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SUSANA
• Puede afirmarse, pues, que si concedemos un valor a la
seguridad es debido a que no concebimos un sistema jurídico al
que podamos calificar como justo sin que haya un mínimo de
claridad en sus normas, éstas sean públicas y las instituciones
jurídicas por lo general las cumplan y las apliquen.
• Esto es tanto como decir que la seguridad jurídica es una
condición necesaria de la justicia, pero, por supuesto, no es una
condición suficiente. Para que el sistema jurídico sea justo
(supere un cierto umbral de justicia) se requerirá que, además
de cumplir con las características definitorias de la seguridad, el
contenido de sus normas no contradiga, en general, los
preceptos de la moral crítica.
• Respecto de la función de control social, hemos visto que,
interpretada descriptivamente, puede ser considerada verdadera,
pero tal vez simplemente por definición; mientras que si se
interpreta valorativamente, quizás carezca de sentido, ya que todos
los sistemas jurídicos (eficaces) tienen que poseer forzosamente un
cierto grado de control social.
• Por lo que hace a la seguridad jurídica, descriptivamente puede
afirmarse que es cierto que todo sistema jurídico genera algún
grado de seguridad jurídica, pero es falso que todo sistema jurídico
esté por encima de un determinado umbral; valorativamente, tiene
sentido requerir que los sistemas jurídicos busquen alcanzar la
seguridad en su más alto grado, debido en buena medida a su
relación con la justicia.
• En cuanto a la función de justicia cabe decir que si se la
interpreta descriptivamente es verdadera, siempre que
“justicia” se equipare a “moral positiva”, pero es falsa si se
toma como “moral crítica”. Como ideal regulativo, en cambio,
tiene perfecto sentido desear que los sistemas jurídicos se
adecuen al máximo a los requerimientos de la moral crítica. Por
último, hemos visto que de las distintas posibilidades que
existen de relacionar los conceptos de seguridad y justicia, es
razonable elegir la que sostiene que la seguridad es condición
necesaria pero no suficiente de la justicia.
PODER, LEGITIMIDAD Y DOMINACIÓN
• El interés que en las ciencias sociales contemporáneas ha suscitado el tema del
poder, contrasta con una relativa desatención normativa desde la teoría política.
Una razón de esto quizás pueda residir en el hecho de que el concepto moderno
de poder fue deudor, desde sus inicios, de la revolución científica de la nueva
física, traductor de la imaginería mecánica de la Nueva Ciencia al ámbito de la
política.
• De ahí su formulación en términos de los efectos, contactos o colisiones que unos
sujetos ejercen sobre otros. Pero sobre todo, ese origen propició la formulación
del poder en términos de relación causal entre un sujeto agente y otro paciente.
Hobbes, en De Corpore, lo expresaría en inmejorables términos: “Poder y Causa
son la misma cosa. Correspondientes con Causa y Efecto, son el Poder y el Acto”
(Hobbes 1839). No por azar los teóricos modernos del poder- Bacon, Hobbes o
Descartes- rechazaron la noción clásica de cultura cívica como requisito para la
participación en la vida pública e inseparable de la ciudadanía activa, y
propusieron en su lugar una cultura tecnocrática al servicio de la organización del
Estado y su legitimación
• desde David Hume a Dennis H. Wrong, pasando por Bertrand
Russell, el poder se ha relacionado, cuando no identificado con
causalidad, con la “habilidad o la capacidad de hacer que sucedan
cosas”, de producir fenómenos, de “generar intencionalmente
efectos.
• Y esta ha devenido, con el tiempo, la concepción dominante: “poder
es la capacidad de un actor para producir resultados exitosos”.
Poder político, en consecuencia, sería “la capacidad de un actor de
conseguir que otro haga lo que de otro modo éste no haría.” Ahora
bien, heredada del pensamiento clásico, de Aristóteles a Cicerón,
otra concepción, minoritaria, del poder ha resistido hasta nuestros
días en el seno de la teoría política normativa.
• Así, a partir de la idea de telos, de finalidad de la vida humana, el ejercicio
del poder se refiere a la capacidad de pasar de la potencia al acto, de
actualizar una concepción determinada del bien, de ser capaz de realizar una
determinada idea de vida buena. De hecho el propio Hobbes, en Leviatán,
resulta parcialmente deudor de esta concepción cuando afirma que el poder
consiste en “los medios presentes de obtener algún bien futuro aparente”.
• Tal es el origen de la escisión latina de la potentia en auctoritas y potestas: la
primera, entendida como la capacidad de la autoridad de decidir y vincular
legítimamente con sus decisiones a los ciudadanos; y la segunda, como la
capacidad de éstos de actuar de consuno y apoderar o desapoderar a los
que ejercen la autoridad (por ejemplo, en Cicerón: potestas in populo,
auctoritas in senatu). De este modo se elabora un concepto de poder como
capacidad de realización del bien común ora desde el Estado, ora desde la
ciudadanía activa.
Renata