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Como sacerdote-rey, es una prefiguración del mismo Jesús que además de ser Profeta,
también es Sacerdote y Rey. Y con la presentación del pan y el vino, marca lo que después será
el sacerdocio instituido por Cristo y que sustituirá al sacerdocio levítico.
Dios promete a Abram que su descendencia será como las estrellas del cielo y que él poseerá
la tierra de Canaán. Pero Abram no ve cómo será eso, porque ya se ha vuelto viejo.
Entonces la promesa es garantizada por un sacrificio entre Dios y Abram,
y por una visión y una intervención sobrenatural durante la noche.
Sarai, quien había envejecido y había abandonado
la idea de parir hijos, persuadió a Abram
a tomar a su criada, Agar.
Estas promesas, que se registra haber sido hechas no menos de ocho veces, son que Dios dará
la tierra de Canaán a Abraham y su descendencia (Gen 12, 7);que su descendencia se acrecentará
y multiplicará como las estrellas del cielo; que él mismo será bendito y que en él
"serán benditas todas las naciones de la tierra" (12, 3).
La generación de Jesucristo es rastreada
por San Mateo hasta Abraham,
y aunque en Genealogía de Nuestro Señor,
según San Lucas, él es señalado como descendiente
según la carne no solo de Abraham sino también
de Adán, no obstante, San Lucas muestra
su apreciación de los frutos del linaje de Abraham,
atribuyéndole todas las bendiciones de Dios sobre
Israel a las promesas hechas a Abraham.
Por consiguiente, a fin de apreciar por completo la doctrina Católica de la fe, debemos
suplementar a San Pablo por Santiago 2,17-22:
"Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta.
Sin embargo, alguien puede objetar:
«Uno tiene la fe y otro, las obras».
Realmente, en la fe de Abraham Dios todopoderoso selló una alianza eterna con el género
humano, y Jesucristo es el cumplimiento definitivo de esa alianza. El Hijo unigénito del Padre,
de su misma naturaleza, se hizo hombre para introducirnos, mediante la humillación de la cruz
y la gloria de la resurrección, en la tierra de salvación que Dios, rico en misericordia,
prometió a la humanidad desde el inicio.
Juna Pablo II dice que el modelo insuperable
del pueblo redimido, en camino hacia
el cumplimiento de esta promesa universal,
es María, "la que creyó que se cumplirían las cosas
que le fueron dichas de parte del Señor" (Lc 1, 45).
María, hija de Abraham por la fe, además de serlo
por la carne, compartió personalmente su experiencia.
También ella, como Abraham, aceptó la inmolación
de su Hijo, pero mientras que a Abraham
no se le pidió el sacrificio efectivo de Isaac, Cristo
bebió el cáliz del sufrimiento hasta la última gota.
Y María participó personalmente en la prueba
de su Hijo, creyendo y esperando de pie junto
a la cruz ( Jn 19, 25).
Era el epílogo de una larga espera.
María, formada en la meditación de las páginas
proféticas, presagiaba lo que le esperaba y, al alabar
la misericordia de Dios, fiel a su pueblo de generación
en generación, expresó su adhesión personal al plan
divino de salvación; y, en particular, dio su "sí"
al acontecimiento central de aquel plan, el sacrificio
del Niño que llevaba en su seno. Como Abraham,
aceptó el sacrificio de su Hijo.
Hoy nosotros unimos nuestra voz a la suya, y con ella, la Virgen Hija de Sion,
proclamamos que Dios se acordó de su misericordia, "como lo había prometido a nuestros
padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre" (Lc 1, 55).
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