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Moisés le contó al pueblo todo lo que el Señor había dicho y había ordenado, y todos a una
voz contestaron: ¡Haremos todo lo que el Señor ha ordenado! (Éxodo 19:8)
Entonces Moisés escribió todo lo que el Señor había dicho, (Éxodo 24:4)
Después Moisés tomó el libro de la alianza y se lo leyó al pueblo, y ellos dijeron: Pondremos
toda nuestra atención en hacer lo que el Señor ha ordenado. (Éxodo 24:7)
Así establece Dios el nacimiento de un pueblo, que se debía regir por sus
leyes
“También celebrarás la fiesta de las semanas, la de las primicias de la siega del trigo, y la fiesta de la cosecha
a la salida del año. Tres veces en el año se presentará todo varón tuyo delante de Jehová el Señor, Dios de
Israel.”(Éxodo 34:22-23)
Y así el pueblo se reunía para celebrar
la Fiesta de Pentecostés, a lo largo de
su historia y subían a Jerusalén. Hasta
la época de los apóstoles. Según el
relato bíblico ellos subieron a un
Aposento Alto, estaban reunidos
alrededor de 120 discípulos. En la
ciudad habían judíos de todas las
naciones bajo el cielo, una gran
multitud. Mientras se celebraba esta
fiesta sucede un hecho sobrenatural
“Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque
nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la
vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y
de verdad” (1 Corintios 5:7-8)
Pentecostés tiene un significado especial: cuatrocientos treinta años de esclavitud habían
terminado. Por eso Dios les da los Diez Mandamientos, para ponerles un límite y establecer
parámetros en esa nueva vida, pues toda libertad sin principios es peligrosa.
Por amor el Señor hace todo, para el hombre. Ese sobrenatural amor, se percibe por el
Espíritu; y es por ese amor que recibimos vida, cambio, fortaleza en nuestras debilidades.