Ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento dan una definición del h., del tipo que se puede encontrar, p. ej., en autores griegos. El h. (en hebreo í9, en griego de la versión Setenta ánthrópos, en latín de la Vulgata homo) es fundamentalmente una relación de dependencia y fragilidad delante de Dios, y tiene dos características constantes a lo largo de la Biblia: imagen de Dios y polvo de la tierra. Son dos maneras de considerar al h. igualmente bíblicas y universales. No se da una «definición» de lo que es el h., en un sentido técnico-filosófico, pero a lo largo de toda la Biblia ,se da una descripción viva de lo que es el h., de la unidad entre algo material y algo espiritual que se da en él. En el Antiguo Testamento
1). Por lo dicho, es difícil encontrar un término concreto que agote el
concepto de ser humano. Las denominaciones principales son adam y enos. La primera (de donde procede el nombre de Adán) significa suelo o tierra de cultivo (Gen 2,7), porque de ahí formó Dios el primer ser humano. La segunda probablemente proviene del verbo anas, que significa ser débil. El h. es eminentemente débil y mortal (Is 13,12). Néfes, que significa aliento de vida, designa también el alma de un ser vivo; por eso el h. se llama sencillamente néfes, muerto o vivo (Num 6,6; Lev 21,11); sustituye frecuentemente al pronombre personal (Num 23,10) y también puede referirse al individuo y a la persona misma (Gen 46,18.22). El alma es lo que hace vivir al h. y constituye el principio de las pasiones (Ps 35,9).
Rúah, o espíritu, es el aliento o soplo de Dios a los
hombres, bien en sentido metafórico (Ex 15,8; 28,3), bien en sentido ontológico refiriéndolo a su manifestación en intelecto y voluntad (Is 26,9; Prv 16,19). Pero el h., tanto carne como espíritu, «se va» y no tiene permanencia si no es por Dios (lob 34,14 ss.). Desde el comienzo de la Biblia se presenta esta unidad básica del h., fundada en las dos facetas de su ser creadas por Dios: el hecho de ser imagen y semejanza de Dios (Gen 1,26-27), y el hecho de ser polvo animado y formado por Dios (Gen 2,7). Si la primera fundamenta la grandeza del h., la segunda explica su pequeñez y miseria. La frase «imagen y semejanza de Dios», tan importante para una comprensión bíblica del h., ha tenido dos interpretaciones principales: a) se refiere a la inteligencia y voluntad del h.; poseyendo las facultades superiores de carácter inmaterial, el h. tiene impreso en su propio ser el reflejo de su creador; b) se refiere a que el h. es representación de Dios sobre la tierra, y por eso ejerce dominio sobre toda ella y el mundo animal (Gen 1,28). Las dos interpretaciones, en el fondo, se refieren al mismo hecho: el favor de Dios y el poder especial otorgado al h., intrínsecamente conectado con su naturaleza y distinguiéndolo del resto del mundo material. 2) En el Nuevo Testamento.
La terminología para describir al h. y su vida está adaptada de la
traducción griega del A. T. de los Setenta, pero se conforma perfectamente con los antiguos conceptos veterotestamentarios. El h. sigue considerándose como un todo, una unidad de materia y espíritu, con la esencial verdad de su inmortalidad y esperanza en Cristo.