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Para los judíos, Abraham es considerado un ancestro

y reconocido como el padre del judaísmo


referido como "Nuestro Padre Abraham".

Para los cristianos, Abraham es el padre de los creyentes,


un modelo de fe (Hebreos 11:8-10), y su obediencia a Dios
en el sacrificio de Isaac son vistos como un avance
del ofrecimiento de Dios de su hijo, Jesús.

En el islam, Ibrahim es considerada una de la línea de profetas


comenzando con Adán (Génesis 20:7).
Estos ancestros son la genealogía de Mahoma,
así como el "primer musulmán" (Surah 3), el primer monoteísta
en un mundo donde el monoteísmo estaba perdido.
También es referido en el islam como ‫ابونا ابرهيم‬o
"Nuestro Padre Abraham",
así como Ibrahim al-Hanif o Abraham el Monoteísta.
El islam sostiene que fue Ishmael (Isma'il) (el ancestro de Mahoma)
y no Isaac a quien Ibrahim debía sacrificar.
Además de su linaje espiritual, las tribus árabes Adnanís del norte
trazan su linaje hasta Isma'il (y por tanto Abraham).

El bahahismo lo ve como una Manifestación de Dios, una de muchas personas en la historia


que da la profecía más certera sobre los planes de Dios para la humanidad en ese momento.
Abraham es fundamental para la enseñanza monoteísta en una sociedad politeísta y animista.
La historia de Abraham está contenida en el Libro del Génesis 11,26 a 25,18.
La forma original del nombre, Abram, es aparentemente el término Asirio Abu-ramu.
El nombre de «Abraham» (en hebreo: ,‫אַ ְב ָרהָ ם‬Avraham; en árabe: ,‫ابراهيم‬Ibrāhīm)
Dios (El Padre) se lo impuso y significa padre de muchos pueblos (Gn. 17,5) en el momento
de establecer un pacto con él que incluía su deseo de convertirlo en el origen de un pueblo
del que sería su Dios y al que le daría la tierra de Canaán como posesión perpetua.
El Señor se fijó en Abrám de un modo muy especial y le eligió para realizar una misión
importantísima. Todo empezó un día cuando le dijo estas palabras:
“Sal de tu tierra, de la casa de tu padre y de tus parientes, y ve a una tierra que yo te mostraré.
Yo te haré padre de un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre,
y serán bendecidas en ti todas las familias de la tierra”.
Con esta vocación de Abraham empieza la historia israelita.
El autor sagrado da a entender, con el relato de la confusión de las lenguas,
que la humanidad en su mayoría seguía alejándose de Dios a pesar de la catástrofe del diluvio,
y por eso Dios se reserva una porción fiel, que sea como la mantenedora
del fuego sagrado religioso y el vínculo de transmisión de sus revelaciones
en orden a la salvación de la misma humanidad descarriada.
Al llamarle Yahvé, le hace solemnes promesas,
en las que se halla expresado su futuro predestinado.

Así le anuncia que convertirá a su tribu en un gran


pueblo, bendiciéndole y colmándole de bienes,
haciéndole famoso, siendo el propio Abram fuente
de bendiciones para sus hijos (Gen 12,.2).

Como le envía a una tierra desconocida,


donde el patriarca pudiera temer encontrarse
con ambiente hostil, Yahvé establece con él
una alianza defensiva y ofensiva, con lo que podrá
ir tranquilo a la nueva tierra en que va a morar:

Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré


a los que te maldigan (Gen12,3a). Como si dijera:

“Seré amigo de tus amigos y enemigo


de tus enemigos.”
Con la fe en estas palabras, el patriarca recorrerá tranquilo los caminos de Canaán.
Y, como si esto fuera poco, añade Yahvé: En ti — como en tronco de una descendencia gloriosa
— serán bendecidos todos los pueblos (Gen 12,3b); o acaso mejor, todos los pueblos
te bendecirán, teniéndose por dichosos de ser contados entre tus hijos.
Clarísimo anuncio de una universalidad de las promesas mesiánicas, según luego declararán
los profetas. Todas las familias de la tierra se sentirán bendecidas al sentirse vinculadas al tronco
glorioso de Abraham. Esta bendición será repetida varias veces, lo que indica la importancia
teológica que tiene en la mente del autor sagrado. Así, comienza la historia de la intervención
amorosa de Dios para la salvación de la humanidad entera de las tremendas consecuencias
del pecado original cometido por nuestros primeros padres Adán y Eva.
Procedía de la ciudad de Ur de Caldea, situada a la derecha del río Éufrates, en donde se adoraba
a la luna bajo el nombre de diosa “Sim”. Teraj (Taré) tuvo tres hijos, Abram, Najor y Aram.
Según la Biblia, Taré, era de la décima generación descendiente de Noé a través de Sem,
engendró a Abraham, Nacor y Harán. Harán engendró a Lot sobrino de Abraham.
Abram se casó con Sarai. Téraj tomó a Abram y su esposa Sarai, y a Lot, el hijo de Aram,
quien había muerto, y dejando Ur de Caldea, vino a Jarán y vivió allí hasta su muerte,
esto ocurrió cuando Abraham tenía setenta y cinco años, fue entonces cuando Dios le ordenó
salir de su tierra para ir «al país que yo te indicaré» Génesis 12,1-3.
Así da orden a Abram de abandonar su parentela y encaminarse a una región nueva, aislándose
del ambiente politeísta de su familia y de los lazos de sangre, que podían crearle dificultades
en su nueva vida con misión profética. La muerte de su padre1 le facilita la ejecución de la orden
divina. Abram, pues, continuará en su vida nómada, llevando sus ganados en busca de nuevos
pastos hacia la región de los cananeos.
Entonces, respondiendo al llamado de Dios,
Abram, con su esposa Sarai, y Lot,
y el resto de sus posesiones, fueron a la Tierra
de Canaán, entre otros lugares a Siquem
(se halla en el corazón de Canaán)
y Betel, donde construyó altares al Señor.

El primer altar levantado fue en Siquem.


El segundo fue en Betel.

Betel significa “casa de Dios,” y ya era habitado


en el siglo XXI a.C.

El nombre es religioso y simbólico y sustituyó


al primitivo de Luz 13 Después de la escisión
del reino del norte, en tiempo de Jeroboam I,
Betel fue el principal santuario del reino cismático,
y allí se instaló el becerro de oro.

Por eso los profetas cambiaron despectivamente


el nombre de Bet-el — casa de Dios
en Bet-awen — casa de la vanidad.
Una hambruna estalló en Canaán, Abram viajó hacia el sur a Egipto, y cuando había entrado
al país, temiendo ser asesinado a causa de su esposa, le rogó a esta que dijera que era su hermana.
La noticia de la belleza de Sarai llegó hasta el Faraón, y él la condujo a su harén,
y brindó honores a Abram en consideración a ella.
Después, sin embargo, encontrando que ella era la esposa de Abram, la despachó ilesa,
y reprendiendo a Abram por lo que había hecho, lo expulsó de Egipto.
De Egipto, Abram vino con Lot hacia Betel,
y allí, encontrando que sus rebaños y ganados
habían crecido mucho, propuso que se separaran
y fueran por sus propios caminos.

Así, Lot escogió el país alrededor del Jordán,


mientras que Abram vivió en Canaán,
y vino y habitó en el valle de Mambré en Hebrón.

Ahora, a causa de una sublevación de los reyes


de Sodoma y Gomorra y otros reyes contra
Codorlahomor, rey de Elam, después de haberle
servido durante doce años, éste en el año
décimocuarto hizo una guerra contra ellos
con sus aliados, Tadal rey de Naciones, Anrafel
rey de Senaar, y Arioc rey de Ponto.

El rey de Elam salió victorioso, y había ya llegado


a Dan con Lot como prisionero, y cargado
con el botín, cuando fue alcanzado por Abram.

Con 318 hombres, el patriarca lo sorprende,


lo ataca y lo derrota, rescata a Lot y el botín y
regresa triunfante.
En su camino a casa, se encuentra
con Melquisedec, rey de Salem
(considerado señor de la Paz y la Justicia)
quien presenta pan y vino, y lo bendice,
y Abram le da diezmos de todo lo que tiene;
pero para sí mismo no se reserva nada.

Los Santos Padres de la Iglesia, la tradición judía


y el Salmo 76 (Vg 75), identifican a la ciudad
de Salem con Jerusalén.

En el relato este sacerdote-rey hace una breve


aparición siendo sacerdote de Dios,
y rey de Jerusalén, lugar donde en el futuro Dios
tomará morada.

Como sacerdote, antes de la institución


del sacerdocio levítico, es quien recibe el diezmo
debido a Dios.

Como sacerdote-rey, es una prefiguración del mismo Jesús que además de ser Profeta,
también es Sacerdote y Rey. Y con la presentación del pan y el vino, marca lo que después será
el sacerdocio instituido por Cristo y que sustituirá al sacerdocio levítico.
Dios promete a Abram que su descendencia será como las estrellas del cielo y que él poseerá
la tierra de Canaán. Pero Abram no ve cómo será eso, porque ya se ha vuelto viejo.
Entonces la promesa es garantizada por un sacrificio entre Dios y Abram,
y por una visión y una intervención sobrenatural durante la noche.
Sarai, quien había envejecido y había abandonado
la idea de parir hijos, persuadió a Abram
a tomar a su criada, Agar.

Él así lo hace, y Agar estando encinta,


desprecia a la estéril Sarai.

Sarai la maltrata por esto, así que ella huye al


desierto, pero es persuadida a regresar por un ángel
que la conforta con promesas de grandeza del hijo
que va a dar a luz. Ella retorna y da a luz a Ismael.

Trece años más tarde, Dios se aparece a Abram


y le promete un hijo de Sarai,
y que su posteridad será una gran nación.

Como signo, le cambia el nombre de Abram


por Abraham, el de Sarai por Sara,
y ordena el rito de circuncisión.
Un día después, estando sentado Abraham en su tienda, en el valle de Mambré,
Yahveh se le aparece con dos ángeles en forma humana. El les muestra su hospitalidad.
Entonces de nuevo le es renovada a Abraham la promesa de un hijo llamado Isaac.
La envejecida Sara escucha con incredulidad y se ríe.
Entonces se le informa a Abraham sobre la inminente destrucción de Sodoma y Gomorra
debido a sus pecados, pero obtiene de Yahveh la promesa de que no las destruirá si encuentra diez
justos allí. Abraham, nos ofrece el primer ejemplo de oración, en el episodio de intercesión
por la ciudad de Sodoma y Gomorra (Gen 18) . Esta es el poder de la oración que expresa el deseo
de salvación que Dios tiene siempre hacia el hombre pecador.
Después de esto, Abraham se desplaza hacia el sur a Gerara, y temiendo
nuevamente por su vida dice de su esposa, "ella es mi hermana".
El rey de Gerara, Abimelec, envía por ella y la toma, pero conociendo en un sueño que ella
es la esposa de Abraham, la regresa sin tocarla, y lo reprende y da regalos.
En su ancianidad Sara da a Abraham un hijo, Isaac,
y es circuncidado en el octavo día.
Mientras él es todavía joven, Sara está celosa, viendo a Ismael jugando con el pequeño Isaac,
así que procura que Agar y su hijo sean arrojados fuera. Entonces, Agar habría dejado a Ismael
perecer en el desierto, si un ángel no la hubiese animado hablándole del futuro de su hijo.
Abraham está próximo a sostener una disputa con Abimelec acerca de un pozo en Bersabee,
la cual termina en un convenio entre ellos. Fue después de esto que tiene lugar la gran prueba de fe
de Abraham. Dios le manda sacrificar a su único hijo Isaac. Cuando Abraham tiene su brazo
levantado y está en el acto de golpear, un ángel del cielo detiene su mano y le hace la más
maravillosa promesa de la grandeza de su posteridad como consecuencia de su completa fe en Dios.
Sara muere a la edad de 127 años, y Abraham, habiendo comprado a Efrón el Hitita la cueva en
Macpela cerca de Mambré, la sepulta allí. Su propia carrera no está aún enteramente terminada,
pues primero que todo toma una esposa para su hijo Isaac, Rebeca de la ciudad de Nacor
en Mesopotamia. Luego él se casa con Cetura, vieja como él, y de ella tiene seis hijos.
Finalmente, dejando todas sus posesiones a Isaac, muere a la edad de 170 años, y es sepultado
por Isaac e Ismael en la cueva de Macpela.
Punto de vista del Antiguo Testamento

Abraham puede ser referido como el punto


de arranque o fuente de la religión del Antiguo
Testamento.

De modo que desde los días de Abraham,


los hombres se acostumbraron a hablar de Dios
como el Dios de Abraham, mientras que
no encontramos a Abraham refiriéndose
en la misma forma a cualquiera anterior a él.
(Gen 24 12 ; 26, 24 ; 31, 42 ; Ex. 3, 6).

Abraham es así escogido como el primer comienzo


o fuente de la religión de los hijos de Israel
y el origen de su cercana relación con Yahveh,
a causa de su fidelidad, fe y obediencia y a
Yahveh, y por la promesa de Dios a él
y a su descendencia.

Así, en Génesis 15, 6, se dice:


"Abram creyó en Dios, y ello le fue reputado en justicia".
Esta fe en Dios fue demostrada por él cuando dejó
Jarán y viajó con su familia al país desconocido
de Canaán.

Fue probada fundamentalmente cuando estuvo


dispuesto a sacrificar a su único hijo Isaac,
en obediencia a un mandato de Dios.

Fue en esa ocasión cuando Dios dijo:


"Porque tú no has perdonado a tú único hijo
engendrado por amor a mí,
Yo te bendeciré" etc. (Gen 22, 16-17).

Es a esta y otras promesas hechas tan a menudo


por Dios a Israel, que los escritores
del Antiguo Testamento se refieren una y otra vez
en confirmación de sus privilegios
como el pueblo escogido.

Estas promesas, que se registra haber sido hechas no menos de ocho veces, son que Dios dará
la tierra de Canaán a Abraham y su descendencia (Gen 12, 7);que su descendencia se acrecentará
y multiplicará como las estrellas del cielo; que él mismo será bendito y que en él
"serán benditas todas las naciones de la tierra" (12, 3).
La generación de Jesucristo es rastreada
por San Mateo hasta Abraham,
y aunque en Genealogía de Nuestro Señor,
según San Lucas, él es señalado como descendiente
según la carne no solo de Abraham sino también
de Adán, no obstante, San Lucas muestra
su apreciación de los frutos del linaje de Abraham,
atribuyéndole todas las bendiciones de Dios sobre
Israel a las promesas hechas a Abraham.

Esto hace en el Magnificat, Lc 1,45 y en el Benedictus


o Cántico de Zacarías Lc 1, 68. Más aún, en la medida
que el Nuevo Testamento sigue la huella
de Jesucristo desde Abraham, así lo hace de todos
los Judíos (Lucas, 19,9; 13,16) ; no obstante,
cuando esto hace, está acompañado de una nota
de advertencia, no sea que los Judíos se imaginen
que tienen derecho a poner su confianza
en el hecho de su descendencia carnal de Abraham,
sin nada más (Lc, 3, 8).

No es a la descendencia carnal de Abraham a lo que se le atribuye importancia; más bien,


es a la práctica de las virtudes atribuidas a Abraham en el Génesis.
Así en Juan 84i, los Judíos, a quienes Nuestro Señor estaba hablando, alardean (33):
"Nosotros somos los hijos de Abraham", y Jesús les replica (39):
"Si ustedes fueran hijos de Abraham obrarían como él".
San Pablo, también muestra que él es hijo de
Abraham y se vanagloria en ese hecho como en
II Cor 11, 22, cuando exclama:

"Ellos son los hijos de Abraham como lo soy yo".


Y de nuevo (Rom 11, 1): "Yo también soy un
Israelita, del linaje de Abraham",
y se dirige a los judíos de Antioquía en Pisidia
(Hechos 13,26) como "hijos del linaje de Abraham".

Pero, siguiendo la enseñanza de Jesucristo,


San Pablo no atribuye demasiada importancia
a la descendencia carnal de Abraham;
pues él dice (Gal 3, 29): " Y si ustedes pertenecen
a Cristo, entonces son descendientes de Abraham,
herederos en virtud de la promesa",
y de nuevo (Rom 9, 6): "No todos los que son
de Israel son israelitas; ni todos los que son
descendientes de Abraham, sus hijos".

Así también podemos observar en todo el Nuevo Testamento la importancia atribuida


a las promesas hechas a Abraham. En los Hechos 3, 25, San Pedro recuerda a los judíos la
promesa, "en tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra".
Así hace San Esteban en su discurso antes del Concilio (Hechos 7),
y San Pablo en la Epístola a los Hebreos, 6 13.
El pasaje del Génesis más destacado antes de ellos
era 15,6: "Abram creyó en el Señor, y el Señor
se lo tuvo en cuenta para su justificación".
En Romanos 4,1-2, San Pablo arguye vigorosamente
por la supremacía de la fe, de la cual dice
que justificó a Abraham, "si Abraham
fuese justificado por las obras,
tendría de qué gloriarse, pero no delante de Dios".
La misma idea es inculcada en Gálatas 3,
donde se discute la cuestión: "Recibisteis el espíritu
por las obras de la ley, o por la obediencia de la fe?"
San Pablo decide que es por la fe y dice:

"Luego los que tienen fe serán justificados


con el fiel Abraham". Es claro que este lenguaje,
tomado tal cual, y separadamente de la absoluta
necesidad de buenas obras sostenida por San Pablo,
es propenso a descarriar y efectivamente
ha descarriado a muchos en la historia de la Iglesia.

Por consiguiente, a fin de apreciar por completo la doctrina Católica de la fe, debemos
suplementar a San Pablo por Santiago 2,17-22:
"Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta.
Sin embargo, alguien puede objetar:
«Uno tiene la fe y otro, las obras».

A ese habría que responderle:


«Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras.

Yo, en cambio, por medio de las obras,


te demostraré mi fe:

¿Tú crees que hay un solo Dios?


Haces bien. Los demonios también creen,
y sin embargo, tiemblan.

¿Quieres convencerte, hombre insensato,


de que la fe sin obras es estéril?

¿No fue nuestro padre Abraham justificado por


sus obras, y por las obras su fe se hizo perfecta?"

Realmente, en la fe de Abraham Dios todopoderoso selló una alianza eterna con el género
humano, y Jesucristo es el cumplimiento definitivo de esa alianza. El Hijo unigénito del Padre,
de su misma naturaleza, se hizo hombre para introducirnos, mediante la humillación de la cruz
y la gloria de la resurrección, en la tierra de salvación que Dios, rico en misericordia,
prometió a la humanidad desde el inicio.
Juna Pablo II dice que el modelo insuperable
del pueblo redimido, en camino hacia
el cumplimiento de esta promesa universal,
es María, "la que creyó que se cumplirían las cosas
que le fueron dichas de parte del Señor" (Lc 1, 45).
María, hija de Abraham por la fe, además de serlo
por la carne, compartió personalmente su experiencia.
También ella, como Abraham, aceptó la inmolación
de su Hijo, pero mientras que a Abraham
no se le pidió el sacrificio efectivo de Isaac, Cristo
bebió el cáliz del sufrimiento hasta la última gota.
Y María participó personalmente en la prueba
de su Hijo, creyendo y esperando de pie junto
a la cruz ( Jn 19, 25).
Era el epílogo de una larga espera.
María, formada en la meditación de las páginas
proféticas, presagiaba lo que le esperaba y, al alabar
la misericordia de Dios, fiel a su pueblo de generación
en generación, expresó su adhesión personal al plan
divino de salvación; y, en particular, dio su "sí"
al acontecimiento central de aquel plan, el sacrificio
del Niño que llevaba en su seno. Como Abraham,
aceptó el sacrificio de su Hijo.
Hoy nosotros unimos nuestra voz a la suya, y con ella, la Virgen Hija de Sion,
proclamamos que Dios se acordó de su misericordia, "como lo había prometido a nuestros
padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre" (Lc 1, 55).
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