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Amanecer en América Latina


La oportunidad de un nuevo comienzo

Jorge G. Castañeda
c

Reparar el lío que heredará del gobierno de Bush no será una tarea sencilla
para el próximo gobierno de Estados Unidos. En América Latina, será particu-
larmente difícil. La razón es sencilla, pero paradójica. George W. Bush elevó enor-
memente las expectativas cuando tomó posesión y anunció que haría de la relación
con América Latina, en general, y con México, en particular, una prioridad. Mantu-
vo su promesa durante siete meses y medio —hasta el 11-s, cuando Estados Unidos,
con justa razón, concentró toda su energía y atención en al Qaeda y en Iraq—. Lo
que es menos comprensible es que esta situación durara 7 años. Además, debido al
descuido del resto del mundo y al empecinado interés en Iraq y en el terrorismo,
Bush se ha vuelto menos popular en América Latina que cualquier otro Presidente
de Estados Unidos en los últimos tiempos. Esto es aún más paradójico debido a que
Bush, de hecho, ha sido menos intervencionista y agresivo con América Latina
que cualquier otro Presidente de Estados Unidos en la historia reciente.
Afortunadamente, si el próximo gobierno desea cambiar la imagen de Estados
Unidos y su relación con Latinoamérica, tendrá una oportunidad extraordinaria
para hacerlo. Como Presidente, cualquiera de los dos candidatos principales, John
McCain o Barack Obama, disfrutará de una luna de miel con América Latina (y con
el resto del mundo), debido al sombrío legado de su predecesor y a la naturaleza
de los problemas más importantes que penden sobre la relación hemisférica.

Jorge G. Castañeda es el Global Distinguished Professor of Politics


and Latin American and Caribbean Studies de la New York University.
Fue Secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003. Su
libro más reciente se titula Ex-Mex y coeditó, con Marco Morales, Left-
overs: Tales of the Latin American Left.

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Amanecer en América Latina

Cuatro desafíos destacan claramente. ¿Qué hacer con la inminente transición o su-
cesión cubana, que quizá ya esté en curso? ¿Qué hacer con la reforma migratoria,
que es el asunto bilateral más importante para muchos países latinoamericanos? ¿Qué
hacer con el constante ascenso de las “dos izquierdas” en la región? Y, finalmente,
si como parece que sucederá, el tratado de libre comercio entre Estados Unidos y
Colombia no recibe la aprobación de un Congreso que va de salida (y particular-
mente si Obama sigue insistiendo en volver a revisar el Tratado de Libre Comercio
de América del Norte o tlcan), ¿cómo profundizar, en lugar de debilitar, estos
convenios de comercio, aunque sean innegablemente defectuosos, y cumplir a la
vez con las promesas de campaña?
El próximo gobierno de Estados Unidos tendrá que hacer frente a estos pro-
blemas —y otros, como la lucha contra el narcotráfico—, sin importar la prioridad
que les asigne. Tendrá éxito si recuerda que América Latina está viviendo un mo-
mento que combina los mejores y los peores aspectos de su historia: tiene un cre-
cimiento sin precedente desde la década de los setenta, es democrática y respe-
tuosa de los derechos humanos como nunca antes, por fin tiene cada vez menos
pobreza y desigualdad, pero a su vez está más dividida y polarizada, y tiene más
conflictos intestinos e intrarregionales que nunca. Washington puede ayudar
enormemente si trabaja para consolidar las tendencias positivas, mientras neutra-
liza las negativas.

reconciliarse con la habana


En Cuba, la salida de escena de Fidel Castro, a medida que se acerca al 50º aniver-
sario de su entrada triunfal a La Habana y a la historia, representa un enorme reto
para Washington, para Miami, para Cuba y para toda Latinoamérica. Los asuntos
de la isla nunca han sido una cuestión estrictamente cubana, y aunque la evolu-
ción del régimen de Castro bajo las riendas de Raúl, el hermano menor de Fidel, es
incierto, el predicamento de Washington es bastante claro. Por un lado, Estados Uni-
dos no puede seguir manteniendo las políticas fallidas del último medio siglo, como
Obama ha declarado con bastante razón. Exigir una transición democrática total
como condición previa para la normalización de las relaciones entre Cuba y Esta-
dos Unidos no es sólo una receta para fracasos futuros, sino que también es defini-
tivamente poco realista e intolerable para América Latina; una gran mayoría de los
gobiernos de la región cree acertadamente que Washington debe levantar el embar-
go de forma unilateral, además de suspender las restricciones impuestas a los viajes
y al envío de remesas. Por otro lado, como McCain ha dejado en claro, Washington
no puede desechar la cuestión de la democracia y de los derechos humanos en Cuba
mientras espera la partida del segundo Castro.
La Realpolitik y el temor a otro éxodo de refugiados cubanos a través del Estre-
cho de Florida podrían tentar a Washington a buscar una solución “china” o “viet-
namita” para su relación con Cuba, es decir, normalizar las relaciones diplomáticas
a cambio de reformas económicas, mientras la cuestión del cambio político interno

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se deja para mucho después. Esto no debe suceder, principalmente por las implica-
ciones regionales. Durante las últimas décadas, Estados Unidos, Canadá, la Unión
Europea y América Latina han construido pacientemente un marco legal regional
para defender y promover el gobierno democrático, así como el respeto a los dere-
chos humanos en el hemisferio. Estos valores se han ratificado en convenciones,
cartas y tratados de libre comercio, que van desde la Carta Democrática Inter-
americana y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, hasta la Corte
Interamericana de Derechos Humanos y la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, amén de los capítulos laborales y ambientales de los tratados de libre
comercio, y las cláusulas democráticas de los tratados económicos que firmaron
Chile y la ue, y México y la ue. Estos mecanismos no son perfectos y no se han
probado realmente. Pero desecharlos con el propósito de garantizar simplemente
la estabilidad de Cuba y asegurar una sucesión sin emigración en lugar de una tran-
sición democrática, es decir, crear una vez más una “excepción cubana” por razones
de pragmatismo puro, no sería digno de los enormes esfuerzos que cada uno de los
países del hemisferio ha hecho para profundizar y fortalecer la democracia en las
Américas. Cuba debe volver al concierto regional, pero aceptando sus reglas. Per-
mitirle continuar actuando de otro modo debilitaría la democracia y alentaría las
tradiciones autoritarias en el hemisferio; asimismo, sentaría las bases para otras
excepciones que justificarían su existencia, invocando el precedente cubano.
Sin embargo, Estados Unidos debe cambiar su política hacia Cuba por tres
razones: porque la política existente no ha funcionado; porque, después de casi
20 años desde el fin de la Guerra Fría, esa política ha perdido su principal razón de
ser; y porque, sin importar cuán lenta y dolorosamente, Cuba está comenzando
a salir de su larga noche de angustia. El cambio en la política de Estados Unidos
debe combinar los valores y los principios con el realismo y la eficacia, estrate-
gia que, a la larga, conducirá tanto a la normalización de las relaciones con Cuba
como al establecimiento de la democracia en la isla. Celebrar elecciones libres y
justas podría no ser el problema principal, pero tampoco es algo que deba apla-
zarse indefinidamente en aras de la estabilidad. Si las elecciones se colocan en
la parte alta de la agenda, Washington continuará justo donde comenzó hace
medio siglo: con el establecimiento de una precondición que no lleva a ninguna
parte. Aunque Washington no puede evadir la cuestión de las elecciones libres
y justas en sus discusiones con el liderazgo cubano, es poco realista insistir en
que dichas elecciones se lleven a cabo antes que cualquier otra cosa: comercio,
turismo y remesas y viajes familiares ilimitados. Las elecciones, en cambio, de-
ben ser parte de un proceso integral de normalización: no pueden ser motivo para
romper las negociaciones ni tampoco un tema sin importancia. Las negociaciones
entre Washington y La Habana deben establecer exactamente en qué momen-
to del proceso se deben celebrar estas elecciones, con el propósito de que sean la
culminación mutuamente aceptada de la diplomacia, no una precondición para
iniciarla.

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Levantar el embargo, así como las restricciones a los viajes y a las remesas, debe
ser una acción unilateral de Estados Unidos. Restablecer las relaciones diplomáticas
plenas; atender las reclamaciones de los cubanos que viven en Miami por las propie-
dades cubanas confiscadas; ayudar a Cuba a reintegrarse al Banco Mundial, al Fondo
Monetario Internacional, al Banco Interamericano de Desarrollo y a la Organiza-
ción de los Estados Americanos; y concederle el establecimiento de vínculos eco-
nómicos totalmente normales con su vecino del otro lado del Estrecho depen-
dería de que La Habana iniciara un proceso cooperativo y totalmente delimitado
para resolver todos los asuntos que están sobre la mesa de discusión con Wash-
ington y con otros Estados. Las elecciones deben ser uno de los pasos de este pro-
ceso, aun cuando no sean el primero o incluso uno de los iniciales.

países de migrantes
Aunque muchos estadounidenses creen que la inmigración es un problema
interno que se debe excluir de cualquier negociación internacional, esa perspec-
tiva no es ni una tradición estadounidense ni la visión que tienen otros países del
hemisferio. Estados Unidos negoció su primer acuerdo migratorio en 1907 (el
llamado Acuerdo de Caballeros con Japón), mantuvo un controvertido tratado
con México durante más de dos décadas (el llamado Programa Bracero, entre
1942 y 1964) y ha entablado conversaciones y negociaciones sobre migración nada
más y nada menos que con Fidel Castro desde principios de la década de los se-
senta. Asimismo, para un gran número de países latinoamericanos, la inmigración
es hoy el asunto más importante de sus agendas con Washington.
Esto es cierto no sólo para México. Aunque el vecino del sur de Estados Uni-
dos recibe la mayor cantidad de remesas de los expatriados que viven del otro
lado de la frontera que cualquier otro país de América Latina (alrededor de 25 000
millones de dólares al año), a pesar de que envía más migrantes documentados e
indocumentados a Estados Unidos que cualquier otro país (alrededor de 500 000
al año) y tiene el mayor número de nacionales que viven en el norte (probable-
mente unos quince millones), no es en modo alguno el único país del hemisfe-
rio para el que la migración es un asunto crucial. En el Caribe, Cuba (incluso
ahora, sin considerar el futuro), Haití, Jamaica y la República Dominicana tienen
una proporción igualmente alta de ciudadanos que viven en Estados Unidos y
dependen en la misma medida de las remesas. Lo mismo sucede con la mayor
parte de Centroamérica: El Salvador tiene la mayor proporción de ciudadanos
que viven fuera de su país que cualquier otro Estado de América Latina (más
del 20%, en comparación con el 12% de México) y las remesas son, con mucho,
su fuente más importante de divisas. Tampoco Sudamérica está exenta de esta
tendencia. El 18% de los ecuatorianos reside en el extranjero, y un número cada
vez mayor de colombianos, paraguayos, peruanos y venezolanos vive en Estados
Unidos.

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Estos países se han visto afectados profundamente por el clima antimigratorio


que prevalece en Estados Unidos y se beneficiarían de manera muy importante
con el tipo de reforma migratoria integral que han apoyado McCain y Obama.
La lamentable decisión del gobierno de Bush de construir muros a lo largo de la
frontera entre México y Estados Unidos, de hacer redadas en los lugares de trabajo
y en las viviendas, de detener y deportar a los extranjeros indocumentados, y, más
reciente y trágicamente, de iniciar procesos penales contra los trabajadores con do-
cumentos falsos o robados, para posteriormente sentenciarlos a varios meses de
prisión antes de deportarlos, se considera en Latinoamérica como una ofensa
hipócrita y maliciosa contra las sociedades y los gobiernos que albergan algunos
de los sentimientos más favorables del mundo hacia Estados Unidos. Estos actos
se perciben, de manera correcta, como futiles, repugnantes e injustos y, aún peor,
producen un creciente sentimiento antiestadounidense en muchos países. Ade-
más, favorecen involuntariamente a la facción “antiimperialista” de la izquierda
latinoamericana.
El tema es mucho más doloroso y decepcionante, ya que la mayoría de los mi-
nistros de exteriores latinoamericanos sabe perfectamente que estas posiciones
son estrictamente resultado del clima político. La Casa Blanca necesitaba, natural-
mente, reforzar los capítulos sobre seguridad y cumplimiento de la ley de las dos
propuestas de reforma migratoria (el proyecto de ley McCain-Kennedy, presen-
tado en 2005, y la Grand Bargain de 2007) con el fin de conseguir su aprobación,
pero, una vez que fueron derrotadas, las concesiones a la derecha se mantuvieron y
se pusieron en práctica, mientras se esfumaba la esencia de las reformas. América
Latina se encontró frente a lo peor de ambos mundos. Se considera que éste es un
agravio aún mayor debido a la desaceleración de la economía estadounidense,
que está arrastrando a muchas economías latinoamericanas.
Definir y aprobar una reforma migratoria integral no es física cuántica; expre-
samente, requiere una esencia inteligente y una política habilidosa. Los elemen-
tos sustantivos necesarios son bien conocidos: tomar medidas de seguridad más
estrictas en la frontera, pero también incluir puertas en los muros que se están
construyendo actualmente; legalizar, con multas y condiciones sensatas y expe-
ditas, a los quince millones o más de extranjeros que actualmente viven ilegal-
mente en Estados Unidos; establecer lo que Obama ha llamado un “programa de
trabajadores migratorios” y que McCain ha denominado un “programa de tra-
bajadores temporales”, que permita que un número suficiente de extranjeros (pro-
bablemente serán latinoamericanos en su mayoría, y entre ellos, principalmente
mexicanos) cubra las crecientes necesidades de la economía y de la sociedad esta-
dounidenses, con mecanismos tanto para las visitas regulares al país de origen
como para la obtención de la residencia permanente en Estados Unidos. Todas las
propuestas que grupos de expertos, comisiones y legisladores han puesto sobre la
mesa durante los últimos 10 años dicen esencialmente lo mismo. Las sutilezas in-
cluirían la secuencia, el monto de las multas impuestas y los requerimientos exac-

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tos para la legalización y los mecanismos para la posible obtención de la ciuda-


danía.
El segundo componente incluye la voluntad y el tiempo políticos. Al princi-
pio, Bush lo tenía claro: su voluntad para negociar un acuerdo migratorio con
México a inicios de su período era probablemente la única manera de lograrlo.
Cuando se echó atrás, primero debido al 11-s, luego por la guerra con Iraq, des-
púes debido a las elecciones de 2004 y, finalmente, por esperar que el Senado
produjera su propio proyecto de ley, resultó ser un desastre: para cuando se vota-
ron ambas iniciativas, Bush ya no pudo cumplirle a la facción conservadora de
su propio partido, lo que condenó a ambos. Probablemente, la única manera de que
el próximo Presidente tenga éxito en este asunto sea moviéndose rápidamente.
Postergarlo permitiría que el grupo de cabildeo conservador de los programas de
entrevistas se prepare y luche, con el fin de intimidar a los miembros del Congreso
para que cedan, con la amenaza de ponerlos en la lista negra para las siguientes
elecciones. Posponer la acción también enviaría un mensaje un tanto extraño al
resto del hemisferio: evadir un tema en el que ambos candidatos han asumido
una posición tan firme y positiva se traduciría automáticamente como un insulto a
los latinoamericanos, lo cual haría que la cooperación en estos asuntos fuera ex-
cesivamente difícil si el nuevo gobierno decidiera volver a tratar el tema migrato-
rio más adelante.
El componente final de una propuesta migratoria viable y decidida incluye la
cooperación latinoamericana y un serio esfuerzo estadounidense para conseguirla.
En la región, los países de origen —que ahora son democracias debido, en parte, a
las políticas estadounidenses— pueden ayudar a restringir la inmigración ilegal
con estrategias valerosas y propias de estadistas, si pueden mostrarle a su electo-
rado que están obteniendo algo a cambio. Además de la reforma migratoria esta-
dounidense, se debe incluir el tipo de respaldo intensivo al desarrollo que Robert
Pastor describe en un artículo de este mismo número y que la ue ofrece a sus
nuevos miembros. Ese respaldo estaría en el mejor interés de Estados Unidos y
no sería un sacrificio impuesto a Washington por los artistas de la estafa del sur
de la frontera. Ayudaría a desarrollar la infraestructura, la educación, el Estado de
derecho y la seguridad en México, en el Caribe y en Centroamérica, en un es-
fuerzo por estimular los índices de crecimiento y el aumento de empleos que, con
el tiempo —aunque no de la noche a la mañana—, reducirán la migración a un
nivel más acorde con las necesidades de Estados Unidos.

el futuro de las dos izquierdas


Se ha escrito mucho sobre el ascenso de la izquierda en América Latina du-
rante la última década. De hecho, hay dos izquierdas en la región: una izquierda
moderna, democrática, globalizada y orientada al mercado, en Brasil, en Chile,
en Uruguay y en algunas partes de Centroamérica y, hasta cierto punto, en Perú; y

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una izquierda retrógrada, populista, autoritaria, estatista y antiestadounidense, en


Bolivia, en Cuba, en Ecuador, en El Salvador, en México, en Nicaragua y en Ve-
nezuela y, en menor grado, en Argentina, en Colombia y en Paraguay. (Se ha
argumentado que las raíces de esta división son históricas: la izquierda moderada
y reformista surgió, paradójicamente, de un pasado revolucionario, mientras que
la izquierda radical tiene su origen en un pasado populista, nacionalista y no re-
volucionario). Algunas de estas “izquierdas” están en el poder; algunas otras, es-
tuvieron a punto de alcanzarlo, y quizá aún puedan hacerlo. Durante los últimos
2 años, se ha vuelto cada vez más evidente que la izquierda “moderna” o “blanda”,
en definitiva, está gobernando bastante bien: Luiz Inácio Lula da Silva fue reele-
gido en Brasil, al igual que Leonel Fernández en República Dominicana; en
Uruguay, Daniel Astori probablemente sucederá a su compañero del Frente Am-
plio, Tabaré Vázquez, así como lo hará en Panamá el sucesor seleccionado por
Martín Torrijos, y, aunque Michelle Bachelet ha decepcionado a muchos en Chile
con sus ocasionales posiciones autodestructivas, sólo contrasta con sus predeceso-
res de la izquierda reformista, uno de los cuales, Ricardo Lagos, parece listo para
postularse (y ganar) otra vez. Por otro lado, la otra izquierda —representada por
Raúl Castro en Cuba, Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador,
Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Fernando Lugo en Paraguay, Evo
Morales en Bolivia y Daniel Ortega en Nicaragua— ha demostrado ser más
extremista y errática de lo que se esperaba. No es coincidencia que la izquierda
“blanda” gobierne países carentes, en gran medida, de migración a Estados Uni-
dos y que la izquierda “dura” esté presente precisamente en donde la migración es
crucial: México, El Salvador, Nicaragua, Ecuador, Bolivia.
Allí radica el dilema para el próximo Presidente de Estados Unidos: cómo li-
diar con la clara escisión entre ambas izquierdas, de modo que se mejoren las rela-
ciones entre Estados Unidos y América Latina, que se fortalezca la izquierda
moderna y se debilite la izquierda retrógrada sin recurrir a las fallidas políticas
intervencionistas del pasado. Incluso con el historial de no injerencia en la región
que tiene Bush (con la posible, pero no demostrada, excepción de haber interveni-
do en el fallido intento de golpe de Estado contra Chávez en abril de 2002), Estados
Unidos es más impopular en Latinoamérica que cualquier gobierno reciente de ese
país. (Vale la pena recordar que, con excepción de Jimmy Carter, todos los presi-
dentes de Estados Unidos desde Dwight Eisenhower, incluido Bill Clinton, han
interferido en los asuntos internos de alguno de los países de la región).
No será fácil para McCain ni para Obama reparar el daño que se le ha hecho a
América Latina: los pasos más efectivos serían retirarse de Iraq y volver a respetar
el multilateralismo. Los siguientes pasos, estrictamente orientados a Latinoamé-
rica, son obvios, aunque de difícil consecución. Requieren que se fortalezca a los
gobiernos de la izquierda moderna, del centro o de la centroderecha amenaza-
dos por la izquierda retrógrada y, al mismo tiempo, dejarle en claro a ésta que
tendría que pagar un costo significativo si no sigue las reglas —es decir, si viola

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los principios de la democracia, del respeto a los derechos humanos y del Estado de
derecho—.
Afortunadamente, las condiciones para reparar el daño son propicias. Desafor-
tunadamente, hoy los países del hemisferio occidental están muy divididos entre sí
y también dentro sí. Al mismo tiempo, sin embargo, nunca antes le había ido tan
bien a Latinoamérica en lo político, en lo económico e incluso en lo social, pues el
crecimiento económico y la democracia representativa están ayudando a muchos
países a reducir la pobreza y a eliminar la desigualdad, el flagelo tradicional de la
región. Una de las explicaciones para esta contradicción surge de la batalla ideoló-
gica y geopolítica que se está llevando a cabo en América Latina y lo que podría
significar esta lucha para los temas de interés particular para Washington: petróleo,
armas, guerrillas y drogas. El conflicto podría intensificarse fácilmente y ocasionar
una crisis grave en las relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica, especial-
mente a medida que el dominio de Chávez se hace más precario en su país y sus
políticas se hacen cada vez más extremistas en el exterior, en especial porque na-
die parece estar dispuesto a hacerle frente en el continente americano.
Hay una asimetría fundamental entre las dos izquierdas y, de manera más ge-
neral, entre los gobiernos (de izquierda o de derecha) de la región que suscriben
la ortodoxia macroeconómica, la democracia representativa y que mantienen un
modus vivendi con Washington, por un lado, y los de la izquierda “aventurera”
(como la ha denominado el Ministro de Asuntos Estratégicos de Brasil, Roberto
Mangabeira Unger), por el otro. Los primeros son tímidos y precavidos en extremo;
no es coincidencia que fuera el rey Juan Carlos I de España, y no un líder latino-
americano, quien finalmente perdiera la paciencia con Chávez (y exclamara “¡¿Por
qué no te callas?!”, durante la Cumbre Iberoamericana que se llevó a cabo en no-
viembre de 2007 en Chile). Estos regímenes no sienten la urgencia de “exportar” su
“modelo” y parece preocuparles que se les acuse de hacer alarde de sus virtudes.
Brasil, es cierto, intenta aumentar su influencia en la región y en el mundo, pero
esto es más por motivos geopolíticos que por razones ideológicas. En contraste, el
otro bando tiene una estrategia de exportación y los medios para implantarla. La
izquierda retrógrada actualmente puede materializar una versión del viejo sueño del
Che Guevara: ya no “dos, tres, muchos Vietnams”, sino “dos, tres, muchas Vene-
zuelas”, ganando el poder por medio del voto, conservándolo y concentrándolo
mediante cambios constitucionales y la creación de milicias armadas y partidos
monolíticos. Todo esto se puede financiar con fondos provenientes de la compañía
petrolera estatal de Venezuela, pdvsa, con la puesta en marcha de políticas sociales
que resultan equivocadas en el largo plazo, pero que en el corto plazo son seducto-
ras, especialmente cuando las llevan a cabo médicos, maestros e instructores cuba-
nos, y están respaldadas, en teoría y cada vez más en la práctica, por armas en-
viadas desde Rusia a Caracas.
La izquierda dura también ofrece una narrativa convincente, pero equivocada:
la persistencia de la pobreza y de la desigualdad se le puede atribuir a la recurrente

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agresión o negligencia de Estados Unidos, a la venalidad del sector privado y a la


corrupción e incompetencia de los gobiernos anteriores y de las élites arraigadas.
La alternativa bolivariana es la solución. Los servicios de educación y de salud se
llevan a los sectores más pobres de la sociedad mediante misiones y cuadros de mi-
litantes cubanos. Tienen abundantes fondos a su disposición, ya sea a través de las
compañías nacionalizadas de recursos naturales y servicios públicos (el petróleo en
Venezuela, el gas y las telecomunicaciones en Bolivia, las telecomunicaciones y
el petróleo en Ecuador) o aplicando impuestos o aranceles más altos a las empresas
nacionales o extranjeras (aranceles a las exportaciones de frijol de soya en Argen-
tina, impuestos más altos a la electricidad que Paraguay aplica a las presas de Itaipú
y Yacyretá). Las reducciones de precios, los subsidios y los controles se imponen
—con amenazas de expropiación— a los productos de consumo masivo (gasolina,
materiales de construcción, harina, pan, bebidas). Esta narrativa presenta un
diagnóstico y aparentemente una solución fáciles. El mensaje funciona; es falso,
pero verosímil. Mientras tanto, el otro bando sigue siendo reacio a expresar su pro-
pio argumento en contra, si es que tiene alguno que presentar.
Otra razón por la que ningún gobierno capaz de oponerse a Cuba o a Venezuela
—Colombia, Costa Rica, México, Perú, quizá Chile— desea hacerlo es porque a
todos les aterra la idea de que Washington los deje en la estacada. En México, el
presidente Felipe Calderón podría haberse abstenido de la desafortunada recon-
ciliación con Chávez si hubiese sentido que la Casa Blanca lo respaldaría en caso de
un enfrentamiento ideológico. El presidente Álvaro Uribe de Colombia podría
haber aprovechado la mina de evidencias comprometedoras descubiertas en las
computadoras incautadas a los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucio-
narias de Colombia, o farc, y acusado a Chávez de ayudar e inducir el terrorismo
en Latinoamérica, pero también se abstuvo, pues dudaba de la determinación de
Washington. En Perú, el presidente Alan García podría haber clausurado las Casas
del alba chavistas establecidas en su país y expulsado a los activistas venezola-
nos, pero sin aliados que lo apoyaran, prefirió evitar un choque con Chávez.
Washington tampoco ha estado dispuesto a proporcionar otro tipo de ayuda a sus
amigos de la región, quienes podrían utilizar su respaldo para enfrentarse políti-
camente con La Habana y con Caracas. En este aspecto, destacan tres ejemplos: la
Iniciativa Mérida para México, el mantenimiento de los aranceles sobre las importa-
ciones de etanol (medida aplicable principalmente a Brasil), que se incluyó en la ver-
sión de 2008 del proyecto de ley agrícola, y el tratado de libre comercio con Colombia.
En el primer caso, Calderón se arriesgó al romper con la posición anacrónica
de México de no solicitar ni recibir ayuda de gran escala de Estados Unidos para
la lucha contra el narcotráfico. En teoría, le prometieron mucho dinero, muy
rápidamente y sin condiciones —relativas a los derechos humanos o a la lucha
contra la corrupción—, en una reunión cumbre con Bush que se llevó a cabo en
marzo de 2007 en Mérida, México. Esta promesa se convirtió posteriormente
en un paquete de 1 400 millones de dólares en 3 años, con ciertas condiciones ocul-

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tas; a su vez, esta promesa fue transformada por el Congreso de Estados Unidos en
una asignación de un solo año de 400 millones de dólares en tecnología de baja
calidad (nada de helicópteros Black Hawk), con cuatro condiciones importantes (y
sensatas) sobre derechos humanos y sobre la lucha contra la corrupción. Calderón
se encontraba en una situación particularmente incómoda: debía rechazar el apo-
yo de Estados Unidos y, por ende, menoscabar su compromiso con iniciar una
guerra sin restricciones contra los cárteles de la droga, o aceptar lo que la élite
política mexicana tradicional, de la cual Calderón es un miembro distinguido,
consideraba condiciones humillantes e inaceptables. Al final, se llegó a un acuer-
do, uno que salvaba la dignidad de todos pero que no satisfizo a nadie. O Bush en-
gañó a Calderón o los asesores de este último engañaron a su jefe, pero en cualquier
caso, el atribulado Presidente de México fue puesto en una situación embarazosa
y se vio forzado a recurrir a la obsoleta retórica nacionalista para recuperar el equi-
librio. En todo caso, el incidente obligó a Calderón a ser aún más cauteloso si de
iniciar una batalla ideológica contra Chávez y contra Fidel y Raúl Castro se tratara.
Un desliz similar sucedió con Lula, quien ha tomado medidas extraordinaria-
mente audaces para acercarse a Estados Unidos, en especial por tratarse de un
antiguo líder sindical de izquierda. Ha recibido a Bush en su país en dos ocasiones,
lo visitó en Campo David y firmó un acuerdo de cooperación en materia de bio-
combustibles con Washington. Lula sabía que Bush no podría anular de inme-
diato el arancel de 54 centavos de dólar por galón a las importaciones de etanol a
Estados Unidos, pero creyó que Bush seguramente intentaría eliminarlo en 2008,
cuando se debatiera la ratificación del proyecto de ley agrícola de 2001. Como
principal productor de etanol elaborado a partir de la caña de azúcar, Brasil está
dispuesto a entrar al mercado energético más grande del mundo, pero los aran-
celes hacen que el etanol brasileño no sea competitivo en ese mercado tan prote-
gido. Una vez más, un líder latinoamericano que asumió riesgos importantes al
tratar de establecer una relación funcional con Washington se vio defraudado por
su interlocutor estadounidense, quien simplemente no fue capaz de cumplir.

con amigos como ésos...


El tratado de libre comercio con Colombia se encuentra en la misma cate-
goría. Bush innegablemente luchó por él, y Uribe lo promovió personalmente en
Washington, pero a lo sumo será aprobado a fines de año por un Congreso que va
de salida y aun esa posibilidad es remota. Estrictamente hablando, este desafor-
tunado resultado no es culpa de la Casa Blanca. No obstante, cuando el gobierno
de Bush finalmente trató de forzar un voto, descubrió que no tenía el poder polí-
tico para cumplirle a su partido, menos aún a los miembros del Congreso del otro
lado del pasillo. Esto contrasta marcadamente con la ocasión en que Clinton pre-
sionó para que se aprobara el tlcan, el cual fue ratificado principalmente con
votos republicanos.

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Una de las razones de esta diferencia reside en el momento elegido. La derrota


del tratado de libre comercio con Colombia llegó casi al final del gobierno de Bush;
la victoria para Clinton tuvo lugar al final del primer año de su primer período.
Pero otra razón, la principal, tiene que ver con las prioridades. Clinton hizo del
tlcan una preocupación primordial; Bush no, porque durante la mayor parte de su
mandato sólo ha habido una prioridad en política exterior: Iraq. Además, a la pos-
tre, Bush no estaba dispuesto a convencer a Uribe ni a aceptar que la preocupa-
ción por los derechos humanos en Colombia, expresada principalmente por los
demócratas y las organizaciones no gubernamentales, eran reales y sinceras, in-
cluso a pesar de que algunas acusaciones específicas estaban equivocadas. Bush y
Uribe simplemente no lo entendieron. Como resultado, el Congreso propinó una
inmerecida bofetada al, por demás muy exitoso, Presidente de Colombia, y una in-
voluntaria palmada en la espalda a su vecino venezolano. ¿Qué mejor prueba podría
ofrecer Chávez de la perfidia de Estados Unidos que la traición a su mejor amigo
en el hemisferio? No es de extrañar que Uribe se muestre reacio a recurrir a las ins-
tituciones regionales o internacionales para lidiar con las farc. Si Washington
lo apoyara en ese asunto con tanto descuido como en el tema del comercio, tal in-
tento sería, por supuesto, insensato.
El tema del libre comercio con Colombia conduce a una discusión más amplia
sobre el comercio, el cuarto problema con el que tendrá que lidiar el próximo
gobierno. Si McCain resulta elegido en noviembre, el tlcan, el Tratado de Libre
Comercio Estados Unidos-Centroamérica o cafta, y los acuerdos de libre co-
mercio firmados con Chile y Perú probablemente no sufrirán revisión o modifica-
ción alguna. Pero dada la posibilidad de que los demócratas mantengan la mayoría
en el Congreso, incluso McCain tendría que modificar el tratado con Colombia
para que pueda aprobarse. Entonces, aumentaría la presión para incluir disposi-
ciones laborales y ambientales en los otros acuerdos. Y si la recesión de Estados
Unidos continúa y los estadounidenses siguen culpando —equivocadamente—
a los acuerdos comerciales del creciente desempleo, de la caída de los salarios y de
la enorme desigualdad, aumentará la oposición en su contra. En lugar de esperar
a que la presión aumente, el próximo Presidente haría bien en evitarla con una ambi-
ciosa agenda para reformar el libre comercio que beneficiaría a todos.
Washington puede aprender algunas lecciones de las prácticas de la ue. Primero,
se deben agregar a los tratados cláusulas claras y explícitas sobre los derechos hu-
manos y la democracia, como apéndices más que como nuevos capítulos, similares
a las cláusulas de los tratados de libre comercio de México y Chile con la ue. Se-
gundo, se deben incluir cláusulas más específicas sobre aspectos laborales, ambien-
tales, de género y de derechos indígenas, así como disposiciones antimonopolio,
regulatorias y de reformas judiciales, tanto por principio como por conveniencia
política. Sin ellas, estos tratados se convertirán, más que nunca y en el corto plazo,
en el blanco de las organizaciones no gubernamentales y de la oposición política y
popular. Aunque en años recientes ha habido enormes mejoras en América Latina

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Amanecer en América Latina

en la mayoría de estos temas, aún queda una enorme agenda, particularmente con
respecto al desmantelamiento o regulación de los grandes monopolios —públi-
cos, privados, comerciales y sindicales— que afectan a casi todos los países de la re-
gión, comenzando por los más grandes: Brasil y México.
Tercero, y quizás el punto más importante, los tratados deben incluir disposi-
ciones progresistas y audaces para el establecimiento de fondos para infraestruc-
tura y “cohesión social”, ya que éstos pueden marcar la diferencia entre resulta-
dos mediocres y un verdadero éxito en el libre comercio. Los defensores del libre
comercio deben considerar la petición de Obama de volver a analizar los acuer-
dos comerciales no como un error, sino como una oportunidad para mejorarlos y
profundizarlos; los partidarios de McCain deben ver la incorporación de todas
las enmiendas antes mencionadas no como tonterías liberales, europeas y popu-
listas, sino como una forma de reducir la brecha entre la promesa que ofrecían
los tratados y los resultados que realmente han producido. Mejorar la infraestruc-
tura, la educación y el Estado de derecho en México y Centroamérica, así como
mejorar los esfuerzos de lucha contra el narcotráfico y respetar las leyes laborales y
los derechos humanos en Colombia y Perú, está en el mejor interés de Estados Uni-
dos. Los tratados de libre comercio pueden impulsar, más que perjudicar, estos
esfuerzos.

una oportunidad única


El próximo Presidente de Estados Unidos tiene la oportunidad única de actua-
lizar una relación que está lista para ser transformada sustancialmente por primera
vez desde el establecimiento de la Política del Buen Vecino de Franklin Roosevelt
(la Alianza para el Progreso de John F. Kennedy fue una buena idea, pero nada
más). Actualmente, América Latina está creciendo a un ritmo más acelerado que
en cualquier otro momento desde los años setenta, ha consolidado y profundizado
sus raíces democráticas como nunca antes y está más dispuesta que nunca a desem-
peñar un papel responsable en el escenario mundial. Estados Unidos necesita
mucho de la región, a medida que la resistencia a su hegemonía mundial surge
por doquier y con mayor virulencia que en cualquier otro momento desde la Se-
gunda Guerra Mundial.
Quizá lo más importante sea que, a partir del próximo año, Washington estará
gobernado por un Presidente —ya sea McCain u Obama— con los mejores atribu-
tos en una generación para lidiar con el mejor grupo de líderes latinoamericanos
democráticos, progresistas y modernistas, desde Calderón y Bachelet hasta Torri-
jos y Lula, pasando por Fernández y Uribe. Si todos juntos hacen frente a estos
cuatro retos principales, podrían dejar una huella aún mayor en las relaciones
hemisféricas que cualquier otro grupo de líderes en muchas generaciones. c

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