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Ismael Berroeta
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Las luces indirectas y los muros pintados de amarillo claro daban al restorán, en la
proyectaran las sombras con nitidez y favorecía que los clientes se mantuvieran en
un estado de placidez espiritual. Claudina había ido con gusto a cenar con sus
amigas. El aperitivo les había soltado la lengua, por lo cual la atmósfera armoniosa
que servía de marco a las comensales no había podido ser sinónimo de quietud.
lencería en una importante calle comercial y los negocios no habían estado buenos
costos, vendió a mal precio uno de sus autos pero, estaba tranquila, había podido
dedicarse adecuadamente al amor. Había salido con un tipo un par de veces, sin
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dar una mirada alrededor contemplando el ambiente que se había formado al correr
de la noche. La mayor parte de las mesas se veían ocupadas y las parejas y grupos
Remberto era un treintón, alto, corpulento. Pelo oscuro, labios gruesos, un espeso
bigote negro, cabello largo y brillante, bien peinado. Calzaba físicamente con la
imagen del amante latino. Y, además, coincidía con la cultura, costumbres y valores
del prototipo. Claudina había tenido un romance apasionado con él hacía tres años.
contratos previsionales o algo así. Sin embargo, nunca parecía ganar lo suficiente.
Muy pronto, Claudina tuvo que regalarle ropa, prestarle su automóvil y facilitarle
dinero. El último préstamo había sido por un millón de pesos. Fue en ese momento
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contestó, telefónicamente, que tenía que hacerse cargo de sus padres, que estaban
muy enfermos, gesto que ella encontró tan noble y sacrificado. Respecto del
esa fecha, ella, al ver que no aparecía registrado el depósito, estando algo ofendida
apertura. No llegó a las nueve de la mañana, ni a ninguna hora, ni ningún día. Jamás
mientras bebía su bajativo, una de sus amigas le indicó que tenía a alguien a su lado.
Era Remberto.
La saludó con esa galanura que en él lucía tan natural. La sonrisa varonil de
interés por el hombre, acicateada por la competencia que intuía en sus amigas. Se
notó sin dificultad una oleada de calentura que fluía de las pelvis de las damas allí
junto a ellas. Un tipo como él no iba a perder esa oportunidad. Habló del tiempo, de
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la comida y los vinos, sin pedantería, con la naturalidad de alguien que sabe del
asunto con propiedad. Bromeó sobre la situación económica, hizo breve alusión a
sus viajes, las playas caribeñas, mientras las señoras sonreían, mostrando los
dientes igual que las perras en época de celo. Inteligente, Remberto sabía
equilibrar las cosas. Cuando calculó que no era posible abandonar por más tiempo a
sus amigos pidió permiso para retirarse lo cual le fue aceptado bajo la condición
que los trajera a esta mesa. Así se hizo. Los compañeros eran un poco ordinarios
para el gusto de las presentes pero, muy simpáticos y respetuosos. Por su lado, las
amigas de Claudina no se hicieron mucho problema … hay cierta edad en que las
irremediablemente, con el correr de las horas algunos bostezos indicaron que los
reunidos se encontraban fatigados y no hubo rechazo cuando alguien dijo que era
Las mujeres pagaron su cuenta y, en grupos de dos y tres, subieron a sus autos y
partieron. Claudina subió al suyo y dejó la puerta del acompañante sin seguro. No
de los muros del acceso, había un letrero de luces de neón con la figura de la
pacífica ave destacado en cierto tono del mismo color de su nombre. El propietario
traer el uso frecuente de sus dependencias. Todo se dio fácil. Tenían habitaciones
disponibles, así que el auto pudo ingresar raudamente hasta una de las cabañas.
aprovechó para encargar dos whiskys para más tarde. Quedaron solos. El tipo puso
media luz y se sentó junto a ella en la salita de estar. Claudina se sacó los zapatos
con una sonrisa en los labios y un brillo de complicidad en los ojos. Él se acercó, la
cogió suavemente por el cuello, cerca de la nuca, y atrajo su cabeza hasta juntar
sus labios con los de Claudina. Ésta empezó a sentir una especie de cosquilleo en su
entregó sin obstáculos a las manipulaciones que quisieran realizar sobre su cuerpo.
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En el sofá, se acercó al pecho del hombre, recogió las piernas juntas, quedando
Remberto se deslizó lentamente pero con fuerza sobre la fina piel de los esféricos
glúteos para luego perderse en la oquedad que los separa. Con los dedos juntos, la
diestra del varón se instaló en la ranura formada por los labios mayores y comenzó
arañando, buscando liberar el pene del macho, oculto hasta entonces bajo la
bragueta del pantalón. No pudo sacarlo. El vértigo del placer la dominaba y terminó
por quedar muy quieta, abandonada en una marea de luciérnagas rosadas y azules
que la arrastraba como un torbellino sin rumbo. Remberto no se percató que ella se
había ido. Tan sólo captó que estaba entregada y dispuesta. Por lo mismo, él casi no
le dio tiempo para reponerse. El hombre se puso de pie, la cogió de un brazo y, con
apretó contra él. La besó en la boca con ansia, mordiéndola en los labios sin
cabeza y se la giró con brusquedad de un lado a otro, varias veces, igual que la de
una muñeca. Después, la apartó un poco y ¡ sorpresa ¡, le brindó una, dos, tres,
cuatro sonoras bofetadas que estallaron nítidas, secas, la primera de las cuales
derrotarla otra vez. Remberto, atlético, se paseó con su carga desde la salita al
embestidas repetidas y sucesivas, fuertes, no la dejó bajar del orgasmo, hasta que
Quedaron tirados un buen tiempo uno sobre la otra. Un rato más tarde, cuando el
Remberto se bajó y se acostó a su lado. Descansaron, igual que los leones o los
perros después del coito. Ella se juntó a él, buscando protección y ternura. Así,
Trajeron los whiskys. Remberto se levantó de la cama un momento muy breve para
Haciendo notar su experiencia en la materia, lió con rapidez dos cigarrillos. Prendió
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boca, una pitada de hierba. Claudina sintió que comenzaba a hervirle la sangre.
Sonriendo con aire estúpido, las pupilas dilatadas y los ojos irritados, se irguió de
rodillas frente a Remberto, abrió los brazos y movió los hombros para que él se
bobalicona, también. Luego, la hembra se agachó, cogió con las dos manos el pene,
abrió la boca y sacó una maravillosa, delgada y húmeda lengua con la cual dio inicio a
unos estimulantes lamidos sobre el falo. La lengua lo acariciaba por todos lados,
insistentemente, hasta que, poco a poco, logró hacer que se levantara, crecer casi a
atrás, adelante y atrás, actuando como una falsa vagina que avanzaba desde los
captó su intención. Ella quería lograr que eyaculara dentro de su boca … Se dejó
orgasmo. Claudina, al final, lo único que consiguió fue calentarse ella como una
demente. Sin saber casi lo que hacía, dejó de lado el juguete, dio la espalda a
hacia delante apoyándose en las manos, agachó la cabeza hasta poner la cara sobre
convulsivos movimientos con las nalgas. Alzó una de sus manos hasta ponerla a la
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llamativo masaje que fue señal suficiente para su compañero de lo que le estaban
notar que con el vaivén de cada espolonazo los testículos golpeaban los genitales de
ella estaba perdida y encabritada como una yegua y él, sudado como un caballo,
Y no llegó. Ambos tuvieron que tenderse a descansar unos minutos. Claudina estaba
orificio natural que fuese. No le habría importado si la cosa era con Remberto o
con otro, si con uno o con diez. Pene, sexo, y orgasmo pasaron a ser fijación de su
Ella, se tendió definitivamente de espaldas con las piernas abiertas y él, boca abajo
sobre ella. La penetraba una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Ella se
lugar desconocido. Quería acabar, sentía ese cosquilleo delicioso que precede al
estúpidamente como celebrando el premio del éxtasis, pero éste volvía a escaparse
Sus húmedos brazos rodearon la húmeda espalda del húmedo amante. Éste arqueó
el cuerpo una vez más y le dio unas embestidas brutales, que maceraban las
liberador. Se quedaron allí, tirados, semi cruzados uno sobre otra, tomando aire,
Así corría aquella noche. Claudina tenía unos tremendos deseos de dormir y,
toillette. Evacuó lo que debía, no supo si dentro o fuera del excusado. Se incorporó
del inodoro para volver a la cama pero la suerte no la acompañaba mucho. Resbaló y
atacó de risa, largamente. Alguien reía, ¿era ella?, ¿era él?, ¡ qué importaba!, había
Llegó la mañana. Claudina se sentía muy mal. La euforia y los efectos excitantes
costado le quemaba y que no tenía fuerzas para mover un dedo. Él dijo que debían
baño se veía fresco como una lechuga recién cortada. Ella, a duras penas, lo imitó.
motel. Le pidió disculpas por no seguir a su lado más lejos, tenía compromisos de
trabajo esa mañana. Se despidió cariñosamente, le dijo que la llamaría más tarde y
se fue por su lado en un auto de alquiler. Claudina nunca se dio cuenta cómo llegó
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Claudina sintió que se helaba la sangre de sus venas. Estaba de pie en su oficina, en
a retorcerse las manos. No podía calmarse. Una de las chicas, cuando la vio en ese
estado, le sirvió una taza de té. Sobre el escritorio había vaciado su cartera,
dinero en efectivo que había sacado del banco el viernes recién pasado para pagar
María Isabel, la más antigua, que era de su confianza, le sugirió que podía haberlos
olvidado en la casa. No, no parecía posible, tan olvidadiza no estaba. Sin embargo,
comprendió que cabía esa alternativa, haciendo cuenta del estado en el cual había
llegado luego de su jueguito del fin de semana. Dejó a la muchacha a cargo del local
acaso él supiera algo. Intentó localizarlo. Nada, tampoco. En su trabajo dijeron que
estaba en terreno. En fin, habría de hacerse alguna cosa. Concluyó que lo más
decente era buscar como pagarle al personal. El dinero y los cheques aparecerían
después. Le quedaban unos dólares. Los tomó y se dirigió a una casa de cambios,
donde los convirtió a moneda nacional. Con este recurso pudo cancelar los sueldos,
En la noche volvió a llamar por teléfono a Remberto. Tuvo un instante de alivio. Era
esto?, ¿poseía alguna pista?, ¿se había fijado en algún detalle que pudiera ser útil?.
Se mostró consternado. No tenía la menor idea. Pero, ¿cómo era posible que
hubiese andado con tanto dinero encima?. Él daba por sentado que su amiga, su
amor, era una mujer moderna, precavida. ¿No se le habría quedado en el motel?.
otro día en la tarde a buscarla para ir juntos a realizar la consulta. Ahí estaba él,
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dispuesto a colaborar en todo lo que fuese necesario para aclarar tan desagradable
y preocupante situación.
El siguiente día, a eso de las once de la mañana, comenzaron a llegar las malas
apoyo. Sin embargo, la mano amiga no llegó esa tarde, ni esa noche, ni nunca.
cada momento. Temía lo peor. Llamó a María Isabel y le pidió que la ayudara a
analizar los hechos. A pesar suyo, tuvo que confesar aspectos de su vida privada y
contar de manera superficial la aventurita pasada, sin los sabrosos detalles que nos
relató a nosotras. Fue duro escuchar que la muchacha ponía a Remberto en la lista
de sospechosos.
cruda. Transcurrido un mes, más o menos, aparecieron en su tienda dos tipos con
una orden de detención que pesaba sobre ella. Se la acusaba de giro doloso de
quienes, según ella, la trataron con desprecio e ironía. Alcanzó a estar tres días
Ella no quería mezclar a Remberto en todo esto, le parecía inmoral involucrar a una
peor. Y así ocurrió. Con o sin Remberto involucrado judicialmente vinieron los
acontecimientos uno detrás de otro. Con su cuenta cerrada, sin dinero, sin crédito,
Fueron días muy amargos. Casi todas sus amigas y amigos le dieron vuelta la
tan desesperada que al cabo de unos meses hasta pasó hambre. Lo más duro, fue
saber por boca del abogado que la investigación demostró que Remberto había sido
el culpable. Con el tiempo la causa contra ella fue sobreseída, no había cargos y el
Pasaron los días, los meses. Habían transcurrido tres años desde que fracasó
rehacer su vida poco a poco. Se compró un nuevo auto para superar la forzada
ocurrido no había sido en vano. Se veía distinta y se sentía diferente a como había
sido antes. Más seria, más fría, más distante. Había comenzado a ir a la sicóloga,
contarle sus cosas a alguien, aunque tuviese que pagar para ser escuchada. La
precipitaba en un pozo sin fondo el cual era sellado con una tapa de hormigón
hija mayor, a lo cual Claudina aceptó encantada. Con Ileana se habían criado juntas
desde pequeñas; fueron al mismo colegio, también. A ninguna de las dos le gustaba
Ileana, se casó joven y se dedicó a la casa y a las hijas. Claudina, no muy convencida
lumbre, la luz de una llamita hizo destellar sus ojos justo frente a la punta del
cigarro. Sin pensarlo, lo prendió con el fuego que se le ofrecía. Levantó la vista
ella lo estaba pasando divinamente bien, ¿y él?, ¿qué novedad podía contar de sí
de inmediato a las mujeres. La invitó a bailar y ella aceptó sin vacilaciones. Estaban
tocando un lento de los sesentas, ideal para que los cuerpos se apegaran, se
sintieran las texturas de los trajes de seda, la tibieza de la piel desnuda de los
hombros de las damas, la ternura de las palabras susurradas al oído. Bailaron varias
piezas, bebieron juntos brindando por los novios, por el pasado. Remberto brindó
pasar la noche juntos. Remberto pareció no darse cuenta que se interpretaba “I’ll
Never Fall in Love Again”. Claudina le contestó que aceptaría encantada pero por
nada del mundo gastaría esa noche en otra cosa que no fuera celebrar la boda de la
clasificaba como “blandita”. Y así como dijo ella tuvo que ser. Su ex amante no le
labios, que no volviera a pedírselo. Y lo hizo con tal dulzura que fue imposible
atreverse a insistir. Esa velada se separaron mientras se oía a The Platters cantar
“It ins’t right”. Él no se percató de ello. Por su lado, una vez solo, no le fue posible
desempeño que escasamente sus parejas habían demostrado poseer, sin contar que
fornicar.
Pocos días después del evento social que habían compartido, Remberto no pudo
resistirse y llamó a Claudina. No podía fallar, de lo contrario, iría contra todas sus
marcas. Y no falló. La mujer aceptó la invitación pero, puso sus condiciones. Ella
que lleva a la cordillera. Allí, había un sitio poco concurrido pero afamado por su
la Piedra.
después del almuerzo. Llegó montado en un auto americano estupendo, cuya sola
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vista haría que se le cayeran los calzones a cualquier mujer de libido normal. El
trayecto tomó cerca de dos horas, por un camino serpenteante que los alejaba cada
vez más del centro urbano y los conducía al corazón de unas montañas azuladas,
flanqueadas por restos de bosques que marcaban filetes verdosos que descendían
desde los faldeos de los montes hasta el camino. Conversaron animadamente. Él dio
a entender que le iba muy bien con las ventas de seguros. La recuperación
económica del país se notaba por doquier y había que aprovecharla. Ella, aseguró
encontrarse igualmente en muy buen momento. Gracias a Dios, había podido salir de
la grave situación económica por la cual pasó hace algunos años, sin hacer la más
notaba que Claudina no tenía la menor intención de empañar esta salida. Todo lo
le ofreciera.
casas, todas pintadas de blanco y, entre ellas, una hostería pequeña, muy
vehículo justo frente al negocio y pasaron a su interior, donde destacaban las vigas
de pino oregón a la vista y los muebles antiguos de madera tallada. Sin conocerlos,
ambos se veían como una pareja de enamorados de edad madura. Él, obsequioso y
banal, llena de juegos de palabras con doble sentido que sólo podían reflejar un
cabo de una hora y luego de servirse unos refrescos y café, volvieron a abordar el
kilómetro cuando Claudina dijo con entusiasmo que ése era el sitio preciso en que le
desde el cerro. Ella bajó del carro, sonriendo, puestos los lentes ahumados,
colgando del hombro una cartera pequeña. Sus ojos se esforzaban buscando algún
que su compañera. Ésta, comenzó a caminar por una estrecha huella que subía por
entre los arbustos. Se detuvo un breve instante y miró hacia atrás. Remberto se
atrás, anticipando en el imaginario del macho los placeres que prometía aquél
encuentro. Ella trotó ágilmente adelantándose unos metros, dando la señal que
tras ella para alcanzarla. La mujer tomó un nuevo impulso y volvió a distanciarse, lo
pero ella lo esquivó una y otra vez hasta que, por fin, se dejó capturar, cayendo
sombreado por los árboles. Él la estrechó por los hombros y comenzó a besarla con
fuerza en la boca. Ella le respondió con la misma energía y entrelazó sus piernas
con las de su pareja. Remberto empezó a recorrer con sus manos el cuerpo de
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Claudina, frotando sus nalgas, pubis, pechos, sin dejar de besarla. Ella se reía
locamente y rodaba sobre sí misma por el suelo, obligando al varón a seguirla en sus
jugueteos. A veces, ella se ponía en cuatro patas, sobre sus rodillas y manos,
imitando los gestos de una gata que simula un combate ficticio. Él, seguía el juego y
entender que las cosas se harían a su modo. La mujer se puso de pie, tiró su
cartera al pie de un matorral y se plantó en medio del claro con las piernas abiertas
y las manos en las caderas. El gesto, desafiante, excitó a Remberto con locura. Se
mano, le indicó que se quedara quieto. Así lo hizo. La mujer le soltó el cinturón,
abrió la bragueta y le bajó los pantalones hasta los tobillos. Seguidamente, siguió
quizás por estar habituado a los hoteles o simplemente por estar tan limitado de
cuando la boca de Claudina dio inicio a la succión del miembro con una intensidad
desconcertante. Verla desde arriba mientras ella, arrodillada y con los ojos
entrecerrados, trabajaba con sus manos, su lengua, sus labios, sobre la dilatada
verga era tan excitante que Remberto la dejó hacer, procediendo a levantar la
cabeza, con los ojos blancos, mirando sin ver hacia enverdecido techo del bosque.
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Remberto estaba loco de placer, confiado en que sus tabletas pronto harían efecto
insospechadas. Todo estaba bajo control, la hembra dominada a sus pies y él,
disfrutando, como siempre debía ser. De improviso, un tirón seco en sus gónadas
las garras de un águila en los delicados testículos del gozador. Una violenta oleada
macho de nada sirvieron. Claudina le retorcía los testículos y el pene, le clavaba las
uñas sin piedad, causándole un dolor paralizante, agotante, que ahora se difundía
enajenado, pedía clemencia, suplicaba sin aliento que no siguiera, las lágrimas
brotaban a chorros de sus ojos, ahora sumisos, antes altaneros. ¡ Qué pena para él!.
buscó en la chaqueta de Remberto hasta sacar la llave del auto y partió con tranco
ágil, cerro abajo. Las sombras caían y faltaba poco para la puesta del sol. Llegó al
camino. Echó a andar por la berma, hacia el oriente. Pasó junto a una alcantarilla
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que - cruzando la carretera - llevaba las aguas de una quebrada y, sin detenerse,
lanzó las llaves al pequeño torrente. Luego de caminar unos doscientos metros, se
dirigió a una entrada falsa, rodeada de arbustos. Allí, detrás, estaba su propio
coche. Montó en él, lo puso en marcha y avanzó por la carretera hacia abajo,
esperando.
Lentamente, pasó una hora, como si fuese un siglo. Finalmente, apareció Remberto,
pasó el auto por encima de las piernas. Con una frialdad de la que nunca se creyó
capaz, regresó a la ciudad, ni más ni menos que en su propio coche, el cual había
escondido el día anterior en las cercanías. El martes de la semana que seguía salió
había atropellado.
en el temor.
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