En un artículo publicado el año 2004, el que tituló “Reescribir la
Historia”, Noam chomsky cita a Anthony Lewis, periodista del New York Times cuando dice: “El principio fundamental es que "nosotros somos buenos" -"nosotros" entendido como el Estado al que uno sirve-, y lo que "nosotros" hacemos está dedicado a los principios más elevados, aunque se cometan errores en la práctica.” Más adelante, y refiriéndose a la misma cita, agrega: “…según la versión retrospectiva de la izquierda liberal extremista, la guerra de Vietnam comenzó con "esfuerzos fallidos por hacer el bien", pero ya en 1969 se había vuelto un "desastre"” Diré que es “descorazonador”, en un intento de evitar epítetos que violenten el ojo de algunos lectores, verificar la permanencia de lo que ya sabíamos en el 1996. La alkimia del lenguaje que consiste en generar realidad con sólo nombrarla, la leemos a diario en nuestros periódicos, la escuchamos en nuestras radioemisoras, y se nos aparece vestida de seriedad en las pantallas de nuestros televisores. ¿Es que hemos devenido en aquello que el gran Chomsky ponía en subtexto en una entrevista titulada "La gran idea", que le hiciera el periodista británico Andrew Marr, emitida por primera vez por la BBC en febrero de 1996? Porque el lingüista más lúcido de estos tiempos, en dicha entrevista señaló: “¿qué imagen del mundo esperaría que saliera de esta estructura una persona racional?” La estructura a la que Chomsky se refería entonces, es la del discurso de la propaganda manejada por las grandes empresas que sustentan los medios de comunicación colectiva a través de la publicidad, los que, en consecuencia, deciden los contenidos, y el tratamiento de dichos contenidos, a través del financiamiento selectivo. Utilizando una sintaxis más directa, hemos estamos viendo y escuchando aquello que los grandes empresarios consideran inocuo inyectar. Hasta aquí ninguna novedad. Hemos sabido esto por años. Claro que hemos sabido, viene a ser una declaración arrogante, si consideramos que este “saber” se construye en paradigmas compartidos por especialistas, sean éstos lingüistas, semiólogos, psicólogos sociales, y actores de otras disciplinas, dado el hecho de que límites de estas miradas están hoy, traslapados, y en buena hora. La pregunta, entonces es ¿Cómo es que estas evidencias no han perrneado a la sociedad toda? La paradoja se responde con una tautología: Los MCS no sólo generan discurso, sino que, los discursos por ellos generados, impregnan las hablas de sus destinatarios, el ciudadano común. La realidad inventada entonces, desde la pragmática del discurso, deviene en la pragmática de las lecturas de realidad. En un trabajo de Tesis de Título, realizado en la Universidad de Chile, establecimos un mandato para el grupo de tesistas: debían prescindir de exponerse a todo medio de comunicación durante tres meses. Pasado este período, se les sometió a un muy extenso cuestionario en el que se les preguntaba acerca de los hechos difundidos por los medios durante el tiempo en el que no se sometieron a ningún discurso medial. Obtuvimos un 90% de respuestas coincidentes con lo informado por los MCS. Lo más significativo fue la refutación de la hipótesis enunciada como “sueños diurnos” por la Escuela de Francfort. Lo que pudimos comprobar fue que, por una parte, le es imposible al habitante de la polis, generar su propia lectura de los acontecimientos que constituyen y lo afectan en su existir en un tiempo y espacio ligado a la experiencia cotidiana, y que, aún cuando eviten voluntariamente la exposición a los mensajes de los MCS, otros se encargarán de informarles. Esta información transmitida en la convivencia, no sólo da cuenta de los hechos seleccionados por los medios para constituirlos en noticias, sino que, además, toma todas las formas de los discursos mediáticos: sus procesadores léxicos, sintácticos y semánticos. Siendo el lenguaje en sí mismo una metáfora de la realidad que “está ahí afuera”, y conviniendo con los constructivistas más radicales, cuya mejor paradigma lo constituye la obra de H. Von Foerster, comprobamos que – no obstante - existe una construcción colectiva de realidad, y que dicha construcción responde a la articulación de un discurso aparentemente antagónico, pero en última instancia, o mejor, en lo que respecta al subtexto, (que permanece oculto tras las sintaxis aparentemente antagónicas), y una semántica que intenta una polisemia no declarada para diferentes significantes (todos son demócratas, todos buenos demócratas, todos orientados al “bien común”, todos preocupados de la justicia social) Pero ya es tiempo de que muchas cosas que anteriormente habrían sido aceptadas sin objeciones como "enunciados", sean examinadas con renovada atención. Este examen, surge como una necesidad desde que entendemos que un enunciado (fáctico) debe ser "verificable". Esta verificación no debe hacerse desde la posibilidad de su existencia gramatical, sino que, desde la verificación del acto de intervención de la realidad al que hace referencia: ej. : “estamos trabajando por un país más justo” Ya es hora de permear lo que sabemos desde la academia. Muchos "enunciados" sólo son lo que puede denominarse pseudo-enunciados. Ya no podemos seguir a Kant, sosteniendo sistemáticamente sinsentidos estrictos, pese a que – algunas veces - su forma gramatical sea impecable. María Eugenia Fontecilla Camps PhD Ciencias y Artes de la Comunicación J. L. Austin: Cómo hacer cosas con palabras, Paidós,