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EL HOMBRE, 1

San Juan Crisóstomo, Sermón sobre el Génesis 2, 1: “¿Cuál es,


pues, el ser que va a venir a la existencia rodeado de semejante
consideración? Es el hombre, grande y admirable figura viviente,
más precioso a los ojos de Dios que la Creación entera; es el
hombre, para él existen el cielo y la tierra y el
mar y la totalidad de la Creación, y Dios ha
dado tanta importancia a su salvación que no
ha perdonado a su Hijo único por él. Porque
Dios no ha cesado de hacer todo lo posible
para que el hombre subiera hasta Él y se
sentara a su derecha”.
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EL HOMBRE, 2

CCE 362: “La persona humana, creada a


imagen de Dios, es un ser a la vez corporal
y espiritual. El relato bíblico expresa esta
realidad con un lenguaje simbólico cuando
afirma que ‘Dios formó al hombre con
polvo del suelo e insufló en sus narices
aliento de vida y resultó el hombre un ser
viviente’ (Gn 2, 7)”.

“A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la


vida humana o toda la persona humana. Pero designa también lo
que hay de más íntimo en el hombre y de más valor en él, aquello
por lo que es particularmente imagen de Dios: ‘alma’ significa
el principio espiritual en el hombre” (CCE 363).
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EL HOMBRE, 3

El alma es inmortal porque es inma-


terial y no puede sufrir corrupción.
Es la sede de las potencias superio-
res (inteligencia, voluntad) gracias
a las cuales el hombre goza de la
libertad.

El hombre es capaz, por su alma, de las cosas superiores en el espíritu,


como son el amor a Dios y a lo creado, el entendimiento de lo que
conoce por los sentidos y de las realidades de la fe...

La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada


por Dios. El alma no es “producida” por los padres, y es inmortal.
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EL HOMBRE, 4

Gaudium et spes 14: “No es lícito al hombre despreciar la vida


corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su
cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios
y que ha de resucitar en el último día”.

CCE 364: “El cuerpo del hombre par-


ticipa de la dignidad de la ‘imagen de
Dios’: es cuerpo humano precisamen-
te porque está animado por el alma
espiritual, y es toda la persona huma-
na la que está destinada a ser, en el
Cuerpo de Cristo, el templo del
Espíritu”.
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EL HOMBRE, 5

“El cuerpo, en su masculinidad y feminidad, está


llamado ‘desde el principio’ a convertirse en la
manifestación del espíritu. También mediante la
unión conyugal del hombre y de la mujer, cuando
se unen formando ‘una sola carne’” (Juan Pablo II,
Audiencia general, 22.10.1980). Mediante esta
unidad, “el cuerpo, en su masculinidad y femini-
dad, asume el valor de signo -signo en cierto sen-
tido- sacramental” (Idem).

“Mientras para la mentalidad maniquea el cuerpo y la sexualidad


constituyen, por decirlo así, un ‘antivalor’, para el cristianismo,
en cambio, ambos permanecen siempre como un valor no suficien-
temente apreciado” (Idem).
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EL HOMBRE, 6

CCE 365: “La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda
que se debe considerar al alma como la ‘forma’ del cuerpo;
es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el
cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el
espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que
su unión constituye una única naturaleza”.

Cuando el hombre muere, se produce la


separación de estos dos principios huma-
nos: el cuerpo, que se descompone pau-
latinamente separado del alma, y el espí-
ritu, que no puede sufrir descomposición
y queda en un estado autónomo.
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EL HOMBRE, 7

CCE 1022: “Cada hombre, después


de morir, recibe en su alma inmortal
su retribución eterna en un juicio
particular que refiere su vida a Cristo,
bien a través de una purificación, bien
para entrar inmediatamente en la
bienaventuranza del cielo, bien para
condenarse inmediatamente para
siempre”.

San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias 57: “A la tarde te


examinarán en el amor”.

El alma “no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se


unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final” (CCE 366).
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EL HOMBRE, 8

El primer hábitat que Dios dispensa al


hombre es un jardín: un lugar especial-
mente adecuado y maravilloso para el
disfrute de todo lo creado.

Gn 2, 15: “El Señor Dios tomó al hombre


y le colocó en el jardín de Edén para que
lo trabajara y lo cuidara”.

La realidad humana del trabajo aparece desde el instante en que


Dios coloca al hombre en el Edén y le encarga su custodia y su
atención. Aparece antes del pecado original: el hombre es creado
para trabajar. “El hombre nace para trabajar, como las aves para
volar” (San Josemaría, Amigos de Dios 57).
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EL HOMBRE, 9

CCE 378: “Signo de la familiaridad es el hecho de que Dios lo


coloca (al hombre) en el jardín. (...) El trabajo no le es penoso,
sino que es la colaboración del hombre y de la mujer con Dios
en el perfeccionamiento de la creación visible”.

CCE 2428: “En el trabajo, la perso-


na ejerce y aplica una parte de las
capacidades, inscritas en su natu-
raleza. El valor primordial del tra-
bajo pertenece al hombre mismo,
que es su autor y su destinatario”.
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EL HOMBRE, 10

A partir de la caída de nuestros


primeros padres, el trabajo viene
asociado al cansancio, a la fatiga. A
partir de ese momento, la vida del
hombre se separa de la voluntad de
Dios y las realidades de su vida no
estarán siempre plenamente integra-
das en la vocación humana y sobre-
natural del hombre al amor de Dios.

Dios destinó a los primeros padres de la raza humana, y en ellos a


todos los hombres y mujeres que vendrían, a la felicidad. Sólo la
desobediencia al precepto divino es causante de la dificultad con
que se encuentra el hombre para llegar a ella.
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EL HOMBRE, 11

CCE 2427: “El trabajo honra los dones del Creador y los talentos
recibidos. Puede ser también redentor. Soportando el peso del tra-
bajo, en unión con Jesús, el carpintero de Nazaret y el crucificado
del Calvario, el hombre colabora en cierta manera con el Hijo de
Dios en su obra redentora. (...) El trabajo puede ser un medio de
santificación y de animación de las realidades terrenas en el espí-
ritu de Cristo”.

“El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se


ordena al amor” (San Josemaría, Es Cristo que
pasa 48).

San Josemaría: el trabajo es el quicio de nues-


tra santificación (cfr. Amigos de Dios 81).
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EL HOMBRE, 12

CCE 374: “El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino
también constituido en la amistad con su creador y en armonía
consigo mismo y con la creación en torno a él; amistad y armonía
tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva crea-
ción en Cristo”. “Adán y Eva fueron constituidos en un estado de
santidad y de justicia original. Esta gracia de la santidad original
era una participación de la vida divina” (CCE 375).

CCE 367: “A veces se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu.


Así San Pablo ruega para que nuestro ‘ser entero, el espíritu (...),
el alma y el cuerpo’ sea conservado sin mancha hasta la venida del
Señor (1 Ts 5, 23). La Iglesia enseña que esta distinción no intro-
duce una dualidad en el alma. ‘Espíritu’ significa que el hombre
está ordenado desde su creación a un fin sobrenatural, y que su
alma es capaz de ser elevada gratuitamente a la comunión con Dios”.
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EL HOMBRE, 13

Adán y Eva fueron elevados al orden so-


brenatural, que consiste en la participa-
ción en la vida divina: tienen así un des-
tino sobrenatural, que quiere decir supe-
rior a su capacidad por naturaleza.

Dones preternaturales:

CCE 376: “Por la irradiación de esta gracia, todas las dimensiones


de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese
en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir ni sufrir. La
armonía interior de la persona humana, la armonía entre el hombre
y la mujer, y, por último, la armonía entre la primera pareja y toda
la creación constituía el estado llamado ‘justicia original’”.
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Así, además de la elevación al orden sobrenatural, nuestros prime-


ros padres gozaban de los dones preternaturales, no exigidos por
la naturaleza, pero congruentes con ella: la perfeccionaban en línea
natural. Concretamente, estos dones suponían que no había muer-
te, ni sufrimientos, las “pasiones” humanas estaban dominadas
por la inteligencia, y la voluntad se movía derechamente al bien.

Los dones preternaturales


acompañan y son un reflejo
de los dones sobrenaturales,
como se pone de manifiesto
en que con el pecado desapa-
recen ambos.

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