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Reforma, domingo 9 de diciembre de 2007

Denuncian pecados de Putin

Por Xavier Casals

(9 diciembre 2007).- En 2006, fueron asesinados dos destacados disidentes de


la política de Vladimir Putin: el ex espía Aleksandr Litvinenko y la periodista
Anna Politkóvskaya. Ahora sus testimonios póstumos iluminan la existencia de
un poderoso Estado policial y militar en Rusia que constituye el soporte
fundamental de Putin.

Politkóvskaya y Litvinenko conducen a las entrañas más ocultas de la Rusia de


Putin, en las que son omnipresentes sus servicios de información.

Estos servicios conviven conflictivamente con elementos mafiosos, políticos y


ricos oligarcas. Todos juntos conforman un complejo universo vinculado con la
guerra intermitente que Rusia libra contra Chechenia desde que, en 1994, ésta
proclamó su independencia y fue invadida. Politkóvskaya y Litvinenko se
adentraron por los vericuetos de este laberinto, donde quedaron atrapados
fatalmente.

Dos muertes anunciadas

Moscú, 7 de octubre de 2006. El cadáver de Politkóvskaya (nacida en 1958) es


hallado junto a su domicilio. El crimen causa gran revuelo, pues esta incisiva
periodista había denunciado en el semanario Novaya Gazeta la brutal represión
rusa en Chechenia. Sus crónicas le valieron enemistades en los altos círculos
oficiales de Moscú y de su gobierno en Chechenia. Recibió amenazas de
muerte e incluso fue víctima de un intento de envenenamiento. Finalmente,
engrosó la nómina de los periodistas y políticos asesinados en Rusia por
disentir del poder.

Londres, 23 de noviembre de 2006. Fallece Aleksandr Litvinenko (nacido en


1962), ex agente del Servicio Federal de Seguridad Ruso (FSB), sucesor del
temido KGB. Litvinenko rompió con el FSB al encargarle sus superiores que
asesinara a un oligarca, Boris Berezovski. El agente denunció este hecho y,
cobijado por el propio Berezovski, halló refugio político en Gran Bretaña. Allí
investigó acciones criminales encubiertas del FSB y les dio publicidad en sus
obras Rusia dinamitada (coescrita con el historiador Yuri Felshtinski) y La banda
de la Lubianka. Envenenado con polonio-210, antes de fallecer señaló a Putin
como inductor de su muerte: "Señor Putin, durante el resto de su vida
retumbará en sus oídos un alarido de protesta procedente de todo el mundo",
hizo anotar.

La Rusia de Putin

Un año después de ambas muertes, se publican en español tres obras que nos
acercan a ambos disidentes y trazan un retrato sombrío de la Rusia de Putin.
El libro de Politkóvskaya, Diario ruso (Debate), es un retrato ágil, amargo y
lúcido de la política rusa desde las elecciones presidenciales de diciembre de
2003 hasta agosto de 2005, escrito como un dietario. Denuncia la ausencia en
Rusia de libertades reales (que no formales) y levanta acta del dolor de las
madres de los soldados asesinados en Chechenia o de los familiares de las
víctimas de los escuadrones de la muerte que se dirigen a la periodista en
busca de una justicia que los funcionarios miedosos y los políticos serviles son
incapaces de hacer cumplir. Con esta soberbia crónica, Politkóvskaya
continuaba su crítica a Putin (La Rusia de Putin, Debate, 2005) y completaba
sus conocidos reportajes sobre Chechenia: Terror en Chechenia (Bronce, 2003),
Una guerra sucia (RBA, 2003) y La deshonra rusa (RBA, 2004).

Simultáneamente se ha publicado una de las dos obras que escribió Litvinenko,


Rusia dinamitada (Alba), ya citada. En ella denunció los crímenes de Estado del
FSB: atentados con víctimas civiles masivas, secuestros y asesinatos. Por su
parte, en Muerte de un disidente (Taurus), su viuda Marina y su amigo íntimo
Alex Goldfarb han descrito las implicaciones políticas que adquirió la actuación
de Litvinenko hasta su fin.

Un hilo invisible une los tres relatos: la denuncia de la política autocrática de


Putin, inseparable de su condición de ex funcionario del KGB y presidente de su
organismo sucesor, el FSB. Desde este cargo fue encumbrado al poder en el
2000, y bajo su mandato el FSB se ha identificado con el Estado. Como
expusieron Litvinenko y Politkóvskaya, sus hombres controlan organismos
públicos y privados, y dirigen guerras sucias en Chechenia y operaciones
criminales.

La lucha por el poder

Pero lo único que comparten Politkóvskaya y Litvinenko es su condición de


disidentes asesinados: la primera era una periodista independiente y el
segundo estaba integrado en el entorno del oligarca Boris Berezovski. Este
promovió el ascenso de Putin a la Presidencia en el 2000 y luego rompió con él.
Berezovski inició entonces una guerra contra Putin, cobijando a opositores
como Litvinenko. Como señaló Politkóvskaya, Berezovski "no es más que un
jugador, no un luchador".

Muerte de un disidente es una crónica trepidante del conflicto entre los bloques
de poder rusos desde el ocaso de la era de Boris Yeltsin (1996-2000) hasta hoy.
Ofrece una explicación inteligible de la evolución del país durante la última
década, con testimonios del difunto Litvinenko y del propio Goldfarb. Este
último no es un mero transcriptor, sino otro actor de los hechos narrados, pues
es un buen conocedor de las altas esferas por haber colaborado con el
millonario y filántropo George Soros primero y con Berezovski después.

La obra, escrita desde la obvia perspectiva partidista de sus autores, expone


los enfrentamientos y las alianzas entre el Kremlin y los oligarcas. Éstos
unieron a Yeltsin ante el temor que suscitaba el posible retorno al poder del
Partido Comunista y un conglomerado formado por las fuerzas armadas y los
servicios de inteligencia. Así las cosas, Berezovski y otros oligarcas, junto a
sectores liberales, promovieron a Putin como sucesor de Yeltsin. Pero, instalado
éste en el Kremlin, se alineó con los rivales de los oligarcas: los servicios de
inteligencia y los militares. Putin inició de ese modo una deriva autoritaria, que
ha cercenado progresivamente las libertades y ha desarrollado una guerra
sucia y sin cuartel en Chechenia.

Figura incómoda

Las continuas denuncias de las turbias actividades del FSB por parte de
Litvinenko lo convirtieron en una figura incómoda para el propio Putin. El ex
espía desveló que su antigua agencia se había convertido en una maquinaria
que penetraba en todas las esferas de la vida política y económica tras el fin
de la Unión Soviética.

Los nuevos empresarios experimentaban problemas con acreedores o mafiosos


que los extorsionaban y buscaron protección para sus negocios. Ello inició una
sorprendente espiral criminal, según el ex agente: "Primero, esta cobertura la
proporcionaba la mafia. Después, la Policía. Bastante pronto, los nuestros [el
FSB] se dieron cuenta de lo que valía un peine, y así comenzaron las
rivalidades entre gánsteres, policías y la agencia, que competían por sus
cuotas de mercado. A medida que la Policía y el FSB se volvieron más
competitivos, los mafiosos desaparecieron. De todos modos, en muchos casos
la competición dio paso a la cooperación, y los servicios pasaron a ser
gánsteres".

El laberinto checheno

Pero el lado más oscuro del FSB fue puesto al descubierto por Litvinenko y
Felshtinski en Rusia dinamitada (publicado originalmente en el 2003). En esta
obra acusaron al FSB de ser autor de diversos atentados en viviendas de varias
ciudades rusas (incluyendo Moscú) en 1999.

Estas acciones terroristas causaron numerosas víctimas civiles y fueron


atribuidas a separatistas chechenos. La maniobra generó un clima patriótico y
militar que desencadenó una nueva guerra en Chechenia y favoreció el
ascenso de Putin al poder en las elecciones presidenciales del año siguiente.
Así, si la primera guerra chechena (1994-1996) había servido para interrumpir
las reformas liberales de Yeltsin, la segunda, iniciada en 1999, tuvo a Putin
como claro beneficiario, aliado a los sectores militares y a los servicios
secretos. De ese modo, Chechenia ha desarrollado un papel esencial en la
política rusa, al permitir un aumento del poder y de la influencia del Ejército en
detrimento de las libertades civiles. A la vez, el control de la región se ha
convertido en una baza de las relaciones exteriores de Rusia, al ser una
garantía de estabilidad para Estados Unidos y todo Occidente, ante el temor de
que el Cáucaso se convierta en un bastión del islamismo radical.

Las obras comentadas son categóricas al juzgar el impacto decisivo de esta


guerra: "Chechenia era el cementerio de la democracia rusa", se advierte en
Muerte de un disidente. "Chechenia es el campo de instrucción para el
personal futuro de los servicios secretos rusos y las brigadas autónomas de
mercenarios [...]. Este conflicto fue creado artificialmente por las agencias
coercitivas de Rusia, especialmente el FSB", afirman los autores en Rusia
dinamitada. Y en Diario ruso, Politkóvskaya se hace esta pregunta respecto a la
contienda: "¿Queremos que se le ponga fin o, francamente, nos da igual?". Y
añade: "Durante toda la campaña para las elecciones presidenciales no ha
habido ni una sola manifestación significativa contra la Guerra de Chechenia".
Todo indica que el sangriento conflicto permanece enquistado por poderosas
razones de Estado.

Putin: ¿un nuevo zar?

Politkóvskaya y Litvinenko retratan a Putin de modo inquietante: un nuevo


déspota que reconstruye los pilares del Estado soviético (el Ejército y el FSB)
como fuente de autoridad, desprecia las libertades y adquiere un poder cada
vez más absoluto. Ya en La Rusia de Putin Politkóvskaya lo consideraba "un
producto del más tenebroso servicio secreto del país". En su última obra fue
rotunda: "En otra época lo habrían llamado emperador". Y advirtió que su
poder se cimienta en una sociedad desencantada: "El país se está hundiendo
en un estado de inconsciencia colectiva, en la sinrazón".

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