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La enseñanza de la filosofía

en su encuentro con la
literatura
Capacitación en servicio 2018
CIIE Quilmes
Prof. Mariana Baxter
Correo: mnabaxter@gmail.com
Algunas líneas para enmarcar nuestro recorrido con este curso

“Desde sus inicios, la filosofía se ha vinculado con la literatura. Esta relación no ha


sido homogénea ya que, algunas veces la literatura ha sido la excusa para el pensar
filosóficos pero, muchas otras, la literatura ha sido, en sí misma, una creación
filosófica. En este sentido, la revisión de la filosofía contemporánea nos lleva a
pensar en los límites existentes entre filosofía y literatura, en esos juegos
epistemológicos que, por otro lado, responden también a los avances y a los
avatares de las ciencias sociales y el paradigma de la interdisciplinariedad.
Así, la hermenéutica se ha encargado de analizar cómo clasificar y clarificar las
conexiones y las limitaciones entre una y otra disciplina, buscando también los
espacios de producción y productividad en esos intersticios no definibles, tal podría
ser el caso de filósofos con Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir o, incluso, Alain
Badiou o Gilles Deleuze.
Aquí aparecen, ahora, dos grandes problemas: por un lado, la relación entre
lenguaje y realidad y cómo uno y la otra pueden ser interpretadas en una relación
dialéctica indisociable. Por otro lado, la capacidad de pensar la filosofía desde la
estetización argumental y racional que genera la literatura como fuente de su
comunicación” (Cita Fundamentación del curso).
Entre la filosofía y la literatura siempre ha habido una relación abierta pero enigmática,
y sus vínculos han estado influidos durante muchos siglos por la discusión y la exclusión
recíprocas. En cierto sentido, la oposición entre ambas disciplinas resulta obvia. Lo
característico de la buena literatura es su capacidad de elipsis, el arte de omitir y su
poder de sugerencia. El discurso literario no es un discurso explícito ni demostrativo; ni
siquiera especulativo. No responde a la lógica propia de la exposición filosófica. La
imaginación no admite demostraciones, sino que se nutre literariamente a través de
sugerencias. En cambio, la fuerza del discurso filosófico está en el despliegue analítico
de la razón, en su capacidad para no omitir ningún paso en la exposición, pone el
acento en la demostración y en su capacidad argumentativa.

La filosofía y la literatura son, pues, discursos diferentes, adquiridos por lo general de


modo distinto y codificados de manera diferente, que se exponen por vías contrarias (la
pieza de exposición filosófica es la demostración, la de la literatura es el mostrar).

No obstante, si bien existen diferencias entre ambos discursos, lo que pretendemos


poner de manifiesto en este trabajo es justamente la difuminación de fronteras entre
ambas formas de conocimiento, pues no en vano, tanto en sus desarrollos modernos
como en sus referentes antiguos, la historia cultural europea ha sido, en sus más
fecundos momentos, la historia de esa difuminación. De este modo, podemos
reconocer a la filosofía en la obra de Esquilo, Dante o Thomas Mann, así como la
presencia de la literatura en la obra de Platón, Kierkegaard o Nietzsche
¿Qué es “dar a leer filosofía”? ¿Qué es “dar a leer literatura”? ¿Cuáles son los
modos específicos de cada una de ellas?
¿Qué esperamos los docentes cuando proponemos textos de literatura o
cuando ofrecemos textos filosóficos? ¿Qué operaciones ponemos en juego en
los alumnos cuando enseñamos filosofía y cuando enseñamos literatura? ¿En
qué se diferencia la creación literaria de la creación filosófica? ¿Qué
habilidades de pensamiento queremos desarrollar cuando damos a leer un
“texto filosófico” y un “texto literario”? ¿Cómo reconocemos un “texto
literario”? ¿Cómo reconocemos un “texto filosófico”? ¿Hay “textos
filosóficos” en sí mismos? ¿O hay “lecturas filosóficas” de textos (textos que
pueden ser de filosofía, de literatura, de historia)? ¿Cómo es una lectura
filosófica? ¿Cómo es una lectura no-filosófica?
Problemas y aportes teóricos en torno a la clase

- La estrategia de la lectura desde textos verdad y textos experiencia


(Foucault)
- Leer filosofía como un acontecimiento
- Leer filosofía como una forma de construir pensamiento crítico:
¿cómo mediar filosóficamente esa lectura?
- ¿Por qué leer literatura en las clases de filosofía? ¿por qué leer
literatura?
- ¿Qué criterios de selección se utilizan para la literatura?
1era. Actividad
“Lo que debemos tener son esos libros
que se precipitan sobre nosotros como
la mala suerte y que nos perturban
profundamente, como la muerte de
alguien a quien amamos más que a
nosotros mismos, como el suicidio. Un
libro debe ser como un pico de hielo
que rompa el mar congelado que
tenemos dentro”.

Steiner, G., (1994) Lenguaje y silencio. Ensayos sobre literatura, el lenguaje y


lo inhumano, Gedisa, Barcelona en: Skliar, C., Larrosa, J., Experiencia y
alteridad en educación, Santa Fe, Homosapiens, 2009.]
Actividad grupal
Compartimos la lectura de: Dar a leer. Dar a
pensar… quizá… entre literatura y filosofía.
Jorge Larrosa
Leer…pensar… dar
• Si…a lo mejor leer no es solo comprender el
texto, quizá pensar no es solo argumentar, y
es posible que dar no sea solo ofrecer un
instrumento para conseguir con el ciertos
efectos previstos y prescritos.
• ¿Qué posibilidades de: leer de otra manera,
de pensar de otra manera, o de dar de otra
manera podemos proponer?
Actividad para el próximo encuentro

Leer algunos de los siguientes textos:

• Vera Waksman, Walter Kohan, Filosofía con niños, Aportes para el trabajo en clase Ed.
Novedades Educativas, Bs.As., 2005 Capitulo 4. Entre la literatura y la filosofía
• Larrosa, J. “Experiencia y alteridad en educación”
• Castro Santiago, Manuela (2005). La filosofía como literatura de pensamiento. Thémata.
Revista de filosofía
• Santiago, G. Intensidades Filosóficas, (selec.)

Apuntar distintas preguntas que les surjan a partir de ellos. Éstas preguntas pueden tener un
tono didáctico, literario, filosófico… la consigna es amplia.
Traer un texto que quieran trabajar como disparador para la secuencia didáctica final. (3er.
encuentro)
Vale la pena recordar aquella distinción de M. Foucault (1994a:41)
entre dos tipos de libros o, mejor, dos tipos de relación que
establecemos con la escritura: una relación de verdad o una
relación de experiencia. En el primer caso, el libro funciona como
una verdad que se escribe para pasar lo que se sabe o que se lee
para saber lo no sabido, para transmitir lo que ya se piensa o para
enterarse de lo pensado por otro; en el segundo caso, el libro
funciona como un dispositivo que permite poner en cuestión las
verdades en las que el autor o el lector están instalados. Si la
primera relación legitima un saber, la segunda lo problematiza. Si la
verdad deja al escritor y sus pensamientos como estaban, la
experiencia de escritura y de lectura transforma unos y otros.
(Kohan W. Infancia, política y pensamiento.)
Por lo tanto, los libros que escribo representan para mí
una experiencia, se produce un cambio.
Si tuviera que escribir un libro para comunicar lo que
ya sé, nunca tendría el valor de comenzarlo.
Escribo precisamente porque no sé todavía qué pensar
sobre un tema que atrae mi atención.
Al plantearlo así, el libro me transforma, cambia mis
puntos de vista.
Como consecuencia, cada nuevo libro altera
profundamente los términos de los conceptos
alcanzados en los trabajos anteriores.
En este sentido, me considero más un experimentador
que un teórico;
no desarrollo sistemas deductivos que deban ser
aplicados uniformemente en diferentes campos de
investigación.
Cuando escribo, lo hago, por sobre todas las cosas,
para cambiarme a mí mismo y no pensar lo mismo que
antes.
Como nace un “libro-experiencia” Foucault, M. En “El yo minimalista y otras
conversaciones”. Editora La Marca, Bs As 2003 (pp. 9)
El autor plantea que siempre estamos
leyendo literatura. Y ello permite
abrirse al campo de la filosofía, a la
idea de que leemos el mundo como
un texto.
De todo lo escrito yo amo sólo
aquello que alguien escribe con
su sangre. Escribe tú con
sangre: y te darás cuenta de
que la sangre es espíritu.
No es cosa fácil el comprender
la sangre ajena: yo odio a los
ociosos que leen[…]

Quien escribe con sangre y en


forma de sentencias, ése no
quiere ser leído, sino aprendido
de memoria.
Hay algo en la literatura que parece intimidar. El poema es
un caso ejemplar. Como si el poema no debiera ser
abordado desde la discusión: el poema no afirma, expresa;
como si, desde esa creencia, el placer atribuido a la lectura
se opusiera a la discusión de ideas. En efecto, entender la
poesía como emoción, como pura expresión de las
emociones del poeta parece ponerla en el lugar en el que
la discusión es imposible. Pero la poesía establece una
especial relación con el lenguaje y en esa relación se
emparenta con la filosofía. La filosofía explica, argumenta,
desarrolla, analiza una idea; la poesía la condensa en
algunos versos. Pero la idea sigue estando allí y permite
también ser leída desde la filosofía. La poesía invita
permanentemente a ese sentido descrito más arriba como
“desnaturalizar la realidad”, las cosas son vistas desde otro
punto de vista. La metáfora como recurso privilegiado crea
un sentido antes inexistente: la impertinencia semántica
que constituye la metáfora no es una cuestión puramente
ornamental, revela aspectos de la realidad que
permanecen ocultos al lenguaje descriptivo.

Kohan, W. y Waksman, V. (2000). Filosofía con niños.


Aportes para el trabajo en clase. Bs. As., Novedades
educativas (pág. 141).

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