial urdida mediante sofisticados métodos de “ingeniería
financiera” con la aquiescencia, que no se olvide, de las autoridades mundiales, desde los
gobiernos hasta organizaciones internacionales como el FMI o el Banco Mundial.

Y estalló la crisis.

Todo este enorme proceso que ha supuesto la globalización, ha sido siempre


justificado, ya lo hemos señalado, en virtud de los postulados de la ideología neoliberal
dominante, en pos de la eficiencia y de la maximización de los beneficios con la pretensión de
que el Dios Mercado se regulaba a sí mismo sin mayores problemas.

Pues en todo esto, hoy nos hallamos sumidos en una crisis de dimensiones globales
que presenta múltiples facetas. Por un lado las zonas más deprimidas del planeta sufren los
efectos de una crisis alimentaria propiciada principalmente (aunque no de forma exclusiva)
porque los mismos inversores que se habían dedicado a especular en los mercados financieros,
cuando le han visto las orejas al lobo, se han puesto a hacer lo propio con las materias primas
agrícolas convirtiéndose en culpables directos de la muerte de millones de personas.

Por otro lado, además de la acuciante crisis ecológica que se nos viene encima y una
crisis energética que no tardará en asomar la cabeza, nos topamos con la debacle del sistema
financiero mundial. Partiendo de la máxima que dicta que a mayor riesgo, más beneficio, la
codicia desmedida de los grandes inversores y la proliferación de todo tipo de inventos
financieros, en el contexto de una maraña especulativa de dimensiones brutales, terminaron
tensando demasiado la cuerda. La primera alarma saltó con la crisis de las “hipotecas basura”
en EEUU dejando al descubierto toda una trama de sobrevaloraciones y operaciones el aire,
generando una crisis de confianza, falta de liquidez los mercados y, en definitiva, un caos
bursátil que aún estamos lejos de superar. Y como no podía ser de otra forma, los problemas
financieros están ya afectando a la economía real, la de todos nosotros, la de las cosas
tangibles.

En España también.

En España las actuaciones de los sucesivos gobiernos de nuestra historia reciente,


tanto conservadores como socialistas, se han caracterizado por no oponer resistencia alguna a
los vientos globalizadores, como atestiguan numerosos ejemplos : el famoso Decretazo, que
originó una huelga general silenciada por los medios afines al PP, políticas fiscales que no
respondían precisamente a un criterio de progresividad como la paulatina pérdida de peso de
los impuestos directos en beneficio de los indirectos o medidas como la supresión del
impuesto de patrimonio por parte del PSOE, sin olvidarse de una actitud generalizada de mirar
hacia otro lado ante una bolsa de fraude fiscal que, según algunas estimaciones, puede rondar
los 80.000 millones de euros.

Y a día de hoy, coincidiendo con la hecatombe financiera internacional, en nuestro país


vivimos además el pinchazo de la burbuja especulativa inmobiliaria, la misma que ha

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contribuido al endeudamiento masivo de medio país, la misma que ha impedido el acceso a la


vivienda a amplios sectores de la población y que ha producido la devastación de grandes
espacios naturales. La misma que, en definitiva, han alentado ,y no sólo permitido, los distintos
gobiernos, tanto del PP como del PSOE, porque ayudaba a configurar un modelo económico
que proporcionaba un PIB artificialmente hinchado al tiempo que pingües beneficios a
promotores y especuladores en el corto plazo pero que tenía, como se ha podido ver, los días
contados. Y ahora que ha pasado la época de confusión en la que el PSOE ha estado negando
sistemáticamente la existencia de crisis alguna (sobre todo antes de las elecciones) en una
maniobra de ocultación de la realidad comparable a la perpetrada por el PP tras el 11-M, los
españoles nos preguntamos ¿cómo hemos llegado hasta aquí?, ¿quiénes son los culpables de
todo esto?

Además, a las medidas electoralistas y caciquiles adoptadas por el gobierno de


Zapatero (los 400 €, el cheque bebé…) se suman ahora las destinadas a dar un barniz de
credibilidad a la banca, poniendo a su disposición el 15% de la riqueza nacional, así como otras
muchas que contribuyen a vaciar las arcas del Estado y a mermar considerablemente las de la
Seguridad Social.

¿Y ahora qué?

Si viviéramos en un mundo con un mínimo de justicia, los responsables de este


desaguisado global se sentarían en el banquillo de un juicio como el de Nürenberg, y serían
encerrados de por vida en un pútrido agujero por la mayor estafa de la Historia y por matar
de hambre a millones de seres humanos. Pero claro, ¿quién le pone el cascabel al gato?
Porque a esta situación se ha llegado gracias a sistemas fiscales que incentivan la especulación,
a la tolerancia, cuando no el patrocinio, de paraísos fiscales repartidos por el mundo, a normas
cada vez más laxas en relación al control de los movimientos de capital… Es decir gracias a la
complicidad de los Estados.

Queda claro pues que no vivimos en el mundo ideal al que nos referíamos y ahora que
la codicia de los más ricos de la Tierra nos está llevando a todos a la ruina, ahora que los
postulados económicos hegemónicos han sido desbaratados por la cruda realidad y que los
dogmas de la eficacia y la autorregulación del mercado han sido refutados por los hechos, los
gobiernos de la mayoría de los países desarrollados se han puesto manos a la obra gastando el
dinero de los contribuyentes para comprar activos infectados o nacionalizar bancos al borde
de la quiebra, inyectando miles de millones y avalando las nuevas deudas bancarias. Por
supuesto, a nadie se le escapa a día de hoy que no existían “liberales de corazón”, todos lo
eran “de cartera”.

Llegado este momento, a la luz de los problemas actuales, se hace imprescindible darle
la vuelta a un sistema económico mundial que ha demostrado claros signos de inoperancia.
Visto lo visto, resulta más que deseable que los Bancos Centrales vuelvan al control de los
Parlamentos y que se establezca una red de banca pública solvente. No debe tolerarse que los
gobiernos utilicen recursos públicos para rescatar entidades en apuros sin establecer controles
para su uso, es decir, si se interviene en el sistema, hay que exigir que éste cambie su

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dinámica participando en él con todos los derechos y deberes. Hay que poner cara a todas las
sociedades de inversión y acabar definitivamente con los paraísos fiscales y con las
operaciones que no persigan otro fin que el puramente especulativo. Se hace necesario
modificar las condiciones fiscales para desincentivar la especulación, y aumentar los recursos
para la inspección con el fin de combatir el fraude así como sentar las bases para un nuevo
modelo productivo socialmente equitativo y ecológicamente sostenible, para lo que no valen
sólo vistosos gestos encaminados a subirse al carro del pseudoecologismo de moda, sino que
es obligado abordar un cambio profundo en el sistema económico y en el modo de vida
despilfarrador que impera en los países desarrollados. Tengamos en cuenta que frente a los
30.000 millones de dólares anuales que, según estimaciones del director de la FAO, harían falta
para terminar en relativamente poco tiempo con el hambre en el mundo, se encuentran los
100.000 millones que se desperdiciaron en comida en 2006, los 1,2 billones (con b) que se
emplearon en armamento en dicho año o las cifras astronómicas que los estados del norte
están utilizando para recomponer los destrozos provocados por la irresponsabilidad de las
entidades financieras.

En el terreno de la Unión Europea resulta apremiante abrir un debate real sobre un


nuevo texto constitucional que acabe con el profundo déficit democrático que ha
caracterizado a las instituciones europeas y que supere el tinte abiertamente neoliberal que
cubre el texto rechazado en Francia y Holanda y aprobado por la puerta de atrás ligeramente
maquillado hace pocos meses en Lisboa. Amén de terminar con una sumisión de los estados y
de la propia Unión a los intereses de las multinacionales que opera casi siempre en perjuicio de
los ciudadanos.

Es necesaria a su vez una refundación total tanto del FMI y el Banco Mundial como de
la OMC haciendo que los países en desarrollo tengan voz en estos organismos
internacionales y, por lo tanto, urge modificar los procedimientos de toma de decisiones para
que dejen de tener más peso los estados con más recursos y establecer un sistema realmente
democrático. En términos generales se trata de contribuir a crear un marco de relaciones
internacionales basado en el multilateralismo real, tanto en las organizaciones de índole
económica como política. La situación es tan grave que exige dinamitar el orden mundial
establecido y revisar de arriba abajo el funcionamiento de la ONU y de la totalidad de sus
organismos dependientes empezando por otorgar a la Asamblea el protagonismo merecido en
detrimento del Consejo de Seguridad.

Un reto histórico

Hace unos días los líderes europeos pidieron una Conferencia Internacional, a modo de
la de los años cuarenta, para establecer un nuevo orden económico y “refundar”, dijeron, el
sistema capitalista. EEUU, por su parte, parece que ha recogido el guante y ha convocado una
cumbre en Washington para el 15 de noviembre en la que estarán representados un número
muy reducido de países, un selecto club del que volverá a excluirse a los mismos que salieron
perdiendo del sistema de Bretton Woods y de la globalización, es decir, a los más pobres, y en
el que se obviará el asunto del cambio climático. Pero el gran inconveniente es que los que

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ahora tratan de poner soluciones a esta crisis son los mismos que han contribuido de forma
totalmente consciente a la gestación del sistema que nos ha llevado a ella. Por lo tanto el
problema económico se convierte ineludiblemente en un problema político: demasiadas
cuestiones se han quedado fuera del control de los ciudadanos. No se puede esquivar el
hecho de que si hoy estamos donde estamos es en parte debido a esta suerte de despotismo
ilustrado contemporáneo que ha puesto en manos de tecnócratas supuestamente apolíticos
numerosas decisiones que debían haber permanecido en instancias con legitimidad
democrática.

Nos encontramos pues en un tiempo de catarsis en el que es imprescindible no


cometer los mismos errores de siempre dejando de nuevo el futuro exclusivamente en manos
de las elites y hay que exigir que se abran paulatinamente cauces para la participación
ciudadana en las decisiones políticas. Es el momento de realizar un llamamiento a la
movilización desde abajo a partir de una perspectiva democrática radical en la que deben
tomar partido tanto ciudadanos de forma independiente (trabajadores, intelectuales,
estudiantes…), como movimientos sociales y políticos, organizaciones no gubernamentales,
asociaciones de diversa índole y por supuesto unos sindicatos que llevan ya demasiado tiempo
aceptando sumisamente un sistema impuesto verticalmente.

El reto que nos plantea la Historia en el momento actual es sin duda enorme, titánico,
tanto que de su consecución depende la vida de millones de personas y quizás demasiado
como para que se dirima en un despacho de Washington…

i
Sami Naïr El imperio frente a la diversidad del mundo. Areté. 2003
ii
Datos extraídos del artículo “Financiarización y economía real” de Eduardo Gutiérrez y Daniel
Albarracín.

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