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Editorial Firmas Huellas Libros Películas Suscripción Vie, 28 de Noviembre de 2008

EpC: Los padres parimos, los padres decidimos


Vicente A. Morro López
Secretario de FCAPA-Valencia

Vivimos en una sociedad marcada por la presencia y por la influencia desmesurada de los mass media. Junto
a indudables ventajas –inmediatez de la comunicación y de la difusión de las noticias, globalización de la
cultura, el conocimiento y el entretenimiento, posibilidad de crear redes de ayuda y apoyo en determinadas
circunstancias- se han desarrollado también graves defec-tos –sustitución del discurso elaborado por la
inmediatez de la imagen, reducción del contacto in-terpersonal sustituido por sucedáneos, sustitución de la
argumentación razonada por el eslogan simplificador, más sencillo de difundir, creación de una cultura de lo
superficial y efímero dada la constante necesidad de novedades, aplicación de los esquemas del consumismo
al ámbito de la formación y la información-. Esta situación generalizada ha propiciado el desarrollo de un
pensa-miento débil –miedo a las certezas, a las seguridades y a la tradición- formulado como pensamien-to
único –miedo a la diferencia, necesidad de aceptación por todos y de difusión fácil y rápida-.

Una de las manifestaciones de este panorama cultural, que se produce habitualmente en el ámbito político
pero que de éste pasa a todos los campos de la sociedad, es el desarrollo de la “cultura” del eslogan:
formulación simplificadora y reductora, que sustituye la reflexión por la adhesión y que no exige esfuerzo
intelectual, además de aportar el grado necesario de seguridad y de identifica-ción con los que asumen lo
mismo que yo y lo repiten. Muchos son los eslóganes que nos rodean, pero voy a fijarme en dos,
especialmente simplificadores y falsos: “Mi cuerpo es mío” y “Nosotras parimos, nosotras decidimos”.
Obviamente si mi cuerpo fuera mío, y sólo mío, yo no me asignaría ninguna enfermedad o sufrimiento y podría
decidir sobre él según mi voluntad. La verdad es que mi cuerpo, que es parte de mi yo, me es dado y, en
cierta forma, se me impone. No puedo contro-larlo totalmente ni hacer con él todo lo que quiero. Igual de falso
es el otro eslogan: para que “ellas” puedan parir debe haber un “otro”, aunque no esté presente. Por si solas,
absolutamente solas, ellas no podrían nunca parir, pero el eslogan es confortable y parece que nos da la
razón.

Este preámbulo pretende explicar nuestro título. Reconozco que es una cierta “manipulación”: Quiero
aprovecharme del tirón de un eslogan simplón y falso –“nosotras parimos, nosotras deci-dimos”- para, una vez
captada la atención con un fórmula llamativa, desarrollar un discurso argu-mentado, lógico y razonado. En
primer lugar, debo aclarar que cuando hablo de “los padres” hablo de las madres y los padres, aunque no sea
políticamente correcto. En unos casos en oposición a “hijos”, en otros en oposición a “profesores” o
“alumnos” u otros sectores del mundo educativo. Además, para acabar de arreglarlo a ojos de los lectores
progres, si alguno llega a leerme, cons-cientemente digo “los padres parimos”, no “las madres paren y los
padres colaboramos o ayuda-mos”. En efecto, los hijos son, normalmente, fruto de la íntima comunión de vida
y amor que se da en el matrimonio. Esta comunión abarca al acto sexual, pero no se agota en él. Incluye un
proyecto de futuro, a pesar de todas las dificultades que se puedan presentar, y una decisión de permanencia
y continuidad, pensando especialmente –reiteramos que con plena conciencia de todas las dificul-tades y
problemas que de hecho surgen- en el cuidado y en el bien de la prole. La creación de una familia en la que
nuevas vidas se van gestando y reciben la vida es un “trabajo” permanente, siem-pre en proceso. En este
sentido decimos que los padres –madre y padre- parimos, aunque a la mu-jer le toque el trabajo más doloroso
y difícil, pero también el más gratificante: ¡jamás los hombres podremos sentir lo que siente una mujer al llevar
a un hijo en sus entrañas, jamás podremos tener esa relación privilegiada con el hijo aún no nacido! Del
mismo modo que la vida humana comien-za desde el momento mismo de la concepción, la paternidad y
maternidad comienzan en ese ins-tante y no terminan nunca.

El 22 de octubre de 1983 se proclamó por la Santa Sede un valiosísimo documento, cuya lectura y estudio
recomendamos vivamente, del que ahora celebramos sus veinticinco años: La Carta de los Derechos de la
Familia. En su artículo 5º se dice que “por el hecho de haber dado la vida a sus hijos, los padres tienen el
derecho originario, primario e inalienable de educarlos, por esta razón ellos deben ser reconocidos como los
primeros y principales educadores de sus hijos”. El apartado a) de este artículo, haciéndose eco de lo
establecido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos –que se refleja también en el artículo 27.3
de nuestra Constitución- señala que “los padres tienen el derecho de educar a sus hijos conforme a sus
convicciones morales y re-ligiosas, teniendo presentes las tradiciones culturales de la familia que favorecen
el bien y la dig-nidad del hijo”. Por su interés en este asunto, transcribimos los apartados c) y d) del artículo:
“c) Los padres tienen el derecho de obtener que sus hijos no sean obligados a seguir cursos que no están de
acuerdo con sus convicciones morales y religiosas. En particular, la educación sexual –que es un derecho
básico de los padres- debe ser impartida bajo su atenta guía, tanto en casa co-mo en los centros educativos
elegidos y controlados por ellos. d) Los derechos de los padres son violados cuando el Estado impone un
sistema obligatorio de educación del que se excluye toda formación religiosa”.

Estos textos están escritos hace veinticinco años, mucho antes de que surgiera cualquier problema o situación
concreta, recogiendo la sabiduría y doctrina tradicional de la Iglesia, “experta en humanidad” y “madre y
maestra”. Textos proféticos que nos pueden ayudar e ilumi-nar a los padres católicos a adoptar una postura
frente a Educación para la Ciudadanía –EpC-. Hemos parido a nuestros hijos y nuestra responsabilidad,
nuestra obligación, es educarlos. Nuestro derecho es hacerlo de acuerdo con nuestras propias convicciones
morales, filosóficas y religiosas.

Tenemos, en el campo del Derecho positivo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y toda una
serie de declaraciones y pactos internacionales de derechos posteriores, además de a nues-tra Constitución y
algunas otras leyes, de nuestra parte. Tenemos, también, el Derecho Natural, lo que se llama ámbito
prejurídico o prepolítico, de nuestro lado. Tenemos a la Iglesia Católica, y a otras religiones que también
defienden la vida humana y la familia, a nuestro favor. ¿Por qué el Gobierno y sus secuaces –en su acepción
más genuina y neutra- están empeñados en expropiar a las familias de este derecho que les asiste? ¿Tan
importante y necesario es para sus proyectos de futuro este intento de manipulación ideológica que no dudan
en pisotear los derechos fundamenta-les de las personas y las familias, los Derechos Humanos? ¿Tanto
miedo tienen a la libertad? Si, los padres parimos a nuestros hijos. Los estamos pariendo constantemente
pues la paternidad y la maternidad son tareas inacabadas. Por eso no vamos a dejar que ningún Gobierno,
ninguna ideolo-gía ni ningún partido nos imponga cómo educar –formar, o mejor, uniformar- a nuestros hijos, a
los que amamos, a los que, con la ayuda de Dios y en colaboración con Él, hemos convocado a la vida para
que puedan llegar a encontrar y amar la Vida.

Vicente MORRO LÓPEZ


Secretario de FCAPA-Valencia
Vicepresidente 1º del Foro Valenciano de la Familia

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